RELATO HISTÓRICO
HISTORIA, VERDAD
Y COMPROMISO
Por Alejandro Francisco Álvarez
Juan D. Perón, Isabel Martínez de Perón,
Fabio Bellomo y Alejandro Álvarez
Navidad de 1967, Madrid.
Primera parte
JUAN DOMINGO PERON
CAPITULO I EL PERONISMO
Qué fue el peronismo ?
Para los que lo veían desde fuera, el peronismo era un cascarudo impenetrable. Porque ser peronista, o hacerse peronista, implicaba cambiar, dejar de pensar que la Argentina no puede ser (como hizo aquí la que podríamos denominar “contracultura”, esa visión oligárquica del mundo) para ver y comprobar que la Argentina es. Que se trata de un ser sin mediación, un ser ahí, independiente de la reflexión.
Hemos heredado, como fondo cultural, esa preexistencia del ser Nación y del ser anti-Nación. La conciencia de ser Nación es equivalente a la conciencia de ser católico, y aún a la de ser de Ríver o de Boca… ¿Quiénes son entonces, en nuestras tierras, los autores de la confusión? Los liberales. Ellos difunden a lo largo de nuestra historia, aún desde antes de Rivadavia, y hasta hoy, la tesis de que los argentinos no estamos en condiciones de ser libres. Los orígenes de lo antinacional arrancan con la cultura borbónica, que es de hechura inconfundiblemente británica. El problema de Inglaterra siempre fue la Europa unida. Entonces sus políticas siempre se orientaron a la división, a disolver la Cristiandad, contando primero con la propia habilidad y después con la estupidez de los oponentes, a las que se sumó también la difusión contracultural: esos son los fundamentos del poder británico. Los Borbones tomaron parte activa en las filas de la estupidez, en España y también en Portugal, donde sostuvieron a los Braganza, y aquí perpetraron la expulsión de los jesuitas, que rompió la columna vertebral del continente americano, consumando su obra de exterminio el marqués de Pombal, con la creación de las intendencias y la extensión de “las luces” por comarcas americanas. Es desde entonces que unos asumen y otros rechazan; después eso deviene en Nación y anti-Nación.
1 Casa de familia real portuguesa que reinó en Portugal de 1640 a 1910 y en Brasil, de 1822 a 1889.
2 Sebastiao José de Carvalho e Melo, Marqués de Pombal (1699-1782). En 1755 fue nombrado Primer Ministro por José I. Durante el reinado de éste, dirigió el país siguiendo los postulados del despotismo ilustrado.
Tomar posición hoy en una pugna entre Nación y anti-Nación es una actitud trivial, un infantilismo político. Porque es algo que ya pasó. En este tiempo que vivimos se toma partido por la cultura o a favor de la contracultura. Esto no significa dejar la historia de lado, que hasta sería suicida en orden a aprehender las constantes de nuestra propia identidad: por un lado los Rivadavia, Sarmiento, Alvear, Menem, orientados por el liberalismo (ideología cardinal de la contracultura); por el otro San Martín, Rosas, Yrigoyen, Perón, movidos por la búsqueda de la verdad (búsqueda siempre de la verdadera cultura) que en el pueblo es algo natural.
¿Dónde anida la diferencia esencial entre cultura y contracultura? En el hecho de que la potestad oligárquica fundamental es la capacidad de abstracción, pero como conquista secreta3 , en tanto que los pueblos viven en un magma primordial, el del eterno retorno, y crecen en ese magma, que es indestructible, con una enorme capacidad de adaptación a los cambios que se suceden, sobre todo en la superficie de las cosas. Por tanto, no se puede tratar el problema de la Nación si no se plantea éste, el problema cultural de fondo.
Siempre existe ese eterno retorno en el pueblo, y puede persistir por siglos, porque constituye la cultura fundamental del hombre y se auto sostiene. La abstracción, en cambio, se despliega. Hay un intercambio constante entre ambos términos, que se hizo dual sólo en Occidente. Porque en Occidente lo permanente ha sido la herejía dualista, que tuvo sus orígenes conocidos entre los dravídicos del sur de la India; de ellos pasó a Grecia y de ésta saltó a la modernidad europea, influyendo más de lo que parece en su cultura. Su portador básico es el gnosticismo. Durante el interregno entre la Grecia clásica y la modernidad, también las herejías cristianas fueron todas dualistas, y lo siguen siendo. Nuestra cultura es portadora de este conflicto –dualismo vs. monismo-, que también arrastramos.
Los dualistas han hecho que Occidente niegue al Espíritu en los hechos. Como los fenicios, creen que existen dos espíritus contrapuestos, pero con el mismo poder -el Mal y el Bien-, y han dado pie a la aparición de verdaderos servidores del mal que, consciente o inconscientemente, impugnan la existencia del Espíritu. La única conciencia verdaderamente espiritual es, en Occidente, la conciencia cristiana. ¿Qué dice el cristiano? Que el Espíritu no puede ser malo, que no hay “malos espíritus”, que en todo caso el Mal es la degradación o la directa negación del Bien 4 .
Hemos dicho que sólo en el orden de la cultura existe una búsqueda de la verdad. Pero para tener una verdad del mundo, el hombre ahora debe ser protegido. Individualmente no puede llegar, no se puede reunir con ella, sometido como está al círculo vicioso de las contradicciones que hemos apuntado. Es preciso un paraguas previo: olvidar toda esta construcción babélica e inútil; redescubrir que sólo existe el magma inalterable e inextinguible, y reiniciar el conjunto del proceso. Todo proceso histórico se apoya en ese magma primordial constante, o no existe.
¿Qué pasa hoy? Que, por un lado, el magma está vacante, y por el otro, los seres humanos se consumen y se destruyen. Sería necesario un estudio profundo de este fenómeno. Siempre, por lo menos en la historia de Occidente, existió esa separación, que alentaron los fariseos de todos los tiempos. La oligarquía no ha sido aquí un fenómeno transitorio, sino una constante, con pequeños períodos intermedios de retorno a la verdad que luego han vuelto a oligarquizarse. Porque la oligarquía (el espíritu oligárquico, decía Evita) es un correlato de la soberbia. Entonces, el estudio del que hablábamos tendría que partir de ciertas preguntas indispensables: ¿Cómo nace la soberbia? ¿Qué significa en la práctica? Se trata de descubrir una dinámica que dé razón de ésto, sobre todo de la soberbia de la inteligencia, que causa la pérdida de las raíces.
La soberbia no es sólo un pecado. Es también una enfermedad, como el SIDA. Y hasta puede decirse que el SIDA es una perífrasis de esta enfermedad. Como la soberbia, el SIDA convierte a las autodefensas en enemigos. Las autodefensas que salvan al hombre, al ser atacadas por esta enfermedad, lo destruyen. En el orden de la cultura ocurre lo mismo: lo que antes aclaraba, ahora confunde. No es un proceso facultativo, es totalmente inconsciente. El resultado es que estos enfermos hacen todo para mal, que lo que hacen no puede ser bueno. Quieren agarrar un vaso y agarran un cenicero. Entonces estos hombres pasan a desconfiar de la realidad.
3 Semejante en ésto al manejo del dinero.
4 La confusión, por ejemplo, en sus distintos grados.
Cuando tales hombres desconfían de la realidad comienzan a experimentar extrañas consecuencias. Inventan el “realismo”, que recrea la realidad en razón de aquella desconfianza y, por ejemplo, sobrecargan a la economía de controles y mediciones para terminar no controlando nada, o llevan la virtud a tal extremo que ésta se convierte en vicio. El hombre (un individuo, un número, en este ordenamiento gestado por la enfermedad) queda así aislado, alienado. Obviamente, nada de ésto ocurre entre la gente, porque el que tiene que vivir no puede ser soberbio. Es en medio de la gente que alienta el Espíritu.
El Espíritu es como el árbol: más desarrollada tiene la copa cuanto más desarrolladas están sus raíces. El Espíritu, que obra donde quiere, está en dos lugares, y en un tercero: en el logos constante de la humanidad; en el mitoi-logoi o lenguaje simbólico poético, y en el Logos con mayúscula5 .
No se puede ya hablar de Nación/anti-Nación si no se tiene en cuenta todo ésto. Si ésto no se comprende, la Nación sólo es concebible como Estado (aquí puede decirse que también los nacionalistas fueron siempre proclives a enfermarse), y cuando se lo comprende se descubre que la incompatibilidad ya es otra: cultura vs. contracultura.
En Europa los Estados fundaron las Naciones. En la Argentina, el Estado no creó la Nación ni fue creado por ella: siempre fue su enemigo, siempre procuró desmantelarla. Perón cayó en 1955 por obra de ese Estado, encarnado en la burocracia militar.
¿Por qué los marinos siempre fueron enemigos?, nos hemos preguntado infinidad de veces. Y aquí haría falta volver a un viejo tema, el de la guerra interna entre el ejército y la marina, dentro de la burocracia militar. Pero recordarlo serviría también para no caer nunca más en la vieja trampa que arrastró a muchos dirigentes peronistas a confiar en el ejército. Porque el ejército ha sido el enemigo verdadero de la Nación: basta recapitular los apellidos de la Caballería6 . La marina, en cambio, trabajó con la Unión Cívica Radical: ambos constituyeron el estamento rector de esa clase media donde todo es mediocre. Sin embargo, no basta esta descripción para inteligir la interna de la burocracia militar, porque en su interior -no lo olvidemos- siempre operaron, también, las logias. En el anverso de lo que personificaron estos gorilas, como los llamó nuestro pueblo, estaban Perón y Eva Perón.
La función cumplida por Perón y Eva Perón
La función de Perón y Eva Perón fue, en parte, la de ser el Sol de las muchedumbres de entonces. En realidad, si ponemos la lupa y miramos, reflejaban la luz y el calor del Sol y, en ese sentido, ejercieron una verdadera pontificación.
En un minuto de la historia aparece algo no previsto, que gesta el espíritu de una época. Este espíritu, que se niega a morir, transita por una diversidad de formas, que va adoptando en cada momento de su devenir. Hacia el final de su vigencia sobreviene una transfiguración. Por ésto sostengo, basándome en el criterio de realidad del magma, estable y a la vez en constante movimiento, que hoy el Movimiento Nacional tiene que asumir una nueva forma.
La aparición de Perón no informa únicamente su propio período: cambia también el pasado y el futuro, extiende sus ramas y también sus raíces. Como ha ocurrido en otros momentos históricos, cuanto más pasa el tiempo más se recuerdan estas personalidades luminosas. ¿Cómo las recuerdan los pueblos? Como lo acabamos de señalar: transformando el presente en una cosa nueva.
5 Logos: palabra proferida y racional.
6 Club San Jorge – Círculo San Jorge.
Es que todo hombre tiene una estirpe, aunque en estos tiempos la ignore en medio de la niebla que difunde la contracultura, aunque no lo sepa. Existe un “recuerdo genético”, presente en todo lo que hace, que paradójicamente es el que permite operar los cambios verdaderos.
Perón y Eva Perón, más el pueblo, conformaron un complejo de funciones. Si en lo institucional reinventaron la Plaza de Mayo, como categoría general todo dependió de una ecuación insoslayable: Perón trabajó la masa y la convirtió en pueblo; el pueblo convirtió al “caudillo” al que adhería, no ya por conveniencia sino por verdadero amor, en conductor. El complejo funcional no hubiese sido posible si Perón -como han hecho tantos a lo largo de la historia- se hubiese quedado en caudillo, sirviéndose de las muchedumbres en el estado de masa en que las encontró, para poder manipularlas como escudo de sus intereses personales y de los del grupo de alcahuetes de que se rodean estos personajes en su intimidad. La masa es siempre masa germinal, tierra fértil en la que cualquier cosa es posible. El pueblo es pueblo en la medida que asume su misión histórica, y éso fue lo que logró Perón.
Pero, además de ese trabajo de conducción, de por sí monumental, Perón fue el primer teórico de la conducción. Además de ejercerla como acción, de actuarla como “novela”, la dejó anotada para enseñanza de otros en infinidad de libros, escritos, discursos, conversaciones, filmaciones, grabaciones y correspondencia. ¿Por qué esta enseñanza no se internacionalizó? Porque es imposible que llegue a los hombres si no son otros hombres, si la contracultura infla constantemente el individualismo para mantener a las muchedumbres en estado numérico, estadístico, de mera masa.
Existen distintos conceptos del poder. Para la contracultura consiste en mandar (dictar, imponer, decretar, prescribir, conminar, intimar a los demás): los individuos deben ser obligados a hacer o no hacer, quieran o no quieran, utilizando los medios de manipulación más brutales… o más sutiles. Para Perón, en cambio, el poder es una construcción sinfónica de personas convencidas de encarnar una misión en la historia, que se ejercita mediante la persuasión.
Para poder convencer hay que reconocer al otro, estar dispuesto a entregarse a él. La esencia de la contracutura es precisamente lo contrario, porque concibe al otro como “el enemigo” (como decía Sartre7, “el infierno son los demás”). Perón veía siempre en el otro a un potencial amigo y aliado. Él mismo decía que la conducción es un oficio (en su aspecto técnico), pero también un arte, y que es preciso ser un determinado tipo de hombre (“tener el óleo sagrado de Samuel”) para ejercerla. Ese oficio y ese arte -añadía- también se pueden adquirir por medio del trabajo. Y es por éso que hace un “manual” de conducción para todos. Desgraciadamente, en nuestros días no son muchos -diría que son escasísimos- los hombres dispuestos a entregar-se… Y en ésto consiste el principal problema a que hoy se ven enfrentadas todas las dirigencias.
El molde histórico de Perón es Jesús. Para Perón lo que define la conducción es el amor: insistía siempre en que “no se puede conducir lo que no se ama”. Y esto es chino, resulta incomprensible, está vedado a los egoístas, a los que no aman, a los que resuelven todo por el enfrentamiento o la exclusión, a los que odian al prójimo, a los que prefieren mandar. La conducción se remite constantemente a valores universales; es un hecho real, no un valor ideológico. Para decirlo sintéticamente, la conducción es una relación amorosa, de diálogo, de no confrontación. No es entonces una relación agónica, sino mayéutica.
7 Sartre, Jean Paul. Analista y autor dramático: su producción más destacada la constituyen: “La náusea”, “Las moscas”, “A puerta cerrada”, “la prostituta respetuosa”. En ellas ya plantea el existencialismo ateísta, que reaparece en sus ensayos filosóficos “Los caminos de la libertad”. La primera etapa de su pensamiento es típicamente existencialista, “El ser y la nada”. En la década de 1950 evoluciona hacia el marxismo. Escribe “Crítica de la razón dialéctica”. Su ruptura oficial con el marxismo se plasmó en su ensayo “El fantasma de Stalin”.
La función de la ideología consiste siempre en sustraer al problema de donde éste se encuentra. Así, por ejemplo, hablar de una cuestión perenne, hablar del amor, hoy suena anticuado: la modernidad ha difundido masivamente su propio concepto contracultural del “amor”: para el hombre moderno, que sólo experimenta alguna seguridad moviéndose en los estratos materiales de la existencia, “hacer el amor” tan sólo significa sexo, mero acto instrumental de los sentidos.
Tal vez por estar de este modo confinada, esa modernidad que derrocó a Perón en 1955 se refirió rencorosamente a “la pareja gobernante”, en contraste con un pueblo humilde, que amó y que fue amado, y que pudo, por tanto, hablar de Perón-y-Evita. Es curioso ver cómo desde 1955 hasta hoy los “libertadores” y todos sus herederos y epígonos rehuyen sistemáticamente toda referencia a la relación amorosa existente entre ambos, un hecho evidente en su simpleza, pero que, según parece, sólo los humildes pudieron ver. Suplantando esta verdad, como por otra parte hacen siempre, terminaron por oponer a Perón y Evita, inventando subterfugios ideológicos como el “evitismo”.
Perón y Eva Perón fueron el resumen del avatar histórico, y personal, de un pueblo, el de los argentinos fieles, aún bajo la condición de relatividad que debe sobrellevar este término. El resto de argentinidad que perdura en ellos, en el sentido que hemos expuesto más arriba, sigue siendo peronista, ya no en un orden político sino más bien por herencia espiritual, y aún presintiendo que van a tener que ganarlo todo de nuevo. Como en el caso de San Martín, que sólo usaba caballos moros8 , es ésta una constante que tiene su texto-guía en la vida histórica de nuestro pueblo y que quienes aspiren a realizaciones liberadoras constructivas deberían dedicarse a estudiar.
El papel de los dirigentes
Digo “papel” de los dirigentes peronistas porque fue éso: más papel que obra. La más auténtica, sin duda, fue la dirigencia gremial. Eran, por lo menos, dirigentes de sus sindicatos. Porque dirigente es el que dirige. Hoy, cuando no hay nada que dirigir, se pudrieron hasta las palabras. Entonces hablo de los sindicatos de ayer, no de los sindicatos- empresa de hoy.
Nuestros dirigentes sindicales se hicieron a hachazos, fueron dirigentes de circunstancias, que encontraron unos gremios mal o peor organizados. En 1945 lo que había no eran sindicatos, sino escritorios con sellos que fabricaban los partidos políticos y que, diciendo que representaban a los obreros o proletarios, en realidad estaban subordinados a la opinión. Fue Perón quien creó los sindicatos argentinos de los últimos cincuenta años, suscitando su organización pero desde aquel momento subordinada al interés. Todas las opiniones eran toleradas y estaban admitidas, pero dentro de un sólo sindicato, representadas por agrupaciones internas. Obviamente, por esos años, y aún mucho después de 1955, los “democráticos” profesionales, los “bien pensantes”, los “hombre light” de entonces, se tuvieron que retirar al no poder conformar, la mayor parte de las veces, más que minorías ínfimas.
La dirigencia política peronista verdadera recién aparece después del 55. Antes eran, a lo sumo, colaboradores de Perón, en las fuerzas armadas, la organización política, la economía, etc. No había dirigentes políticos sino dirigentes del Movimiento, y sin hornear (Borlenghi, Mercante, Bramuglia, etc., a quienes Perón aprovechó, como lo hizo con las instituciones, a las que usó de andamios para construir, porque a Perón lo único que le importaba era la gente). La dirigencia de aquel entonces, por lo general, resultó funesta, pero eso obedeció a que el peronismo estaba a medio hacer. Perón había cuestionado en los hechos el sistema de representación que a lo largo de cien años había montado el demoliberalismo; por tanto, la dirigencia tuvo en su movimiento un volumen realmente poco importante.
Pero aquí existe, de por medio, también un problema cultural. La modernidad instaló el escalonamiento de las dirigencias (un escalafón trágico, connatural a este sistema, impregnado de mitología, con elementos poiéticos presentes en su razón), con el héroe como modelo, supeditado a la aprobación, o no, de la denominada opinión pública. En el peronismo el dirigente se forma de otra manera. La diferenciación no es de naturaleza sino de función. Cuando la dirigencia peronista copia el modelo ajeno pierde su propio modelo interior y se transcultura. Este proceso facsimilar de las últimas direcciones peronistas sólo se puede entender en el marco de una enfermedad, gratificante como la sarna o como un cáncer “de onda”, que esos dirigentes agarran voluptuosamente a puñados y se meten dentro del cerebro. El conjunto del régimen peronista estaba pensado por Perón para desarrollarse como un sistema inédito en el mundo. Ellos impidieron ese desarrollo.
8 San Martín jamás usó un caballo blanco, siempre usó caballos moros, oscuros.
Nuestra generación hace posible una dirigencia peronista propia… y es abortada. No ocurre sólo con la organización gremial, sino con todo el peronismo. A partir de los años 60 los dirigentes gremiales comienzan a dar forma a sus propias empresas y los políticos a pensar en negocios particulares o en la integración de lobbys y holdings acordes con esos negocios. Y ¿que ocurre entonces por fuera de tales estructuras? La Nación no las acepta. Las deja. Queda sólo una apariencia, una piel de serpiente, a la que los periodistas llaman el peronismo o el justicialismo, pero la serpiente se ha ido. Así, el PJ es hoy un partido íntegramente de dirigentes y prácticamente sin dirigidos. Tal es el curso subterráneo de la Historia.
Los dirigentes políticos de otros partidos o agrupamientos usan a la ideología de préstamo, para vestirse, para armar su exoesqueleto apariencial a fin de moverse en esa realidad siempre virtual que es la opinión pública. La dirigencia peronista carece de tal armadura, sólo tiene endoesqueleto; por tanto, el peronismo genera tendencias internas no ideológicas.
Perón -como su época- pensó en la revolución. Los pasos de su ascensión en la vida pública fueron los del tribuno, el emperador, el mendigo y el sabio. En la cabeza sólo disponía de tiempos cortos. Se podía perder por esta razón, pero no se podía hacer otra cosa.
El Perón sabio de los últimos años dirá, a manera de resumen, cómo son las cosas. Cuando vuelve es para dar una única enseñanza: ha aprendido qué es el hombre (antes sabía qué son los hombres). Su modelo -guardando las debidas distancias- era el de Cristo. Necesitaba predicadores. Tras su retorno sólo tuvo mediocres y logreros. El mismo lo decía por entonces: “¡Les dejé una estancia y me pusieron un quiosquito!”.
Las dos modernidades
El problema que se presenta aquí es el de los temas-raíz, sin los cuales se hace imposible entender estas cosas (en el sentido de aprehensión, no de mera comprensión). Uno de esos temas es el de la existencia de dos modernidades: una, que está terminada, y otra, que viene a ser la nuestra. El tronco de la modernidad originaria estaba dentro de Occidente después de Colón. Dentro de ese tronco fue injertándose un remedo de modernidad, de matriz anglosajona, que tuvo su momento de esplendor durante los 64 años de mandato de la “democrática” reina Victoria y que, salvo retrospectivas, remakes y replays, o sea, más de lo mismo, no tiene ya nada que dar, ni podría hacerlo. La otra, la modernidad primigenia que siguió a España hasta nuestras tierras, conforma hoy una cultura mestiza omnipresente, nacida naturalmente del tronco original.
En la llamada “época de los descubrimientos”, los personeros de la modernidad anglosajona, situados frente a la divergencia que suponía América, prefirieron tomar distancia, no mezclarse. Los ibéricos, en cambio, lo primero que hicieron en América fue mestizarse o, para decirlo mejor, continuaron mestizándose después de haberlo hecho durante ocho siglos en España y Portugal con judíos y moros. Esta modernidad nuestra es marmolada porque es joven; aún se notan en ella las vetas de la hibridación.
No hay ya ninguna modernidad anglosajona en pie. Yo sostengo que no tiene posibilidades porque no tuvo hibridación y, por el contrario, siempre buscó purificar: tal fue el signo del modelo U.S.A de las 13 colonias, antes el del Parlamento nórdico y antes aún el del “pueblo elegido” de Calvino. El rechazo anglosajón a la mestización, que fue en ellos un problema “del balero”, como solemos decir nosotros, resultó traumático en todo el mundo, y por tanto en el norte de América. Ni siquiera hubo hasta ahora cruce con los franceses de Québec. Las grandes ciudades anglosajonas (Londres, Nueva York, Los Angeles) son un mosaico de guetos étnicos. En el resto de América todo ocurrió al revés, y viene al caso recordar que Manuel Belgrano quería poner un inca al frente de las colonias españolas recién liberadas.
Los “guetos” de Iberoamérica fueron surgiendo en las últimas dos ó tres décadas, primero al compás de la concentración urbana del consumo y a continuación a consecuencia de la denominada globalización, esto es, a partir del modelo de la exclusión: son los countries amurallados, por un lado, y las villas miseria, por el otro.
En esta situación de default de esa modernidad-injerto, que en su caída provoca un creciente rechazo de la gente, se gesta en este fin de siglo el nuevo Movimiento Nacional. Sin caer en el fatalismo, sostengo que parece haber en ésto una constante. Existe la posibilidad de supervivencia, en Occidente, de la modernidad mestiza, que sólo podrá ser Occidente si niega a Occidente. Si no, morirá con él. Pareciera que los signos de los tiempos nos muestran que el curso es ése.
CAPÍTULO II GUARDIA DE HIERRO
Dijimos que en un momento del proceso de la modernidad se produjo una dicotomía en la cultura de Occidente, la separación de una rama-simulacro o rama-espejismo del tronco originario; que esa dicotomía nos ha conducido a la ruina y que nosotros todavía tenemos posibilidades de retomar la modernidad primordial interrumpida. Tenemos por un lado esa rama, oligárquica y, por tanto, ideológica, que no acepta la mestización, y por el otro el tronco primordial de la modernidad, el patrimonio común, que ha continuado creciendo silenciosamente y que por no ser oligárquico acepta la mestización, es capaz de liberar inagotables sentidos no ideológicos y tiene, por tanto, la posibilidad cultural verdadera.
Tal es uno de los ejes del problema actual, puesto que en la medida en que los hombres acepten esta posibilidad o, mejor dicho, participen de ella -y diría que tal posibilidad se vuelve cada vez más una necesidad-, aceptarán también un trabajo. Aceptarán un concepto de cultura (toda cultura implica un concepto de trabajo, y la nuestra también) y dejarán de generar o de realimentar una contracultura que va “contra todo”, especialmente si ese todo involucra trabajo, que es lo que nos está sucediendo.
Lo que en lingua vulgaris se llama “contracultura” (los underground, las nuevas minorías, los artistas del vacío, todos los nuevos sofistas, por ejemplo) son, en mi opinión, sólo una parte, indisoluble, de la contracultura verdadera, que es la del régimen. No olvidemos que ellos siempre son duales, siempre son bipolares.
La bipolaridad es un rasgo fundamental de la contracultura, porque un rasgo fundamental del pensar farisaico, como ya hemos anotado, es el dualismo. Por tanto, ellos trasponen este modo bipolar de percibir la realidad a los diversos pelajes con que ésta se presenta, y así, en términos políticos, ésto significa dividir al mundo en “liberales y conservadores” o, si se quiere, demócratas y oligarcas en la antigua Atenas. En Roma fue distinto porque ahí apareció el pueblo, como masa, pero pueblo al fin; un pueblo presente (éso es César) que no es el “partido popular”: por esta razón Roma termina, no en una socialdemocracia, sino en el Imperio.
Al discernir estas particularidades observamos que:
El germen de la disociación contracultural
Sería necesario, antes de seguir, tratar de ver de qué forma se introdujo esta escisión en el interior del proceso cultural de la modernidad, y por qué. En rigor la escisión obedeció al proceso de oligarquización. Ese es el secreto: la contracultura no es una voluntad, es una consecuencia.
El advenimiento de la contracultura constituyó un proceso, no un acto acabado desde su inicio. Comenzó como parte del proceso cultural de la modernidad. Pero ya estaba inserto en la corriente de la cultura occidental desde los tiempos bíblicos, como una disposición paralela del pensamiento. Judíos, griegos y romanos aportaron a esa gran corriente innumerables elementos positivos, pero tenía que haber entre ellos elementos negativos para que, a la larga, se bifurcaran los senderos.
No estoy diciendo que la cultura contiene, en su curso, todos los elementos positivos y la contracultura todos los negativos, pero sí que con el esfuerzo crítico se pueden determinar los elementos que constituyeron el germen de la desviación.
El primer conjunto de esos elementos, y el primer problema de la cultura occidental, lo encontramos en la democracia griega. Todo empieza con el desprecio a los heráclidas9 y a Pisístrato10 . Pero los pueblos de la Hélade están a favor de los tiranos. Porque el proceso en la Grecia verdaderamente clásica, la anterior al siglo VII AC, es inverso al de Roma. Como que Roma es de algún modo la continuidad-copia de aquéllo: los romanos toman contacto con la cultura griega en un punto, que es lo que hoy se llama la época clásica, en el siglo IV, y que en rigor no es la época clásica, sino el principio, y ya bastante avanzado, de la decadencia. En realidad Pisístrato, los heráclidas gobernantes de Tebas, son los actores verdaderamente populares de esta época en Grecia. Armodio y Aristogiton matan al hijo de Pisístrato, y aunque los historiadores los elevan a la categoría de grandes héroes de la democracia ¿son los héroes de quién? De la aristocracia, de los eupátridas11 . De ninguna manera son los héroes populares. Son como Casio y Bruto en Roma, a tal grado de éstos se inspiran en aquéllos. ¿Para qué? Para instaurar una república oligárquica.
La democracia, tal cual ha sido concebida en Atenas y posteriormente, es una de las formas oligárquicas más desarrolladas, en gran medida porque es también la más encubierta. En un sentido es la más perfecta como engaño. Por ejemplo, es más perfecta que Bizancio, a la que los turcos heredan pero con una continuidad política total, ya que el sultanato es una herencia de Bizancio y hasta puede decirse que ahí siguen gobernando los griegos.
El cristianismo acepta después elementos sensibles de los griegos para manejarse: un lenguaje sensible, sectores filosóficos y la lengua. Hace entonces ese trabajo que según Sorel12 es el trabajo más gigantesco de la humanidad: haber desarrollado una Teología con esos elementos.
Casi diría que ese mismo trabajo, con los elementos que hoy están a disposición, es el que hay que hacer ahora. Pero el individuo, en este momento de la historia, está actuando del siguiente modo: reacciona contra el sistema, contra todo, contra el tronco y la espada; en un espacio cultural bipolar es guerrillero de izquierda y derecha al mismo tiempo. Esta actitud obedece a que es portador de una cosa. Es una actitud que, en la misma medida en que rechaza -y aunque rechace todo y no acepte nada, que es incorrecto- lo que le queda es lo que tiene de herencia. Y ésto que tienen de herencia no es contracultural, es cultural. Mal, sin reflexión, sin elaboración… pero es positivo, a cambio de que rechace todo.
Los tres tabúes trágicos
También hay algunos que dicen que rechazan y hacen el “underground”. ¿Qué es el “underground”? Una mentira más, que acepta el sistema y dice “tiremos la bronca dentro del sistema”, con los mismos cánones del sistema. De modo que el “underground” es una herramienta más del sistema, sumamente útil a éste porque le sirve para agudizar los principios de la contracultura.
¿Qué es la contracultura?
Desde el punto de vista político es un sistema oligárquico. Desde un punto de vista racial es un sistema de exclusivismo racista.
9 Heráclito (540-480 a.C.): filósofo nacido en Éfeso. Desarrolló los principios de la filosofía dialéctica en “Sobre la Naturaleza”. Para él, todo es devenir y el cambio es el resultado de la lucha de los contrarios y sus síntesis. Decía “nada es, todo fluye”, el elemento ordenador, para él, es el fuego. Influyó notablemente en Nietzsche y Hegel.
10 Pisístrato (600-527 a.C.): tirano de Atenas. Conquistó Salamina en el año 561 a.C.. Se autodenominó tirano. Se distinguió en la guerra con Megara (570-565). Caudillo del partido popular, se adueño del poder que detentó hasta el año 560 a.C.
11 Miembros de familias y las familias mismas que constituyeron la primitiva nobleza de Atenas.
12 Sorel, Georges (1847-1922): escritor y político francés, de profesión ingeniero. Fue teórico de la doctrina del sindicalismo revolucionario. Autor de “Reflexiones sobre la violencia”, “La ruina del mundo antiguo”, “Las ilusiones del progreso”, “Materiales para una teoría del proletariado”.
Desde el punto de vista social es un sistema que pretende ser aristocrático sin serlo, “de parado”. Desde el punto de vista religioso es dualista.
Pero básicamente, desde el punto de vista de la conducta, la contracultura es trágica. Y esto último es lo único que define totalmente a la contracultura: es el manejo de una hipocresía fundamental de la tragedia, esencial absolutamente a la tragedia, que es la tragedia como espectáculo.
Cuando la tragedia se convierte de rito en espectáculo, ese espectáculo no muestra al espectador lo que piensa aquél que arma el espectáculo. ¿Qué es lo que muestra? Muestra los tabúes. Tabúes sobre el amor, sobre el poder y sobre el saber (los tres grandes tabúes de la tragedia) de los cuales los productores de contracultura se preservan, pero que imponen a los demás, para mejor sujetarlos. De modo que el espectáculo, ese espectáculo, es un vehículo de la contracultura ya en el siglo V A.C. Ya aparece ahí, no el mito originario, sino el mito originado, el mito en el sentido aristotélico del término. El poeta no debe desde entonces escribir más rimas, debe inventar mitos: éso hacen Esquilo13 , Sófocles14 , Eurípides15 y el resto de los trágicos. Y lo mismo hacen después los trágicos de la época isabelina y lo vuelven a hacer casi inmediatamente los clásicos franceses: Corneille16 , Racine17 , etc.
Los españoles, por el contrario, no pueden escribir tragedias. Les resulta imposible. Cuando hacen una tragedia –La vida es sueño, por ejemplo- no es una tragedia. Calderón no escribió ninguna tragedia, como suele decirse. Hizo dramas. Esta imposibilidad de tragedia es consecuente con el cristianismo, porque la tragedia -un universo predestinado y sin redención- supone el paganismo.
El culto de lo trágico, un culto contemporáneo que encontramos por todas partes, no es solamente un producto de la cultura o de los productores de grandes subproductos de la cultura, sino que es una muestra, un espectáculo, como lo era en el siglo V A.C. Lo era para Pericles, que repartía gratis en el ágora las entradas del teatro, porque era democrático.
Para unos y otros el problema ha sido siempre qué cosa muestra el espectáculo. El espectáculo es un vehículo ideológico. Lo era cuando no había ideología organizada y se manejaba el mito como sistema ideológico de contención, y lo es ahora, cuando el hecho trágico sirve a la construcción de la ideología. Como hace Shakespeare. Shakespeare es un antecedente imprescindible en la construcción ideológica de Occidente de los últimos 500 años. El es, sin duda, el restaurador del paradigma trágico, que se instituye como eje cultural de la modernidad anglosajona y que también se derrama, desde entonces, sobre Occidente y el mundo. ¿Cómo? Por medio del teatro, de infinidad de poesías, novelas, canciones, películas y, en nuestros días, en los teleteatros que siguen día a día millones de telespectadores.
13 Esquilo (525-456 a.C.): Poeta considerado como el creador de la tragedia griega. Su obra más importante es La Orestiada, trilogía formada por Agamenón, Las coéforas y Las euménides. Se trata de la venganza de Orestes, hijo de Agamenón, que al volver a su patria fue asesinado por su esposa Clitemnestra y por Egisto, que se había casado con ella en ausencia de Agamenón. Se conservan Prometeo encadenado, Las suplicantes, Los siete contra Tebas y Los persas, cuyas escenas se desarrollan en el Palacio de Jerges, en Susa, donde van llegando las noticias de las derrotas de los persas en Maratón y Salamina.
14 Sófocles (496-406 a.C.): se conservan siete tragedias suyas: Antígona, Electra, Traquíneas, Ajax, Filóctetes, Edipo Rey y Edipo en colono. Limitó la importancia del coro y aumentó a tres el número de actores. Las figuras de Edipo y Antífona son las más representativas.
15 Eurípides ( 480-405 a.C.): poeta dramático nacido en salamina. Gran renovador del teatro helénico y trágico. Medea, Fedra, Electra, Hécuba, Alcestes, Ifigenia en aulida, Orestes, Ifigenia en taurina, son algunas de las tragedias más importantes. Se caracterizan por la penetración psicológica de los personajes.
16 Corneille, Pierre (1606-1684): creador de la tragedia clásica francesa. Asimiló la preceptiva neoclásico, superándolo con frecuencia. Se destaca el carácter heroico de sus personajes – siempre en pugna entre la propia inclinación y el deber – Su primer éxito fue El Cid en 1636. Entre sus obras posteriores figuran las tragedias Horacio, Cinna, El mentiroso.
17 Racine, Jean (1639-1699): poeta trágico francés, historiador de la corte de Luis XIV. Su obra constituye la cumbre de la dramaturgia francesa neoclásica. Andrómana, Británico, Bernice, Ballaseto, Nitrídates, Ifigenia, Fedra, Ester, Atalía. Estudió en Port Royal donde asimiló las doctrinas jansenistas. Su obra se acercó lo más posible a la tragedia clásica.
En el mundo actual, signado por la expansión contracultural, lo que parece responder particularmente a la cultura -viéndolo desde aquí, desde la Argentina- es el cine norteamericano y algunas pocas cosas más. No Withman18, pero sí Carl Sandburg19 ; también Norman Rockwell o Remington en la pintura. Uno casi diría que estos tipos son de acá, porque se asemejan a un Molina Campos.
Los culturemas
Para nosotros es esencial validar, calificar las cosas, poniéndolas donde realmente están. Es absolutamente imposible intentar sistematizar u organizar algo en la Argentina si tres personas ven la misma cosa y piensan diferente. Por ejemplo, hay uno moviendo el vientre en plena calle y tres policías que lo ven: uno dice “está bien, hay que darle una medalla”, otro dice “está más o menos” y un tercero que exclama “¡a éste hay que matarlo!”. De modo que uno le da una medalla, otro lo lleva en averiguación de antecedentes y otro lo mata. A nadie se le ocurriría pensar en tal situación que existe una fuerza policial, porque no hay ninguna capacidad operativa. La gente carece de un ordenamiento que diga “ésto está acá y las intenciones, que son inaprehensibles, no cuentan”. Ante un tipo que entra al bar con una ametralladora, se puede decir “recemos el Padrenuestro”, pero lo que hay que pensar es que puede matar a alguien y que, por lo menos, hay que sacarle la ametralladora. No se puede dudar. Debe existir una respuesta que todos conozcan, más o menos de antemano, un código de comportamiento ante la realidad. Hay que ubicar a la gente en una conciencia crítica.
En las circunstancias que atravesamos hoy no se puede pedir, todavía, un código de comportamiento común ni una conciencia crítica. Ese es el final; primero hay que extender las bases para que eso sea posible. Y falta mucho.
Yo tenía antes una manera de categorizar -no se si aún estoy de acuerdo con ella- que consistía en hacer como se hace en lingüística: tomar unidades, como con el fonema. Había abstraído, o extraído, los culturemas, considerándolos unidades de la cultura básica de la humanidad, de todos los pueblos en general. Y de algunos en particular, ya que después están las particularidades, que son elaboraciones. Y del otro lado, como contrapartida, o mejor como desarrollo incorrecto, había colocado lo que yo llamaba sofemas. El sofema es un sofisma: no es una mentira, es una media verdad. No es verdad ni mentira, es como Hamlet, una ambigüedad, y no Macbeth, que no es ambiguo. Porque en Shakespeare hay cosas en las que es ambiguo y otras en las que no lo es. Cuando debe enfrentarse a una situación clara deja de ser ambiguo (como en Macbeth o en La Tempestad, que es un drama, aunque confuso, y no una tragedia, acerca del hombre nuevo que es Calibán).
Habría, por tanto, un campo determinado por los culturemas y otro determinado por los sofemas, más un campo que les es común, donde están encimados. Porque nada de esto está separado. La separación es un producto del análisis, pero en la realidad no es así. Son círculos que no sólo se tocan, sino que también se superponen.
Yo no pienso que haya una sola causa sino que hay causas y concausas que en el proceso van pasando unas adelante y otras después, se van interrelacionando y van configurando la crisis. Cuando extraemos, por un esfuerzo analítico, una de las causas, el problema que tenemos es como sacar una línea de pesca: uno tira de la línea y no sale un anzuelo sino que viene otro y después otro, y en uno viene un bagre, en otro un dorado, en otro nada y en otro un zapato viejo. Distintas estructuras. Pero la línea es todo éso. Hay que sacarla toda hasta el último anzuelo. Y resulta que en el último hay un sábalo.
18 Withman, Walt (1819-1892): ardiente defensor de la democracia, escribió en prosa “Democratic Vistas”. Poeta, publicó hojas de hierbas en varias ediciones.
19 Sandburg, Carl (1878-1967): poeta norteamericano. Sus poemas de Chicago lo convierten en el escritor más referente de la escuela de Chicago. “Humo y acero”; “Buenos días, América”; “El pueblo, sí”; son partes de sus obras.
En todas las estructuras hay esqueletos. Por ejemplo, el del cristianismo, que es el único que puede romper con ésto de la tragedia porque su concepción pasa de la tragedia al drama. Y ésta es la lucha fundamental de Cristo, obviamente desde el punto de vista cultural, no en el orden religioso. Porque busca golpear al sistema en el único núcleo donde no sólo es vulnerable, sino que puede ser eliminado. Por eso hay un montón de retorcidos que hablan de una “tragedia del Gólgota”. Son unos infames. Pueden existir algunos que no entienden, que no saben la diferencia entre drama y tragedia y por eso usan esa palabra, y la transmiten, pero los que introducen la palabra sí saben. Y ¿qué vuelve a aparecer entonces, a partir de tal introducción y transmisión de vivos y tontos combinados? Una concepción de carácter ideológico: el tabú.
Hay que aclarar aquí que no es siempre condición necesaria que al decir algo verdadero se fracase. Se puede decir algo verdadero y tener éxito. El cristianismo es un ejemplo de este último caso. El cristianismo evita la tragedia. Ese es el “signo de contradicción” que ha traído al mundo.
El tabú es acumulativo
El efecto que tiene un tabú entre los seres humanos es acumulativo a lo largo de la historia. Este tabú cultural de la tragedia ha venido enfermando el cuerpo, ha enfermado la psiché y termina enfermando al espíritu. Que es lo que Viktor Frankl entrevé pero no llega a plantear en su formulación de la Logoterapia. Lo que hace Frankl es darse cuenta de que pasa algo anómalo en los hombres, y tiende las bases para la comprensión de lo que en el sujeto produce ese tabú, en la acumulación individual, personal, comunitaria y en la humanidad en su conjunto; en el campo de la cultura pero, sobre todo, en el comportamiento, sea éste de origen psicológico, espiritual y aún físico.
Leyendo a Platón reparé en que, en La República, insistía en que los chicos no tienen que cambiar los juegos. ¿Por qué? Porque los chicos aprenden con los juegos. Cuando se les cambian los juegos aprenden otra cosa, que no se sabe qué es. Entonces deja La República la incógnita de cómo va a ser esa generación. Platón sostenía que los juegos tienen que ser siempre los mismos, que es lo que da unidad a las generaciones en el tiempo. Tal vez es un exceso, pero hay una razón. Es lo que decía Perón del subconsciente, de que lo que se aprende en la infancia, hasta los seis años de edad, no desaparece más.
En el tiempo, toda esta acumulación, o sedimentación de la tragedia, revierte constantemente porque, como dirían los comunicacionistas, tiene un rulo de reafirmación constante del mensaje. Este rulo se convierte finalmente, si se lo mide desde el campo político, en una justificación de la oligarquía; medido desde el campo económico, en una guerra de los ricos contra los pobres, y si se lo mide desde el campo moral, ético, en la soberbia frente a la humildad. Por otro lado, cuando este proceso pasa el punto máximo de acumulación empieza a desbordar de sí mismo, porque ya no puede ser contenido. A partir de ese momento va mostrando cada vez más su verdadera escencia. Y ésta, su verdadera escencia, no es lo último que se incorporó sino lo primero, su origen.
Porque en las cuestiones históricas la decantación no deja el vestido, sino el hueso.
Cuando nos encontramos ante algo que viene desde el fondo del tiempo, lo que hoy tenemos es el hueso. Ocurre a la inversa de lo que suele decirse: “Quedaron en las cáscaras”. No, es al revés, lo que queda es la escencia.
¿Cuál es la escencia, en este caso? La soberbia de la inteligencia, que es la peor de las soberbias. En el proceso final del rulo de reafirmación del mensaje, esa soberbia se descubre como tal, muestra el hueso. Y produce, del otro lado, la reacción, porque no puede ocultar más su escencia. Los disfraces, las ropas, las carnes, han quedado por el camino; ahora no queda más que el hueso, la soberbia pura. Y ésta puede ser nombrada: Satán, Menem, Yabrán… Tienen contenidos, facetas, aparentemente diferentes, pero señalan y caracterizan un mismo hecho, una misma verdad. Es ésto lo que la gente ve. Y lo que la gente nombra de diversas maneras, según los distintos ángulos en que está ubicada. Pero todos están viendo lo mismo. En rigor, nombran con palabras diferentes, pero lo que ven es un mismo fenómeno, que se ha ubicado más allá del lenguaje.
Del principio a la acción
Para nosotros el problema de la unidad está en esa unificación que produce la realidad, no en el lenguaje. No interesa qué lenguaje usa cada uno. El fenómeno puede ser denominado Satán, oligarquía, fariseísmo, gran maquinaria…
Vale la pena insistir en esta cuestión porque contiene un elemento práctico: permite remitir constantemente a cada persona a un sistema de valores. En la medida en que una persona adhiere a esos valores sale del problema. Y tiene una sola puerta para entrar en la realidad, no muchas. Si quiere la verdad y busca elegir lo que dice que quiere elegir (“quiero cambiar ésto”, “quiero hacer esto otro”, etc.), tiene que pasar por esa puerta.
Ahora bien, se puede intentar abrir esa puerta de dos maneras: o con el sistema ideológico, que es un chaleco de fuerza, o de la forma que acabamos de mencionar, esto es, por una elección libre. El verdadero camino es este último, el del ejercicio; el otro es el ideológico.
En toda esta cuestión el criterio para juzgar no es preciso inventarlo, ya está hecho. Pero a una persona no se le debe decir “Usted es un imbécil”, ni siquiera “Usted está equivocado”, sino demostrarle de que el criterio que él tiene para enjuiciar algo es un criterio que es, necesariamente, del régimen. Que desde este ángulo no se puede enjuiciar así. No es que no se puede porque alguien dice; no se puede porque es lo mismo que pisarse los pies para caminar: uno se cae. Entonces esa persona debe comprender, primero, pero más luego sentir, las razones por las cuales está equivocada y las razones sobre cómo reordenar el conjunto de sus criterios, no para coincidir con uno, sino coincidir con un punto focal, que está mucho más allá de él y de nosotros. Eso es lo que hay que lograr.
Hay una escala de valores, que es lo que Perón llamaba ideología. Llamaba ideología a la axiología, un concepto del medioevo tardío, del que la modernidad lo tomó. Contemporáneamente se le dice axiología precisamente por esa construcción. En aquél entonces se decía ideología: Perón tomaba esa cosa antigua y él decía ideología no por error, sino -yo creo- con la intención clara de confundir al enemigo, a los tipos que decían “El peronismo no tiene ideología”. Se les podía responder entonces: “¿Cómo, si Perón dice ‘la ideología’?”. Y entonces los confundía a los otros. A los nuestros no los confundía porque no tenían la menor idea de qué era antes o después, daba lo mismo. Lo que Perón decía era así, y chau. El problema era de los otros, que quedaban trabados en su razonamiento. Pero en rigor, lo que Perón llama ideología es la axiología.
Hay, primero, un criterio axiológico. Pero a ese campo axiológico o de los principios, que es un campo del deber ser, o de la virtud, debe sumarse el campo de la acción en función de la virtud, o sea en función de los principios. Éso es lo que se llama doctrina. En el medio, como conexión entre la una y la otra, están las parcialidades teóricas, porque hay veces en que hay mucha distancia entre el principio y la acción, e incluso la doctrina. Entonces se formula una teoría: una “teoría general de la justicia” (o del derecho), una “teoría general del desarrollo económico”, una “teoría general de la salud”. ¿Para qué? Para que lo que es principio, traspasando por la teoría, llegue al campo doctrinario y pueda ser práctico. Entonces baja el principio hasta el nivel del tipo que, pata al suelo, lo tiene que realizar. Por eso se dio en la época peronista la discusión de Cossio con Kelsen.
El poder no es fuente de derecho
La importancia que tiene la Teoría Pura del Derecho de Kelsen es que plantea el derecho de la fuerza, que en realidad no es ningún derecho. El derecho de los golpes de Estado -el argumento de que “la situación de hecho engendra derecho” o “es fuente de derecho”- está fundado en Kelsen. La situación de hecho no engendra nada. Lo que hay en Kelsen, y en todos sus acólitos, es una sórdida y aprovechada ignorancia del Derecho Natural.
En la Teoría Egológica, de la que Cossio fue uno de sus expositores, se plantea un orden que empieza por el Derecho Natural. ¿Cuáles son las fuentes del derecho? El Derecho Natural, la Ley (la Norma, con su orden jerárquico de constitución, leyes, etc.), la Jurisprudencia, la Doctrina y la Costumbre.
Si se invierte el orden que preside el Derecho Natural -que es lo que hacen estos aprovechadores en beneficio propio, en el caso de los contratos de adhesión, por ejemplo- queda en primer lugar la Costumbre (“nosotros lo hacemos así”). ¿Qué cosa es ésa? ¿Qué pasa con el Derecho Natural? ¿Con la Ley escrita, positiva? ¿Con la Jurisprudencia? ¿Con la Doctrina? La Costumbre viene recién después, si hay algún agujero que llenar. Kelsen, los golpistas, los imperios (políticos, económicos, etc.) dicen: “El poder engendra derecho”. Y el poder no engendra ningún derecho. El poder respeta o no respeta el derecho, pero no lo engendra. Porque lo único que engendra derecho es la legitimidad.
La legitimidad tiene un orden prelatorio basado en la axiología, en principios universales, aceptados, fundamentales y de Derecho natural. Esto es simple, como es en rigor en Santo Tomás de Aquino. Pero a lo sencillo se lo hace complicado para embarullarlo todo, para que los que tienen poder (por lo general unos pocos) hagan la de ellos. Abreviando: para que no haya ningún derecho. Se consuma el mismo proceder que en los casos de la salud, el trabajo, la educación o la vivienda, por dar ejemplos elementales y asequibles a todo el mundo.
La discusión por el verdadero derecho ya está presente en la controversia de Jesús con el Sanedrín. El Sanedrín plantea que hay 650 preceptos. Jesús responde: “Esos preceptos los hicieron ustedes. No hay ningún precepto. Hay diez mandamientos. Y hay uno que lo dice todo”. Ante este planteo los miembros del Sanedrín y los fariseos en su conjunto se enardecen, porque con el trapicheo de los 650 preceptos, acumulados durante 3.000 años, habían logrado el poder exclusivo del grupo. Habían implantado la oligarquía.
La configuración de la oligarquía
Incluso impusieron el mito trágico en Israel. Por eso, dos siglos antes de Cristo, en -180, Judas Macabeo le escribe a Ageo, rey de Esparta, diciéndole que ellos son hermanos, y el otro le contesta confirmándole que efectivamente es así, que los egipcios dicen lo mismo y que todos “pertenecemos al mismo pueblo”. ¿Por qué? ¿Cuál es el secreto? El secreto es que se trata del mismo régimen (como los soviéticos y los norteamericanos que, veinte siglos después, se envían los mismos mensajes, aún en plena guerra fría).
Esa porfía del Sanedrín, que pertenece al pasado, responde también a la estructura de la tragedia como realidad. Es la tragedia lo que les pasa finalmente. ¿Por qué llora Jesús por la suerte de Jerusalén? “Si tú hubieras comprendido… Tus enemigos te arrasarán junto con tus hijos… y no dejarán en ti piedra sobre piedra…” Y así fue: veinte o treinta años después Tito (el vengador, como le llaman quienes ven en él un arma de la que se vale la Providencia para que se cumpla la verdadera Justicia sobre aquel pretendido derecho inventado por los hombres) arrasa Jerusalén. En realidad es un acto histórico, que la Providencia aprovecha. Como siempre, la causa primera es el acto histórico, y su administración por la Providencia es causa segunda. Fueron esos hombres contumaces los que lo provocaron.
Esto lo cuenta para los gentiles el historiador Flavio Josefo, que era fariseo y general de los judíos, en sus Antigüedades Judías (un relato desde la creación del mundo hasta la destrucción de Jerusalén), especialmente en su parte final, La guerra de los judíos. Flavio Josefo, en Cesárea de Filipos -a la que él cita como Torre de Estratón, porque así se llamaba antes de Herodes-, había sido jefe de los sitiados mientras Tito lo cercaba, y aguantó cerca de tres meses. Tras la derrota de los judíos, arrasada Jerusalén, Flavio
Josefo se entrega a la clemencia romana y Tito, un brillante conductor, que conocía sus condiciones, lo aparta de los prisioneros, lo manda llamar y lo pone a su lado. En las Antigüedades está claro, asimismo, cómo habían sido las etapas del pueblo judío, en cuyo seno hubo también una mestización. En la época del advenimiento de Cristo, Israel ya está totalmente helenizado: los fariseos, los ricos, los funcionarios, los comerciantes, hablan griego; ponen a sus hijos nombres griegos, de modo que ya no hay ningún Isaac, Samuel o Jacob. En hebreo ya no habla nadie, salvo los sacerdotes durante las ceremonias, y son contados los que entienden sus palabras. Sólo el pueblo, los pobres, hablan en el viejo arameo. Por eso Cristo predica en arameo.
En Israel hay entonces una fusión, que permite que la estructura trágica griega se vea reforzada con la resistencia farisaica al cristianismo. Estos dos componentes reunidos -la estructura de la tragedia y el fariseísmo- configuran el proceso de la oligarquía anterior a la modernidad, y el de la modernidad misma.
Origen de la oligarquía en Europa y EE.UU.
Fariseísmo y mito trágico, en efecto, constituyen el núcleo del conflicto fundamental entre Carlos V20 y las potencias protestantes del norte europeo. El rompecabezas de los protestantes no es otro que éste. Lutero21 es un agente oligárquico, y lo demuestra con toda claridad en la guerra campesina: primero da cuerda a los labradores y aldeanos para que se rebelen, y luego dice a los príncipes que deben reprimirlos (ahí nacen los Hermanos Moravos, después de la batalla del Monte Tabor). El problema fundamental de lo que desde entonces comienza a denominarse “Occidente” queda planteado ahí, y desde entonces sigue ese curso.
En la España romana -en el verdadero sentido de lo que este término significa en los siglos XV y XVI- lo que había armado Lutero resultaba intolerable. Con todo derecho cualquier español hubiera podido preguntar a cualquier protestante: “¿Así que nosotros somos absolutos? Y ustedes ¿qué son?”. Porque los mismos que hablaban contra la Inquisición se cansaron de quemar gente. ¿O de quién es El Martillo de los Brujos, editado en Ginebra? Porque El Martillo es un clásico en su género, que explica cómo se debe torturar. Los métodos que prescribe le son suministrados incluso a Juana de Arco. Sus enseñanzas se aplican repetidamente no sólo en Inglaterra, Francia, Alemania y en general en todo el norte de Europa, sino también, después, en los Estados Unidos (el caso de las “brujas de Salem” es el más conocido, pero hubo en ese país, hasta bien entrado nuestro siglo, infinidad de episodios similares). Las cosas que llegaron a pasar en Francia fueron realmente innombrables (los “demonios de Ludún” figuran en esa lista incontable). Y ¡oh casualidad!: los países que acabamos de citar aparecen hoy, según la imagen que de ellos nos proporcionan los mass media, ¡como los más inflexibles defensores de los derechos humanos!
