Raúl Reyes
Militante del Movimiento Peronista y del Polo Comunitario
El cambio paradigmático
Escribiendo en plena pandemia, nos parecen más nítidas las transformaciones paradigmáticas que despuntaban antes de la calamidad sanitaria prefigurando un cambio civilizatorio. En medio del caótico vocerío gestado por el virus y la crisis económica, dos vectores omnipresentes opuestos entre sí, crujen hasta los cimientos de esta civilización erigida por la burguesía del Siglo XVIII, que se encuentra en franca declinación. Durante los doscientos treinta años transcurridos desde la Revolución Francesa, su principal elemento funcional, determinante de los mecanismos de generación y acumulación del poder, la democracia representativa, está en una evidente decadencia y, aunque las críticas recién amenazan traducirse en acciones destinadas a su perfeccionamiento, es cada vez más discutida en su naturaleza ficticia y excluyente. Nunca antes estuvo tan cuestionado ni descendió tanto el grado de aceptación que posee el sistema demoliberal vigente en la mayoría de los países del planeta, cuyas virtudes se han ido diluyendo bajo la enorme concentración de poder político y económico a que ha dado lugar, con la brecha entre muchos pobres y pocos ricos como su producto más ignominioso. El régimen capitalista que ha manejado al mundo hasta nuestros días, sirvió para la explotación del hombre por otros hombres, lo que fue posible mediante el triunfo de la política sobre las demás actividades. Ahora, entre episodios de extenuación de las viejas estructuras, la ebullición que muestra nuestra región anticipa un período de transformaciones profundas donde se impone lo social. La aparición de las organizaciones de las periferias, la creciente extensión de las cooperativas y mutuales de la economía social y la centralidad combativa de las instituciones del movimiento obrero, pueden converger y potenciar las nuevas corrientes sociales que buscan el cambio del sistema imperante mediante la desconcentración del poder y la participación activa en la toma de las decisiones más trascendentes para la vida del pueblo. Es sin dudas un momento oportuno para reunir a las fuerzas de la Nación en el empeño de perfeccionar la democracia, porque hace demasiado tiempo que se repite el ritual electoral con la infundada esperanza que aparezcan candidatos probos, preparados y alejados de la corrupción, manteniendo la ilusión de hacer andar el antiguo sistema político, sin advertir que el problema es de agotamiento estructural y no sólo de encarnadura. El calendario electoral, los métodos de confección de las listas de candidatos, la financiación de las actividades partidarias y los contenidos de las campañas, son materias para especialistas que, en general, confeccionan diagnósticos y toman sus decisiones mirando a la gente pero acordando con el poder. En gran parte se nota que es un simulacro (partidos que se alquilan, campañas diseñadas por especialistas en márketing, discursos falsarios, candidatos comodines, etc.), pero aún despierta expectativas por los aspectos genuinos de participación popular que le quedan en sus procedimientos y, sobre todo, por carecer de ideas para avanzar en una refundación. La disputa por el gobierno define quién administra el Estado, pero se ha evaporado el ya débil carácter vinculante que les quedaba a las plataformas electorales de antaño, para ligar las promesas con las medidas efectivas que luego toman los ganadores, es decir, cómo se administra, con qué rumbo estratégico se convoca al conjunto de los habitantes y con cuál sentido de la vida se inspira al pueblo. Nos proponemos aportar a la visibilización de un camino posible y sencillo desde la situación actual de miles de argentinos que están buscando cómo actuar, así como la necesaria y probable participación masiva de millones de argentinos, sin la cual todos los intentos dirigenciales serán infructuosos, cuando no adversarios de la emancipación popular. Siendo ésta una época de fragmentaciones, horizontalidad y sociedad líquida, es natural que cada persona y cada grupo prioricen alguno de los aspectos por donde debería encararse un proceso de transformación de la multitud en comunidad. Por nuestra parte, para promover el encuentro, entendimiento y unidad, hacemos hincapié en dos elementos fundamentales en toda estrategia de conjunto:
a. un ámbito nacional de unificación de la convocatoria, movilización y coordinación de dirigentes responsables de instituciones comunitarias, que debe desplegarse “desde arriba hacia abajo” constituyendo un polo de poder replicado a nivel de las provincias y municipalidades, hasta institucionalizarse como “organización libre del pueblo”.
