EL MOVIMIENTO OBRERO ORGANIZADO
ANTES DEL PERONISMO
La Argentina posterior a la caída de Rosas del poder, con las guerras civiles que siguieron a este hecho histórico y la finalización de este proceso con la instauración del liberalismo político y los gobiernos necesariamente fraudulentos y extranjerizantes que aseguraron la continuidad de ese régimen de ideas, no es una Argentina que entre de lleno, ni mucho menos tampoco, en el desarrollo de la revolución industrial que la burguesía europea llevaba adelante furiosamente hacia mediados del siglo XIX.
Encontramos sí, entre nosotros, el nacimiento de una oligarquía, fundamentalmente agrícola ganadera (principalmente ganadera), que ve extasiada el proceso europeo y estadounidense (Sarmiento especialmente) pero que no tiene ni la más remota idea de desarrollar fuertemente industrias para la producción nacional de bienes. ¿Para qué si puede importarlas de Europa? La consecuencia inevitable es que la Balanza Comercial es siempre negativa para la Argentina. Producimos materias primas, fundamentalmente agrícolas ganaderas, e importamos bienes con alto valor agregado y por lo tanto carísimos, producidos en el extranjero. La oligarquía acumula fortunas siderales y el país se endeuda para poder pagar el saldo siempre negativo de ese intercambio.
Periódicamente estallan crisis financieras, por lo que se recurre a nuevos empréstitos y el endeudamiento crece a límites siderales. Se consolida entonces el sistema colonial y de factoría, dependiente por décadas de Inglaterra, especialmente, y no hablamos de colonia económica solamente, sino política. Toda la política nacional, dependerá de las decisiones tomas a miles de kilómetros. La soberanía y la independencia económica no existen.
Pero ocurre también que hace falta mano de obra. El país tiene una geografía inmensa y está despoblado. Particularmente interesa la Pampa Húmeda que es de donde sale la mayor parte de la producción agropecuaria. Se incentiva entonces la inmigración europea, no sin antes afirmar el carácter bárbaro del criollo y por lo tanto su supuesta inutilidad. Es la doctrina predominante: «Civilización o barbarie», proclama el si bárbaro liberalismo, invirtiendo los términos: bárbaros nosotros, civilizados ellos y su modelo.
Sucede entonces que no todos los inmigrantes recalan en las zonas agrícolas, muchos se quedan en las ciudades, especialmente Buenos Aires y en menor medida Rosario. La primera tendrá una explosión demográfica en pocas décadas, fruto de que ocupaba la mano de obra necesaria para el desarrollo de los servicios para las ciudades, junto con algunas pequeñas e incipientes actividades industriales y de los oficios necesarios para el desarrollo de la vida en la ciudad.
Entre 1880 y 1910 llegan a nuestro país más 3.200.000 europeos.
¿Quienes son los que llegan de Europa para ocupar este espacio laboral? Dejemos que Alvaro Abós lo exprese de este modo:
«….Braceros del sur de Italia o de Galicia. Peones o mineros, obreros en paro, despojos de la Europa en acelerado desarrollo industrial. Sobre todo españoles e italianos. También polacos, rusos, turcos. En menor medida, franceses y alemanes. No eran muchos los que contaban con un oficio: agricultores, fresadores, mecánicos, tejedores, panaderos. En su equipaje no sólo había un ansia de pan y progreso para sus familias. Algunos de aquellos ojos febriles habían visto cosas que, en ese país austral, no se conocían ¿Qué era un sindicato? ¿Qué era una huelga?
En 1864 se había fundado la Primera Internacional. En 1871 se produjo la insurrección de la comuna de Paría. En 1888, en España, se creó la Unión General de Trabajadores. En esa fecha, en Italia, existían ya fuertes sindicatos. En la década del noventa se hicieron grandes huelgas en ciudades como Génova o Turín, Barcelona, Madrid o Bilbao.
Algunos de aquellos desarrapados conocían estos hechos, habían visto flamear banderas rojas, habían combatido contra la policía, habían luchado por mejores salarios o menos horas de trabajo. Algunos de los que dejaban sus países lo hacían perseguidos por la represión antiobrera: eran auténticos agitadores. En la oleada inmigratoria no sólo vino mano de obra barata para asegurar la continuidad de la factoría. También llegaron ideas. Palabras nuevas: socialismo, anarquismo, sindicalismo. Nombres exóticos –Marx, Bakunin- resonaron en los oídos incrédulos de la oligarquía criolla.
