Modelo argentino para el proyecto nacional

 

MODELO ARGENTINO PARA EL PROYECTO NACIONAL

 

 

 

55f046263bf45_img

Teniente General Juan Domingo Perón

Presidente de la Nación Argentina

 

 

 

55f046263c271_img

 

 

55f046263c4b9_img

  1º de mayo de 1974-Perón habla ante la Asamblea Legislativa

Fotos de www.villamanuelita.org

 

 

 

1º de mayo de 1974

Discurso del Presidente de la Nación Argentina Tte. Gral. Juan D. Perón ante la Asamblea Legislativa

“Antes de dar lectura al mensaje del Poder Ejecutivo, deseo presentar en nombre de éste, el más profundo agradecimiento a los señores Legisladores, que han hecho posible la aprobación de leyes que eran absolutamente indispensables. Y en esto quiero también rendir homenaje a los señores senadores y diputados de la oposición, que con una actitud altamente patriótica no han hecho una oposición sino una colaboración permanente que el Poder Ejecutivo aprecia en su más alto valor. En una ocasión solemne como ésta, ante un Congreso reunido en idéntica oportunidad a la de hoy, hace exactamente veinte años, dije al pueblo argentino dirigiéndome a sus representantes: “Nunca me he sentido otra cosa que un hombre demasiado humilde al servicio de una causa siempre demasiado grande para mí, y no hubiese aceptado nunca mi destino si no fuera porque siempre me decidió el apoyo cordial de nuestro pueblo”.

La conformación de nuestra doctrina, que pueden aceptar todos los argentinos, porque tiene caracteres de solución universal – y que incluso, puede ser aplicada como solución humana a la mayor parte de los problemas del mundo como tercera posición filosófica, social, económica y política – constituyó la primera etapa de lo que podría denominarse la “despersonalización” de los propósitos que la revolución había encarnado en mí; tal vez porque yo sentía desde mucho tiempo antes vibrar la revolución total del pueblo, y estaba decidido, tal como lo expresé a los trabajadores argentinos el 2 de diciembre de 1943, a “quemarme en una llama épica y sagrada para alumbrar el camino de la victoria”.

La doctrina fue adoptada primero por los trabajadores. “Yo los elegí para dejar en ellos la semilla”. “Lo acabo de expresar: ¡Ellos fueron mis hombres!”. “Elegí a los humildes; ya entonces había alcanzado a comprender que solamente los humildes podían salvar a los humildes”.

Recuerdo que, cuando me despedía de la Secretaría de Trabajo y Previsión el 10 de octubre de 1945, entregué a ellos todos mis ideales, diciéndoles más o menos, estas mismas palabras: “No se vence con violencia: se vence con inteligencia y organización”; “las conquistas alcanzadas serán inamovibles y seguirán su curso”; “necesitamos seguir estructurando nuestras organizaciones y hacerlas tan poderosas que en el futuro sean invencibles”; “el futuro será nuestro”.

Antiguas palabras éstas, pero conservan aún toda su vigencia. Regresan hoy a esta alta tribuna para señalar el curso de nuestro irreversible proceso revolucionario y de una vocación nacional de grandeza, que no se pueden torcer ni desvirtuar. Vivimos tiempos tumultuosos y excitantes. Lo que antes apareciera como simple hipótesis y, generalmente, como teoría negada o discutida, es hoy una realidad universal que está determinando el curso de la historia.

Las masas del Tercer Mundo se han puesto de pie y las naciones y pueblos hasta ahora postergados pasan a un primer plano. La hora de los localismos cede el lugar a la necesidad de continentalizarnos y de marchar hacia la unidad planetaria. Felizmente, este tiempo que nos toca vivir y dentro del que somos protagonistas inevitables, nos encuentra a los argentinos unidos como en las épocas más fecundas de nuestra historia.

Es un verdadero milagro el que podamos ahora dialogar y discrepar entre nosotros, pensar de diferente manera y estimar como válidas distintas soluciones, habiendo llegado a la conclusión de que por encima de los desencuentros, nos pertenece por igual la suerte de la Patria, en la que está contenida la suerte de cada uno de nosotros, en su presente porvenir.

Nuestra Argentina está pacificada, aunque todavía no vivimos totalmente en paz. Heredamos del pasado un vendaval de conflictos y de enfrentamientos. Hubo y hay todavía sangre entre nosotros; reconocemos esta herencia inmediata a que me he referido, y extraemos de ella la conclusión de su negatividad. Pero no podemos ignorar que el mundo padece de violencia, no como episodio sino como fenómeno que caracteriza a toda esta época. Que caracteriza, diría a toda época de cambio revolucionario y de reacomodamientos, en que un período de la historia concluye para abrir paso a otro.