b. múltiples ámbitos comunitarios territoriales de convocatoria y movilización de familias vecinas, para conformar “comunidades sociales” que deben vincularse “desde abajo hacia arriba”, con la premisa de transitar desde los actuales “abordajes territoriales para la organización política del pueblo”, hacia la promoción y facilitación de la “organización del pueblo, a secas”. Los activistas, militantes, cuadros auxiliares de conducción y dirigentes, deben velar para que las conducciones le pertenezcan al pueblo y los miembros residan efectivamente en el barrio donde se organiza la comunidad. Es decir, para que las “orgas” no le sustraigan el poder real al pueblo y vayan mudando paulatinamente su función intermediadora. Nos recuerda el Papa Francisco que necesitamos “refundar las formas de convivencia”, que “las organizaciones de los excluidos y tantas organizaciones de otros sectores de la sociedad, están llamados a revitalizar, a refundar las democracias que pasan por una verdadera crisis”. ¿Será ésta la hora de los pueblos?
Los orígenes del sistema político capitalista
Cuando Napoleón, el 9 de noviembre de 1799, toma el poder en Francia como Primer Cónsul y luego como emperador, se encuentra con un problema grave: él simboliza la Revolución hecha por el pueblo llano y las corporaciones, que eran organizaciones de tipo gremial. La situación del emperador era difícil, porque él era monárquico y la revolución se hace contra el clero, la milicia y la monarquía. Aspira a establecer una nueva monarquía que reemplace a la antigua, pero el pueblo lo miraba con desconfianza, porque habiendo luchado contra la monarquía no se explicaba el advenimiento de un monárquico. Asimismo, la monarquía, el clero y la milicia, desconfiaban de Napoleón como revolucionario. Su situación de aislamiento era desesperada cuando toma el gobierno, pero hábilmente llamó a comerciantes e industriales que conservaban su capital porque no habían intervenido en la Revolución. Era la burguesía, que no había sufrido pérdidas, a la que el Emperador le encargó diseñar lo que se llamó el Estado Nuevo, al que había que organizar sobre bases también nuevas. Era el cambio del sistema feudal del Medioevo, por el Estado capitalista que nacía. La burguesía organizó el Estado Nuevo anulando las corporaciones y creando los partidos políticos. A las primeras, que habían hecho la revolución y estaban fuertes, las debilitan creando sindicatos limitados a discutir el aumento de los salarios, mientras se reservaron para sí la organización de los partidos políticos, desde los cuales redactaron las leyes y, en consecuencia, controlaron el poder. El reaseguro del nuevo sistema así nacido, lo constituyó el paso del mandato imperativo que protegía al poderdante, al mandato representativo o libre, consolidándose en el tiempo la asimilación del concepto de representación política con el de democracia, cuando en sus orígenes formaron dos sistemas políticos claramente distintos y en algunos casos esencialmente enfrentados.
El agotamiento del sistema de poder burgués
Esta civilización que llamaron “occidental y cristiana”, es en realidad la civilización burguesa, cuya dinámica de concentración del poder y ejercicio esclavista, le confirió un destino de extinción por ausencia de poder y libertad en el seno del pueblo. Creyeron que la libertad y la capacidad de decisión del poder, consistía en restarles libertad a los pueblos, sin darse cuenta que en la medida en que iban dejando a todos los pueblos sin capacidad de decisión, ellos también la iban perdiendo. Se ha llegado a grados de concentración dinástica del poder.
