El movimiento obrero organizado antes del Peronismo

 

 

EL MOVIMIENTO OBRERO ORGANIZADO

 

ANTES DEL PERONISMO

 

   La Argentina posterior a la caída de Rosas del poder, con las guerras civiles que siguieron a este hecho histórico y la finalización de este proceso con la instauración del liberalismo político y los gobiernos necesariamente fraudulentos y extranjerizantes que aseguraron la continuidad de ese régimen de ideas, no es una Argentina que entre de lleno, ni mucho menos tampoco, en el desarrollo de la revolución industrial que la burguesía europea llevaba adelante furiosamente hacia mediados del siglo XIX.

Encontramos sí, entre nosotros, el nacimiento de una oligarquía, fundamentalmente agrícola ganadera (principalmente ganadera), que ve extasiada el proceso europeo y estadounidense (Sarmiento especialmente) pero que no tiene ni la más remota idea de desarrollar fuertemente industrias  para la producción nacional de bienes. ¿Para qué si puede importarlas de Europa? La consecuencia inevitable es que la Balanza Comercial es siempre negativa para la Argentina. Producimos materias primas, fundamentalmente agrícolas ganaderas, e importamos bienes con alto valor agregado y por lo tanto carísimos, producidos en el extranjero.  La oligarquía acumula fortunas siderales y el país se endeuda para poder pagar el saldo siempre negativo de ese intercambio.
  Periódicamente estallan crisis financieras, por lo que se recurre a nuevos empréstitos y el endeudamiento crece a límites siderales. Se consolida entonces el sistema colonial y de factoría, dependiente por décadas de Inglaterra, especialmente, y no hablamos de colonia económica solamente, sino política. Toda la política nacional, dependerá de las decisiones tomas a miles de kilómetros. La soberanía y la independencia económica no existen.   
  Pero ocurre también que hace falta mano de obra. El país tiene una geografía inmensa y está despoblado. Particularmente interesa la Pampa Húmeda que es de donde sale la mayor parte de la producción agropecuaria. Se incentiva entonces la inmigración europea, no sin antes afirmar el carácter bárbaro del criollo y por lo tanto su supuesta inutilidad. Es la doctrina predominante: «Civilización o barbarie», proclama el si bárbaro liberalismo, invirtiendo los términos: bárbaros nosotros, civilizados ellos y su modelo.

Sucede entonces que no todos los inmigrantes recalan en las zonas agrícolas, muchos se quedan en las ciudades, especialmente Buenos Aires y en menor medida Rosario. La primera tendrá una explosión demográfica en pocas décadas, fruto de que ocupaba la mano de obra necesaria para el desarrollo de los servicios para las ciudades, junto con algunas pequeñas e incipientes actividades industriales y de los oficios necesarios para el desarrollo de la vida en la ciudad.
Entre 1880 y 1910 llegan a nuestro país más 3.200.000 europeos.
¿Quienes son los que llegan de Europa para ocupar este espacio laboral? Dejemos que Alvaro Abós lo exprese de este modo:

«….Braceros del sur de Italia o de Galicia. Peones o mineros, obreros en paro, despojos de la Europa en acelerado desarrollo industrial. Sobre todo españoles e italianos. También polacos, rusos, turcos. En menor medida, franceses y alemanes. No eran muchos los que contaban con un oficio: agricultores, fresadores, mecánicos, tejedores, panaderos. En su equipaje no sólo había un ansia de pan y progreso para sus familias. Algunos de aquellos ojos febriles habían visto cosas que, en ese país austral, no se conocían ¿Qué era un sindicato? ¿Qué era una huelga? 
   En 1864 se había fundado la Primera Internacional. En 1871 se produjo la insurrección de la comuna de Paría. En 1888, en España, se creó la Unión General de Trabajadores. En esa fecha, en Italia, existían ya fuertes sindicatos. En la década del noventa se hicieron grandes huelgas en ciudades como Génova o Turín, Barcelona, Madrid o Bilbao. 
   Algunos de aquellos desarrapados  conocían estos hechos, habían visto flamear banderas rojas, habían combatido contra la policía, habían luchado por mejores salarios o menos horas de trabajo. Algunos de los que dejaban sus países lo hacían perseguidos por la represión antiobrera: eran auténticos agitadores. En la oleada inmigratoria no sólo vino mano de obra barata para asegurar la continuidad de la factoría. También llegaron ideas. Palabras nuevas: socialismo, anarquismo, sindicalismo. Nombres exóticos –Marx, Bakunin- resonaron en los oídos incrédulos de la oligarquía criolla.
   La composición humana de la nueva clase obrera, entre 1875 y 1930, fue fundamentalmente extranjera, como correspondía a la realidad demográfica del país. En 1887 los habitantes de la ciudad de Buenos aires eran 437.000, de los cuales 228.000 eran extranjeros. La primacía de la población foránea recién se quebraría hacia 1914″. 1)

 