Nosotros hemos encarado la Reconstrucción Nacional. Entre sus más importantes objetivos está el de reconstruir nuestra paz. Lo lograremos. No hay nada que no pueda alcanzarse con nuestras inmensas posibilidades y con este pueblo maravilloso al que con orgullo pertenecemos.

No ignoramos que la violencia nos llega también desde fuera de nuestras fronteras, por la vía de un calculado sabotaje a nuestra irrevocable decisión de liberarnos de todo asomo de colonialismo.

Agentes del desorden son los que pretenden impedir la consolidación de un orden impuesto por la revolución en paz que propugnamos y aceptamos la mayoría de los argentinos.

Agentes del caos son los que tratan, inútilmente, de fomentar la violencia como alternativa a nuestro irrevocable propósitos de alcanza en paz el desarrollo propio y la integración latinoamericana, únicas metas para evitar que el año 2000 nos encuentre sometidos a cualquier imperialismo. Superaremos también esta violencia, sea cual fuere su origen.

Superaremos la subversión. Aislaremos a los violentos y a los inadaptados. Los combatiremos con nuestras fuerzas y los derrotaremos dentro de la Constitución y la Ley. Ninguna victoria que no sea también política es válida en este frente. Y la lograremos. Tenemos no sólo una doctrina y una fe, sino una decisión que nada ni nadie hará que cambie. Tenemos, también, la razón y los medios de hacerla triunfar. Triunfaremos, pero no en el limitado campo de una victoria material contra la subversión y sus agentes, sino en el de la consolidación de los procesos fundamentales que nos conducen a la Liberación Nacional y Social del Pueblo Argentino, que sentimos como capítulo fundamental de la liberación nacional y social de los pueblos del continente.

Las fuerzas del orden -pero del orden nuevo, del orden revolucionario, del orden del cambio en profundidad- han de imponerse sobre las fuerzas del desorden entre las que se incluyen, por cierto las del viejo orden de la explotación de las naciones por el imperialismo, y la explotación de los hombres por el imperialismo, y la explotación de los hombres por quienes son sus hermanos y debieran comportarse como tales. Todo esto -y todos tenemos conciencia de ello- se encuentra en marcha. Cada día que pasa nos acerca a las metas señaladas.

Ha comenzado de este modo el tiempo en que para un argentino no hay nada mejor que otro argentino. Esto sólo es ya revolución de suficiente trascendencia como para agradecer a Dios que nos haya permitido vivir para disfrutarlo. Estamos terminando con la improvisación, porque no sólo el País lo exige, sino que el mundo no admite otra alternativa.

Se percibe ya con firmeza que la sociedad mundial se orienta hacia u Universalismo que, a pocas décadas del presente, nos puede conducir a formas integradas, tanto en el orden económico como en el político. La integración social del hombre en la tierra será un proceso paralelo, par lo cual es necesaria una firme y efectiva unión de todos los trabajadores del mundo, dada por el hecho de serlo y por lo que ellos representan en la vida de los pueblos.

La integración económica podrá realizarse cuando los imperialismos tomen debida conciencia de que han entrado en una nueva etapa de su accionar histórico, y que servirán mejor al mundo en su conjunto y a ellos mismos, en la medida en que contribuyan a concebir y accionar a la sociedad mundial como un sistema, cuyo único objetivo resida en lograr la realización del hombre en plenitud, dentro de esa sociedad mundial.

La integración política brindará el margen de seguridad necesario para el cumplimiento de las metas sociales, económicas, científico-tecnológicas y de medio ambiente, al servicio de la sociedad mundial.

El itinerario es inexorable y tenemos que prepararnos para recorrerlo. Y aunque ello parezca contradictorio, tal evento nos exige desarrollar desde ya un profundo nacionalismo cultural como única manera de fortificar el ser nacional, para preservarlo con individualidad propia en las etapas que se avecinan.

El mundo en su conjunto no podrá constituir un sistema, sin que a su vez estén integrados los países en procesos paralelos. Mientras se realice el proceso universalista, existen dos únicas alternativas para nuestros países: neocolonialismo o liberación.

La pertinacia en levantar fronteras ideológicas no hace sino demorar el proceso y aumentar el costo de construcción de la sociedad mundial. Para construir la sociedad mundial, la etapa del continentalismo configura una transición necesaria. Los países han de unirse progresivamente sobre la base de la vecindad geográfica y sin imperialismos locales y pequeños. Esta es la concepción de la Argentina para Latinoamérica: justa, abierta, generosa, y sobre todas las cosas, sincera.

