Ley Evita

LA LEY EVITA
Sanción del voto femenino
Ley 13010
9 de septiembre de 1947

 

LEY EVITA
Sanción del voto femenino
Ley 13010
9 de septiembre de 1947
Por Estela Dos Santos
Lic. en Letras. Escritora

Libros publicados: Gutural y otros sonidos. Las despedidas. El cine nacional
Damas y milongueras del tango. Las cantantes.
Las mujeres peronistas

 

 

Texto publicado por la revista Hechos e Ideas, Nº 11, 1983, según resumen de los capítulos I y II del libro de la autora, Las Mujeres Peronistas, Centro Editor de América Latina, Bs. Aires, 1983

La historia mundial de la participación política femenina y especialmente de las luchas para obtener el voto es bastante larga, se remonta por lo menos a los tumultuosos años de la Revolución Francesa. En 1782, Olimpe de Gouges lanzó una Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana para salvar las falencias de la otra Declaración, tan famosa, sobre los derechos del “Hombre” y del “Ciudadano”. Al año siguiente, Olympe de Gouges fue guillotinada. Su muerte atestigua la crueldad con el mundo civilizado castigó a las mujeres que clamaron contra la desigualdad manifiesta de la condición femenina. No siempre fueron asesinadas. Generalmente el castigo fue más sutil, aunque no menos cruel, oscilando entre la diatriba, la ridiculización y el sarcasmo. Todavía hoy, las palabras “sufragista” y “feminista” arrastran una pesada carga negativa. Quizá por culpa de los excesos de la inglesa Pankurst, quien encabezando a enfurecidas mujeres rompía vidrieras o detenía trenes con peligro de su vida, allá por los comienzos de este siglo XX; con seguridad por razones más profundas.

 

En la Argentina, la historia es más breve. Incluso más fácil y hasta más feliz. Si bien debemos considerar la frustración de generaciones de mujeres que habiendo superado múltiples trabas en el campo profesional no pudieron romper la barrera de su “minoridad” cívica. Julieta Lanteri, Rosa Bazán, Elvira Rawson pueden ser los nombres símbolo de todas ellas. Legisladores que simpatizaban con la causa, presentaron una y otra vez, proyectos en el Congreso de la Nación y en algunos provinciales. Nada menos que treinta pude contar. En unos se les otorgaba el derecho al voto en el orden municipal, en otros sólo a las mujeres de veintidós años (siendo la del varón dieciocho); en algunos le correspondía a las que tuvieran libre administración de sus bienes y diploma habilitante para ejercer una profesión liberal; por aquí se proyectaba para la mujer alfabeto que se inscribiera voluntariamente, por allá se la equiparaba con los varones extranjeros, o sea, debía tener una profesión y pagar impuestos.

 

Los proyectos nacían muertos. A veces ni siquiera se los consideraba en las comisiones respectivas. En mayo de 1932, en el Congreso Nacional se formó una comisión compuesta por cinco diputados y tres senadores, para elaborar un proyecto que recogiera los antecedentes. En septiembre del mismo año, por primera vez, hubo un debate parlamentario sobre el tema y allí se oyeron expuestas las mismas tesis que reflotarían en 1947, en ocasión de tratarse la ley 13.010. Ya entonces los opositores al proyecto que propiciaba el voto de la mujer argentina o naturalizada mayor de dieciocho años con los mismos derechos y obligaciones que el varón (salvo los relativos al servicio militar) expusieron las siguientes argumentaciones objetoras: 1) el voto demasía ser calificado (para las mueres alfabetos); 2) el voto debía ser gradual: primero se votaría en comicios municipales, luego en los provinciales y por fin, ¿quizá un siglo después?, en los nacionales; 3) el voto debía ser voluntario.

 

A pesar de las objeciones, la Cámara de Diputados dio su aprobación. Pero la barrera se interpuso infranqueable en el Senado. Durante tres años, algunos caballeros intentaron infructuosamente  su tratamiento. Corrió una década sin novedad en el frente. Ya llegamos a 1946. Se acababa de instalar el gobierno de Perón y los proyectos sobre el voto femenino recomienzan su ronda. Se presenta uno en Diputados, otro en el Senado y al mismo tiempo, el Poder Ejecutivo al presentar su plan de gobierno ante el Congreso, solicita la concesión de los derechos cívicos femeninos.