No pretendo decir que durante los siglos XV y XVI había de un lado santos y del otro demonios. Santos y demonios había de los dos lados. Pero lo que aún habría que desentrañar es por dónde iba el hilo esencial de todo este proceso, que también aparece cuando todo ésto se vuelca sobre América. Aquí no existía la estructura histórica feudal de Europa y, desde el punto de vista de ellos, los que habitaban América estaban pelados, en medio de la más absoluta nada. Pero no era la nada, era un algo que no conocían, que ignoraban. Ese “algo” era un algo nuevo, pero necesariamente contenía también la impronta de quienes habían resistido aquel proceso de protestantización en Europa.
20 Carlos V (1500-1558): príncipe de los Países Bajos (1506-1555), Rey de España y Nápoles (1519-1556) y Emperador de Alemania (1519-1556). Su reinado fue de contínuas luchas. La primera guerra, lamada de las Comunidades, surgió en Castilla como protesta por la imposición de gobernantes extranjeros, vencidos los comuneros en Villamar (1521). La lucha contra los mahometanos tuvo dos frentes, uno en el centro de Europa contra Solimán el Magnífico, emperador de Turquía y el otro en el Mediterráneo, donde Barbarroja se apoderó de Túnez. La lucha contra los protestantes, a quienes venció en la batalla de Mühlberg (1547), ceso en 1548 por el convenio de Nassau, ratificado en Hamburgo, por el que se reconocía igualdad y libertad religiosa a católicos y protestantes.
21 Lutero, Martin (1483-1546): reformador y teólogo alemán, egresó de los ermitaños de San agustín donde se ordenó sacerdote. Un viaje a Roma, donde según él existía cierta relajación de la Iglesia, le hizo concebir la Reforma; publicando las 95 tesis contra las indulgencias. Los puntos esenciales de la doctrina luterana son la importancia que se da a la fe, capaz de la justificación, ya que la naturaleza humana, corrupta por el pecado, sólo puede redimirse por Cristo y la fe en Él. El celibato en el clero es optativo. En principio se admitió la confesión privada y la absolución, pero sin necesidad de enumerar los pecados. Negación de la libertad a causa del pecado original. Niega la idea del sacrificio eucarístico, sustituyendo la transubstanciación por la ubicuidad o consubstanciación. Preconizó la libre interpretación de la Biblia.
Los dos frentes (las dos caras) de Iberoamérica
Si volvemos al concepto de los culturemas, podemos preguntarnos cuáles sobrevivieron en América. La respuesta correcta es que sobrevivieron todos. Y del otro lado podemos encontrar todo el conjunto de los sofemas, ya desde entonces formando parte de lo que hoy llamaríamos el “frente antinacional”, o el “frente antipopular”. No corresponde juzgar aquí si los que piensan y obran a partir de sofemas son buenos o malos: ellos estuvieron siempre, y están convencidos aún, de que es así.
Casi desde nuestros orígenes, por tanto, existe en Iberoamérica una radicalidad en el enfrentamiento que subyace muy por debajo de la radicalidad, o no, que muestran a lo largo de nuestra propia historia los enfrentamientos políticos, militares, económicos, etc., en la superficie visible, sensorial, de la realidad. Y en aquel nivel primario, esencial, no hay arreglo posible, porque unos son fariseos, y por tanto soberbios -no en el plano personal, pero sí desde el punto de vista cultural- y los otros carecen de elementos suficientes: tienen los elementos míticos pero no disponen de elementos racionales. Mientras éstos giran en el eterno retorno, los otros pareciera que se elevan en la soberbia más absoluta. No hay disposición alguna a la unidad, no porque los diversos actores no quieran, sino porque es imposible.
Ante tal panorama ¿cuál será la política correcta? Será aquélla que permita que, por un lado, ésto se desarrolle, y por el otro, se pueda llegar a una resolución en paz de esta cuestión. Una política pacífica no es una política pacifista. Pero menos aún podría ser violenta, como quieren y buscan los fariseos de nuestro tiempo.
El mito del héroe y el origen de la violencia
Desde el momento en el cual ellos comenzaron a consentir la homosexualidad comenzaron a fomentar la violencia. A lo largo de la historia, violencia y homosexualidad han estado siempre íntimamente ligadas. Pero nadie puede, en el mundo humano, violar la naturaleza sin pagar las consecuencias. Se puede imaginar esa posibilidad, escribir novelas o hacer películas en las que esa violación sale gratis, pero en la realidad éso se paga. Cuando ocurre, lo pagan las personas, pero también lo paga la sociedad, porque lo permite. Y si lo alienta es mucho peor.
A esta primera violación le siguen una serie de actos violentos, que la continúan y son sus secuelas. Entre ellas está la violación del Derecho Natural, pero también la de la convivencia, el “escándalo de los pequeños”, y suma y sigue. Todo se vuelve, en realidad, escándalo, las violaciones prosiguen, y tal suma ¿como hace para no terminar en la violencia física? Los crímenes más terribles, más sangrientos, los cometen los homosexuales. No es que ellos lo quieran, pero la violencia es consustancial a la homosexualidad. Bajo su apariencia rosada, se trata de algo que en el fondo es profundamente negro.
Homosexualidad y violencia están involucradas en un mito profundo. Desde el punto de vista de la guerra psicológica ellos saben que es así. Y lo saben, al punto de haber asociado al nazismo con la homosexualidad. Se han basado para ello en una anécdota que es Roehm y el grupo que lo rodeaba, que habrían sido a la vez homosexuales y los nazis más violentos y revolucionarios, al punto que un día matan a doscientos en la “noche de los cuchillos largos”. La guerra psicológica de los Aliados tomó este episodio y lo desarrolló, demostrando la presencia del mito profundo. Desde el punto de vista mitológico, el del conocimiento poético, cualquiera sabe que ésto es así, que es cierto. Y que si lo de Roehm no fue así, debería haberlo sido. Es una lucidez que no se puede explicar, pero que es, porque se constata en la realidad cotidiana.
Cuando se habla de otro caso, el de José Luis Cabezas ¿de qué se habla en realidad? Y otro más: ¿cuál es la discusión cuando Emilio Eduardo Massera dice que Acosta tiene una bomba atómica en el cerebro? En realidad Acosta no tiene una bomba atómica en el cerebro, el caso es más simple: no tiene alma. Massera no se atreve a decir ésto. No lo dice porque Acosta, y muchos más entre ese tipo de gente, son el producto final del proceso contracultural: son asesinos, peor aún, matarifes. Matar no les produce nada, están anestesiados totalmente, no tienen alma. Son un núcleo duro que, si se pudiera romper, encontraríamos que por dentro está vacío. Si no, no les hubiera sido posible hacer lo que hicieron. Podemos legítimamente preguntarnos qué se ha destapado, qué ominosa caja de Pandora se ha abierto en nuestro tiempo. Y algo más ominoso: ¿quién vuelve a meter todo ésto dentro de la caja?
Y bien, algunos de esos tipos, por ejemplo Alfredo Astiz, eran homosexuales. Y en el bando opuesto pasaba lo mismo. Porque la encarnación del héroe en términos apolíneos, que ambos bandos pretendieron demostrar, termina finalmente en Dionisios, en la orgía. De Apolo dice bien Giorgio Colli que “la misma lira que tañe es la que compone el arco que mata”. La lira se hacía con dos cuernos, y con dos cuernos también se hacía el arco, de modo que son un mismo instrumento. Por eso Apolo no es lo que suele decirse: es el que hiere de lejos, como revela Homero, aunque sea, al mismo tiempo, el que protege las artes. Estos, que son nombres, son también imágenes que perviven en el imaginario subterráneo de una cultura. Están presentes aunque se ignoren ya los nombres. La estructura que señalaban sigue funcionando.
Pero Perón murió en la cama
Conozco un montón de Hamlets que caminan por la calle, decenas de Edipos y de Ofelias y de Agamenones. Los conoce cualquiera de nosotros. No les es menester vestir una toga y declamar en el proscenio, están en la realidad, porque están en la cultura, profundamente. Son elementos contraculturales, pero ¿cómo se los distingue, cómo se los separa? El único que los separa es Cristo. Y en la Argentina el único que era consciente de eso y los separó claramente fue Perón: por eso quería volver y morir en la cama, como cualquier vecino, como antes que él habían hecho San Martín, Rosas e Yrigoyen. Lo que ellos rechazaron no fue el protectorado del Perú, la guerra, el partido, el gobierno o lo que fuere, sino el precio cultural que había que pagar para seguir. No lo pagaron. De esa actitud brota la condena que toda la imbecilidad lanza sobre éllos: es la condena de la contracultura. Estos imbéciles deseaban, en realidad, que ellos hubiesen seguido, pero pagando el precio. Y en caso de que hubiesen pretendido seguir, pero sin pagar, también tenían preparada la respuesta: el héroe trágico.
Lo mismo les hizo Napoleón. Es la respuesta inversa, siempre, de la que dan ellos. Porque no hay ningún liderazgo popular que sea trágico. Con total seguridad se puede afirmar que cuando es trágico no es popular. Por eso el régimen levanta ahora a Guevara y a Evita, contra Perón y contra Castro.
La peripecia de Fidel Castro es paradigmática: después de 40 años como conductor de un proceso revolucionario, que en sus comienzos fue violento, en Cuba no hay ya, ni habrá en adelante, una gota de sangre más. Mientras en las calles de La Habana grandes carteles siguen reviviendo el mito de las metralletas y los barbudos, en la realidad Castro acepta ahora el bronce y orienta un proceso de transacción. En Cuba, por tanto, se acabó la tragedia.
Con Béguin22 ocurre otro tanto en Medio Oriente: se cansó de matar ingleses primero y árabes después y, en otro momento histórico es, en Israel, el único que arregla. ¿Qué había que hacer? Reunirse con Anwar el-Sadat23 . Y cuando Béguin lo hace deja pagando a todos los que viven del conflicto: en primer lugar los asesinos, por supuesto. Los verdaderos asesinos, la haganá, no los combatientes.
De ejemplos como éstos está lleno el mundo. Porque se trata de la estructura fundamental, que está en todas partes.
22 Bégin, Menahem (1913-1992 ): político israelí, fundador del partido derechista Likud (1973). Ocupó la jefatura del gobierno de 1977 a 1983. Partidario de una solución negociada para el Oriente próximo. Premio Nobel de la Paz en 1978 junto a Anwar el-Sadat.
23 Sadat- Anwar el (1918-1981): militar y político egipcio. Presidente de Egipto de 1970 a 1981. Se apartó de la política pro-soviética de Nasser, firmó con Israel los acuerdos de Camp Davis. Murió asesinado.
Los extremismos forman parte de la contracultura
En el campo político todos los extremismos, obviamente, son trágicos. Y son también británicos: los ingleses han manejado en todas partes tanto a los trotzkistas como a los nacionalistas, porque tienen absolutamente claro este problema antropológico, y lo usan. Lo han empleado en la India (donde el nacionalismo, como parte del legado británico, logró dividir a un país, antes unido y sin mayores conflictos internos, en tres: India, Pakistán y Sri Lanka, tal como lo denuncia Toynbee en The World and the West), y también lo hicieron en China, en América, en todos lados… Y funcionó. Los ingleses son perfectamente concientes de lo que crearon, o contribuyeron decididamente a crear. Y participan en cada ocasión que se presenta: su preeminencia, incluso actual, no depende de su poder económico -de ahí que los marxistas no tengan la menor idea de esta cuestión-, sino del manejo de los extremismos trágicos. Los norteamericanos tampoco tienen la más pálida idea de una práctica que, aunque ignoran, a ellos también les cabe. ¿O qué son los asesinatos de John F. Kennedy, Martin Luther King, y antes Abrahan Lincoln? Son puestas en escena del mismo tema: la fabricación de la tragedia, cuyo empleo se repite insistentemente: la víctima difícilmente muere en combate; la matan, y después la glorifican como héroe trágico. ¿Por qué hacen ésto? Generalmente la respuesta es “porque se necesita”. Se necesita el héroe trágico. Desde el punto de vista contracultural ésto se entiende así. No hay ninguna otra consideración, porque para los asesinos el resto de la humanidad, digámoslo sin rodeos, es mierda. La violencia y el asesinato son, en términos contraculturales, algo meramente instrumental.
Vemos aquí que otro rasgo fundamental de la contracultura es la creencia en que hay hombres y subhombres. El problema es, a partir de esta idea, racial, religioso, lingüístico, cultural… y crematístico. Porque todos los demás aspectos se pueden superar, salvo el del dinero. Por éso son fariseos. No serían fariseos si tuvieran todos esos prejuicios menos éste. Es por eso que para ellos el que es pobre deja de contar, no existe. Uno puede ser Galileo, pero si es rico no hay complicaciones; puede ser samaritano, pero siendo rico tampoco hay complicaciones. Si en cambio uno es pobre, ni aún siendo judío es computable.
Fariseísmo no es judaísmo
Y a propósito, debemos señalar que para Occidente el pueblo judío y la cultura judía son una cuña, en la medida en que sean los fariseos quienes los manejen. Los fariseos judíos manejan a la comunidad judía como si fuera un matadero. Ellos son los que llevan al matadero a los judíos, con la obvia complicidad de los otros, de los fariseos no judíos. Debido a que el fariseísmo es un sistema de carácter contracultural, no es necesario ser judío; más aún, hoy los judíos son una minoría en las filas del fariseísmo. La inmensa mayoría son gentiles, goim. Pero estos fariseos judíos siguen jugando el rol de tomar a su colectividad y castigarla constantemente, convertirla en víctima y ofrecerla, no a Jehová sino a Mammon. Es lo que decía Jesús: ¿A quién sirven? Porque no se puede servir a dos amos. Y ellos, desde aquel momento hasta hoy, siguen sirviendo al mismo amo. Hablar de lo que ocurría hace 2.000 años es inevitable, si no es imposible entender qué pasa. Sobre todo porque ya desde entonces todo ésto estaba organizado y tipificado claramente. Hay que extrapolar el comportamiento de los fariseos, tomarlo desde los cuatro Evangelios y desde los Hechos y las Cartas, para comprobar que se trata de un complejo no judío, ni siquiera originariamente judío. Contiene, en cambio, un elemento griego que es fundamental.
La formación del fariseísmo como secta ocurre dos siglos antes de Cristo. Está inserta en el proceso de helenización de los judíos. A la inversa de lo que muchos han creído, en vez de separación hay ahí una verdadera fusión. Y después de ese proceso ya no se puede decir que haya una cultura griega. El hacedor de cultura, en adelante, será Roma, y los que se van del Imperio -por ejemplo, a la India- desaparecen de la historia, al menos de la oficial. El judaísmo se desarrolla, desde entonces, en el mismo lugar donde se desarrolla el cristianismo, en el Imperio, como elemento claro de oposición.
La oposición del judaísmo al cristianismo no obedece a un problema religioso, sino a una cuestión histórica. Los dirigentes del pueblo judío deciden que el poder temporal es lo importante y todo lo demás una fantochada. Sólo para algunos insensatos el problema es religioso. Pero a los fariseos les conviene la difusión de este error, porque los prestigia ante la comunidad judía y les permite, en consecuencia, conducir el gueto. Hace ya mucho tiempo que estos hipócritas no tienen nada que ver con la religión, con ninguna, y menos aún con la judaica. No tienen nada que ver con ella ya en la época de Cristo, como lo demuestra el propio Cristo.
¿Quiénes gobiernan los campos de concentración?
Somos nosotros los judíos. Ellos no son nada, o en todo caso son una cosa. Los fariseos, judíos y de los otros, sólo son pobres esclavos que pasan del gueto al campo de concentración y del campo de concentración al gueto.
Y a todos los demás, en nuestros días, también les ocurre lo mismo, porque el modelo, que es el modelo oligárquico-farisaico (el del gueto y el del campo de concentración) es ahora un modelo universal. Los guetos se llaman ahora “countries”, “barrios vigilados” y “villas de emergencia”. Y en el orden de las actitudes morales o del espíritu ¿no vivimos en un campo de concentración? ¿No vivimos también en un campo de concentración en el orden político? (Sin vigilantes y sin perros porque ya la perfección es tal que no necesitan uniforme).
En los actuales campos de concentración también hay kapos. Carlos Saúl Menem, por ejemplo, es el kapo de un campo de concentración llamado “República Argentina”. Y después vienen todos los aspirantes a kapo, que hacen lo mismo que hacían los fariseos con su comunidad: son vampiros, viven de la sangre de sus congéneres y, sobre todo, de los que son sus compatriotas y hablan su misma lengua.
Cuando hablamos de campo de concentración nos referimos, no al mito del campo de concentración, sino al campo de concentración real, a cómo fue verdaderamente durante el régimen nazi. Las SS, por ejemplo, no podían entrar al campo: permanecían afuera de la alambrada. Dentro de la alambrada estaban los rojos o los verdes, había 16 categorías que usaban un rombo de color para distinguirse ente sí. Los rojos eran los políticos, los verdes delincuentes comunes, los amarillos judíos. Y dentro de los campos de concentración la lucha por el poder era entre los rojos y los verdes, por la explotación de sus compañeros. Los milicos de las SS tenían prohibido cruzar la alambrada; sólo intervenían si los prisioneros pasaban del otro lado. Los que gobernaban los campos eran, por tanto, los kapos. Tal era el status del campo de concentración. Y éso es lo que se oculta. Lo sabemos porque lo cuenta, en La mentira de Ulises, alguien que estuvo en el campo de Dachau cuatro años, nada más que por ser diputado socialista, el francés Paul Rassinier. Rassinier escribe este libro porque, tras ser liberado, descubre que nadie contaba la verdad. Ningún otro podía decirla -ni los políticos, ni los comunes, ni los judíos ni nadie- porque ellos mismos eran los que torturaban a su propia gente, que es lo que hacen siempre los kapos, con alambradas o sin ellas. Pues bien, a raíz de la publicación de este libro testimonial, Rassinier es acusado, en una Francia que ha retornado a la democracia… ¡de “pro-fascista”!. Los “Compañeros de la Liberación”, sobrevivientes de los campos que ponen su sede al lado del mausoleo de Napoleón, inician una persecución contra Razinier tal vez porque son, en su mayor parte, héroes de madera, fabricados por la prensa. De hecho, los kapos eran mayoría entre los que sobrevivían a las penurias del campo de concentración.
Es preciso decir la verdad
¿No es el campo de concentración el modelo de la sociedad en que vivimos? ¿No es, también, el modelo que persigue la contracultura? Para comprobarlo, basta mencionar que en los campos están prohibidos los tabúes trágicos: el poder, el amor, el saber. Lo animal está, en cambio, permitido. Es la realización del ideal de la oligarquía occidental.
Creo que cabe aquí mencionar que quienes inventan y emplean por primera vez los campos de concentración son los británicos y los franceses. Los británicos en Africa del Sur los ponen en boga con los boers, pero los franceses ya lo hacían en la Isla del Diablo, porque esa isla empezó como un campo de concentración, no como una prisión, en 1848. Los primeros que van a la Isla del Diablo son los federados del 48. Los deposita allí el Estado francés de 1848, el Estado de Thiers, que es el Estado masónico. Al menos eso es lo dicen por entonces, sus propios funcionarios. Los alemanes, después, simplemente lo siguen aplicando. Y los soviéticos hacen otro tanto en los gulags. Lo mismo que los norteamericanos, con 150.000 japoneses en los nisei durante la Segunda Guerra Mundial. Y los mejicanos. Los procesos de reconcentración de poblaciones que se verifican en Vietnam y en otros países, se hacen primero en Méjico, hacia 1924, cuando los cristeros. Los campos de concentración para los cristeros mejicanos son muy similares a los de la guerra de los boers, incluyendo el hambre y las pestes, porque se deja a los prisioneros desprovistos de todo. Y ¿no hacen también ésto los adalides de la democracia oral, los franceses, con los republicanos españoles, a los que “acomodan” en la arena de la costa, en pleno siglo XX? Pasando revista a estos hechos, todo aparece como si se hubiese puesto en vigor, desde mediados del siglo pasado, un convenio clandestino mundial sobre este punto. Un convenio, obviamente contracultural, del poder. Dicho en otro lenguaje, podría designarse a ésta, también, como la “política de Satanás”. El poder mundial es semejante a un icosaedro: tiene veinte caras, si no más. ¿Cómo no van a aparecer, en medio de situaciones de esta envergadura monstruosa, quienes piensan en términos de milenarismo, quienes vislumbran un “Juicio de las Naciones”, en el que todo ésto termine para siempre, porque es insostenible?
Nuestro problema es, por tanto, cómo se sale del campo. En nuestra situación es un acertijo bastante difícil porque no hay alambradas ni están, aparentemente, los perros ni los guardianes. No existen los límites físicos. Han logrado poner los límites dentro de la cabeza y en el corazón de cada uno… ¿Y entonces?
Este parece ser el problema central de nuestro tiempo. Sobre él habría mucho que decir. Sólo hemos pintado aquí su realidad en trazos gruesos, pero puede ser examinado mucho más fina y detalladamente. Lo que creo es que estas cosas hay que decirlas… o callar. O se dice la verdad o se la calla. Cuando uno calla no miente, pero también está condenado el callar cuando se sabe la verdad. La verdad obliga a decirla.
El protagonismo del pueblo en el proceso peronista
El peronismo es una cosa del pueblo. Porque el protagonismo del pueblo en el peronismo existió. Ahora, lo que se trata es de ver cómo y cuándo. Porque hay una teoría, la de los basistas, que dice: “Todo lo hizo el pueblo, Perón es un producto del pueblo argentino, y si no hubiera sido Perón hubiera sido cualquiera”. Decir tal cosa es mentir, porque la historia no está dada. Podía ocurrir o no. Hubo una conjunción, pero esta conjunción fue preparada. Juan Domingo Perón estuvo tres años preparándola, haciendo lo de Hipólito Yrigoyen24 : hablando en pequeños grupos de personas y trabajando en el despacho 17 ó 20 horas por día. Y no sólo Perón, sino también los que lo acompañaban.
Los que escuchaban la palabra de Perón iban y repetían, a veces bien y otras veces mal. Generalmente repetían pasándolo por el prisma de lo que eran antes de escucharlo: unos lo pasaban por el tamiz anarquista, otros por el socialista, otros por el comunista, otros por el tamiz católico, por el nacionalista, por el radical o por el conservador, porque de todo éso hubo…
El punto de fusión fue, obviamente, el 17 de octubre de 1945, un hecho conocido aunque bastante mal valorado, porque no es un “encuentro”. El encuentro ya había sido antes, por eso los tipos estaban ese día en la plaza. No pedían por cualquiera. No es lo mismo cincuenta tipos que claman “¡General, no afloje!” en la calle Tucumán frente a la Legislatura que lo que hizo la gente con Perón. La historia no es un “vale todo”, o un “todo es igual”. Todavía no era pueblo pero ya sabía de qué se trataba ser pueblo.
24 Yrigoyen, Hipólito (1850/2-1933): fue uno de los fundadores del partido radical. Elegido presidente de la República de 1916 a 1922, proyectó la nacionalización de los yacimientos petrolíferos, elegido por segunda vez para la presidencia (1928-1934) fue depuesto por la revolución militar en 1930, encabezada por José F. Uriburu.
Masa y pueblo
El pueblo no es ni una clase social ni una etnia ni ninguna de esas cosas. Es una mezcla. Todavía nadie ha precisado el término “pueblo”, aunque Perón intentó, mucho después, una reformulación de la categoría, al señalar la diferencia entre masa y pueblo e identificar con éste los términos “organización”, “dignidad” y “doctrina”.
En 1945 había poca organización, algo de doctrina y mucha dignidad. Por entonces Perón hablaba constantemente de “la masa” pero, también, fue aprendiendo. Con el paso del tiempo se fue desprendiendo así de muchas palabras, no porque fueran malas, sino porque dejaban de significar. Necesitaba, para lo que estaba construyendo, una categoría superior a la que se empleaba lingua vulgaris, no sólo en la Argentina sino en todo el mundo, consistente en decir masa: “la masa proletaria”, “la sociedad de masas”, los “mass- media”.
Perón creó una categoría -pueblo- que, habiendo sido hasta entonces de carácter político general, él convirtió en categoría específica. Porque “pueblo” no es “el pueblo”, sino que es un proceso de transformación. Un marxista explicaría “de toma de conciencia”, un cristiano o un musulmán dirían “de conversión”, y los peronistas decimos “de dignificación, adoctrinamiento y organización”.
Organización es participación; es compartir el criterio, el adoctrinamiento, y es también recuperación de la propia humanidad en la dignidad. Éso es pueblo.
Preferir el pueblo a la masa no contiene el designio de crear una dicotomía hegeliana, una contradicción, entre pueblo y masa. La masa también es pueblo. Cuando nos hemos referido a la cultura, hemos dicho que la masa tiene una cultura que es originaria y originante. Tiene tierra fértil. Es poseedora, casi exclusiva, del mito. El proceso de adoctrinamiento y de organización es un proceso de jerarquía ordenada, es el mismo proceso de adquisición de las técnicas o de los valores superiores del espíritu, o sea de la capacidad para salir del mero mito. No cabe despreciar al mito, pero éste es el proceso de su tránsito al conocimiento de logos.
Lo que dice Perón no es un dislate, sino algo profundo. Él también va a buscar, como propone Jaeger, el origen del logos en el mito. Y no lo va a buscar en el pasado, sino en su presente, en donde está. Y así, contra los que piensan que Perón escribió la doctrina peronista, él responde: No, yo la leí. ¿Dónde? En el pueblo. ¿Estaba allí el logos? Sí, y él lo expresa, porque puede expresarlo. Estaba de otra forma, de otro modo; estaba en el modo del mito y en términos poéticos, que había que convertir en discurso político, o sea en doctrina. El proceso ha sido ése.
Exilio, peregrinación, retorno
Podría pensarse que si uno afirma que el logos de esta civilización está agotado, debería ir a la fuente y ponerse a estudiar los mitos griegos. Esta afirmación es mitad acierto y mitad error. El error es obvio. Y el acierto es sólo la mitad porque el resto, la verdadera otra mitad, es que el mito está presente en el hoy. Y lo que debe hacerse es bucear en la propia realidad, porque de ahí va a salir todo. El logos sirve para saber cómo, pero no para saber qué.
Pretender llegar hasta el mito de los griegos es hacer un mero uso del logos, adoptar una actitud historicista, pensando que uno va a descubrir así qué pensaban los griegos. No se puede llegar al mito de los griegos y, más aún, es altamente factible que podamos alcanzar el pensamiento de los griegos contemplando a la gente de hoy y no leyendo libros de historia u observando ruinas para ver qué dicen las piedras. Porque ocurre que los griegos murieron, desaparecieron, y si hay algo vivo está acá, entre nosotros.
Del mismo modo que desde la época de la Grecia llamada “clásica” está presente la tragedia en el ámbito virtual de la contracultura, también desde entonces está Ulises en la realidad de la cultura. Si por un lado la Ilíada, para muchos de sus partícipes (Aquiles, Menelao, Agamenón, Ajax…), es una tragedia, la Odisea, por el contrario, es un drama. Y es a la vez un modelo, el de un hombre que no es “héroe”. Cuando Homero habla de Ulises, rey de Itaca, dice “el ingenioso Ulises”. Aquiles y los otros eran, en cambio, “brillantes”, eran “amigos de Ares”, etc., pero no ingeniosos. El paradigma histórico del hombre, por tanto, es Ulises; el resto -los otros personajes- forman parte de una fábula. En el siglo VIII, ó IX A.C., cuando se escribe (o se reúne) la Odisea, el relato histórico era mitológico, era fábula, venía ya impregnado de lo trágico, y es en Ulises que emerge el hombre verdadero.
Los atributos de Ulises son la peregrinación, la valentía, la inteligencia, la “habilidad en tretas”… Ulises se pelea con el mundo, hasta con los dioses; vive diez años de su vida navegando en vano (la peregrinación o, dicho de otra manera, la vida), para retornar finalmente y encontrarse con que le habían evaporado el patrimonio, se querían acostar con su mujer, querían matar a Telémaco -su hijo-, y hasta que habían decidido matarlo a él. Su vuelta a Itaca parece entonces una venganza, pero él ha retornado para ejercer la justicia, que es lo que en verdad hace finalmente.
El proceso exilio-peregrinación-retorno, que es el modelo de Ulises, también es el modelo del pueblo de Israel. Por dos veces, y en realidad por tres: la primera vez el exilio es en Egipto; la segunda es en Babilonia. Y la tercera es la Diáspora. Es el exilio, es la peregrinación -corta o larga, poco importa- y es finalmente el retorno.
¿Qué es, en verdad, un “modelo”?
Cuando se dice “Grecia es Occidente” se dice una estupidez: el tropismo que los griegos tenían -y que realiza Alejandro- es el tropismo de volver a las fuentes. Ellos también eran exiliados, peregrinaron muchos siglos y finalmente volvieron al mismo lugar, o parecido, de donde habían salido. La epopeya siempre es ésa, en Ulises, en los griegos y para el pueblo de Israel. Y ¿no es también el modelo de cualquiera? Las diversas cosas que les ocurren ¿no son las cosas que le ocurren a un hombre, o a un pueblo, como en el caso de los judíos? Ésos son los modelos, porque ése es el modelo de la historia.
Pensar en un modelo no es pensar “yo voy a ser como…”, que es como se concibe el modelo en términos modernos. Los verdaderos modelos son proposiciones de carácter histórico que después se cumplen en la realidad, independientemente de que los hombres lo sepan o no. Posnanki, en Los argonautas del Pacífico occidental, hace la historia de la migración de los maoríes. Los maoríes vivían en Hawaii, y un día apareció uno que dijo: “A partir de ahora tienen que gobernar las mujeres”. Una mitad se opuso, pero decidió que lo conveniente no era resolver la cuestión a lanzazos y cortésmente propuso una votación, por medio de la cual “los que son más se quedan, los que son menos se van”. Los rebeldes resultaron ser unos pocos menos, y se fueron. Familias enteras subieron a las grandes piraguas y durante el viaje peregrinaron por todo el Pacífico. Fueron dejando compatriotas en diversidad de otras islas, porque navegaron desde Hawaii hasta Nueva Zelandia, donde finalmente desembarcaron porque estaba vacía, no vivía allí nadie. Pero los maoríes, finalmente, también volvieron. ¿Habían leído, acaso, las Sagradas Escrituras, o alguna Historia del Pensamiento Griego? No. Siguieron naturalmente, sin una “toma de conciencia” a la manera occidental, el modelo.
Hay un momento en que se vuelve. No importa cuándo. Porque hay un momento de exilio, un período de peregrinación y un momento de retorno. En el caso de los maoríes, a su retorno a Hawaii descubrieron cosas para ellos increíbles: cambios en el lenguaje, costumbres diferentes… En el siglo XVIII, cuando llegan los yanquis a Hawaii, ya estaba todo muy mezclado, pero ¿quién gobernaba? Una reina, Kameha-meha, que fue el primer gobernante del mundo que reconoció a los Estados Unidos como nación independiente y en su testamento legó las islas, a su muerte, a los norteamericanos. (El segundo en reconocer la independencia estadounidense fue Toussaint-L’Overture25 , el esclavo negro que había libertado a Haití de los esclavistas franceses un año antes, en 1801, y que mandó, además, un regimiento a operar en la revolución contra los ingleses).
¿Existe todavía el pueblo argentino?
El concepto de peregrinación es aplicable también al pueblo argentino, desde el momento en que se reconoce como pueblo. El pueblo argentino ha tenido varios exilios y peregrinaciones. El último de esos ciclos comenzó en 1955 con un largo exilio y pasa, tras la muerte de Perón en 1974, por una accidentada, dura y peligrosa peregrinación que se prolonga hasta nuestros días.
Al llegar 1989, el que vota a Menem es un pueblo que ya está dejando de serlo. Pero éste es otro problema, un problema distinto. ¿Por qué se llega a esta situación? ¿Por qué los precandidatos justicialistas eran sólo dos: Menem y Antonio Cafiero? ¿Por qué había que elegir o Fulano o Mengano, y no Perengano o Zutano? Como dice Cervantes, “entre bobos anda el juego”, y no podía ser de otra manera. Es que la respuesta a todas estas preguntas está en el proceso anterior, no en ése.
Desde 1974 hasta 1989 transcurrieron 15 años y ¿qué pasó? Fue durante ese período que se estimuló como nunca el cuestionamiento interno y externo de la doctrina, se disparó la destrucción de la organización y se liquidó la dignidad que había sido divisa del linaje peronista en el poder, en el llano y en el exilio… Después de éso ¿cómo impedir que votaran a Menem? Era como votar a Tamborini-Mosca, incluso peor. Era como decir “Urquiza es el Partido Federal”. En un sentido sí, y precisamente el problema es ése. Es una cuestión compleja, porque no es totalmente falso que el pueblo argentino haya votado mal y que Menem no sea peronista. Pero ¿es maldad de Menem o es que ya el conjunto del sistema del movimiento nacional estaba agotado, no en 1989 sino mucho antes?
Partículas y comportamientos aleatorios
Aún en 1997 encontrábamos viejos peronistas que seguían votando a Menem, en particular en algunas provincias. ¿Por qué? Para explicarlo, hagamos una analogía: supongamos que yo voy en una nave espacial y, cerca de la galaxia de Andrómeda, me encuentro con una piedra del tamaño de un puño, que es una buena, vieja y valiosa piedra de granito de la Tierra, pero ¿es la Tierra? ¿Se puede decir que esos peronistas sueltos, incluídos algunos pequeños grupos u organizaciones peronistas que pudieran haber sobrevivido a la devastación del período 1974-1989, son el peronismo, o son al menos una representación, una vez desprendidos del sistema que les dio origen y sustento? ¿Desprendidos de sus raíces, de su savia? A esos viejos peronistas se los puede comparar a un buen auto, incluso al mejor, pero montado sobre tacos porque le faltan las ruedas.
25 Toussaint, Pierre F.D.: político y general haitiano, llamado también Toussaint-L’Overture, nació en Santo Domingo (1743). Murió en 1803. Tomó parte en el levantamiento de los esclavos en 1791. Al ser abolida la esclavitud en 1793, se hizo con el control de Haití, proclamando a la isla independiente. Fue vencido por los franceses y murió en prisión en Francia.
Cuando desaparece un destino y una misión común, un sentido común de la vida, cada partícula tiene un comportamiento aleatorio: pueden así seguir un rumbo u otro, chocar o no chocar con otras partículas, pero todas, en general, tenderán a asegurarse su propia supervivencia individual. No es que unas estén bien y otras mal, porque las que “están bien” también están mal. Si tomamos un chorro de electrones (sean mesones, protones, etc.) y observamos, veremos que tienen ese comportamiento aleatorio, imprevisible, en una franja de tiempo y espacio concretos. Pero hay tablas estadísticas que permiten decir “en tanto tiempo y en tanto espacio pasa en un altísimo porcentaje tal cosa, en un porcentaje menor tal otra, en otro porcentaje otra…” Es el llamado principio de indeterminación. De igual modo, al romperse aquéllo que era el peronismo, o el Movimiento Nacional, ha pasado lo mismo.
La Unión Cívica Radical ha dado muestras de que mató al Movimiento Nacional en ella antes de Yrigoyen. Por eso sobrevivió. En cambio el Partido Federal no, le pasó lo mismo que al peronismo: se atomizó. Se convirtió en sus partículas elementales, erráticas y, por tanto, todos estaban equivocados. ¿Por qué equivocados? Porque todos eran parte, partícula, pero al haber dejado de responder a un todo, a un sistema común, habían dejado de participar de una verdad descubierta y construida en común. Estaban sueltos, y cada uno esgrimía su propia y pequeña “verdad”, que a nadie más servía.
¿Se podría calificar a aquellos viejos y disciplinados peronistas que desde siempre votaron al PP, a la Unión Popular y después al PJ, y que hoy votan a Menem, de “buenos peronistas”? No, porque, a lo sumo, son memoriosos, que se acuerdan de algunas cosas y votan a Menem porque creen que nada ha cambiado. Son incapaces de adoptar una conducta nueva frente a un hecho nuevo, e incapaces también de retomar el destino. Ser hoy un “buen peronista” ya no es retomar el destino, sino añorar el anterior. Existieron infinidad de casos parecidos en la historia; Cristo mismo los llamó sepulcros blanqueados, y desde nuestro punto de vista diremos que han dejado de morar en la cultura viva y han pasado, en muchos casos sin darse cuenta siquiera, al sistema virtual de la contracultura.
Empecemos de nuevo
– Retomar el destino implica decir, y decirse, “empecemos de nuevo”…
– ¿De nuevo?
– Sí, de nuevo.
– ¿Todo?
– Todo.
– Pero mirá que se puede aprovechar esto para…
– No, no se puede. Hoy no se puede. Dentro de cien o mil años se va a poder, pero ahora no.
– ¿Por qué?
– Porque en el momento en que empezás, es todo de nuevo. De raíz.
El Movimiento Nacional, y la independencia y libertad de un pueblo, constituyen una planta que no es perenne, que cada vez que da una cosecha hay que volverla a sembrar. Como el trigo. Se reproduce por medio de semillas. Cada vez que ocurre, todo empieza otra vez…
– ¿Empezó otra vez? Bueno, pero no tanto…
– Eso es cierto en el antes, pero en el hoy de hoy empieza de nuevo.
– ¿Desde dónde?
– Desde cero-cero, nada. Memoria, costumbre, tradición, glorias, derrotas… todo es historia, no sirve para nada.
Obviamente, en una situación como ésta, el llamado “protagonismo del pueblo” ha desaparecido. Es un tiempo de protagonismo del grupo oligárquico-farisaico. Y vale la pena aquí tener en cuenta que al hablar de protagonismo estamos hablando de espectáculo, de teatro. Y ésto que intentamos explicar no es un espectáculo. A menos que uno concurra a un teatro donde cuando agarran a palos al títere lo agarren a palos también a uno. Pero en el teatro no es así; sin embargo, en la vida sí: cada vez que le pegan al títere los palos los recibe uno. Y no es un espectáculo, porque los pueblos no son proto-agonistas (algo así como “luchadores antes de enfrentarse”).
Guardia de Hierro
El sentido que tuvo la organización peronista Guardia de Hierro en un principio (su creación data de los años de la Resistencia peronista) no es el mismo que tuvo después, hasta el final. Al principio, en los años 1960-1964 (hasta los días del retorno fallido del general Perón a la Argentina), su sentido era el de participación en Juventud Peronista. Después cobra otro sentido, producto de la experiencia adquirida en aquel período, de saber que todo eso era inútil, porque por entonces se manejaba la teoría al uso de León, del elan de la época.
Veíamos en el peronismo, en primer lugar, una lucha interna en la cual Juventud Peronista, si no era punto, perdía, porque era incapaz de unificarse internamente y también porque era dividida desde afuera, desde la dirección gremial o desde la dirección política local (secretarios generales, consejos o las diferentes alternativas que hubo). Después estaban las divisiones de carácter ideológico, que también existieron: no resultaban fundamentales, pero eran parte de la formación de todos como cuadros, como militantes en principio.
Después, notábamos también la ausencia de cuadros en el terreno político y su presencia en el campo gremial. No había para nosotros -para mí- por qué entregar la base popular del Movimiento y la organización política a un grupo de sinvergüenzas, que era lo que veíamos que eran. Todos. Y así nace la segunda idea, que es la formación de cuadros. No se podía hablar de cuadros que el Movimiento no tenía. Había que extraerlos de algún lado, en principio de la base y en segunda instancia de donde estaban (la militancia política, gremial-universitaria, secundaria, en una palabra, jóvenes trabajadores y de clase media, que es donde los fuimos a buscar), y había que formarlos. En ésto existía una contradicción entre montar una organización que fuera capaz de enseñar a los cuadros y la existencia de la organización de cuadros misma. Esta última resultaba contradictoria con el peronismo, en tanto éste constituía un Movimiento, por un problema de lugar, de espacio. De todas maneras, el proceso que siguió Juventud Peronista en su conjunto, no sólo nosotros, fue ése. Nosotros lo hicimos primero, lo hicimos masivo primero, y todos los demás siguieron este camino muy rápidamente y así se creó la realidad de las agrupaciones de cuadros que constituyeron un poder importante dentro del Movimiento (aunque fuera de él también) en el período 1970-1976. Había aparecido una estructura capaz de enfrentarse al poder gremial. Al poder político ya no, porque estaba “tirado en medio de la calle”.
El problema era la obediencia, la subordinación a Perón, la disciplina y, en última instancia, también la disolución orgánica de la organización de cuadros, porque nosotros no construíamos para los cuadros sino para el pueblo. Era ésta una contradicción que expresaba toda organización dentro del Movimiento, mientras éste existió. A veces era tolerable, o tolerada, o absorbida, y otras intolerada o intolerable, o imposible de ser absorbida, cuando planteaban una divergencia fundamental, es decir, en el plano estratégico, con la conducción de Perón. Esta divergencia se planteó con los Montoneros y no sólo con ellos, sino también con otros más: Vandor, el Partido, los “neoperonistas”, etc., etc.
Creo que nosotros hicimos honor, por lo menos al nombre, que era el nombre que llevaba el grupo de acción de la Legión del Arcángel San Miguel en Rumania, unos nacionalistas no católicos, sino ortodoxos, que fueron masacrados desde dos vertientes del materialismo: por los alemanes, primero, y por los rusos, después. En rigor, estos eran solamente rasgos muy externos para uno, que por entonces pensaba más en la diferenciación respecto de otros grupos que en la identificación con la Guardia de Hierro rumana. Porque ya el sistema de diferenciación constituía una identificación. Pasar de la indiferenciación a la diferenciación era un paso adelante en la formulación de la identidad, aunque se pensara más en la diferenciación -de los llamados “revolucionarios”, de los llamados “políticos” o de los llamados “gremialistas”- que en la identificación. Nos oponíamos a ellos, aunque también relativamente, porque frente a enemigos comunes hemos trabajado en conjunto. La oposición no era una lucha a brazo partido, salvo con algunos, muy pocos; en general era una existencia más o menos conflictiva a veces, pero tolerada, cuya única expresión era la política interna porque ¿cuál era la política externa? Una política externa al Movimiento era algo muy difícil. Vencer la gravedad del Movimiento implicaba dar unas cuantas órbitas alrededor de él para poder salir de su fuerza de atracción. El peronismo era por entonces, y lo fue mientras vivió Perón, un planeta pesado. Y ciertos tipos juntaban tanta fuerza para salir que después se quedaban afuera… La cantidad de inercia que acumulaban finalmente disparaba a muchos (a otros no) a los lugares más absurdos. Nosotros optamos por no hacerlo, por quedarnos adentro y por entender que la misión era interior al peronismo, e interior al Movimiento. Las relaciones exteriores fueron siempre muy pocas, bastante pobres, por cierto, porque eran inútiles. El universo del peronismo estaba completo, porque siendo un planeta de ese porte era reflejo, como la Luna, de todas las luces que había en el universo exterior. Todo lo que estaba afuera estaba adentro. Adentro había radicales, conservadores, tecnócratas, comunistas, socialistas, trotskistas, anarquistas, más ricos y mejores. Porque el Movimiento era un todo en sí mismo, pero no estaba aislado. Estaba influido, penetrado, manipulado.
La primera guerrilla
La idea de la guerrilla, en el peronismo, apareció muy temprano. Los primeros fueron los famosos Uturunco, en 1959. No tenían conexión con nada y, sin proponérmelo, asistí a sus primeros momentos. El fundador de Uturunco había militado hasta 1945 en la Federación Juvenil Comunista y después se hizo peronista.
Cuando se inició la Resistencia, Uturunco militaba conmigo. Nosotros habíamos empezado a pensar en términos de “cómo se toma el poder”, de acuerdo a cómo se planteaba la cuestión en aquellos años. Y ahí nació el “plan Chipre”, denominación que buscaba absorber toda una experiencia que Grivas26 estaba haciendo por entonces en Chipre: desarrollar la guerrilla en la isla y tener respaldo en Grecia. Grivas encabezaba en Chipre la guerrilla griega contra la dominación turca y británica, ya que la isla era un dominio británico. La idea de Grivas, un general del ejército griego, era llegar de Grecia a Chipre como un libertador. Tenía oficiales, entrenamiento y gente.
A lo nuestro se le puso “plan Chipre” por esa razón: el plan consistía en traerlo a Perón a la frontera argentino-boliviana y tomar un regimiento de infantería en Jujuy, creo que el 22 por aquél entonces, para lo cual había que preparar la concentración de la represión en el área Buenos Aires. A éso obedeció el proceso de las huelgas que comenzaron en agosto del 58 y que incluyó a los gremios bancario, metalúrgico (la huelga de Philips), del chacinado (en noviembre del 58, después este gremio desaparece) y al de la carne (frigorífico Lisandro de la Torre, en enero de 1959). Luego vino la huelga general de febrero de 1959 y finalmente el proceso se cortó, porque el problema había empezado a pasar por quién conducía ese proceso.
A partir de ese momento, el gallego Mena -que era Uturunco- y un grupo de muchachos se dijeron: “No, basta, terminémosla con ésto, hagamos la guerrilla, vamos a Tucumán, empecemos otro tipo de proceso…” Y se fueron. En contra de la opinión de la mayoría del “comité central” (en realidad se llamaba Comando Central) del Comando Nacional Peronista. Yo era un muchacho más, pero, obviamente, me enteraba de todo ésto.
Los Uturunco hicieron primero la operación de toma de Frías, bastante simple, con un santiagueño que era Samavalle, el Comandante Puma, y después se fueron al macizo de Cochuna. Gendarmería y el ejército los cercaron, pero ellos se solazaban con este cerco: iban, por ejemplo, a bailar a los pueblos y no se enteraba nadie. No había aún infiltración ni habían aparecido las después famosas técnicas antisubversivas. Pero ésto fue hasta que el cerco se hizo verdadero. Aún así lograron escapar tras un enfrentamiento, con Mena herido. Lo llevan hasta el Chaco a pie y desde el Chaco, en un avión, lo sacan a Cuba, donde lo curan y lo operan del apéndice. Esta un tiempo en Cuba y cuando vuelve, vuelve enfermo y muere al poco tiempo, muy deteriorado, bordeando los 50 años. Yo estuve con él pocos días antes que se muriera, en una casita que tenía frente a la estación Aldo Bonzi. Mena me llevaba más de 10 años y yo lo veía como un hombre viejo.
26 Grivas, Georgios (1898-1974): militar y político greco chipriota, opuesto a la independencia de Chipre.
Nosotros habíamos querido juntar en ese momento, cuando el Frente Nacional, en el año 1963, un grupo de gente para hacer un poco de fuegos artificiales. Como siempre, éso era en combinación con la política, pero también un tema fundamental para nosotros en aquella época. Hicimos una reunión con Jorge Daniel Paladino, probado en la Resistencia, el gallego Mena y Manolo Buceta. Yo fui el encargado de juntarlos. Conocía de antes a Paladino, exactamente desde los sucesos del 9 de junio de 1956: vivía en Berazategui, donde un sobrino de él era el cuidador del campo de la Asociación Obrera Textil. La reunión se hizo, pero no se llegó a nada y al poco tiempo murió Mena. Ocurría que ya las posiciones habían tomado un sesgo ideológico, como resultado del abandono que muchos habían comenzado a hacer de la doctrina peronista. Creían que la doctrina peronista era revolucionaria solamente desde el poder. Muchos ya decían, incluso, “Perón no viene más, dejémonos de joder con éso…” Igualmente, debo señalar que Mena fue un militante ejemplar, verdaderamente de primera, con un grupo pequeño pero también de primera. No supe nunca más qué fue de ellos.
Esa fue, vista desde afuera, la historia de la primera guerrilla de este siglo en la Argentina. Y mientras los Uturunco estaban en el monte, acá en Buenos Aires se hizo Radio Patria Libre. Yo anduve en eso en Mataderos, con un morocho que llevaba la radio en una valija. Se abría la valija, revoleábamos la antena en algún cable de la luz y, osciloscopio mediante, se pasaba una grabación: “Habla Radio Patria Libre…”, una proclama que se oía en 5 ó 6 manzanas a la redonda. Las transmisiones se hacían de noche, a cierta hora, siempre en lugares distintos y por calles poco transitadas. Las hacíamos caminando, aunque a veces tranportábamos la valija en un tranvía. Salió en los diarios, pero no la agarraron nunca. Era una imitación de la radio de la “República del Pato” de los colombianos, la del famoso guerrillero TiroFijo, pero duró poco.
La ideologización
Entre fines de los años 50 y comienzos de los 60, de todos estos grupos o grupúsculos, que se movían acá y en otros países de Iberoamérica, ninguno era marxista. A lo sumo podían tener algunos elementos de marxismo cuando en ellos intervenía algún universitario, pero los tipos no se proponían ni la “revolución socialista” ni ninguna de esas utopías de origen europeo. Eran más bien intentos de carácter nacional contra la expansión anglosajona en nuestras tierras, y en la Argentina lo fundamental en ellos era el retorno de Perón.
Fue en la etapa posterior que comenzó la ideologización en firme, sobre todo por la influencia cubana. Aunque también es una estupidez decir “influencia cubana”. En realidad los tipos iban a Cuba, pero desde Cuba no los llamaba nadie y además los comunistas cubanos no querían que fuera nadie porque a la revolución cubana la consideraban “de ellos”, pese a que al principio el Partido Comunista (Blas Roca, Marinello27 ) estuvo en contra de Fidel Castro. Después, como la mano vino bien, agarraron a Cuba entre los dos grandotes y, mientras uno la apretaba, el otro le metía la furca, aplicando una vieja técnica de carteristas y punguistas: uno te empuja y el otro te “limpia”.
Fidel Castro y el “Che” en Buenos Aires
Fidel Castro vino a Buenos Aires en 1959, en momentos en que acabábamos de salir de las huelgas de enero, que habían terminado en un desastre de presos y despedidos. A Fidel lo recibieron en la avenida Santa Fe con la “Marcha de la Libertad”, un famoso discurso del embajador de Aramburu y Rojas en el Uruguay, Alfredo Palacios, y las loas de La Prensa por haber derrocado al dictador Batista, a quien ese diario veía como “el Perón cubano”. De modo que en aquellos días, para nosotros, Fidel, el “Che” y compañía eran unos gorilas con los que no queríamos saber nada, absolutamente nada. La entrevista del ministro de Economía cubano, Ernesto Guevara, en 1961, con el presidente Frondizi, no hizo más que confirmarnos en esa posición.
27 Marinello, Juan (1898-1977): escritor y político cubano, candidato a la presidencia en 1948. Autor de poemas y ensayos, entre los que destacan “Americanismos y cubanismos literarios”, “Guatemala nuestra”.
Pese a todo, el petiso Tristán estuvo con Guevara en el aeropuerto, antes de que volviera a Cuba. A mí me parece que a Tristán le interesaba que Guevara y su jefe, así como los cubanos, comprendieran el proceso que vivía la Argentina y el papel que desempeñaba en él la resistencia peronista. Porque no sé hoy si toda la culpa era achacable a los cubanos. Pienso que cuando Fidel vino a la Argentina no tenía, como no la tenían los cubanos, la más remota idea de nuestro país. Y no era precisamente Guevara el que les podía dar una idea de lo que pasaba en la Argentina, de la cual faltaba desde el año 1952, ó 1953 y a la que nunca más se religó. Pese a que fue Perón quien le permitió salir de la embajada argentina en Guatemala porque el golpe de Castillo Armas lo acusó, junto con otro médico también argentino, de comunista y no lo dejaba salir. El mismo Perón me contó a mí, en España, que el embajador argentino mandó entonces una comunicación a nuestro canciller, Remorino, para que la Argentina les diera el salvoconducto, pese a que ambos eran desertores del Ejército argentino. En realidad, Guevara y el otro se habían ido de la Argentina para no hacer la colimba. Cuando Remorino le planteó la cuestión a Perón, éste le respondió:
– No importa, déme que yo voy a firmar el salvoconducto.
– Pero, General, mire que…
– Remorino, esos muchachos salen… ¿entendió?
Cuando Perón me contó ésto añadió, burlonamente:
– Porque no sé si usted sabe que él (Remorino) trabajaba para la CIA ¿no? Por eso yo lo tenía ahí…
Después que la Argentina le diera el salvoconducto a Guevara y al otro, ambos se fueron a Méjico, donde conocieron a Fidel Castro, que también estaba exiliado ahí. El que los presentó fue alguien a quien yo conocí, Carlos Padilla Pérez, delegado del Partido de la Independencia de Puerto Rico en América Latina, quien así me lo aseguró. Ya había ocurrido el atentado que Collazo y Anita, de ese partido fundado por Albizu Campos, habían consumado en 1952 en Washington, cuando tiraron una bomba en la Cámara de Representantes. Albizu Campos estaba preso por entonces y después murió, también en la cárcel. Y éste es otro eslabón de lo que decía antes: por entonces había un movimiento de tipo emancipador más o menos generalizado en Iberoamérica, mucho más que hoy en cierto sentido. Lo que ocurrió después fue que los comunistas lo ahogaron y se alzaron con el santo y la limosna, una tarea de asfixia del sentido emancipador que ahora continúa la socialdemocracia.
Consecuencias de la ideologización
El incipiente proceso de interconexión continental de ese movimiento también se consumió, más que nada porque estaba apoyado, sobre todo, en los sistemas ideológicos, salvo con el MNR boliviano, que tenía que ver de una manera más vital con nosotros, lo mismo que con los colorados paraguayos o los blancos orientales. En una palabra, los contactos prosiguieron en el área del Plata, que era una zona claramente diferenciada. En el resto del continente la preeminencia ideológica marcó el tránsito de estos agrupamientos, primero hacia un seudomarxismo y, por lógica consecuencia, su ingreso final al área liberal. Eso pasó, por ejemplo, con el APRA peruano, con un Haya de la Torre que, además de ser maricón, terminó hablando bien de Estados Unidos. Los norteamericanos pronto lo convencieron, a partir de entonces -y no sé si a cambio de algo-, para que se opusiera a Perón.