La composición humana de la nueva clase obrera, entre 1875 y 1930, fue fundamentalmente extranjera, como correspondía a la realidad demográfica del país. En 1887 los habitantes de la ciudad de Buenos aires eran 437.000, de los cuales 228.000 eran extranjeros. La primacía de la población foránea recién se quebraría hacia 1914″. 1)
Con esta composición socio cultural de los inmigrantes es que empieza, en el último tercio del siglo XIX, a organizarse la fuerza laboral en la Argentina. La crónica detallada de este proceso, la ofrecemos al final de este punto con el muy buen trabajo que aportara Fermín Chávez. Lo que nos importa señalar en este momento es que, dada la filiación política de las distintas corrientes de izquierda europea de la que son portadores los inmigrantes, no podía el Movimiento Obrero Organizado en la Argentina tener otro sello ideológico que no fuese el que traían esos inmigrantes y lo que ocurrió obedeció ciertamente a esa lógica.
Básicamente los primeros que tomaron la delantera en cuanto a promover reivindicaciones e impulsar organizaciones obreras fueron los anarquistas, los siguieron más tarde los socialistas y finalmente, como escisión de estos últimos, los comunistas.
Toda la perspectiva política reivindicativa estuvo ligada entonces a los moldes ideológicos con que se debatía la cuestión social en Europa. A tal grado llegó esta «dependencia», que «los primeros sindicatos de se constituyeron, estaban integrados exclusivamente por europeos. Muchos de ellos tenían denominaciones extranjeras, sus publicaciones se hacían en otro idioma y era frecuente que, en las asambleas, los oradores se expresaran en italiano, alemán o ruso. Había un «Club Worwarts», fundado en 1882 por inmigrantes alemanes. Algunos de los varios sindicatos gráficos que coexistían en 1897 llevaban estos significativos nombres: ‘Societè des Travailleurs du Livre’ o ‘Genosenchafts des Budegswekes’. Un centro anarquista se llamaba ‘Ne Dio ne padrone’. Entre los periódicos obreros de la época figuraban: ‘L’avvenire’, ‘La cuestione sociale’, ‘Le revolutionaire’ y ‘La libertè’. Casi todos los líderes obreros fueron extranjeros. En Buenos Aires activaron sindicalmente Enrico Malatesta. Pietro Gori y el catalán Pellicer Paraire, discípulo de Anselmo Lorenzo. En la década del veinte pasaron, como una ráfaga, los legendarios Durruti, Ascaso y Jover. En 1932 fueron fusilados los anarquistas italianos Severino di Giovanni y Paulino Scarfo». Tal es la fotografía de la realidad de ese entonces que retrata Alvaro Abós en la obra citada precedentemente.
Como era presumible que ocurriese, estos sindicatos o proto organizaciones obreras, con la mirada ideológica puesta en Europa, no tuvieron una inserción profunda en la comunidad argentina, porque sencillamente no construyeron ni adhirieron a una fuerza política de carácter nacional. Su tarea reivindicativa de mejores salarios y condiciones de trabajo, por cierto más que justa y heroica dado el carácter salvaje de los inescrupulosos empleadores (Ver en Historia de los Ferrocarriles Argentinos, de Raúl Scalabrini Ortiz, como las empresas inglesas que tendían las redes ferroviarias, daban a sus obreros un comida diaria consistente en un pan y una cebolla…) quedaba la más de las veces en eso, heroísmo y demandas de justicia, justamente por su no pertenencia a una fuerza nacional que los respaldase, los integrase a un proyecto mas amplio, les diera la cobertura y el poder político indispensables, y los impregnara del carácter nacional que les permitiese hablar el mismo lenguaje espiritual que resto de los argentinos.
Sus manifestaciones fueron reprimidas a sangre y fuego y se perdieron incontables vidas. En 1904, 1905, 1909, la semana trágica de 1919 y las huelgas de peones patagónicos de 1921 y 1922, dejan muertos que se cuentan por miles y apuntamos estos hechos solo por poner algunos de los más conocidos.
El aislamiento político los condenaba al fracaso y su pequeñez numérica y orgánica aumentaba su debilidad.
Pero la índole de su existencia los condicionaba más que cualquier otro factor. Y esto debe comprenderse a la luz de la génesis de los sindicatos en Europa. Pasados los primeros tiempos de la Revolución Francesa, hecha por las corporaciones en contra de la monarquía y de la nobleza, el proceso se encauza a partir de la participación política de la burguesía, lo que origina, entre otras cosas, la creación de los sindicatos. Perón lo explica de esta forma: «….la burguesía organiza el Estado Nuevo. El andamiaje de ese Estado nuevo fue simplemente crear sindicatos para anular las corporaciones que habían hecho la revolución y por lo tanto estaban fuertes. Había que debilitarlas.
Crearon los sindicatos a los que dieron la misión de discutir por diez o veinte centavos de aumento en los salarios, mientras la burguesía organizó los partidos políticos que eran los que hacían las leyes y, en consecuencia, tenían la parte del leób”. 2)
La debilidad de las primeras organizaciones obreras era entonces, una debilidad de origen, esencial, potenciada además porque su mirada y metodología estaban puestas en Europa, independientemente de la realidad argentina y de la naturaleza del ser argentino.