A niveles nacionales, nadie puede realizarse en un país que no se realiza. De la misma manera, a nivel continental, ningún país podrá realizarse en un continente que no se realice.

Queremos trabajar juntos para edificar Latinoamérica dentro del concepto de comunidad organizada. Su triunfo será el nuestro. Hemos de contribuir al proceso con toda la visión, la perseverancia y el tesón que hagan falta. Sólo queremos caminar al ritmo del más rápido. Y teniendo en cuenta que no todos han de pensar de la misma manera, respetuosos de sus decisiones, habremos de unirnos resueltamente con quienes quieran seguir nuestro propio ritmo. Latinoamérica es de los latinoamericanos. Tenemos una historia tras de nosotros. La historia del futuro no nos perdonaría el haber dejado de ser fieles a ella. Paralelamente, nos uniremos a la acción d los países del Tercer Mundo, con los cuales ya estamos unidos en la idea.

Nuestra tarea común es la liberación. Liberación tiene muchos significados:

  • En lo Político, configurar una nación sustancial, con capacidad suficiente de decisión nacional, y no una nación en apariencia que conserva los atributos formales del poder, pero no su esencia
  • En lo Económico, hemos de producir básicamente según las necesidades del pueblo y de la Nación, y teniendo también en cuenta las necesidades de nuestros hermanos de Latinoamérica y del mundo en su conjunto. Y, a partir de un sistema económico que hoy produce según el beneficio, hemos de armonizar ambos elementos para preservar recursos, lograr una real justicia distributiva, y mantener siempre viva la llama de la creatividad.
  • En lo Socio-Cultural, queremos una comunidad que tome lo mejor del mundo del espíritu, del mundo de las ideas y del mundo de los sentidos, y que agregue a ello todo lo que nos es propio, autóctono, para desarrollar un profundo nacionalismo cultural, como antes expresé. Tal será la única forma de preservar nuestra identidad y nuestra auto-identificación. Argentina, como cultura, tiene una sola manera de identificarse: Argentina. Y para la fase continentalista en la que vivimos y universalista hacia la cual vamos, abierta nuestra cultura a la comunicación con todas las culturas del mundo, tenemos que recordar siempre que Argentina es el hogar.
  • En lo Científico-Tecnológico, se reconoce el núcleo del problema de la liberación. Sin base científico-tecnológica propia y suficiente, la liberación se hace también imposible. La liberación del mundo en desarrollo exige que este conocimiento sea libremente internacionalizado sin ningún costo para él. Hemos de luchar por conseguirlo; y tenemos para esta lucha que recordar las esencias: todo conocimiento viene de Dios.
  • La lucha por la liberación es, en gran medida, lucha también por los Recursos y la Preservación Ecológica, y en ella estamos empeñados. Los pueblos del Tercer Mundo albergan las grandes reservas de materias primas, particularmente las agotables. Pasó la época en que podían tomarse riquezas por la fuerza, con el argumento de la lucha política entre países o entre ideologías. Tenemos que trabajar para hacer también del Tercer Mundo una comunidad organizada. Esta es la hora de los pueblos y concebimos que, en ella, debe concretarse la unión de la humanidad.

Finalmente, la liberación exige una correcta Base Institucional, tanto a nivel mundial como en los países individualmente. La organización institucional tendrá que ser establecida una vez clarificado: qué se quiere, cómo se ha de lograrse lo que se quiere, y quién ha de ser responsable por cada cosa.

Venimos haciendo en el País una revolución en paz para organizar a la comunidad y ubicarla en óptimas condiciones a fin de afrontar el futuro. Revolución en paz significa para nosotros desarmar no sólo las manos sino los espíritus, y sustituir la agresión por la idea, como instrumento de lucha política. Hemos sido consecuentes con este principio. Así reunimos a los máximos líderes de los Partidos Políticos que no integran el Frente Justicialista de Liberación, en diálogo abierto y espontáneo con los Ministros del Poder Ejecutivo Nacional, y seguiremos haciéndolo en adelante.

La Juventud Argentina, llamada a tener un papel activo en la conducción concreta del futuro, ha sido invitada a organizarse. Estamos ayudándola a hacerlo sobre la base de la discusión de ideas, y comenzando por pedir a cada grupo juvenil que se defina y que identifique cuáles son los objetivos que concibe para el País en su conjunto. Este es el inicio. El fin es la unión de la juventud argentina sin distinciones partidarias; y el camino es el respeto mutuo y la lucha, ardorosa sí, pero por la idea.

Los Trabajadores, columna vertebral del proceso, están organizándose para que su participación trascienda largamente de la discusión de salarios y condiciones de trabajo. El país necesita que los trabajadores, como grupo social, definan cuál es la sociedad a la cual aspiran de la misma manera que los demás grupos políticos y sociales. Ello exige capacitación intensa y requiere también que la idea constituya la materia prima que supere a todos los demás instrumentos de lucha.