Lo de Haya de la Torre fue lo mismo que lo de Alfonsín. Balbín era un tipo capaz de comprenderlo a Perón aunque no estuviera de acuerdo; Alfonsín es incapaz de comprender ni a los que están de acuerdo, porque escasamente se comprende a sí mismo. Igual que Haya de la Torre, un intelectual soberbio y deliberadamente maltratado para que tomara las posiciones que tomó: llega, por ejemplo, hasta Montevideo y no viene a la Argentina, por entonces gobernada por Perón; más aún, se entiende allí con los colorados uruguayos y con los radicales argentinos. Eso dividió al aprismo en dos, porque acá había algunos dirigentes importantes del Apra que estaban con Perón, pero ¿quién se enfrentaba con Haya?. No obstante, esos dirigentes persistieron en su apoyo a Perón… y nunca más tuvieron figuración dentro del Apra, porque los que se impusieron después en Perú fueron los de la línea de Haya, los liberales, amigos predilectos de los radicales. Y del PRI mejicano.
Otro tanto ocurrió con el derrocamiento de Pérez Jiménez por el democrático almirante Wolfgang Larrazábal, el “Rojas venezolano”, como se lo llamó por entonces. Con una diferencia: Pérez Jiménez no era Perón y, en rigor, no existía ningún perezjimenismo en Venezuela. Pero hace poco tiempo tuve que viajar a Caracas y un amigo que allí me hice, la primera vez que me llevó a recorrer esa ciudad en su auto, me señalaba algunas obras públicas y decía: “Ésto lo hizo la sangrienta dictadura”, “ésto otro lo hizo el dictador”, “ésto lo mandó construír el depuesto”. Cuando al fin le dije “Escuchame ¿me estás gastando? ¡Vos sos peronista!”, él se mataba de risa. Y terminó diciéndome: “Mira, ¡todo lo que ves lo hizo Pérez Giménez, todo lo que se destruyó lo hicieron estos hijos de puta!”. ¡Y me lo decía treinta y pico de años después! Caracas es una ciudad absurda, hecha en un lugar absurdo para ser un pequeño poblado, ahora es un monstruo que ocupa montes uno tras otro. La comunicación es horrorosa. ¿Qué hizo Pérez Giménez? Túneles. Perforó la sierra, metió carreteras por el medio y la ciudad está ahora comunicada. Antes de él a nadie se le había ocurrido. Pero después de él tampoco, nunca más. Como decía Perón, Pérez Jiménez era “un justicialista utópico”. Su lema era “todo para el pueblo, todo por el pueblo, pero todo sin el pueblo”. Lo mismo ocurrió con Rojas Pinilla, con Ibánez y con algún otro.
Pero los liberales piensan de otra forma
Los liberales hablan de “los dictadores latinoamericanos”, al modo que lo hacían los griegos de los heráclidas y de Pisístrato, o que los ingleses opinan de César. Es la misma idea y por las mismas razones: porque la democracia consiste en que estén los “democráticos” en el poder, no importa si son mayoría, minoría o nada. Aquí estuvieron encarnados en los “hombres de la levita negra” (Salvador María del Carril, Juan Cruz Varela y otros maricones a los que nunca se les conoció mujer), que impulsaron a Lavalle a hacer el desastre que hizo y, finalmente, a matar a Dorrego, y que también pensaban de esa forma. Es en el fondo un problema de conformación del entendimiento, o del pensamiento.
Junto a esos liberales siempre orbitaban románticos como Echeverría, mal poeta y peor cantor (de guitarrero ni hablar, porque fue a Francia a aprender guitarra -sí, a Francia, que era lo mismo que ir a comprar una heladera al polo, porque este tipo de próceres jamás habría quemado su crédito de liberales yendo a España-, y cuando vino, al año y medio, no sabía un arpegio). ¡Y pensar que Echeverría, con El matadero y La cautiva, fue el delegado superlativo del romanticismo en la Argentina!
1965: el segundo período
En Guardia de Hierro comenzó un segundo período en el año 1965, inmediatamente después del desastre del fallido retorno de Perón de diciembre de 1964, abortado en Río de Janeiro, y de la construcción de la CGT “De pie junto a Perón”, en Tucumán. En enero de 1965 Perón enviaba el famoso Memorándum en el que hablaba por primera vez del “trasvasamiento generacional” y exhortaba a la unidad de los jóvenes. Poco después Isabel visita la Argentina. Todo el mundo parecía “estar en el cambio”, como se decía por entonces, porque también empezaron a moverse las cosas para hacer en Montevideo el primer congreso de Juventud Peronista. Al comenzar ese período Guardia de Hierro se encontraba reducida a su mínima expresión numérica: éramos tan sólo tres ó cuatro tipos. De modo que debimos empezar todo de nuevo. Con otras ideas: la de superar los grupos y, después del congreso de Juventud, la de borrarnos totalmente de la “interna”. Surge también la idea de rescatar métodos que se habían abandonado por los años 1957 ó 1958, como el de la organización territorial, porque en los gremios, en el partido, muchos se habían ido a las superestructuras, pero ¿de dónde podía venir la gente si no de un barrio? Había que volver a eso.
La cuestión de las militancias que terminan yendo a pelear espacios “arriba”, en las superestructuras políticas, y olvidándose de la gente, es un problema recurrente en los partidos políticos y en otros tipos de organizaciones y, en el peronismo, se dio muchas veces. La tendencia a separarse de la gente no aparece porque los tipos son “malos”, sino por aquel problema cultural que ya hemos descripto. Es verdaderamente una pendiente, como el plano inclinado de Arquímedes. A causa de esa caída los grupos u organizaciones reales se transforman en organismos virtuales, en los que la desconfianza es generalizada y de todos contra todos.
Por esta razón, a partir de 1965 comenzamos a construir otra cosa. Conformamos un grupo que a partir de una idea, ya más decantada, menos lírica, menos ideológica, más doctrinaria, empezó a caminar. Y en 1967 fuimos a ver a Perón por primera vez.
La relación con Perón
Ya habíamos logrado conformar otro tipo de organización. Eramos unos 50 militantes, una barbaridad por entonces porque todo el resto de Juventud Peronista no llegaba a esa suma en todo el país.
El viaje a Madrid para ver a Perón no fue motivado sólo por ese crecimiento, sino consecuencia también del desarrollo del congreso de Juventud, del que salieron, por un lado, los Montoneros; por otro, nosotros, y por otro más, los muchachos de Juan José Taccone (Basualdo, Mariani, etc.) que formaron la agrupación “8 de Octubre” y eran afines a Onganía. Al principio habíamos estado todos juntos. Por esto el viaje iba a ser con Espina, y yo quería que él viniera por ese motivo, pero cuando nos reunimos en la casa de Alberte, que era el secretario general, que vivía por entonces en Yerbal 61, Espina no quiso. Con Alberte nos habíamos peleado en Montevideo, pero nos volvimos a reconciliar acá, en Buenos Aires, iniciando una serie de conciliábulos que culminaron en la preparación de ese viaje. Ibamos a ir también con los radicales, porque habíamos trabado amistad con los líderes de la Juventud Radical, Carlos Suárez entre ellos. Buscábamos mostrarle a Perón que era posible y estaba en marcha el trasvasamiento generacional y la unidad de los jóvenes.
Después del fracaso del primer intento de retorno, no iba nadie a Madrid. Al llegar, llevábamos una carta de Alberte que nos abriría las puertas de la residencia de Puerta de Hierro. Y estuvimos seis meses en España. Durante ese tiempo compartimos alrededor de 120 horas con Perón. Y la relación con él se fue desarrollando.
Los ideólogos de la “Revolución Argentina”
En 1967 acá estaba Onganía, a quien muchos en el Movimiento ya veían como una reencarnación “actualizada” de Perón. Se habían entusiasmado con el “comando azul” del ejército; los nacionalistas estaban de parabienes, al igual que Mariano Grondona, Miguens y demás autores intelectuales aparentes del onganiato, porque los verdaderos progenitores de aquel golpe, inspirados en un odio visceral a Perón, habían sido Roberto Roth, Jorge Klappenbach y algunos otros civiles (por no decir “comandos civiles”), además de un grupo militar del que son conocidos Imaz (quien en 1955, siendo capitán, encarceló a punta de ametralladora a la junta militar que en septiembre había dejado Perón y que años después fue ministro del Interior de Onganía) y Prémoli. Roth había redactado por esos años algo así como un “Manual del Perfecto Oligarca”.
Eduardo Firmenich, quien después sería el jefe del sector combatiente de Montoneros, tiene registradas 17 entradas en el ministerio del Interior de Imaz. En esa misma época se produjo la muerte de Romano, el estanciero de Mar Chiquita.
El grupo original de Montoneros
Romano era el pagador del ministerio del Interior que tenía a su cargo entregar la subvención que otorgó esa cartera a los partícipes civiles del “operativo Aramburu”, es decir, al grupo original de Montoneros. Pero tuvo la mala idea de quedarse con la mitad del dinero. Entonces aquel grupo original tiró en suerte a quién le tocaba ir a ejecutarlo. Le tocó a Crocco, hermano de la mujer de Aldo Rico. Crocco fue, limpió a Romano y se suicidó, cumpliendo al pie de la letra la orden que le había dado… ¿Firmenich?. El grupo original cobraba, no por matar a Aramburu, sino por hacerse cargo de su cadáver -que les fue entregado- y disponerlo para su presentación ante la opinión pública. Para ésto llevaron los despojos recibidos a Timote, a un campo que allí tenía Ramus.
Aramburu se les había muerto a sus secuestradores del corazón en el Hospital Militar. Y fue Prémoli el que lo hizo secuestrar de su casa, en un primer piso, con el pretexto de una cita. Aramburu bajó porque era amigo de Prémoli, pero cuando subió al auto le dijeron que estaba preso y que iban al Hospital Militar. Fue ahí que Aramburu se decompuso y no se recuperó hasta su muerte. ¿Cuál fue el motivo de este acto de fuerza? Sin duda alguna, obedeció a que Aramburu había aceptado ser el candidato de Perón para la apertura electoral que iba a lanzar Onganía. Porque el general Pedro Eugenio Aramburu, digámoslo sin rodeos, había estado con Perón, y el que gestionó esa entrevista fue Ricardo Rojo. La entrevista se realizó en la casa de André Malraux, cerca de París.
Puede suponerse que los secuestradores no buscaron la muerte del ex presidente provisional, sino, a lo sumo, detenerlo para separarlo del cumplimiento de un objetivo a cuyo logro Aramburu estaba muy decidido. Por esta misma razón, los mismos que organizaron el secuestro de Aramburu mataron después a Vandor. Paso a paso se cumplía así el plan de reemplazo de Perón, junto con el de liquidación de los liberales, como veremos más adelante. ¿Por qué? Porque al mando de todos estos operativos estaba el grupo nacionalista del ejército, y Aramburu era de los otros.
Desde el punto de vista de Perón, en esa etapa de la historia argentina se hacía imposible cualquier avenencia con unos nacionalistas “ratones de iglesia” y para peor con hambre. Tenía que arreglar con los liberales, que es lo que, por otra parte, hizo durante toda su vida. Los liberales eran los únicos que entendían algo de política; los otros eran auténticas bestias que no entendían ni de política ni de nada.
Un plan y un modus operandi
En cuanto a estos primeros Montoneros, los que se hicieron cargo del cadáver de Aramburu y ejecutaron a Romano, es preciso aclarar que no eran los mismos que los medios de prensa se dedicaron a hacer famosos en todo el mundo pocos años después. El grupo original de Córdoba de Montoneros había hecho ya la toma de La Calera, y de ese grupo el único que quedó después fue Capuano Martínez. Porque los Montoneros fueron en su etapa germinal unos muchachitos nacionalistas católicos, como Vélez, Fierro y otros, que componían la dirección de la JEC (Juventud Estudiantil Católica), lo mismo que Firmenich. El animador de todos estos jóvenes no era otro que el padre Carbone, pero quien los había reclutado en Córdoba era el cura Rojas, capellán del Liceo Militar General Paz, cuando todos ellos eran cadetes. En Santa Fe el reclutador de los primeros montoneros de la provincia fue el cura Serra, en el Liceo Militar General Urquiza, aunque también estaba el director por entonces de la Escuela Agraria de Casilda, Jaime María de Mahieu, un nacionalista ultramontano, antisemita y petainista que había sido “Cruz de Fuego” en la Francia ocupada de la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, estaban los numerosos “curas del trabajo voluntario” (que no deben ser confundidos con los curas del Tercer Mundo, pues éstos sólo “hacían facha”). Los curas del “trabajo voluntario” actuaban -sería más apropiado decir operaban– en las villas de emergencia, en los algodonales, en los cañaverales, y reclutaban también para los Montoneros. Por último cabe citar al entonces director del Seminario Diocesano de Villa Devoto, el padre Tello, un cura entrado en años, oriundo de Pigüé, que era profundamente trotzquista en el plano ideológico y en cuyas manos estuvo la formación de varias camadas de seminaristas “revolucionarios” que comenzaron su actuación como curas jóvenes por esos años.
Cuando se hace posible disponer de todos estos datos y de todos estos nombres, nadie que disfrute de una mediana inteligencia deja de percibir, en el cuadro de situación que bosquejan, la existencia de un plan, del cual la estructura de la Iglesia fue, en su mayor parte, cooperadora activa. En la conducción del plan estaban sectores del ejército, pero tampoco solos. Cabe pensar que detrás de ellos había otros dispositivos y otros cerebros y, si apuntamos nuestra percepción en este sentido, Roberto “Boby” Roth estaba “más arriba” que el ejército. Decir aquí “más arriba” significa hablar de instancias en las que se decidían más cosas.
El libro de Losada, Andá cantale a Gardel, corrobora mucho de cuanto aquí dejamos escrito. Losada, que había pertenecido al grupo de Roth, de Klappenbach, de Muñiz Barreto, esto es, al grupo que manejaba a los militares nacionalistas, dejó el libro en la editorial y se fue de la Argentina, a la que nunca más volvió.
Los militares nacionalistas siempre tienen un sacristán atrás. No un cura, sino un sacristán. Porque ellos son “sacristanes de cuartel” y, por tanto, tienen a los militares de “iglesia”. Y los manejan. Nunca son, en realidad, la Iglesia, a la que aparecen ligados en las formas. Metodológicamente son extremistas, porque éso les permite trabajar sobre el otro extremo, armar la pinza y romperle la cabeza a quien le apuntan. Es una técnica, un modus operandi, que los caracteriza y los identifica, como si fuera una huella digital, ante un observador atento.
Para completar este panorama de esa época, citamos aquí al ERP, cuya conducción, vía Gorriarán – otro de los jefes extrañamente supervivientes-, sí era auténticamente británica, como ha quedado en claro en los últimos años. El ERP servía de rebote. Porque el montaje de lo que ocurrió en la Argentina de los años 70 tenía una estructura que, como ocurre con las columnas, vigas y arcos, disponía de claves para ser armada. De esta manera se manejaban las contradicciones de un “frente interno”, constituido por ejército, Montoneros y ERP, sino también las contradicciones de los supuestos enemigos. Fue a partir de esta estructura que se creó el escenario de una representación, de una puesta en escena, por encima de la cual movían los hilos los actores verdaderos: el ejército y la marina.
El ejército y la marina (I)
La guerra de los años 70 fue, en realidad, una guerra entre el ejército y la marina. Y aún continúa. No va a cesar mientras quede uno en pie, porque sus causas son sumamente profundas, de carácter sociológico, cultural, económico, militar y finalmente, también de carácter político-ideológico. Mientras sigan funcionando el Colegio Militar y la Escuela Naval, esos institutos van a seguir produciendo “combatientes de la guerra del tiempo”, como diría Alejo Carpentier.
En los años del “Proceso” hubo constantes escaramuzas, enfrentamientos y crímenes que respondían a esta guerra clandestina, en los que se hizo intervenir a no pocos montoneros “recuperados”, residentes en la ESMA. En el crimen de Soldatti, por ejemplo.
El enfrentamiento ejército-marina viene de muy lejos. Podría decirse que es de origen. El actual Colegio Militar se crea después de la Escuela Naval. Tengamos en cuenta que el ejército que conocemos lo introduce Roca, por vía de sus compañeros y amigos Luis María Campos y Ricchieri, en 1904. Hasta entonces había existido una Escuela Militar de la Confederación en Paraná, de la que Roca fue cadete siendo presidente Derqui, y de la que salió subteniente artillero. La Escuela Naval ya existía desde 1870: se había creado siendo Estanislao Cevallos ministro de Sarmiento, con motivo del conflicto limítrofe con Chile. Cevallos había escrito un ensayo muy conocido, Diplomacia Desarmada, e hizo luego una campaña como resultado de la cual se estableció la Escuela Naval. Detrás de su creación no sólo estuvo el gobierno de Sarmiento sino, sobre todo, los liberales más liberales de entonces, los liberales logiados. Y se hizo a imagen de la época, como casi todas las marinas de los países sudamericanos: estábamos en plena era victoriana y la marina más potente del mundo era la de Inglaterra.
El ejército, en cambio, siempre estuvo más pegado a la Iglesia que a los liberales y su origen fue, en el interior, a lo largo de las guerras civiles, la caballería, aunque la potencia militar de Buenos Aires, desde Suipacha en adelante, residió en la infantería. Poco a poco la caballería, a la que se denominó el “arma gaucha”, fue reuniendo a los grupos ex-patricios (del patriciado de Buenos Aires y del interior). A la infantería fueron a parar los más humildes y a la artillería la clase media con ciertas pretensiones de intelectualidad, ya que tenían que entender de matemática, mecánica y otras disciplinas técnicas, propias de una era industrial en expansión.
Pero hay otra diferencia fundamental entre ambas fuerzas: el ejército, desde 1904 en adelante, estuvo ligado al país por la conscripción y por el tipo de organización. Fue desde entonces un ejército de infantería, más popular. Perón era infante y sus amigos eran todos de infantería, lo mismo que sus jefes. Él trató de reunir en la infantería un grupo de gente del tipo de los oficiales de estado mayor, intelectualmente mejor formada y más profesional, aunque de recursos estrechos en comparación con las disponibilidades dinerarias de los marinos.
El sueño de aquel liberalismo
En la marina casi no había patricios y, en general, sus estamentos superiores eran trepadores de clase media alta que querían tirar a más y de clase media baja que trataban de ser media alta. De modo que la marina argentina se conformó aglutinando trepadores, liberales y pro-británicos, en un “sancochado de masón”, como dijera una vez el padre Leonardo Castellani.
Dados los sueños de “gran potencia” y las veleidades de ser el “granero del mundo” de los liberales argentinos, desde Roca28 hasta Yrigoyen, que los ingleses estimulaban ya que poseían los bancos, los ferrocarriles y los frigoríficos y, de paso, compraban carne y trigo argentinos a precios más bajos que en otros mercados, los integrantes de la marina debían vestir impecablemente, estar conectados a los mejores círculos y disponer de un pasar económico lo suficientemente holgado.
Estábamos en la Argentina del roquismo, que duró desde 1870 hasta 1910: los cuarenta años victorianos o, para decirlo de otra manera, el período más oligárquico de la historia argentina. Pero también el más “progresista” en el sentido Pellegrini29 , con Torcuato de Alvear como intendente de la ciudad de Buenos Aires y obras en construcción para todos: la costanera, escuelas, correos, hospitales, por todas partes. Era la euforia de un progreso sin base real, pero un progreso cierto (al menos si lo comparamos con los tiempos de exclusión de nuestros días, en los que en la Panamericana cobran peaje, no pueden circular vehículos de más de diez años ni ciclistas y el peatón viene a ser un marciano sin derecho alguno, y existe además un tren de paseo para privilegiados de alto consumo llamado Tren de la Costa).
Hay un hecho que es paradigmático de ese sueño liberal: en ocasión de la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 la Argentina tenía dos cruceros acorazados, el Moreno y el Rivadavia, que el gobierno entregó al Japón para reforzar su poder de fuego naval contra los rusos. Para decirlo más claramente, se los entregó a los amigos de los británicos para que peleasen contra los amigos de los franceses. Gracias a esos barcos los japoneses, en la batalla del estrecho de Shushima, liquidaron a la escuadra zarista, a raíz de lo cual la marina japonesa, y el Japón, se sentirán eternamente obligados hacia la Argentina. Después llegaron a nuestro país otros buques, que pagaron los japoneses.
28 Roca, Julio Argentino (1843-1914): militar y político argentino. Sucedió a Nicolás Avellaneda en la presidencia de la república (1880-1886). Ministro del Interior durante la presidencia de Pellegrini (1890-1892). De nuevo presidente (1898-1904). Firmó con Chile un acuerdo sobre límites fronterizos (1902) y dio su apoyo a la doctrina Drago.
29 Pellegrini, Carlos (1846-1906): político argentino. Presidente de la nación (1890-1892). Creador del Banco Nación (1891).
El ejército y la marina (II)
De modo que el conflicto ejército-marina viene de lejos. Es parte de los conflictos reales que la Argentina arrastra, y no una mera disputa de poder entre Masera y Videla como, según la típica reducción socialdemócrata de la historia, se ha pretendido explicar el fenómeno.
Como detalle accesorio, no está de más, en esta descripción crítica, recordar algunas virtudes: la marina, por ejemplo, siempre ha procurado controlar ciertas secciones del poder: además de la Policía Federal, se ha ocupado del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y de ese otro factor de soberanía que es la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA).
Con ésto quiero decir que no se puede apuntar a éstos como “los malos” y determinar que aquellos otros son “los buenos”. Unos y otros son malos y buenos a la vez. El mal para el país fue el conflicto mismo entre ejército y marina y todo lo que ha girado en su entorno. Ver el problema en el “sí mismo” forma parte de la conciencia oligárquica, que ha creído que éso resumía, sublimaba, la historia de la Argentina y del pueblo argentino. Eso no es verdad, porque si bien en todos lados existen conflictos, el problema consiste en si son determinantes o no. Y cuando conflictos como el que tenemos entre ejército y marina se convierten en determinantes, lo que determinan es la ruina, la destrucción del país, que es lo que ha ocurrido durante el “proceso” a causa de estas imbecilidades.
Retrocedamos un poco más en el tiempo y preguntémonos por qué ocurrió lo del 55. Ocurrió porque la Iglesia le daba cuerda a algunos militares, y los que más estuvieron ahí fueron los marinos. ¿Cuál era el problema? (Era la campaña antártica). La marina todavía era fuerte y poderosa por entonces, tenía mejor formación y contaba con mayores recursos. El problema eran “los negros”, era una cuestión social. ¿Quiénes fueron las que acicatearon el odio contra ellos? Las mujeres de los militares, en especial las de los marinos.
¿Con quiénes se casan los miembros del ejército? Generalmente con las maestras de los pueblos. Los marinos, en cambio, para casarse deben tener autorización del superior, y de la fuerza. Hay allí una política de carácter social, estrictamente conducida con esa finalidad. Los marinos se casan más bien con “mujeres- tijera” de clase media alta que no ejercerán como amas de casa, de más “apellido” que el candidato masculino, que saben inglés y tienen buen roce social. Todas estas características son “notas” que adjudica la fuerza para otorgar la autorización. Vale decir que, mientras el ejército es una burocracia proletarizada, la marina es una burocracia mucho más pequeña, pero cada vez más oligarquizada. Si bien estas cosas no significan de por sí (y ponerlas por escrito connota el peligro de que todo se categorize esquemáticamente y mal, como acostumbra la socialdemocracia), en ellas, ciertamente, podemos encontrar el marco del conflicto. Y hasta se puede señalar que por esta razón la marina y el radicalismo son una misma cosa.
El ejército, en cambio, vive con el corazón dividido: una parte en el peronismo, otra con el radicalismo, grupos nacionalistas, etc. En realidad es como decía Perón: “20 por ciento de nacionalistas, 20 por ciento de liberales y 60 por ciento de panzistas”. Los marinos, en cambio, son radicales, no del partido radical sino de lo que se podría llamar la “cultura radical”, en realidad una subcultura edilicia y de guía Peuser, que constituye el dechado de los marinos. Un marino, que pertenece a un círculo social cerrado y vive recluido en apostaderos y bases, tiene que poder hablar de fútbol, de polo y de deportes en general, y de que bebe demasiado… en fin, ser un estólido consecuente pero poder demostrar estaño. Los del ejército, que andan por todas partes, tienen estaño, no necesitan demostrarlo. Las resultantes políticas de ambos modos de vida, mantenidos a lo largo de un siglo, son obvias, y el proceso sigue y sigue… Porque las nuevas camadas son fabricadas con el mismo troquel y van adoptando formas similares a las que en la sociedad tiene ese tipo de contradicción. Se ubican en ella, entonces, por los perfiles, porque tampoco ven bien, sino que ven únicamente las sombras de la realidad, como en la caverna de Platón.
Cuando decimos que hoy continúa el viejo conflicto ejército-marina, aunque ya no se asome a la superficie, es fácil comprobarlo: por ejemplo, en Aceros Soler, una industria del ejército, la que hace el desguace es la marina. ¿Una devolución de cortesías, por lo de Domecq García y Fanasul?
La marina apoya ahora a la Alianza UCR-Frepaso. Las declaraciones de Astiz, nada menos que a la revista Tres Puntos, y otros hechos de similar talante ocurridos últimamente, han sido programados en favor de la Alianza, para alimentar su crecimiento.
Menem, en cambio, y no porque en realidad le importe dada su capacidad de flotación sobre este estanque argentino de excrementos sin hundirse, tiene que ver con el ejército. El general Balza también vive en la caverna de Platón, pero más al fondo y mirando las sombras con prismáticos infrarrojos.
La Organización del Trasvasamiento
En 1970 ya llevábamos cuatro años de crecimiento y comenzamos a tomar contacto con grupos y organizaciones de todo el país, ante quienes exponíamos un plan de unidad, y ésta se fue ejecutando tal cual estaba formulada. Así pudimos unirnos con el FEN, la ANP de Córdoba, la gente de Cevallos (Santa Fe), de Rachid, de Tagliaferri y los profesionales de Rolando García -después de lograr disipar no pocos prejuicios ideológicos-, con los cuales hicimos una primera reunión conjunta en 1971 en San Antonio, Córdoba.
Después hubo un plenario en Castelar que formalizó aquella unidad (de la que habían desertado tres grupos, entre ellos el de Rachid, que se fue a Neuquén), con la advertencia de que esta organización conjunta de diversos grupos -a la que decidimos llamar OUTG (Organización Unica del Trasvasamiento Generacional)- no restaba libertad a cada uno y era sólo circunstancial, cosa que yo dije desde el primer día: “No nos hagamos ilusiones. Esto no es permanente, porque es contradictorio con el peronismo. De modo que la contradicción va a llegar sólo hasta determinado punto”. De todos modos, esa unidad duró 22 meses, desde agosto de 1972 (plenario de Castelar) hasta el 5 de julio de 1974, en que, tras la muerte de Perón y considerando cumplido su objetivo y razón de ser, decidimos disolver la OUTG.
Volvimos a Madrid en 1972, después del plenario de Castelar y del acto del 9 de junio, estaban los delegados de los Montoneros, los bronces. El único que queda vivo de ellos es Abal Medina; Muñiz Barreto murió, según se dijo, en un accidente… Estaban muy codo a codo, por entonces, con López Rega, que a nosotros no nos daba ni los buenos días desde que nos peleáramos con él en 1967. A López Rega lo habíamos conocido acá, cuando no era López Rega sino “Lopecito”. Nosotros le habíamos puesto el nombre de “Eusebio”, porque Eusebio de la Santa Federación había sido el enano negro que Rosas tenía para irritar a los embajadores, sobre todo al embajador inglés, y López Rega era el tipo que Perón tenía para malhumorar a los Montos y al resto del mundo. Valía menos que una pulga en un elefante. Sin embargo, hasta el mismo golpe del 76 se justificó en el rechazo a los rasgos distintivos de este personaje, y aún todo el sistema sigue hablando de él como sinónimo de peronismo. Hubiera ocurrido lo mismo si el levantamiento de Urquiza se hubiera desencadenado por Eusebio, pero en el siglo pasado lo virtual todavía no se había inventado y además, aún con sus errores, los tipos eran más decentes, decían de modo más directo el por qué de sus acciones. Pero así se escribe la historia…
La violencia
Todo lo que pasó entre 1971 y 1974, es conocido. Para nosotros el problema central era evitar que se derramara sangre, porque lo que el régimen quería era éso. Se trataba de una provocación constante: los hechos violentos de noviembre de 1972 y después, sobre todo, los de junio de 1973 en Ezeiza, en ocasión del retorno definitivo de Perón, mostraban ya el método secreto que se emplearía en el país a lo largo de toda esa etapa, el de la pinza, y eran el primer anuncio del terror y la violencia que se apoderarían de la Argentina en los años siguientes.
Por esta cuestión de la violencia bifronte el capitán retirado Ciro Ahumada, agente del servicio de espionaje alemán del Este, estaba al mando de los tipos de Osinde contra los Montoneros (Ahumada es el pelado que levanta los brazos con un fusil, en la famosa foto del entarimado levantado en el Puente 12 de la ruta a Ezeiza).
Ahumada, con Burgos, había volado el oleoducto de Mendoza en 1957. Pero Burgos cayó preso y él zafó. Después trabajó con el negro Mendoza en las relaciones con los cubanos, pero Ahumada desde el exterior, desde Europa. Un día Perón los manda a hablar con el partido Comunista italiano: van Ciro Ahumada y un amigo que había sido subteniente del Colegio Militar (Ciro había sido su instructor) y que el 9 de junio de 1956 se salvó de la matanza que desató la Libertadora ese día porque estaba resfriado y se quedó en cama, pero de lo que no se salvó fue de que le dieran la baja. En cumplimiento del mandato de Perón, ambos tomaron el tren que va por la Costa del Sol a Roma y en Niza, o tal vez en Cannes, una rubia despampanante lo “levantó” a Ciro, cuya debilidad era cualquier mujer que pasara a su lado, y se lo llevó a Argelia. Esa mina era Tania, agente del servicio secreto de Alemania Oriental, que murió después con Guevara en Ñancahuasu. A partir de la relación que entablan, al parecer no tan casualmente, Tania lo recluta a Ciro, que por esta razón dejó “pagando” a su amigo ex subteniente. Fue éste quien finalmente quien cumplió en Italia lo que Perón había encomendado.
Pero para nosotros hubo algunas cosas que no cambiaron durante todo ese período: la cuestión de la formación y la firmeza de nuestra disciplina con Perón. Dijera lo que dijera Perón, eso no estaba sujeto a análisis. Todo lo demás sí, menos éso. Nuestra pelea era con (no contra) las conducciones que querían llevar a su gente a la lucha armada. Entendíamos que Perón no quería éso y por otro lado veíamos que era algo absurdo, inútil y absolutamente estéril estando en el poder. Fue entonces cuando los hechos nos convencieron definitivamente de lo que veníamos sospechando desde 1972: que se había preparado desde las altas instancias de la “Revolución Argentina”, y luego se había desatado, una violencia cuyo único destinatario posible era Perón. Y sabíamos perfectamente cuál había sido su origen.
Nuestra lucha no fue con Montoneros o en Montoneros, sino con la gente que fue enganchada después. Con los que no querían a Perón como conductor del Movimiento, sino como mero “forro” de sus intereses, como un Perón-bronce manipulable, un Perón-rey sin gobierno de la situación. De ahí su slogan: “Conducción, conducción, Montoneros y Perón”.
Los Montoneros se hacen “peronistas”
Sin embargo, esta organización de Montoneros que se enfrentó directamente con Perón había sido “fabricada” siguiendo exactamente el molde de la nuestra. Y sé como fue: nosotros habíamos dejado el esquema de nuestra organización en la casa de Perón y López Rega se lo dio a ellos. No quiero decir que ésto no se les podía haber ocurrido a ellos o que estuviera mal, sino que podrían haber insertado alguna variante. Pero no: la hicieron exactamente igual, con la única diferencia que la organización de ellos era oligárquica de entrada. En efecto, había un grupo que eran, según decían ellos, “los combatientes” -en realidad, los que manejaban todo- y los demás eran “forros”. El nexo entre estos “combatientes” y el gobierno militar de la “Revolución Argentina”, por las razones que hemos expuesto y las que veremos a continuación, no podía haber sido otro que Roberto Roth.
Los Montoneros usaban a Perón y usaban a la gente. El origen de esta conducta, más que ideológico -porque la supuesta ideología que habían también “inventado” era una mezcla, un sancocho bastante berreta que buscaba forzar, no una fusión, sino una amalgama en la que se notan claramente los diferentes estratos, como se comprueba leyendo sus documentos de la época- estaba en la vieja idea de los inspiradores del golpe de Onganía: que el Movimiento estaba perfecto y que lo único que había que hacer era reemplazarlo a Perón.
La idea fundamental sobre la que trabajaron no fue nunca otra que este relevo de Perón. Por eso se dio después la contraofensiva del 78, cuya explicación no discursiva, sino real, es que el llamado “Proceso” exigió a la conducción de Montoneros delatar a todos los que quedaban “de combate”. Y así se hizo: entregaron lugares de reunión, consignas, nombres, y así fue como los mataron a todos antes sin darles siquiera oportunidad de tomar un arma. Fue con esta única finalidad que los reingresaron desde Europa -pues la conducción estaba íntegramente fuera del país- en esa operación que se llamó “la Contraofensiva”.
¿Existen pruebas de esta felonía? Basta con mirar a nuestro alrededor. Galimberti, por ejemplo, es socio de Jorge Born en el negocio telefónico del 0-800. Jorge Born fue su testigo de casamiento con la hija de Romero Victorica, fiscal nada menos que de la causa del secuestro de los Born. Cuando ocurre ese secuestro, en 1973, no se podían sacar dólares de la Argentina -había control de cambios-, pero los Born sacaron 64 millones, de los cuales los Montoneros se llevaron 10 por cooperar en esa operación y ellos, los Born, 54 millones, que depositaron en el exterior. Con un francés que legalizó toda la operación, que fue Pierre Mendes-France, ex premier radical socialista en cuyo estudio de París se saldó el pago convenido a los Montoneros.
La ignorancia de estos hechos permite que todavía algunos hablen de ideología. Pero hablar de ideología hoy -decía Perón- es hablar en fenicio, por dos razones: porque el fenicio sería hoy incomprensible y porque, además, era el lenguaje del dinero. Y habría incluso una tercera razón: los fenicios eran llamados los hombres rojos, porque hacían sacrificios humanos…
En cuanto a nosotros, de Guardia de Hierro, que en su última etapa integró la Mesa del Trasvasamiento y que se disolvió con ella en 1974, hoy no queda nada. Pero, mientras duró ese mundo que hemos venido describiendo, cumplió una función, que a mí me parece que era necesaria. Y era necesaria para mantener el espíritu organizativo y disciplinario del peronismo y su ortodoxia política, metodológica y doctrinaria, y también como obstáculo para que la operación del régimen en el seno del peronismo no tuviera éxito, y de hecho no lo tuvo, fracasó.
Prolegómenos de un fracaso
Fracasó la operación Montoneros y fracasó la operación del “Proceso”, que en realidad eran mitades de una misma y única operación. Porque Montoneros es incomprensible sin el “Proceso”. Hay una continuidad entre 1970 y 1982: son doce años que terminan con la rendición de Malvinas y con el gobierno de Alfonsín de la mano del Ejército. Y fueron estos hechos los que demostraron cuál fue la verdadera intención que guió esa operación: se trataba de los mismos personajes de determinados círculos que, cuando Perón lo quiso poner a Balbín de vicepresidente, dijeron que no, que tenía que ser Isabel (no me refiero, obviamente, a todos los que en ese momento prefirieron a Isabel, en cuya elección confluyeron diversas motivaciones). ¿Buscaban la sangre? Nosotros no hacíamos interpretaciones públicas de los hechos, pero operábamos en el sentido que menciono en el párrafo anterior. Fuimos, así, los únicos que nos opusimos a Isabel vicepresidente, en el congreso del partido realizado en el teatro Cervantes. Nuestro compañero Eduardo Espil era por entonces miembro del Consejo Superior del partido Justicialista y, por su oposición a esa nominación, la mesa del congreso en pleno (Camus, Triaca y él) tuvo que ir a hablar con Perón en Olivos. Perón les respondió: “Ese no es mi problema. El congreso es soberano…”. Y así fue que Norma Kennedy, junto con Grassi Sussini -que era jefe de policía de Camus en San Juan y tenía a su cargo la custodia del congreso- y también el resto de la gente de Camus (la logia Victory), que estaban desde el vamos en postular a Isabel, lograron su objetivo. Porque esa demanda calzaba justo en el plan que ya tenían formulado desde mucho antes, nada menos que ¡desde 1961!
Fue en 1961, en la sede del CIAS, Centro de Información y Acción Social de la Compañía de Jesús en la Argentina, de la calle O’Higgins, que se formalizó, en efecto, el plan original de reemplazo de Perón (o Movimiento Nacional sin Perón, manejado por los nacionalistas y el ejército). Con los años, y como frutos de ese plan, de él surgen primero los “azules” (contra los “colorados” liberales), más tarde el gobierno de Onganía, después los Montoneros y finalmente ésto de Isabel vicepresidente.
Algunos apuntes sobre política italiana en la Argentina
Si quisiéramos hurgar con un poco más de profundidad en esta historia, veríamos como, después de la 2ª Guerra Mundial, llegan a la Argentina desde Europa, entre los años 1951 y 1953, unos emisarios que comienzan su tarea hablando, entre otros, con los obispos argentinos, a quienes les dicen que aquí también hay que hacer la Democracia Cristiana. Algunos obispos llegaron a preguntarles para qué querían la Democracia Cristiana aquí si teníamos al peronismo que era, en muchas cosas, más democrático y más cristiano. De modo que tuvieron que fabricar un grupo, manejado por Dom Sturzo y ¿por quiénes más? Por Fiat, Olivetti, Pirelli, los magnates italianos que eran socios de la DC… y de la mafia. Ahí comenzó el golpe del 55.
En la composición de la DC la Iglesia italiana jugaba, por decirlo así, de estuche protector, y ¡ni hablar de la función que en la maniobra que ejecutaron aquí cumpliría la Iglesia argentina!. Pero como Italia manejaba la política argentina y la Iglesia argentina y aún el partido Comunista de la Argentina, la política italiana determinaba, secretamente, el rumbo político de la Argentina. No sólo durante ese breve período, sino prácticamente durante todo este siglo. Y ¿quién vino entonces como presidente de la Fiat de Argentina? Oberdan Sallustro, un miliciano fascista que, en retirada de la república de Saló, se encuentra con un íntimo amigo que era miliciano del partido Comunista, Aurelio Peccei, que le salva la vida, por lo cual quedaron ligados para siempre. Pero a principios de los ‘70, para resolver la independencia de Fiat respecto de Agnelli, Peccei lo deja caer a Sallustro y así es como lo matan. Ese conflicto interno de la Fiat siguió después con el secuestro de Revelli Beaumont, sucesor de Sallustro, en el que intervienen, en parte, los mismos que habían actuado en la muerte de éste. Revelli Beaumont fue después presidente de Fiat Francia y vicepresidente de Fiat Italia. Formaba parte del grupo que estaba con Kadaffi y buscaba venderle el 17 % de las acciones de la Fiat, que fue lo que hicieron y así timaron a Kadaffi, porque Fiat ya no existía.
Fueron estos hechos los que, en 1972, le abrieron a Perón la posibilidad de volver a la Argentina. Antes de arribar a Ezeiza el 17 de noviembre de 1972, Perón había llegado a Italia en el avión privado de Marcel Dussault, quien ya se había ido de Francia y estaba en Israel fabricando sus aviones, y se entrevistó con alguna gente del Vaticano y con Liccio Gelli. ¿Por qué? Porque había una lucha política en Italia, de la cual Perón participó: por un lado el conglomerado que integraban la estructura mafiosa político-sindical y el Estado (dominado por los Agnelli y compañía, ligados a la Trilateral Commission, que ya por entonces hablaban de “globalización” y armaban inversiones en el Este), y los sectores que patrocinaban las inversiones en el Sur.
Este enfrentamiento interno en Italia explica el asunto Kadaffi, el tema de Perón en la Argentina y la cuestión Liccio Gelli. La famosa “logia Propaganda Due” nunca existió, salvo en la realidad virtual masmediática: lo único que realmente ocurrió fue que Gelli le ponía un código “P2” a las personas que contactaba; lo que se dijo más allá de éso fue fruto de la imaginación aplicada a raíz de la guerra psicológica que utilizó como arma el bando contrario. El grupo que integraba Gelli quería, simplemente, reinvertir los excedentes de eurodólares en el Sur, mientras que sus rivales -socios de la Trilateral Commission- habían optado por invertir en la Unión Soviética.
Israel
Los israelíes, que en la superficie de la política mundial jugaban del lado de los Estados Unidos, por debajo estaban de acuerdo, obviamente que de manera muy reservada, con los que procuraban hacer negocios en el Sur: Sudáfrica, Irán, Argentina (vía Perón), etc. Por algo hay un bosque próximo a Jerusalén que se llama “Teniente General Juan Domingo Perón”.
Aquí haría falta recordar que, a la inversa de las acusaciones malintencionadas que se lanzaron por entonces y se siguen repitiendo hasta nuestros días, Perón jamás tuvo problema alguno con los judíos: la Argentina fue el segundo país del mundo, después de Estados Unidos, en cantidad de pasaportes expedidos a favor de los judíos que buscaban escapar de la Europa nazi, durante la Segunda Guerra Mundial. Y el gobierno de Perón fue el primero en el mundo en reconocer al Estado de Israel, a partir de una tramoya que se “cocinó” en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, cuyo presidente era por entonces Atilio Bramuglia.
En 1972 -según se ha llegado a decir- Perón volvió a la Argentina acompañado por una custodia del servicio secreto israelí, el Mossad.
A Israel todo ese discreto movimiento le reportaría con el tiempo, al menos en las intenciones, un viejo anhelo: independizarse de los yanquis. Y además, el monto que se pondría en juego en este flujo de dinero hacia el Sur, del orden del billón de dólares, no era para nada despreciable.
Estos hechos, por lo demás, confirman una característica del fariseísmo: la duplicidad, que en este plano consiste en que la política pública es “verso”, que nunca es la verdadera. En otras palabras, que hay unos amigos públicos que son enemigos privados, y hay unos enemigos públicos que son amigos privados.
Cabe acotar, de paso, que el reconocimiento diplomático del Estado de Israel por parte de la Argentina seguía una tradición de la cultura política nacional, cuyo antecedente más inmediato la había convertido también en el primer país latinoamericano en reconocer a la Unión Soviética. Ocurrió en 1918, durante el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen, y la URSS tuvo su embajada en la Argentina desde 1920. Lo que hizo con ella es, por supuesto, otra historia.
¿Se hubiera podido evitar la Segunda Guerra Mundial?
La formación del Estado de Israel fue producto de las peripecias de la larga historia del pueblo judío en la Diáspora, pero también del resultado de la Segunda Guerra Mundial.
¿Hubiera podido evitarse esa guerra, y con ella sus nefastas consecuencias en todo el mundo?
Para responder esa pregunta, repasemos antes los hechos. Y los hechos indican que los alemanes abrieron dos frentes, el occidental y el oriental, y no supieron después conducirlos. Confiaron en el manejo de la línea interior, en la que, probadamente, no se puede confiar cuando las diferencias de potencial son muy grandes. No se puede porque, en ese caso, no hay línea interior que resista, por más cortas que sean las rutas de aprovisionamiento y sea posible acumular en uno y otro extremo.
Los alemanes no tuvieron en cuenta, o no previeron, este principio estratégico y por eso lanzaron la guerra, interponiéndose y deteniendo por varios años otro conflicto, latente desde 1917: el de los países capitalistas con la Rusia soviética. Cuando éstos cerraron la pinza sobre Alemania se acabó no sólo la línea interior, sino todo el resto del Tercer Reich. Y ¿no se introdujo inmediatamente la “guerra fría”? ¿No pudo haberse producido ésta sin esa masacre de decenas de millones de europeos, asiáticos y africanos que fue la Segunda Guerra Mundial?
Pero Hitler estaba loco, totalmente loco. No “loco” según el enfoque psiquiátrico habitual o la argumentación de los politicólogos. Hitler padecía una locura mucho peor. Pero los mediocres de nuestro tiempo son incapaces de imaginar el monstruo de verdad: sólo imaginan monstruos a la medida humana. No imaginan, a la manera de Hieronimus Bosch, al hombre alquímico. Pero éso era Hitler. Él -y los que son como él- se han colocado a tal distancia de la humanidad que no son ya, siquiera, “hombres monstruosos”, o deformes. Pueden ser hermosos, incluso, porque “la cara es el espejo del alma” cuando uno tiene alma. Dicho directamente, los monstruos a los que nos estamos refiriendo no son humanos. Como Astiz, de quien nadie que lo viera por la calle y no lo conociera diría que es un monstruo, o que está loco…
Las caras que dibuja Bosch no son rostros humanos. Tampoco son las caras del mal. Son más bien las caras de la miseria, del estragamiento. El Judas que pinta Bosch en el Descendimiento de la Cruz, el mal ladrón, los que clavan los clavos, son tipos deformes por la miseria y el estrago, no por el mal. El mal es otra cosa. El mal es lo que pinta en el tríptico del Jardín de las Delicias. Por eso Felipe II lo tenía en su dormitorio de El Escorial y, sentándose frente a él, lo miraba todos los días. Está todavía en ese lugar.
Lo que le tocó a la Argentina fue Mefistófeles: el demonio como un tipo divertido, elegante, que se viste de frac. Es Alfredo Alcón en Nazareno Cruz y el Lobo. El demonio de verdad no es monstruoso, o lo es después, cuando se revela la verdad. Mientras tanto hay una máscara.
La aeronáutica
La aparición de los Montoneros no tuvo nada que ver con los marinos. A lo largo de la guerra entre Montoneros y fuerzas armadas, los marinos jugaron “de afuera”. Por eso pudieron decir, en los prolegómenos del “proceso”: “Los que vamos a combatir a los Montoneros somos nosotros”. Querían la exclusiva, no por estar en primera línea de fuego, sino para golpear al ejército, que en su momento había montado, codo a codo con Montoneros, el famoso “operativo Dorrego”. No buscaban en realidad matar a los Montoneros, sino convertirlos, para sacarles toda la información posible. El objetivo que porfiadamente perseguían, más allá de lo que públicamente se decía de la subversión, que era pour la gallerie, era el de trazar el más completo cuadro de situación posible… del ejército. Mientras tanto, el ejército se ocuparía de aniquilar al ERP, que era más bien amigo de los radicales y, por extensión, de los marinos.
Por lo demás, ¿cuál sería la doctrina del resto de la apoyatura del “proceso”? ¿Para la aeronáutica, por ejemplo?
No sólo para los denominados “sectores económicos” la consigna era, simplemente, robar “en grueso” (la policía sólo recogería las sobras de ese festín). Para algunos militares encumbrados el “proceso” fue una oportunidad única de hacer impunemente negocios imposibles en tiempos normales.
El brigadier Cacciatore, un adalid de este tipo de “operativos”, logró “hacer” así 1.600 millones de dólares “para la fuerza”. Esto último, debido a que los brigadieres, además de poner a Yabrán para que les manejase los negocios, son todos socios y, como tales, dueños de numerosas compañías: seguros, el correo (Oca, Ocasa, Edcadassa), los depósitos fiscales, y puede que se nos escapen unas cuantas más… En tiempos del “proceso” se reunían semanalmente con Yabrán y el general Suárez Mason para hablar de estos negocios. Y el gerente general de Edcadassa era Celestino Blanco, hombre de la inteligencia aeronáutica.
Ya que hablamos de Yabrán, pongamos sobre la mesa una hipótesis nunca formulada. Imaginemos que el fotógrafo Cabezas, independientemente de su trabajo para editorial Perfil y en sociedad con el policía Prellezo, lo extorsionaban a Yabrán. Imaginemos que Prellezo le decía a Yabrán que Cabezas lo extorsionaba a él, y le pedía dinero para pagarle a Cabezas. Imaginemos que hubo una pelea entre Cabezas y Prellezo, por el reparto de ese dinero. Basándonos en estas tres premisas, cabría también suponer que fue por ese toma y daca que lo mataron. Pero ésta no es nada más que una hipótesis.
CAPITULO III LA DISOLUCION
El sentido de Guardia de Hierro
Los objetivos de Guardia de Hierro estaban trazados de acuerdo a una idea: la de la permanencia en el tiempo de la forma que en aquel momento tenía el Movimiento Nacional. Pero los hechos desmintieron esa idea, pues en pocos años tomaron otra dirección. Tampoco había sido prevista la interrupción brusca y sangrienta, en 1976, del proceso posterior al retorno del general Perón.
Guardia de Hierro no fue creada para luchar por el retorno del general Perón a la patria, como todavía pueden pensar algunos. Su creación obedeció un objetivo más modesto, aunque tenía que ver indirectamente con él. La meta de Guardia de Hierro era dotar al peronismo de lo que le hacía falta en aquel momento y que era percibido como su principal carencia: la organización del Movimiento. Pero no porque el Movimiento no estuviera organizado, sino porque la clave de la cuestión era su tránsito de lo orgánico a lo organizado.
El Movimiento siempre fue orgánico. Y tuvo una organización durante un período, hasta 1955. Después esa organización se destruyó, pero no ocurrió lo mismo con lo orgánico, que continuó creciendo.
A lo largo de los 18 años de exilio de Perón, para saltar de lo orgánico nuevamente a lo organizativo, se requerían algunos elementos que nos propusimos desarrollar en el Movimiento. Pero cuando el proceso llegó al punto en que ésto fue posible, también se produjeron otras situaciones, que no habían sido tomadas en consideración al principio, simplemente porque no existían. Aparecieron estructuras que, brotadas de otros moldes, comenzaron su accionar declarando engañosamente que su objetivo era la lucha por el retorno de Perón al poder.
Para su retorno, Perón no necesitaba de ninguna estructura especial. Necesitaba lo que había, fuera lo que fuere. Como él mismo siempre señaló, se manejaba con “materiales de circunstancias”, con lo que le proporcionaba la realidad, una realidad completa que incluía a su Movimiento y a sus oponentes. No eran necesarias estructuras especiales para su retorno, sí lo eran para otras cosas. Para la permanencia, por ejemplo.
Para nosotros el problema no era, creo yo, la toma del poder, sino sostenerse en el poder. El problema fundamental de siempre, en este orden, no es quedarse con una manzana que cae podrida de un árbol, sino cómo hacer para que la manzana que cae sirva para comer mucho tiempo y para que el árbol, además, siga produciendo. Y digo que es un problema fundamental porque, si no lo concibe de esta forma, uno se convierte uno en un vulgar ladrón de manzanas: se las lleva, se las come y ahí se acaba todo el asunto.
La suplantación de Perón
Con esta última orientación imaginaba y actuaba por entonces la mayoría de los dirigentes y cuadros. ¿Por qué? Porque pensaban en la sustitución de Perón. Y también del Movimiento, en el sentido organizativo (procurando que la organización que, en cada caso, ellos habían fabricado, según designios personales o de grupo, sustituyera a la organización objetiva del Movimiento). Desde siempre, tales dirigentes -dentro y fuera del Movimiento- no pensaban en otra cosa más que en sí mismos. No todos eran así, y hay excepciones que son obvias y otras que no son tan obvias. Continuamente hay justos que pasan por pecadores y pecadores que pasan por justos. También existen los que se han portado mal durante toda su vida y a los que un sólo acto los reivindica, como dice el refrán italiano: “Un bel morire tutta una vita honora” (recuerdo aquí una famosa película de Vittorio De Sica, El general Della Rovere, y puedo asegurar que en la Argentina hubo también un general así, que fue interventor en una empresa quebrada, Papel Prensa, a la que debió entregar después).
En nuestro caso, si bien pensábamos tenazmente en el retorno de Perón y cuanto hicimos fue creado precisamente en el marco de esa política -que fue constante en el peronismo durante 18 años- nuestro objeto era más sencillo, menos pomposo, aunque con mayor proyección en el tiempo: cómo contribuir a dar el salto entre lo orgánico y lo organizativo, en un Movimiento que sería viejo y nuevo a la vez. La carga de lo viejo sería, como siempre, la organización gremial, y el horizonte de lo nuevo lo determinaría la respuesta a una pregunta insistente: cómo construir la organización política verdadera, que no serían ya los partidos constituidos según el molde demoliberal, sino la organización popular. Y éste era nuestro problema.
De modo que cuando la organización se re-crea, en su última etapa que va de 1965 hasta 1970, si bien teníamos una idea, no tuvimos en cuenta que la historia nos tenía reservada una sorpresa. Que no sería como nosotros pensábamos. Tampoco era ésa nuestra responsabilidad, sino obedecer a Perón, que sí lo era. Mientras Perón vivió, y aún después durante un tiempo más, lo obedecimos. El primer acto de obediencia fue, inmediatamente después de su fallecimiento, la disolución de la organización.
La disolución
Se podría decir que la organización se disuelve porque “ha cumplido sus objetivos” o porque “no había más objetivos que cumplir” con esa estructura y en esas condiciones. Muy evidentemente -y no sólo yo pensaba así- era imposible continuar con esa estructura en un Movimiento en desarrollo. Había una contradicción irresoluble que sólo podía llevar al desastre: plantear lo organizativo del Movimiento mientras se retenía lo organizativo en el campo de lo orgánico propio. Una de las dos formas debía desaparecer. Y la que tenía que desaparecer era, obviamente, la nuestra.
Dar ese paso atrás significaba transitar nuevamente de lo organizativo a lo orgánico. Y estar así en un pie de igualdad con el conjunto del peronismo, que seguía manteniendo su organicidad sin organización, salvo en las que eran ya organizaciones institucionales, como los sindicatos. En ellas, su grado de institucionalidad era mayor que su capacidad de organización popular, como los hechos lo han demostrado. Y, por tanto, no había organizaciones populares. Porque los sindicatos eran más parte de un Estado que abarcaba también a las instituciones intermedias del país, que propio de las organizaciones de carácter popular. Tanto fue así que ahí los tenemos hoy: existen, pero pegados a lo que muere y siguiendo su curso ineluctable. La organización popular no seguiría el curso de lo que muere, sino que plantearía el curso de lo que va a sobrevivir. Es lo que no pudieron hacer, porque no se podía hacer desde ahí.