Este excelente análisis de Alvaro Abós, hecha más luz sobre el problema:
«Han sido características del sindicalismo argentino anterior a 1930:
Ese sindicalismo dejó, sin embargo, importantes huellas en la historia del país. Su testimonio de coraje y tenacidad para batirse contra la injusticia quedó incorporado a la memoria colectiva. Pero además, muchas de las estructuras organizativas que creó (en su mayoría sindicatos de oficio), fueron aprovechables, revitalizadas por un cuadro social nuevo, décadas más tarde».3)
De las tres tendencias apuntadas, anarquismo, comunismo y socialismo, la primera se consumió en su propio aislamiento y desapareció. El comunismo estuvo atado, desde su nacimiento, a la línea política marcada por la Unión Soviética, lejos del pueblo argentino. Por eso fracasó.
El caso del sindicalismo socialista es una muestra clarísima de lo que antes explicaba Perón. Su desarrollo frente a las masas trabajadoras y a las decisiones políticas de trascendencia, siempre estuvo acotado, a pesar de su mayoritaria incidencia en algunos sindicatos, porque era un apéndice del Partido Socialista, quién a su vez era una creación del sistema capitalista y a él respondía en ultima instancia, a pesar de su discurso a favor de los trabajadores.
Angel Borlenghi, será ministro del interior en los dos primeros gobiernos del General Perón durante 9 años. Es el caso paradigmático de un joven que, por los años veinte y siendo adolescente comenzará a militar en el Partido Socialista. Bien pronto se lo hallará en la conducción del sindicato de empleados de comercio de la ciudad de Buenos Aires. Su lucha y las conquistas de este sindicato, serán reconocidas como uno de los poquísimos casos de organizaciones de trabajadores con éxitos, antes del peronismo, en obtener mejoras especialmente en lo que hace a condiciones de trabajo, descanso semanal, horas de trabajo y régimen jubilatorio. Borlenghi será el eje central de esta lucha. Pero había otra lucha. La lucha interna del grupo de jóvenes que con él conducían este sindicato, contra la conducción del propio Partido Socialista. Era un enfrentamiento sordo y sin destino. Ninguno de ellos aparece en cargo electivo alguno, simplemente porque el partido no los promovía. Eran dos concepciones encontradas, la del partido, conducido por Juan B. Justo primero y luego por Nicolás Repetto, Américo Ghioldi reivindicativa en el discurso, pero negociadora con el poder, a punto tal de haber enfrentado a Hipólito Yrigoyen y de haber aportado cuadros para la «Concordancia», alianza de conservadores con socialistas durante los años 30, y la del sindicato que con una estrategia de lucha basada en la constante movilización callejera y en los lugares de trabajo, va «comiendo» o arrebatando al poder pequeñas conquistas laborales hasta convertirlo, como se ha dicho, en uno de los pocos sindicatos con verdaderos avances laborales.
¿Cuál sería el destino de Angel Borlenghi, Juan Atilio Bramugilia, Francisco Capozzi, José Domenech y de muchos otros sindicalistas socialistas, comunistas, trotskistas y de otros sectores políticos entrada la década del 40?: el peronismo. ¿Por qué? Porque la aparición del Movimiento Peronista en la vida política y social de la comunidad argentina y su incorporación en él, permite a estos cuadros sindicalistas, como a tantos dirigentes políticos, como hasta el último de los argentinos, ampliar los espacios de participación según la elección que hubiesen hecho en sus vidas. De inicio, tentativamente, aunque percibiendo la aparición de un liderazgo arrollador, el de Perón, sin una orgánica definida, pero con la claridad de saberse en la ruta de un renacimiento de los más desposeídos. Luego y confirmando su apreciación inicial, participando en la orgánica del Movimiento Peronista.
El movimiento amplía, ensancha, abarca, integra y sobre todo, encuadra dentro de un marco gigantesco a la mayoría de la comunidad detrás de un objetivo común: la organización de esa comunidad y la liberación nacional: ¡Qué lejos de la pequeñez de los minúsculos partidos y centrales sindicales! ¡Cuanto más poder otorga una organización de esta calidad y magnitud frente a los problemas que aparecen como sectoriales, pero que de fondo son el problema del conjunto, tal cual es un valor universal como la justicia social y de la posesión de una doctrina nacional que los proteja y los impulse, la clave para la resolución de los problemas!
Solo para cerrar este enfoque y dejando el tema planteado para el lugar de nuestra página que le corresponda, decimos: en 1945 el movimiento obrero organizado contaba con 550.000 personas enroladas en dos CGT, la Nº 1 y la Nº 2. En 1955 el movimiento obrero organizado alcanzaba a la cifra de 6.000.000 de personas afiliadas a una sola CGT.
Bibliografía y Documentación de apoyo
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