Ramón Landajo

 

VIDA Y MILITANCIA

 

a Ramón Landajo

 

Breve historia de un amigo de Perón

Ejemplar militante hasta el final

 

por Roberto Maffeis

 

«Perón no necesita el monumento de los falsarios, de los hipócritas, de los simuladores. En cada corazón de todo buen argentino y peronista, está ese altar que se construyó con amor y lealtad. Es lo que vale». 

 



landajo

 

 

 

 


 

 

 

 

Ramón Landajo durante una de las últimas emisiones en vivo de su programa “Campovisión” en la Estación AM. 820 de Lomas de Zamora junto al autor de esta página, a quien había adoptado como columnista en Historia del Peronismo. Su enfermedad le impidió seguir concurriendo a estos estudios. No obstante continuó transmitiendo muy pocos programas más desde su propia casa. No hubo más tiempo. Se apagaba una vida dedicada a la militancia en la causa peronista. Lo hizo hasta el último día de su vida. Hay que tener muchas, pero muchísimas fuerzas y convicciones.

Nuestro homenaje.

 

 

Desde la adolescencia

 

Desde esta etapa de la vida registra su compromiso con la vida y con su comunidad. Es que conoce al Coronel Perón y en un reconocimiento mutuo, comienza una relación que seguirá hasta el fin de sus días.

Nada es casual ¿Por qué Perón adoptaría aquel adolescente y compartiría charlas, pensamientos y tareas? Seguramente porque se dio cuenta de que dos destinos se cruzaban. Lo mismo le pasó a Ramón y tal vez vio a un padre detrás de aquel uniforme.

 

Después del episodio de la proclama revolucionario y ya con 18 años pasó a trabajar directamente vinculado con el general.

Según su propio decir y autodefinición pasó a ser el “alcahuete de Perón”. Pero nos parece un tanto injusto el término que se autoasigna aunque lo asuma como una condecoración. Su militancia junto al General tuvo dimensiones épicas y solo su humildad le impidió reconocerla.

Las operaciones de inteligencias políticas, militares, económicas y de todo orden suelen tener los caminos más diversos e insospechados. No hay una regla y nada está escrito en cuanto a las formas que las mismas habrán de adoptar. Ramón Landajo fue, seguramente, uno de esos operadores de inteligencia desencuadrados de los esquemas de los servicios tradicionales, de enorme relevancia en distintos períodos de la vida del general Perón. No fue el único por cierto y sí absolutamente leal a su jefe.

 

 

Observador de la calle, de ese sentir tan simple y básico que tanto tienen en cuenta los grandes conductores, como así también lo ignoran y le temen los que se aíslan y respondiendo a un mecanismo de defensa o de perversidad niegan la realidad. El fue una de las tantas correas de transmisión entre Perón y el pueblo. Por eso era una especie de “indeseable” para algunos componentes del gabinete nacional de ministros, porque llevaba esa voz popular.

 

-Afiliado al radicalismo por expresa directiva de su jefe…, para hacer inteligencia desde adentro del riñón de la oposición.

 

 

En México:

 

     –“Un día, por el año 1952 me preguntó (Perón): Landajo, su mamá es mexicana, ¿no? Bueno, usted se va para México. Ese era uno de los gobiernos que integraban la conspiración internacional, incentivada por capitales norteamericanos, británicos y de otras partes de Europa, que terminó por derrocar a Perón.

 

     -¿Y que hizo allá?

     –Mi trabajo fue hacerme pasar por gorila para desenmascarar a los antiperonistas. El ex presidente mexicano Miguel Alemán Valdés, amigo del General, me puso en el departamento de publicidad del diario Novedades, que era de su propiedad. Después de un tiempo de estadía empecé a tener mucha confianza con el embajador argentino Lucas de Olmos, que era conservador. El creía, gracias a mi camuflaje antiperonista, que yo era igual que él y me abrió las puertas de la embajada. Ahí conocí al Che Guevara, que, como muchos otros argentinos, había escapado de Guatemala a México luego del derrocamiento de Jacobo Arbenz. Guevara era totalmente contrario a Perón, pero las órdenes que venían desde la Casa Rosada eran de ayudarlo de todas maneras. Así que lo hice entrar como fotógrafo de Novedades y de ahí saltó a la agencia Prensa Latina.” (2)

 

A la caída del Peronismo,  en el exilio, tuvo tal vez una de las misiones más riesgosas y delicadas de su vida militante, pero seguramente la más gratificante: la de acompañar a Perón en el exilio.