La liquidación del sindicalismo
Existe, frente a este problema, una confusión grave. Perón venía señalando, desde antes de 1970 (ya estaba presente en las cartas que le manda a Roberto Di Cursi, cuando se armó la Lista Gris de metalúrgicos en la Capital, contra Vandor) que lo importante eran los sindicatos, no las uniones ni las federaciones. Que lo importante eran las organizaciones en la base. Que a él no le interesaban los llamados “estamentos”, debido a su artificialidad, sino dónde estaba encuadrada la gente, que es siempre en los sindicatos locales, donde la “burocratización”, entendida como grado de institucionalidad, es mínima y existen grados mayores de participación y acción. Aunque gradualmente el anquilosamiento, la calcificación del órgano popular que fueron los sindicatos hasta 1955 siguiera también su curso hasta la calcificación de los sindicatos locales. Cuando finalmente se estereotipó, nadie más participó de nada, porque era imposible.
Llegado el momento, este proceso contó con la eficaz colaboración de la dictadura militar, que se dedicó, casi exclusivamente, a liquidar a los delegados gremiales y a las comisiones internas. De lo cual nadie habló después, ni nadie habla hoy.
Los desaparecidos
Todos hablan de los desaparecidos conocidos, pero nadie habla de los desaparecidos desconocidos, no porque no hayan tenido familia o amigos, sino a causa de que nadie los defiende. Porque la misma organización gremial actual se ha establecido a partir de la desaparición de esas personas.
En 1983, cuando se hizo la reafiliación, se constató que de los delegados gremiales en la base quedaba el seis por ciento (6 %); el 94 % había sido liquidado por el régimen militar. Tales fueron los desaparecidos anónimos. Que no resultaron ni 2.000 ni 3.000, como los otros, sino muchísimos más. Pero nadie los ha contado, como nadie contó las bajas de la Independencia o de las guerras civiles. Lo único que, en el caso de ellos, puede decirse, es que fueron muchos. Muchos de verdad, además de todos los que fueron presos durante seis o siete años por el mero hecho de ser funcionarios, diputados o concejales del régimen peronistas, sin otra causa que ésa. El intendente Coronel, de la ciudad de Córdoba, fue encarcelado siete años por ese motivo, y el diputado Guerrero, de Tucumán, soportó seis por idénticas “razones”. Y algunos de ellos -Bogarín, diputado por Formosa- también murieron.
Algo que tampoco nadie dice es que todos ellos fueron condenados por tribunales secretos con leyes secretas y condenas secretas. Nadie habla de ésto, y ésto existía.
No existía para la mayoría de los desaparecidos que fueron tomados con las armas en la mano, pero todos estos desaparecidos anónimos no estaban armados: se los condenó simplemente por el hecho de ser hombres que portaban ideas. ¿Qué estaba condenado, entonces? El género humano. ¿Por quiénes? Por estos monstruos. Y digo monstruos porque no tenían justificación alguna ni, aún hoy, podrían alegar nada.
En este orden, también considero que han sido cumplidos los objetivos que los peronistas teníamos. Cumplimos lo que podíamos cumplir. El peronismo no cumplió más porque desapareció, o murió. Murió como lo que era: como organización y como orgánica.
¿Fue Guardia de Hierro una organización extremista?
Desde el punto de vista del visor que el régimen utiliza, que es un visor de sí mismo, nada más, o sea un espejo, nosotros éramos extremistas y por éso figurábamos en el decreto de prohibición de las organizaciones (no de las armadas, sino de las políticas). Y los mismos agentes de inteligencia que manejaban esas listas fueron los que, después del 10 de diciembre de 1983, nos acusaron infinidad de veces de “fascistas”. El periodista Enrique Vázquez, por ejemplo, que fue primero agente de la SIDE durante el “proceso” y después, con la “democracia”, pasó a dirigir la revista El Porteño, desde la cual se dedicó a lanzarnos permanentes andanadas en ese sentido.
Pero veamos mejor qué quiere decir “extremista”. Porque ser extremista desde el punto de vista del sistema es ser parte indisoluble del propio sistema. El extremismo es una de las patas fundamentales del sistema y, más aún, en él se reconoce su naturaleza, cómo es. Es precisamente allí donde, como ocurre con las pinzas de los cangrejos, se encuentra la parte quitinosa más dura del sistema. Es que el extremismo está hecho para eso, es una parte prensil.
Desde este punto de vista no teníamos nada que ver con el extremismo. Los extremistas eran, por un lado los Montoneros y por el otro, como ya hemos dicho, aquellos grupos que conducía Ciro Ahumada y compañía, a los que la prensa llamó “la derecha peronista”. Eran dos partes -dos pinzas- de un mismo cangrejo.
Pero desde otro punto de vista que no sea el visor del régimen, sino la visión de la realidad misma, tal cual es, la palabra extremista no tiene ningún sentido ni quiere decir nada. En primer lugar porque “extremista” indicaría que hay un medio y un extremo, o varios, pero también porque, al decir “extremista”, los que así califican están pensando en la Convención francesa de 1792, donde los representantes estaban en un arco del hemiciclo parlamentario, y del “extremo” eran los que estaban en uno de los flancos del hemiciclo. De ahí proviene este adjetivo, así como los términos “derecha”, “centro” e “izquierda”.
El parlamento de la guerra
Nosotros estábamos en contra, no de esta versión de un “parlamento” que es un chiste (eso que llaman el Congreso de la Nación), sino del parlamento real -del que también estábamos afuera- al que consideramos como más apropiado denominar el parlamento de la guerra, que tenía los mismos componentes pero en el plano del enfrentamiento o de la violencia, “generada -como decía Perón- desde arriba”.
Cuando Perón se refería a la “violencia generada desde arriba” se refería no solamente a la violencia de Estado, la represión, sino también a los Montoneros y demás grupos que, asimismo, habían sido “generados desde arriba”. Y cuando él hablaba de la “violencia de abajo” no se refería a ellos, sino a la huelga, la manifestación, la verdadera violencia del pueblo, que es ésta y no aquella otra. Mas por entonces, como ocurre también ahora, cada uno tenía su “interpretación libre” de la realidad. Pero no hay interpretación libre ni esclava de la realidad, lo único que puede haber es interpretación justa. De modo que esas expresiones sólo se pueden comprender en el contexto del pensamiento de Perón, del momento en que fueron dadas a entender, de cómo fueron expresadas y de quién las decía. De lo contrario son incomprensibles y las aprovecha cualquier vivo para llevar agua a su molino.
Creo que nosotros logramos entender bien esta cuestión, y por eso nos separamos y dijimos que estábamos fuera del parlamento de la guerra, sustitución del otro “parlamento”, que tampoco era el “de la paz”, precisamente, sino que estaba íntimamente ligado a aquel otro. Más aún, el Congreso Nacional, y aún las Legislaturas provinciales, esto es, el parlamento político, era un reflejo del parlamento de la guerra y no a la inversa.
La política verdadera del régimen pasaba por la violencia, no por la política. Incluso gobernando Perón, como se demostró, o ¿qué fue el infame asesinato de José Rucci? Y de tantos otros, porque decir solamente José Rucci es llevar también agua para nuestro molino, pero también se mataban policías, militares, políticos, dirigentes gremiales… El objeto era demostrar la existencia -y el poder- de este parlamento. Un poder que sólo se expresaba mediante su capacidad de matar o de destruir, y nada más.
Frente a ese poder había un parlamento político que era la debilidad misma, no por la institución en sí, sino porque aquéllos que lo componían eran miserables. De un puñado de miserables lo único que se puede obtener es miseria. Allí no había un sólo hombre verdadero. Del otro lado tampoco, ya que se escudaban en las sombras, en el anonimato, en las “máquinas” y en la cobertura que le daban los militares a la ilegalidad. Porque los militares buscaban la propia ilegalidad o, para mejor decirlo, convertir su ilegalidad en legalidad, que fue lo que hicieron en 1976.
La “teoría pura del Derecho”, de Kelsen
Con el golpe del 76 todo lo ilegal se hizo supuestamente “legal”, pese a que no existe ningún arbitrio que pueda transformar lo ilegal en legal, salvo mediante el subterfugio de apelar a la teoría de Kelsen: “El derecho está engendrado por la fuerza”, que es en verdad la que siempre aplicaron. Contra este amañamiento Perón había escrito después de 1955, en el exilio, su libro “La fuerza es el derecho de las bestias”.
La teoría de Kelsen se denomina Teoría Pura del Derecho. Parece un chiste, ya que en realidad es una teoría impura, o espuria, del Derecho. Proclama un “derecho” sin ley ni justicia, que sirve, por ejemplo, para acusar a todo adversario de “extremista”.
Pero el problema no es el “extremo”, que no existe, sino la justicia. Ahora bien, para el injusto, como demuestra la historia, la justicia siempre es un extremo. Sólo así se vuelve algo cierto, pero hay que ver quién lo dice, o quiénes lo dicen.
Por ésto digo que las acusaciones en contra nuestra, que partían de esta concepción, eran parte de la contrainteligencia y de la contrainformación, y aún persisten, porque contrainteligencia y contrainformación siguen funcionando a pleno. Pero los que aún hoy se recubren con la toga de la justicia y señalan, y acusan,
¿nada tienen que decir de sí mismos? No señalo ésto porque mientan -que también mienten- sino por una cosa peor, que es ocultar la verdad o deformarla. Y, como todos a esta altura ya saben, la mayor parte del periodismo ejercita esa vieja conducta ladina. ¿No se hizo lo mismo el siglo pasado?
Durante el período Mitre-Sarmiento-Avellaneda, el de la Guerra del Paraguay, se decía una mínima parte de la verdad y un cúmulo enorme de mentiras e hipocresías, se erigieron altares a ídolos falsos y hasta se compusieron himnos… ¿No hay un “himno a Sarmiento”, por ejemplo? Y ¿no es ésto, un himno a semejante asesino, cosa que ofende a la justicia? Hemos vivido permanentemente entre cosas como ésta, que aún se enseñan a los chicos -cosa que es muy grave, porque más nocivo que hacer el himno es enseñarlo a una edad en la que uno no tiene defensas, como me pasó a mí- porque la iniquidad (ausencia absoluta de equidad) no tiene límites.
Perón y la organización
Perón asignó un primerísimo lugar, en lo que él proponía, a la organización, lo cual no quiere decir que lo haya conseguido. Porque Perón, más que nada, fue un anunciador, un precursor. Él mismo ha señalado varias veces ésto de la precursión. Pienso que más quería mostrar para enseñar que realizar para que durara. ¿Por qué? Porque él sabía que en el nudo profundo de lo que proponía hay una contradicción que no se puede resolver, que él no podía resolver, que nadie puede resolver. Porque él era el jefe del Movimiento, su creador y su líder y, por tanto, la “institución” principal del Movimiento, y ésto impedía que hubiera organización.
Perón podía suscitar lo orgánico, que es lo que hizo, y desarrollarlo todo lo que se pudo, pero no podía montar una organización. Ésto, porque no es posible hacerlo desde la posición que tenía o la situación en la que estaba ubicado. Por eso predicaba. El Movimiento guardó formas organizativas mientras Perón estuvo. Después esas formas se derrumbaron, volvieron a su propia escencia, apenas él desapareció. Lo que quedó fue lo orgánico, que es lo indestructible. Es muy difícil destruir lo orgánico en un pueblo: se consigue con muchos años y haciéndolo de partida, como lo hicieron los norteamericanos.
Impidieron la existencia de un pueblo estadounidense cuando los Estados Unidos eran las colonias de Virginia, Kentucky o la Nueva Inglaterra, ahí empezaron. De lo contrario les hubiera sido imposible. En la Argentina es imposible. En toda América es imposible, porque lo orgánico está incorporado a la cultura de los pueblos, que es orgánica.
No quiero decir con ésto que el salto a lo organizativo no sea imprescindible. Lo es siempre, en todos los casos en que hay una tarea histórica que cumplir más allá de la que puede cumplir lo meramente orgánico.
Lo orgánico y el eterno retorno
La organicidad es mantenimiento en una situación, sea cultural o de otro tipo. Lo orgánico es, fundamentalmente, vida que se hace a sí misma y se mantiene a sí misma con una conciencia circular de su propio desarrollo que, por tanto, no sólo retorna siempre al mismo punto donde empezó sino que ésta es la visión que tiene de la historia: “Lo que fue, será”, o sea el eterno retorno. Todos los pueblos piensan así.
Pero el desarrollo de éso, que se engendra por insatisfacción, por necesidad, por extensión de espacio y de tiempo (cuando las comunidades entran en contacto entre sí) genera otra cosa, que son las aptitudes para las funciones superiores del espíritu y una razón con capacidad de abstracción, capaz ésta de reflexionar en espacio y en tiempo y correlacionar, por ejemplo, comunidades diferentes. De lo contrario, si la conciencia hubiese sido meramente circular, cada ser humano se hubiera quedado en su propia comunidad para siempre.
El hombre sale de la situación de eterno retorno cuando le es necesario, o cuando se hace imprescindible para la comunidad misma. Aparecen entonces aquéllos que son capaces de abstraer primero la idea de temporalidad y después la idea de espacialidad, que son esenciales para el salto. La idea de temporalidad es la que más directamente afecta al hombre, en razón de la muerte. Pero puede verse que estas ideas son ya son abstracciones: en el eterno retorno la muerte no existe, porque la vida siempre vuelve, se repite.
Y ciertamente, la vida se repite en un sentido. Tiene un aspecto en el cual éso es verdad. Hay otro aspecto en el cual no es verdad, siempre que se aplique la circularidad a un desarrollo alineal (no lineal) que va más allá de la propia comunidad y de esa circularidad. Se establecen así otras circularidades.
La capacidad superior de Polibio30
Polibio, a quien los necios toman como ejemplo de circularidad, o de un pensamiento conservador, pretendía demostrar con su Historia Universal -que era en realidad la historia de la Grecia poshelenística- era la grandeza de Roma, por comparación. “Todo ésto que nosotros, los griegos, hicimos mal, y que describo, éstos lo hicieron de otra forma, mejor y, además, comprensible”, viene a decir Polibio, de manera muy pesada, con mucho trabajo y en medio de una confusión terrible. La segunda deducción de Polibio señala: “Y en la manera en que lo hizo comprensible, lo hizo a la vez más claro, más inteligente”. Más inteligente quería decir, en realidad, más inteligible. Era ésto lo que se proponía Polibio, no una circularidad, porque también señala que “todo ésto que hicimos y parecía un círculo vicioso, para Roma ya no es un círculo vicioso sino otra cosa”. Es precisamente por comprender ésto que Polibio puede escribir una Historia Universal, la de la ecumene mediterránea, y dar un salto desde los griegos del período poshelenístico, o de los diádocos, hasta Roma y Augusto.
Esa que, por más que se la juzgue desde hoy, es demostrativa de una capacidad superior a cuanto pensaron Tucídides, Herodoto, Jenofonte y, en general, los historiadores griegos. Polibio también fue griego, pero era romano por su objeto, que era el de la cultura romana. Decir que Polibio era “circular” es, por tanto, cosa de profesores liberales de izquierda o de derecha, adeptos al progreso lineal y constante, que es una cosa mucho peor que la circularidad, porque significa ignorar la alinealidad fundamental que tiene la historia.
Cuando los liberales, debido a esta omisión, hablan de “historia universal” hablan de la historia de éllos, su historia es uni-versal únicamente porque es una versión. Pero no es la única versión, como pretenden; es la versión hoy dominante, pero no la única, de ésto que por ahora, circunstancialmente, llamaremos “historia”.
Continuidad de lo orgánico
Volviendo ahora al fenómeno de lo orgánico del peronismo, podemos decir entonces que pervivió mientras la organización se destruyó. Desaparecido físicamente Perón la organización volvió a ser lo que era: nada. Una parte, la organización gremial, se superinstitucionalizó, calcificándose definitivamente a grado de desaparición. Esto obedece a que las instituciones son la última forma que adquieren las organizaciones
30 Polibio: (204-122 a.C.). Historiador griego radicado en Roma. Su Historia Universal se refiere a la dominación del mundo bajo un imperio único y la política romana.
humanas y tal forma puede durar mucho o poco. En este caso duró poco, en la medida en que se cortó totalmente de sus raíces y, por tanto, no se alimentó más. Quedó colgada de la estructura del Estado y encima, ahora, desaparece la estructura del Estado y con ella los restos fósiles de aquella organización gremial. Le ocurre lo que al clavel del aire cuando se derrumba la pared de la que está colgado: al carecer de alas para volar corre la misma suerte de la pared. Tal es el camino que eligieron los dirigentes gremiales, totalmente separado de la participación popular.
Pese a todo, esa participación popular sigue existiendo, desde que lo orgánico sigue existiendo. Desde este punto de vista ¿el peronismo sobrevive? Pero ¿qué es lo que sobrevive? Sobrevive lo que era esencial del peronismo; lo inesencial desapareció todo. En rigor, visto este hecho desde otra perspectiva, la histórica, lo que se hizo fue una limpieza, independientemente de que tal cosa signifique sufrimiento.
Todos los elementos que eran alógenos al Movimiento Nacional, a su escencia; los que confundían, han desaparecido, se han ido. Sin embargo, lo orgánico del pueblo argentino no desaparece. Las pruebas de que no desaparece son, entre otras: – 6.500.000 votos en blanco en las elecciones de 1997, sin organización, sin dirigentes, sin mandos, sin propaganda y sin voz. ¿Cómo se consigue esa unanimidad, entre tipos que han quedado aparentemente separados por el “exitoso” universo cultural individualista de la “globalización”? Lo que ocurre es que esa unanimidad, o esa unidad, no se “hace”, simplemente es. La presencia popular en los santuarios tampoco la “hace” nadie; sencillamente ocurre, es, sin que nadie la organice.
Una disquisición físico-química
Este “es” no debe ocultar que detrás hay, ciertamente, un proceso cultural y cultual, en el que ambas cosas forman parte de lo mismo. Ambas dos palabras provienen de la latina colto, que significa cultivo en latín. En el nivel orgánico, lo cultural y lo cultual no se diferencian y hasta son permutables: todo lo que es cultura es culto y todo lo que es culto es cultura. Desde el punto de vista de un observador humano es algo dado; desde el de un investigador un poco más profundo es lo que yo llamo un proceso químico, hasta que aparece el efecto físico del proceso químico, del mismo modo en que, si se calienta el agua, se da un proceso químico, por calor, de movimiento de las moléculas del agua, hasta que llega un punto en que se produce el efecto físico, la ebullición y la aparición del vapor. En su conjunto se trata, por tanto, de un proceso físico- químico que habilita un cambio de estado.
Veámoslo a la luz de otra experiencia: si se mezcla ácido sulfúrico con agua ¿qué pasa? Primero, se produce la mera combinación química, sin ningún otro agregado (calor, corriente eléctrica, etc.), de los valores libres del hidrógeno con algunos del ácido sulfúrico. Pero casi de inmediato aparece el efecto físico real: un humo, por otra parte venenoso. También aquí se da un cambio de estado.
De modo análogo, en los pueblos hay procesos de carácter “químico” donde los hombres tienen intervenciones que, aparentemente, no producen nada ni vale la pena tener en cuenta. No hay ningún efecto inmediato. Pero se va gestando en la comunidad una acumulación de efectos mediatos que producen finalmente efectos físicos de diverso carácter.
Tales nuevos efectos suelen representar, a la vez que promueven, otro tipo de conciencia y de acción, análogo al cambio de estado que gestan los procesos físico-químicos.
Simplemente acumular inercia
Cuando, como en nuestros días, aparece entonces un mundo distinto al que les tocó vivir en mejores épocas a las organizaciones gremiales supérstites, en tanto instituciones totalmente vaciadas de contenido, el “cambio de estado” se expresa en nuevas formas organizativas y gérmenes de organización, como entre nosotros se da el caso de la Central de Trabajadores Argentinos, la CTA, que tiene un grado de realidad mucho mayor.
Sin embargo, nuevos fenómenos como el que acabo de citar no pasan aún del nivel orgánico. Para decirlo mejor, ocurren en el nivel orgánico. ¿Cuál es la prueba? La prueba consiste en que, políticamente, no hay resultado organizativo ni siquiera en el propio orden gremial, porque las conducciones han seguido siendo las mismas. Y nadie se propone por ésto echar a nadie, sino simplemente existir. Porque todavía el nivel orgánico es el dominante. Nadie ha sobrepasado este nivel: todos los intentos de este período por avanzar en un sentido organizativo, al quedar aislados, han fracasado.
A nivel orgánico, lo único que se hace es acumular inercia. Como los vehículos que tienen una segunda y una tercera largas, porque la cuarta tiene menos fuerza. Es preciso que acumulen fuerza de inercia en segunda y en tercera para que, al poner la cuarta, el móvil mantenga la velocidad. La velocidad crece (sigue acumulando inercia) cuando el vehículo inicia una pendiente muy larga. Sin esta inercia no hay posibilidad, ya que existe una relación física entre la potencia, el tamaño del rodado, su peso y el tipo de camino. Todos esos elementos tienen su reflejo en los diámetros y las relaciones entre los engranajes de la caja de cambios y la transmisión.
En otro tipo de vehículos, con segunda, tercera y cuarta cortas, recién encontramos una quinta larga: tienen más potencia en relación al rodado y a su peso, con lo cual acumulan inercia más rápidamente.
Un rodado es siempre una batería inercial, un acumulador de energía inercial, lograda mediante la transformación del combustible en potencia. Si se corta el encendido del motor, y se deja el cambio en quinta a 110 km por hora, y si no encuentra obstáculos que lo detengan bruscamente en un choque, el vehículo seguirá en movimiento hasta consumir todo su remanente de energía inercial. Si ese mismo rodado choca contra algo a 110 km por hora, la acumulación de inercia habrá además aumentado el peso del conductor y sus acompañantes en una relación que es una fórmula, y esta fórmula iría variando según fuera la velocidad alcanzada por el vehículo, o la inercia que logró acumular.
Necesidad-función-órgano
Este caso típico de una rama de la Física, la mecánica clásica, también ocurre en los procesos sociales, aunque no del mismo modo -entenderlo así sería caer en una linealidad, justamente “mecanicista”-. Los procesos sociales o culturales también acumulan una cantidad de fuerza de inercia, vale decir de capacidades, de necesidades, de imprescindibilidades tal que, en algún momento, un grupo de deconocidos hasta entonces, que saltan, por necesidad, del plano inercial del mero existir a otro plano, adquiriendo entonces una cantidad de conocimientos que antes no tenían. Este proceso puede ser más largo o más corto, según la “caja de cambios” y la “transmisión” de que disponga. De no ser así, se deberá acumular inercia.
En el proceso argentino hubo quienes creyeron que tenían un vehículo rápido, pero fracasaron en su intento de correr porque no estaba conectado y, por tanto, no tenía transmisión, aunque disponía de motor y caja de cambios. A 4.000 r.p.m. no fueron capaces de dar un paso. Eso fue lo que le pasó, por ejemplo, a la Corriente Clasista y Combativa, la CCC.
En toda concepción de la acción hay un momento que es la apreciación de cómo va desarrollándose el potencial orgánico. Cuando sólo tenemos potencial orgánico no hay política, porque lo orgánico no puede pensar en esos términos. Lo que puede pensar es en términos de su propia subsistencia, de su solidaridad, de su relativa organicidad. Yo diría que hay un mecanismo, una relación genética de lo orgánico, que es necesidad-función-órgano. Cuando aparece la necesidad, determina una función para llenarla, y a su vez la función determina un órgano. Este proceso puede durar diez minutos, dos días ó tres años, de acuerdo a las razones alógenas o implícitas que participan del proceso. Pero tampoco ésto sobresale aún del nivel orgánico: no puede hacerlo porque no está en su objeto.
El error vanguardista, fruto de la soberbia
Lo que ocurre es que esta relación necesidad-función-órgano se va extendiendo; tiene un desarrollo extensivo, y también intensivo, mas no cualitativo sino cuantitativo. Cada vez más individuos se incorporan a este tipo de proceso, pero ésto no significa que el proceso “salta de calidad”, como creen algunos seguidores de la teoría de las vanguardias… ideológicas. Tal clase de gente cree que todo se resume en la idea, pero éste no es un problema de la idea, sino de la experiencia cultural, que no es lo mismo. Ciertamente, la experiencia cultural puede generar cierto tipo de ideas, pero evidentemente no ideológicas, sino surgidas de este proceso.
¿Cómo se explica que las cosas sean así, sobre todo ante conciencias más fáusticas? Porque hay conciencias que no pueden comprender que el proceso real sea así, sino que creen otra cosa, pero la creen de sí mismos únicamente, porque no podrían hacerla extensible a todos. Ahora bien, si en este orden algo no puede hacerse extensible a todos, no sirve.
Todo ésto sucede, y me veo en la necesidad de planteármelo, porque acá terminó una cosa. Lo que terminó una forma del Movimiento Nacional. Lo que continúa es lo que estaba siempre. Para que lo que estaba desde siempre genere una nueva forma del Movimiento Nacional -y ésa es la “X”, la incógnita- debe desarrollarse primero el proceso de base. A medida que, poco a poco, éste vaya acumulando inercia, se generarán nuevos tipos de procesos que, en determinado momento, podrán saltar de la cantidad a la calidad por partes. No será éste un producto de las vanguardias, que siempre son externas, sino un producto del propio proceso.
Hay ocasiones en las que éso que llaman “la vanguardia” es generado por el proceso mismo, pero sólo cuando está inserta en éste. En general, aquéllos que se disponen a ser vanguardia no están dispuestos a esperar que el proceso madure y los cubra. Acá hay un problema en tiempo: que la contradicción principal, siendo en realidad de carácter ideológico en los individuos, en el orden objetivo resulta de carácter temporal: los apuros, las ansiedades, las angustias, los problemas ciertamente, se convierten en cosas independientes del proceso. Al decir ésto no hago una condena, sino una descripción: éste es el “tiempo que tienen”.
Por el contrario, la cultura orgánica popular, para desarrollarse, usa un tiempo distinto del tiempo subjetivo que prima en los sectores de carácter ideológico. En el seno del pueblo las angustias están sujetas al proceso; no son independientes de él. Porque, mientras los pueblos aprenden de este proceso, aquéllos no están dispuestos a aprender, sino a enseñar. ¿Qué maestros son, que no son capaces de aprender? Si hay una ciencia en ésto, es la de ser capaz de aprender. Es la única ciencia válida.
Aprender implica humildad. Judas Iscariote no tenía humildad. No estaba dispuesto a aprender de lo que llamaban los pequeños: los pobres, los miserables, los iletrados… Mas la única forma de llevar adelante las cosas es aprender de ésos. No hay otra. ¿Para quiénes se convierte ésto en un trauma, en una cosa grave? Para aquéllos que creen que saben. Cuanto más creen que saben, más grave es, porque más encastillados quedan. Y, por tanto, más aislados, más separados. O sea, más fariseos (término que significa, justamente, separado). O “sabios ignorantes”, como dijera Perón. No porque no sepan, o porque lo que saben sea inútil, sino debido a que eso que saben se les vuelve inútil por falta de humildad.
La humildad de Perón, Yrigoyen, Rosas y San Martín
Lo que se sabe sirve cuando está puesto al servicio de aquéllos a los que debe servir. Porque de no ser así, el saber está al servicio de uno mismo, y la soberbia consiste precisamente en éso. Al hacer su aparición, la soberbia separa definitivamente, porque corta todos los vínculos.
¿Qué otra cosa movía a Perón y a Eva Perón que no fuera el amor? No el poder, que era secundario.
¿Qué otra cosa que no fuera la humildad? La soberbia los hubiera separado. Y ¿no pasaba lo mismo con don Hipólito Yrigoyen? A principios de este siglo y durante años y años él, descendiente de Alem, de Pueyrredón y de la mejor tradición argentina, patricio de verdad (no como los oligarcas), iba a los sucuchos de la provincia de Buenos Aires a hablar con otros argentinos, de a dos, de a cinco o de a veinte, incansablemente. No iba precisamente a “melonearlos”, como haría cualquier politiquero vulgar; iba a aprender de ellos. Y ¿qué hacía Rosas? Ser el mejor en el lazo, en la doma, en la yerra, en la carrera, en el facón, porque estaba con ellos. Y porque había aprendido de ellos, Si no, no hubiera podido ser el mejor. Las cosas del pueblo no se aprenden en una escuela, se aprenden del pueblo mismo, con los que saben. Y si se aprende es porque se ha tenido la humildad de aprender, hasta de un iletrado o de un pobre. ¿Cómo era San Martín? ¿De quién aprendió, además de hacerlo de sus soldados y de cualquiera? Aprendió de Belgrano -y lo dice él mismo-; las cartas que le envía a Belgrano son todas de agradecimiento, porque Belgrano le enseñó cómo era este país, cosa que no sabía. No bastaba conocerlo de visu o de práctica; era necesario que alguien a quien él respetaba por su estatura moral, se lo explicara. Belgrano era comandante del Ejército del Norte y se redujo a ser jefe de un regimiento cuando San Martín llegó como comandante. No hubo forma de hacerlo cambiar de parecer. Fue entonces que San Martín optó por llamar a Belgrano para cada cosa que hacía, y preguntarle cómo la veía. Hay que ser muy hombre para eso. Pero San Martín no sólo aprendió de Belgrano, sino también de Las Heras, de Necochea, de Arenales -un español, militar de carrera, que fue el más grande guerrillero de su tiempo-, de Güemes -un “gaucho bruto” con labio leporino, con quien Belgrano le recomendó hablar especialmente-, no porque supieran más que él, sino porque sabían cosas que él no sabía.
Siempre aparece, en nuestros grandes tipos, en nuestros arquetipos, como se les ha llamado, el tema éste del aprendizaje. Para formar oficiales San Martín hace el Regimiento de Granaderos a Caballo, que era en realidad un “regimiento escuela”, y con ellos arma el combate de San Lorenzo que, en cierto sentido, era un chiste, pese a su lado dramático (murieron ocho, entre ellos el capitán Bermúdez). Necesitaba, como entrenador que también era, ejecutar esta acción para que esos hombres supieran de qué se trataba, y para que él, a su vez, los viera actuar. No era un mero ejercicio, podría no haberse dado, pero desde el punto de vista de la formación fue altamente conveniente. Y ¿quiénes eran esos hombres que San Martín entrenaba? Veamos:
Antes del combate de San Lorenzo los hombres de San Martín capturaron a unos barqueros de la “escuadra sutil” -así se le decía- de los españoles del sitio de Montevideo. Uno de ellos, que fue capturado en un bote, resultó ser un paraguayo que les explicó, en su defensa, que estaba obligado a hacer lo que hacía por imposición de las fuerzas españolas. Enterado San Martín, le dijo entonces que a partir de ese momento podía permanecer, si así lo deseaba, con él y sus hombres, y el paraguayo se mostró inmediatamente de acuerdo. Ese hombre, que tenía 16 años al momento de su captura, fue después el coronel José Félix Bogado, último comandante de Granaderos, que volvió con los siete últimos combatientes desde Ayacucho hasta Buenos Aires. Había que ser humilde para actuar como lo hizo San Martín en aquella ocasión; si no, preguntémonos que hubiera hecho con Bogado cualquier otro oficial mediocre.
De la misma manera actuó San Martín, general argentino, chileno y mariscal del Perú, con Necochea.
¿Cómo lo reclutó, a él y al hermano, que eran unos señoritos, pero valientes? ¿Qué mejor que proporcionarles un caballo y un sable a cada uno? Y Necochea fue jefe de Granaderos hasta que lo reemplazó Miller. Es obvio que para contener a gente como Bogado, Necochea y unos cuantos más, capaces después de hazañas inauditas, se debía poseer de una grandeza nada común, y -por sobre todo- quererlos. Quererlos al punto de que todos ellos llegaron a ser capaces de hacerse matar por San Martín. Claro que por debajo de ellos ninguno -ni Guido, ni Warnes, ni Miller- lograría la felicidad contagiándose con la grandeza de su jefe.
Pero aún Bolívar, que hasta el exilio de Jamaica había sido un señorito mantuano de Caracas, partícipe de una de esas revoluciones de señoritos afrancesados que hubo por aquellos tiempos en Iberoamérica; Bolívar, a quien costó tanto aprender, más que nada a ser humilde, porque era dueño de grandes plantaciones con esclavos, llega a penetrar ese “secreto” vedado a los soberbios. Ocurre cuando los esclavos sublevados con la bandera de España, encabezados por Boves31 , lo aniquilan en la batalla de La Puerta, pasando a cuchillo a todos sus hombres. Al volver del exilio, lo primero que hizo Bolívar, a consecuencia de esa dura lección de humildad, fue disponer la libertad de todos los esclavos. Ésto era algo muy difícil de comprender en su época, pero que la Providencia, al parecer, había dispuesto que él aprendiera.
Perón compendiaba todo esto de una manera mucho más simple: “No se puede conducir lo que no se ama”. Así de sencillo. Y solía complementar esta noción con aquella otra de que “se puede engañar a un hombre durante un tiempo, pero no se puede engañar a todos los hombres durante todo el tiempo” porque, como él también decía, “la mentira tiene las patas cortas”. Expresiones todas éstas de gran actualidad, porque quienes hoy se supone que deciden algo en el país, además de malvados son hipócritas, por tanto son mentirosos: dicen una cosa y hacen otra.
Por qué Perón no dejó una organización
Perón sabía perfectamente -y por eso lo señaló en varias ocasiones- que él no podía montar una organización que perdurara. Podía proteger lo orgánico, pero no podía montar una organización que perdurara después de él, porque el principal obstáculo era él, no porque lo quisiese, sino por su situación. Lo mismo pasaría si un elefante pudiera decir: yo soy grande y tengo trompa: no estaría confesando una culpa ni haciendo una crítica, sino simplemente reconociendo su propia realidad.
Perón no podía dejar una organización porque la misma naturaleza de la conducción carismática impide que la organización funcione.
En sus primeros gobiernos Perón no montó una organización. Gobernó con herramientas preexistentes, que tenía al alcance de la mano. Bajo su conducción había tres partidos: el partido político, el partido gremial y el partido militar; él manejaba el Estado y era el jefe de los tres partidos. Esa fue la estructura, más allá de los nombres. Cuando por una confabulación perdió la conducción del partido militar y del Estado, los demás partidos desaparecieron. Sólo permaneció la estructura gremial, pero a costa de pagar su permanencia con su institucionalización, vale decir, su participación en el régimen. Visto hoy en perspectiva, aunque uno por entonces haya hecho otras cosas y creyera en otras cosas, no fue éste un acto de voluntad de Fulano, que era un traidor, o Zutano, que era un ladrón, sino que no existió otra posibilidad.
En el plano de la política del régimen hay un conflicto en el tiempo para una política popular. Es casi una fórmula de física o algebraica: Para obtener las condiciones de una política popular en el marco del dominio del régimen hay una contradicción en el tiempo; las necesidades están en contradicción con las posibilidades. Ésto es irremediable, y es lo que lo destruye. Por eso dentro del régimen no puede haber nunca una política popular. Nunca. No porque ellos no quieran, pues sí quieren, en aras de la gobernabilidad. Pasados los años ¿qué mejor para el régimen que un Menem, un gran engaño, para ocultar la contradicción? La gobernabilidad se obtuvo con un sólo gran engaño. Ha sido algo de tal maldad y perversión que fue a emplear la esperanza contra aquél que está esperanzado. Pero eso no es permanente, ni puede serlo, porque la verdad, finalmente, habla por sí misma. “Habla sin artificios”, decía Perón.
La cuestión fundamental en la organización gremial, después de 1955, era ésta. Mientras el equilibrio de fuerzas entre el régimen y el Movimiento Nacional, por la presencia de Perón, se mantuvo en una balanza, los gremios institucionalizados pudieron representar, de algún modo, y contribuir, únicamente, a la guerra de desgaste. No daban para más que éso: desgastar, transfiriendo esta contradicción que era de ellos, al seno del régimen. Se transfería mediante los convenios, la huelga, la ocupación de fábricas… eso fue lo que ocurrió mientras el régimen no dispuso de una resolución definitiva, de un poder suficiente para responder muéranse, como tiene ahora. Los sindicalistas de hoy pueden hacer huelgas parciales, generales, con movilización o no, y nada de eso afecta ya al régimen, porque éste se ha desligado total y completamente de aquellas transferencias propias de un equilibrio de fuerzas.
31 Boves Rodríguez, José Tomás: (1783-1814). Marino español. Su actuación militar se desarrolló en la Gran Colombia a partir de 1812. Fue uno de los máximos dirigentes realistas en la lucha con los independentistas. Murió en combate
La presencia de Perón fue el fiel de la balanza, que mantuvo la unidad del principio operacional (desgastar, pero a la vez desgastarse, como cualquier abrasivo). El cálculo era “yo desgasto diez veces mientras me desgasto una y, por tanto, tengo diez veces más tiempo que mi oponente”, “yo juego al tiempo, pero al desgaste en tiempo”. Esto fue, nada más ni nada menos, lo que hizo Perón durante 18 años (en vez de 180). El extremismo quería que eso mismo ocurriera en 18 días.
Después del extremismo, los ex combatientes
Los extremistas suelen hacer una apreciación irreal de la fuerza, por un lado, y detentar un desprecio absoluto por el gasto, por el otro. Su razonamiento es: gasto esta fuerza X en un punto del tiempo y el espacio, la quemo para conseguir lo que quiero; lo consiga o no, la quemaré para siempre.
El eterno problema de los ex combatientes tiene este origen y se resume en una pregunta: ¿Y después, qué? Si gastan 30 años en una guerra, cuando vuelven ¿qué son? Generalmente es preciso enviarlos a alguna colonia porque no sirven para más nada. Un hombre no es una máquina. Inteligentemente, César ideó hacer servir a los legionarios romanos 22 años y después reunirlos en colonias de veteranos provistas de tierras inmejorables, en Africa por ejemplo, para sacárselos de encima. Los norteamericanos, en cambio, no lo habían previsto con los que volvieron de la guerra de Vietnam y así sufrieron las consecuencias: infinidad de incidentes, accidentes, motines y hasta masacres en serie en su propio territorio.
También aquí, después de la Campaña del Desierto, hubo un reparto de tierras a los militares que participaron en ella. Pero la Campaña del Desierto no fue, en verdad, una campaña militar, sino una mera ocupación del espacio. No hubo un sólo combate; fue un embate sobre el vacío para ocuparlo. El vacío ya se había producido. Lo produjeron durante largo tiempo para después ocuparlo, correctamente, por otra parte. Ahí también hubo, a lo largo del siglo pasado, una guerra de desgaste que Inglaterra llevó contra nosotros a través del indio y estuvo a punto de tener éxito en varias oportunidades, de no haber sido porque el indio que vivía en nuestras pampas ya no era el natural de aquí sino el chileno, atrozmente saqueador. En estos movimientos de poblaciones enteras, en los que los ingleses se han mostrado expertos en los cinco continentes, los auténticos indios pampas fueron colonizados y se “araucanizaron”, al punto de perder hasta su propio idioma (el tehuelche, por ejemplo), reemplazado por el mapuche (esta palabra significa gente del río Mapu, río que está al sur de Chile). El negocio que manejaban los ingleses era el de comprar (generalmente con caña y tabaco baratos) el ganado que robaban estos indios en la provincia de Buenos Aires y que llevaban a Chile.
Los estudios extranjeros sobre el peronismo
De los pocos estudios que he leído sobre el peronismo -estudios que en realidad no me interesan- ninguno tiene nada que ver con el peronismo real. Franceses y norteamericanos, pero también ingleses y suecos, han tomado al peronismo como un objeto de estudio antropológico, pues para ellos el peronismo es eso, o político, cuando han partido de ciertos intereses políticos como, por caso, Alain Touraine, cuyo maestro es Jacques Derrida, inventor de la dèconstruction (globalización es igualación de potenciales, igualación de potenciales es entropía, y entropía es caos). Los dos, tanto como sus seguidores autóctonos, son portadores de un pensamiento antiguo, verdaderamente retrógrado, aunque han tenido la habilidad de presentar su mercadería al gran público del primer mundo revestida con un grueso barniz de novedad en materia de neologismos, concentrado sobre todo en la partícula “pos”. ¿Poshumano, o sea inhumano, por ejemplo? Los imbéciles que compran aquí esa mercadería -por suerte, muy pocos- se enteran de lo que les pasa a través de lo que les dice un tipo que nunca estuvo.
Tampoco hay mucha bibliografía que provenga del propio peronismo, que en general son memorias, como las que ha escrito Fermín Chávez, o relaciones como la que hizo Benito Llambí en su último libro. Pero generalmente son escritos parciales. Esto ocurre porque la dirigencia, que sería la que supuestamente debería encontrarse en condiciones óptimas para escribir sobre peronismo, no sabe, y los libros que aparecieron firmados por algunos dirigentes (Cafiero, Guardo, etc.) no los escribieron ellos sino que fueron redactados por encargo.
Hay, asimismo, numerosos libros sobre peronismo escritos por verdaderos contrabandistas ideológicos como Feinman, discípulo de los franceses, que decían o dicen ser peronistas. Y, para peor, lo que Feinman ignora es lo que los franceses descubren después de toda la fiebre de la desconstrucción, una vez que pasaron los teóricos del caos. Ilya Prygogine, por ejemplo, dice que el caos no es el fin, que el caos genera nuevo orden. Una desgracia para ellos -para los adscriptos aquí al sistema- porque es ésto lo que no pueden ver. Para ellos nuevo orden es el orden de ellos: ¡Bueno, ya terminamos con el peronismo, ahora hacemos la nuestra!.
¿Cuál es este orden de ellos? Ninguno. Hicieron lo mismo en 1930, en 1955, en 1980, y cada vez les salió peor. Cada vez un tono menor, menos cosas, menos espacio, menos tiempo, menos fuerza, menos ideas… El orden de ellos sí que ha devenido en caos. Ahora tenemos la Alianza: pa’semejante candil, es mejor quedarse a oscuras. Es innegable que el vacío que eso produce en un ámbito, lo produce sólo en ese ámbito; en el resto de la realidad no influye para nada. Sigue su propio desarrollo, en su mayor parte independiente del proceso real, que es en el seno del pueblo. Los 6.500.000 de votos en blanco son para mí, todavía, una cosa mágica, pero también una prueba de que todo lo que digan o hagan -si es que hacen algo- es absurdamente inútil. Pero ésto es precisamente lo que menos les importa.
Lo que ocurre en ese ámbito (que pertenece al régimen) sólo afecta a la realidad popular en tanto su propia respuesta. Nada más. Es una elaboración. La respuesta es cuando está, no cuando uno quiere o cuando uno cree que lo necesita o que la gente lo necesita. No. Es cuando está. Es un proceso relativamente largo. Aunque para muchos diez años son demasiado, para la historia, para la vida de un pueblo, es un segundo, nada.
El ciclo del peronismo
No hace mucho, en un país hermano, me preguntaron si veía al peronismo como un ciclo de la historia argentina. Les contesté que sí, pero también les pregunté, a mi turno, cómo son esos ciclos. Porque, si se quiere, hay ciclos y contraciclos. Aunque también se podría decir que los ciclos se componen de una afirmación y una negación. Como siempre ocurre, la negación es posterior a la afirmación, porque le está subordinada. La negación es un acto subordinado a la afirmación, como el mal es subordinado al bien.
No se puede comprender el peronismo del año 1944 si no se abarca hasta el año 1974. Esos 30 años implican un conjunto: ése es el ciclo. Como es un ciclo, contiene afirmaciones y negaciones de lo mismo
En otro espacio y en otro tiempo, ésto mismo se llamó Civilización y Barbarie, una mera fórmula, porque ambos términos de aquel diálogo eran la civilización y ambos dos la barbarie, desde lo que las dos palabras pueden significar realmente, y no desde cómo fueron empleadas. Decir Civilización y Barbarie no resume una época que, como realidad, fue algo mucho más profundo y más vasto.
Si se quiere, es mejor decir Destino o No Destino, con esta advertencia: es una afirmación y negación que abarca el conjunto de todas las cuestiones del hombre. No del “hombre argentino”, sino del hombre, y, como está aquí, de este hombre concreto. Pero el diálogo que parte de él es universal, en el sentido de que no es un diálogo folklórico, ni anecdótico, sino profundo y fundamental. Dado aquí. Vivido aquí. Sufrido aquí. Expresado aquí. Con estos materiales, pero siendo universal.
Es probable que lo que ocurre en otros lugares no tenga esta característica de universalidad, o habría que forzarlo para que alcanzara un grado de universalidad suficiente. Lo nuestro es de hecho universal. Lo es cuando se da por los temas que están en cuestión, que afectan al conjunto de la humanidad. No es Aparicio Saravia discutiendo con Batlle, discusión que tiene cierto grado de universalidad, pero subordinada a otro diálogo más amplio, que la abarca. Ésto que puede llamarse el “ciclo peronista”, en cambio, no está subordinado a nada. Tiene personería de por sí. Tal es, además, el problema de la Argentina. Veamos por qué.
La Argentina no puede ser -en el sentido de existir-, ni dejar de ser o de existir tampoco, en el marco de esta organización de las naciones. No es posible. Su sola existencia es una negación. En la misma medida en que es afirmación de sí, es negación de lo otro. Es una imposibilidad. En cambio, la existencia de una Nicaragua independiente o de una Cuba independiente, por ejemplo, no es negación de nada, ni pasa nada. No digo ésto por desprecio hacia esos países sino que, por el contrario, envidio la suerte que tienen por no ser paradigmas históricos. En cambio la Argentina sí es paradigma de la historia, y éso es lo que sufrimos. Por eso Perón insistía constantemente: “Hemos pagado el precio de los precursores…”
El peronismo no fue precursor en la historia de la Argentina, simplemente. Su existencia implicó otra precursión, que nuestro pueblo paga, diría que sin interrupción, desde septiembre de 1955. Este costo que pagamos no es igual que el fruto, porque el fruto, que es nuestro, es también universal. Y universalizable rápidamente, por la facilidad y simpleza de su ejecución.
El peronismo, en tanto última manifestación de nuestro ser en la historia, es lo contrario de la conciencia colonial, pero lo contrario también de la estupidez de gran potencia de los nacionalistas. El problema no es ser pequeños, grandes o potencias; el problema es ser lo que debemos ser o no. La Argentina es, y no necesita ser un imperio para eso.
El problema de la Argentina es que es. Y ésto es, justamente, lo que a algunos argentinos no les gusta, y lo que muchos otros argentinos todavía no saben. Es esta realidad la que se hace presente, permanentemente, en el diálogo del que venimos hablando.
Ser o no ser
¿Cuál es aquí la discusión? La discusión, en última instancia, es como la pregunta de Hamlet. Hay quienes prefieren no ser, no sólo en la historia, sino en su vida personal también. Cuando el tipo lo dice y hace de su vida personal un no ser, que no es en la historia -pero que también trasciende- uno se da cuenta de que el problema es un poco más complejo que la mera discusión política. La discusión política puede resultar un trasunto de esta cuestión principal, pero ni siquiera es la única ni la más importante. Porque muchas veces la discusión política encubre otras cosas, actúa de velo para taponar debates mucho más profundos y de mayor duración en tiempo y espacio que los políticos, o que los económicos (como la discusión sobre la propiedad de las cosas, por ejemplo). No digo que estas discusiones no sean importantes, pero el punto de partida, la única verdadera discusión, es la discusión sobre el ser, ya que todas las demás se derivan de ella. Por eso, por ser una discusión sobre todo el ser del hombre, es universal.
Cabe aquí hacer una distinción, ya que en ella está la clave de todos los silenciamientos, encubrimientos e incluso ironías actuales: es irremediable que la discusión sobre el ser del hombre (que es en nuestro caso, al mismo tiempo, sobre el ser de los argentinos) lo sea sobre el ser de la humanidad. Es en ese punto que se “pudre” todo, en un mundo que dice “la metafísica no existe” y que sólo existen Adam Smith32 , Marx33 o Juan B. Justo34 .
32 Smith, Adam: (1723-1790). Economista y filósofo británico, nacido en Escocia. Con D. Ricardo es el fundador de la economía política. Analiza la ley del valor y enuncia la problemática de la división de clases. Heredero ideológico de S. Bentham, consideró el capitalismo como el estadio natural de las relaciones sociales. De hecho fundó el liberalismo económico. En la “Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones”, el leissez faire aparece como el motor del progreso económico.
33 Marx, Karl: (1818-1883). Filósofo, economista y político alemán. Autor con Federico Engels de “El manifiesto Comunista” en que se trata abiertamente un nuevo fenómeno social vinculado a la revolución industrial y al capitalismo; la lucha de clases. Las lecturas de los economistas clásicos, de Rousseau, Saint Simón, Proudhon, le decidieron a incidir en al análisis de la historia, convirtiéndose en uno de los fundadores de la sociología. Intervino en la fundación de la Primera Internacional.
34 Justo, Juan Bautista: (1865-1928). Político argentino. Fundó el partido Socialista Obrero y el periódico “La Vanguardia”.
Ellos -el sistema- no pueden reconocer este problema como problema, ni que es ésta la verdadera discusión, una discusión ontológica, del ontos toon (el ser que es, que fue y que va a ser), ni que es, por tanto, una discusión sobre la filiación que, de metafísica, se convierte en histórica y en natural, y también en ideológica. ¿Por qué? Porque ésto está todo reunido, condensado en ella. Y porque en el esclarecimiento que conlleva su práctica reside la única posibilidad de unión de todos los hombres.
La nación. Mentira, alienación, banalización
Quienes se mantienen ajenos a este problema viven en la más absoluta ausencia o, para mejor decirlo, en una alienación. Ésto se llama enajenación: no se pertenecen, en la misma medida en que no se reconocen como parte de esa discusión, para un lado o para el otro, no importa. Si no se reconocen no son, y sobre esta falsa conciencia -que tiene los pies de barro- construyen la dominación. O, lo que es lo mismo, construyen la mentira. Pero quienes trabajan con la mentira, no está de más repetirlo, pueden engañar a un hombre durante un tiempo pero no a todos los hombres todo el tiempo.
Por esta razón podemos decir que el sistema marcha, cada vez más velozmente, hacia su fin. No se puede autosostener. Los que se autosostienen son los que dan la discusión, no importa si de un lado o del otro. Porque ésos son los que saben dónde están parados. El que dice vos no sos, lo dice porque es. Aunque el acto de negación ya sea un acto necesariamente confuso en contraste con la afirmación, que es rotunda y redonda. Pero el que niega el ser debe ser, ya que, si no, tampoco podría negarlo. Entonces no hay negación, porque negación de la negación es afirmación. De donde el discurso resulta artificial: en unos, los que están separados, es hipócrita, y en otros es rotundamente cierto. La verdad y la mentira.
La mentira no consiste en el acto de negación (de ellos sobre nosotros) sino en su propia escencia, que es ésta que acabamos de descubrir: que para negar nuestra existencia deben negarse ellos, y, como se afirman, entonces toda negación es una mentira. Un acto de hipocresía del que sólo pretende afirmarse a sí mismo y, negando a los otros, matarlos, para que no existan. Por éso podemos afirmar que es éste su verdadero objeto, no la negación. La mera negación -y ellos lo saben- es falsa, no es posible. La mera negación lleva a construir el sistema ideológico de la muerte, apoyado en la mentira. Es irremediable. Pero en ese marco está la historia de la Argentina desde hace 200 años.
Cambian los contradictores pero no cambian los lugares: la Argentina sigue existiendo y la contradicción sigue existiendo. En ese sentido no hay ciclos, o hay -como piensan algunos- pequeños ciclos en un gran ciclo, que es el ciclo de la construcción de la comunidad de los argentinos, que no se sabe en qué consiste, porque hoy decir nación ya no significa lo mismo que antes.
Se ha ido abriendo camino en el seno de la conciencia burguesa en decadencia una idea de la nación que ya no está articulada con la idea de estado. Que no es ni estado, ni frontera, ni administración, sino otra cosa, que se parece más a como era antes de la burguesía. Las naciones eran un lenguaje, una religión, una cultura, unas costumbres, una tradición. Y una estirpe. Eso es nación aún para Fierro, que en algún momento habla de un “gringo nación” y en otro de un “inglés de nación”. Por entonces nación no significaba lo mismo que para nosotros hace 10 ó 20 años, sino otra cosa. La idea que suscitaba entonces decir nación no era la idea de un estado y de unas fuerzas armadas, sino la de pertenencia a una forma de ser, a una forma de expresar el ser. Eso es lo que está aquí en construcción.
La construcción de la nación, así entendida, no se hace sin contradictores. Si no hubiera contradictores tampoco existiría la posibilidad de esa construcción. Es una vana aspiración de la vida humana el pensar que se puede construir algo sin oponentes o, lo que es lo mismo, sin la discusión. Toda construcción humana es un descubrimiento de la verdad, y la verdad está, necesariamente, en competencia con la mentira. Para reconocerse debe confrontarse con la mentira. ¿Por qué? Porque lo más parecido a la verdad es la mentira. Por lo tanto debe discriminar, y es en la discriminación donde nace el juicio.
La consecuencia lógica de la no discriminación ha sido la banalización y la neutralización de todo saber. Lo señala muy bien Karl Schmitt35 : “El proceso de neutralización de los diferentes campos del saber en la civilización occidental ha llevado a la nada”. No hay posibilidad para el saber, no hay ningún saber válido. En cuanto al conocimiento, el único en vigencia debe ser el tecnológico. La tecnología proporciona la sensación de que los límites se pueden extender de manera inagotable y entonces la cultura, lo artístico, lo intelectual, pasa a ser casi siempre la superación de un límite. Esa manía actual de tensar el límite da la sensación de que está resuelto el problema, de que el intelecto humano puede llegar al infinito, de que no se puede hacer nada fuera de ese carril, por el cual avanzamos cada vez más velozmente. Pero es justamente entonces cuando vamos para atrás. Porque en el mundo real todo está todo como estaba, y esta idea de avanzar velozmente y saltar límites todos los días es meramente una virtualidad.
¿Hemos llegado a la nada, o aún falta un tramo?
Leonardo o los renacentistas ponían la acción cultural, intelectual o filosófica en la superación de un límite. En la medida que se superaba un límite surgía una creación intelectual, artística… o política. Era la superación de una frontera. Así pasó en Italia. Por algo Perón decía que los italianos inventaron la política. Y es verdad: entre el siglo XII y el siglo XVI ellos hicieron todas las experiencias posibles, una Grecia multiplicada por 100, después por 2.000. Puede decirse que lo hicieron todo. Y, en rigor, toda la historia de la modernidad estuvo contenida allí.