Los Empresarios se han organizado sobre las bases que han hecho posible su participación en el diálogo y el compromiso. De aquí en más, el Gobierno ha de definir políticamente, actividad por actividad, y comprometer al empresario en una tarea conjunta, para que su capacidad creativa se integre al máximo el interés del País.

Para identificar el papel de los Intelectuales, hay que comenzar por recordar que el País necesita un modelo de referencia que contenga, por lo menos, los atributos de la sociedad a la cual aspira, los medios de alcanzarlos, y una distribución social de responsabilidades para hacerlo. Este proceso de elaboración nacional tendrá que lograrse convergiendo tres bases al mismo tiempo: lo que los intelectuales formulen, lo que el País quiera y lo que resulte posible realizar. A ellos toca organizarse para hacerlo. El intelectual argentino debe participar en el proceso, cualquiera sea el país en que se encuentre.

Las Fuerzas Armadas están trabajando en el concepto de guerra total y, en consecuencia, de defensa total. La verdadera tarea nacional es la de la liberación, y nuestras Fuerzas Armadas la han asumido en plenitud. La defensa se hace así contra el neocolonialismo y, el compromiso de las Fuerzas es con el desarrollo social integrado del País en su conjunto, realizado con sentido nacional, social y cristiano.

Hay una cabal coincidencia entre la concepción de la Iglesia, nuestra visión del mundo y nuestro planteo de justicia social, por cuanto nos basamos en una misma ética, en una misma moral, e igual prédica por la paz y el amor entre los hombres.

En cuanto a la Mujer, estamos profundamente satisfechos, como mandatarios y como hombres, de su evolución en nuestra sociedad. Más de veinticinco años pasaron desde que la asignación del derecho de voto femenino terminó con su subordinación política. Nuestras mujeres mostraron desde entonces que pueden trabajar, elegir y luchar como los varones y preservar, al mismo tiempo, los atributos de femineidad y de esposas y madres ejemplares con que impregnan de afecto nuestra vida.

Estas concepciones, que vienen fortificando nuestra acción presente y que constituyen nuestro programa grande para el futuro, configuran el contenido básico del Modelo Argentino que en breve ofreceremos a la consideración del País.

Nuestra Argentina necesita un Proyecto Nacional, perteneciente al país en su totalidad. Estoy persuadido de que, si nos pusiéramos todos a realizar este trabajo y si entonces comparáramos nuestro pensamiento, obtendríamos un gran espacio de coincidencia nacional. Otros países que han elaborado un estilo nacional tuvieron uno de dos elementos en su ayuda: o siglos para pensarse a sí mismos, o el catalizador de la agresión externa.

Nosotros no tenemos ni una ni otra cosa. Por ello, la incitación para redactar nuestro propio Modelo tiene que venir simplemente de nuestra toma de conciencia. Como Presidente de los argentinos propondré un Modelo a la consideración del país, humilde trabajo, fruto de tres décadas de experiencia en el pensamiento y en la acción. Si de allí surgen propuestas que motiven coincidencia, su misión estará más que cumplida.

El Modelo Argentino precisa la naturaleza de la democracia a la cual aspiramos, concibiendo a nuestra Argentina como una democracia plena de justicia social. Y en consecuencia, concibe al Gobierno con la forma representativa, republicana, federal y social. Social por su forma de ser, por sus objetivos y por su estilo de funcionamiento.

Definida así la naturaleza de la democracia a la cual se aspira, hay un solo camino para alcanzarla: gobernar con Planificación.

Habremos también de proponer al País una reforma de la Constitución Nacional. Para ello estamos ya trabajando desde dos vertientes: por un lado, recogiendo las opiniones del País; y por el otro, identificando las solicitaciones del Modelo Argentino.

Quiero finalmente referirme a la Participación dentro de nuestra democracia plena de justicia social.

EL ciudadano como tal se expresa a través de los partidos políticos, cuyo eficiente funcionamiento ha dado a este recinto su capacidad de elaborar historia.

Pero también el hombre se expresa a través de su condición de trabajador, intelectual, empresario, militar, sacerdote, etc.

Como tal, tiene que participar en otro tipo de recinto: el Consejo para el Proyecto Nacional que habremos de crear enfocando su tarea sólo hacia esa gran obra en la que todo el País tiene que empeñarse.

Ningún partícipe de este Consejo ha de ser un emisario que vaya a exponer la posición del Poder Ejecutivo o de cualquier otra autoridad que no sea el grupo social al que represente.