Con esta composición socio cultural de los inmigrantes es que empieza, en el último tercio del siglo XIX, a organizarse la fuerza laboral en la Argentina. La crónica detallada de este proceso, la ofrecemos al final de este punto con el muy buen trabajo que aportara Fermín Chávez. Lo que nos importa señalar en este momento es que, dada la filiación política de las distintas corrientes de izquierda europea de la que son portadores los inmigrantes, no podía el Movimiento Obrero Organizado en la Argentina tener otro sello ideológico que no fuese el que traían esos inmigrantes y lo que ocurrió obedeció ciertamente a esa lógica.
Básicamente los primeros que tomaron la delantera en cuanto a promover reivindicaciones e impulsar organizaciones obreras fueron los anarquistas, los siguieron más tarde los socialistas y finalmente, como escisión de estos últimos, los comunistas. 
  Toda la perspectiva política reivindicativa estuvo ligada entonces a los moldes ideológicos con que se debatía la cuestión social en Europa. A tal grado llegó esta «dependencia», que «los primeros sindicatos de se constituyeron, estaban integrados exclusivamente por europeos. Muchos de ellos tenían denominaciones extranjeras, sus publicaciones se hacían en otro idioma y era frecuente que, en las asambleas, los oradores se expresaran en italiano, alemán o ruso. Había un «Club Worwarts», fundado en 1882 por inmigrantes alemanes. Algunos de los varios sindicatos gráficos que coexistían en 1897 llevaban estos significativos nombres: ‘Societè des Travailleurs du Livre’ o ‘Genosenchafts des Budegswekes’. Un centro anarquista se llamaba ‘Ne Dio ne padrone’. Entre los periódicos obreros de la época figuraban: ‘L’avvenire’, ‘La cuestione sociale’, ‘Le revolutionaire’ y ‘La libertè’. Casi todos los líderes obreros fueron extranjeros. En Buenos Aires activaron sindicalmente Enrico Malatesta. Pietro Gori y el catalán Pellicer Paraire, discípulo de Anselmo Lorenzo. En la década del veinte pasaron, como una ráfaga, los legendarios Durruti, Ascaso y Jover. En 1932 fueron fusilados los anarquistas italianos Severino di Giovanni y Paulino Scarfo». Tal es la fotografía de la realidad de ese entonces que retrata Alvaro Abós en la obra citada precedentemente.

   Como era presumible que ocurriese, estos sindicatos o proto organizaciones obreras, con la mirada ideológica puesta en Europa, no tuvieron una inserción profunda en la comunidad argentina, porque sencillamente no construyeron ni adhirieron a una fuerza política de carácter nacional. Su tarea reivindicativa de mejores salarios y condiciones de trabajo, por cierto más que justa y heroica dado el carácter salvaje de los inescrupulosos empleadores (Ver en Historia de los Ferrocarriles Argentinos, de Raúl Scalabrini Ortiz, como las empresas inglesas que tendían las redes ferroviarias, daban a sus obreros un comida diaria consistente en un pan y una cebolla…) quedaba la más de las veces en eso, heroísmo y demandas de justicia, justamente por su no pertenencia a una fuerza nacional que los respaldase, los integrase a un proyecto mas amplio, les diera la cobertura  y el poder político indispensables, y los impregnara del carácter nacional que les permitiese hablar el mismo lenguaje espiritual que resto de los argentinos. 
Sus manifestaciones fueron reprimidas a sangre y fuego y se perdieron incontables vidas. En 1904, 1905, 1909, la semana trágica de 1919 y las huelgas de peones patagónicos de 1921 y 1922, dejan muertos que se cuentan por miles y apuntamos estos hechos solo por poner algunos de los más conocidos. 

El aislamiento político los condenaba al fracaso y su pequeñez numérica y orgánica aumentaba su debilidad.

Pero la índole de su existencia los condicionaba más que cualquier otro factor. Y esto debe comprenderse a la luz de la génesis de los sindicatos en Europa. Pasados los primeros tiempos de la Revolución Francesa, hecha por las corporaciones en contra de la monarquía y de la nobleza, el proceso se encauza a partir de la participación política de la burguesía, lo que origina, entre otras cosas,  la creación de los sindicatos.  Perón lo explica de esta forma: «….la  burguesía organiza el Estado Nuevo. El andamiaje de ese Estado nuevo fue simplemente crear sindicatos para anular las corporaciones que habían hecho la revolución y por lo tanto estaban fuertes. Había que debilitarlas.
   Crearon los sindicatos a los que dieron la misión de discutir por diez o veinte centavos de aumento en los salarios, mientras la burguesía organizó los partidos políticos que eran los que hacían las leyes y, en consecuencia, tenían la parte del leób”. 2)

La debilidad de las primeras organizaciones obreras era entonces, una debilidad de origen, esencial, potenciada además porque su mirada y metodología estaban puestas en Europa, independientemente de la realidad argentina y de la naturaleza del ser argentino.

Este excelente análisis de Alvaro Abós, hecha más luz sobre el problema:
«Han sido características del sindicalismo argentino anterior a 1930:

  1. Su aislamiento del resto de la sociedad, sobre todo de las fuerzas políticas operantes en ésta. El predominio anarquista en el movimiento obrero tornó rigurosa esta autonomía. El partido socialista había sido creado en 1895 pero su incidencia sociopolítica fue siempre escasa: sus posturas y estrategias lo mantuvieron al margen de las masas populares.
  2. Su fuerte contestación al poder y la negativa a aceptar cualquier pauta integradora.
  3. Su debilidad congénita para influir en el desarrollo histórico del país, pese a las acciones heroicas que protagonizó. La frustración de este sindicalismo embrionario se debió, sobre todo, al trasplante mecánico de estrategias provenientes de las luchas proletarias europeas: esos esquemas rígidos, aplicados a una realidad semicolonial, revelaron su falta de validez. También influyó la ignorancia del fenómeno imperialista, central en la ignorancia de una sociedad dependiente como la argentina.

   Ese sindicalismo dejó, sin embargo, importantes huellas en la historia del país. Su testimonio de coraje y tenacidad para batirse contra la injusticia quedó incorporado a la memoria colectiva. Pero además, muchas de las estructuras organizativas que creó (en su mayoría sindicatos de oficio), fueron aprovechables, revitalizadas por un cuadro social nuevo, décadas más tarde».3)

   De las tres tendencias apuntadas, anarquismo, comunismo y socialismo, la primera se consumió en su propio aislamiento y desapareció. El comunismo estuvo atado, desde su nacimiento, a la línea política marcada por la Unión Soviética, lejos del pueblo argentino. Por eso fracasó.