Repasemos cómo desde los primeros comerciantes de la Antigua Grecia, en las ciudades de los siglos VIII o VII A. de C. y hasta hoy, el comerciante, el hombre de la ciudad, tiene una sola forma de organizar no sólo el poder sino toda su vida: mediante un sistema de representación. En Atenas había sociedades anónimas de comerciantes como las de ahora. Solón era presidente de una sociedad anónima de comerciantes de cereales, que operaba con Egipto. Cuando le encomendaron redactar una constitución para Atenas, reflejó su visión haciéndola como una sociedad anónima. Consideró que los ciudadanos eran aquellos que tenían capacidad impositiva y, como los únicos que la tenían eran los propietarios, hizo una constitución donde los únicos hombres considerados eran los diez mil propietarios de Atenas. Igual que en Atenas, en el siglo XIII la burguesía renacentista italiana de Milán, Bolonia y Florencia, transformó un sistema aristocrático en el nacimiento de un sistema político basado en la propiedad. Este “invento” renacentista se universaliza hasta conformar el mundo en que vivimos. Si comparamos todo este tipo de instituciones, podremos comprobar que en realidad es un único modelo, un sistema donde una enorme mayoría le paga a un pequeño grupo que administra. Los integrantes del pequeño grupo son llamados “representantes”, pero en realidad estos representantes son independientes de sus representados. Son en efecto, sus propietarios. Este es el sistema que permitió a la burguesía edificar su poder. Inventó los partidos políticos, las sociedades anónimas y el Estado, que son iguales entre sí, unos copiados de los otros, hasta llegar a las empresas corporativas transnacionales y el desaparecido estado soviético como exaltación del pensamiento concentracionista. En el estado soviético avanzaron reemplazando a los partidos políticos por elecciones ficticias y un partido único que a su vez fue absorbido por el Estado, con lo que se identificaron el aparato económico (las sociedades anónimas de occidente), el aparato político (el partido), y el aparato administrativo (el Estado). En todos los casos en nombre del pueblo, pero sin el pueblo, sin la comunidad, que no cuenta con ningún “aparato”, ni con la posibilidad de organizar su propio polo de poder. La construcción del Estado según el modelo del partido, produce la asimilación de los funcionarios de una y otra estructura, llevando a la concentración del poder en manos de una pequeña élite burocrática que reúne las funciones estatal, partidaria y gerencial, conducidos desde el sistema de representación. Stalin lo hizo en diez años, entre 1930 y 1940, apoyándose en la policía política y con el costo de siete millones y medio de muertos. También el modelo de las corporaciones transnacionales tiene la misma estructura que el anterior, consolidando un gran aparato que es inasible, no tiene propietario, es cosa pública y es manejado por un pequeño grupo de individuos que se han apropiado de él. No obstante, este sistema de representación ha llegado a un elevado agotamiento, porque cuando un sistema llega al ápice de su desarrollo, a su punto más alto, es también el momento en que empieza a caer. Es también el momento de responder a una necesidad que plantea la realidad: no se puede conducir sin organizar, sin crear una nueva mediación.
La exclusión del pueblo
En la representación premoderna, el representante carecía de toda independencia frente a su elector y se mantenían en lo sustancial, dos prácticas que fueron borradas de la escena política a partir de la Revolución Francesa: el mandato imperativo y la revocabilidad permanente de los elegidos. Ninguno de los gobiernos representativos posteriores al fin del siglo XVIII ha admitido ni reconocido el mandato imperativo ni reconoció la validez jurídica de las instrucciones dadas por los electores. Tampoco existe alguno que haya instituido la revocabilidad permanente de los representantes. El primer rastro de la justificación del mandato libre, lo vemos en Inglaterra en 1630: “Cuando uno es elegido por un condado o municipio, cuando es enviado y ocupa su lugar en el Parlamento, está al servicio de todo el reino, pues el objetivo de venir aquí, como dicen los documentos de su elección, es general”. (Edward Cooke). Aquí se está construyendo claramente una doble ficción: que un hombre puede presentarse en nombre de una comunidad y obligar a esa comunidad por sus acciones, y una ficción más amplia aún, que un hombre puede representar a todo el pueblo de un país, la mayoría del cual no ha tenido responsabilidad alguna en su designación. Es en el siglo XVII donde Inglaterra desarrolla rápidamente, en términos histórico-políticos, la teoría de la representación y dentro de ella, la del mandato libre. Luego, durante el siglo XVIII, se impone la idea de que los diputados representan al conjunto de la nación y no a la circunscripción particular que los elegía. Por lo tanto, los electores de cada circunscripción quedaron desautorizados para seguir dándoles “instrucciones”. La representación aparece como una obligación impuesta desde arriba por el rey y no como producto de un reclamo popular. Con el tiempo, el rey amplió la representación a otras regiones y municipios, producto de negociaciones con caballeros hacendados o importantes vecinos y propietarios. De allí que algunos pequeños municipios tuvieron importante número de representantes y otros de mucha más envergadura y significación no tuvieron ninguno. Como se ha mencionado, hasta entonces la soberanía del pueblo residía en los electorados particulares que elegían representantes, sin embargo, lo que se afirmó fue una virtual abstracción: que residía en el pueblo en general y alcanzaba a los representantes a pesar que el denominado pueblo en general no interviniera en su otorgamiento. Hablando a los electores de Brístol en 1774, Edmond Burke constituye sorprendentemente con su discurso, el soporte ideológico más firme para el mandato libre en Inglaterra: “…El Parlamento no es un congreso de embajadores que defienden intereses distintos y hostiles, intereses que cada uno de sus miembros debe sostener, como agente y abogado, contra otros agentes y abogados, sino una asamblea deliberante de una nación, con un interés: el de la totalidad; donde deben guiar no los intereses y prejuicios locales…”.