Queremos, además, concretar nuestro pensamiento acerca de la forma de configurar las concepciones de cada grupo social y también de cada grupo político.

Concebimos que los criterios formalizados en bases, plataformas u otros cuerpos escritos que expresen el pensamiento de partidos políticos y grupos sociales, no pueden ser otra cosa que su versión del Proyecto Nacional.

Esclarezcamos nuestras discrepancias, y, para hacerlo, no transportemos al diálogo social institucionalizado nuestras propias confusiones.

Limpiemos por dentro nuestras ideas, primero, para construir el diálogo social después.

Estas son, señores Legisladores, las principales reflexiones que, como Presidente de todos los Argentino me he sentido en el deber de traer hoy a vuestra alta consideración.

Tal vez éste sea uno de los mayores aportes que pueda hacer a mi patria.

Solo con su entrega, me siento reconfortado y agradecido de haber nacido en esta tierra argentina.”

Tte. General Juan Domingo Perón

Presidente de la Nación Argentina

 

Introducción a la cuarta edición del año 1983, El Cid Editor-Fundación para la Democracia Argentina por Fermín Chávez.

 

En un ensayo ya clásico para todo lector de lengua castellana, José Ortega y Gasset dejó sentada esta verdad política a menudo olvidada: “la realidad histórica efectiva es la nación y no el Estado”. Complementada y aclarada por otra; que dice que el Estado “es tan solo un instrumento de para la vida nacional”.

Lo apuntado resulta premisa válida en todo esclarecimiento acerca de una noción de nuestro tiempo, con justa fortuna, cual es la de Proyecto Nacional, que ha sido definido por los entendidos como un “esquema concreto y coherente de objetivos, instrumentos y distribución de responsabilidades, conocido, aprehendido, consentido y aceptado por la colectividad y por su mayoría efectiva y políticamente significativa y perdurable, las cuales se sienten entonces identificadas con él”. Y el mismo autor dijo bien al acotar que “muchos gobiernos han tenido su proyecto en Argentina, pero han sido proyectos de gobierno; no de país”.

Precisamente este Modelo Argentino que Juan Perón preparó personalmente y anunció públicamente el 1º de Mayo de 1974, a dos meses de su muerte física, reúne las notas de un Modelo Nacional elaborado para ser realizado por el país. Resulta casi obvio destacar que fue preparado por un político de genio, esto es, que estamos ante un producto resultante del intelecto teórico y de una praxis política con larga experimentación.

Claro está: no cualquiera es un político con “una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una nación” para no alejarnos del ya citado Ortega, porque sencillamente “el Estado no es mas que una máquina situada dentro de la Nación para servir a ésta”. Y en este sentido un Modelo Nacional está a mitad de camino entre la República real y la República constitucional, que es meta y no punto de partida, como siempre quiso la Ilustración, desde Rivadavia a nuestros días.

Cuando Perón dice que “nuestra Patria necesita imperiosamente una ideología creativa que marque con claridad el rumbo a seguir”, se coloca en un punto determinado de nuestra historia, cual es el que marca el agotamiento del Modelo Argentino anterior, y si elabora su Proyecto en 1974 y no en 1945 es porque su autor no es un mero intelectual racionalista, sino un político nato, al que se le fueron agregando dosis de intelectualidad y ondas de información que lo habilitaron para consumar esta obra, después de trajinar durante mas de treinta años de vida argentina y mundial.

Una lectura atenta de este trabajo que Perón define como “una propuesta de lineamientos generales, antes que de soluciones definitivas”, va revelando todo lo que su pasado recoge, revisa y afila nuestro líder. Resulta relativamente fácil rastrear hacia atrás los numerosos fragmentos ideológicos y la doctrina básica que alimenta estos textos de 1974. Primero que todo, aquella clase magistral del 10 de Junio de 1945 que alguno ha calificado de acta fundacional del peronismo. No hay razón para olvidar esa doctrina y ese análisis de la Argentina del Proyecto “del 80” que el entonces coronel Perón expuso en La Plata, en esa hora de afirmación autoconsciente.

Aquella clase magistral fue pronunciada en un momento de dura ofensiva imperial contra la Argentina, y su contenido fue considerado unánimemente por la prensa colonial – local e internacional- como un desafío, la respuesta dada por un atrevido coronel de la periferia. Y era en verdad un desafío, anunciador del Movimiento Nacional en ciernes. Digamos que la idea del Movimiento Nacional no se explica en Juan Perón sin esa idea militar de “la Nación en armas” que él expuso en el aula platense, para escándalo del liberalismo tradicional y del “profesionalismo militar”.¡Cómo no iba a desatar las iras de las potencias coloniales y de los enemigos internos de la Nación!