Solo describiendo como vivían con Perón en sus primeros tiempos como exiliado en Panamá, puede dar la verdadera dimensión de lo que fue su amor a esta causa y a su conductor:

 

 

«Tras una breve estadía en el Paraguay, Perón se dirigió a Panamá. Allí estuvo residiendo en el Hotel Washington (propiedad del gobierno de los EE.UU. en la zona del Canal), de donde sería expulsado, y también en una modesta casita en Colón, donde el alcalde José Dominador Bazán lo declaró huésped oficial y ciudadano ilustre. Su única compañía éramos su fiel chofer Isaac Gilaberte y yo. Yo me sumé a la mínima comitiva (que integraba además la cocinera Flora), y desde noviembre de 1955 estuve en el modesto chalet de Colón, ubicado en la calle 9, número 10.009. El lugar era muy sencillo y humilde, teníamos unos pocos muebles alquilados. A Perón me lo encontré en plena depresión. Sentía un abandono total. No aparecía nadie por allí. Además, el general tenía por entonces muy presente la suerte de Getulio Vargas, el mandatario brasileño que se había quitado la vida apenas un año antes. Perón constantemente recordaba su decisión e incluso en una oportunidad me contó que, antes de morir, Vargas lo telefoneó para despedirse. ¡He tomado una decisión, le sugirió sombríamente! ¡No, véngase para la Argentina!, le imploró Perón en vano.

Así que, con esos antecedentes y el estado de ánimo decaído del general, nosotros, con Gilaberte, temíamos que él se mandara algo parecido. El exilio de Perón en Panamá fue de una total soledad, al principio, ni siquiera contaba con una máquina de escribir. La primera que conseguimos fue una Olivetti Lettera que le dio una periodista colombiana a cambio de una nota y una foto exclusivas.»

 

Un día en la vida del general

 

Este último se pasaba leyendo buena parte del tiempo. A la noche, la luz de su habitación permanecía encendida hasta las tres. A las cinco de la mañana, otra vez se encendía, indicando que el general había reiniciado su lectura.

Perón leía con gran interés libros de medicina (un tema que le apasionaba), y por supuesto de historia. Salía a caminar todos los días -recuerda el periodista- e invariablemente, antes de almorzar, Gilaberte ponía en un viejo combinado un disco con la marcha peronista, además de Pancho López (un disco que la «gringa» Eleanor le había regalado al general).

Tras el almuerzo, muy frugal, otra vez escuchábamos música. Entonces era el turno de discos que le habíamos conseguido con conciertos de guitarra (generalmente de Andrés Segovia). Perón escuchaba los primeros acordes y puchereaba, le caían lágrimas. No olvidemos que había querido mucho a su primera esposa, Aurelia Potota Tizón, que era concertista de guitarra. Indudablemente, ‘Potota’ y Eva (Perón nunca decía Evita) fueron las mujeres de su vida...

El general hacía las tareas de la casa, y además le tocaba cocinar determinados días. Su especialidad en la cocina era el pescado. Además, muchas veces amasaba los fideos el mismo.

Otro aspecto de aquellos tiempos del exilio eran las charlas magistrales que Perón le dedicaba a su pequeño séquito, al que se había integrado el mismísimo Omar Torrijos. Landajo recuerda que «Perón siempre le daba sus charlas a Torrijos, que lo escuchaba fascinado. En una ocasión disertó un largo rato sobre los fenómenos atmosféricos en la zona del Canal. Otro día, cuando íbamos caminando, pasamos cerca de un cangrejal y Perón improvisó una disertación explicando por qué el cangrejo caminaba de costado. Leía algo en un libro en la noche, y al día siguiente ya era un sólido experto en el tema.» (3)

 

 

Más sobre Perón

 

-¿Por qué Perón no tenía confianza en su entorno?

         – “Todos lo decepcionaron cuando les dio poder, desde los políticos hasta los gremialistas. Fue el hombre más traicionado de la historia. Siempre le pasó lo mismo. Cuando confió, por ejemplo, en el coronel Domingo Mercante y le dio la gobernación de Buenos Aires, tuvo que echarlo porque quería sacarle la presidencia. Si su gente le hubiese sido leal, el ‘55 no habría ocurrido. Los únicos que no lo traicionaron fueron Canela y Tinola, sus dos caniches.