  El caso del sindicalismo socialista es una muestra clarísima de lo que antes explicaba Perón. Su desarrollo frente a las masas trabajadoras y a las decisiones políticas de trascendencia, siempre estuvo acotado, a pesar de su mayoritaria incidencia en algunos sindicatos, porque era un apéndice del Partido Socialista, quién a su vez era una creación del sistema capitalista y a él respondía en ultima instancia, a pesar de su discurso a favor de los trabajadores. 

   Angel Borlenghi, será ministro del interior en los dos primeros gobiernos del General Perón durante 9 años. Es el caso paradigmático de un joven que, por los años veinte y siendo adolescente  comenzará a militar en el Partido Socialista. Bien pronto se lo hallará en la conducción del sindicato de empleados de comercio de  la ciudad de Buenos Aires. Su lucha y las conquistas de este sindicato, serán reconocidas como uno de los poquísimos casos de organizaciones de trabajadores con éxitos, antes del peronismo, en obtener mejoras especialmente en lo que hace a condiciones de trabajo, descanso semanal, horas de trabajo y régimen jubilatorio. Borlenghi será el eje central de esta lucha. Pero había otra lucha. La lucha interna del grupo de jóvenes que con él conducían este sindicato, contra la conducción del propio Partido Socialista. Era un enfrentamiento sordo y sin destino. Ninguno de ellos aparece en cargo electivo alguno, simplemente porque el partido no los promovía. Eran dos concepciones encontradas, la del partido, conducido por Juan B. Justo primero y luego por Nicolás Repetto, Américo Ghioldi reivindicativa en el discurso, pero negociadora con el poder, a punto tal de haber enfrentado a Hipólito Yrigoyen y de haber aportado cuadros para la «Concordancia», alianza de conservadores con socialistas durante los años 30, y  la del sindicato que con una estrategia de lucha basada en la constante movilización callejera y en los lugares de trabajo, va «comiendo» o arrebatando al poder pequeñas conquistas laborales hasta convertirlo, como se ha dicho, en uno de los pocos sindicatos con verdaderos avances laborales.

¿Cuál sería el destino de Angel Borlenghi, Juan Atilio Bramugilia, Francisco Capozzi, José Domenech y de muchos otros sindicalistas socialistas, comunistas, trotskistas y de otros sectores políticos entrada la década del 40?: el peronismo. ¿Por qué? Porque la aparición del Movimiento Peronista en la vida política y social de la comunidad argentina y su incorporación en él, permite a estos cuadros sindicalistas, como a tantos dirigentes políticos, como hasta el último de los argentinos, ampliar los espacios de participación según la elección que hubiesen hecho en sus vidas. De inicio, tentativamente, aunque percibiendo la aparición de un liderazgo arrollador, el de Perón, sin una orgánica definida, pero con la claridad de saberse en la ruta de un renacimiento de los más desposeídos. Luego y confirmando su apreciación inicial, participando en la orgánica del Movimiento Peronista.
   El movimiento amplía, ensancha, abarca, integra y sobre todo, encuadra dentro de un marco gigantesco a la mayoría de la comunidad detrás de un objetivo común: la organización de esa comunidad y la liberación nacional: ¡Qué lejos de la pequeñez de los minúsculos partidos y centrales sindicales! ¡Cuanto más poder otorga una organización de esta calidad y magnitud frente a los problemas que aparecen como sectoriales, pero que de fondo son el problema del conjunto, tal cual  es un valor universal como la justicia social y de la posesión de una doctrina nacional que los proteja y los impulse, la clave para la resolución de los problemas!
Solo para cerrar este enfoque y dejando el tema planteado para el lugar de nuestra página que le corresponda, decimos: en 1945 el movimiento obrero organizado contaba con 550.000 personas enroladas en dos CGT, la Nº 1 y la Nº 2. En 1955 el movimiento obrero organizado alcanzaba a la cifra de 6.000.000 de personas afiliadas a una sola CGT.

 

Bibliografía y Documentación de apoyo

  1. Abós, Alvaro-La Columna Vertebral – Hyspamérica Ediciones Argentinas, 1986 – Pags. 16-17
  2. Perón, Juan D. – 13-5-74 Discurso ante los integrantes de la organización del festejo del 1-5-74, en Cuadernos de Tercera Posición, Nº 9, publicación de Tercera Posición, quincenario del Movimiento Peronista
  3. Abós, Alvaro, Ob. cit. pag. 19

 

 

 

EL SOCIALISMO EN LA ARGENTINA

por VICENTE D. SIERRA

 

   «El pueblo argentino no aceptó nunca la ideología del Partido Socialista, aunque lo votara algunas veces por la posible eficiencia de sus hombres en los menesteres administrativos. El origen del Partido Socialista en Argentina se encuentra en emigrados alemanes; posteriormente se estructuró con elementos de la clase media y su mentalidad fue siempre pequeña burguesa, por lo cual se explica  su vinculación  con el socialismo francés o con el belga, cuyo líder , M. Vandervelde, tuvo influencia sobre sus camaradas argentinos. No se debe olvidar que Bélgica es la sede de SOFINA, trust de servicios públicos argentinos (hoy rescatados por el país), lo que  explica que sus socialistas no fueran partidarios de que los nuestros socializaran ciertas cosas, determinando la oposición socialista a la nacionalización del petróleo, en época de Yrigoyen. En 1949, para oponerse a la reforma de la Constitución Nacional, el Partido Socialista declaró que el hecho conspiraba contra la estabilidad de los capitales. Semejante desviación es la prueba más acabada de la imposibilidad de la subsistencia  de la doctrina socialista en el país, cuando en manos de sus propios adalides termina proclamando principios netamente burgueses; pero se trata de un fracaso instructivo, porque en el fondo de la política hispanoamericana se debate desde hace más de medio siglo un hondo problema social, que es el que determina la tensión existente entre la persona humana y el orden político vigente en la mayoría de los países del continente, problema social que el socialismo ha denunciado sin lograr, a pesar de ello, que las masas lo sigan. Porque intuyen más peligroso el remedio que la enfermedad y sienten que ese remedio pertenece a la farmacopea extraña. Aunque surgido en oposición al sistema liberal, el socialismo es hijo directo del liberalismo, lo que determina la imposibilidad  en que se encuentra para comprender el sentimiento tradicionalista de las masas americanas, que achaca a oscurantismo, reaccionarismo, falta de cultura cívica y otras paparruchadas propias del arsenal de la charlatanería del siglo XIX, no en balde denominado «el siglo estúpido» por León Daudet«.