 

La vieja cuestión va adquiriendo nuevos bríos. Era la primera ve que el Ejecutivo daba su patrocinio. El mensaje, entre otros conceptos, decía: La creciente intervención de la mujer en las actividades sociales, económicas, culturales y de toda otra índole, la ha acreditado para ocupar un lugar destacado en la acción cívica y política del país. La incorporación de la mujer a nuestra actividad política con todos los derechos que hoy se reconocen a los varones, es insustituible factor de perfeccionamiento de las costumbres cívicas. Por otra parte, el reconocimiento de los derechos políticos de la mujer constituye un acto de justicia, porque la experiencia de todos los pueblos ha demostrado que cuando en ellos se presentan circunstancias de alteración gravísima en que corre riesgo la propia vida de las naciones, la mujer coopera con su esfuerzo y con no menor energía que el hombre a la defensa de los intereses y de los derechos colectivos, muchas veces con sacrificio de su vida, y de su tranquilidad, por lo cual resulta inconcebible que se la mantenga apartada de la defensa de esos mismos intereses y derechos de las épocas de normalidad”.

 

En ese mismo año, el Congreso de Jujuy otorga el voto a las jujeñas (ley1.681) y el de Córdoba le da media sanción a un proyecto de voto para las cordobesas. Por su parte, el Senado de la Nación aprueba en julio un despacho de la Comisión de Asuntos Constitucionales sobre el mismo tema. Indudablemente, la llamada caja de resonancia resonaba, pero 1946 transcurrió sin que se concretara la esperada ley nacional, a pesar de que Eva Perón que presidía la Comisión Pro Sufragio Femenino se había hecho presente en el parlamento para interesar a Ricardo Guardo, presidente de la Cámara de Diputados, a fin de que se tratara el proyecto ya aprobado por el Senado.

 

Al año siguiente, 1947, como para no cambiar la costumbre, vuelven a aparecer proyectos, en abril, en junio, en septiembre, y también varias mociones requiriendo el tratamiento del voto femenino. Eva Perón hizo una campaña radial para que el tema saliera de los cenáculos instruidos y fuera patrimonio de las mujeres de todas las clases sociales y de todo el país. Del 27 de enero al 19 de marzo, les dedica seis mensajes memorable porque: a) es la primera vez que se apela políticamente a la mujer; b) es la primera vez que se habla a la mujer nombrándola por sus trabajos (ama de casa, docente, obrera fabril, empleada, chacarera, enumera Evita en el segundo mensaje) y c) es la primera vez que se dice que la ”mujer puede y debe votar” dándose razones a las mismas mujeres. Es decir, que se revierte lo que las militantes feministas habían hecho y dicho durante medio siglo. Ellas se dirigían a los hombres, a los dueños de las instituciones, pidiéndoles que les concedieran el derecho del voto. Daban por sentada la conciencia política femenina. Eva Perón no le habla a los hombres. Se dirige a las mujeres. No a las diplomadas ni a las “conscientes”, sino a todas las mujeres del país. Las convence de que están en capacidad para votar y para participar en la política general de la nación, las impulsa a actuar junto con los hombres en la construcción de la revolución, uniéndose a ella, la compañera Evita. Es más, les dice que tienen que asumirlo como un deber. Y en cada mensaje repite el concepto de unidad entre ella y las mujeres.

 

Eva Perón no trataba de satisfacer a las vanguardias feministas. Lo que para éstas era una meta, Evita era un instrumento al servicio de un movimiento revolucionario cuyos fines eran la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación. Eva Perón no fue feminista, ni siquiera fue reconocida por la mayor parte de ellas, sin embargo, fue la mujer que dio el salto histórico más alto en la Argentina. ¿Qué pasaba? Ese no entendimiento tiene que ver con el corte de las aguas que trazó en la vida nacional el peronismo. No vamos a contar esa historia. Pero la examinaremos desde el costado de la participación política femenina.

 

Ya en 1945, Perón había expresado opinión favorable al voto de la mujer. En la Secretaría de Trabajo y Previsión había creado una Dirección de Trabajo y Asistencia de la Mujer y en ese ámbito se había formado una Comisión Pro sufragio Femenino. Ante esa Comisión, el 26 de julio de 1945, habló Perón del anacronismo que significaba la marginación cívica de la mitad de la población del país, respondiendo a exposiciones de Lucila de Gregorio Lavié, Rosa Bazán de Cámara, Carlota Rodríguez Mones y María Rosa Latiz Barregín. En respuesta y saliendo al cruce de la terrible posibilidad de que “ese coronel les regalara” el voto, un conglomerado de mujeres distinta posición política y también “apolíticas”, anticipando la Unión Democrática que se formaría para enfrentar a Perón en las elecciones del 11 de febrero de 1946, realizó una Asamblea Nacional de Mujeres. Allí Victoria Ocampo que había fundado la Unión Argentina de Mujeres, dijo: “Creo que la mujer argentina consciente, al no aceptar dócilmente ni siquiera la idea del voto por decreto, del voto recibido de manos del gobierno de facto, ha votado por primera vez en la vida política argentina”.

