Ricardo Carpani

 

Ricardo Carpani


Por Oscar Balducci

Publicado en Hechos e Ideas

Nros. 27/28-Diciembre  1997

 

 

 

El hombre que pintó, tal vez como nadie, no solo por la belleza y la fuerza de su arte, sino por la profusión de su obra, al hombre argentino del trabajo, en principio ignorado en el arte, salvo algunas pocas excepciones como Berni, de la Cárcova, Quinquela Martín y pocos más, para echar luz, a través de su pintura y sus dibujos sobre lo esencial del mismo, su humanidad. Es el rasgo más notorio de toda su producción, el que está en primer plano, el más claro y evidente. Un signo de su pensamiento como militante peronista y de su vida consecuente.

El trabajo de Balducci que sigue lo describe con mayor precisión técnica y ahonda en su humanismo.

Rescatamos a Carpani para nuestro link Vida y Militancia como uno de los más grandes artistas plásticos argentinos comprometidos con su realidad política.

 

 

 

 

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Hacia 1957, dos años después del bombardeo a la Plaza de Mayo, que produjo un cisma en mi vida, yo vi por primera vez una obra de Ricardo Carpani. Nosé bien si vi un óleo o un afiche (aunque la tarea de Carpani como afichista comienza más bien hacia los sesenta). Es que el recuerdo, a esta altura, se mezcla con la lógica del recuerdo: vi una figura masculina perfectamente delineada; anatómicamente, diría, delineada, un rostro que parecía venir de la tormenta o esperarla. Era un hombre carnal, lleno de labios, músculos y venas, planta do enfrente, como sobre una mesa o un horizonte, no sólo porque el hombre, en su dimensión o quizá en su aspiración excedía los límites del rectángulo donde había sido concebido, sino porque de su significación surgía claramente que no podía estar apoyado en otra cosa que en sí mismo; en su individualidad, su numerosidad, su silencia, su historia.

Era un hombre frontal, absolutamente frontal, temiblemente frontal. Pardo, gato de leñera, jodido y peronista. Solamente el grafito con que Carpani lo había traído era más duro que él. Y hablar de él en este espacio no tendría sentido sino fuera por un detalle que no lo es: estaba dibujado o pintado con excelencia, con la mejor destreza o, si lo queréis, con arte. Quiero decir que este muñeco no sólo era estructura del alma de Carpani: articulaba la nuestra; el dibujo se volvía nuestro en algún lugar de nuestro rencor, nuestra esperanza o nuestro miedo.

Hasta esos años, es cierto, el protagonista de la Historia no se veía en vernissages y, mucho menos, pintado. Mejor, o no, el personaje que en los cuadros solía encarnar la Belleza, la Angustia, la Esperanza, la Gloria, era un ser rubio de frente despejada, de ojos claros –azules, verdes-, absortos. Apolíneo, pasmado, melancólico, arquetipo de tantas obras de Emilio Centurión, de Raquel Corner, de Spilimbergo, de algunos retratos de Berni. Claro que no estoy criticando estéticas, sino tratando de establecer las líneas de una sombra.

 

 

 

 

 

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La sombra había aparecido, antes, en algunas hermosas chacareras de Juan Castagnino y en algunos cuadros grandes conmovedores, de Berni (Los desocupados; Los inmigrantes…) pero una sombra difusa o, si lo preferís, melancólica. Tal vez lo que Hamlet deja en las piedras del castillo; su piel, pero no su venganza. Eran pinturas formidables que tenían, no obstante, un tinte de adiós, de eterno ocre romano, en lo que hace a ese personaje ambulatorio que no terminaba de instalarse en el arte. El chinazo de Carpani, y ésta es la diferencia ontológica, pelea. Ocupa todo el espacio y aún más, trasciende dudas y principios, se nos viene encima como una flecha. Es un hombre terráqueo, residual, de oficio inescrutable pero de oficio indudable, que tiene un deber que cumplir.

Carpani pinta, por primera vez en el arte rioplatense, al proletariado en plan de lucha. No viene vestido de azul y blanco ni bailando el pericón, no típico, en una palabra, porque no se inserta en ninguna tradición. Es más, ese hombre tiene tanta fuerza y trasciende a tal punto el espacio geométrico, porque luchando por recuperar otro espacio, mayor. Ha sido ilegal hasta el 17 de octubre de 1945… y ha vuelto a serlo desde septiembre de 1955. Ha vuelto a ser, otra vez, el negro, el “cabeza”, el caimán, etc., etc. En la pintura de Carpani recupera su humanidad, su signo.

 

 

 

 

 

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Ricardo Carpani nació en (el) Tigre, el 11 de febrero de 1930 y falleció en Buenos Aires el 9 de septiembre de 1997. Entre ambas fechas, es digno señalar que pasó diez años en España, exiliado desde 1974; que se casó con Doris Halpin y contribuyó notoriamente al arte argentino como pintor y afichista políitco, como muralista, como fundador del Movimientos Espartaco, como ilustrador del Martín Fierro y, quizá, por lo que he intentado señalar más arriba.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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