Les respondía a quienes habían defendido el derecho a instruir a la clase política, sosteniendo que los representantes debían ser los “sirvientes” y no los “amos” de sus electores, durante el tiempo que estuvieran en el poder.
Pensando la nueva democracia
Este sistema, que se difundió por todo el mundo, hizo que durante más de dos siglos los pueblos fueran escarnecidos en beneficio de una burguesía que, aunque tampoco sacó gran provecho, indudablemente fue la que dominó y manejó a instancias del sacrificio del pueblo, haciendo avanzar la ciencia y la tecnología más que en los diez siglos anteriores. En su transcurso, los pueblos obtuvieron un conocimiento más integral de su propia historia como consecuencia del desarrollo de las comunicaciones, por medio de las que ahora le llegan, entre la trama de mentiras y acciones psicológicas, las verdades que facilitan el discernimiento. El sistema capitalista ha sido el mundo de las Patrias, así como el Medioevo fue el de los Estados feudales. Pero la evolución siempre avanza hacia entidades mayores: ahora transitamos la etapa continental hacia el universalismo -lo que es generalmente compartido por todos, con excepción de las abstracciones impuestas por las “políticas de minorías”, ideología exaltada por el librepensamiento logiado y el progresismo ahistórico-, con sistemas sociales que nos permiten cabalgarla, hasta abordar la última etapa de la integración, que no puede ser otra que el universalismo. En la organización de un nuevo sistema, aspiramos que no sean solamente los políticos los que decidan, sino todos de acuerdo a la necesidad común, elaborando los acuerdos necesarios. No es obligatorio que piensen lo mismo el obrero, el capitalista y el político, pero es imprescindible gestar una unión donde todos los factores se compulsen, se pongan de acuerdo y permanezcan fieles a lo acordado. Puesta en crisis la preeminencia política, crece la preeminencia social.
Los partidos políticos ceden el protagonismo a las organizaciones provenientes de la economía popular, la economía social mutual y cooperativa, las pequeñas y medianas empresas y el movimiento obrero, prefigurando el escenario para la nueva etapa del mismo y único Movimiento Nacional histórico, que nació con nuestra Patria y pugna por resurgir entre las ruinas de la etapa anterior. No hay dudas que avanzamos hacia un nuevo sistema. Se van extinguiendo los gobiernos de la burguesía que ha dominado al mundo durante más de dos siglos, que imaginaban haber alcanzado fórmulas invariables útiles a la convivencia humana en todos los lugares y para todos los tiempos, asentados sobre principios invariables y permanentes. Solo teniendo en cuenta que la población Argentina creció de 20 millones de habitantes en 1960 a los 45 millones del 2020, viviendo en un planeta donde 7.000 millones de seres humanos han generado en los dos últimos años -según calcula la ingeniería de datos-, el 90 % de la totalidad de los datos producidos en la historia, se advierte que el desarrollo demográfico y tecnológico ha cambiado radicalmente la situación, produciendo una forma de vida donde ya no tiene cabida el individualismo de otros tiempos, obligados como estamos a sustituirlo por una conciencia y una acción mancomunada.
Democracia social, orgánica y directa
El hombre no puede ser considerado como un ente aislado sino como un elemento integrante del conjunto. Esto explica la decadencia de los partidos políticos como andamiaje del sistema burgués y su reemplazo por otras organizaciones mayores y más naturales tendientes hacia las democracias también más naturales, en las que el hombre opina y vive lo que conoce y no lo que conocen y viven unos cuantos intermediarios. Por otra parte, la democracia de nuestro tiempo ya no puede ser desarrollada en grupos cerrados de liderazgos por herencia o por fortuna, sino en forma dinámica y en expansión para dar cabida y sentido a las crecientes multitudes que reclaman una democracia directa y expeditiva que las viejas formas ya no pueden ofrecerles. Cuando la gran mayoría de la dirigencia actual habla de democracia, quienes escuchan suelen pensar sistemáticamente en la intención de engañar, ya que la democracia que anhelan los pueblos está muy distante de la que se intenta mantener desde los centros de poder, como lo han demostrado los recientes estallidos sociales en la región. Son múltiples episodios que indican que, así como la monarquía terminó con el feudalismo y la república terminó con la monarquía, una nueva democracia popular terminará con la democracia liberal y transformará la república burguesa. Como ya vimos, no es así para quienes hablan de democracia confundiéndola con “demoliberalismo” y también con “isonomía”, que es el principio de igualdad ante la ley para contar con los mismos derechos políticos y civiles. Por eso la acción de “democratizar” tiene hoy una connotación igualitaria y participativa. Pero su significado original, apunta a la participación real y asamblearia junto a los habitantes de una de las parcelas en que se puede dividir una zona urbana de cualquier magnitud. El vocablo “demo”, que actualmente entendemos genéricamente como “pueblo”, debemos asociarlo con una circunscripción administrativa que en el Atica griego contaba con 5.000 habitantes. Sócrates pertenecía al demo de Alopece y Sófocles escribió su última tragedia “Edipo en Colonus”, con el nombre del demo donde había nacido.