Sierra, Vicente-Historia de las Ideas Políticas en la Argentina- Pag 580-Ediciones Nuestra Causa-Bs.As. 1950

 

 

PERON Y LA DIRIGENCIA SOCIALISTA

 

   Sobre la dirigencia socialista en el Congreso Nacional, esto decía Perón: «…..El Dr. Repetto actuaba como un submarino madre; no salía a la superficie  sino en caso de fuerza mayor. Los combates parlamentarios, las disputas y controversias, las interrupciones insolentes, el acosamiento y los argumentos destinados a aplastar a los adversarios estaban a cargo de una tropa joven, ágil, informada, que podía ser considerada como ejemplo de un accionar coherente, y daba una impresión de ser mayoritaria, pese a que la pequeña bancada no sobrepasaba en números los dedos de la mano. Yo también los veía desperdiciar el talento por ausencia de una inspiración superior. Eran seres racionales, demasiado racionales y ajustados a un libreto único, pero a quienes se les escapaba lo sustancial del proceso. En el fondo respondían como anillo al dedo a la concepción heredada de Juan B. Justo. Una visión estéril y de poco vuelo los parió a todos ellos. Justo no pasaba de ser un ‘Lenín de la tarifa de avalúos’. Se limitaba a explotar las reacciones fisiológicas originadas por la miseria, las rebeldías naturales contra un orden fatalmente injusto, donde la distribución de papeles aparecía manipulado por el ‘poder detrás del trono’. Así se los digitaba como los más obedientes y dóciles a la menor señal de los todopoderosos. Ese papel de marionetas se les asignó a los socialistas. Incluso el rol de aguafiestas, lo desempeñaban maravillosamente hasta recibir la segunda señal, que era la de ‘portarse bien’. Entonces les dejaba poco menos que al desnudo. A uno de ellos, que se ha caracterizado por el odio pampa a las reivindicaciones populares, cuando le expliqué paciente en mi despacho de la Secretaría de Trabajo, que ya Jean Jaures había señalado que la apertura de la noción de ‘utilidad pública’ al Código burgués, venía a limitar el derecho absoluto a la propiedad individual y constituía un paso hacia su conversión en un bien social. Ese maldiciente, reitero, no tuvo empacho en calificarme de demagogo, anarquista, marxista. Ese mismo sujeto, desde una tribuna pública en Lima, sentenció ante un auditorio afín, que estaba dispuesto a demostrar mi calidad de agente internacional del comunismo. Yo no tenía mayores inconvenientes en aceptar el dictado, a condición de que la otra parte aceptara también que nuestra prédica estaba calcada de la que se predicó en una antigüedad de 2.000 años» 

 

Perón, Juan D. en reunión con amigos del 19-01-1947, en Pavón Pereyra-Borlenghi- Cap. 13-Perón y los socialistas

 

 

HISTORIA DEL MOVIMIENTO OBRERO ANTES DEL PERONISMO

 

Por Fermín Chávez
Publicado en Cuadernos de Tercera Posición, Nº 9, publicación de Tercera Posición, quincenario del Movimiento Peronista

 

 

 

Fotografía publicada por Wikipedia

 

   El movimiento obrero organizado de la República Argentina, presenta mucho antes de culminar en una central única de los trabajadores, notables antecedentes de luchas, que se remontan a la segunda mitad del siglo XIX, con más precisión, a las décadas de 1850 y 70, época en que se inició un profundo cambio estructural en la sociedad argentina. Tiempo en que empieza la incorporación de nuestro país al circuito capitalista, de un nuevo poblamiento con mano de obra europea y de la llegada de notables figuras que en el Viejo Mundo habían adherido a la revolución social antiburguesa, en sus distintas vertientes.

   Socialistas y anarquistas, sobre todo, emigrados a la fuerza, arrojarían las simientes en los surcos que recién comenzaban a abrirse con el proyecto liberal de desarrollo de la Pampa Húmeda. Era una tierra virgen, ligada exclusivamente a la explotación pecuaria, pero ya preparada, porque las inquietudes sociales habían principiado a manifestarse (aunque en forma todavía no orgánica), más que nada en el periodismo y en la cátedra. Así, por ejemplo, en la provincia de Entre Ríos, a comienzo de 1870, había aparecido el periódico Obrero Nacional, redactado por el poeta Francisco F. Fernández, un ex-alumno del Colegio del Uruguay, sin duda influído por uno de sus profesores, Alejo Peyret, un francés del Bearne y ex-activista de la Comuna de París (1)

   Por esos mismos días, en Buenos Aires surgían algunos núcleos socialistas, los mismos que en 1872 enviarían a Raimundo Wilmart como delegado ante el Congreso General de la Internacional, realizado en La Haya. A mediados de 1877, también en la capital bonaerense, fue creada la Unión Tipográfica Bonaerense, primera manifestación gremial de los gráficos, ya que la vieja Sociedad Tipográfico Bonaerense, de 1857, tuvo solamente carácter mutualista.