“Un país en lucha – dijo esa vez el coronel- puede presentarse como un arco con su correspondiente flecha, tendido al límite máximo que permite la resistencia de su cuerda y la elasticidad de su madera y apuntando hacia un solo objetivo: ganar la guerra. Sus fuerzas armadas están representadas por la piedra o el metal que constituye la punta de la flecha, pero el resto de ésta, la cuerda y el arco, son la expresión de su energía y poderío”. De allí la otra idea básica, la de “unión nacional”, reiterada por Perón en los documentos fundacionales del Movimiento Nacional Peronista, concebido como respuesta ideológica al reacondicionamiento colonial que caracterizó a la Década Infame.

Descubrir en las doctrinas y en el pensamiento del sistema central de poder los elementos culturales útiles para crear autoconciencia en la periferia, y romper la “colonización pedagógica”, es tarea prioritaria en nuestra política nacional. Es lo que hizo el coronel Perón, abrevando en Colmar Barón von der Goltz, encontró en la doctrina de “la nación en armas” un pensamiento que sobrepasaba lo castrense y se convertía en doctrina política y social no iluminista. Lo político, como noción recortada por el liberalismo, recuperaba su sentido clásico, aristotélico por la vía de un teórico de la guerra. Y la economía recobraba su subordinación a lo social y al bien común.

Alguien pudiera pensar que solo Juan Perón conoció la obra del Barón von der Goltz, en la Argentina de su tiempo. Nada mas lejos de la verdad. Muchos otros oficiales de la Escuela de Guerra entre 1925 y 1930 fueron adoctrinados en La Nación en Armas. El mayor Lautaro Montenegro, por ejemplo, instructor de la famosa Legión Cívica Argentina, publicó en 1931 un opúsculo con la “doctrina básica” de dicha asociación en el que se hablaba de la “moderna noción de la defensa nacional” y se dice que la guerra mas que función de los ejércitos es una función de pueblos. Solo que la conclusión era distinta, porque Montenegro lo explicaba con el fin de que los civiles se adiestrasen en el manejo de las armas y enrolasen en la legión.

Ya seguramente, el general Manuel Rodríguez, muy conocido por “el hombre del deber”, tampoco desconoció la doctrina del teórico germano. Solo que a este colaborador del presidente Justo su lectura no le sirvió para descubrir los verdaderos intereses de la nación, sino para escribir frases tan pomposas como ésta: “Desgraciado el país en el que los militares puedan expresar sus ideas políticas”. Engañosas y anacrónicas en plena Década Infame.

“En nuestra lucha por la independencia y en las guerras exteriores que hemos sostenido, sin asumir el carácter de nación en armas que hemos definido, podemos observar grietas lamentables en el frente interno, que nos obligan a ser precavidos y previsores”, expresaba en cambio Perón en su discurso platense, para añadir un poco mas adelante: “La defensa nacional es así un argumento mas, que debe incitarnos para asegurar la felicidad de nuestro pueblo”.

Esto después de afirmar que “una gran obra social debe ser realizada en el país”.

No vamos a rastrear, en esta nota preliminar, los avances progresivos del futuro creador del Justicialismo, de orden intelectual, ni todas sus elaboraciones hasta llegar al Modelo Argentino.

Pero si debo señalar que este último se ha venido engendrando en momentos de confrontación entre la teoría y la praxis, reflejadas especialmente en La Comunidad Organizada, de 1949; las clases dictadas en la Escuela Superior Peronista, de conducción política y filosofía peronista; La Hora de los Pueblos, de 1969, y el Mensaje a los Pueblos y Gobiernos del Mundo, de 1972, en que consagró el derecho a la supervivencia.

Agotado el proyecto colonial del 80, definitivamente tras los años que van de 1932-42, la Argentina carecía de un Proyecto Nacional que reflejara las necesidades y posibilidades argentinas, ponderadas en perspectiva histórica, conforme a los avances logrados en lo social en auto-conciencia nacional.

Seis años antes de comenzar esta década del 80, período en que se definen los modelos nacionales y sociedades que se corresponderán al año 2000, Perón pudo dar término a su “propuesta de lineamientos generales”, como él la quiso llamar, respirando un aire de consejo, a la manera de Martín Fierro frente a sus hijos, en el canto final del Poema.

Me apresuro a llamar la atención del lector sobre un concepto primordial que Perón incluye, de entrada, en la “Fundamentación” del Modelo: “debemos tener en cuenta –dice- que la conformación ideológica de un país proviene de la adopción de una ideología foránea o de su propia creación. Con respecto a la importación de ideologías –directamente o adecuándolas- se alimenta un vicio de origen y es insuficiente para satisfacer las necesidades espirituales de nuestro pueblo y del país como unidad jurídicamente constituida”. Y poco después añade: “Los argentinos tenemos una larga experiencia en esto de importar ideologías, ya sea en forma total o parcial”.