Y fue Clístenes, considerado como el verdadero fundador de la democracia, quien sustituyó las cuatro tribus jonias tradicionales, por diez nuevas que definieron también nuevas divisiones territoriales -no de carácter familiar o religioso-, en las que se agrupaba gente de muy diferentes lugares y modos de vida: artesanos, comerciantes, campesinos. Fácilmente se puede imaginar que muchas jurisdicciones actuales, por ejemplo las del fomentismo, pueden compararse con un “demo” de esa cantidad de habitantes, de cuya asamblea pueden surgir delegados con mandato imperativo y sujetos a revocatoria de mandato. Esta disposición de la sociedad organizada en comunidades, vigorizaría a la democracia con tres cualidades interrelacionadas: es social porque no intervienen los factores partidocráticos; es orgánica porque hasta el último habitante de un demo está en condiciones de participar en la asamblea de su comunidad territorial; y es directa, porque cada comunidad territorial conservando su condición de poderdante, puede peticionar la revocatoria del mandato de los delegados que haya elegido. De todos modos, en estas cuestiones siempre corresponde una gran adaptación a la “topografía social”, mientras se acuerda la forma de trasladar verdaderamente la soberanía desde los niveles intermedios hasta el territorio llano. La tarea anticipatoria debe orientarse a establecer los equilibrios posibles entre los tres polos principales de decisión -el estatal, el privado y el comunitario-, para conciliar la planificación colectiva que exigen los tiempos y la garantía de libertad individual que el hombre debe disfrutar inalienablemente, abriendo los nuevos canales de participación comunitaria, descentralizados y permanentes.
Reorganización de la Sociedad Argentina
En la Argentina, la oligarquía implantó un sistema que falla con la crisis mundial conocida como Pánico de 1890, que repercutió en nuestro país a partir de su integración al sistema internacional de división del trabajo impuesto por la Corona Británica.
Los sindicatos aparecen como organización social paralelamente a esa falla y el sistema sindical argentino se completa cuando la crisis se multiplica hasta llegar a 1930. Los gremios se desarrollan cuando son cada vez mayores las grietas en el aparato productivo.
Las cooperadoras escolares aparecen cuando el Estado no tiene recursos ni aparato de distribución suficiente para entregarle a cada niño en el colegio una copa de leche, como plantea la ley 1420.
Las cooperativas agrarias comienzan a desarrollarse en el grito de Alcorta (1905), que se produce por la misma crisis agroexportadora extendida en el campo entre 1890 y 1920 Las cooperativas de consumo aparecen en 1908 producto de las luchas sindicales por un lado y de la fundación del Partido Socialista por el otro, tratando de solucionar una necesidad: no alcanzaba el dinero para comer.
Las mutuales aparecen por las necesidades de vivienda y de asistencia médica.
Las sociedades de fomento o sociedades vecinales, aparecen supliendo lo que no pueden cumplir las municipalidades, ante el desborde de los aparatos municipales por la explosión demográfica producida por la inmigración. En su origen las organizaciones sociales son estructuras que toman el poder y la administración en sus manos naturalmente, cuando el estado -el aparato burgués-, no puede cubrir las necesidades. Las organizaciones sociales aparecen en principio espontáneamente, pero aparecen siempre y solamente en una grieta del sistema establecido. Entonces, hay un sistema que se desentiende de una buena parte de la sociedad, que es administrado por un estado en cuyos orígenes fue impuesto a la sociedad argentina, basado en el sistema de representación por mandato libre, consagrado por la Constitución Nacional en su artículo 22: “el pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución…” Las evidencias son el aumento de la pobreza y la progresiva anomia del territorio, especialmente las periferias urbanas en estado de emergencia social prolongada con el precario paliativo de la distribución permanente de alimentos y artículos de primera necesidad. Estos métodos lamentablemente, aumentan la intermediación de representantes electos, funcionarios designados o miembros del sistema agrupacional de distribución, que se debate en un punto crítico: descubrir las posibilidades de afincarse definitivamente en el territorio como comunidades sociales productivas, o avanzar hacia la atomización, la corrupción y la servidumbre.