   Los trabajadores gráficos organizados en aquella Unión fueron a la huelga en 1878 y la ganaron, no obstante que el diario El Nacional, de Vélez Sársfield y de Sarmiento condenara las huelgas «como instrumento de perturbación». (2)

   En 1868, a cuatro años de la Primera Internacional, había llegado al país un pionero del marxismo científico, el alemán Germán Avé-Lallemant, uno de los dirigentes perseguidos por Bismarck. Ya volveremos sobre esta figura sobresaliente que, por un tiempo, moró en San Luis. Lo cierto es que ya en la década de 1870, se dió en la Argentina la contienda entre marxistas y anarquistas bakuninistas, quienes publicaron varios periódicos. (3)

   En la siguiente década las dos corrientes recibieron el aporte de nuevos emigrados, algunos de ellos muy notables. En 1881 se formó una mutual de obreros panaderos; fue creada otra mutual, de obreros molineros, y se formó la Unión de Oficiales Albañiles, ya de carácter gremial. Y al año siguiente surgieron dos nuevos gremios, la Unión de Obreros Yeseros y la Unión Obrera de Sastres. También durante 1882 fue fundado el memorable Club Vorwarts por los socialistas alemanes, de muy importante trayectoria. En el resto de la década surgieron organizaciones sindicales de tapiceros, marmoleros, cocheros, panaderos, carpinteros, zapateros, maquinistas y fogoneros, y otros. En 1885 llegó al país alguien que había participado en la fundación de la Alianza Internacional Obrera  (o Internacional Negra), de 1881: Errico Malatesta. Pronto no más editó en Buenos Aires La Questione Sociales, y en 1887 redactó por encargo de Héctor Mattei el programa estatutario de la Sociedad Cosmopollita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos. Por ese mismo tiempo un llamado Círculo Socialista Internacional nucleaba a anarquistas italianos y franceses. Por otra parte, en junio de ese mismo año 87 comenzó a actuar La Fraternidad, Sociedad de Ayuda Mutua del Personal de Maquinistas y Fogoneros de Locomotoras.

 

El 1º de MAYO DE 1890

   La primera conmemoración del Día de los Trabajadores tuvo lugar en Buenos Aires el 1º Mayo de 1890, dos meses antes de la revolución de los Cívicos. La concentración se efectuó en el Prado Español y reunió más de 1.500 personas, pertenecientes a gremios, sociedades mutuas y centros republicanos de la Capital y del interior. El año 1891 fue memorable para los trabajadores argentinos: primero que todo, porque se constituyó la primera FEDERACION DE TRABAJADORES, y después, porque se publicó EL OBRERO, que se convirtió en «órgano de la Federación Obrera» bajo la dirección de Germán Avé-Lallemant. (4). En ese periódico apareció una histórica «Interpretación económica del 90». Además, la Federación presentó al Congreso de la Nación un pedido de legislación laboral, con normas sobre el trabajo insalubre y la creación de tribunales para atender las relaciones entre obreros y patrones. (5)

   En 1892, el sacerdote redentorista Federico Grote creó los Círculos Católicos de Obreros, de carácter mutualista y educativo, y que reflejaron la nueva actitud social de la Iglesia, por influencia de la Encíclica RERUM Novarum, de 1891. (6)

   En 1894 hubo varias huelgas: de panaderos, albañiles y otros. Y también se produjo la formación de la segunda Federación de Trabajadores. En la tarde del 14 de octubre del mismo año, las sociedades gremiales se concentraron en la plaza Rodríguez Peña, para solicitar las 8 horas de trabajo y apoyar un proyecto de ordenanza municipal a favor de dicha conquista. Unos 4.000 trabajadores marcharon por las calles Paraguay, Callao, Piedad, Larrea, Moreno y Entre Ríos hasta Brasil. (7) La convocatoria había sido hecha por los albañiles, mecánicos, marmoleros, hojalateros, gasistas, sastres. Talabarteros, madereros, mayorales, cocheros, horneros, tipógrafos, pintores y picapedreros. Al año siguiente, la ciudad de Buenos Aires tenía alrededor de 25 organizaciones de trabajadores.

   En junio de 1898 llegó al país Pietro Gori, jurista, sociólogo y escritor anarquista, que permanecería en la Argentina hasta principios de 1902. No solo dictó cátedra y fundó revistas, sino que también participó en varias huelgas, y en 1901 fue delegado de los ferroviarios ante el congreso del que surgió la FEDERACION OBRERA ARGENTINA (FOA). El 2 de marzo de marzo de dicho año se reunieron en Buenos Aires delegados obreros de 14 asociaciones para preparar la organización de un congreso que debatiría sobre «los intereses de los trabajadores y el modo de mejorarlos en el terreno exclusivamente económico y gremial». (8)

   El congreso se reunió entre el 25 de mayo y el 2 de junio de 1901, con la concurrencia de delegaciones de la Capital y del interior. De allí surgió la FEDERACION OBRERA ARGENTINA, de corta vida, ya que haría crisis al año siguiente. Según el periódico LA ORGANIZACIóN OBRERA, ello ocurrió por haberse dado un paso prematuro.

   Durante los días 19 y 20 de abril de 1902 se reunió en el salón Vorwarts el segundo Congreso de la FOA y allí se produjo la escisión. Se retiraron 19 organizaciones, con 1.780 asociados, y se quedaron 29 gremios, con 7.630 socios. El 18 de mayo se llevó a cabo una nueva reunión, ahora de las asociaciones disidentes, en la que se resolvió no aceptar las resoluciones del Congreso de abril, ni adherir a la FOA. Lo que ocurría fue calificado de «escisión benéfica» por el órgano anarquista La PROTESTA HUMANA. (9) La federación disidente se llamó UNION GENERAL DE TRABAJADORES (UGT), nucleando a los  marxistas socialistas, mientras que la FEDERACION OBRERA REGIONAL ARGENTINA (FORA) agrupó a los anarquistas.