Los norteamericanos dicen que respetan y aún que admiran a los italianos… Compraron en las últimas décadas mucho arte italiano y muchos artistas italianos. Pero eso lo vienen haciendo por un problema de moda, para mostrar. Es una demostración del poder del dinero, nada más: ¿Cuánto le costó? Tanto. Ah, está bien. ¿Le costó menos? No sirve.
El nivel de lo que se puede decir de Norteamérica, si es que hay algo llamado Estados Unidos, de lo cual yo dudo profundamente, es absolutamente imparangonable. Porque es un agregado no aglutinado. Conserva todos los elementos de la aleación sin mezclarlos. Es como un cajón de Coca Cola sin las botellas: en cada casillero se puede poner un hilo de coser, una muela picada, un diario viejo, un paquete de cigarrillos por la mitad… En cada casillero una cosa distinta: éso es Estados Unidos. No pueden mestizar. Por eso ya tienen 43 ó 45 millones de seres humanos viviendo y durmiendo en la calle, como en la India y, con eso no pasa nada. No pasa nada en el sentido de que, hoy, ya a nadie le importa, no pesa sobre ninguna decisión. Pero si no estuvieran en la calle y estuvieran en su casa sería lo mismo. Una indiferencia cada vez más marcada por el otro. Una insectificación creciente de ese otro, convertido en “el público”. Pero tal ha sido es el proceso de construcción de la oligarquía norteamericana, el grupo farisaico más importante del mundo. No el más lúcido, sólo el más importante. En poder físico, sobre todo. Un poder físico que hoy está baldado, pues no se puede emplear. Que tienen y no les sirve, como se demostró en la “guerra del Golfo”. Eso les ocurre porque no tienen política. Hay poder sin política, Y hay por aparte una política sin poder, totalmente impotente. Este viene a ser hoy el tema de los Estados Unidos: en caída libre… hacia la nada.
35 Schmitt, Kart: (1888-1985). Jurista Alemán, profesor de Derecho Político, aportó la base jurídica al régimen hitleriano.
El mestizaje (I)
De modo que nuestra confrontación no es con “el exterior”. Es con nosotros. En el terreno de la confrontación, el eje conductor sería entonces una concepción del hombre, básicamente diferente, que se corresponde con la verdadera contradicción principal, que es entre nuestra modernidad y la de ellos. Ese es el dinamismo fundamental y hace 500 años que lo arrastramos.
Lo que nuestros adversarios niegan es el tema de la cultura mestiza.
Durante un período, hacia mediados del siglo pasado, y aún antes, apareció el tema de la “cultura originaria”, a partir de los estudio del lenguaje hechos por los filólogos, sobre todo a partir de Humboldt -el hermano de Alejandro- que fue uno de los fundadores de la filología clásica. Como en esa época ellos estudiaban el origen del lenguaje, de las lenguas, y venían descubriendo el sánscrito, los Vedas, el significado de los jeroglíficos, surgió una clasificación de las culturas, después abandonada, en originarias y mestizas.
Cuando esta novedad fue tomada por las potencias coloniales, se encargaron de informar al mundo que ellas eran las culturas originales y que todas las colonias resultaban ser culturas posteriores, de modo que los dominadores fueron, a partir de entonces, los que llevan la cultura. Esa idea fue diseminada por todos lados y se enseñaba hasta en las escuelas elementales. La mentira de tal razonamiento es más que obvia. Pero permitió con el tiempo el exceso contrario, también enemigo de la mestización, que proclama: “No. Las culturas originarias son las colonizadas, las de la flecha, la cerbatana y el taparrabo…”. Razonamiento tan hipócrita como el de los que dicen: “Si no hay democracia, partidos políticos, etc., no hay cultura ni hay civilización”.
Los dos extremos se sitúan en el terreno de la imbecilidad. Pero forman parte del dualismo fundamental de la cultura occidental. Como decíamos antes de los extremismos en términos políticos, éstos son extremismos en términos de análisis cultural. Son tan enemigos de la verdad unos como otros. La realidad es que no hay ninguna cultura originaria y todas son mestizas. Todas, absolutamente todas.
Es mestiza la cultura griega clásica, pues de lo contrario hubiera sido imposible. Grecia, cuatro tribus de distinta procedencia, fue la primera síntesis, en un plano muy reducido, de Oriente y Occidente. La segunda síntesis, que ya es universal, es Roma: el mestizaje ahí ya fue descomunal, al punto de que decir “yo soy romano”, en determinado momento de la historia del Imperio, ya no quería decir nada ni otorgaba identidad a nadie. Por eso los griegos, tal vez más previsores, habían establecido la línea divisoria en el balbuciente, en el bárbaro, como frontera de su propia universalidad. Pero ellos eran mestizos.
De ahí en más no hay ninguna cultura conocida que no sea mestiza. Se aplicó a nuestra América la calificación de “cultura mestiza” como si fuera única por esta cualidad, pero la India -cuatrocientos pueblos diferentes, por lo menos- es una cultura mestiza, y tanto más cuanto que, como península, ha sido el lugar de paso de absolutamente todo entre Oriente y para Occidente, en un sentido o en el otro. Y China es otra cultura mestiza. No hay ninguna que no lo sea, a esta altura de la soireé. Aún no se sabe bien qué pasaba hace 10.000 años, pero Mohenjo Daro o Isarlick ya eran también mestizos, hace 6.000 ó 7.000 años. Troya, la Troya de Schlieman36 , que es la cuarta, era asimismo mestizo de Oriente y Occidente, porque eran griegos mezclados: se trataba de un pueblo de comerciantes y, como comerciantes, obviamente mestizos. Y los cretenses también.
Ya que hablamos de arqueología, digamos que, si los europeos han buscado con un criterio científico desentrañar en todo el mundo el misterio de cada lugar, los ingleses querían, con su propia búsqueda, construir un enigma: el enigma de su propio origen. No porque no lo supieran, que bien saben que son mestizos. Pero después que la latinidad se les fue, porque no la echaron sino que se les fue, con las cinco legiones que Roma debió desplazar desde las islas británicas hacia el Rin, quedaron fuera del “paraguas” romano, que cobijó hasta hoy al resto de los europeos.
36 Schlieman, Hendrich: (1822-1890). Arqueólogo alemán. Basándose en los relatos de Homero, pudo localizar Troya.
Nuestra cultura es mestiza
Nosotros también tenemos una cultura mestiza. El problema de los que toman una posición extremista, valga la expresión, sobre esta cuestión, es que se niegan es a la mestización. Pero además ¿por qué? Porque desde una de las usinas, fundamentalmente los británicos, han difundido la idea de que el mestizo tiene el corazón dividido. Y el mestizo no tiene el corazón dividido: tiene un nuevo corazón, que es algo muy distinto.
Tomemos a Bolivia, por ejemplo. El único lugar donde el mestizo tiene allí el corazón dividido es la ciudad de La Paz. Pero ¿quién creó éso? Nada menos que los ingleses, primero con el salitre y después con la gran minería.
Si el mestizo no tiene el corazón dividido, sino un nuevo corazón, el dominio ¿qué hace? Negar la existencia de este corazón. Le propone: o tenés el mío o tenés el de aquéllos que viven en el medio de la selva. El mestizo dice no: ni éste ni ése. ¿Con qué se le responde entonces? Con la negación: esta gente no existe.
Cuando pasamos la cuestión del mestizaje del plano individual al social, el trasunto político que adopta la negación consiste en impugnar al Movimiento Nacional tendiendo un manto de silencio en su derredor. Una manera de decir que no existe. Por eso en la Argentina el problema tiene el porte que tiene, porque sólo en la Argentina el Movimiento Nacional fue capaz de decir “Ni aquél ni el otro. No optamos por ninguna de esas propuestas. Es más, tenemos nuestra propia propuesta”. Notables metropolitanos y figurones locales del poder mundial, ante semejante acto de indisciplina, llegaron a preguntarse: ¿Cómo estos bastardos tienen una propuesta de ellos? ¿Están locos? Porque para el imperio es locura lo que para nosotros es cordura, y viceversa.
De esta cuestión forma parte la discusión que tiene la Argentina.
El problema político permanente
El problema político, puesto así en su marco, tiene, pues, un origen más profundo que el que se muestra habitualmente y resulta muy anterior. Lo político y lo económico que aparecen en superficie no son más que la expresión de esa realidad más profunda y anterior. De modo que las cosas no son como diría el marxista (“Rembrandt es el producto del comercio de granos de Holanda”), pues si invirtiésemos los términos (los holandeses se dedicaron al comercio de granos porque Rembrandt existió) nos encontraríamos un poco más cerca de la verdad.
El Movimiento Nacional, que es nuestra expresión mestiza, es nuevo frente a los que hablan de la cultura “pura”, sea la “pura” de los dominadores o la “pura” de los dominados. El mestizo no es dominado ni dominador: es libre. Ni el dominado ni el dominador lo son, pues están presos. ¿De qué? De la dialéctica del amo y el esclavo. Ellos son Hégel, nosotros no. Y lo que es raigal en América es ésto, que implanta aquí la modernidad de la reforma católica (a la que los luteranos, erróneamente, asignaron después el mote sin fundamento de “contrarreforma”, pues no hubo nada que se llamara así). Los Habsburgos son los que encarnan tal reforma. Los primeros dos, Carlos V y Felipe II, crean en el siglo XVI todas las instituciones de América, desde el reconocimiento de la humanidad de los indígenas de América -que ocurrió en 1522 ó 23, a raíz de un pedido de Carlos V a la Universidad de Salamanca para que determinara si los pobladores hallados en América tenían alma o no, al que esa cátedra respondió dictaminando que eran hombres y que, por tanto, tenían alma)- hasta la promesa de Carlos V, en base a tal veredicto, de la independencia de América.
Esa promesa de Carlos V no fue tenida en cuenta por los liberales argentinos de la época de la Independencia, precisamente porque eran liberales (y algunos de ellos masones o influidos por la ideología masónica, que era la de esa época).
Los únicos dos que se atrevieron a aprovechar esos fundamentos raigales dejados aquí por los Habsburgos fueron San Martín y Rosas.
San Martín en el pacto de Punchauca, que hace en las afueras de Lima con La Serna, general y último virrey del Perú, a quien destituirá poco después el general Valdés, jefe de la logia masónica del ejército español.
Rosas cuando habla de la Restauración. La palabra Restauración fue motivo para que todos los izquierdistas se justificaran como antirrosistas, en su verdadero anhelo, que era ser buenos liberales. Pero la Restauración de las Leyes ¿era una vuelta atrás o una recuperación de la cultura propia? Era, en realidad, nuestra restauración frente a la innovación extranjera e invasora que proponía la expansión mundial del liberalismo, y significaba ir para adelante con lo que teníamos. Se ha dicho repetidamente que la Restauración fue un “atraso”, un “retorno al pasado”, pero fue a partir de ella que nació el capitalismo en la Argentina, con la intención de convertir al país en una potencia industrial con relaciones en todo el mundo, mientras los enemigos de Rosas, a quien consiguieron derribar en 1852, todavía pensaban en el comercio, en ser una colonia comercial. No es difícil, por tanto, identificar a los verdaderos artífices de los grandes períodos de atraso que, a lo largo de los flujos y reflujos de la historia, sufrió y sufre la Argentina.
Un proceso industrializador similar al encarado por Rosas había comenzado también en el Paraguay con los López, padre e hijo. Si bien existieron serias contradicciones en el campo político con la Argentina de entonces, de más está recordar aquí que esa experiencia paraguaya terminó mediante el asesinato de Solano López, que puso fin a la violencia indiscriminada lanzada sobre ese país por los fundamentalistas liberales de la Triple Alianza, durante la fratricida Guerra del Paraguay. Los liberales, que habían logrado el siglo anterior la expulsión de los jesuitas, no estaban dispuestos de ninguna manera a aceptar un intento similar en el corazón estratégico de la América del Sur.
Los Jesuitas
Y, puesto que nos hemos referido a los jesuitas, recordemos que, en absoluta fidelidad a la reforma católica y a los designios de Carlos V, promovieron la mestización a un grado superlativo, hecho que se ignora actualmente, incluso en la Compañía de Jesús. Las realizaciones del Padre Anchietta en Río Grande resultan hoy increíbles: la conversión de los caníbales de la costa del Uruguay, el interior de Río Grande y el golfo de Santa Catarina en el siglo XVII, por ejemplo, permitió la fundación de la ciudad de San Pablo, que fue en sus orígenes una reducción de antropófagos, conducida directamente por San Ignacio. Hoy se dice que no existía el canibalismo en esa zona, pero documentos de los que se prefiere prescindir en nuestros días, como las memorias de los misioneros y las Cartas Anuas, lo acreditan de modo irrebatible.
El caso de La Misión fue cierto, aunque no de la manera que lo relata la película. Un portugués cazador y traficante de esclavos (personificado por el actor Robert De Niro) fue realmente convertido por Anchietta, quien lo hizo miembro de la Compañía, y fue mártir. Pero el verdadero drama tuvo lugar en San Pablo. La espesa niebla cultural que han diseminado condujo a que centenares de hechos similares de nuestra historia hayan quedado relegados a la noche de los tiempos. Por tales hechos fue disuelta la Compañía de Jesús, a la que se le permitió volver a actuar sólo cuando se convirtió en lo opuesto de cuanto había sido con San Ignacio, aunque usando el mismo nombre.
El mestizaje (II)
¿Qué es cultura originaria? ¿La de los unitarios? El concepto fue acuñado por antropólogos europeos, a manera de autodefinición. Y es criticado de manera durísima, pero ¿desde qué? Desde la reivindicación del taparrabo y el hacha de piedra. Ambas posturas se encarnan en dos grupúsculos, atados a sendos extremismos ignorantes de la realidad. Porque la realidad, en este orden, es la construcción cultural independiente, autónoma.
Toda cultura tiene ingredientes fusionados de ambos extremos. No es lo mismo fusión, mezcla y amalgama. En nuestro caso empezó siendo amalgama, luego fue mezcla y ahora es fusión, porque ya es indistinguible el origen de los gránulos. La fusión llega a constituir moléculas nuevas.
La fusión jamás ocurre, por ejemplo, en el país que hoy encabeza el Imperio, cuyo modelo mantiene todo separado en guetos o casilleros, custodiados por expertos (kapos), en el marco de un gran campo de concentración que se llama Estados Unidos de Norteamérica.
En la Argentina, y en Iberoamérica, quieren hacer ésto mismo, pero no pueden. Existe un esfuerzo de guetificación de todos, sin distinción de ricos y pobres. La villa, el country, la aldea vigilada, para todos lo mismo. Incluso los ricos quedan más vigilados, cercados y estrechados que los pobres. Pero cuentan con una garantía: los pobres se custodian a sí mismos, porque siempre tienen un botón adentro. Con ésto se equilibran las presiones. Unos tienen presiones desde adentro y otros presiones desde afuera. Los ricos son lobos, por tanto deben ser encerrados en jaulas. Los pobres no necesitan jaulas porque tienen el vigilante dentro de la cabeza.
De esta situación deriva la discusión light de mayor actualidad: “gobernabilidad o anarquía”. Gobernabilidad significa anarquía y anarquía significa gobernabilidad. Son conceptos intercambiables. Viendo cómo funcionan nos vamos a dar cuenta:
Gobernabilidad: implica que la gente acepte una situación inaceptable, que sienta como suyas cosas que les son ajenas, que se deje esquilmar, hambrear, miserabilizar, que admita la indignidad propia y ajena.
Anarquía: Aprovechar tal circunstancia y desarrollarla: “La miseria es buena porque crea las condiciones de conciencia suficientes para la revolución”, “Tanto peor, tanto mejor”, etc.
Entonces ¿están de acuerdo o no?
La anarquía es inorgánica, y no conviene nunca olvidar eso. La gobernabilidad también lo es, porque en la gobernabilidad la organización es externa al campo de concentración. En la anarquía es interna. Pero todo encaja. Uno es la caja externa, el otro es la caja interna. Y la contracultura, como siempre, maneja ambas dos riendas, porque es dualista e implica siempre una contracara complementaria que, en realidad, es la misma cara vista desde otro ángulo. Es, por tanto, una discusión en la que no tenemos nada que ver.
El problema verdadero no es ni gobernabilidad ni anarquía, sino justicia, dignidad, organización, esto es, orden del pueblo.
Todo comienza con la afirmación del ser
Nosotros, que somos monistas, debemos buscar el único principio en medio de ésto.
¿Por dónde se empieza, desde el punto de vista cultural? Por la afirmación de lo que es verdaderamente nuestro. Por una afirmación del ser (el ontós toon, el ser que es) que supone una idea del hombre, del cosmos, del orden; se trata de una visión del mundo, de una manera de vivir en el mundo y, por tanto, no es cosa folklórica, o pose turística.
La afirmación del ser no es asunto de museo, ni de vestirse de gaucho, ni de usar boleadoras, facón o mate, que son todas cosas exteriores y tienen muy poco que ver con la mayor parte de los jóvenes argentinos de hoy, que están aquí de otra manera, o están como pueden, pero que en los comportamientos esenciales responden según la visión del mundo y los temas y tropismos comunes a todos los argentinos, más allá de las actitudes de pesimismo u optimismo, que sí varían según las épocas. Muchas veces el pesimismo imperante en un momento de la propia cultura lleva a un número de sus portadores al abandono y, por tanto, a la adopción de la cultura enemiga por desesperanza de la propia. Ocurre cuando se toma por derrota “definitiva” un revés circunstancial.
Pero en el terreno de la cultura no hay derrotas -ni victorias- que sean definitivas. En todas las etapas anteriores que vivió la Argentina, todos pensaron en su momento que la victoria que obtuvieron fue definitiva, y ninguna lo fue. O lo fue en tanto avance en su resolución, ya que cada una contribuyó, o bien en general o bien en un aspecto, a la configuración de la nación. No creo de nadie escape de ésto, no porque alguien lo prohiba sino porque no sale de él escapar, sino más bien afirmar, continuar y desarrollar, conozca o no conozca lo que pasó. Porque el ser no es un problema de conocimiento, sino del ser.
El ser es, y ésta es su calidad fundamental; lo demás son predicados de esa esencialidad, que es a la vez sujeto y verbo. El sujeto es el ser y el es es el verbo definitivo; todo lo demás se predica (es ésto, aquéllo o lo otro).
Por esta razón no estoy de acuerdo con Rodolfo Kusch, aunque él hizo una investigación del aborigen para llegar al mestizo, que era el que le preocupaba, y arribó a un punto: en sus trabajos él trata del ser y del estar y dice que en el americano el tema es el estar, no el ser. Pienso que es una interpretación todavía superficial, porque nadie puede estar sin ser. No hay ningún estar que no sea del ser, ningún estado que no sea producto del ser. El ser es primero, no es paralelo al estar, que sería una traducción del inglés (to be, estar) ajena al castellano. Kusch alude al mero estar, pero no hay ningún estar posible si primero no es. Independientemente de la conciencia del ser que ese ser tiene, que es también un predicado del ser y constituye otro problema. El ser es, y recién después aparecen las otras cosas: también está, o no está, o hace ésto, o dice aquéllo, o se expresa así.
Pienso también que sería una estupidez decir que Kusch se equivocó: llegó en su tarea hasta donde llegó porque su muerte la interrumpió. De haber podido continuarla, hubiera descubierto que ciertamente el ser de Iberoamérica no es el ser europeo, sin que ésto signifique una “no existencia”, y que el problema se sitúa en el predicado, que en principio es aquí ser iberoamericano.
La afirmación del ser no sólo supone una visión del mundo y una manera de vivir como postulado necesario, sino que es así. No es un postulado visto por el observador, puesto por el observador como postulado ex post facto, sino que está presente ahí. Y el hombre funciona y reacciona de acuerdo a esta visión del mundo. Lo que quiero decir con todas estas palabras es que esta cultura ya existe.
El ser que es, aquél que es (no el que Es con mayúscula, que es Dios, el Ser absoluto), es lo que se expresa tal cual es en todo. Pero ésto que decimos tan simplemente es un complejo, no es una cosa fácil de exponer. Porque el ser se expresa, por ejemplo, en la política, y es lo que hace que haya 6 millones y medio de votos en blanco. Y tiene un rasgo cultural fundamental, cultual, que es el llenado de los santuarios. Esta afirmación del ser se expresa primero en ésto, luego en el campo político y después en el campo orgánico: el hombre se agrupa, se reúne, se junta, se expresa, reconoce. Se trata de una cantidad de expresiones fundamentales, absolutamente esenciales, que están dadas, son definiciones: ésto es de esta manera, no de otra. No puede ser de esta manera o de otra. Y ésto que es, es el resto de la Argentina. El resto de los argentinos. Lo que son los argentinos.
Los argentinos no son todos los argentinos; son el resto de los argentinos, del mismo modo que se dice “el resto de Israel”. Son los más auténticamente sí mismos. También más universales por ser sí mismos.
La cuestión de los ciclos
La alusión a Israel es sólo una comparación relativa desde el punto de vista histórico, nada más. No significa que los argentinos tengamos por delante 2.000 años de historia asegurada, aunque eso pudiera dejarnos más tranquilos. Al formularse estas comparaciones suele aparecer, en nuestros días, el tema de los ciclos y de los fines de ciclo. Pero en el caso argentino todavía no es el fin de un ciclo, sino el agotamiento de un subciclo. Comienza ahora otro subciclo, que podríamos suponer coincidente con el final del ciclo.
El gran ciclo argentino en el cual aún vivimos empezó, en mi concepto, con Ceballos. En ese punto de inflexión -1770- llegaron aquí los efectos del borbonismo y subsistía aún la presencia de la cultura original, del mestizaje original. El ciclo actual, que lleva ambas improntas, podría haber comenzado ahí, pero con toda seguridad todavía no terminó. Estas cosas no se pueden medir en años, no son algo meramente cronológico. Se miden por los hechos, se miden por los resultados.
La aparición de una nación nueva, de una nación que no existía, es un hecho primordial, al lado de la cual la aparición del estado es una nimiedad. Cualquiera puede crear un estado, pero no una nación. Para que surja una nación se necesitan condiciones de otro tipo. Y se necesita, creo yo, la voluntad de Dios. Un ciclo grande termina y otro comienza cuando culmina la gestación y se produce el nacimiento de una nación nueva.
¿Qué esperar de la Argentina de mañana?
Esta nación nueva que esperamos ya no será la Argentina que conocimos. Ya no estará confinada al espacio de los argentinos, sino que estará en América. La Argentina es un factor fundamental, determinante, pero no definitivo. La definición que inaugure el nuevo ciclo no va a depender sólo de la Argentina sino también de todos los demás.
Los argentinos, no obstante, deberíamos aprovechar lo que hemos aprendido en estos 200 años. En principio, de nuestra propia experiencia, a ser humildes. No podemos pensar, en consecuencia, que la Argentina vaya a ser cabeza de nada (como tampoco cola de nada), sino alma. Como tal, parte del centro de una cosa nueva. No se trata aquí de un centro geográfico, obviamente. Y será parte del nuevo núcleo porque, de no ser así, éste no será algo completo. Con la Argentina sola no se podrá, pero la Argentina habrá de ser parte inalienable del núcleo. Como México, Brasil y algunos otros países que, como Venezuela, posean la voluntad de participar en esta construcción. No así Colombia, que es ya un país anulado.
En esa unidad ha de estar también el Perú, un país al que en estos años le han armado una losa bajo la cual lo sepultaron, para que no pueda levantarse por largo tiempo: una oligarquización creciente después de haberle metido a Sendero Luminoso; un proceso de mestización detenido (9 millones de indígenas no integrados sobre 14 millones de habitantes) que constituye un peso para ambas partes, pero cuya separación han alentado los especialistas ingleses, que hablan con ambos, proporcionando a cada cual argumentos con ese fin; una guerra inconcebible con Ecuador, detrás de la cual estaban las compañías petroleras, incluida la YPF privatizada, con intereses sobre los yacimientos de Labrea y Parinas, en la selva, que están en reserva hace más de 50 años y han producido, con anterioridad, otros enfrentamientos fronterizos.
Hemos dicho, y acabamos de ver, que el proceso de unidad americana es un proceso complejo, que tendrá aspectos múltiples y contradictorios (los aparentemente malos son buenos y viceversa). No se trata de un proceso lineal, pero avanza. En la Argentina, que sería una de las palancas fundamentales de unidad del nuevo núcleo, solamente será posible si los responsables de participar comprenden que no podrán ser la cabeza (sí, quizás, el corazón) de ese proceso y que tendrán que aprender a ser humildes, pues será necesario trabajar para los otros. Tal proceder es el único que vale para las naciones, para los grupos y para toda persona. ¿Cuál es el problema para que no sea de este modo? ¿Qué se nos quema en el horno si nos ajustamos a él?
Hay quienes, perteneciendo por lo general al grupúsculo de sinvergüenzas de clases medias que emigran, andan por América cometiendo desatinos en nombre de la Argentina. Tienen su propia visión del argentino y actúan en consonancia con ella. De modo que quienes en México, Venezuela, Perú, Brasil u otros países los miran y observan sus conductas países quizá no duden en meternos a todos los argentinos en una misma bolsa de desmanes y corrupción. Otros nos conocen un poco más profundamente, saben que eso no es cierto, y lo dicen. De modo que si en esos países ven claramente que hay argentinos que trabajan para esta causa de la unidad continental, va a haber muchos que en ellos se van a sumar. Porque ellos también la quieren, pese a todo. El proceso viene complicado, pero pensarlo en el otro sentido es pensar como lo hacen los europeos, y las naciones de América no son como las naciones europeas ni tienen nada que ver con ellas.
El mestizaje (III)
El proceso de la cultura mestiza, que es el de nuestra modernidad, es totalmente diferente del europeo. Aunque está tan próximo a él que podríamos decir que, como los muros de las casas japonesas, lo separa un papel aceitado.
Tenemos aquí cosas que son parecidas a las de Europa, pero sólo exteriormente: en su esencia son muy diferentes. Porque incluso son proyecciones que ni siquiera sabemos de dónde vienen. Como aquéllos que, hijos de polacos, checoeslovacos o rusos, talan y queman un área de terreno en Misiones para cultivar, al menos durante cinco años, rotar al cabo de ese tiempo y repetir la misma operación en otro lote, mientras el anterior se recupera: supone que lo hace porque se enteró que los indios, que eran cultivadores nómades, también talaban y quemaban porciones del bosque. Hoy, con mayor densidad de población, no se puede hacer esto porque cada vez hay menos recuperación del suelo y además no es necesario; los que lo siguen haciendo lo que logran es quemar la capa de humus o hacer que quede al descubierto y se la llenen las lluvias, con lo que avanza el desierto. Pero no hacen otra cosa que lo que hacían sus ancestros en Polonia, en Hungría y en otros países de Europa central, cuando eran como los guaraníes. En toda la zona de la estepa del norte de Europa la agricultura era de tala y quema, y en el área germánica y el centro de Inglaterra también, porque la existencia del bosque les bloqueaba el espacio para la agricultura, y para mantener las ovejas. A esos inmigrantes o hijos de inmigrantes que viven en Misiones esto les viene de sus antepasados europeos desde hace 1.000 años. Pero no lo sabe. Sólo cuando esto se analiza puede establecerse, a veces, su filiación.
Un caso similar es el de los paisanos payos que hay en Entre Ríos. ¿De dónde salieron? Son morochos, pero de ojos verdes. Eso, que es de raza, también es de cultura. Todas estas gentes que se nos han ido incorporando han traído lo que tenían, malo o bueno, y lo incorporaron al ambiente donde se movían. Como hoy ya no saben de dónde les viene, tampoco nadie sabe qué ha pasado, pero el hecho es que ese tipo de proceso produce una mezcla, que se integra en un patrón común. Este patrón común es el que yo llamo nuestra propia modernidad. La modernidad de Iberoamérica, cuyos rasgos fundamentales son los de la mestización primera, la más decisiva (que podría ser considerada, en realidad, la segunda, ya que la primera, en términos arqueológicos, fue hace 10.000 años con los que llegaron de Asia y de Oceanía, y aún con los que habrían emigrado de aquí, que fueron después, como algunos afirman, los dogones que poblaron el golfo de Guinea, en Africa, aunque esta migración podría haber sucedido también a la inversa).
España y Europa
En cuanto a España, la que se plantea ser la “puerta” de Iberoamérica en el mercado de la Unión Europea no es España. Más aún, España ha hecho éso a costa de no ser. Vale decir que la primera negación de Iberoamérica es esta negación de sí misma de España, que ya no mira hacia sus “hijos” como “madre patria”. Puede ser comprensible: sería muy duro para los españoles de hoy pedirles que renunciaran a Europa, como lo hicieron durante tantos años. España podría haber seguido en ése, su viejo rumbo autónomo, y otro gallo hubiera cantado, pero para éso debía poseer -en una época como la nuestra- hombres del tamaño de los que formaron la nación. Pero los Cortés, Cabeza de Vaca, Irala y tantos otros que fueron como ellos desaparecieron; a los héroes los mataron a todos, de un lado y del otro, en la guerra civil, y después hicieron esto que tenemos ahora como España. Es un olvido y es una renuncia al Destino, aunque el Destino hubiera sido desaparecer. Hubiera sido mejor, por lo menos más digno que vendernos ventiladores. Igualmente, por ahí se salvan por no llegar a tiempo al vórtice37 de podredumbre al que han sido convocados.
De todos modos, el pueblo español -que sus elites actuales y los medios llaman la “España profunda”, a la que, por supuesto, desprecian-, la España de los pueblos y los caminos, no va a desaparecer. Aunque se compren el refrigerador y se pongan el baño. Hay cosas que sería muy problemático que desaparezcan, no es posible. Ni aún en Francia desaparece esa Francia profunda, campesina y tacaña, pero también generosa que puede palpar cualquiera que recorra ese país. Lo mismo ocurre en Italia. Frente a la Italia aparente de los partidos y el “mani pulite”, hay otra Italia que es la real, y diría que este contraste está más claramente “reunido” allí: todos aceptan que sea así, no tienen problemas ni se avergüenzan ya, sobreviven como ellos son, con una larga historia de adaptación a la vida. En cambio en España este antagonismo aún provoca la vergüenza de unos y otros.
En el norte de Europa, en cambio, sí desaparece el ser. Se reserva a los museos. En la zona del Rhur hay un pueblo entero, en el que todo funciona con la fuerza hidráulica que proporciona el río, que en realidad funciona como un museo al aire libre.
37 Vórtice: torbellino, remolino, entró en un ciclón.
CAPITULO IV IBEROAMERICA
Origen de Iberoamérica
Iberoamérica es tal por Iberia, que abarca España y Portugal. Ambas naciones están en su origen. Hemos dicho antes que, ciertamente, el ser de Iberoamérica no es el ser europeo. Pero ello no depende de la definición primaria, metafísica, del ser, sino del predicado del ser (ser iberoamericano, o ser europeo). Ésta es la diferencia, puesto que el ser es en un lado como en el otro. El ser es en América o en Europa, o en China; en cada lugar es cosas diferentes, pero es, con predicados distintos. Desde el punto de vista fundamental de la ciencia metafísica es así.
Yo no creo que la metafísica la haya creado Occidente. La metafísica fue creada a partir de una síntesis de Oriente y Occidente que se dio en Grecia. Fue en el crisol de Grecia donde los tipos dieron la discusión entre sí, y sus controversias constituían verdaderamente la discusión entre Oriente y Occidente, entre Zoroastro y Zeus. Cadmo -Cadmo el Rojo– era el fenicio fundador de la Tebas griega, y la Cadmea era la zona de Tebas. Hasta Egipto se sumó a la polémica, cuando Solón, como él mismo lo explica, fue a aprender a Sais: como era comerciante de trigo, iba a comprarlo a Egipto y en ese país supo de la existencia de ciertos eruditos a los que decidió visitar. Ellos le expusieron quiénes eran originalmente los griegos y cómo los egipcios eran más antiguos que ellos. Puede ser que le hayan hecho un “paquete”, pero éste contenía seguramente una parte de verdad: la que se refería a cómo eran las relaciones en el Mediterráneo o, de algún modo, a la mestización de la cultura mediterránea que, por tanto, no fue exclusivamente griega y tuvo que ver hasta con Israel, que es un pueblo de origen asiático (a la Mesopotamia de entonces, cuya ciudad distintiva era Ur, se le decía el Asia, era la provincia de Asia para el hombre del Mediterráneo). Los asiáticos que formarían Israel se acercaron a Occidente, en un proceso paradigmático de aproximación, construcción de un pueblo nuevo, exilios y una cantidad ingente de otros accidentes y momentos.
Israel nace de la peregrinación, porque originariamente eran un conjunto de pastores nómades. Lo primero que fijan, en un momento que resulta fundacional de su historia, son las tumbas y los altares. La primera compra de Abraham, a un filisteo, es su propia tumba, creo que en el Carmelo, porque la única manera de fijar a los nómades era por medio de los muertos, que no podían llevar con ellos. Los altares eran las piedras dejadas en un emplazamiento, también fijo, como símbolo del pacto “entre Dios y nosotros”. Aparece así en la vida de esas gentes un lugar. Y ahí es donde comienza su vida como pueblo, porque la construcción de un pueblo, de cualquier pueblo, es así.
¿Qué hacían los españoles en América? Plantaban un palo -el rollo de la Justicia- en el que se clavaba la cédula de fundación de las ciudades. Y el fundador señalaba los límites con la espada, como lo había hecho Rómulo al demarcar con un arado la Roma Quadrata, el Pomerium, terreno sagrado a partir de ese momento, al punto que cuando Remo, su hermano, saltó por encima de ese limite, lo mató porque había transgredido la ley.
Aunque lo de Rómulo y Remo no hubiese sido cierto, ha valido y ha pesado lo mismo, porque si es mito es verdad. En esta clase de hechos lo que menos importa es su realidad histórica “objetiva”, lo que importa es su operatividad mítica. Podemos medir la trascendencia del mito cuando observamos que hasta en ciertos juegos de niños, en pleno siglo XX, “saltar la raya”, o pisarla, supone una penalidad.
El peronismo y el proceso internacional de su época
El peronismo respondió a un proceso internacional de su época, pero su respuesta fue absolutamente autónoma y propia. Por eso se presenta aquí un problema de lenguaje, en el que se percibe y se puede discernir con claridad el conflicto.
El lenguaje de Perón y del peronismo, desde 1944 en adelante, desde el punto de vista de aquéllos que miraban al país desde afuera, estando adentro, se parecía al lenguaje del proceso del nacionalismo europeo. La semejanza fue únicamente desde el punto de vista del lenguaje, pero éste nominaba fenómenos totalmente distintos de aquéllos que esas mismas palabras o similares evocaban en Europa. Esto es lo que no veían -o no querían ver- los que miraban “de afuera”. De modo que la crítica al peronismo se hizo nada más que desde el lenguaje. No se podía hacer desde la realidad, porque en la realidad hubieran tenido que decir “no estamos de acuerdo con la justicia social, con la industrialización, con los sindicatos, con las jubilaciones, con las 5.000 escuelas nuevas, con los 1.200 hospitales, con los 4.000 nuevos clubes…”. Tenían que calificar al peronismo de alguna manera que escapase a todas sus realizaciones, de última decir cualquier otra cosa: primero fascista (o directamente nazi), después comunista y, más recientemente, populista. Últimamente, habiéndose sumado a la entelequia de la globalización, le vienen arrojando todas esas calificaciones a la vez, tal vez por haber ido tomando conciencia, con el tiempo, de que todas aquellas tendencias de un siglo que termina eran en realidad la misma cosa. Pero en aquel momento ese lenguaje peronista permitía tener una política externa sin polos, flexible, de acuerdo a cómo se interpretaran las palabras.
El problema, en última instancia -y Perón se dio cuenta, y gracias a Dios nosotros también- es que “más te juzgan por las palabras que por los hechos”.
Una política ha de juzgarse más por los hechos que por las palabras, pero los oponentes siempre van a juzgar por las palabras, sobre todo si los hechos son buenos.
Como los hechos que producía el peronismo eran buenos, a Perón no le interesaba demasiado si lo juzgaban bien o mal. Simplemente optó por confundirlos. La confusión del oponente fue en todos los tiempos una parte de la defensa. Así, frente a la acusación de nazi-fascismo, la Argentina fue, entre 1943 y 1945, el segundo país del mundo en otorgar pasaportes a los judíos que huían de la Europa nazi. Y cuando los alemanes fueron perseguidos, también vinieron acá. De los italianos vinieron fascistas y comunistas, los dueños de Techint y Rodolfo Mondolfo, por ejemplo. Perón había dicho “tercera posición” y esto era tercera posición, equidistancia de todo aquello que pasaba en Europa. Este proceder lleva, obviamente, pesos muertos, taras, que uno debe estar dispuesto a sobrellevar a cambio de poder avanzar.
El principio de realidad y la astucia
Pero el problema de la autonomía verdadera es complejo, sobre todo en un mundo sujeto a presiones de carácter ideológico, económico, político y, sobre todo, de carácter cultural y religioso. Todos son apremios, porque todos ponen el Martín Pescador para que uno tome posición. En la época en la que Perón lanza la tercera posición esos apremios eran más virulentos. Ahora las presiones externas también existen y son tan importantes como entonces, pero tienen menos entidad pública y menos apariencia de verdad que entonces. Hoy todo el mundo sabe, esté de acuerdo o no, que se trata de un gigantesco simulacro, algo cada vez más virtual, fundado en otras categorías.
Otro problema que se puede tomar de la experiencia de Perón es que, cuando se arma un dispositivo destinado a confundir al oponente, hay gente de la fuerza propia que también se confunde. Es inevitable, pero para enfrentar este trastorno estaba entonces la palabra de él, qué decía para aclarar cada situación. El verdadero problema aquí es el de los que no creen. Pero éso no tiene arreglo. Es así siempre. Haga uno ésto o lo contrario, es lo mismo.
Si la confusión se producía en el campo adversario, no existía en el campo propio. ¿Por qué? Porque nuestra modernidad se guía por los hechos.
No es la nuestra aquella modernidad que engendró la ideología y que, por tanto, no se guía por los hechos, sino por las ideas.
Nuestro pueblo, a la inversa, se guía por los hechos, no por las ideas. Aquí cualquiera dice: “Las ideas pueden ser muy lindas, muy floridas, pero…” Lo dice Fierro también. De modo que, para el peronismo, el problema consiste en ver cómo son los hechos. A partir de éstos, un hijo de puta es un hijo de puta, y ya está. El problema deja de existir, por más bien que hable. Eso lo sintetizó Perón cuando aconsejó “comerles las empanadas y el asado, tomarles el vino, y después saltar la tranquera y votar por quien quieran”. En otros términos Perón instaba a los suyos a no sentirse obligados por la mentira.
Pero ¿no se parece esto a aquello de Cristo con los fariseos?. Cuando Cristo dice a sus discípulos: “No, los fariseos saben. Ustedes tienen que hacer lo que ellos dicen, no lo que ellos hacen”.
En nuestra historia reciente esa línea de conducta se perdió de vista por un momento, y fue entonces que se coló Menem. Ahora está recuperada, y el signo fundamental de esa recuperación son los 6.500.000 votos en blanco. Con ellos la gente dijo: Esto ya está. Ahora votamos en blanco. Y no le decimos nada a nadie… porque el voto es secreto, vea. Cuando los débiles no tienen fuerza, tienen astucia. Y ésa es su fuerza. Frente al derecho de las bestias, que es la fuerza, el derecho del hombre, que es la astucia. Su libertad. No sentirse obligado por los hipócritas, los mentirosos, los traidores, los ladrones… y siguiendo la táctica del agua, que siempre pasa…
Sobre todas estas cosas el pensamiento de Perón es absolutamente claro. Es el pensamiento de alguien que sabe de qué se trata. La gente también, por eso lo entiende.
La cuestión social
Algunos se arriesgaron a decir que la cuestión social, con la globalización, iba a desaparecer o podría desaparecer, o que por lo menos quedaría en suspenso. Pero ni siquiera quedó en suspenso. Lo que ocurre es que se la hace desaparecer en los medios de difusión, o bien no mencionándola o bien mostrando los problemas, los incidentes, las protestas, como hechos aislados, que afectan a reducidos segmentos sociales o que provocan pequeños grupos marginales que nada tienen que ver con el lector, el oyente, el telespectador, o sea con el público, una categoría a-social, mediática, virtual si las hay… Y estos es hoy posible porque los medios de difusión han sido sustraídos de la realidad.
La cuestión social no está en suspenso. Más aún, está en franca ebullición en todo el mundo…
¿Quiénes son los liberal-socialistas?
También dicen muchos publicistas del liberalismo autóctono que si en el mundo bipolar los argentinos podíamos optar por uno de los dos sistemas que nos ofrecían, y hasta decir “ni con uno ni con otro”, ahora no hay opción, porque todo está globalizado. Pero si somos capaces de observar por nuestra cuenta, sin seguir la línea que nos bajan los medios, comprobaremos que también ahora es ni con uno ni con otro. Porque los otros aún existen, si bien transformados en ésto que acá vemos que se llama la Alianza. Éstos son ésos. En Europa son los liberal-socialistas, o social-demócratas, como prefieren llamarse. Liberal-socialistas les cabe mejor, porque son algo más que social-demócratas, si los juzgamos por lo que son verdaderamente. Decir liberal-socialista es decir policías, sin uniforme.
En cualquiera de sus extremos, liberalismo y socialismo, llevados hasta su máximas consecuencias, dejan nada más que eso: la policía. A la policía francesa la conforman una decena de instituciones todas distintas: policía para-fiscal, policía aduanera, policía del agua…; después tienen la Sureté, el CRS, la gendarmería, la policía sin uniforme (los flics), la de tráfico… Es un mundo en sí. Francia es un infinito de botones. Y Rusia ¿qué fue con el marxismo sino otro universo policial? Por tanto, liberal… socialista… En términos reales, el significado de esas dos palabras, juntas, viene a ser algo así como unidades policiales mixtas franco-soviéticas sin uniforme. Los españoles han copiado bastante de ese estilo de vida que, al paso del tiempo, se está transformando ya en una cuestión europea… Trenes rigurosamente vigilados…
Partiendo de esta simple observación es posible explicarse mejor por qué a la gente se le deja esa opción: liberalismo o -socialismo. En el “primer mundo” el sistema funciona políticamente mediante un ciclo alternativo: una vez son liberales y la vez siguiente son socialistas. Al ciclo completo lo denominan “democracia” (o el equivalente de los yanquis, que unas veces son nacionalistas y otras son liberales; van de Goldwater, o el extremismo ario, al ala programática del partido Demócrata, que es una izquierda liberal radical).
Pero en ninguno de los dos casos hay una transferencia de la propiedad.
Los propietarios han desaparecido
Sin transferencia de la propiedad no hay sistema político. Para decidir tiene que estar el propietario, una transferencia. Es en este proceso de la democracia liberal-socialista donde los propietarios han desaparecido. Precisamente en éso consiste.
El demoliberalismo, como llamaba Perón a este tipo de democracia, se ha fundado, tanto del lado liberal como del lado socialista, en la aparición de los expropiadores y de los apropiadores. Funciona como en la naturaleza el águila y el buitre. El águila es el cazador, el buitre es el carroñero. Primero el águila caza, y come; la carroña que deja se la come el buitre. Acá la diferencia está en el orden de los factores, que es inverso: primero los expropiadores, como los leninistas en Rusia o Menem en la Argentina; tras éllos, los apropiadores, como Stalin en Rusia y el empresario, el banquero o el financista aquí, que no son propietarios. Los apropiadores no son dueños de nada, ni quieren serlo. No tienen cosas. Tienen dinero y gente. Las cosas son mera mediación para apropiarse de la gente. En la Argentina, por ejemplo, Soldatti no tiene ni casa ni auto, los alquila. Los apropiadores no quieren carga.
Propiedad significa carga, porque la propiedad significa derechos, y obligaciones, además. Y los apropiadores tienen sólo derechos, pero ninguna obligación. Y ¿no es éso lo que propaga la contracultura liberal-socialista en la Argentina, y en el mundo?
¿No difunden acaso que todos son derechos y que no hay obligaciones? Y cuanto más diseminan esta creencia, más engañosa resulta. De hecho, lo único que hay son obligaciones, y ningún derecho. Tal es la dura realidad de la globalización. La realidad para nosotros, para el hombre pata al suelo, es que todas son obligaciones, y derechos ninguno. Pero la versión ideológica que divulgan es exactamente al revés: nadie habla de obligaciones, todo el mundo habla de derechos, todos “hacen la suya”… Es una situación de a- legalidad prácticamente absoluta. No hay ley, y si no hay ley no hay justicia.
En la historia, la justicia significa ley, siempre. Se puede decir de ella que es “más justa” o que es “menos justa”, pero significa ley. Con el tiempo la ley pasa a configurar el Derecho, cuyo origen, como lo señala Karl Schmitt, es el orden del territorio y la relación del hombre con el terreno. Ésto se llama NOMOS. Y es el origen de todo Derecho, no sólo el de la propiedad, porque “nomos” es el pacto. Y decir ECONOMÍA (oikos nomoi) es decir pacto del hogar.
Desde hace ya más de cuatro siglos hay un nomos de los argentinos, que es violado sistemáticamente por expropiadores y apropiadores, que pasan y se “comen” todo. Pero el nomos existe. Por algo Patricio Randle puede hacer un genuino Atlas de Ocupación del Espacio en la Argentina, en el que figuran no sólo las características de la ocupación progresiva del espacio, sino la ley que ha engendrado éso. Ley que después será Derecho, positivo o no. Pero que primero ha sido ley para aquellos pobladores iniciales, ley que singularizaba la conciencia que de sí poseían. Así ocurre siempre. Existen los que tienen conciencia y los que no la tienen. Pero la Argentina sí la tiene, y a tal grado documentada.
Ha sido en este punto de nuestro devenir que ha desaparecido la propiedad. Ha aparecido el apropiador, precedido por el expropiador. Éste último, obrando para sí, trabaja en realidad, a comisión, para los apropiadores. Y los apropiadores son unos seres abstractos, llamados bancos… que trafican con las cosas. El sistema consiste en ésto.
El sistema es el mercado, éso que denominan el mercado. En verdad no hay ningún mercado, sino una ficción coparticipada… Ya no existe más un Henry Ford. ¿Quién es el verdadero dueño, hoy? Porque el que más tiene, tiene el 3 %. Y ése es una celebridad en el mundo de las finanzas. Si quisiera podría ser presidente. Pero por lo general no quiere. Nombra a un empleado, al que paga entre uno y tres millones de dólares por año para que cumpla esa función, más todo lo que viene atrás: casa coche, colegio, turismo, porque, al igual que el dueño, no tiene casa. Los dueños, a veces, compran edificios y se los alquilan a sus empleados. Si después los despiden, también los echan del edificio. Porque esta nueva clase de dueños son marxistas. Marxistas de clase alta, pero marxistas, un poco al nivel de Chou En Lai: hablan 8 idiomas, tienen un montón de títulos y se convierten en propietarios de empleados, proveedores y clientes.
La historia universal sólo es la historia del mercado
El delirio de la contracultura, unitaria, nacionalista, liberal o socialista, es el delirio de participar de la historia, tal como la han enunciado: como historia universal, que es la historia de ellos mismos, un invento. La historia universal es la historia del mercado. Se podría llamar “Historia vista desde el mercado”.
Supongamos por un momento que un buen día juega el equipo actual de Boca con otro de un club de barrio formado por 11 desconocidos. Los desconocidos le ganan a Boca 12 a 0. Los comentaristas tendrán que buscar rápidamente una explicación, porque si no desaparece la radio, la televisión, los entrenadores, los médicos, los réferis, los mismos comentaristas, y hasta desaparece el fútbol. Habrá que buscar aún un argumento metafísico, porque hay que dar, al menos, alguna explicación críptica para defender eso que está detrás de todo y mueve todo: el dinero. Hay que encontrar un por qué, inventar una historia y lanzarla masivamente… Bueno, del mismo modo, el sistema inventa la historia para eso. Y si a alguien se le ocurre escribir un libro, tiene que ubicarlo forzosamente dentro de esa historia para que se lo publiquen.
Nosotros, en cambio, tenemos un relato distinto. Participamos de la historia de la humanidad, y de otra forma. De la única forma que se puede participar, que es con los propios errores y con los propios aciertos, y en un ascenso, si es que se quiere, o un descenso, depende, desde la propia realidad a la universalidad, que no es tener relaciones con las naciones del mundo, sino representar al hombre de verdad, al ser humano, en sus problemas fundamentales como hombre. No se trata de ser parte de las Naciones Unidas, o de ser o no reconocido, sino de ser portadores de éso, que es como es el pueblo argentino y es lo que nos hace universales.
El policulturalismo
Los intelectuales del sistema ha desarrollado otro tema, el del policulturalismo, esgrimiendo el cual, frente a cada encrucijada o a cada decisión que debemos tomar, nos dicen: -Bueno, pero están los hindúes que también tienen algo que decir de esto…
En realidad los que lo dicen son ellos mismos (o se lo hacen decir a algún hindú), a los desprevenidos que les creen. Pero los argentinos ¿qué tenemos que ver? Es como vivir en el reino del absurdo, es Alicia en el país de las maravillas, el lugar donde lo que dice McLuhan se hace “real” es únicamente ahí. Una nueva capa que rodea el planeta y que se podría llamar la “informósfera”. Del mismo modo que en la estratósfera hay satélites, en la informósfera hay realidad virtual. Pero en la Tierra no. Sólo ahí.
Los no alineados
Hubo un período, a mediados del siglo XX, en el cual algunos líderes del llamado mundo colonial, o periférico, creyeron que a partir de los estados se podían construir las naciones, imitando el proceso europeo. Tito, Sukarno, Sekou Turé, el enorme poeta Leopold Sedar Senghor (que vivía en Madrid a media cuadra de la residencia 17 de Octubre, y fue amigo personal de Perón) y unos cuántos más… Con Nasser fue un poco distinto, porque Egipto es un país muy viejo, mucho más viejo que Europa, e impera allí otra filosofía acerca de estas cuestiones. En lo que era, durante ese período, la forja de las naciones, estos hombres pensaron como se pensaba en Europa, que primero había que construir el Estado y que el Estado protegería el desarrollo de la nación. Pero la realidad histórica muestra que, fuera de Europa, las cosas son a la inversa.
En el mundo “periférico” los estados se originan en las naciones. Primero es la nación, después el Estado. Pero el único espacio donde, hasta ahora, esto se dio así, fue América. Las naciones americanas son anteriores a los estados y, más aún, los estados se crearon aquí para destruir las naciones. Por eso los estados son una invención externa, una fachada modelada desde afuera, un “implante”, como se diría hoy, y las naciones un resultado del propio desarrollo cultural iberoamericano. Con la casi bicentenaria aspiración de una nación única sin descuidar el desarrollo de la particularidad.
Perón nunca creyó en el cuento de identificar el Estado y la nación.
Perón, que desde el punto de vista del observador externo habría estado inserto en ese proceso, en realidad no tenía nada que ver con él. Porque Perón sabía: primero, que no construía para los siglos; segundo, que el proceso iba a ser más largo que una generación; tercero, estaba absolutamente seguro de que se iban a confabular contra él y, por último, que el movimiento peronista era una circunstancia, importante pero sólo circunstancia. Que la integridad del proceso requeriría después, del mismo modo que requirió de San Martín, de Rosas y de Yrigoyen y de él mismo, de otros hombres que él ni conocía ni podía saber quiénes eran porque el ciclo de construcción de la nación es infinitamente más largo que el de la construcción de un mero Estado. O de varios.
Perón nunca creyó en el cuento de identificar el Estado y la nación. Entendía que el Estado es una forma de administración concreta en un momento histórico determinado y que es una estañación del momento cultural en el cual se construye. Como esta nación que es, no puede seguir el curso del desarrollo de la nación, sobre todo el desarrollo de una nación dinámica. El sabía que el Estado es una circunstancia y que después vendría otro Estado. ¿Por qué hizo, si no, la reforma constitucional de 1949? La hizo para demostrar que no existía la pretendida inamovilidad de la Constitución de 1853 y que una constitución no es de por vida, ni para siempre ni para la historia, sino que es a su vez, otra circunstancia, como demostró Lasalle, claramente, con un famoso trabajo en ocasión de la discusión constitucional en Alemania que se estudia en todos los textos de Derecho Constitucional.
Constituciones de papel
Lasalle hablaba, impugnando la Constitución bismarckiana, de la constitución real y la constitución de papel. Decía que la Constitución bismarckiana estaba en el papel pero que ya no era la constitución real. Y añadía que cuando existen contradicciones entre una y otra, la que siempre prevalece es la Constitución real, o sea aquéllo que la nación es, y no lo que los teóricos del constitucionalismo burgués creen que es o que debe ser. En rigor, la burguesía siempre ha planteado, en Alemania, en la Argentina y en todas partes, un deber ser. Imperativo. ¿Por qué Rosas no quería la Constitución? ¿Porque era un tirano, como siempre han dicho los liberales? ¿O porque creía, como creían también San Martín y Belgrano, que la Argentina no podía tomar el modelo de una constitución europea porque no iba a funcionar? De hecho, no funcionó: fue sólo una sombrilla para tapar un elefante. El elefante siguió su camino y la sombrilla no tapó nada.
Por otra parte, la idea misma de una constitución escrita es una idea de la modernidad, pero de la modernidad del Norte, de la modernidad anglosajona, en cuyo seno se originó la idea de un texto constitucional. En España los derechos fueron muy anteriores al planteo anglosajón del siglo XIII de Juan Sin Tierra: 300 años antes, en el siglo X, ya había fueros exigidos en España, y los reyes que asumían tenían que jurarlos antes de la coronación. El Cid Campeador lo atestigua cuando relata la jura de Santa Gadea, ocurrida ¡en el siglo IX! El Cid le hace jurar -dos veces- a Sancho, en la iglesia de Santa Gadea, ante todos los principales y nobles, que no mató a su hermano para quedarse con el Reino. Y lo reconoce recién entonces, porque jura, pese a que Sancho las dos veces jura en falso. Después de éso viene la expulsión del Cid y éste va al exilio. Quiero decir con esto que, mientras las cosas ya ocurrían de este modo en España, en Inglaterra aún ni se soñaba con la existencia de Juan Sin Tierra. Ni siquiera con los Plantagenet.