El paso de “organización política del pueblo” a “organización del pueblo”, exige una conversión que limpie las conciencias de los métodos territoriales delictivos, ya que en muchos casos hay iniciativas libres de organización comunitaria, donde el activismo y la militancia política han intervenido desarticulando o cooptando a los participantes, tal vez al prejuzgar a las incipientes organizaciones libres del pueblo como futura competencia, especialmente por los recursos del estado.
Donde se han logrado expresar -aún en períodos breves-, iniciativas para reunir las diversas instituciones sociales formando un polo comunitario de poder, alrededor de las necesidades concretas, ha florecido la esperanza de un posible nuevo ordenamiento popular, autogestionario y participativo de la sociedad en su conjunto. El proceso revolucionario que Argentina vivió a mediados del siglo pasado, descubrió cómo se genera, se transmite, se concentra y se distribuye el poder, dejando en manos del pueblo las respuestas centrales, las más importantes y las más profundas.
El Polo Comunitario
Extraemos el concepto del monumental pensamiento anticipatorio de Mauricio Prelooker (1), quién nos adelantaba que, al término del cuarto ciclo de Kondratieff a inicios del siglo XXI, concluía el capitalismo luego de 200 años de existencia. La obligación de dar respuesta a las necesidades de un mundo de 7.000 millones de habitantes donde lo financiero había reemplazado para siempre a la economía real, de la cual lo financiero se nutre; constituía en su cosmovisión el espacio justo para el surgimiento de un imprescindible “Polo Comunitario”. Además, vaticina que esta dictadura financiera global, torna imprescindible la creación, por parte de los pueblos, de monedas locales, solo aptas para los intercambios y transacciones imprescindibles en una economía, pero imposibilitadas de contribuir a la especulación y la usura (2). Prelooker describía un triángulo, ubicando en los vértices a cada polo. Está claro que el “polo estatal”, se conforma con todos los organismos, instituciones y empresas nacionales, provinciales y municipales del Estado, así como el “polo privado” se integra con corporaciones y emprendedores individuales que no deseen pertenecer al polo comunitario. También queda claro que los sindicatos, las cooperativas y mutuales, las Pymes con sus cámaras y las organizaciones sociales, constituyen una malla institucional existente, núcleo del “polo comunitario”, alrededor del cual pueden confluir todo tipo de organizaciones libres e independientes, sobre todo de los fondos estatales.
Como señalamos al principio, el polo comunitario también se organiza en los tres niveles, empezando como un ámbito nacional de conciliación, reunido con el objetivo claro de armonizar los proyectos de Nación que cada sector alienta. Debe formarse sin la participación de enviados o personeros gubernamentales, ni de las fuerzas dedicadas a la opinión -como los partidos políticos, que encuentran sus ámbitos de participación en los concejos deliberantes y cámaras legislativas-, sino exclusivamente por las entidades constituidas alrededor de las necesidades concretas. Su misión principal no es la de aconsejar al poder ejecutivo, sino la de constituirse independientemente del estado en ámbito de acuerdos y de coordinación entre los sectores que expresan la comunidad nacional. A la misión principal señalada -solicitar a cada sector su proyecto completo de Nación-, le sigue la tarea de armonizarlos, partiendo de los puntos de coincidencia, hasta transformarlos en políticas de Estado y, si es necesario, en nueva normativa por medio del Congreso.
También sabemos que ninguna iniciativa puede prosperar si se queda en un entendimiento cupular circunscripto a la Capital Federal, si no es comunicada y consensuada no solo con la mayoría de los sectores con poder institucional, sino también en toda nuestra geografía, de manera que el “polo comunitario” propuesto se instaure en capitales provinciales y cabeceras de grandes municipios. En estos últimos, la magnitud de sus poblaciones asegura la suficiente cantidad de instituciones. Su conformación tiende a movilizar la participación de personas que desean actuar en ámbitos más específicos, sin compromisos ideológicos y sin tutelajes partidarios. Señalando el camino, son varias las localidades donde existen hace tiempo experiencias similares, aunque con otras denominaciones y fines determinados como el de la emergencia sanitaria, con mesas que convocan y coordinan la acción de las entidades comunitarias.