Como se trata de fundamentar el Modelo Nacional, es decir, un Modelo No Colonial, la premisa fue colocada por su autor con todo rigor epistemológico. Quienes trajinan en la historia del pensamiento argentino y de su función política saben que el Proyecto 1860-80 se nutrió de una ideología importada y que ella tuvo nombre y apellido. El pensamiento colonialista se infiltró a través de la ideología iluminista, que tuvo un primer instrumento pedagógico en la Universidad de Buenos Aires, creada durante el ministerio de Bernardino Rivadavia.

Recuérdese que la teoría económica imperial fue la que deformó a nuestros primeros universitarios de la década del 20, desde la cátedra que dictó el doctor José Pedro Agrelo, quien usaba como texto una versión castellana de Elements of political Economy, obra del filósofo utilitario James Mill, padre de John Stuart Mill. Y en cuanto a la cátedra de filosofía, fue dictada por los profesores de Ideología, Juan Manuel Fernández de Agüero y Diego Alcorta.

La filosofía de la ilustración se convirtió, después de Caseros, en la ideología oficial, que sería realimentada por el llamado Proyecto del 80, desplegado por la inteligencia británica en nuestro país, conforme con una rigurosa división internacional del trabajo. Así, entre 1860 y 1880, el modelo importado consolidó el desarrollo de la Pampa Húmeda, en desmedro de la Patria Grande, eclipsada definitivamente con la reforma constitucional de 1860 y con la derrota confederal en Pavón, en 1861.

El Modelo Argentino No Colonial, a diferencia de los propuestos históricamente por la ideología de la Ilustración, surge por un movimiento de abajo hacia arriba: “La creación ha nacido del pueblo…..Es por eso que este Modelo no es una construcción intelectual surgida de las minorías, sino una sistematización orgánica de ideas básicas desarrolladas a lo largo de treinta años”.

Este Modelo Argentino Justicialista no puede ser estructurado sino a la luz de un nuevo concepto de cultura, distante de aquel que el imperialismo impuso en el pasado y que aún alienta. Perón lo había definido en sus clases de filosofía de 1954 en la Escuela Superior Peronista, diciendo: “En las conceptualizaciones liberales de la cultura contemporánea se ha pretendido hacer una escisión entre la llamada cultura de masas y la cultura de elites. Es una pretensión que no tiende sino a quitarle personalidad al Pueblo, encuadrándolo dentro de las normas y costumbres inferiores, que anulan su auténtica vida, de modo que se obedezca solo a las directivas interesadas de una clase dirigente”.

Ningún pensamiento orientado a fundamentar un modelo de desarrollo para la Argentina y para América Latina puede prescindir de una primera realidad: nuestra dependencia.

En cualquiera de sus matices: en función de dominación o en función de imperialismo, la noción de dependencia figura en todo modelo no colonial de la periferia. Un país es dominado cuando su economía esta sujeta a reglas de juego que lo coloquen en situación de desigualdad con relación a los países o poderes dominantes, de los que recibe presiones que no pueden ser contestadas por contrapresiones de sentido opuesto e igual intensidad. Este es un orden puramente material. Pero también (y esto es esencial) somos dependientes en sentido cultural, diríamos como una necesidad (de los poderes centrales) anterior al dominio material. Más de uno habrá advertido que hemos entrado a esa esfera que otro de nuestros más lúcidos y eficientes pensadores llamó “colonización pedagógica”.

En su Modelo Argentino, Juan Perón sostiene tajantemente: “Optar por un Modelo Argentino equidistante de las viejas ideologías es, consecuentemente, decidirse por la liberación. Por mas coherencia que exhiba un modelo, no será argentino si no se inserta en el camino de la liberación”. Esto vale tangencialmente para una diferenciación con respecto a otros modelos ya elaborados, que se resienten por proceder originariamente de las necesidades del sistema central.

En los últimos años ha sido aceptada hasta por viejos funcionarios del sistema capitalista una dialéctica: la de Centro-Periferia. Como es notorio, en el segundo término de esa dialéctica se encuentran los países llamados del Tercer Mundo, donde –siempre en el orden puramente económico- el excedente de los bienes es captado por el sistema central. Con mas exactitud, por la burguesía de los países desarrollados, con su modelo de consumo, al que aparecen asociados los grupos dominantes de las naciones subdesarrolladas.