 

  

 

Esa división ab ovo iba a impedir una auténtica unidad de la clase obrera argentina por varias décadas: y eso tenía mucho que ver con el origen ideológico no nacional de nuestro movimiento obrero. Como señala correctamente un autor: «Se discutía acercando ejemplos europeos y esgrimiendo argumentos teóricos de aquella procedencia bastante desconectaos de la realidad social de la Argentina. (10) A principios de siglo, sin embargo, una corriente cultural anarquista, encabezada por Alberto Ghiraldo, se aproximó cuanto pudo a nuestra realidad, empalmando sus ideas con los alegatos del «Martín Fierro» de José Hernández. (11) Por su parte, los socialistas iban a dividirse algunos años después, por causas parecidas, cuando de sus filas se separara la notable figura de Manuel Ugarte, es decir, una contrafigura de Juan B. Justo, el internacionalista y librecambista. (12)

   La primera Guerra Mundial resultó algo así como una piedra de toque para las ideologías que impregnaban las corrientes revolucionarias en la Argentina. En el socialismo predominó el pensamiento modelado por la inteligencia británica, esto es, aquel del llamado «proyecto del 80», colonial, y que ya había empezado a hacer agua. Se formó una élite política belicista y pro-inglesa, que atacó duramente a Hipólito Yrigoyen y a la política de neutralidad por los factores de poder económicos. En el socialismo no encontró aliados, sino una secta dispuesta a combatirlo. Por otra parte, el conflicto del sistema central comportó confusiones en el seno del movimiento obrero argentino y hasta llegó a generar provocaciones. En 1914, la CORA, cuyo núcleo principal era la UGT socialista, se incorporó a la FORA y consolidó una unión provisional. Pero dicha Federación no duró mucho, puesto que en 1915 volvió a manifestarse la antigua división de socialistas y anarquistas. Estos reconstruyeron la FORA de 194 o del Quinto Congreso, y aquéllos adoptaron la denominación de FORA Noveno Congreso.

   Este último nucleamiento se acercó a las autoridades nacionales, dentro de ese clima de tolerancia que vino a ser quebrantado por Semana Trágica, en enero de 1919, en que fueron a la huelga. (13)

558725430e8d8_img

  

Pero mientras la FORA anarquista se mantenía irreductible, «la FORA sindicalista negociaba con el gobierno». (14) Sebastián Marotta llegó a un acuerdo con el doctor Elpidio González, jefe de Policía. Hubo arduas negociaciones y la vuelta al trabajo, resuelta por la FORA Noveno Congreso no fue acatada, pues los obreros se plegaron a la tesis anarquista del paro por tiempo indeterminado. Después los trabajadores de Vasena se fueron reintegrando al trabajo.

   En marzo de 1922 se llevó a cabo otro Congreso fusionista (el cuarto), del cual nació la UNION SINDICAL ARGENTINA (USA), compuesta por la FORA Noveno Congreso y por gremios independientes. Pero la lucha entre los lineamientos ya tradicionales no terminó.

 

558725430eb67_img

 

Manifestación de la Unión Sindical Argentina

 

   Después de seis años, en que no hubo reunión alguna de conjunto, la FORA efectuó el Décimo Congreso entre el 11 y 16 de agosto de 1928, con asistencia de 93 representaciones de sindicatos. Uno de los temas tratados fue la campaña por la libertad de Simón Radowitzky, autor del atentado contra el coronel Ramón Falcón, y quién será indultado por Yrigoyen en vísperas de su derrocamiento.

Fue aquél el último congreso de la FORA.

 

558725430edd5_img1934

558725430f06c_img

 

Desocupados-Antonio Berni, 1934

 

NACE LA PRIMERA CGT

   En términos generales, los historiadores están de acuerdo en que el movimiento militar del 6 de septiembre de 1930 encontró mal parados, desgastados, a los trabajadores organizados: la FORA y la USA. Según estimaciones de Diego Abad de Santillán (Silesio Baudillo García), los agremiados a la FORA sumaban por entonces unos 100.000; los de la USA, 60.000 y una cifra no calculada en la COA socialista. (15) No hubo batalla alguna sindical contra el gobierno de facto: sin bases nacionales y desgastadas en luchas estériles, tales organizaciones carecían de fuerza política y de dirección adecuada. A fines de septiembre de 1930, por fusión de la USA con la COA, nació la primera CONFEDERACION GENERAL DEL TRABAJO, si bien se mostró sumamente tibia frente a Uriburu, tanto que se declaró «convencida de la obra de renovación administrativa del gobierno provisional y dispuesta a apoyarla». (16) La conclusión de Diego Abad de Sanatillán es categórica: «Los trabajadores organizados no cumplieron con su deber primario ante el golpe de Estado de 1930…” (17)

   Por lo menos, no se explicaba bien la posición de prescindencia adoptada, primeramente por la USA, La Fraternidad y la Unión Ferroviaria, y después por la flamante CGT. En Rosario, le aplicaron ilícitamente la ley marcial a Joaquín Penina, un catalán anarquista e inofensivo, pero ninguna voz gremial se alzó para señalarlo.