Polo municipal y territorio: Comunidad de comunidades
“A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales. Las exigencias de esta tarea van a ser tan enormes, que no hay forma de satisfacerlas con las posibilidades de la iniciativa individual y de la unión de particulares formados en el individualismo. Se requerirán una reunión de fuerzas y una unidad de realización”. Papa Francisco En una ciudad, una vez conformado el polo comunitario municipal, la tarea de organización principal que le corresponde a la mesa de coordinación del polo, es la de carácter territorial. Es decir, proyectar la forma en que las instituciones se vertebran en cada barrio, reuniendo a los respectivos asociados que residen en él. Si aceptamos la idea de tomar la división del ejido urbano en circunscripciones similares a las del fomentismo, cada una de ellas tiene dimensiones adecuadas como para alojar por lo menos una comunidad de comunidades, para cuyos miembros la primera unidad puesta en común es la proximidad, la de compartir el cuidado del lugar donde se encuentra el hogar, donde reside la familia. La comunidad es un concepto abstracto hasta que sus miembros se encuentran reunidos y no se identifica con un conjunto de estructuras, sino con una determinada comunidad de personas. Es presencia solidaria en el territorio, ámbito de la escucha, del crecimiento de la vida, del diálogo, de la caridad generosa.
El sujeto de la acción comunitaria es siempre el pueblo en su conjunto. Los diferentes componentes en los que la Comunidad se articula están llamados a la unión, en la medida en que cada uno, habiendo recibido su propia complementariedad, la pone al servicio de todos. Esto supone que la comunidad esté realmente en contacto con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. Si la vida del género humano se ha realizado en la historia en sucesivas integraciones, desde la familia troglodita hasta nuestros días, pasando por las tribus, los pueblos, las ciudades, las comunidades nacionales y los grupos de naciones, nos hemos pasado por alto una integración fundamental.
Cuando observamos la realidad desde nuestros barrios multitudinarios, se advierte la falta de un eslabón en la cadena de integraciones sociales, entre las familias y la ciudad, entre las familias y el primer escalón del estado municipal: una “familia de familias” próximas, que facilite la vida cotidiana, fortalezca la preparación para salir de las emergencias de todo tipo, proteja la vida de sus miembros, en particular los enfermos y desarrolle su capacidad para alojar a personas y familias en tránsito.
Una comunidad económica formada por vecinos que se reúnen para garantizar los alimentos, organizados cooperativamente, mejorando la demanda con las compras conjuntas y el acuerdo con los productores locales para la realización de ferias.
Una comunidad educativa integrada por los padres de alumnos, directivos, docentes y no docentes, de los establecimientos ubicados en el barrio.
Una comunidad de seguridad que se reúne en los salones del Club, la Cooperativa o la Parroquia, compuesta por vecinos interesados en la defensa integral del barrio. Una comunidad parroquial cuyos integrantes también participan en las distintas comunidades.
Una comunidad deportiva que coordine el Club con las actividades propias del resto de las entidades. El barrio pasa a tener comunidad educativa, deportiva, alimentaria, sanitaria, fomentista, etc. A veces, podrá efectuarse un pleno de los coordinadores de todas las comunidades. Allí aparecerá una comunidad de comunidades, una visible y eficaz comunidad organizada.
La comunidad territorial: multiplicación de los panes
Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde. Despide a la gente, para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer». El respondió: «Denles de comer ustedes mismos». Ellos le dijeron: «Habría que comprar pan por valor de doscientos denarios para dar de comer a todos». Jesús preguntó: «¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver». Después de averiguarlo, dijeron: «Cinco panes y dos pescados». Él les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde, y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta. Entonces él tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente. Todos comieron hasta saciarse, y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado. Los que comieron eran cinco mil hombres.
San Marcos, 6:34 al 44.
La siempre cautivante “parábola de la multiplicación de los panes”, nos hace pensar que en esta gota se encuentra el universo. Las enseñanzas que abarca tienen tan vastos alcances, que se las puede tomar en varios planos para aplicarla a la realidad que vive el mundo y muy especialmente en el tema que estamos considerando, pues en cada barrio pobre, todos los días, se reproduce este cuadro.
De las que hemos llegado a comprender, destacamos en primer término que el escenario es el desierto, al que podemos comparar con la situación actual de fragilidad, incertidumbre y en muchos casos de hambre que están atravesando los pueblos. Allí es donde hay avidez por las enseñanzas vitales -sin los desvíos y abstracciones propias de las especulaciones ideológicas-, y una inicial común-unidad que puede fomentar el que guíe, si es que predica con el ejemplo.
Los asistentes aún no constituyen una comunidad, sino una “gran muchedumbre”, una multitud, que ha venido desde las ciudades cercanas al lugar, situado a la orilla del Mar de Galilea, denominado Betsaida, transliteración de Bêth-tsaydâz que significa “casa de la pesca”.