En 1517, cuando llega a España un joven Carlos V, heredero del trono, se suceden tres años de guerra. ¿Por qué? Porque no quería jurar. Carlos V gana finalmente la guerra pero, desde el punto de vista de su voluntad, pierde la paz, porque finalmente tiene que ir a los lugares correspondientes y jurar. ¡Cuánto más fácil le hubiera sido jurar de entrada! Pero Carlos era en realidad un belga, un flamenco, que venía a España con toda una idea borgoñona del poder, y de la impunidad que éste otorgaba, que los españoles se encargaron de sacarle rápidamente de la cabeza, pues tuvo que jurar todos los fueros, en Guernica, en Zaragoza y en los demás lugares.
El problema, como puede verse, no es la democracia, una forma más, entre tantas. En España no tenía este nombre. Tampoco era absolutismo, puesto que no había tal. ¿Cómo llamarle, entonces? Ocurre que es algo que queda fuera de las formas clásicas, que se hicieron en el centro de Europa, siendo Italia era la frontera que separaba por entonces la modernidad del Norte de la nuestra, que heredamos de España. El más occidental, en el sentido de lo que en el siglo XX se considera Occidente, fue el florentino Maquiavelo. Desde él hasta nuestros días, desde el punto de vista geográfico, no hubo ningún otro clásico occidental de Ciencia Política. Y los clásicos que aparecieron -Suárez, Vitoria- lo hicieron fuera de esos lindes y pensando, a partir del derecho natural, en el derecho de gentes. Estaban en otra cosa. A favor de los fueros, por ejemplo.
La Virgen de Guadalupe aparece en 1523, sólo seis años después de asumir Carlos V. ¿Cómo es, en todo esto, el problema de las fechas? ¿Cómo se correlacionan? Porque si no tenemos presente esta otra cuestión, las cosas se nos aparecen como si hubiera series de años que son diferentes para cada lugar, y no es así. Hay una simultaneidad de los acontecimientos, que nadie liga, pero para cuya comprensión cabal -si uno quiere entender por lo menos algo de las cosas- se hace imprescindible en orden a percibir con claridad que entre ellos existen relaciones temporales y espaciales que les son inherentes.
¿Por qué la Tercera Posición?
Como puede deducirse de lo que venimos diciendo, desde un punto de vista externo el peronismo participó en las corrientes internacionales que se daban en su época. Por éso Perón fue, de algún modo, el creador de la Tercera Posición. Pero no del tercer mundo, porque él nunca creyó que hubiera un primer mundo, un segundo y un tercero. Nosotros somos del primer mundo porque somos del primero para nosotros. Si no ¿qué es? Tenemos, eso sí, una Tercera Posición política, económica y cultural: no estamos con éste ni con aquél.
A tal grado la izquierda -la “contestación” como hay que decir ahora- es parte integrante del régimen, que empieza por reconocer la primacía del otro. Pero no sólo de uno, de los dos. Dice, por tanto, “nosotros somos terceros”. ¿Terceros de qué? Nosotros somos primeros, no por un ordenamiento en primero, segundo y tercero, sino porque, para nosotros somos primeros. Para los demás no sé, podríamos ser “mundo 38” y ¿dónde está nuestra ventaja?. Para el que no tiene un problema de percepción es una imbecilidad o, peor aún, una traición, porque al que se dice “tercer mundo” el mundo lo coloca inmediatamente en una situación de inferioridad, y gratis. Contentos están los europeos y los norteamericanos de que esos tipos digan “tercer mundo”. Significa que ganaron, y mucho peor cuando, como necios que son, responden “nosotros primer mundo”. Peor porque ni lo que dicen unos ni lo que dicen otros es cierto. Ni nunca lo fue.
La expresión “tercer mundo” tuvo su origen en los centros de dominio. Y “primer mundo” también. Son conceptos pares, complementarios, en el sistema de dominio. Ese sistema no tiene una, sino por lo menos dos versiones, siempre. La que no tolera, la que los vuelve locos, es la versión tercera, verdadera, aquélla que Perón llama la Tercera Posición o “el tercero en discordia”, que es y no es. Precisamente lo mismo que Aristóteles negaba como existencia, al decir que “algo es o no es, pero que no hay nada que sea y no sea al mismo tiempo”. Esto no es verdad: el hombre es y no es.
El ser es un proceso, pero un proceso que, en la vida del hombre, se contrapone a este no ser, a esta negación, que el hombre lleva también dentro de sí. ¿Cómo definirlo, sino precisamente con esta tercera situación? Que es tercera según Aristóteles, porque para mí es primera. Y la única verdadera, por otra parte. La disyuntiva es-no es resulta un cuento, pues supondría que en la humanidad hay unos que son y otros que no son, que es lo que desde los centros de dominio se quiere mantener. Ellos son. ¿Y quiénes son los que no son? Los pobres.
Lo que nosotros decimos es que somos y no somos al mismo tiempo. Nosotros somos así. Y no negamos ni esto ni aquello, nada. Lo aceptamos como es. Acéptennos, entonces, como somos. Es algo elemental, también real. Y, sobre todo, verdadero.
Las fases del peronismo
1943-1955
El peronismo, en su devenir, pasó por una serie de microciclos, que se pueden distinguir.
Hay un período, el de creación, que va de 1943 a 1946, muy complejo. Para poder crear el peronismo primero hubo que crear el partido militar, que fue su primer punto de apoyo. El segundo punto de apoyo fue la organización gremial. Y el tercero fue la organización política, que se crea entre 1945 y 1946.
Después vino un período corto que es el del partido único de la Revolución Nacional, hasta el año 49. Aparece el nombre de Justicialismo, con el que Perón quiso denominar al partido pero debió dejar para la doctrina, porque los muchachos no aceptaron otro nombre que no fuera el de Partido Peronista. Y quedó Peronista.
Entre 1949 y 1952 Perón siguió refiriéndose al “movimiento justicialista”, en una componenda lingüística o semántica que tiene su sentido, porque partía de una conciencia que estaba por encima de las parcialidades limitadas que los hombres podían ver en ese momento. Perón aceptó lo de “peronismo” porque necesitaba fusionar conservadores y radicales, fundamentalmente en el plano político, y anarquistas, socialistas y católicos en el orden gremial del que eran componentes fundamentales. Él necesitaba crear amalgamas porque tenía poco tiempo, y esto lo supo a cabalidad recién en el año 1951, cuando Eva Perón enferma, un término ad quem que le permitió conocer un límite. Después, tras la muerte de Eva Perón, comenzó otra cosa.
El siguiente período podemos situarlo entre 1952 y 1955. Desde 1952 hasta 1954 las cosas transcurrían como si Perón no existiera. Fue un período de profunda depresión. Y el golpe militar del 55 vino a coronar el golpe político que, según lo interpreto personalmente, había sido consumado el 22 de agosto de 1951. Creo que el régimen identificó muy claramente y a profundidad el problema cultural y pensó, como piensa siempre, en dividir, instalando esta vez una contradicción entre Perón y Evita. Para concretar la operación usó de agentes a los dirigentes gremiales, aguijoneando a su ala más “extrema” por entonces, que proclamaba que Evita era la revolución de los trabajadores y los humildes. Porque la concepción de esa operación abarcaba, para poder concretarse, incentivos seductores para la dirección sindical, que ya tenía intereses internos independientes, como grupo. Ese enfrentamiento, ese no haberse dado cuenta, fue, en mi concepto, la causa de la muerte de Eva Perón. Son cosas como ésa las que generan el cáncer. De nuevo aparece aquél apólogo de Homero, referido al que murió por no haber podido descifrar el enigma de los piojos. Eva Perón murió por no haber podido descifrar el enigma que le había planteado la “Esfinge en el camino de Tebas” del 22 de agosto. Contestó mal y la Esfinge la precipitó en el abismo. No sin llegar a saberlo, diez días después. ¿Tan poco tiempo? Sí, porque hay cosas que ocurren y son de cristal: cuando se rompen no se pueden reconstruir. Después que eso se quebró, tenía que venir el golpe militar, que fue la consumación final del plan enemigo de reconquista del poder, pero que aún se dilataría hasta 1955, desde que aquel motín de Menéndez de 1951 diera impulso a una respuesta (¿calculada?) como la del 22 de agosto. Desde el punto de vista de los tropismos, o de la energía que desató el alzamiento de Menéndez (y Lanusse) en el seno de la organización sindical, y política también, el proceso no fue simple, ni lineal, sino sumamente complicado. Nadie dice ésto, pero como yo no creo en las casualidades, ni tampoco en los héroes (Perón no era un héroe, gracias a Dios), me veo en el compromiso de expresarlo. Evita creyó, por un momento, apenas un segundo, que podía ser una heroína. Fue el segundo de la perdición, que, habiéndolo comprendido después, debió pagar cuantiosamente, hasta con su propia vida. En realidad pagó todo el mundo, lo pagamos todos. Ella primero, y después Perón, no durante los 18 años de exilio, sino desde 1952 hasta 1974, o sea durante los últimos 22 años de su vida. Y los peores no fueron para él los años del exilio, sino los años que corrieron entre 1952 y 1955, cuando todo era como si, pero ya no era. Algo que Perón comprendía perfectamente. Por eso, cuando en septiembre de 1955 le decían “resista, usted puede pelear” -y verdaderamente podía en el recuento de fuerzas- Perón respondió con un no. ¿Por qué? Porque resistir (no olvidemos que grupos disidentes del partido Comunista del asesino Codovilla, que habían entrado al peronismo, pedían repartir armas a los obreros para desencadenar, por fin, “la revolución” que los obsesionaba) hubiera significado equivocarse por segunda vez. Y razón tuvo. Evidentemente fue perdonado, porque si no hubiera vuelto. No sin pagar también con esos terribles 18 años de exilio. Pero en estas cosas es así. La justicia es inexorable, más aún cuando el inculpado sabe. ¿Qué dijo a su retorno? Vengo desencarnado. Se interpretó que esas palabras las dictaba su edad o sus malestares físicos. Si esa interpretación no estaba lejos de la verdad, otra cuestión pesaba en ellas. Y justo cuando las decía también aparecían, nuevamente, los tipos que con los fierros en la mano pedían “la revolución”. Perón tendría que haberlos limpiado ahí mismo pero, mediante un esfuerzo increíble, adoptó una actitud tolerante: hablar, convencer… pese a que no había quién los convenciera. Estaban decididos a morir y matar, pero a morir sobre todo. Porque hay un ciclo que se repite, que es el ciclo trágico -y es múltiple- porque ésos eran los hijos, incluso en términos biológicos, de quienes los iban a matar realmente. Eso ocurría en un lugar de la Argentina donde esa rebelión era titánica, pero resultó peor aún, porque ni siquiera Zeus se salvó. El único cronida que había quedado vivo después de la rebelión de los titanes, que intentaron tomar el cielo por asalto y matar a Cronos, el tiempo, fue Zeus. Pero hoy en día los símbolos son ignorados por los hombres. Hay entonces un mensaje enviado y no recibido; está ahí para el que lo quiera leer, y los hombres no lo pueden leer. La contracultura les ha hecho olvidar el código por medio del que es posible leer éste y otros incontables envíos que se han hecho a los hombres, por encima del tiempo. Ignoro cómo los hombres pueden soportar esta situación. Cómo se puede soportar ser Caín (Judas se suicidó, precisamente por no haber podido soportarlo). Obviamente, hoy existen infinidad de medicamentos y drogas contra el dolor y, además, la conciencia humana puede hacer maravillas para justificarse, aparte de que nadie hace nada creyendo que está haciendo el mal…
1955-1976
De 1955 a 1957 hubo conciliábulos clandestinos, en procura de la resistencia al régimen y de establecer contacto con Perón; en 1957 hizo su aparición la resistencia gremial organizada.
En 1958 asumió Frondizi y comenzó otro período, el de la resistencia, que duraría hasta 1962. En 1959 se produjeron las huelgas de enero. El punto más bajo de la resistencia se dio en 1960, pero empezó a repuntar en 1961, cuando Perón decretó la quiebra del voto en blanco para preparar el 62, o sea la expulsión de Frondizi.
Después del 18 de marzo de 1962 sobrevinieron algunos gobiernos militares y el gobiernito radical de Illia, hasta 1966. En el medio estuvo el fallido retorno de 1964, que para mi modo de ver formó parte del proceso con el cual el peronismo preparaba la caída de Illia. Menos de un año después, en 1965, viene Isabel por primera vez a la Argentina, con la tolerancia de los radicales, porque en realidad llegaba para evitar la escisión, a pelear contra Vandor en Mendoza, apoyando a Corvalán Nanclares, paradójicamente un neo- peronista, contra Serú García para la gobernación de esa provincia. El gobiernito radical culminó con un desgaste generalizado en todos los órdenes: ocurría que Illia era un presidente democrático que había subido al poder con el 22 % de los votos…… como van a volver a tener ahora. Claro. ¿Cuánto te creés que van a tener? El que gane en lo sucesivo, va a ganar con el 22 %, no más del 25%. Una nueva versión del mito Illia, o peor, porque aquellos tipos por lo menos tenían ciertas intenciones, querían gobernar realmente, mal, todo, pero… No pudieron. El movimiento gremial les impidió toda maniobra ¿no? Ahora ni eso. Ni es necesario. Porque éstos se impiden solos. Si caminan pisándose sus propios pies. Cada paso que dan se caen. No es problema eso. No se necesita.
Desde el golpe de junio de 1966 de Onganía hasta noviembre de 1972, cuando retornó Perón, hubo un solo proceso.
El período siguiente fue desde 1972 a 1976. Hay que separarlo en dos partes, inevitablemente: de 1972 a 1974 y desde 1974 a 1976, aunque durante todo el período lo que siempre estuvo en discusión fue el poder.
Los enemigos de Lanusse y amigos de los Montoneros eran también los enemigos de Perón. ¿Qué sabía por entonces el régimen? Sabía que con los elementos que tenía, militares o políticos, o de cualquier otra naturaleza, no podía. Se había agotado. O tenía la fuerza suficiente para hacer lo que hizo después de marzo de 1976, o no hacía nada. Optó, por el momento, por no hacer nada. Permitió que ocurriera lo que ocurrió: que volviera Perón y todo lo demás, por su debilidad. Una debilidad intrínseca del régimen desde 1955 en adelante, que se fue acentuando. Cada vez eran más débiles porque eran oportunistas, o imbéciles, o ineptos… una infinita cantidad de razones, políticas, de carácter económico, etc. ¿A qué tenían que estar dispuestos? A matar. Para eso necesitaban un grupo, no de militares o de gendarmes… Tenían que saltar por encima de todo éso. Lo que les urgía ahora era disponer de un grupo de verdugos. Y lo consiguieron. Pero los “otros”, Montoneros, ERP y toda la horda revolucionaria ¿no querían hacer lo mismo? ¿No eran un grupo de verdugos, también? Eran los mismos, hasta en los apellidos: Alsogaray, Sapag, Señorans, Gallo, Cáceres, Vaca Narvaja, Háber, Mendizábal, Abal Medina… y hasta, advenedizo de último momento, un Rapanelli. Demasiado para ser pura coincidencia… y sin contar al interior. Porque ése fue el armazón del parlamento de la guerra. En el medio estaba el pueblo argentino. Tenían que destruir al peronismo. Destruirlo hasta que no quedara nada. Había que matar 10.000, 100.000 ó 1.000.000, era lo mismo. Odio incondicional. La única incondicionalidad era el odio. Al punto que por los años 70 había madres que preferían que sus hijos se hicieran homosexuales antes que peronistas: algunas de ellas caminan hoy con pañuelo blanco. La justicia es terrible. Tan terrible que nadie la podría mirar de frente. Ése es el problema, aunque los hombres, en este mundo de estúpida modernidad de hoy, crean que no, que es todo gratis, que no pasa nada, dale que va… No es así. Ocurre igual. Ocurre como si estuviéramos entre el Antilíbano y el Jordán. Ocurre… y no lo ven. Miran y no ven. Creen que es casualidad, buscan causas de carácter histórico, económicas, políticas, sociológicas, y ninguna agota el tema. Porque la hipocresía, la mentira y el engaño, a ese grado, no tiene explicación, es inconcebible. Hoy, el día que esto se escribe, un compañero del interior a quien le decía algunas de estas cosas me respondía: -Pero yo no puedo pensar que los tipos hacen mal ex profeso ¡después de todo lo que pasó!. -¿Y qué es? -le respondí- ¿Casualidad? ¿Ocurre porque ocurre? En una mesa de billar el tipo tira el taco a la mierda, cae y hace carambola tres veces ¿es una casualidad? ¿Es magia? Pero eso no es verdad. Y sin embargo, los tipos dicen éso. Y uno los mira y se dice ¡pobre tipo! Porque ven el mal y no pueden creer en él. No pueden creer que ahí está. Creen que los tipos quieren hacer bien y hacen mal. No, los tipos saben. Y hacen daño y saben que hacen daño. Lo hacen igual. Y es más: hay algunos que lo hacen peor todavía, ex profeso. Estos tipos quierren erradicar el Movimiento Nacional de la Argentina, quieren matarla, pero matarla matarla, que no quede nada. Esto tiene que ser res nulluis, tierra plana. No pueden, pero que ésta es su intención no quepa ninguna duda. No sin Estado. Sin patria. Y todo el esfuerzo que hacen es para éso.
El período entre el 74 y el 76 es el de la preparación del golpe. En realidad la preparación del golpe empezó en el 72, porque se rindieron de mentira, porque la quinta coumna seguía operando. ¿De qué se rindieron? Tenían la quinta columna adentro, operando. ¿Por qué se llama quinta columna? El nombre de quinta columna viene de la época de la guerra civil española, cuando el loco de Sevilla, Queipo del Llano, que hablaba por radio, en el momento en que se estaban aproximando a Madrid, al principio, había cuatro columnas que ejecutaban esa aproximación desde cuatro lugares distintos de España. Y Queipo del Llano dijo “son cuatro columnas, pero hay una quinta, que opera dentro de Madrid”. A raíz de lo cual fusilaron a los tipos en Paracuello del Jarama. La piolada de Queipo del Llano salió así bastante cara. Y el nombre de quinta columna es desde entonces el de las columnas que operan detrás de las líneas.
En el peronismo la quinta columna fueron los Montoneros, que operaban detrás de nuestras líneas, por la espalda, en combinación con los “rendidos”. Es que los “rendidos” se habían rendido, justamente, porque su reaseguro estaba en la quinta columna que habían dejado. La policía política siguió funcionando 38. Este plan sólo pudo ser maquinado porque existía la clase media en la Argentina: partieron simplemente de la estupidez y la soberbia que, como ocurrió también en 1945, suele campear en las universidades; nadie más pudo haber entrado en un montaje como éste, en cuyo dispositivo hasta había suboficiales de Inteligencia en las universidades de todo el país estudiando carreras (en realidad preparando este embrollo). Y cuando la funcionalidad de la quinta columna quedó agotada, les bastó sacar las trinquetillas para que todo el dispositivo quedara desarbolado de inmediato. Porque las cuñas se habían fijado desde el principio de esta siniestra operación de verdugos, en previsión de cómo iba a ser su final.
En el peronismo todo esto quedó acumulado bajo la forma de un terrible resquemor, que es constante en el Movimiento Nacional. Lavalle decía desesperado, después de matar a Dorrego y con las cartas de Juan Cruz Varela en la mano, que le revelaban cómo había sido instigado a hacerlo: “Son los hombres de la levita negra”. Porque los profetas del odio ya existían por entonces en la Argentina.
1976-1998
Del 76 al 83 fue el tiempo de esta dictadura militar-financiera llamada “el proceso”.
En 1983 emergió un peronismo con una “conducción” que, para decirlo seriamente, eran un grupo de tipos que estaban ahí, ya entregados. ¡Al fin solos!, entraron en el “acuerdo” de la “multipartidaria”, al que se sumaron todos los líderes de la democracia renga. El único verdadero acuerdo detrás de esa fachada, que ya había sido diseñado durante la dictadura, era el pacto radical-militar. Por algo el doctor Alfonsín se había venido reuniendo semanalmente con el ministro del Interior, general Harguindeguy, a quien hoy, vuelvo a insistir, nadie nombra. La “conducción” peronista de entonces -Bittel, Lorenzo, Luder, Cafiero- formaba parte de la joda sólo como comparsa. ¿Qué peronismo era ése? ¿Qué tenía ya que ver ya con Perón? No tenía que ver con nada. Por eso, de ahí en adelante, ineluctablemente, la metamorfosis peronista terminaría en Menem. Y Menem, ya en la cúspide, es su imagen más verdadera, porque lo resume mejor que nadie. Quiero decir: resume mejor que nadie el antiperonismo. Es el más grande antiperonista que ha vivido en la Argentina y fuera de ella. Peor aún que Rivadavia, que Urquiza o que Alvear.
38 Baste recordar el publicitado “operativo Dorrego”, misteriosamente ejecutado por el ejército y los Montoneros (¿por iniciativa de quién?) durante el período camporista, así como los no menos misteriosos contactos que Montoneros mantenía por entonces con el general Harguindeguy, después jefe de Policía de Isabel y más tarde ministro del Interior del “Proceso”, a quien jamás tocaron después en el juicio a las juntas, ni nombraron nunca como “represor”.
En ese sentido, Menem ha sido un caso único, aunque es de esa filiación, de ese tipo humano. El viejo Vizcacha siempre vivió entre nosotros, aún al lado de Fierro. No es el “gaucho malo”, es el ladino, el que se pone al lado del juez (o es el brujo Chiquizuel, el padre de Chupamiel, en la no menos mítica historia de Patoruzú). En el reinado de Vizcacha Fierro tiene que irse, debe escapar, porque Vizcacha es peor que la policía, que la partida, que el juez o que el caudillo. Es lo peor que le puede pasar a la gente, porque es el equivalente del kapo en el campo de concentración, peor que los SS porque lo sacan de nuestra propia carne.
A lo largo de nuestra historia se han sucedido Fierro y Vizcacha, Fierro y Vizcacha, sin solución de continuidad hasta hoy. Con San Martín, con Rosas, con Yrigoyen, con Perón, siempre fueron Fierro y Cruz. Vale la pena pensarlo… porque ése también es un signo. Porque una epopeya capaz de fundar es un resumen, es un paradigma y es una profecía casi siempre. El problema reside en su interpretación.
Podemos, pues, cerrar este capítulo con una conclusión que es más que obvia: el peronismo se termina con Perón, pese a que no se terminan los peronistas. Lo mismo pasó con el radicalismo, que terminó a la muerte de Yrigoyen, pero no los radicales. De esos radicales, lo que quince años más tarde entendieron cómo eran las cosas se hicieron peronistas, y los que no las entendieron ahí los tenemos… ejemplares modélicos -como Alfonsín, como Nosiglia y como unos cuantos más- de lo anti-yrigoyenista. Y con Perón pasó lo mismo. Pero ¿no pasó lo mismo también con San Martín? ¿No había formado San Martín a Lavalle, a Paz, a Brandsen (que murió, por lo menos, heroicamente en Ituzaingó) y a tantos otros que, cuando volvieron, se perdieron, desaparecieron? Los que se vinieron antes abandonaron la gesta atraídos por el dinero o el poder, para dedicarse a la historieta: fueron los héroes liberales, los santones laicos del liberalismo, los hombres de las logias, que no quisieron aceptar su destino y buscaron otro. Creían que con los frontispicios neoclásicos de los edificios de Buenos Aires ya estaba todo resuelto, y parece que no fue así. Otro imbécil creyó que el Palacio San José lo iba a proteger. Y Menem cree que la choza de Anillaco o el palacio que tiene en Yabrud lo van a proteger… de aquéllo que no se puede proteger nadie.
No hay más períodos. El peronismo ha entrado en el cono de sombra de la historia y es ya para un juicio histórico y no político. Y los peronistas andan sueltos. Desperdigados como hormiguero pateado. Algunos a la espera, otros desilusionados, autoengañados unos cuantos, están también los que erraron los caminos después… Se puede constatar que algunos dirigentes se volvieron verdaderos oligarcas, pero los que importan no son los dirigentes, sino los peronistas… Porque el problema es la gente, y la gente no está tan mal. Después de todo ésto bebe las aguas del Leteo, que es un río del Purgatorio. El que bebía del Leteo olvidaba. Entonces los tipos olvidan, pero está bien. ¿Por qué no van a olvidar? Olvidan porque recordar es doloroso. Y como olvidan, pueden construir de nuevo. El problema es el que no olvida. Ése es el más jodido. Porque el que no olvida tiene un doble peso: lo que tiene que construir nuevo y la carga del recuerdo.
En los pueblos ésto no ocurre. Porque el recuerdo, que siempre está presente, se plantea ahí como futuro. Por eso la circularidad. Entonces no es una carga, sino una incitación. No le pesa al tipo. Al contrario, lo llama. Y lo llama desde el futuro.
El futuro es una forma de esperanza, al menos histórica, pero sólo cuando va acompañado de la otra, la Esperanza, con mayúscula. Esta rectificación de un devenir aparentemente sin alma puede ser permanentemente comprobada en el pueblo argentino. Por tanto es posible. Aquél que carga como peso fundamental el pasado piensa, en cambio, que es un condenado. “¿Por qué nos pasó a nosotros? ¿Por qué a mí?”, se dice, y sigue después una serie infinita: “¿Por qué esto, por qué lo otro..?”. Pero ¿por qué no?
¿Quién nos invitó, acaso, a una fiesta? Lo que pasó, pasó. ¿Cuál es el problema? Tantos por qué sólo producen conciencia de galeote sin haber remado nunca. Un tipo de conciencia en el que es especialista la izquierda. Porque el tema de la izquierda es hacer de víctima, la izquierda trabaja de galeote desde que existe. Impulsa el barco del sistema a remo, aunque ya existen infinidad de motores de distinto tipo y marca que lo hacen mejor. Pero no, ellos reman igual. Constituyen una especie de Rowing Club. Éso son: ¡el System Rowing Club! ¡Viven para castigarse!
El futuro guarda más cosas que el pasado. Pero la diferencia consiste en que el tipo tiene que construirlo, tiene que hacer el futuro. Y esto es lo que no quieren. No quieren saber nada. El peso del recuerdo es tal que el tipo no quiere hacer más nada.
Los cuadros del peronismo y aún, sin ser cuadros, muchos peronistas, pierden todo ánimo bajo el peso aplastante de los recuerdos. Pero Perón en este sentido, el de atarse a un pasado, nunca le dio importancia al peronismo, su obra fue siempre un peronismo “de hoy para mañana”. A mí me contó personalmente un viejo militante de la Resistencia que en los años 60 había ido a ver a Perón en España y que se puso a recordarle al General todo lo bueno de su época y lo mal que se vivía en ese momento en la Argentina. Perón le respondió: “M’hijito, ¡no se equivoque! Todo lo que viene va a ser mucho mejor ¡no sea pelotudo!”.
Existe otra lectura de los ciclos del peronismo, basada en la vida misma de Perón, que siguió el mismo orden y el mismo ritmo de los misterios del Rosario: diez años gozosos, del 45 al 55; otros tantos dolorosos, y terminó en lo que la gloria, lo glorioso, puede ser en la historia. Pero ése es un ritmo paradigmático, el de la partida, el exilio (o la peregrinación) y el retorno. Se puede decir de varias formas, pero ¿no es eso Israel? Me refiero a Israel como ejemplo, como paradigma de la historia. La partida de la Mesopotamia, luego la partida de Egipto, después la partida de Babilonia… en todos los casos hubo peregrinación y luego retorno.
El camelo generacional
Ahora bien: podría pensarse que en esta somera descripción de los microciclos que, a lo largo de su azarosa fortuna, recorrió el peronismo, se hace alusión a distintas “generaciones” peronistas. Nada más lejos de la verdad, por dos razones:
En un período de la historia argentina, valga el ejemplo, el liberalismo décimonónico fue la ideología dominante en la Argentina, pero abarcaba sólo a una minoría que había logrado hacerse de los resortes del poder después de Caseros. Sus portadores eran un grupo -la oligarquía porteña- que, un siglo después, comenzó a ser distinguido como la “generación del 80”. Su ideal declamado era la “unidad nacional”, que en los hechos vino a notificar a los argentinos de entonces: “todos pagan y nosotros cobramos”. Pero el ideal popular no era precisamente ése. De los primeros brotó la troika más mentada del sistema educativo argentino, Mitre-Sarmiento-Avellaneda; de los otros nació José Hernández. Desde un punto de vista pertenecían a una misma generación, pero ¿qué tenían que ver entre sí?
La teoría generacional es un invento contracultural, lanzado masivamente en los años 60 bajo contraseñas como la de la “new generation”. A sus patrocinadores les ha sido sumamente productivo, porque les permitió abrir el mercado de los jóvenes o, más ampliamente, hacer una división racional del mercado por edades. El desarrollo de este invento se amplió después a la creación de los famosos segmentos y entonces apareció el marketing en toda su plenitud. Para todo ésto sí ha servido “lo generacional”.
Pero a nosotros la teoría generacional no nos sirve, porque no es verdadera.
Aún desde el punto de vista científico ¿desde cuándo se empieza a contar una generación? Alguien que haya nacido en 1879 ¿pertenece a la “generación del 80”? Y si nació en 1875? ¿Cuáles son los 25 años, o los 30, que dura cada generación? Si se aborda el tema desde la ciencia, ésto no tiene sentido alguno. Es una fabricación, acompañada por la idea de que a los 20 años el ser humano tiene que tener determinado comportamiento, a los 40 otro y a los 60 otro. Pero ¿desde dónde se sale? Los italianos, que clasifican a su manera, hablaban del trecento, o del quatrocento; los franceses de la época de los enciclopedistas, que duró unos 60 años y dio lugar a la Revolución Francesa; para Mao Tse Tung todo comenzó en 1949, y Perón suscitó un encuadramiento similar; pero cuando hoy se habla de “generaciones”, en este confuso ambiente de la globalización ¿a partir de qué se lo dice? ¿De la manera cómo se viste, acaso?
Lo que es cierto es que cada generación tiene por sí misma, no por su conciencia sino por su situación en la historia de una nación -en nuestro caso la Nación argentina-, una misión. Cada generación nace con una misión que cumplir. Y la cumple o no, acepta su destino o lo rechaza. Por otra parte, fue también Perón quien dijo que “hay jóvenes de 80 años y viejos de 20”…
El derrotero de las ideas y de quienes las encarnaban dentro del peronismo
Del peronismo de 1945 puede decirse todo, menos que fue una “generación”. Había gente de todas las edades aunque, en general, los dirigentes gremiales de entonces tenían casi todos menos de 40 años e incluso había personas muy jóvenes, al lado de un Cipriano Reyes o un Presta, que ya pasaban los 50. Lo que los reunió en un objetivo, o un mandato común, no fue la “generación”, sino la idea, o un grupo de ideas- fuerza que fueron centrales en ese período, y los que se destacaron fueron los que más nítidamente las encarnaron. Y así ocurriría a lo largo de los períodos posteriores. Veamos entonces cómo fue la historia desde este punto de vista.
Entre 1944 y 1948 el momento histórico estuvo signado aquí por el nacionalismo católico social. Todavía no habían llegado por aquí los efectos de la posguerra europea, que convirtió el panorama en una nebulosa y desarticuló todos los esquemas previos, sobre todo en Italia. Entre nosotros iban al frente los después llamados “cristianos sociales”, personas de verdad, que creían y que eran ajenos a las cuestiones ideológicas que ya comenzaban a hacer punta en Europa. Estaban aún bajo la influencia de Pío IX y de León XIII, y entre ellos ganó enorme predominio el cristianismo social francés, que había dado sus primeros pasos hacia fines del siglo XIX con Leon Bloy, Jacques Maritain y el grupo de los conversos protestantes, y que en la posguerra tenía como adalides a personajes como Paul Henri Spaak (después primer comisionado para Europa), Maxence Van der Meersch y su hermano, J.J. Cronin, Axel Munthe con su Historia de San Michele y después con Lo que no dije en San Michele, Bernanos, Paul Claudel y otros. Desde antes de la Primera Guerra Mundial y en el período entreguerras ellos tuvieron gran influjo sobre el catolicismo en toda América, pero sobre todo la Argentina, donde algunos de sus seguidores llegaron a adoptar posturas próximas al extremismo. En esa línea andaban por aquí el José María Castiñeira de Dios de entonces y, obviamente, Leopoldo Marechal. Y dentro de aquel peronismo primigenio actuaron también los alumnos de Diego Luís Molinari: Ares, Gómez Morales…
De 1948 a 1952 aparece en el peronismo una reacción múltiple frente a aquella influencia. Hacen su entrada en escena, por un lado, los que yo llamaría los “propios”, pero con Teisaire arriban también los masones y, finalmente, los técnicos, los ingenieros. Entre quienes encarnaron el pensamiento técnico dentro del primer gobierno peronista estaba Cafiero. En realidad Cafiero ocupó su primer cargo importante cuando fue designado agregado económico de la embajada argentina en Washington. Volvió de allá con la tecnocracia infiltrada en el cerebro y desde entonces fue un híbrido de socialcristianismo y tecnocracia. Pero a la inversa de los católicos sociales de la etapa anterior, los tecnócratas siempre fueron enemigos de Evita, a quien la señora de Cafiero llamaba “la Eva”, a la manera gorila.
También es en este período cuando la presencia de la izquierda pasa de la militancia sindical al encuadramiento político: entre 1948 y 1952 se da un proceso de crisis interna en el partido Comunista. El escritor Hernández Arregui ya había emigrado desde sus filas a las del peronismo, y también Rodolfo Puiggrós, que ya estaba trabajando en la Presidencia de la Nación, pero cuando se reúne el quinto congreso del partido Comunista su máximo dirigente, Vittorio Codovilla, no estaba en el país sino que había viajado a Moscú, y después a Italia, por cuestiones de salud según se dijo entonces. El segundo de Codovilla en el PC local era Juan José Real, que asumió como secretario general y, a fines de julio de 1952, no tuvo mejor ocurrencia que sacar la edición de Nuestra Palabra con una faja de luto. Semejante herejía pudrió todo ahí dentro y Real, con un grupo nada despreciable de dirigentes y militantes, pasa a integrar también la nutrida franja de emigrados que desangró al PC a lo largo de su trayectoria. Todo ese grupo estuvo desde entonces influido por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) boliviano.
Como ya hemos dicho, había en esa época un nuevo proceso emancipador que resonaba en toda América. En el caso de Bolivia comenzó en 1952 con la famosa revolución de Paz Estensoro, y los que más participaron ahí fueron los trotskistas (los trotskistas, o ex trotskistas, ya estaban aquí en la Unión Obrera Metalúrgica, un sindicato que ellos habían fundado). La revolución boliviana contribuyó a cambiar muchas cosas tanto en ese país como en la Argentina, impuso inclusive cambios en la relación con Estados Unidos. Las cosas se volvieron bastante más duras.
Al mismo tiempo un golpe de estado echó al presidente Morínigo del Paraguay. Morínigo era amigo de Perón, y fue reemplazado por Stroessner, que era amigo de los brasileños. Para ese momento el presidente del Brasil, Getulio Vargas, ya se había suicidado, o lo habían suicidado.
Entre 1948 y 1952, como vemos, se había puesto en marcha en el Cono Sur un bloque, teórico en principio, que era el famoso ABC (Argentina, Brasil, Chile) pero también algo más, puesto que Bolivia, Paraguay, y hasta Perú habían comenzado a transitar procesos en paralelo. En Brasil y Paraguay fueron rápidamente abortados, y lo mismo ocurrió en 1953 con la Colombia de Gaitán, la del Bogotazo. Tal fue la respuesta estadounidense, y no sólo estadounidense sino de todo el llamado primer mundo, a algo que había comenzado de manera incipiente en Iberoamérica. Tras la caída de Perón en 1955, la disolución del bloque continuó, volteando a Rojas Pinilla, a Pérez Jiménez. Todos ellos amigos de Perón, para quien siempre el primer paso comenzaba trabajando la materia que había a mano.
El pensamiento técnico, más eficientista, fue evidentemente el que dominó el período. Y casi todos sus portadores dentro del peronismo traicionaron muchas veces a Perón.
El período 1952-1955 ya lo hemos tratado más arriba, al referirnos a él como un interregno entre el golpe político de 1951 y el golpe militar de 1955.
Entre 1955 y 1959 se dio la predominancia de la resistencia. Primero fue la resistencia gremial de base, política y militante. La idea que la presidía era la del retorno inmediato de Perón. Ya a fines de 1955 sus dirigentes decían: “En seis meses está de vuelta. Ésto no puede caminar así”. ¡Pobres ingenuos! Pero así lo creíamos todos los peronistas. Decíamos “quizá no vuelva en dos meses, no volverá si no laburamos para que vuelva, pero si laburamos todos para eso…”. Lo decíamos a pesar de que Perón le había confiado a un dirigente de base (Osvaldo Morales) que fue a verlo a Asunción del Paraguay: “Acá hay para veinte años”. Cuando ese dirigente volvió a Buenos Aires dijo: “¡Está loco el Viejo! ¿Qué carajo se cree?”. Y así salió el Plan Chipre, que era un “plan para la toma del poder”. No pasó nada. El último acto fueron las huelgas de enero de 1959.
De 1959 a 1963 imperó otro tipo de resistencia: la resistencia sin horizonte de poder. Era un período de aguantar y apretar los dientes en el que, obviamente, pasaron al frente los cuadros de la resistencia propiamente dicha: Ricardo Rojo, Ciro Ahumada, Jorge Daniel Paladino y otros.
En 1961 se produjo el levantamiento de Tartagal.
En 1962 surgió la preeminencia política de la movilización. Destituido Frondizi por un golpe militar, quedó José María Guido de presidente. ¡Pobre hombre! Los militares pretendían manejarlo y no podían. Los militares necesitaban decretos que Guido se negaba a firmar. Una cosa terrible. El país andaba a los tumbos y pronto se acordó una salida electoral que, obviamente, debía ganar la Unión Cívica Radical del Pueblo.
A partir de 1963 y hasta 1966, consecuentemente con el inicio de la presidencia radical de Arturo Illia, que había ganado las elecciones con el 22 % de los votos, aparece la preeminencia de la política. En el peronismo gremial y político aparecieron los sectores concurrencistas, entre ellos los metalúrgicos. Hubo diputados nacionales que, como Paulino Niembro, provenían de las filas peronistas. Las cúpulas peronistas desplegaron el tema de “la recuperación” en lugar de la resistencia. Pero era simplemente la reforma: con la recuperación de los gremios y la participación en el poder político formal, creían que todo quedaba solucionado. ¿Y Perón? Porque lo primero que había que recuperar era que él volviese. Bueno, si él quería volver, que volviera, si no, no. Eso estaba fuera de los planes de “la recuperación”.
Como respuesta, Perón lanzó en 1964 el primer “operativo Retorno”, que tuvo la virtud de volverlos locos a todos; a los radicales, a los dirigentes gremiales y a muchos más. ¿Cómo que vuelve? Y ¿qué hacemos? Y lo que hicieron fue la Comisión Pro-Retorno, para que Perón no volviese. El mismo Perón siempre había observado: “Cuando los políticos quieren que no pase nada, forman una comisión…” Y paralelamente, en un famoso plenario justicialista de Avellaneda, había surgido la consigna “hay que estar contra Perón para salvar a Perón”. Los mismos dirigentes que condujeron ese plenario eran los que habían formado la comisión. Perón se largó desde España, pero el avión de Iberia fue detenido en Río de Janeiro y Perón obligado a regresar. Si bien hubo suspiros de alivio, de algo sirvió, porque tras estos sucesos José Alonso, el negro Olmos y otros sindicalistas constituyeron la CGT leal, con las 62 De Pie Junto a Perón, y se dividió el bloque en Diputados.
Como “la recuperación” había fallado, Vandor fue asesinado. Poco después también lo mataban a Alonso. Perón, no obstante, continuaba con su estrategia de desgaste: en 1965 envió a Isabel a la Argentina, en cumplimiento estricto de esa estrategia, pero también para tener a los dirigentes justicialistas con la rienda corta.
La posibilidad de escape de esos dirigentes la suministró entonces el golpe de Onganía. Fue cuando Perón dijo: “Desensillar hasta que aclare”. Claro, estaba de acuerdo: la guerra de desgaste del régimen había pegado un salto hacia adelante. La resistencia no volvió a aparecer o, en todo caso, se trataba de una resistencia política, en el entendimiento de que el problema del retorno de Perón y la toma del poder político eran cuestiones que ya estaban a la mano. Y entonces el régimen inventó… la guerrilla.
La guerrilla fue el intento inmediato del régimen de parar la movilización… o apoderarse de ella.
Casi podría decirse que auspiciaron el congreso de la Juventud Peronista en Montevideo: intentarían allí un golpe de mano para hacer, en nombre de Juventud Peronista, lo que hicieron efectivamente después: lanzar a los Montoneros.
No les salió bien, ni de un lado ni del otro. En Montevideo estaban los “rojos” y también los “negros”, enfrentándose, y nosotros en el medio. Fuimos aliados de los “rojos” por un rato y después nos separamos de todos.
Viene, en consecuencia, el período 1967-1972, dominado por la preeminencia de las organizaciones de cuadros sobre el conjunto del resto de las organizaciones del peronismo, porque eran más dinámicas, aunque no más fuertes. Todo el período, en realidad, fue esencialmente dinámico, cinco años de mucha movilización. En la estrategia de Perón el número en la calle contaba ahora más que el peso organizativo para la definición, no para lo que vendría después de la definición.
1972-1974: El período del cuadro se extendería dos años más, hasta 1974, pero ya la lucha sería dentro del peronismo. No porque antes no hubiese habido lucha, sino porque ésta se desató de otra manera, con una violencia inusitada afuera y adentro. Ya estábamos en otro tipo de pelea. Aunque por entonces no nos diéramos cuenta, ya el régimen estaba peleando dentro del peronismo también. Los frentes quedaron cambiados, había quinta columna en los dos lados y, por tanto, mantener una línea política en esa situación se hacía difícil.
Este derrotero de las ideas y de quienes las encarnaron dentro del peronismo terminó con la muerte de Perón. Basta muy poco para comprobarlo: sólo asomarse al balcón de la historia.
El menemismo
Alguien podría preguntar: -Pero en este derrotero de las ideas en el seno del peronismo ¿qué papel cumple el menemismo? La respuesta es muy simple: el menemismo no cumple ningún papel en el seno del peronismo 1º, porque el peronismo ya no existe; 2º, porque el menemismo no tiene nada que ver con el peronismo.
El menemismo es una superposición sobre la memoria, nada más que sobre el recuerdo.
En ese territorio del recuerdo, se construye una fantasía (probablemente importante en su momento): la del hombre del interior, de una provincia pobre; el hombre nuevo que nadie conoce (por desgracia), el que – inicialmente- habla con acento (al que suma la patilla, el poncho y el perfil de Quiroguita) y da la imagen de gato montés. El montaje de esta trampa cultural incluye, obviamente, grandes dosis de folklore, en tanto epifenómeno de la cultura popular, que permiten proyectar un estereotipo: Carlitos.
Ya por entonces el pueblo argentino estaba en un nivel bastante superficial, incluido quien ésto escribe, independientemente de que no había opciones. Entre Cafiero y Menem no se podía dudar ni dos segundos. El que conocía a Cafiero tenía que optar con toda seguridad por Menem, a quien conocían muy pocos.
Aunque durante la década que siguió Cafiero seguramente hubiera hecho lo mismo que hizo Menem, lo hubiera envuelto todo en esa cápsula melosa que él sabe trabajar tan bien como las abejas la miel, nos hubiera encerrado a cada uno en un hexágono del panal y a esta altura habríamos muerto estúpidamente en nuestros capullos.
Como Menem no era Cafiero, llegó, se sacó la careta y nos vino a decir: “Bueno, ahora se acabó todo, chau”. Y éso ha resultado mejor. Lo que le critican a Menem es justamente éso: no lo que hizo, sino cómo lo hizo. No dicen que lo que hizo está mal. Me di cuenta cuando hablé con Cafiero en La Plata. Él me llamó y me explicó, como ya expuse, lo del golpe institucional. Cuando le respondí que tal vez estaba bebiendo demasiado y le pregunté qué quería hacer, me explicó:
– No, porque hay que acabar con la carpa, no puede ser…
– Yo estoy con la carpa -le dije-. A mí me gusta la carpa.
– Pero ¡si vos no vas!
– No, pero me gusta verla. Yo no voy ni a la carpa ni a la casa.
En cuanto al “menemismo”, es un fenómeno óptico que no obstante afecta físicamente, como una lupa suficientemente potente que concentrase los rayos de luz sobre la frente de alguien: le quema la cabeza. Se trata de una operación antropológica montada de manera bastante berreta, en un período final del peronismo y en un mundo derrumbado donde, por lo demás, la gente vive desesperada. Sólo en esa situación de relajamiento de todas las autodefensas, Menem podía ser algo. Además de que la responsabilidad de Menem la tienen los otros, porque los otros no dejaban pasar una: los dirigentes gremiales (Diego Ibáñez, Ponce, Saadi, que en paz descansen) inventaron la “renovación” para hacer que pasara una, la que ellos querían, y fue Menem.
No se sabe bien qué se quiere decir cuando se dice “menemismo”. Si se hiciera una encuesta alguien podría decir qué es? En el peronismo no está ni puede estar. Sin embargo, cuando alguien dice “yo soy menemista”, está bien porque es una cosa nueva. El peronismo no tiene, entonces, nada que ver, aparte de que ya no existe.
¿Y el pejota? ¿No es una estructura que, aunque supérstite, todavía existe? No. La Unión Cívica Radical sí. El PJ es, en cambio, un sello de goma y un permiso del Juzgado Federal. Nada más. Todo lo demás no es cierto.
Es preciso comprender, en esta instancia, que lo que antes era positivo ahora es negativo y que lo que era negativo ahora es positivo. Hemos pasado por un prisma que ha descompuesto el rayo de luz todos los colores. Si antes era preferible que el partido no existiera para que creciera el Movimiento, hoy que no existe el Movimiento tampoco existe el partido. El único partido político que hay en la Argentina, aún en las condiciones en que está, es el radicalismo, no hay otro. Todos los demás son sellos, y el PJ es el sello más grande de todos. ¿Qué vida interna tiene? ¿Qué capacidad de flexibilidad, de negociación, existe en él? En las reuniones del PJ se reúnen todos los funcionarios del gobierno, los gobernadores, ahora dejan llegar hasta ahí arriba a los intendentes, pero… a quién más?
La calidad del radicalismo deviene de su permanencia, de la permanencia de una conciencia enemiga del país pero a la vez ambigua. Pero el partido Justicialista no puede mantener la ambigüedad, que le hubiera permitido seguir con su estructura. Está mucho más acá, pertenece originariamente mucho más al pueblo argentino, y por tanto no hay ambigüedad posible. El ámbito de la ambigüedad ya está ocupado por el radicalismo. Si destruyeran al radicalismo podrían ocupar su lugar, pero no es así. El radicalismo sobrevive y ocupa ese espacio político.
No hay ningún lugar político posible entre el radicalismo y la base. Por tanto, si el PJ pierde el Estado desaparece, pero teniendo el Estado no existe. En el Estado se engañan entre sí, suponen que hay una cosa que bueno, ahora, etc., etc. Pero son tertulias entre funcionarios, juegos entre bobos. Que, por otra parte -y eso lo saben- no pueden decir nada de nada. No pueden porque así se lo han propuesto. Pero la “política intermedia” no existe ni es posible. Por eso cuando habla Menem habla él sólo. Los demás ¿qué pueden decir? Lo único que podrían decir, si se animaran, es: “Esto no se puede, esto no se puede, esto no se puede…” hasta el infinito. ¿Qué queda entonces? Nada. No hay ningún lugar. No hay locus político.
El radicalismo tiene un locus político. Se puede estar en contra de él, pero tiene un lugar, un debate interno. En el PJ eso es imposible. El PJ es como el partido Comunista. Ninguno de los dos puede existir, salvo en un bol con aceite para que no se pudran. Nada más. Pueden decir, y hasta por ahí nomás, pero no pueden hacer nada. Cuando a Bussi se le denunciaron las cuentas secretas en Suiza, apareció en Tucumán un cartel del partido Comunista, otro del PJ, otro de la UCR… Pero la “manifestación” que pedía su renuncia bajo esos carteles congregó… a 30 tipos. Tal es la realidad móvil en el visor político. No, obviamente, en la realidad, que es donde ocurren otras cosas, sin etiqueta. Precisamente una de las características de la realidad es no tener etiquetas. No es del PJ, ni del radicalismo, ni de la izquierda ni de la derecha. La realidad es de los votos en blanco. Es de la marginalia.
Y todo el país es marginal. Marginal a esto de que venimos hablando. ¿O, en realidad, son éllos los marginales? La realidad, vista desde acá, desde la Argentina y su pueblo, nos dice todos los días y cada vez con mayor fuerza que ellos son los marginales. Aunque ésto no se traduzca en términos de poder como ellos piensan el poder, sí se va a traducir finalmente en términos de poder como el pueblo piensa el poder.
El pueblo piensa el poder de una manera totalmente diferente. Por ejemplo, no piensa en el estado. Puede pensar en el presidente, pero no en el estado. Porque el presidente no es de la república sino de la Nación. Aunque Menem haya jurado en 1989 como “presidente de la república”, modificando expresamente, por propia voluntad, el juramento presidencial. Para mí, y creo que para unos pocos más que reparamos en ese detalle, fue un elemento fundamental de lo que se proponía y de que eso que se proponía estaba perfectamente programado. Una inmensa mayoría lo pasó por alto y a los que señalábamos que eso era grave se nos volvía la espalda: éramos unos aguafiestas.
Se puede conducir la república y ser presidente de la Nación, como hizo Perón, pero Menem no es presidente de la Nación, que es lo que la gente quiere. No es una sutileza política, sino una diferencia abismal. Menem es el jefe de la administración de esta republiqueta bananera. Y la Nación argentina va por otros carriles. Cada vez este divorcio es más profundo.
La lucha por la cultura
La historia del peronismo ha quedado cerrada. El peronismo cerró su ciclo en la historia argentina, lo aceptemos o no. ¿Qué rescatar de esa historia? La lucha por la cultura.
Lo rescatable de la historia del peronismo no es ni la nacionalización de los bancos o de los ferrocarriles, ni el aguinaldo, ni las vacaciones, ni los sindicatos, sino la afirmación, reafirmación y desarrollo de la cultura argentina, que es el núcleo fundamental de la Nación. Todo lo demás fue para esto. Tenía este contenido último. No objetos físicos (ferrocarriles, barcos, etc.) sino un objeto cultural, que los incluía. No era tampoco un objeto político, sino en todos los casos primordialmente cultural. Recién después venían los demás, a los que no negaba.
Si el objeto cultural no se hubiese colocado en el lugar más alto, la Nación no hubiera podido sobrevivir. Hubiera muerto en 1955. Sobrevivió porque toda medida que se tomó se tomó desde esta perspectiva. Y eso pervivió, aunque no tengamos ni los ferrocarriles, ni los barcos, ni los buzones. Y como existe, todo se puede reconstruir. Las cosas van y vienen. No son fundamentales. Por ésto se equivocan los que dicen que peronismo fue sinónimo de nacionalización de los ferrocarriles, política social o IAPI. Aunque también fue eso, esencialmente fue el padre, y la madre, de todo eso, que se desarrolló bajo la tutela de una afirmación cultural central: dignidad, doctrina, organización, en suma, un espíritu único y no una Gorgona de múltiples cabezas. Una palabra lo resume todo: es la palabra pueblo. El hombre argentino. Lo fundamental, frente a lo cual todo lo demás es aleatorio, accidente que podía suceder o hacerse de una manera o de otra. En el período peronista se hizo de la manera en que se hizo, ahora podría hacerse de otra. Con una sola condición: el primado de aquella afirmación fundamental.
Hay, por supuesto, diversos grados de coherencia. No es “cualquier cosa” y la cultura a salvo. Porque la cultura no puede estar a salvo de cualquier manera, sino de determinada manera; debe demostrarse bajo una determinada forma. Hay allí una gama, una panoplia, de la cual se pueden emplear ciertos instrumentos u otros, que en todos los casos sirven para preservar lo que es substancial e inherente.
Por eso el peronismo nunca fue ideológico. No hubo una pro-forma del deber ser de una política, sino el cómo es que se desarrolla una política nacional, cómo se hace, para que cualquiera, en cualquier momento y lugar, pudiese desarrollarla. Desde este punto de vista, el principal problema de los argentinos con Menem no es que haya vendido Aerolíneas Argentinas o YPF o que venda el Banco Nación, todo lo cual tiene que ver secundariamente con ese problema.
Es obvio que si Menem hubiera sido coherente con la cultura substancial del peronismo no habría hecho todas esas cosas. Hubiera quizá hecho, en el mismo marco de las privatizaciones, no en otro, algún tipo de arreglo, hubiera quizá armado un grupo económico con los trabajadores que hoy tendría 25 ó 30 mil millones de dólares que sería el grupo económico más grande de la Argentina.
En síntesis, lo rescatable del peronismo es el objeto cultural. Todo lo demás está destruido. Se puede volver a hacer, incluso mejor, porque ya lo hizo Perón. Dice Castellani que “no es que veamos más que los gigantes, sino que somos enanos parados en los hombros de los gigantes”.
El peronismo es hoy un recuerdo y de él no quedará nada en el porvenir, salvo lo esencial: la memoria, incorporada a la cultura de los argentinos como en su momento se integró a ella la independencia, el federalismo o el valor del voto individual y secreto.
Es así y es irrefragable. No se trata de estar ni a favor ni en contra. Es, simplemente. La memoria ya está recuperada. Y empieza a ser retransformada en futuro.
Yo sigo siendo peronista. ¿Qué otra cosa se podría ser? Un peronista sin Perón y sin peronismo. Es, tal vez, un poco absurdo. Pero mientras no haya otra definición ¿qué otra cosa podría decir? Es mi por qué. Pero dispuesto también a ser lo nuevo que sea, se llame como se llame. No estamos enajenados a un nombre. Nadie va a poder olvidar a Perón: eso sólo pueden pensarlo los imbéciles, para joderlo a Perón, para joder su recuerdo. Pero es inútil: tampoco podrán en esto.