   Durante el gobierno del general ingeniero Agustín P. Justo, es decir, en la Década Infame, se registraron diversas huelgas de volumen, entre ellas las que protagonizaron los obreros del calzado, textiles, tranviarios, yeseros, estibadores, telefónicos, madereros y otros. En 1932 hubo una huelga general y al año siguiente, una serie de conflictos en defensa del salario, cuya reducción venía en aumento. Entre 1935 y 36 los paros de cerveceros, albañiles y colectiveros culminarían en una huelga general, que contó con el apoyo de la CGT. Mejor dicho, de un comité de Defensa y Solidaridad que respondía a 68 sindicatos de la central obrera y a núcleos independientes. «De este movimiento, especialmente trascendental den la historia del sindicalismo –dice Juan Carlos Bedoya- derivó la división de la CGT en dos ramas por la posición que sus tendencias adoptaron antes de desencadenarse el conflicto: la de Catamarca 577, que más tarde volvió a tomar el nombre de la antigua Unión Sindical Argentina de predominio socialista y la de Independencia 2880, a quién el coronel Juan Domingo Perón, secretario de Trabajo y Previsión, le acordó después personería legal y la constituyó en el sostén obrero de su posterior gobierno. De esta rama deriva la actual Confederación General del Trabajo». (18)

   En los últimos tramos de la década de 1930 gravitó sobre el movimiento obrero argentino la estrategia soviética del Frente Popular, que en 1938 obtuvo en Chile una victoria resonante, bajo la conducción del «camarada Montero», es decir Eudocio Ravines. Al mismo tiempo, los nacionalistas argentinos empezaron a conmemorar el Primero de Mayo con una marcha anual. (19)

   Un nuevo cambio se iba a producir en la estructura social de la Argentina, en el que se evidencia un hecho de mayor gravitación aún en la década siguiente: la migración hacia los centros urbanos de la mano de obra del interior del país. Paralelamente al crecimiento de la población obrera industrial se incrementa la organización y el número de afiliados a los sindicatos. Se llegó así a 1940 con un movimiento obrero organizado que tiene, aproximadamente, 450.000 afiliados, sobre un total de 900.000 trabajadores industriales.

   En marzo de 1943 se produjo el rompimiento final de la CGT en dos fracciones: la CGT Nº 1 y la CGT Nº 2. Quedó en la primera la mayor parte de las organizaciones, entre ellas, la Unión Ferroviaria y la Fraternidad, y otros nucleamientos que se resistían a ser alineados según el dilema «fascismo-democracia», impuesto por la estrategia del Soviet. Una de sus principales figuras era José Doménech, líder ferroviario. En la Nº 2 militaban los llamados «democráticos, predominantemente comunistas y socialistas (municipales, construcción, comercio, trabajadores del Estado). Y así el movimiento del 4 de junio los encontró en una profunda crisis, como bien lo señaló Pablo Ibarra. (20)

   Se visualizan dos etapas bien diferenciadas en las relaciones del nuevo gobierno con los trabajadores: una primera, que va de junio a octubre de 1943, y una segunda, a partir de la designación del coronel Perón en el Departamento Nacional del Trabajo.

   No hubo resistencia al nuevo gobierno por parte de los nucleamientos de las dos CGT. El 25 de junio, la CGT 1 dio una declaración favorable a las medidas oficiales contra el agio y la especulación en artículos de primera necesidad. Días antes, una delegación de la CGT, presidida por su secretario general Francisco Pérez Leirós, había visitado al ministro del Interior. Y la entrevista fue cordial, según La Vanguardia, órgano del socialismo.

   A principios de julio se hizo cargo del Departamento Nacional de Trabajo el coronel Carlos M. Gianni y semanas después el 21, fue clausurada la sede de la CGT 2. En agosto fueron intervenidas la Unión Ferroviaria y La Fraternidad, dos de las grandes de la CGT 1.

   También hubo confinamientos de dirigentes, entre ello, José Meter, líder del gremio de la carne. (21)

   Con la designación del coronel Perón el 27 de octubre de 1943, en reemplazo de Gianni, empieza otra historia, que avanzaría aceleradamente. Un mes después, apenas, fue creada la Secretaría de trabajo y Previsión Social, que inició una nueva era en la política social de la Argentina. El Estado asumía desde allí su «deber social», inspirándose en principios de «colaboración social», al decir del coronel. (22)

   Entre junio y noviembre ocurrieron hechos decisivos con respecto al futuro de una central única de trabajadores. Las organizaciones no intervenidas de la CGT 1 resolvieron, el 11 de septiembre, continuar funcionando y eligieron un consejo central confederal cuyos cargos principales fueron ocupados por Ramón Ceijas (secretario general). Alcides Montiel (secretario adjunto) y Alfredo Fidanza (secretario administrativo). Si bien los sindicatos ferroviarios intervenidos se habían alejado de la CGT, a fines de octubre, cuando se hace cargo de la intervención el coronel Domingo A. Mercante, fue revocada aquella decisión. «Así comenzó (lamenta Diego Abad de Santillán) un nuevo capítulo de la historia gremial argentina, cuya unidad, por la que se había venido combatiendo desde comienzos del siglo, fue al fin impuesta por el gobierno militar». (23) Diríamos que, más que por el gobierno militar por un realineamiento de dirigentes y organizaciones que, sobre la base de la CGT 1, apuraron el resurgimiento de la central obrera. Pero para que esto sucediera tuvo que transcurrir todo el año 1944, en que grandes sindicatos, como los de comercio  (liderados por el socialista Angel G. Borlenghi), serían ganados por la política puesta en marcha.