 

      –¿En algún momento Perón quiso bajar los brazos?

     –Sí. En 1964, después del intento frustrado de volver al país. El esperaba un apoyo del movimiento obrero en las calles, pero los dirigentes gremiales habían dado la orden de no salir antes de su llegada al país. Incluso algunas partes del radicalismo estaban con nosotros. Me había mandado ver al presidente Illia con un mensaje grabado en Puerta de Hierro, en el que explicaba la tarea que debía hacer el movimiento: reconstruir la Argentina. Después de escucharlo, don Arturo dio el visto bueno. Me prometió hasta que él mismo iba a recibirlo, porque confiaba en que venía en tren de paz. Sin embargo, la oposición surgió del mismo justicialismo. Eso lo golpeó mucho. Cuando él volvió a España, me llamó y me dijo: ‘Hijo, yo ya no me dedico más a esto; estaba muy decepcionado. 

 

 ¿Y qué le dio fuerza para intentarlo una vez más en el ‘73?
      El querer dejar algo más en su legado antes de morirse.” (4)

 

 

En 1973, Secretario de Información y Personal de la Gobernación de Buenos Aires. Su misión, controlar al gobernador Bidegain que, como todos saben se alineó con los Montoneros.

 

“Un día descubrí el trabajo de inteligencia que estaban haciendo sobre mis movimientos y los del General. En ese mismo instante entré al despacho de Bidegain y le dije: Gobernador, dígales a Firmenich y a todos los muchachos que yo soy leal a Perón, y no olvide que a usted lo puso él.
 

      -Sobre el Kirchnerismo

     – ¿Quiénes fueron los verdaderos hacedores de la movilización del 17 de octubre de 1945?

    Se contaron tantas historias de aquel episodio histórico. Se dice que lo hizo fulano y sutano, macanas. Lo hizo el pueblo porque se autoconvocó y salió a la calle a rescatar al coronel cuando estaba preso. Ese hecho también rescató al movimiento peronista, que hoy lo quieren tomar aquellos que se ponen etiqueta de peronista, pero que en realidad son de etiqueta falsa y que deben haberla comprado en La Salada (la multiferia bonaerense) o en algún cambalache.

 

      -¿A quiénes se refiere?

Hablo del kirchnerismo y de las líneas que fueron apareciendo. No hay quien haga una doctrina, un proyecto para ponerlo a consideración del pueblo. Que lo hagan y si se lo aprueba el pueblo, lo apoyamos todos. Pero, si lo rechazan, que desparezcan de la escena.

Además, los representantes del peronismo no pueden surgir de aquellos que están en un frasco de formol, de los viejos carcamanes que abandonaron a Perón en el 55, que lo dejaron sufrir en el exilio. Tenemos que dar fuerza a lo que es verdaderamente el peronismo, el movimiento de los trabajadores, que tiene a las 62 y a la CGT.

 

¿Que significó el “salto” de Balbín a la tapia de Gaspar Campos? (nov.1972)

      – Balbín saltó la pared del fondo de la casa vecina que separaba la residencia de Gaspar Campos, en Vicente López, el 21 de ese mes. Ese fue el primero de una serie de encuentros entre ellos, pero quizás el más importante. Ese gesto lo valoró mucho Perón. Luego Balbín hizo llorar a muchos peronistas el 4 de julio de 1974 cuando al despedir al general dijo: el viejo adversario, despide a un amigo.

 

     – ¿Este fue un gesto totalmente contrario al de los imberbes?

     –Los imberbes (de la izquierda peronista) fueron a Plaza de Mayo a insultar a Perón. Fueron echados ante la falta de respeto y hoy usan al general para decir que son la auténtica representación peronista. Fueron los que lo mataron, ese disgusto hizo que le costara la vida. (5)

 

 

 

 

Perón y Landajo

 

 

Juan Domingo Perón con Ramón Landajo

 

 

 

   Su última visita a Perón. El futuro

 

-“Unas semanas antes de su muerte lo vi por última vez, donde me pidió que no bajara la guardia, que buscara al hombre (sucesor) porque de los que estaban a su lado no había nada: ni Gelbard, López Rega, ni el entorno que tenía, son tan traidores como los imberbes estúpidos (de la izquierda) que echó de Plaza de Mayo. Hoy el pueblo todavía sigue esperando líderes verdaderos, que son los jóvenes. Perón volvió al país como prenda de paz, escucho a todos y la coincidencia mayor estuvo en (Ricardo) Balbín, que tuvo un gesto que Perón lo valoró mucho, cuando saltó la pared en Gaspar Campos. Perón quería un país para todos, decía que la Argentina no era ni de la oligarquía ni de una minoría, sino de los trabajadores. Por eso pienso que los trabajadores son los dueños del país y no los que ostentan títulos o se dicen representantes del pueblo. (6)