CAPITULO V MOVIMIENTO NACIONAL
El Movimiento Nacional es siempre la Nación
Si se entiende por Argentina la “nación” y no la “república”, el Movimiento Nacional siempre es la nación o, desde lo real y no desde una superestructura administrativa (el estado), es también el pueblo. Sobre todo en América. Aunque en los momentos en que gobernó el Movimiento Nacional el estado fue nacionalizado, es decir, ocupado por la Nación y puesto al servicio -con bastante dificultad muchas veces- del pueblo.
El caso de Yrigoyen constituye un ejemplo claro de esas dificultades: no pudo poner al estado en esa función de servicio y debió gobernar con todos los distritos intervenidos al mismo tiempo. También a Rosas le ocurrió otro tanto, y el equivalente de las intervenciones fue en su caso gobernar sin tomar en consideración a las provincias.
Es inútil recordar que también San Martín tuvo el gobierno en contra, a tal grado que después de Pueyrredón lo destituyeron, e incluso le exigieron que volviera a participar en la guerra civil, pretensión a la que se negó, como lo sabe cualquier estudiante. En esa época había dos gobiernos: uno fuera del país, que era San Martín y el Ejército Unido, como se le llamaba, y el otro el de Rivadavia en Buenos Aires, jaqueado por todo el interior.
Desde esa perspectiva el peronismo fue la Nación argentina, porque el Movimiento Nacional siempre lo es. Esporádicamente, en cambio, es dueño del estado. Lo cual ha desgastado al estado, que era un estado enemigo, al grado en que se encuentra actualmente, donde no hay más estado ni posibilidad de reconstruir ese estado. En 150 años la Nación terminó por desgastar al estado, ese enclave enemigo dentro de su propio contorno.
La Nación es una continuidad, término que no significa una línea recta sino una línea continua, que puede ser sinuosa y generalmente lo es. Avanza como el caballo del ajedrez, en tanto símbolo de linealidad sinuosa.
Política y estado
El esfuerzo por extraer invariantes en la política es trabajo de algunos teóricos, y de algunos políticos también -muy pocos- y no se apoya en la política ni como ciencia ni como arte, aunque los expresa, sino que se apoya sobre la invariante fundamental: el hombre. A la vez que parte de esta invariante fundamental, la política es también la variante fundamental. Es las dos cosas. De donde: en el sentido del agrupamiento y la extracción de leyes de las invariantes es ciencia, y en el sentido de que siempre es singular y variable es arte.
Alguien muy lúcido, pero a quien nadie le ha otorgado la importancia que tiene, Ernesto Palacio, ha escrito un librito muy corto, Teoría del Estado. Lo escribió en otra época, en la década del ‘60, y en él, como político práctico que era, ya que ejerció la jefatura de la Junta Renovadora de la Unión Cívica Radical de apoyo a Perón, Palacio se esfuerza por dilucidar estas cuestiones. Hay en él, no obstante, una confusión, muy propia de esa época y de cuanto a él le tocó vivir, que parte de la inclinación a ligar estado y política. No digo que no estén ligados, sólo pregunto cuáles son sus relaciones.
A mi entender, no hay entre política y estado relaciones de identidad, sino simplemente relaciones, a veces buenas y a veces malas, sobre todo en la Argentina. Y hay una clara diferenciación del estado respecto de la política.
Paradójicamente, Palacio señala que en la teoría política hay, en términos generales, dos escuelas:
– La escuela de los utopistas, según las cuales la política es el arte de ejercitar la voluntad en el deber ser de una comunidad. Entre los utopistas se encuentran los llamados revolucionarios, que en rigor son demagogos y sirven, algunas veces, tan sólo para voltear un régimen.
– La otra escuela es la de la política del orden.
El tema importante en Perón fue que encabezó el proceso de voltear un régimen podrido, pero no convirtió ese proceso en desorden sino en un nuevo orden. Palacio dice que éstos son los estadistas. Yo creo que decir “estadista” es aplicar una denominación antigua, perteneciente a un período de la historia de Occidente en el cual el estado tenía entidad separada, personería, porque constituía el fundamento a partir del cual se ordenaba la comunidad humana. Pero también compruebo que, por lo general, en todos los tiempos ha sido el conductor el que pudo conducir indistintamente, de acuerdo a las circunstancias, tanto el orden como el desorden.
Del mismo modo que liquidar un régimen tiránico u oprobioso (en el sentido de que, independientemente de las razones en que se apoye, enferma a la comunidad) es obra de lo que vulgarmente se llama una revolución, la reconstrucción que le sigue ya no es obra suya sino, invariablemente, de un orden. No sólo sucede en la historia moderna: en Roma, Mario estaba contra el partido de los patricios y encabezó, como general que era, una contienda militar contra el patriciado y el senado, pero perdió porque era incapaz de pensar más allá de esos términos. César también adoptó la misma postura e hizo lo mismo que Mario, de quien era pariente, pero destruyó realmente el régimen de la república oligárquica y construyó en su reemplazo un imperio que lo sobrevivió por mil cuatrocientos años.
Tal desproporción entre Mario y César fue la misma que se dio aquí entre los nacionalistas y Perón, o entre la izquierda y Perón. En el 43 todos ellos, salvo raras excepciones, estuvieron de acuerdo durante más de un año en empujar un mismo proceso social y político, salvo en la cuestión de la neutralidad argentina frente al conflicto europeo. El desacuerdo vino después, cuando Perón comenzó a instaurar un orden al que ni los nacionalistas ni la izquierda estaban dispuestos. El equilibrio que construía Perón aquí les resultaba extraño. Existía por entonces en Europa un mismo orden con distintos carteles, coincidencia que ellos nunca supieron percibir, pero que sí observaba Perón. Ambos extremos querían copiar en la Argentina ese orden que habían instalado en Europa los nazis, por un lado, y los comunistas, por el otro.
Nacionalistas e izquierda ¿no están haciendo lo mismo ahora? ¿No están juntos nuevamente?
La Argentina
La Argentina es un país extraño en América, un caso único diríamos. Era prácticamente un desierto con pequeños grupos de indios nómades o canoeros.
Eran todos muy pobres: los indios y los españoles que llegaron. Estos últimos llegaron pobres y siguieron más pobres todavía. El problema que tenían los españoles era ése: por tal razón -algo que nadie dice- el contrabando tiene más que ver con el desarrollo de la Argentina que cualquier otra cosa.
Hay dos cuestiones definitorias durante ese primer período: el mestizaje y el contrabando. Buenos Aires fue fundada por criollos y hay un historiador argentino, santafesino, Zapata Gollán, que escribió un libro llamado La conquista criolla, en el que señala que el Río de la Plata no fue conquistado por los españoles sino por los criollos, cosa que es cierta: de los 80 fundadores de Buenos Aires, 10 eran españoles y 70, incluyendo a las mujeres, eran criollos.
Casi de inmediato, en términos de población, ocurriría lo mismo en Asunción, donde se instaló el primer gobierno criollo en América. El primer gobernador criollo en nuestras tierras fue, mucho antes de que se fundara el virreinato del Río de la Plata, Hernandarias (Hernando Arias de Saavedra). La primera gobernación fue la de la Asunción del Paraguay, que abarcaba el inmenso territorio de lo que después sería la Argentina, hasta la Tierra del Fuego. Por eso puede decirse que fue también Hernandarias quien fundó Buenos Aires. El acto formal de fundación lo ejecutó el español Garay, pero el criollo Hernandarias lo acompañaba, arreando las reses que venían para alimentar la expedición. Y sería después el gobernador de todo este país.
¿A qué obedecía el contrabando? A que las Leyes de Indias, las de Aduanas, el Consulado, no existían aún en ese período inicial. Fueron creaciones del siglo XVII. De algún modo, entonces, el comercio aún era libre y el único problema era que no había con quién hacerlo.
Las vaquerías -entendidas como explotación de una mina de ganado en lugar de una mina de mineral, ya que su actividad principal era la caza del ganado y la exportación del cuero- recién aparecen en el siglo XVII. Su razón de ser era el comercio del cuero, en primer lugar con los ingleses -que fueron los compradores iniciales y los que más compraban- y no el contrabando. A tal grado que existe un libro llamado La civilización del cuero. Los animales eran cazados a caballo con un desjarretador y sacrificados para sacarles el cuero. El resto se dejaba a los caranchos y, a lo sumo, se les comía la lengua. El salamiento de la carne vino después, aunque ya se hacía tasajo, charque o cecina, según una costumbre de salar la carne proveniente de los árabes. El primer reglamento de vaquerías en nuestra llanura data de 1612.
La vaquería pasó de ser un comercio cada vez más vasto a convertirse en contrabando cuando fue prohibida, lo mismo que la posterior exportación de carne salada en barricas, que potenció la gran industria del saladero. Las reglamentaciones habían ido también en aumento: partían de la idea del comercio estanco de Indias monopolizado por España, que procuró un cada vez mayor rédito propio por medio de impuestos y gabelas. El puerto de Quilmes fue el puerto del contrabando y, durante toda una época, fue más activo que el puerto de Buenos Aires, ya que la exportación se sacaba por ahí sin pagar los diezmos reales. Y Colonia del Sacramento, fundada por los portugueses en un acto de piratería con una finalidad muy precisa, cumplía un papel semejante al que hoy tiene Ciudad del Este. Por eso Ceballos, para quien el dinero de los diezmos debía quedar en Buenos Aires, no sólo tomó Colonia sino que también la quemó. La mayoría de los apellidos portugueses de la Argentina son los de los casi 4.000 prisioneros que hizo Ceballos en Colonia y que envió, vía Buenos Aires, a las colonias del interior, con prohibición de volver.
Varias décadas después Rosas llegó a tener una enorme “compañía exportadora”, constituida por los saladeros del sur bonaerense y las flotas para llevar las barricas de carne, que eran vendidas, para alimento de los esclavos sobre todo, a las plantaciones de azúcar y de café, hasta Cuba. Puede decirse sin temor a distanciarse de la verdad que Rosas daba de comer a todos los esclavos de América.
La singularidad de la Argentina parte de este desarrollo económico fundado en el contrabando, que aprovechaba la gran boca del Río de la Plata, simultáneo a un creciente mestizaje. En medio de esa trama hizo su aparición el gaucho. Si bien lo que ocurría en la cuenca también se daba en el norte argentino, allí se buscaban minerales y los apellidos venían de otro lado. Los colonizadores del norte, hasta Córdoba, no eran pobres o eran, en ciertos casos, pobres con apellido. Córdoba fue, de algún modo, el punto de encuentro del conjunto de corrientes de conquista y colonización centradas en la tierra, desde la cuenca hacia el interior y desde el norte, por el Camino Real, hacia la desembocadura de la cuenca. Por esta razón la Patagonia quedó prácticamente al margen.
La Patagonia era un desierto. La expedición que hizo Darwin no encontró un alma a lo largo de centenares de kilómetros 39.
39 En 1832, cuando Darwin hace el viaje del Beagle con Fitz Roy, Carmen de Patagones era la última población hacia el sur y tenía 650 habitantes. Ese año Rosas desplegaba en toda su plenitud la Campaña del Desierto y su campamento estaba unos 150 km al norte, en el sitio que hoy ocupa la localidad de Pedro Luro, próxima a la desembocadura del Río Colorado. Desde Carmen de Patagones Darwin se fue a caballo hasta Santa Fe: Rosas lo hizo escoltar a lo largo de todo ese trayecto, del que retornó después a Buenos Aires para embarcar nuevamente en el Beagle.
Pero, por otro lado, está la presencia de la Providencia. El desierto desparrama, no concentra. Si se concentró población en medio de este desierto que era la llanura, la pampa, fue evidentemente por el puerto, y por la conexión con la cuenca río arriba. A eso se debe la fundación de Montevideo -la funda un gobernador de Buenos Aires, Bruno Mauricio de Zabala, para tener una defensa, 200 kilómetros antes, hacia la boca del río y en la otra orilla, de Buenos Aires- ciudad que en su origen era una fortificación, que Zabala pobló con canarios. Tal la razón por la cual a los habitantes de Canelones, departamento pegado al de Montevideo, aún les dicen “canarios”. Como a los de San José “maragatos” por haber sido murcianos en su origen, como los de Carmen de Patagones.
Los fundadores
Ahora bien: así como se habla de fundadores de ciudades ¿puede hablarse en nuestro caso de algún “fundador de la Argentina”? Creo que sí, y hasta diría que hay dos:
Uno que la soñó y la escribió: Don Martín del Barco Centenera, un converso riojano (de La Rioja de España) de estado eclesiástico, que vivió en Concepción del Bermejo, una ciudad que desapareció, y después en Córdoba y que poco sabía de versificación, pese a lo cual se propuso hacer un poema sobre el Plata, La Argentina, de nada menos que 3.500 versos, escrito en 1580 y pico (en tiempos en que se fundaba Buenos Aires por segunda vez) y publicado, según creo, en 1603. Mester de Clerecía, si el poema en sí es malo, hay que preguntarse también si había por entonces materia para componerlo, pues se puede argumentar, sin faltar a la verdad, que Centenera “hizo poesía con el barro”. Ahí aparece por primera vez nuestro nombre y con él, si nos atenemos a Leopoldo Marechal, Martín del Barco Centenera, nuestro fundador mitológico, nos dio un destino. Institucionalmente, la denominación dada por Centenera la utiliza por primera vez Don Juan Manuel de Rosas al denominar Confederación Argentina a las hasta entonces Provincias Unidas del Plata. Un nombre, por otra parte, mucho más real que el posterior de República Argentina. En la Constitución de 1853 los “representantes del pueblo de la Nación Argentina”, que, por serlo, constituyeron la República (la organización del estado, las fronteras), hicieron figurar las varias denominaciones.
La expedición de Darwin trajo de retorno al país a tres indios onas de Tierra del Fuego, que tres años antes Fitz Roy se había llevado a Inglaterra para “darles educación”: Fuegia Baskett, una mujer, Jimmy Buttoms y otro más. Y este detalle da idea de cómo pensaban por entonces los ingleses, y por extensión los europeos: los traían, acompañados por un misionero anglicano, para “cristianizar” a los “salvajes de la Tierra del Fuego” -en realidad se llamaban a sí mismos alakalup, según el nombre de su tribu-, vestidos a la usanza británica para pobres y hablando inglés. En cuanto estuvieron nuevamente en su tierra, los tres onas echaron a los ingleses y no quisieron saber nunca más nada con ellos. Al misionero debieron ir a buscarlo nuevamente porque lo querían matar. Este anglicano era quien en realidad había llevado a Fitz Roy, y a Darwin, en su incursión patagónica, pues perseguía demostrar que la creación según la Biblia era verdad. Ambos tuvieron una discusión enorme después de Punta Alta porque en ese lugar, próximo a Bahía Blanca, Darwin descubrió en el talud una franja de arcilla roja, de la que sacó 42 esqueletos de animales “antediluvianos”, como se decía por entonces, incluido el segundo esqueleto completo de mastodonte. El primer mastodonte que conocieron los europeos lo había descubierto Malaspina, que lo llevó a España, y como estaba en España para los ingleses no existía. El pastor decía que los mastodontes habían perecido ahogados por el Diluvio y esa fue la razón de un altercado que mantuvo sobre el asunto con Fitz Roy, por el cual durante cuatro meses cada uno vivió en una punta opuesta del Beagle sin hablarse. Años después Darwin diría que fue en Punta Alta que descubrió su vocación de naturalista: hasta ese momento había pensado dedicar el resto de sus días a ser pastor anglicano y se había embarcado en el Beagle como simple empleado. ¿No hubiera sido mejor que hubiese sido finalmente pastor anglicano?
Lo que es interesante es la increíble descripción que Darwin hizo sobre la esclavitud en Brasil. El estaba en contra de la esclavitud porque, además de médico como su abuelo, esto es heredero de toda una tradición precientificista, era wigh (Fitz Roy era tory).
Y Darwin y los suyos fueron los que insistieron tanto en el tema del poblamiento que consiguieron la fundación de Fuerte Bulnes, después Punta Arenas, con la cooperación del más importante conquistador del sur chileno, el coronel don Cornelio Saavedra hijo, cuyo padre debió emigrar de la Argentina con su familia por la guerra que le hicieron los directoriales. El coronel Cornelio Saavedra, después comandante del sur chileno, fue quien metió preso al Rey de la Patagonia.
Otro, el fundador racional, que la hizo, o que hizo posible que fuera como es: Don José de San Martín.
El resto es historia.
Los aborígenes
Se ha llamado querandíes a los aborígenes que poblaban por entonces la llanura bonaerense. En realidad, en el lugar que después ocuparía la ciudad de Buenos Aires eran guaraníes canoeros todos. Y un poco más al sur, lo que hoy se conoce como Quilmes no se llamaba así; adoptó ese nombre después de la rebelión de los quilmes y la guerra que se desencadenó a continuación, en la costa de Catamarca y Salta (la vertiente oriental de la precordillera): aplastada la rebelión, los quilmes sobrevivientes fueron trasladados a unas 4 ó 5 leguas al sur de Buenos Aires, a una especie de reserva a la que dieron el nombre de su agrupación y en la que todos murieron.
Las naciones no tienen fronteras
Perón, haciendo referencia a las fronteras de los estados, señaló con razón que tales fronteras “están en la mente de los hombres, pues los estados del presente van hacia integraciones cada vez mayores”. Pero observemos que se refería a las fronteras de los estados. Porque, en rigor, las naciones no tienen fronteras.
Las naciones tienen zonas de delimitación que son también de contacto y de mezcla. Ninguna línea geográfica -un río, una montaña, ni siquiera un mar- es suficiente para separar absoluta y totalmente a dos naciones o a dos pueblos. Por el contrario, en general actúan de puentes. En Geopolítica algunos puntos montañosos se llaman boquetes o puentes; son pasos que convierten al lugar en “zona de derrame”, como si hubiese dos cuencos y un conector capaz de trasvasar de uno a otro: tal es, por ejemplo, el caso de Mendoza respecto de Chile. Hay una cuenca de derrame de un valle muy estrecho, el valle de Santiago, que no puede expandirse hacia el sur y en el norte tiene un desierto; “derrama”, por tanto, hacia la cordillera por los pasos. A esta razón obedece que los mendocinos hablen parecido a los chilenos. ¿Cuál es ahí la frontera? La que pasa por los más altos picos es la frontera del estado, pero no puede decirse que sea la frontera de la Argentina. Lo mismo ocurre con los ríos y con los puentes de la Mesopotamia.
La Argentina, de ordinario, es lugar de derrame hacia adentro más que de derrame hacia afuera. Siempre fue así, como si la llanura hubiese sido en el curso del tiempo un punto particular de atracción de todos los bordes, más allá de que la población no derrame directamente sobre la llanura sino sobre las zonas situadas en sus márgenes. Así, todos los bordes de la llanura están dentro de la Argentina. Bolivianos y chilenos del norte en el norte, paraguayos en el nordeste, cruceños en el bosque boreal argentino (el Chaco), orientales y brasileños en la zona del río Uruguay, chilenos en el sur… Pero no suelen verse argentinos del otro lado, salvo como turistas.
La Argentina es receptora de población, mientras los países limítrofes son expulsores de población. Es un hecho importante, que hace que todas las fronteras del estado argentino -que desde el período roquista hasta bien entrado este siglo pretendieron ser impermeables, a imitación de las de los estados europeos- sean permeables en los hechos. Y en América muchísimo más, por razón muy comprensible: si los estados son creados después de las naciones, y los estados están contra las naciones, todo acto contra estos estados es un acto legítimo de los pueblos. Por eso en la Argentina no hay verdaderos extranjeros.
El concepto de “extranjero” es un concepto estatal. Está lejos del concepto cultural e idiomático de los antiguos griegos, cuando se referían al que no hablaba griego llamándole bárbaro. Los griegos habían establecido de este modo una frontera lingüística, que fue una primera aproximación al concepto de frontera.
La segunda aproximación a la idea de frontera fue civilizatoria: bárbaro era no sólo el que no hablaba griego. También lo era el que, aún hablando griego, no vivía en polis, en una comunidad política libre, según ellos la pensaban no sin una dosis de soberbia.
En América todo ha sido distinto. No hay aquí ninguna frontera que no sea permeable, salvo la marítima. Así se define también, en materia fronteriza, el tema geopolítico de la Argentina. Pero la geopolítica también nos define como una cuña insertada en la masa continental: la Argentina es una península de América, compartida con Chile.
Si la península ibérica es compartida por España y Portugal, nosotros compartimos la nuestra con Chile, y Chile es, desde hace más de un siglo, nuestro Portugal. Más aún, Chile cumple la misma función que Portugal porque los ingleses, que vieron esto con toda claridad, hicieron con los chilenos lo mismo que habían hecho con los portugueses. Repitieron una experiencia “exitosa”, como ahora se dice, y los incorporaron. Portugal era la presión sobre España, y Chile -pretendían los ingleses- lo sería sobre la Argentina. Cierta cantidad de problemas de orden geopolítico que hemos tenido, como el de la Patagonia, provienen de esa interferencia. Se trató de una idea geopolítica consistente desde el inicio de su aplicación, a partir de las primeras décadas del siglo XIX, en encerrar la llanura y no permitir el desarrollo de la cuenca, ya que la clave de una Argentina posible, en este orden, está en el desarrollo de la cuenca. Los chilenos están afuera tanto del hinterland de América como de las cuencas, a la manera que lo han estado siempre los portugueses respecto de la península ibérica, a tal punto que sus tierras se encuentran más allá de las columnas de Hércules.
Chile y la Argentina, no obstante esa obstrucción, forman parte de un mismo destino histórico. Así lo quisieron San Martín y O’Higgins, que entendieron la geopolítica de América a partir de la vía militar del desarrollo de la guerra de la Independencia. Para ellos, como también para Bolívar desde el valle del Apure a la Gran Colombia para llegar a la cuenca del Magdalena, todo se dio, efectivamente, como en una cinta ubicada tanto fuera de las zonas montañosas como de las selváticas. Pero ese destino histórico posible no verá su cumplimiento mientras persista la situación que acabo de describir.
Los tropismos que llevaron a San Martín y O’Higgins por un lado y a Bolívar por el otro a construir lo que efectivamente construyeron fueron los mismos, porque provenían de la configuración real del continente.
El interior de América
Ahora bien: el interior de América no es hoy muy distinto de como era en esa época. La interconexión de las cuencas está en perspectiva, es posible, pero implica para todos los países sudamericanos la conquista del interior del continente. La Argentina está fuera de ese hinterland, en el borde exterior, como el Uruguay o Chile. Los ribereños del “mar verde” interior –nuestro propio Mediterráneo– son Bolivia, Paraguay, Ecuador, Colombia, Venezuela y Brasil. Ése es el punto de unidad. La costa, por el contrario, favorece el desarrollo de la división. Más aún: los estados se crearon en la costa, para explotar los puertos, incluso en sus bases impositivas. Y nuestro problema no es tanto esa circunstancia en sí, sino que todo se vuelve irresoluble cuando ella se eterniza, pues el paso del tiempo va deformando las cosas hasta hacerlas irreconocibles.
Ya durante la creación del estado nacional verdadero, antes de ser Roca presidente su primer acto fue la conquista del interior patagónico. Tal cual lo recibe al comenzar este siglo que ya termina, recién ahí puede decirse que el estado argentino tiene su patrimonio territorial completo. He dicho muchas veces, en diversos ámbitos, que tendría que haber un atlas histórico de la Argentina, que no lo hay porque nadie se ha dedicado a confeccionarlo. Sólo Patricio Randle ha hecho un trabajo de aproximación a este propósito, con su Atlas de la Ocupación del Espacio en la Argentina. Cuando se confeccione ese atlas se verá con claridad qué franjas de territorio se dominaban verdaderamente hasta 1900. Hasta hace algo más de 80 años, con el último malón y su aniquilamiento en 1917 en Fortín Yurká, cuando la Primera Guerra Mundial ya había comenzado y en Rusia tomaba el poder Lenin, no se había terminado de dominar Formosa, por ejemplo.
Las fronteras permeables y la unidad continental
Nuestra tesis es que las fronteras deben ser permeables. Su impermeabilidad es una utopía. Las fronteras que realmente existen son “zonas” y no líneas, y revisten carácter cultural o bien son lingüísticas. Por caso, se habla portuñol en el norte y NE del Uruguay y en la franja del río Uruguay en la Argentina.
Con casi 700 millones de hablantes, el español es el segundo idioma a nivel mundial después de su rival, el inglés, y tiene un peso cultural superior al del portugués, y más vitalidad precisamente por su notable expansión cultural. Y digo que es el segundo idioma del mundo porque quienes ponen después del inglés al “chino” o al “ruso” no toman en cuenta que ésos son idiomas oficiales de sendos estados, pero no lenguas con hablantes: no es verdad que hablen ruso más de 80 ó 90 millones de personas ya que en la ex URSS había más de 220 idiomas y dialectos; en China, pese al chino normalizado de Mao Tsé Tung -que es la lingua franca de los chinos como lo era hace 2.000 años el koiné helenístico, un griego macarrónico, en toda el área del Mediterráneo- existen más de 400 idiomas y dialectos. El español y el inglés, en cambio, tienen hablantes en toda su extensión.
Cuando Perón se refería a la permeabilidad de las fronteras apuntaba a la unidad del continente, puesto que esa unidad no puede consumarse contra las naciones, aunque sí se puede y se debe hacer contra los estados, entendiendo que un estado único puede ser multinacional, como se ha demostrado a lo largo de toda la historia. Tal estado único puede adoptar la forma de una federación de estados, con algunas funciones centrales y otras derivadas, sin menoscabo de la soberanía nacional. En cambio, la soberanía estatal debe ser limitada por la unidad.
Un poco de soberanía y un poco de geopolítica
La soberanía nacional es de carácter cultural. Eso no se puede limitar ni extender: simplemente es y se desarrolla como es. Choca o se mezcla en las zonas de frontera y aún dentro de las naciones. Tratar de poner fronteras rígidas o líneas de demarcación dentro de esta presencia sustantiva no sólo es absurdo y estúpido, sino criminal: produce, en efecto, conflictos de carácter personal, familiar y comunitario irresolubles una vez establecidas aquéllas. Ha sido esta artificiosidad la causa de los problemas de soberanía: la tesis del estado actual es que “la soberanía es indivisa” y que por tanto no hay “media soberanía”, pues “se tiene o no se tiene, se ejerce o no se ejerce”. Y eso hoy es mentira, pues la soberanía ha sido indivisa sólo en el marco del estado iluminista pre-burgués o del estado burgués, que procuraba proteger ciertas cosas (mercados, accesos, etc.), y, consecuentemente, tenía una geopolítica de confrontación y dominio. Pero nosotros, en nuestros días, no tenemos por qué fundarnos en soberanías indivisas ni existe razón alguna para establecer fronteras rígidas, sino más bien en una geopolítica de unidad, a la vez que de personalidad e identidad. No son lo mismo ni tienen nada que ver.
Hay todavía imbéciles que creen que la geopolítica la inventaron los alemanes y que la geopolítica clásica es la que exponen Henning y Korholtz en un conocido manual que usaban los alemanes (y hoy, todavía, las fuerzas armadas chilenas). Pero hubo mucha gente que hizo geopolítica antes que los alemanes, independientemente de la racionalidad científica, o pretensamente científica, de la geopolítica alemana: por ejemplo, los españoles, que no escribieron textos de geopolítica ni le pusieron ese nombre, pero la hicieron. Véase, si no, la fundación de las ciudades, la ocupación de la tierra, la fundación de las universidades y la organización administrativa que concretaron en Iberia y en el resto del mundo. ¿Dónde adquirieron los españoles su concepción geopolítica? En España, a lo largo del proceso de la Reconquista, fundamentalmente con la despoblación total, árabes incluídos, y luego la repoblación con vascos y astures, del valle del Duero, alrededor del año 1000. Crearon entonces una “franja de colchón” entre la zona de resistencia y la zona del frente, de la que nacería Castilla, salpicada de aldeas autónomas, castillos y toda una red de contención de la invasión. De allí en adelante se hizo lo mismo en el valle del Tajo después de la reconquista de Toledo. Vale decir que los españoles aprendieron la geopolítica a través de un conflicto de ochocientos años que incluyó amistades y enemistades, alianzas, arreglos y guerras. Y en forma simultánea a ese curso de los acontecimientos, aprendieron el mestizaje. En España se mestizó todo: árabes, judíos, marroquíes, bereberes y españoles visigodos, íberos o celtas, romanizados o no romanizados. Un melting pot, dirían los yanquis, anterior a la conquista de América. Por esta razón la conquista de América tuvo esa misma naturaleza.
Los otros “geopolíticos”, ingleses, alemanes, holandeses y aún franceses, conformaron su experiencia, en cambio, excluyendo a los demás. Por eso han planteado fronteras rígidas, soberanía indivisa y geopolíticas de confrontación y dominio respecto del otro. Aunque, para hacerles justicia, los británicos mantuvieron durante tres siglos, después de Alfredo el Grande, una zona en el centro de su isla que se llamó Danelow, que era un reino danés, con cuyos súbditos obviamente se amalgamaron tanto en lo racial como en lo lingüístico. Y los llamados ingleses de la que es propiamente Inglaterra, es decir las tierras altas al sur de Fil de Fort hasta Cornwall e incluyendo los llamados “condados del Norte”, antes de Escocia, son resultado de una mezcla, producto de aquél y otros mestizajes (noruegos, finlandeses, galeses).
¿Es posible la globalización?
Toda esta larga disquisición sobre la desaparición de las fronteras podría dar pie a preguntas que rondan ciertas testas intelectuales posmodernas: ¿Marcha la Argentina hacia su disolución? ¿Podría esfumarse lentamente por pérdida de su sentido nacional en aras de la cultura uniformista de la globalización, por su integración al Mercosur o por absorción estadounidense? Pero estas preguntas parten de la visión catastrófica que vienen irradiando los centros de poder. Si en 500 años esos centros no pudieron destruir la cultura de nuestra modernidad, no lo van a hacer en el último estertor de su vida histórica, cuando ya no tienen nada que dar sino todo que absorber de otros porque son totalmente estériles.
Es imposible también -siempre fue imposible- que la economía esté verdaderamente al mando, aunque por un rato así lo parezca, sobre todo si prestamos oídos a los que repiten como loros la muletilla de la globalización. ¿Por qué no preguntamos por la globalización a cualquiera que pase por la calle?
Para que alguna forma de globalización fuera posible debería existir una potencia de carácter militar, social, económico y sobre todo cultural capaz de integrar, no de destruir, las diferencias. Y eso ya sería otra cosa. Como ocurrió con Roma en el área del Mediterráneo. Roma aplicaba primero la diplomacia y el comercio; después, si le interesaba, la fuerza. Pero después de eso -e independientemente del cobro de impuestos, que existen prácticamente desde que existe el hombre y no constituyen un rasgo determinante- aparecía el proceso de integración, a partir del Derecho, que llegaba detrás de la Legión. Los rasgos fundamentales en este proceso eran la Legión y el Derecho, a consecuencia de cuya aplicación llegaba la extensión de la Ciudadanía y aparecía, obviamente, la Política. Después de Augusto, con la creación de los senados municipales, surgió también la idea de la autonomía, sobre todo de las ciudades. Y ¿qué era todo ésto, qué forma tenía? ¿Democracia, autocracia, aristocracia, monarquía…?
El problema de las formas
La obsesión por definir a los clásicos según formas absolutas es una necedad: nunca jamás existió una forma pura. Se han hecho abstracciones intelectuales clasificatorias, siempre interesadas, y lo peor ha sido que los neoliberales -que ni siquiera son ya liberales- creen todavía que la monarquía es “absolutista” porque un jefe o cabeza decide todo. Nunca jamás nadie decidió todo. Nadie, ni siquiera Napoleón, pudo decidir en ningún tiempo ni el diez por ciento de las cuestiones. Napoleón, que tenía una inteligencia excepcional y trabajaba todo el día, que les dictaba a cuatro secretarios al mismo tiempo, tenía ministros que tomaban decisiones de las cuales ni se enteraba, Fouché y Talleyrand, por ejemplo, que le suscitaron conflictos que él jamás hubiera previsto, y hasta un Gruchy que le hizo perder Waterloo. Y hubo de manifestarse el socialismo, que llegó para “liberar a las masas”, para que pudiera existir alguien cuyo ejercicio del mando se pareciera al poder absoluto; fue Stalin. La gran tarea de los ideólogos de todo tipo, realizada en Europa, apuntó siempre crear ese monstruo o el otro, Hitler, y por cierto que lo logró…
¿Cuál es la diferencia entre Stalin y Hitler? Cuesta mucho separarlos, siendo como son hermanos siameses enfrentados, pero unidos por el esternón. Ellos han sido los únicos en la historia en parecerse al “absolutismo” -gestado, por aquello de que los extremos se tocan, en Europa, a partir del paradigma de Robespierre- porque ni aún el “gran rey” Darío, de Persia, gobernaba solo, sino con medio centenar de ministros, generales, gobernadores y asesores de todo tipo en un imperio donde se tardaba lo que se tardaba en llegar de una punta a la otra, aún a pesar de haber sido los persas los inventores de las postas y el correo.
¿Quién decidía entonces en Persia? No precisamente Darío, sino el que estaba en cada lugar.
Vemos pues que hablar en términos de las formas es una cuestión precisamente formal, dentro de la cual decir “absolutismo” pone de manifiesto, en rigor, esa perversa estupidez ideológica tan al uso con la que se pretende enfrentar la realidad. Porque en la realidad, nunca nadie toma solo las decisiones políticas. Pueden participar más o menos personas en su adopción, pero jamás ha sido obra de uno solo. La “soledad del poder” que tantas veces se menciona en los últimos años es sólo un argumento. Ni siquiera el Papa, único soberano verdaderamente absoluto a causa de su especial vicariato y de su infalibilidad, por tener detrás a Quien tiene, reúne en su persona la suma del poder dentro de la Iglesia.
Maquiavelo, Giucciardini ¿o Dante Alighieri?
El tema de la calificación según las formas es un conjunto de imbecilidades, de origen británico por partida doble: o liberales o marxistas. Los clásicos de la teoría política -Tácito, Maquiavelo, Tito Livio, Jenofonte, Platón- percibían el objeto desde una perspectiva finalista o, mejor aún, teleológica, que partía de un deber ser pero que no era aún ideológica. El más lúcido de todos, Maquiavelo -no el Maquiavelo del que todo el mundo habla- explica mejor ésto en cuanto lo comparamos con Francesco Giucciardini, su contemporáneo, secretario de la Cancillería de Florencia como él y además su amigo. Giucciardini no tenía la intención moral de Maquiavelo. El Príncipe, que éste dedica a Lorenzo de Médicis para su educación, es un juego de niños al lado de los Consejos políticos de Giucciardini, que en realidad son la teoría clara de la oligarquía y de cómo mantenerse en el poder en un sistema oligárquico. Muchos dicen que Giucciardini es superior a Maquiavelo, pero en realidad es más canalla que Maquiavelo: tiene una Historia de Florencia que está encabezada por los Consejos, en la cual la historia de la ciudad que les sigue está escrita a manera de una serie de ejemplos de tales admoniciones. Pero basta leer a Dante y a los que escribieron la historia de Florencia desde los blancos -Giucciardini estaba al servicio de los negros, era güelfo negro- para comprender que se trataba de posiciones inconciliables.
No hay formas puras ni absolutas. Ya es hora de salirse del esquema de las formas. Toda forma política siempre es mixta. Y en rigor de verdad, saliendo del campo de la utopía ideológica, porque todas las ideologías son utópicas, y no hay una que no lo sea, en la política real el problema no consiste en la forma, sino en el orden. Cuando se dice orden hay ahora gente que se agarra la cabeza, porque todos le temen al orden en la misma medida en que la palabra orden ha sido abusada por los sembradores del caos.
¿Quiénes dicen “no hay futuro” o hablan del “fin de la historia”?
¿Quiénes son los sembradores del caos? Los hombres del orden rígido son los sembradores del caos. Todo orden político rígido es caótico. Necesariamente. Hay una necesariedad en su propia constitución que crea el caos. Por eso cuando cae Stalin o el comunismo se produce un desastre total. Ese desastre no es posterior a la caída: era la carne, los huesos y los órganos de la tortuga, y lo demás era caparazón. Dentro de la tortuga había un nido de serpientes, pero vista de afuera era aparentemente una tortuga. Alemania se salvó porque la arrasaron y después tiraron sal, de manera que no quedó nada. No estoy de acuerdo con los bombardeos a Dusseldorf y a Dresden, pero creo que si hubiera quedado en la media agua que querían los conspiradores del 20 de julio, otro desastre se hubiera producido al poco tiempo, porque el problema había que resolverlo de alguna forma para los alemanes, no para los otros, que creían que los mataban para siempre y no resolvieron nada. No fue cierto, y no lo fue porque lo arrasaron. Si no lo hubieran arrasado quizás hubieran desaparecido para siempre, pero como los arrancaron de raíz, tuvo que nacer de nuevo. Si había voluntad ocurría, en Von Salón se ve claro, había voluntad. Una nación no muere. De esa forma al menos. Muere de otra forma, como muere una planta, por ejemplo. Se agota, se hace vieja.
Una viña que tiene 200 años al final no da más frutos, ya vivió lo que tenía que vivir y se muere. Viven más que el hombre, pero no viven eternamente. Con las naciones ocurre lo mismo. Hay naciones que han desaparecido, pero ¿cuánto duraron? Y ¿Cómo murieron? ¿Murieron porque alguien las invadió, porque los arrasaron…? No, murieron porque, como los vegetales, no dieron más fruto, ni siquiera se pudieron alimentar, y se secaron. Esto es lo que pasa con los anglosajones, y lo tenemos delante de los ojos: ya son estériles.
La modernidad anglosajona es estéril y la esterilidad es un signo de la vejez. No es la vejez misma, tampoco es la muerte, pero es el signo que las precede. Después de la esterilidad ¿qué sigue? “No hay futuro”, dicen sus adolescentes. “Es el fin de la historia”, dicen sus intelectuales. Y dicen la verdad de lo que sienten: para ellos se acabó. No hay más futuro porque se les acabó el tiempo.
También han muerto naciones nuevas. Pero de la misma muerte. ¿No hay, acaso, plantas que sólo viven una temporada y hay que replantarlas? La caña de azúcar es una de ellas. Les ocurre lo mismo que a naciones nuevas: se mueren, y esa fue su vida. Vivieron nada más que un período. Otras viven tres, diez, quince o veintiocho períodos. Les ocurre también como a los hombres: algunos mueren apenas nacidos, otros de niños, otros en plena madurez y otros simplemente de viejos.
El hombre tiene una idea errónea de ese tiempo porque el parámetro que emplea es el de la duración de su propia vida. La duración de las naciones no se puede medir en años, sino en el cumplimiento de su misión histórica. Y en la naturaleza es el cumplimiento de su función en el marco del universo de la Creación. Y ésto es también lo mismo para los hombres. ¿O están fuera de la Creación? No, por más que el hombre sea un agente conciente. Y cuanto más conciente, más conciente debería ser de que el parámetro es éste, no el otro. No cuánto va a vivir, sino qué va a vivir y cómo. Se dice “vivió muchos años”. Puede haber sido un imbécil que vivió muchos años. ¿Para qué? Tal vez ése era su destino, está bien, pero esa no es la medida. Rimbaud podría haber muerto a los 30 años y hubiera cumplido igual su destino. Murió a los cuarenta y tantos. Vivió 15 años como tratante de esclavos. ¿Para qué? Tendría que haber muerto en cuanto se fue de Francia: ya estaba cumplido y para eso había nacido. ¿No murió Mozart a los 30 años? Entonces, cuando se cumple se cumple y ya está. El problema es de nosotros, que seguimos cumpliendo años y no cumplimos con lo que tenemos que cumplir. Es una barbaridad. Y el temor que debería tener uno precisamente es ése: vivir sin cumplir su destino. ¿Y quién sabe el destino? No sé, lo sabrá cada uno. O no. Con las naciones pasa lo mismo.
La Nación Argentina aún no cumplió su destino
Las naciones cumplen una función en la Creación. Una vez cumplida la función, lo demás es sobrevida. Puede ocurrir como puede no ocurrir. Como personalmente yo creo que la Nación Argentina no cumplió completamente su destino todavía, no puede decirse “ya está, terminó”. Podría ser, no creo que sea. Creo que nació para confundirse en una cosa que es América. La fusión de los metales necesita de un agente de fusión, a veces el ácido sulfúrico, a veces otro metal y en el caso del acero el carbono. El añadido de carbono endurece el hierro y crea una cosa nueva, el acero, que antes no existía; pero no sólo es el endurecimiento sino que el hierro cambia su naturaleza, pasa a tener otra composición química. En la Argentina ese agente de fusión ¿no ha sido el Movimiento Nacional? Y va a seguir siéndolo. Es un agente de fusión en América. No el único, porque se trata de una confluencia, pero sí fundamental. Sin este agente de fusión no sería posible la unidad americana, pero con él vivo tampoco es posible. Porque si es semilla debe morir. Si no, no es semilla, y no crecerá nada. Recién cuando la semilla (o el óvulo o el espermatozoide) muere nace el nuevo ser (y si se negaran a morir desaparecería la especie). Los agentes de fusión y las semillas no han sido creados para que sean lo que son sino lo que van a ser: otra cosa.
Una nueva nación, por tanto, puede crearse por fusión y en un largo proceso, pero requiere de un agente y, en mi opinión, este agente es la Argentina. Pero para que así sea este agente debe desaparecer una vez cumplida su misión. Como esta misión no está, por eso la Argentina sobrevive a tantas cosas frente a las cuales otros hubieran desaparecido. ¿Qué tenemos nosotros? Nada. Lo único que tenemos es un destino a cumplir. No hay diferencias de ninguna naturaleza, ni somos mejores ni más piolas que los demás, esa es una mentira de barrio. Es otra cosa. En rigor es que todavía falta el mestizaje fundamental, el más esencial de todos. Hace 50 ó 60 años un grupo de argentinos poetas, pintores, escritores, Marechal entre ellos, imaginaron al neocriollo. Xul Solar llegó incluso a dibujarlo y era bastante feo, una especie de marciano. Ocurre que cuando hablan de unidad, los hombres imaginan tipos yuxtapuestos unos con otros, donde el piola, que es el argentino, es un tipo que tiene verso y que le curra la cartera a varios. Esa es una imagen que tiene lugar en la fantasía barrial pero no ocurre en la realidad histórica. En la historia van desapareciendo una serie de características diferenciadas de cada país para constituir características nuevas, que ninguno de ellos tenía antes.
Si hay un futuro y si es éste el continente de la Esperanza, la esperanza es esa. Si no ¿qué? ¿Vamos a repetir el proceso europeo? Puede ser que ocurra, pero en ese caso no aportaremos nada ni al mundo, ni a la civilización ni a la esperanza, ni a nosotros mismos, y nos pasaremos el tiempo llenando formularios.
La desaparición de esta Argentina
El problema del sacrificio que ese nuevo proceso podría significar no es tal. Es el mismo sacrificio que tienen que hacer todos, porque la desaparición no será únicamente la nuestra, sino la de todos los países del continente, que desde la Independencia hasta hoy han ido cada uno por su lado. Lo más significativo, creo, es esta desaparición de la Argentina, porque si bien las otras han de ser necesarias al proceso, ésta es imprescindible. Con esta Argentina de que hoy disponemos no se puede hacer la unidad, pero sin la Argentina también es irrealizable. ¿Cómo se resuelve, entonces?. La única posibilidad que veo consiste en hacer la unidad y que la Argentina desaparezca en ese proceso. Los demás países seguramente van a desaparecer, porque son infinitamente más débiles, menos estructurados y con menores posibilidades propias, en un sentido. En otro sentido, esos países tienen otro tipo de fortaleza, que es su fuerza genética, su capacidad de hibridación.
Habrá quienes vean esta posibilidad con ojos pusilánimes, pensando tal vez en las amenazas que se cernirían sobre un proceso de tal magnitud, por parte sobre todo de las grandes potencias o los poderes mundiales. Pero ¿cómo se hizo la Argentina? ¿Con el apoyo, acaso, de alguna superpotencia? ¿O se hizo en contra? La Argentina se hizo en contra de todas las potencias de la época, no sólo de España -que era lo aparente- sino, sobre todo, de Inglaterra que, como quedó probado a lo largo de los últimos 180 años, siempre estuvo totalmente en contra de nuestra independencia, de la de los demás países de América y de la del resto del mundo, y cuando no pudo contra la independencia sembró la división. Por otra parte, un proceso de unidad americana no sería posible, justamente, si no encontrara resistencia en alguna parte. Todo avance es siempre contra un límite, no para romperlo, sino para empujarlo. El hombre está construido así. Y en rigor, el límite no se rompe nunca: se empuja para crear espacio y por consiguiente, como crea espacio, lleva tiempo. Por eso lo llamo proceso: una serie racional y no racional de hechos y situaciones que contienen una direccionalidad.
La idea imperial y la idea popular
Sé que plantear estas cosas en la Argentina es anatema, pero creo que hoy se puede decir porque ya da lo mismo, se diga o no se diga. ¿O qué quieren? ¿Un estado argentino solamente? Es estúpido. Muchos de los que estarán en contra de esta unidad continental serán los mismos que han condenado a San Martín por no haberse anexado a Chile y Perú: parten de una idea imperial y el proceso de la unidad americana es lo contrario de la idea imperial. La unidad americana parte de la idea popular, que no es lo mismo aunque parezca igual, aunque los resultados (la unidad), en ambos casos, fueran finalmente los mismos. Ocurre que hoy estamos en actitud, es la época, es la situación, es la voluntad… ¿Está entonces la conciencia de hacer eso o de hacer esto otro? Ya en la época de San Martín y Bolívar no era posible plantear un esquema imperial, ni se lo hubieran permitido. Con los medios de aquella época, en efecto, no permitieron siquiera la Confederación Peruano-Boliviana, rompieron la unidad con Chile, impidieron que la Banda Oriental formara parte de la Argentina, hicieron la Guerra del Paraguay, Santander rompió la unidad de la Gran Colombia, rompieron la unidad de la Federación de Centro América… Y todas éstas eran transacciones por arriba, pensadas estrictamente en términos políticos o en términos económicos. Ganaron los términos económicos, que querían la división porque eran externos. Por esta razón digo que la unidad americana tiene que ser en términos político-culturales únicamente, que es como la división no puede ser instrumentada desde el exterior o se hace más difícil que lo sea.
La existencia de las naciones depende del acento que en ellas se ponga sobre la cultura. Así lo dice el Papa. Este acento es el acento verdadero del proceso de liberación. No se puede asentar sobre otra cosa. Y aquí aparece, representado una vez más, el problema cultural frente a la contracultura. El proceso viene a ponerlo nuevamente sobre el tapete.
¿Cuál es el discurso contracultural que enfrenta a la unidad continental? El máximo del discurso contracultural de esto es Mercosur, Nafta y cosas por el estilo. Es el discurso de los intereses, aún cuando esos intereses puedan conservar otras cosas que ellos ignoran, o desprecian, y ser importantes también por eso. Por eso no creo que haya que estar contra el Mercosur.
Después del Sudeste asiático le toca al Brasil
Cuando se firmó el Tratado de Asunción vinieron acá senadores y diputados de todo Brasil. Eran más de treinta, economistas, tecnócratas… pero de lo único que hablaron fue de cultura. ¿Por qué? Porque los brasileños lo tienen claro: están siendo aislados. Saben que son los próximos y que tienen el tiempo contado. Primero van a acabar con Corea, la van a destruir sin duda, y después con ellos. Corea es el número once en el orden de los países industriales, y el Brasil es el número ocho. De modo que Brasil está a la búsqueda de algo nuevo y en serio. En Iberoamérica el régimen de las oligarquías locales y de las burguesías subsidiarias virtualmente ha desaparecido, porque no puede existir. Independientemente de que los Estados Unidos intenten armar una burocracia oligárquica continental, que eso sería el famoso Nafta, me parece muy difícil que puedan conseguirlo, por su debilidad intrínseca. Una unidad de esa magnitud es una cosa que, hoy por hoy, sólo la pueden conseguir los pueblos. Veamos, si no, los nuevos procesos que ya han comenzado en Asia, en Africa y en el Este de Europa…
Ha comenzado ahora una forma de avanzada, supuestamente del capitalismo, pero que es de esto que sucede, que no es el capitalismo. Los capitalistas que aún quedan en el mundo, que aún son bastantes, tratan de resistirlo, pero muy dificultosamente. Los otros no son capitalistas: no tienen propiedades personales, no tienen prácticamente nada. Son depredadores. Capital financiero, que tampoco es capital. Es la imaginación financiera… Me parece que estamos en un momento donde todavía no hay sincronía: el proceso interno es diacrónico respecto de los procesos externos, para decirlo de alguna manera. Pero poco a poco esta diacronía va a ir entrando en fase. Cuando esto sea sincrónico, se pudre todo. Acá, en el Brasil, en todos lados. Pero la sincronización de los procesos interno y externo depende de los pueblos, no de los gobiernos, no de las personas. El tiempo que ellos, los depredadores, tienen dentro de este proceso diacrónico, dentro de cada país, se agota aceleradamente, a un ritmo mayor que aquél al que se agota el régimen global. Lo notable es que, siendo dependientes, se agoten a un ritmo más rápido. Porque, en realidad, es justamente eso lo que agota al sistema global.
Es otra vez lo mismo que pasó con la Unión Soviética… Polonia, Checoslovaquia, Hungría, etc., eran dependientes de un centro, pero resulta que el centro cae por la celeridad de la periferia, porque la aceleración está en la periferia.
Hoy ese mismo proceso se desplazó al que hasta hace un tiempo fue el mundo capitalista, como lo demuestra en el caso de Corea. ¿Qué hicieron los empresarios coreanos? Le sacaron un empréstito a los japoneses de 300.000 millones de dólares y cuando llegó el momento de pagar dijeron: “No tenemos un céntimo”. ¿Una estafa? No se, sólo se que los coreanos se quedaron con la mitad de las reservas del Japón. Es lo mismo que hicieron los mejicanos con la mejicaneada que dieron en llamar “efecto tequila”: les cobraron 50.000 millones de dólares a los norteamericanos. Pero los coreanos subieron la apuesta hasta los 300.000 millones. Habrán dicho: ¡Si lo vamos a hacer, hagámoslo en grande! Pero además puede estar de por medio la venganza: los japoneses humillaron a los coreanos durante mucho tiempo. Después que todo pasó, entraron en escena los expertos del FMI que, generosos como siempre, prestaron a los coreanos 50.000 millones (una gota de agua en el océano) pero a razón de 10.000 millones por año, o sea 3.000 millones cada 4 meses, y además no en dinero sino en bonos y obligaciones… Obviamente, los coreanos han tenido que cerrar las fábricas y despedir por lo menos a la mitad de los trabajadores…
Todavía hay gente que en la Argentina mide el tamaño de las crisis por sus efectos en la Bolsa. Pero la Bolsa ¿a quién le importa en realidad? La Bolsa de Buenos Aires es una timbita de barrio en la trastienda del boliche, al lado del casino de Montecarlo. Acá juegan por porotos. Nada importante. ¿Qué va a pasar, finalmente? Que se va a romper todo. El Big Bang.
Cómo salvarse del Big Bang
Del Big Bang, en América, sólo se salvará el que tenga la capacidad autonómica suficiente: habrá que separar cuanto antes la economía del punto crítico, aunque sea en el mismo punto crítico.
Por otra parte, Corea exporta el 90 % de la producción y su mercado interno consume el 10 %, mientras nosotros exportamos el 10 y consumimos el 90, y el Brasil también. La solidez económica, aunque parezca una perogrullada, tiene su fundamento ahí, en el consumo interno. En momentos críticos ésa es la única forma de alimentar el proceso económico propio. Es entonces cuando la cacareada “presencia de Argentina (o de Brasil) en los mercados internacionales” se convierte en nada.
Los coreanos y los demás “tigres asiáticos”, como se los llamaba hace una década, no tienen prácticamente mercado interno. Cuando les pasa lo de Corea se acabó el negocio. ¿A quién le venden? Deben bajar los precios de una manera que no existe para colocar el stock. Todo Extremo Oriente constituye el 25 % del mercado global. Si eso se hunde, los demás ¿cómo hacen? Si los coreanos lo regalan, ¿qué venden los otros? Como parece que los “efectos” últimamente vienen en cadena (una de las ventajas de la globalización) deben bajar precios todos los demás…
Una vez, en los primeros años de la década de los 90, un periodista extranjero que seguramente nos conocía muy poco me preguntó qué posibilidades veía de que la Argentina terminara siendo un estado más de los Estados Unidos. Le contesté: Señor periodista ¿usted cree que los norteamericanos, con 600.000 millones de dólares de deuda fiscal anual, con el dólar a punto de ser devaluado, están en condiciones de pensar en esto? Seguro que no, porque no pueden pensar ni en Alaska, ni en Puerto Rico; no pueden pensar ni siquiera en Kansas… Acá, en la Argentina, tenemos imbéciles que lo pueden pensar. Son esos que todavía pueden verse en Belgrano o la Recoleta porque usan la camiseta con la bandera yanqui, pero ¿cuántos son? ¿De qué estamos hablando? Usted tendría que comprender que una pregunta no puede ser irreal, porque es lo mismo que si me preguntase qué va a pasar si vienen los platos voladores o si hay un desembarco de marcianos. Qué se yo, le respondería. Es lo mismo, más o menos. La pregunta tiene que tener cierta apoyatura de realidad, si no el reportaje se convierte en un chiste. Terminé diciéndole que si lo deseaba hacíamos una película cómica, que yo no tenía problemas. Y el periodista, al punto, cambió de tema.
Nada se globaliza, todo se globuliza
Cuando se habla de “globalización” ¿de qué se habla? ¿Qué es lo que se globaliza? Yo diría que no se globaliza sino que se globuliza. Que hay una parte que se globaliza y otra parte que se globuliza.
Cuando el proceso de la globalización empezó, o sea con Cristóbal Colón, la globalización era verdaderamente la ocupación del conjunto del planeta por una idea y un sistema… Es un hecho históricamente cierto.
Pero ahora, en cuanto a esto que llaman “globalización”, no hay tal cosa. Lo único que han globalizado son los bytes de computadora, que significan medios de pago. Nada más.