La primera actitud de los apóstoles en su condición de auxiliares de la conducción ante la falta de pan, es despedir a la gente, terminar el encuentro y enviarlos de regreso a sus casas, sin esforzarse en imaginar una solución de conjunto. Dispersarlos, como suele ocurrir ahora, para que cada uno pueda comer -si es que tiene con qué-, porque la reunión de una multitud con sus necesidades imperiosas a la vista, compromete la responsabilidad de quien tiene carga pública. La segunda conclusión es el lamento por carecer de los denarios que cuestan los panes para todos, con lo que rápidamente se acabaría con el problema. Se podría insistir en esa línea, pensando en algún organismo público o en algún grupo intermediario, o tal vez en algún donante.
No estaría mal, pero nos perderíamos la ocasión de vivir el milagro de la fe en una solución autogestionaria y colectiva, que es más estable, sustentable e independiente. En tercer término, no se detuvieron en lo que sí se tiene, que es lo que terminará multiplicándose en la realización del milagro. Cuando un grupo de familias se reúne, siempre hay uno que sabe construir un horno de barro para no caminar tanto en busca del pan, una que ya lo tiene como para reunir a las demás y abaratar los costos. Y uno que pone un viejo camión si las moneditas alcanzan para cargarle nafta. Siempre una maestra, un albañil, un mecánico, una enfermera, una que cura con yuyos, un carpintero y la más alegre que se ocupa de mantener las sonrisas de todos. Luego, se produce el acto organizativo propiamente dicho, en el que deberíamos meditar para poder descubrir todas sus aristas. Ya sabían cuánto tenían y sin embargo, para que se produzca el milagro, tuvieron que apaciguarse sentándose en la hierba en grupos. Eran “5000 hombres sin contar mujeres y niños”, por lo que podemos creer que había otro tanto por lo menos y que los apóstoles contaban familias, organizando una multitud similar a la que habitaban las demos del Ática griega, pero en pequeñas comunidades de cincuenta y cien. Una familia de familias de las que hemos hablado. Recién cuando logran sosegarse, sentados en la hierba en grupos, se produce el milagro del que todos comen hasta saciarse. Es decir, la construcción de la comunidad requiere la paz que empieza en el corazón de las personas con fundamento en el amor, que se transforma en fraternidad y corresponsabilidad social, confirmándonos que la paz es una conquista colectiva. Hay un momento en que el anonimato desaparece, por el hecho de estar compartiendo lo mismo que los demás, por haber concurrido dando con ello muestras de pertenencia. A partir de ese momento para cada uno de los presentes, ha aparecido el otro, el individuo se convierte en persona y la multitud en comunidad. La pequeña comunidad es familia sustituta para el hombre que está solo. Pero para los hombres, es el principio de la confianza, el primer valor fundamental de la economía; es el primer eslabón del ordenamiento de la producción a partir de una demanda organizada; es, junto a la familia, cimiento que sostiene la soberanía de la Nación y es la unidad primaria de organización del poder político popular no partidario. Los liderazgos comunitarios reales están en cada comunidad esperando el momento propicio y la convocatoria acertada para manifestarse. Hay un tiempo de preparación y maduración en el que la comunidad se reúne en asamblea y decide conferirle la autoridad a quien será su guía. Lo será con la genuina autoridad que se le ha conferido, siempre y cuando se mantenga fiel al mandato que se le ha encomendado. Ya no es “el representante” que obra por sí mismo, sino el delegado que ha sido designado bajo acta, para hacer cumplir la soberanía comunitaria. Cada pequeña comunidad decide libremente su liderazgo, formando parte con otras de la vida del barrio. Junto con las comunidades de los barrios vecinos, podrán constituir un nuevo “demo”, principio de la refundación democrática que la mayoría está reclamando. Esta sucesión de enseñanzas se puede extraer de la parábola bíblica, pero se aplica en la creación de una comunidad territorial abierta donde las personas expresan libremente todas las religiones y culturas. No obstante, en los responsables de guiarla, debería prevalecer la conciencia de que la Providencia vive en el pueblo, ya que cada vez que se ha olvidado o ignorado que es el espíritu el que lleva al cuerpo, intentando reducir lo popular para que sirva a intereses de círculo, se ha terminado en estructuras efímeras, sin historia y sin vida.
Raúl Reyes, Mar de Plata, Julio de 2021
Recopilación de experiencias y una breve hermenéutica de textos del Papa Francisco, Juan Perón, Alejandro Alvarez y Alejandro Larriera.
(1) Mauricio Prelooker, filósofo y economista argentino.