Esta relación es inseparable de la propuesta, y a veces imposición, de un determinado Modelo de Desarrollo, que en el marco latinoamericano es el modelo de la sociedad de consumo, que se nos induce a imitar. Perón señala, marca el incremento artificial de “un consumo voraz de productos inútiles”. Y ese sistema “es incompatible con la forma nacional y social a la que aspiramos, en la que el hombre no puede ser utilizado como un instrumento de apetitos ajenos sino como punto de partida de toda actividad creadora”. Ese consumo artificialmente estimulado desestima las potencias creadoras, en desmedro del arte y de la ciencia, dice el líder argentino, al tiempo que se coloca en una problemática de vanguardia como es la de los “límites del desarrollo”.

Por lo demás, en los últimos años, economistas nada afines con el peronismo como Raúl Prebisch, se han referido a la vieja ilusión según la cual la extensión del capitalismo central a los países significaba, por propia virtud, llevar los beneficios del desarrollo a estos últimos. Esta ilusión se acabó hace tiempo, aún para esos tecnócratas de los organismos internacionales.

En el mejor de los casos, quienes “se desarrollan” son los estratos superiores de nuestras sociedades, con alguna participación en los beneficios de los estratos medios, pero ninguna de los trabajadores. Es que el modelo de la sociedad de consumo propuesto por el sistema central ha fracasado y fracasará siempre en la periferia. El mismo Prebisch exhibe la razón: el problema de las sociedades del Tercer Mundo, especialmente, es el de la participación; y éste no es un concepto económico, sino espiritual, social, político. Otro debe ser el posible modelo de desarrollo de nuestras comunidades, no éste, imitativo y limitativo, con sus imperativos antipopulares.

En su Modelo Nacional el teniente general Perón atiende primordialmente al hombre argentino, agredido por modelos economicistas de desarrollo y por nuevos factores de dependencia, entre ellas las corporaciones transnacionales, gigantescos eslabones de poder sin patria, sin nacionalidad, dueños de la potencia tecnológica.

Perón era un espíritu integrador, un integrador por excelencia. Y así se muestra también en este documento cuando expresa que “la progresiva transformación de nuestra Patria para lograr la liberación debe, paralelamente, preparar al país para participar de dos procesos que ya se perfilan con un vigor incontenible: la integración continental y la integración universalista”.

Días después del 12 de Octubre de 1973 publicamos unas páginas sobre el significado final del regreso del líder argentino al gobierno, bajo el título de “Perón, única síntesis posible de lo nacional”, en el que tratamos de condensar tan rica y compleja personalidad, como representación de todos los argentinos y no mero líder de un partido. También ahora cabe un párrafo sobre ese “resumen válido de la argentinidad contemporánea”, como lo definió Jesús Suevos.

Fue a orillas de la ideología, en 1945, con muchos Sanchos y muy pocos Quijotes (y casi ningún Sansón Carrasco) que Juan Perón puso en marcha la estrategia nacional posible en esa coyuntura. Organizo a medias un “partido político” para dar la cuantitativa batalla electoral, al margen de lo cualitativo. Echó las bases de una doctrina nacional, con sustanciales ingredientes de pueblo. Y puso en marcha, haciendo de tripas corazón –en un país mucho más heterogéneo que en el de 1974- lo que desde entonces llamamos el Movimiento Nacional.

Pero al peronismo le costó, desde la cuna, entrar por el brete del “partido”. Los amantes de la historia política argentina saben cuantos sudores y dolores de cabeza pasó el coronel antes de lograr la unidad de sus huestes partidarias. Y saben también como se desarrollo la vida del partido a lo largo de treinta años. Es que en la medida en que el peronismo es síntesis posible de lo nacional, su ser histórico se identifica con el Movimiento.

En un texto de fines de 1971 leemos lo que tantas veces Perón reiteró y machacó: “La fuerza del peronismo radica en gran parte en su condición de Movimiento Nacional y no de partido político. Lo moderno y que obedece a las nuevas formas impuestas por la evolución y las modernas necesidades, es una ideología, transformada en doctrina, que luego se rodea de una mística con que el hombre suele rodear todo lo que ama. Ese es el único “caudillo” que resiste la acción destructora del tiempo en las evolucionadas comunidades modernas”.

Aquí, y en el Modelo de 1974 es bien clara la propuesta de integración regional y continental, que nos desocuparán, al fin, del modelo insular de la Pampa Húmeda, ya transitado por el viejo país de los argentinos.

Fermín Chávez


MODELO ARGENTINO PARA EL
PROYECTO NACIONAL TEXTO COMPLETO

Peron Nación

 

CLIC ACÁ

http://www.bcnbib.gob.ar/uploads/Peron.-Modelo-argentino-para-el-proyecto-nacional.pdf

Comments are closed.