Y cuando se habla de Internet, de los satélites o de cualquiera de estas otras maravillas tecnológicas, adjudicándolas a la globalización, lo que se hace es mezclar la técnica con la ideología. No confundamos la globalización con las comunicaciones horizontales a nivel planetario. Eso no es la globalización; por el contrario, es la fragmentación. Porque todo elemento de comunicación que contribuye a la fijación del que se comunica actúa para separar, no para reunir. Se llame como se llame. Fija en lugar de transferir. Es comparar a Napoleón con un pirata. Morgan estuvo en todas partes, en más partes que Napoleón, pero las razones por las que estuvo Morgan no son las mismas, es un pirata. Lo mismo pasa con lo de Bill Gates, y por eso no es una comunicación real, es piratería.
La “globalización”, por tanto, no existe, no es tal. Es una invención. Es inventar un término de carácter ideológico y derivar de él un sistema, de carácter ideológico también, de contracultura y de guerra psicológica. No hay nada más detrás de eso. Bambalinas, decorado, para ocultar que detrás del decorado están los carpinteros, los muchachos que tiran de la cuerda, los maquinistas del teatro. Nada más.
En el plano cultural el problema no es la comunicación. Comunicarse, hoy, no significa nada. En este mismo momento hay en el aire millones de llamados telefónicos, pero ¿cuántos de entre todos ellos producen algún intercambio? Sólo el intercambio del diálogo persona a persona produce la fusión. De lo contrario no hay nada. Se han multiplicado los receptores y al mismo tiempo se han multiplicado los emisores de mensajes. Se dice entonces que se ha creado una red. Hablan todos de todo al mismo tiempo, y creen que pasa algo. Es al revés: no pasa nada. Justamente porque el pensamiento se disocia es imposible reunirlo. Entonces esto es piratería. Es el desorden propio del pirata. Bill Gates es un pirata y hasta podría decirse que la piratería en las comunicaciones es la norma, porque ¿cómo un pirata se va a quejar de que lo roban? Es, efectivamente, una piratería organizada y produce piratas adentro. Bueno ¿de dónde salen los piratas? De los piratas mismos. La isla de la Tortuga ahora se llama isla Caimán. Era la sede de los piratas y ahora es la sede de los bancos off-shore. En el mismo lugar.
Las nacionalidades
Con la globalización como ideología dominante se ha venido motorizando la idea de que la época de las nacionalidades está agotada. Pero ¿qué son las nacionalidades? ¿Son las estatalidades? Sí. Pero es difícil creer que las naciones, salvo las que estén agotadas, vayan a desaparecer. Aquéllas pasarán al museo de la historia, pero naciones va a haber mientras haya hombres sobre la tierra. Si viven a más de dos kilómetros de distancia uno del otro, ya hay dos naciones. Una colina en el medio, un tipo de un lado y otro del otro son dos naciones. Además, dos hombres suponen dos familias, y chicos y casa y… bueno, todo el proceso que ya sabemos que sigue.
¿Por qué Su Santidad habla de las naciones? ¿Porque es nacionalista? Habla de naciones porque las naciones son el ámbito natural de recepción de la Buena Nueva. Y es donde ella se puede realizar. Porque la Buena Nueva no se puede realizar en abstracto. Cristo se realiza en concreto, siempre, y de hombre a hombre. Es imposible esto sin la existencia de la nación. De Israel, en principio.
Podría tomarse la cuestión desde el punto de vista expuesto por Pí i Margall en su libro Las nacionalidades, que fue el primer texto de defensa de la existencia de las nacionalidades en España. ¿A qué llamaban ellos nacionalidades? A Cataluña, las Provincias Vascas, Galicia, Andalucía… Ésas eran las nacionalidades para Pi y Margall, fundador del federalismo catalán y de la idea federal en España. Habían aprendido todo con el mismo maestro que tuvo Hipólito Yrigoyen: Krausse. La idea federal no es nueva. No olvidemos que Robespierre, Saint Just y Marat mandan cortarles la cabeza a los girondinos… porque eran federales. Y paradójicamente tomaron La Marsellesa como himno cuando era el himno de los federales de Marsella, que llegaron a París y empezaron a repartir los textos al público y a tocar la música en las calles. Por eso después, cuando sobrevino el Terror, fue Fouché, que ataba a los tipos en la boca de los cañones y los disparaba, enviado a Marsella. ¿Por qué se levantó la Vandeé? Por dos razones: el unitarismo y la religión. Si la República hubiera sido federal no hubiera habido levantamiento de la Vandeé, una guerra civil que duró bastante y en la que murieron muchos, porque siendo federal también hubiera respetado este tema. Pero los revolucionarios eran unitarios, la idea burguesa en sí era unitaria, como acá; la idea federal, en cambio, era la de los que no vivían en la capital, en Francia también. Esto independientemente de que, en el furor del conflicto, los federales girondinos se expresaran a veces como monárquicos, porque querían una monarquía federal, lo mismo que la Constitución del 12 de Cádiz instaura una monarquía constitucional federal. San Martín, precisamente, negocia en Lima con Abreu, liberal, delegado de la Convención de Cádiz.
¿Qué ha pasado en Checoslovaquia, en Yugoeslavia y en otros lugares tras la caída del muro de Berlín? Que ha resurgido la nación, al tiempo que desaparecía el estado. Se ha vuelto a asumir la realidad. Pero hay un error que cometen quienes tienen a su cargo conducir esos procesos, atribuible al hecho de ser europeos, que consiste en darse un estado a la medida de sus naciones porque todavía creen que el estado debe ser homogéneo y que la nación debe ser homogénea. Y la nación no es homogénea: la unidad, cualquier unidad, es siempre heterogénea. Se funda en la diversidad. Ni aún en la propia Creación existe una unidad que sea homogénea. Debido a este error europeo, esos países siempre tienen problemas con las minorías, porque en respuesta al homogeneísmo, cada minoría quiere entonces un estado propio. Y así van las cosas en Europa: de estupidez en estupidez, de subdivisión en subdivisión.
La búsqueda del punto cero
Pero la cuestión nacional no es estúpida más que en el sentido principista. No es estúpida en la experiencia histórica. Unos piensa de otros: “Si éstos toman el mando, nos matan”. Y así ocurre, los matan. Y esto es así porque todos, en Europa, tienen la misma idea. Si los que son matados fueran más, matarían a su vez a los otros. Porque detrás de la idea de la homogeneidad está la muerte. Como detrás de la idea de ausencia de movimiento en la realidad de la Creación está la muerte. ¿Qué es la entropía, sino éso? La ausencia de trabajo es la ausencia de vida. La entropía es igualación de potenciales sin trabajo. ¿No pasa éso hoy? Sin trabajo; pero sin trabajo, esto es la muerte. Porque la vida es un accidente producto de la diferencia de potencial. Lo que mantiene la vida, para decirlo mejor, es producto de la diferencia de potencial. Porque todo trabajo (T en física, clásica o cuántica) es producto de la diferencia de potencial, en la inercia, la fuerza mecánica, la electricidad… No hay trabajo si no hay diferencia de potencial. Si yo tengo 20 wats acá y 20 wats acá, no hay chispa; la chispa salta, en cambio, si tengo 20 y 10 wats: ahí ya aparece un trabajo. Pasa lo que con la temperatura: ¿no tiende ésta a igualarse? ¿O qué es la transmisión térmica? Si ponemos algo caliente al lado de algo frío, al tiempo los dos elementos estarán con la misma temperatura porque ésta se ha transferido. Entonces, ni hablar de la entropía. Porque hablar de entropía es hablar de la muerte, que es el punto cero, la igualación de potenciales donde toda actividad desaparece.
Los “entropistas” están en la búsqueda del punto cero en todo:
El punto cero del tiempo: buscan los 300.000 kilómetros por segundo (la velocidad de la luz, punto cero del tiempo) para, mediante la velocidad, alcanzar la inmovilidad.
El punto cero de la historia: es en la entropía, en la igualación de potencial energético que tiende a cero, que piensan los que plantean el “fin de la historia”.
El punto cero del trabajo: el fin de la historia es cero, porque es cero trabajo. Significa el fin del trabajo. Este es el problema: hay cada vez menos trabajo, porque cada vez se igualan más los potenciales.
El punto cero de la producción: como desaparece el trabajo, desaparece también la producción.
El punto cero de la cultura: la aldea global, la supresión de toda diferencia, una cultura homogénea en todo el planeta, vía los medios electrónicos.
Según ellos creen, lo han alcanzado o están a punto de conseguirlo. Pero ¿lo han conseguido verdaderamente?
En la búsqueda del punto cero, el Gran Dios Mercado se propone un sólo mercado mundial homogéneo; no puede permitir, por tanto, la existencia de sub-mercados. Pero resulta que el Gran Dios Mercado ya no absorbe ni consume nada. Legítimamente cabe preguntarse entonces dónde está. Es lo que les pasó a los coreanos y lo que les pasa a todos: cada vez venden menos. Por tanto, no alcanzan a cubrir el monto de los créditos. Entonces se ven obligados a vender más bajando los precios. Pero esto repercute irremediablemente sobre la moneda y sobre la cotización en bolsa, porque las utilidades son menores (el que vende a menor precio, a su vez compra menos cosas con el dinero que obtiene). Es el circuito de la miseria, de la liquidación. Tiene dos partes: los que venden y los que compran. Desde que los empresarios se plantean que deben vender más barato para dar salida a la producción, comienzan un proceso de “downsizing” (achicamiento) despidiendo trabajadores, pero con ello logran también que los consumidores sean cada vez menos, que cada vez menos gente les compre. Como respuesta echan nuevamente más gente del trabajo, pero esa gente se ve entonces obligada a consumir menos… Y ésto sigue, no se puede parar. Se ha convertido en un círculo vicioso. El mercado se ha convertido en el Uroboros, la serpiente que se muerde la cola… Seguirá haciéndolo hasta que, en el último bocado, se devore a sí misma.
Una oportunidad que es única
Podemos ver, por consiguiente, que lo que tiende a la desaparición no son las naciones, sino la globalización. Es la globalización la que tiende al punto cero.
La reacción frente a este proceso entrópico es la creación de un orden nuevo. En el orden físico, y en el orden social también, no han agotado la naturaleza del ejemplo que han puesto. Después del emplazamiento del sistema de la entropía, el movimiento ha de empezar de nuevo. Solo. Porque la creación es constante. Es ex nihilo (de la nada), de una vez para siempre, y constante. Constantemente se retransforma y se recrea, desde el principio. Porque la creación tiene un principio.
Van a desaparecer también los estados tal cual se conocen. Pero no los estados en tanto concepto muy general, que es la administración y gobierno de una comunidad humana y que va a seguir existiendo. En cuanto a qué forma van a tener en adelante, es cosa que dirá la historia. Sería una estupidez ideológica intentar prefigurar esa forma desde ahora, es decir, imponerle a la historia un deber ser apriorístico, ya que los que habrán de decidir serán los pueblos. De ese proceso saldrán o no saldrán unas administraciones y gobiernos nuevos, de determinadas cosas y determinadas gentes, que se podrían llamar, con mucha licencia poética, estados. Habrá que ver cuál será su organización.
Aparentemente, la tendencia es hacia la organización de las pequeñas comunidades, pues la dirección de la corriente parece llevar a ampliar cada vez más la participación, es decir, el protagonismo de los hombres en su realidad política y económica y su participación en la construcción del mundo. Pareciera que esto apunta a la liquidación de la oligarquía como sistema recurrente, que es lo que ha primado en el mundo, y no en la modernidad solamente, desde Grecia hasta nuestros días. La oligarquía es una carcoma, una enfermedad de los sistemas políticos. Y es tal enfermedad de los sistemas políticos porque es una enfermedad de los hombres, de la humanidad. Esa enfermedad se llama dualismo. Todo dualismo concibe al bien y al mal como sus dos principios. Entre los fenicios eran llamados Ormuz y Ahrimán y eran sus dos dioses. Una cuestión que aparentemente es moral se convierte así en un problema fundamental, en la misma medida en que pensar bien y mal como dos principios significa que servir a ambos -a cualquiera de los dos- es lo mismo. Si las cosas son como las expone el dualismo, significa que es tan válido el bien como el mal. Y entonces unos pueden ser “hombres verdaderos” y los otros no.
El pomposamente denominado por un jefe de la CIA, metido a presidente, “Nuevo Orden Económico Internacional”, es en realidad el Viejo Orden Económico Oligárquico. Y eso es lo que desaparece. Por su propia decisión, además. Nadie lo voltea. Pasa como con la Unión Soviética, que se esfumó, y dejó como únicos restos a las mafias.
Con todo este panorama ante la vista, en lugar de la desaparición de las naciones lo que este proceso propone, muy por el contrario, es una revitalización de las naciones. Y una transformación, evidente a partir de la experiencia, de los estados. O de lo que ocupe el lugar de los estados. Por eso la oportunidad de la unidad continental es única, ya que todo aquello que era la estructura verdadera de la dominación está en emulsión en todo el mundo.
El fin de los campos de concentración
La situación es similar a la de los campos de concentración en 1945: Alemania estaba derrotada, aunque todavía peleó durante los primeros cuatro meses, hasta mayo. ¿Qué pasaba durante ese período en los campos de concentración? Ya no eran los mismos de antes. Aparecieron en ellos la tisis y otras epidemias debido a la mala alimentación porque ya no había transporte; se sentían los bombardeos muy cerca, casi encima; los heridos y enfermos no eran atendidos… Se extendió finalmente una pandemia: el escorbuto, que causó la muerte de cientos de miles entre prisioneros, kapos y también efectivos de la SS que los custodiaban por fuera. Finalmente, los campos de concentración se derrumbaron, desaparecieron solos.
Pasó lo mismo en el gulag, cuando se derrumbó la Unión Soviética: aparecieron riadas de seres humanos a los que nadie ya custodiaba ni daba de comer ni atendía, que llegaban caminando a las ciudades -del mismo modo que los habían llevado- convertidos en mangas de langostas desde los campos de concentración soviéticos. Los primeros en escapar habían sido, justamente, los guardias, que tampoco tenían comida.
Ni en Alemania ni en la URSS hubo necesidad siquiera de decretar la extinción de los campos de concentración. Un día, simplemente, dejaron de existir.
¿No es lo que estamos viviendo un campo de concentración, también? No pueden alimentar, no pueden educar, no pueden curar ni cuidar… Por tanto, aquéllo que describíamos antes en el sentido de que el modelo de los neoliberales es el campo de concentración y el gueto -que ellos, además, crearon-, desde el punto de vista de la comunidad humana es el modelo que desaparece. No hay más pretextos. ¿Quiénes empiezan a irse? Los kapos, porque se trata de un proceso que va de adentro hacia afuera. Después los otros, la guardia externa (fuerzas de despliegue rápido, de intervención, etc.). La pregunta acerca de cómo va a caer el régimen, creo, sólo puede tener esta respuesta.
Pero en esa caída van a resistir los guetos, en su globularización. La sociedad globular es ésa, la de los ricos, mientras los que los custodian aguanten. Y algún día los van a asaltar los mismos que los custodian. Cuenta Lartèguy que en Argelia, en un lugar llamado Tasarit o algo así, hay un fuerte romano y en él una inscripción: “Roma, cuídate de tus legiones”. Llegó un momento en la historia del Imperio romano, en efecto, en el que las legiones optaron por irse de África. Se iban porque ya no les llegaba nada. Y se iban a Roma, a cobrar. Y se cobraron con el saqueo de Roma. El fin de la globalización va a ser igual: cuando no cobren más, cuando falten las provisiones, los mismos que antes custodiaban a los amos se volverán sus asaltantes. Porque el derrumbe es interno, no externo.
Afuera todos siguen viendo la caparazón de la tortuga, pero adentro la tortuga está podrida, muerta. Pasó en los años finales de la URSS: los que trabajaban en los mercados eran obligados por los tipos del Partido a robar y a hacer mercado negro para poder “cumplir con el plan”, que la burocracia impedía. Y así nacieron las mafias rusas, para “agilizar trámites”, y así se desarrollaron. Las épocas en que sólo es posible este tipo de soluciones se asemejan a alguien imperiosamente necesitado de hacer funcionar unos cojinetes, pero que carece de aceite para lubricarlos y les pone lo único que tiene: ácido sulfúrico. Por un rato los cojinetes volverán a funcionar, pero pronto el ácido se los comerá. Y la situación se habrá vuelto peor.
Regionalización y continentalismo
Perón auguraba, poco antes de morir, el surgimiento del continentalismo. Ahora se habla de la regionalización, y éste puede ser un camino hacia la unidad continental. Pero en este punto hay que advertir que Perón hablaba en un orden y desde un orden. Ahora ese orden del que él hablaba ha desaparecido. Entonces tenemos que adaptar el objetivo que perseguía Perón, que es un objetivo sine qua non de la Nación, no necesario sino imprescindible para su existencia. Porque tampoco la Nación argentina podrá existir si no se destruye todo esto que ocurre.
Aquí no se trata de hablar de la unidad continental, que es así. Pero tampoco se trata ya de hablar de la Nación argentina. Y el Brasil no podrá tampoco existir si no desaparece, al menos de nuestro continente, la lacra de los depredadores. Esta es una contradicción en la misma esencia del proceso, no en las formas, no en lo externo, sino en su misma esencia.
La manutención de la Nación argentina, o de cualquier otra nacionalidad, es una espera. Una espera a que esto se derrumbe. Y cuando se haya derrumbado irán apareciendo las cosas nuevas. ¿En qué consistirán? Regionalización, continentalismo… en rigor no importa demasiado, porque eso importaba cuando había nociones (y operaciones) contradictorias posibles. Hoy no existe ya nada de eso, ninguna noción ni ninguna acción. Ninguna operación está en curso, que sea contradictoria o siquiera posible. No sé siquiera si es posible el Mercosur tal cual es.
Al Nafta lo incendió el EZLN, pues fue creado con ese objetivo. El Ejército Zapatista no buscaba tomar el poder, su propósito tampoco eran los indígenas. Su objetivo era desequilibrar el mercado común USA-Canadá-México, y lo cumplió. México entró en una espiral que solventan los norteamericanos. Ahora los norteamericanos han quedado atrapados de tal modo que se asemejan a alguien que se ató un yunque al cuello para nadar. El peso mexicano, dentro del Nafta, quedó totalmente desequilibrado, y eso es mucho peor que si se hubiese quebrado el acuerdo. Si el Nafta se hubiese quebrado los yankis posiblemente se hubieran salvado, pero no fue así: el Nafta fue desequilibrado a tal grado que cuando llegó el momento de la crisis Estados Unidos tuvo que poner 50.000 millones de dólares. Una mejicaneada lisa y llana, apoyada en la operación del Comandante Marcos. Y Marcos sigue y, como dijo a fines de febrero de 1998, la revolución que quiere es una revolución política. Por esta razón Cuahutémoc Cárdenas es el gobernador del Distrito Federal de México. Y eso es grave: el PRD o es un despliegue del PRI o es su contradicción principal. Al principio posiblemente fue un despliegue del PRI, pero poco a poco ha ido convirtiéndose en su contradicción principal. Porque el PRD, para ser tal, debe abrir el juego, y hacerlo significa destruir al PRI. Objetivamente, es así. Cuando Marcos habla de “solución política” no se dirige al PRI sino a los norteamericanos. A ellos les promete que el problema se resolverá si hay una solución al problema político, lo cual es verdad. Es que el EZLN no era un sindicato de indígenas, como se llegó a decir, y el problema es quién llega al gobierno de Chiapas, o de Yucatán, o de Quintana Roo -de los estados de la zona sur de México- para sacarse la burocracia de encima. ¿Qué clase de problema es éste? Un problema federal. Porque México -al igual que Venezuela- es un estado federal de nombre, pero jamás lo fue en los hechos. Los gobernadores son nombrados por el presidente, no hay legislaturas estatales. El problema de México se basa, entonces, en una imperiosa necesidad de ampliar la participación. Pero ésta, por sí misma, no resolverá tampoco todo el problema: sólo es una precondición para poder montar la organización popular con una perspectiva de poder. Podría resultar también que la participación fuese ampliada y quedase lo demás amañado de tal modo que resultase un “cambiarlo todo para que todo siga igual”, como ocurrió en Salta.
Quiero decir que lo que sí se abre camino, detrás de todo ésto, es verdaderamente la participación y la organización popular. Y éste es el proceso que no cesa. Los demás pueden verse interrumpidos, alterados o regresados a su origen, pero éste es continuo.
Los estados van y vienen, pero la nación permanece
Y es ésta de la participación y la organización populares la razón por la cual la nación no desaparece. Y por esta razón desaparecen los estados. Y también es ésta la razón de todo lo que el Movimiento Nacional vino diciendo en la Argentina, de ser independiente y libre, ser federal, disponer la participación primero política con el sufragio universal secreto y obligatorio, y luego el paso futuro: la participación social mediante el sistema de democracia social, orgánica y directa que propuso Perón.
En Cuba la participación social ya se ha concretado: su nueva Constitución dice cuáles son los órganos del estado y empieza por los órganos del barrio, donde la gente elige a mano alzada. No soy un propagandista del Partido Comunista cubano pero, a decir verdad, eso es mejor que lo que hoy tenemos en la Argentina. En Cuba hay dos partidos: el partido Bolchevique (que no es ni bolchevique ni comunista, sino otra cosa) y el partido Católico (que también es otra cosa). En la cúspide hay, pues, dos burocracias que pelean por el poder. Pero en la cúspide de la cúspide hay dos personas que dicen esto está mal mientras sea así y se proponen perforar la burocracia, acabar con los burócratas tanto de la Iglesia como del Partido. Tal ha sido el sentido verdadero que tuvo la visita de Juan Pablo II a Cuba. Fue por esta razón que a bordo del avión que lo llevaba a Cuba, el Papa habló del “Che” Guevara y dijo que él, sinceramente, estaba con los pobres. No dijo que estaba bien la guerrilla, o que era marxista: simplemente reflejó en esa frase lo que había ido a hacer a Cuba. Y Fidel Castro, preso de todos los aparatchiks que viven del sistema, no podía sino estar de acuerdo, a cuatro años de haber logrado instalar la nueva Constitución cubana: tras el viaje del Pontífice cuenta con un nuevo punto de apoyo. Si Castro perfora, ahora va a encontrar los órganos, pero a éstos no los maneja más que el Partido del lugar, y sólo en un 50 por ciento; el resto son los que ellos llaman “independientes”, que representan otros intereses y que no responden a los burócratas del Comité Central o de la Central de Trabajadores o de los Jóvenes Pioneros de no se cuánto, sino a los intereses locales. Los representantes del Partido del lugar también deben responder a esos intereses, ahí abajo, y no a los de las cúpulas de arriba, si es que no quieren perder posiciones rápidamente. Mientras esto vaya creciendo abajo todo irá bien: se va a poder perforar la capa burocrática y ésta, una vez perforada, se destruye sola. No olvidemos que el principio fundamental de la burocracia es constituir oligarquía, es decir, su propia unidad. Cuando se quiebra esa unidad se acaba la burocracia: no lo puede resistir. Después se completa la limpieza batiéndola por separado. Así lo dicta la experiencia histórica.
El comunismo cristiano: en vísperas de la Devolución
Por éstas y otras razones, el tema que adviene es el del comunismo cristiano. No se trata ya de marxismo ni debe ser confundido con el Partido Comunista, que es -como la historia lo ha demostrado en todas partes- ferozmente anticomunista, más aún que la burguesía.
El comunismo cristiano está fundado en la comunidad universal de los bienes, que es doctrina de la Iglesia Católica y, por si fuera poco, es Cristo mismo el que lo dice.
El destino universal de los bienes que proclama el cristianismo significa que el que es dueño no es dueño, es administrador. Tiene obligaciones de administrar bien, y en relación con la comunidad. Si no ¿para qué sirve?
Cuando digo devolución, no revolución, ¿de qué hablo? De esto mismo. De que no se trata de revolución, se trata de devolución. Tienen que devolver lo que se robaron: la soberanía, la dignidad, la salud, la vida, los bienes, el estado, la patria. Tienen que devolverlo, porque eso se ha robado. Así de simple.
Dirán unos: ¡Pero eso significa una revolución! No sé. ¿Qué significa una revolución? ¿De qué hablan? Devolución no significa revolución. Significa un orden nuevo.
Las revoluciones ya las hemos vivido: primero las de los pobres contra los ricos, que fueron los variados socialismos y el comunismo dogmático internacional que hemos conocido; después las de los ricos contra los pobres, que hubo muchas en la historia, la última de las cuales se expandió por todo el planeta, se llamó “globalización” y todavía la estamos viviendo.
La devolución que reclama el comunismo cristiano no va contra nadie. Está obviamente a favor de los pobres, pero no es contra los ricos. Aunque parezca mentira, también es a favor de ellos. Por lo menos de su alma. Imaginemos el diálogo:
– Mirá, yo no te quiero ni matar, ni robar ni nada. Pero vos no me tenés que robar. Entonces vos, todo esto que tenés lo robaste. Si no, no es posible. Explicame cómo lo hiciste…
Ninguno va a poder explicar nada. Como decía un gran francés hace muchos años, “Detrás de cada gran fortuna hay un gran crimen” 40.
La devolución es una política pacífica para obtener lo que sea menester, pero no pacifista, que no es lo mismo. Basada en la movilización, la organización popular y la crisis cada vez mayor del sistema, como lo vinimos indicando. Por tanto, es perfectamente posible.
Cuando uno dice “revolución” -que además es imposible- los tipos se juntan. Contra uno. Y tienen más. Devolución, además de decir mucho más, dice el objeto verdadero a que se refiere. Les está diciendo: “Ustedes son ladrones. Ustedes son administradores infieles”. Las dos cosas, juntas o separadas. En última instancia, el administrador infiel es un ladrón. Si son ladrones, tienen que devolver lo que robaron. Punto. No hay por qué ponerlos presos: hay que quitarles lo que robaron, simplemente. Tal vez sea ése el peor castigo para un servidor de Mamón.
Creo que así puede ser la salida de esta situación. A menos que los pobres, en lugar de justicia, quieran venganza. Y eso no se puede permitir. Porque no somos ellos y, precisamente, la diferencia consiste en eso. No hay otra diferencia que ésa.
Pero no quiero con esto decir que el proceso que nos aguarda vaya a ser un lecho de rosas (a lo mejor sí, pero por las espinas, no por las flores). Se parecerá más bien a un forcejeo. Una cosa difícil, donde la única clave será la movilización popular y la participación. Si eso ocurre, como pareciera que ocurre, sino ¿quién juntó los 6 millones de votos en blanco?- habrá que darle un cauce. Éste es el tema.
40 Como dijo el ex gobernador de la provincia de Santa Fe, y actual senador nacional Carlos Alberto Reutemann por TV: “Hoy en día, ¿quién no tiene un millón de dólares afuera?”.
-“¿Y el mío dónde está? Seguro que lo tiene otro. Y el tuyo, el de él, el de él…” Ahí está el tema de la devolución.
Si ese cauce no lo proporciona alguien conciente, lo darán los demagogos y los ideólogos, incapaces de crear un orden nuevo, y lo llevarán al desastre, es decir, de nuevo al centro del sistema. Harán lo que hicieron siempre: crear las formas del el orden viejo, con las palabras del orden nuevo. Es lo que hicieron los soviéticos.
La ocupación del espacio
La unidad sólo se puede dar en la conquista del interior, tanto en el caso de la Argentina como en el caso de América. De todos los países ribereños del mar verde, ninguno por sí solo podría colonizar -poner en producción- semejante espacio con semejantes impedimentos de todo carácter: geográfico, temperatura, etc. Para lograrlo se necesita la unidad, pero no sólo de los ribereños, sino también de aquéllos que somos impulsores de ese proceso: Argentina, Chile, Uruguay, y el resto de América Central y México, que también participarían ¿por qué no? De una cosa que excede claramente las fuerzas de uno solo y aún las de todos reunidos.
La ocupación del espacio interior sudamericano es una monstruosidad con la que nadie se atrevió hasta ahora. Pero es un imperativo fundamental.
Ese tipo de conquista significa, además, el empleo de unos medios que hasta ahora en ningún lugar de América se emplearon correctamente, que son los ríos.
Y la Argentina, que no es ribereña del “mar interior” -el mar verde-, ocupa en cambio, como el Uruguay, un lugar sustancial en la desembocadura de la cuenca más importante, que es la del río de la Plata.
¿Por qué es la más importante? Porque es la que está en la zona templada. Las otras dos cuencas -las del Amazonas y el Orinoco- están en pleno trópico.
El Amazonas se navega a lo largo de 3.500 kilómetros sin obstáculos, por lo que la ocupación de la Amazonia está casi al alcance de la mano. La conquista de la Guayania es una cosa más difícil: la Guayania es una meseta, el macizo de las Guayanas, y el cauce del río Orinoco está trazado entre esa meseta y la meseta brasileña, que a su vez está cortada en dos partes por el Amazonas. El Orinoco fue muy poco navegado y no se ha hecho sobre él un verdadero estudio, por lo menos de manera sistemática. La Guayania, por tanto, es menos conocida que la Amazonia. Sólo muy recientemente se han descubierto, en la meseta de la Guayana, un grupo humano y especies de mamíferos, aves e insectos que eran totalmente desconocidas, que están ahí y nada más que ahí. Cuando se comprobó ahí la existencia de una tribu en el sur de Venezuela, en la zona limítrofe con el Brasil, hasta entonces desconocida, de unos 25.000 aborígenes, el después suspendido presidente socialdemócrata Carlos Andrés Pérez les hizo regalar 1.200.000 hectáreas dentro de un parque nacional que estableció por decreto.
Tres cuencas que pueden unirse
Si nos muestran un mapa de la Cuenca del Plata, se nos hará difícil suponer que no es la entrada a la tierra sudamericana. Y bien, se han hecho ya los primeros intentos de unir por medio de la navegación las tres cuencas. Tengo en mi poder los mapas que trazaron ingenieros hidráulicos, y además está registrado el viaje de dos venezolanos de origen rumano que vinieron desde Isla Margarita, en el Caribe, hasta Buenos Aires, navegando con una lanchita por dentro de Sudamérica. Sólo a lo largo de 30 kilómetros tuvieron que cargar y llevar en camión esa pequeña embarcación: todo lo demás resultó navegable. Estas dos personas fueron quienes descubrieron, en el año 84 (u 85) el enlace entre el Orinoco y el Amazonas, que es asimismo navegable… De toda esta cuestión ya se había hablado en la Argentina en el año 1974, cuando estos venezolanos vinieron a proponer al gobierno del general Perón su apoyo al periplo que iban a emprender.
En realidad el primero que habló de este tema -el de la conquista del interior de la masa continental- fue el ingeniero Luis A. Huergo, uno de los constructores del puerto de Buenos Aires. Interesado como estaba en el tema fluvial, porque vio como era, fue el primero que pensó, allá por 1903 ó 1904, en la canalización del Bermejo. El había estudiado este río, que por aquel entonces se navegaba, y había llegando a considerarlo un factor estratégico de una geopolítica sudamericana. Había por entonces una Compañía de Navegación del Bermejo, que dejó de funcionar en los años 40 porque el curso de agua se volvió innavegable debido a un problema que, hasta hoy, le ha sido característico: el pandeo.
El caso del Gran Pantanal
Pero en el Gran Pantanal, situado en las fuentes del río Paraguay, al norte de Bolivia, los brasileños están trabajando de verdad: hay ya 100.000 colonos, como parte de un plan que pretende llevar allí un millón de colonos antes del año 2000. Están en construcción centenares de canales de riego y tienen, según me han dicho, 15 millones de cabezas de ganado. El río Paraguay pasa por el norte de Bolivia, Brasil y Paraguay, confluyendo finalmente con el Paraná a la altura de la ciudad de Formosa. Y el Gran Pantanal es territorio brasileño en un 70 por ciento, siendo ribereños, en su entorno, los bolivianos y los paraguayos. Los peruanos también están cerca. Los brasileños van al frente en estas cuestiones geoestratégicas, en parte por su tradición bandeirante, según se dice, pero pienso que ello también obedece a que tienen una cantidad excesiva de población en la costa, que ahora buscan internar.
En la Argentina la ocupación del espacio propio -fuera de la que en el siglo pasado se llamó Conquista del Desierto, que duró hasta las primeras dos décadas del actual- todavía no está hecha y ni siquiera ha sido encarada como un plan integral. ¿Cuáles son nuestros grandes espacios vacíos? El Gran Chaco, el triángulo desértico del sur de Mendoza y la Patagonia.
Pero me parece que hay que extraer experiencia de lo que se está haciendo en el resto de Sudamérica y participar en esta marcha al centro de nuestro continente, al que estamos ligados por la cuenca del Plata.
Todo esto configura, obviamente, una nueva imagen del mundo al que, como argentinos, e incluso como iberoamericanos, estuvimos habituados hasta hoy, porque no será ya la conquista de 20.000 leguas, como decía Estanislao Cevallos, sino la de 20.000.000 de leguas, algo cuya dimensión está fuera de toda medida conocida a lo largo de nuestra experiencia histórica.
Yo creo que debemos verlo como nuestro “Mediterráneo”, una Terra Nostra en lugar del Mare Nostrum, en torno a la cual se puede montar no sólo la unidad de nuestras naciones sino un desarrollo armónico poblacional, económico y, sobre todo, alimentario.
Hoy tiene nuestra América casi 500 millones de habitantes; con la conquista y colonización del interior del continente podrá sostener 1.500 ó 2.000 millones y, además, alimentar al mundo.
Ecosistema histórico y ecosistema natural
Pienso que algún grupo ecologista puede llegar a ponerse en contra. Me refiero, sobre todo, a los falsos ecologistas, aquéllos que predican una ecología en contra del hombre: no proponen explícitamente el exterminio, pero todas las tesis ecologistas de las escuelas anglosajonas (en especial las norteamericanas) terminan hablando de que los que están de más son 3.000 millones de seres humanos… Si bien este planteo está en cierto modo justificado, porque la historia del hombre es también un abandono del ecosistema natural, cabe preguntarse si la situación que vivimos en la actualidad no incluye igualmente la destrucción del ecosistema humano o, dicho de otro modo, del ecosistema histórico.
Pienso, en efecto, que no hay una recuperación del ecosistema histórico, o del sistema eco-histórico si se quiere, si no hay a la vez una recuperación del ecosistema natural, del nicho. Porque sería estúpido, sería como cortarse los pies y querer después caminar sin ellos, destruir el ecosistema y, como cosa aparte, querer salvar al hombre. En tales términos no se podría pensar tampoco en un verdadero proceso de Devolución.
La Devolución ha de ser una devolución integral: del ecosistema histórico al hombre mismo y del ecosistema natural como hábitat del hombre, puesto que ya el hombre domina el ecosistema natural, no es dependiente de él a la manera de las demás especies vivientes.
Pero hablar de dominio y de no dependencia no implica decir que el hombre sea “independiente” de la naturaleza, como ciertos monstruos de una razón enloquecida nos están incitando a creer. Si bien está en marcha, en efecto, una diversidad de “laboratorios lunares” por medio de los cuales los norteamericanos intentan independizarse del ecosistema, el hombre no es independiente del ecosistema y es ésa una respuesta, por icariana, imposible. Tan imposible como plantear un retorno de la humanidad al estado animal, que también se viene predicando y hasta se ensaya. Las soluciones nunca se encuentran en los extremos.
¿Cuál ha de ser la verdadera respuesta al desafío ecológico que se nos ha planteado en este gozne de los tiempos? Que el hombre debe cuidar el ecosistema, pero que el ecosistema está al servicio del hombre, no al revés. Una explotación racional -dicho sea con todas las salvedades de lo que significa racional– recuperará ambos términos.
La Devolución es ecosistémica
Es por todo esto que yo creo que la Devolución es ecosistémica, en sentido absoluto, global. Que no hay, por una parte, una recuperación de la soberanía del hombre sobre las cosas, sobre sí mismo, es decir, una participación verdadera en la decisión de la comunidad, si no hay también una participación verdadera en el cuidado de lo que le da la vida. Porque no puede hablarse solamente de un destino universal de los bienes, sino que se trata conjuntamente del origen y el destino universal de los bienes. Se trata de la cooperación en la Creación. Cooperación, porque generalmente se dice “cooperación” como si se tratara de una ayudantía. Se entenderá bien si se separan claramente los términos que configuran el vocablo: cooperación es “una operación conjunta”. Entonces el cuidado de la creación está a cargo del hombre, también. No se trata del uso de la naturaleza, sino del dominio, la propiedad, el usufructo.
El hombre está sobre el mundo para henchir la tierra, no para destruirla. Y, mucho menos, para destruirla en beneficio de tres y en desmedro de miles de millones, que es lo que han venido haciendo. Entonces, verdaderamente nada quedará afuera, porque la Devolución será una devolución absolutamente global y de todos los elementos. Para comprenderlo, hay que añadir a la trama que también se han robado el ecosistema, para explotarlo de forma tal, dañarlo de forma tal, que al hombre tampoco le sea posible vivir, siquiera, en medio de la naturaleza y poder así obligarlo a vivir o en el gueto o en el campo de concentración, más adelante tal vez en cúpulas y, finalmente, inmerso en un sistema social similar al de la famosa película Cuando el destino nos alcance, comiendo los cadáveres del prójimo industrializados como las galletitas verdes “Soylent Green”.
La única especie en peligro es la especie humana
Así las cosas, la única especie realmente en peligro viene a ser el hombre. Porque además, ésas que llaman “especies en peligro” las hubo siempre a lo largo de la historia, independientemente de la acción del hombre: cuando el hombre estaba sometido al ecosistema natural, también desaparecían especies y aparecían otras. Y ocurría aún antes, en tiempos de los dinosaurios.
En el fondo, la idea de que las especies desaparecen es la idea de la entropía, aquí aplicada a la desaparición de la biomasa. Y esto no es cierto. Científicamente es mentira, es una falacia. La biomasa no desaparece, se transforma. No hay entropía de la biomasa. Pueden desaparecer especies, sí, pero son reemplazadas por otras.
El problema real es el de la destrucción de la biomasa. Esa destrucción es obra de un grupo minúsculo y perfectamente identificado de hombres, no de todos los hombres: los que podemos denominar antropófagos, los hombres que están en contra del hombre, incluidos ciertos extraños ecologistas…
El tema que nos concierne a todos es el cuidado de la biomasa. Mientras no disminuya la cantidad de biomasa que hay sobre la superficie de la tierra y su capacidad de recuperación, no habrá ningún conflicto. Podrá desaparecer esta especie o aquélla, pero van a aparecer otras en su reemplazo. Hay hasta nichos ecológicos completos que se transforman. Y además lo hacen solos, pues la naturaleza tiene sus argucias para mantener la vida.
Cada tres o cuatro años, por ejemplo, crecen yuyos distintos en un mismo lugar: unos les ganan a otros la batalla por la supervivencia. Se van reemplazando. Unos desaparecen y otros ocupan su lugar. No necesariamente la misma especie, no importa. Muchos son mutados también, puesto que una de las formas fundamentales de defensa, en la naturaleza, es la mutación. En general todo el problema consiste en ésto, no en el exterminio de los pingüinos o las ballenas, como proclaman ciertos proselitistas del “ecologismo” al uso. No es que no tengan razón, es que lo que dicen no es lo principal. Cuando ponen como dato principal cuestiones que son laterales o meros detalles, lo que hacen es poner los caballos detrás del carro. Casualmente los que han liquidado más especies, también en los mares, son ellos, los que hemos denominado antropófagos, los ejemplares típicos de la modernidad…
Contracultura, o la incapacidad para la coexistencia
Cuando el Papa habla de la “cultura de la muerte”, no expresa un mero argumento, o un clisé. Es una cosa que tiene, en potencia, un desarrollo aún impensable. Porque el de la cultura de la muerte es un problema terminal sin aditamentos. Significa hacer de la tierra algo así como la luna. Y hasta puede que estén pensando con qué otro planeta lo pueden hacer. Porque en realidad, como son unos bárbaros, su capacidad de vivir en consonancia con la Creación es ninguna. Son bárbaros. No pueden coexistir.
Es éste de la incapacidad para la coexistencia un problema contracultural fundamental. Para ellos se trata siempre del exterminio o el dominio, que es lo mismo, porque el dominio es para el exterminio y el exterminio consolida el dominio que tienen sobre lo que quede. ¿Y para qué? Para seguirlo exterminando. Es una cosa sencilla en esencia, pero sumamente grave. Porque en última instancia esa incapacidad, esa perversión ¿qué evidencia? La falta de amor.
Ni saben ya de qué se trata, porque hoy, modernamente, ¿qué es amor? Sólo genitalismo. Una reducción -ex profeso- en el mundo de la imagen erótica, que está hoy en todas partes. No se puede siquiera enjuiciar, porque es mentira. Hace 30 años hablaban del fin del matrimonio; hace 10 años, ya era el fin de la pareja… Hoy no queda ni pareja ni nada, ni hombre ni mujer. Es el punto cero, nuevamente. En última instancia, lo clónico, el cero de la especie, automanipulada y autocreada según la estupidez nemródica que tienen. Por tanto ¿no están enfermos de verdad? Cuando el hombre se siente, como hoy, con la capacidad de crearse a sí mismo ¿no se siente un “dios”? ¿Y no resulta entonces que todos los demás hombres son percibidos como los “anti-dios”? Tal es el origen del comportamiento del lobo.
Estas son las amenazas. Según tales cánones, los hombres vivirán siempre en competencia despiadada. Pero esto, se nos dice, es la democracia…
El único equilibrio posible
La idea de una conquista ad intra del espacio sudamericano es una idea geopolítica, que parte de pensar en la inserción de la Argentina en un proceso verdadero de unidad continental posible.
Desde el punto de vista geopolítico, todas las cuencas son centros de dispersión. Paradójicamente, todas las cuencas se controlan desde la boca, no desde las nacientes. En el caso de las cuencas en América, están en manos de cuatro países: Argentina y Uruguay dominan la cuenca del Plata, Brasil la Amazonia y Venezuela el Orinoco. Pero ese control, que podemos calificar de soberano -por esto yo hablaba antes de qué es la soberanía- si se deja en ese estado no hay unidad posible. Las cuencas van a terminar siendo controladas desde su naciente y su curso únicamente SI se hace la unidad y se desarrolla una política coherente en el centro del continente. Tal política permitirá el único equilibrio posible entre la costa y el interior. Lo que hubo hasta ahora fue un desequilibrio, siempre.
Pero si éste ha de ser el fundamento del plan, muchas otras medidas habrán de acompañarlo: las conexiones transversales, por ejemplo. Todas las conexiones a lo largo de los trópicos estarían mal, y hasta serían perjudiciales, si no hay unidad, pero estarán bien si la unidad se concreta, porque romperán con el aislamiento Atlántico-Pacífico y con la columna dorsal de los Andes, que es un muro detrás del cual hay varios países iberoamericanos: Chile, Perú, Ecuador, Colombia, tienen todos existencia real sólo de un lado de la dorsal (el litoral Pacífico), pues en el otro sector están vacíos, salvo Chile que es un país encajonado entre el mar y el Ande. La única posibilidad de ocupación de ese otro sector -incluso por parte de los países tal como están en la actualidad- estriba en que la soberanía sea ahí compartida. Siempre en un marco de unidad. De lo contrario va a haber, tarde o temprano, una lucha: cuando los brasileños avanzan hacia el Gran Pantanal, por ejemplo, o lo hacen en conjunto con los demás países de su entorno o deberán comenzar a tomar medidas de defensa a lo largo de la frontera. De modo que el Gran Pantanal puede ser un foco de conflicto o un foco de unidad. No hay otra lectura posible. Más aún: sabiendo que tanto Paraguay como la Argentina y Uruguay están en la llave de la cuenca, sólo si los brasileños se volviesen locos plantearían la cuestión en términos conflictivos, cuando lo único sensato es pensarla en términos de unidad. Una tercer salida posible, regular la cuenca del Paraguay, comportaría tal vez, por su artificiosidad, desastres insospechados de todo tipo.
¿Cómo se hace? El Gran Pantanal está regulado desde la cuenca superior, más arriba todavía. En realidad depende de la Amazonia, casi toda (no toda) en territorio brasileño. En realidad la Amazonia nace en el Perú, pues todos los ríos transversales que van a dar al Atlántico nacen en la cordillera de los Andes. Las diversas fuentes de esos ríos (Amazonas, Orinoco y muchos otros) están en el flanco oriental del arco de los Andes. Este arco es una medialuna que abarca desde la cordillera de la Costa, en Venezuela, los Andes, los nudos y la Precordillera y la Puna en el caso de Bolivia. Y lo que está contenido en esa medialuna es lo que denomino el mar verde, que no es el Brasil más que en un 60 por ciento. Por esto digo que Brasil habrá de optar, tarde o temprano, en una disyuntiva en la que jugará no sólo su destino sino el de toda la América del Sur: o un conflicto con todos o la unidad con todos. Llegará un momento en el cual los brasileños ya no podrán decir legítimamente “Nosotros no queremos hacer nada” o “Queremos hacer esto en nuestro país”, porque lo que hagan afectará a los países vecinos. Y éste es el tema.
El gran desafío: la unidad o la guerra
Por tanto, el principio de soberanía tendrá que ser mediatizado. Pero sólo podrá serlo si abajo hay una organización y arriba otra, adecuadas la una a la otra. Arriba organización para la unidad y abajo organización para la participación. De lo contrario, nada de cuanto venimos planteando será posible. Quisiera decirlo más sencilla y claramente: de lo contrario, la guerra.
Tal es la dimensión del desafío para quienes vivimos en este tiempo y en este continente: o la unidad o la guerra. Se trate del Gran Pantanal, de Itaipú o de Yacyretá.
A propósito, es preciso observar que últimamente el problema del agua se ha trasladado al Brasil. No precisamente por escasez, sino por exceso. Han comenzado a darse cuenta de que las cotas que dieron a sus represas, aguas arriba en la cuenca del Plata, están dando como resultado un superávit hídrico formidable, que se potencia más aún con fenómenos climáticos como la Corriente del Niño. Suele ser, además, lo que pasa generalmente con todas las grandes obras que se hacen con la única finalidad de ganar dinero: el interés está puesto desde el principio en las fortunas que hacen posibles, y la obra se concibe sólo como un medio para lograrlas. Cuando, en cambio, lo que interesa es la obra en sí, los estudios pueden durar veinte años, hay que tener la estadística, se debe realizar un esfuerzo de creación capaz de tener en cuenta todos los factores posibles.
Lo que ahora ocurre en Brasil pasó antes en Assuán, la presa más grande del mundo: al llenarse formó con las aguas del Nilo un lago -el lago Nasser- de 400 kilómetros de longitud que hizo desaparecer las inundaciones anuales del río, sobre las que se basaba la producción primaria de Egipto, provocando por primera vez en 5.000 años de historia conocida la sequía a lo largo del valle. Ese lago artificial había sido pensado originalmente para dar riego a zonas hasta entonces desérticas, que incrementarían en un 35 % la producción agropecuaria. Para mayores males, después de más de 30 años las centrales hidroeléctricas que justificaron la obra no están instaladas aún. Pero, aunque Assuán produjera electricidad ¿quién la usaría? Y, para colmo de males, el agua del lago Nasser no se puede beber debido a su grado de contaminación. Desde hace varios años existen planteos serios que recomiendan la voladura de Assuán, una obra construida más por conveniencias política del gobierno de Nasser y de los soviéticos que hicieron la obra que por real necesidad. Una obra hecha sin reflexión, sin dar importancia a la realidad y sin medir límites, como parece ser el modo de proceder habitual en los países islámicos.
Qué decimos cuando decimos “unidad del continente”
En los últimos meses de 1997 la Iglesia Católica realizó a propuesta del Papa Juan Pablo II, por primera vez en la historia, un Sínodo de las Américas, acontecimiento continental que rebalsó las influyentes jurisdicciones regionales del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) y de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos.
Yo veo este acto como un signo de los tiempos, pero tal vez sea más importante aún destacar que ese hecho ha sido también el anuncio, para los tiempos que advienen, de que la unidad del continente ES LA UNIDAD DEL CONTINENTE.
Si de la unidad se trata ¿por qué no también el Norte?
Hasta ahora la concepción de la unidad americana excluía a Norteamérica porque Estados Unidos es lo que es. Pero Estados Unidos, con toda seguridad, va a dejar de ser eso que es ya que, de persistir en ese rumbo se hundirá sin remedio. Estados Unidos no es, como sí lo fue Roma, una nación. Es un conglomerado aluvional, un collage que se fue armando con el tiempo, una agregación permanente de individuos nómades en un gigantesco campamento, siempre provisional. Carece de un mito fundador como el que tuvo Roma con Rómulo y Remo, pese a los esfuerzos de los mormones por edificar ese mito a partir de unas planchuelas de cobre. El único mito que ha mantenido cohesionados a los Estados Unidos ha sido el mito calvinista del avaro, el Tío Sam, fundado en la acumulación de dinero, porque el Tío Sam o Tío Rico (entre nosotros Tío Patilludo) fue el único símbolo de expresión posible del pacto fundacional estadounidense: el pacto de la perpetua carrera (competencia) entre los poseedores, los ricos, por acrecentar más y más su fortuna. Y aquél que no forma parte de ese pacto es un ser inútil por no ser ni provechoso ni funcional, tan poco práctico que no merece estar en el mundo… o que por inútil sólo sirve para ser explotado.
Las auténticas naciones que aparezcan en el lugar que hoy ocupa Estados Unidos -que tampoco es una nación, sino un conglomerado- podrán participar perfectamente de la unidad americana. ¿Por qué no? Sobre todo porque habrá que empeñar a fondo, a partir de entonces, las ventajas de ser el único continente transversal de Norte a Sur, o de Sur a Norte, del planeta (todos los demás se extienden en el hemisferio Norte).
Desde el punto de vista de la Iglesia, que tiene una perspectiva generalmente más completa de las cosas, el Sínodo de las Américas ha sido un acto a la altura de los tiempos: hay 50 millones de católicos en los Estados Unidos ¿por qué tendrían que mantenerse separados del resto de los católicos americanos? Ese sínodo, además, ha contribuido, más que otras cosas que no son posibles, a la comprensión tanto del Jubileo como de las cosas duras que está diciendo Juan Pablo II y en este sentido ha operado como una apoyatura obvia. Ha impedido de este modo que, por ejemplo, desde los cardenales para abajo los católicos hostigaran a Cuba.
O Estados Unidos forma parte de Iberoamérica o se hunde
Por otra parte, si nos referimos concretamente a Iberoamérica, debemos mencionar que en los EE.UU. hay 50 millones de hispanohablantes. De alguna manera, entonces, Estados Unidos funciona realmente como un estado libre asociado de Iberoamérica, o tal vez fuera mejor decir como unos estados libres asociados a la Confederación de Naciones Soberanas de América. ¿Por qué no? ¿No es acaso América el continente de la esperanza?
Y, por tercera vez ya, aparece nuevamente el tema de la Devolución.
Los hechos que venimos mencionando implican un cambio de perspectiva porque ha cambiado verdaderamente, no sólo la perspectiva, sino también el objeto. Si se está fotografiando un polígono irregular, al cambiarlo de posición aparecerá en la siguiente toma una perspectiva distinta, porque cambió el objeto. También se puede cambiar el punto de enfoque, ciertamente, y entonces cambian las dos cosas. Y si verdaderamente hubiera entre el objeto fotografiado y la cámara -o sea el fotógrafo- una relación, que siempre la hay, ese cambio de la relación es un cambio del objeto, del punto de enfoque y de la relación. Y yo creo que es así.
Un mundo nuevo no acepta exclusiones de ningún carácter. Pero formula como preconcepto, como precondición, el cambio. Esto no es siquiera pensable en las actuales condiciones en que estamos, tanto nosotros como Estados Unidos.
Pero ¿qué es Estados Unidos? Nada, cada vez menos. Los norteamericanos tienen una cantidad de epígonos. Epígonos de derecha que dicen “en Estados Unidos está todo bien” y epígonos de izquierda que dicen “son canallas explotadores y hay que matarlos a todos”. Es lo mismo, exactamente igual, porque en la realidad este par, esta duplicidad, funciona al unísono. Lo que no funciona es decir “los yanquis se hunden” y preguntarse qué va a pasar con los restos. Porque se hunde eso que era Estados Unidos, la oligarquía wasp. Después de la droga y la usura ya no les queda más nada. ¿Qué impuestos van a abarcar semejante aparato militar sin producción? ¿Sin el dólar sostenido por el aparato militar, a su vez amparado por una política? Si no hay política y si no hay dólar, ¿qué se puede hacer con las bayonetas? Sentarse encima, lo único para lo que -según decía Talleyrand- no sirven. Pero eso es lo que están haciendo.
¿Qué pasó a comienzos de 1998 con Sadam Hussein? Hicieron el negocio antes, obviamente. Entre el secretario general de la ONU y Sadam arreglaron una cosa de la que nadie entendió nada de cuanto se dijeron. Y aún sin entender, todos dijeron “Muy bien” y suspiraron aliviados. Como es de suponer, ya venía todo arreglado desde otro lugar, y ese arreglo no era la inspección de la ONU sino la producción de petróleo. Sadam aceptó reducir la producción y cobrarles más caro a los japoneses. Esa era la clave de todo el problema, porque Irak es el primer proveedor de petróleo del Japón. No es lo mismo pagar 16 dólares el barril que 26. Hasta mediados de 1997 el petróleo costaba 24 dólares el barril, cuando siete años antes, al desencadenarse la Guerra del Golfo, valía 16 dólares. Durante la segunda mitad de 1997 volvió a bajar hasta los 16 dólares y era inevitable otro conflicto. De modo que la supuesta inspección de armas biológicas de la ONU y los demás artilugios argumentales que difundían la BBC y la CNN nada tuvieron que ver con la realidad, y sí con el show que se brindaba al público ese día. Después del “arreglo” con Sadam tenía que subir el precio del petróleo para determinados clientes, y eso era todo: había que arruinar al sudeste asiático.
Los norteamericanos no toman en cuenta que, arruinando al sudeste asiático, se arruinan a sí mismos. Éste es el problema y ellos lo inventaron, al inventar la relación. Nadie puede ser imbécil al punto de destruir algo para seguir viviendo. Porque lo que destruyen -Japón y los “tigres del Pacífico”- es lo que les permitía vivir. ¿Y entonces?