 

 

 

Sus últimos años lo encontraron en la prédica sin descanso alguno. El órgano fue su sitio El Grito Peronista. De una tenacidad envidiable enseñó y formó con el testimonio fiel y veraz de su vida junto al general Perón. Su denuncia sin concesiones de la infiltración antiperonista disfrazada de progresismo o a los mariscales de la derrota del Peronismo y del alejamiento de las fuentes doctrinarias, fue una constante sin pausa ni  tregua. Tenía la fortaleza de aquel adolescente de 14 años que un día conoció al general.

Demostró irrefutablemente aquello de que, “jóvenes son aquellos que no tienen ni el cerebro marchito ni el corazón intimidado”. Vivió y murió militando hasta el último aliento.

 

 

 

 

 

 

 

Un valioso testimonio, el de Salvador D’Aquila

 

 

«Conocí a Ramón Landajo en los últimos años de su vida.  La primera vez que lo vi fue cuando compartimos unas horas en un estudio de radio, en el marco de un programa ómnibus de la transmisión de la Peregrinación Juvenil a Pie a Luján.  Una producción especial de la emisora en la que teníamos nuestros respectivos programas y a la que aportábamos todos los que allí trabajábamos.

Podríamos decir que ese era un tema alejado de la política.  Pero en su caso, eso no fue del todo cierto.  Porque desde su militancia peronista de siempre, la política lo atravesaba y era prácticamente imposible que cualquier acción que llevara a cabo no estuviera impregnada por esa perspectiva.  Quiero decir: el convencimiento, la pasión, la decisión, la valentía y la tenacidad con la que defendía los valores en los que creía, no sólo lo hacían respetable sin importar el tema que con él se tocara o en el cual se trabajara, sino que también se las ingeniaba para de alguna manera hacerlos confluir a lo que era, creo yo, su razón de ser: la militancia.

En años sucesivos, compartimos otros programas similares a aquel.  Y en algunas oportunidades me invitó a participar en su programa semanal, Campovisión.  Y en su espacio sí que salían a relucir sus principios políticos sin cortapisa, los cuales defendía con uñas y dientes, sin importarle hacer nombres.  Podía ser implacable y con una verba muy filosa para con aquellos que aún dentro de su espacio político él considerara que no honraban el legado peronista.  Por ejemplo, con el último gobierno kirchnerista, que para él no era ni peronista ni leal a los principios justicialistas.  Un botón de muestra de su personalidad, ya que no tuvo pelos en la lengua cuando eran pocos los que se animaban a levantar la voz en contra de la corriente.

Y algo a mi juicio fundamental: ante tanto camaleón de la política, su devoción por Juan Perón y por Eva Duarte era absolutamente sincera.  Se podría no coincidir con él, pero era imposible no escucharlo y considerarlo.

Con tantos compañeros de ruta y de historia que don Ramón Landajo habrá tenido a lo largo de décadas, Dios sabrá por qué me tocó a mí acompañarlo en su lecho de enfermo en uno de sus últimos días.  Fue en su austero departamento, donde no gustaba recibir visitas o por lo menos eran pocos y muy cercanos los que tenían acceso.  Y entonces tuve la oportunidad de comprobar y ahora de dar mi testimonio, de que no todos actúan en política para enriquecerse económicamente.  Sin dudas, era un hombre honesto y con convicciones no sólo declamadas sino puestas en práctica.

Por eso, y más allá de nuestras diferencias, respeto su memoria y valoro lo que fue.  Y confío en que desde su modo de hacer y entender la política, sea ejemplo y referente para los políticos y militantes de hoy.»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Referencias

 

1-Conversación con Roberto Maffeis.

2-Trascripto por Ignacio Otero, el 21092012, como la última entrevista

    otorgada por Ramón Landajo.

3Ernesto Castrillón y Luís Casabal-Perón íntimo-La Nación, 27-06-2004

4Ignacio Otero, entrevista citada.

5-Blog de la Juventud Peronista de Salta, 21-04-2008.

6-Ibidem.

 

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