   La Junta de Unidad Sindical de la CGT produjo el 12 de julio de 1945 un hecho fundamental, demostrativo de lo que estaba ocurriendo con la clase trabajadores, cuando concentró en Diagonal Norte y Florida unos 350.000 trabajadores ( ), para repudiar a las «fuerzas vivas» que combatían la nueva política social. En ese acto hablaron Telmo B. Luna, presidente de la Unión Ferroviaria; Manuel E. Pichel, tesorero de la CGT, del gremio mercantil, y Angel G. Borlenghi ya mencionado. (24)

   Claro, se desataron algunas acusaciones, y el 5 de septiembre, La Fraternidad y la Unión Obrera Textil (comunista, a la sazón) y el Sindicato Obrero del Calzado se desafiliaron de la CGT. Pero la historia se había abierto otro rumbo. Apareció en escena un sector hasta entonces mero espectador, la clase obrera de origen provinciano, sin mayor ligazón con el movimiento sindical de Buenos Airs. Como bien observa un autor  antes citado: «Aunque quiera cerrarse los ojos, nadie puede ignorar que la invasión de ius sanguinis del interior (el cabecita negra sin ideología gremial), sobre el ius solis sindicalizado e ideológico del litoral, aportó, con aquellas masas antiguamente migratorias y explotadas, un nuevo sentido telúrico y tradicionalista al movimiento de la clase trabajadora, y en definitiva agregó con fuerza avasalladora un moderno sentido de integración nacional a la clase social a la que pertenecían». (25)

   El 21 de septiembre de 1945 fue elegido el nuevo Congreso Central Confederal y Silverio Pontieri, un ferroviario, resulto elegido secretario general de la CGT. Una nueva CGT, menos de un mes antes del 17 de octubre.

 

 

558725430f309_img

 

 

   A partir de allí  el movimiento obrero organizado se afianzará en torno a una central en expansión, según indican las cifras. De los 200.000 afiliados de la CGT 1, en 1943, se saltaría a 6.000.000 al comenzar la década siguiente, la de 1950. Convendría señalar, además, que el número de obreros industriales registró un notable incremento en menos de un lustro. Así, de 927.000 estimados en 1941 se pasó a 1.238.000 en 1945, el año que marcó la aparición de un nuevo gremialismo.

 

Bibliografía y Documentación de apoyo
(Ordenamiento original del autor)

 

 1-Peyret, Alexis (1826-1902) fue profesor de Historia en el Colegio durante el  rectorado de Alberto Larroque. Dejó la administración de la colonia San José por  adherir a la revolución jordanista entrerriana. Entre 1876 y 71 volvió a su  cátedra en Concepción del Uruguay. Después fue inspector de Colonias (1889- 94). En 1889 representó a la Argentina en el Congreso Internacional Obrero reunido en París.
 2-El Nacional, Buenos Aires, 14 de septiembre de 1878: «El socialismo usa las huelgas como instrumento de perturbación, pero el socialismo es una necesidad en América».
 3-Fueron publicaciones de corta vida: El socialista, 1877; La Luz, 1878; La voz del Obrero y El Descamisado, 1879, anarquista este último. 
 4-Germán Avé-Lallemant (1835-1910) dirigió El Obrero desde su aparición el 12 de diciembre de 1890. Tenía como lema: «Proletarios de todos los países, uníos». Dejó su dirección en 1891. Antes de venir a Buenos Aires fue secretario del comité de la Unión Cívica Popular que presidía Teófilo Saá, en San Luis.
 5-Pérez Amuchástegui, A.J., Ciudadanos conspicuos y hombres comunes, en «Crónica Histórica Argentina, Nº 64, Codex, Buenos Aires, 1969.
 6-Farrell, Gerardo T, Iglesia y pueblo en argentina, 1860-1974, Buenos Aires, 1976.
 7-Una crónica detallada de esta concentración, en La Prensa, Buenos Aires, 15 de octubre de 1894.
 8-Marotta, Sebastián, El movimiento sindical argentino, Buenos Aires 1960.
 9-La Protesta Humana, Buenos Aires, 10 de mayo de 1902.
10-Vedoya, Juan Carlos, Primero de Mayo. Ayer y Hoy. Evolución política de la clase obrera, en «Todo es historia», año VII, Nº 73, Buenos Aires, mayo de 1973.
11-Fue un movimiento cultural importante, aunque aparezca marginado por la cultura oficial del sistema. Chirlado dirigió El Sol (1899-1903) y El Obrero (1896). Fundó y dirigió Martín Fierro, cuyo primer editorial, de marzo de 1904, recoge los trabajos de Pablo Subiera sobre el poema hernandino. Después, a partir del 13 de mayo de 1909, continuó su tarea en la revista Ideas y Figuras.
12-Manuel Ugarte fue separado del Partido Socialista antes de la primera guerra mundial. Había ingresado en él en 1904. Durante la guerra dirigió La Patria (1914), neutralista. En 1946 adhirió al Movimiento Peronista.
13-Babini, Nicolás, La Semana Trágica, en «Todo es historia», año I, nº 5, Buenos aires, septiembre de 1967.
14-Quesada, Fernando, La Protesta, una longeva voz libertaria, en «Todo es historia», año VII, Nº 83, Buenos aires, abril de 1974.
15-Abad de Santillán, Diego, El movimiento obrero argentino ante el golpe de estado del 6 de septiembre de 1930, en «La crisis de 1930»,  Revista de Historia, Nº 3, Buenos aires, 1958.
16-Idem
17-Idem
18-Vedoya, Juan Carlos, op. Cit.
19-El 1º de mayo de 1938 la Alianza de la Juventud Nacionalista rompió el monopolio socialista en las manifestaciones conmemorativas del Día del Trabajo. 
20-Ibarra, Pablo (Real, Juan José). Una manifestación proletaria y popular transforma al peronismo de fenómeno militar en movimiento nacional, en «La Opinión«, Buenos Aires, 17 de octubre de 1971.
21-José Peter fue traído del Neuquén y negoció con el coronel Perón el levantamiento de la huelga de los frigoríficos a cambio de mejoras.
22-Discurso del 2 de diciembre de 1943.
23-Abad de Santillán, Diego, Historia Argentina, vol. 5, Buenos Aires, 1971.
24-El órgano CGT, de la central obrera, el 16 de julio de 1945, dio una crónica muy completa de dicho acto, con el título de «Proporciones gigantescas adquirió la concentración de la CGT«.

25)-Vedoya, Juan Carlos, op.cit.

 

 

 

Comments are closed.