 

Coherentes con su militancia minoritaria, esas agrupaciones feministas se aliaron, en una posición reaccionaria, con los legisladores que no querían tratar el tema. El Partido Peronista tenía la mayoría parlamentaria, pero eso no solucionaba la cuestión, apenas la facilitaba. En el peronismo había hombres de diferentes extracciones políticas que estaban formándose en un nuevo ideario. En agosto de 1946, el Senado aprobó un proyecto tras revisar los antecedentes que existían en el país sobre el voto de la mujer. Y se mostraron cifras interesantísimas de la única provincia en que las mujeres habían votado: San Juan.

 

Ya en 1862 hubo en la capital sanjuanina voto calificado en el orden municipal. A partir de 1914 votaron sin calificación, siempre en municipalidades y en 1927 se le otorgaron los mismo derechos electorales que a los varones por el artículo 140, inciso 4º de la Constitución provincial. En abril de 1928 tuvieron ocasión de votar y lo hizo el 97% de las mujeres del padrón frente al 90% de los hombres. Los sanjuaninos, además, eligieron una legisladora en 1934.

 

En septiembre de 1946, Eva Perón va al parlamento para interesar al presidente de la Cámara de Diputados en el pronto tratamiento del proyecto ya aprobado por el Senado. Sin embargo, ni los antecedentes tan claros sobre la voluntad femenina de votar, ni la decidida acción de Eva Perón, ni las charlas que por radio pronunciaban, entre otras, Edelmira Giúdici, Victoria de Palacio y Julia de León, ni los artículos periodísticos de varias militantes, parecían motivos suficientes para sacar a los diputados de su parsimonia. Evita vuelve a solicitar el apoyo de Guardo y de Eduardo Colom. El 3 e septiembre de 1947 se presentan dos mociones. Por una se pide el tratamiento inmediato del proyecto del Senado. No prospera. Por la otra se pide una sesión extraordinaria para tratar la ley del voto femenino, como único asunto, el 9 de septiembre se vota afirmativamente.

 

Con el traslado de fecha se burlaron las expectativas de los grupos de mujeres reunidas ante el Congreso, que con carteles y estribillos, reclamaban la sanción inmediata de la ley. El diputado Colom tuvo que salir a la calle para explicarles que había fracasado en su intento, que la culpa la tenían los opositores. Y era verdad. Cuando Colom solicitó que se tratara el voto femenino, tras un homenaje a Alberdi y Sarmiento, la bancada radical dejó acallar los aplausos que las mujeres que llenaban los palcos le prodigaron, para plantear una cuestión de privilegio por una agresión sufrida en un mitín partidario en Plaza Italia. La Cámara votó el pase a comisión. Volvió a tomar la palabra Colom, pidiendo que se atendiera el reclamo de “Cincuenta mil mujeres” que esperaban en la plaza. Albrieu lo apoyó en nombre del bloque peronista, pero el diputado Baulina negó el apoyo radical, proponiendo en cambio el día 9 para tratar el tema con “mayor profundidad”. Lo apoyó su correligionario Balbín y cuando se votó no se consiguieron los dos tercios, por lo que se pasó a otro tema.

Tras las explicaciones del atribulado Colom, las mujeres plegaron carteles y se fueron a sus casas, a la espera del día 9.

 

El tema estaba en la calle. La Nación editorializaba sobre él, pidiendo tiempo y libertad para tratar “en profundidad” la participación política femenina, pues decía: “no es uniforme en el inmenso territorio nacional la aptitud de la mujer para el ejercicio de sus deberes cívico”. El día 9 los palcos están otra vez repletos de mujeres. En uno de ellos, Eva Perón. En la calle, miles, la mayor parte con guardapolvos y overoles, pues venían directamente de sus lugares de trabajo. Pero los diputados no tenían apuro y habían votado una sesión extraordinaria para tratar el asunto “en profundidad” como pedía La Nación, o quizá para lucir sus galas oratorias, ya que se anotaron cincuenta y seis para participar del debate.

A las 16,10 el presidente Guardo abre la sesión especial y se leen el proyecto aprobado por el Senado y los despachos por mayoría y por minoría de la Comisión de Negocios Constitucionales. Intervienen once diputados y el ministro del Interior en nombre del Poder Ejecutivo. El diputado Decker mociona el cierre del debate para que la ley salga ese día y los opositores protestan airadamente.

Se votó en general por unanimidad de 117 presentes y luego en particular, artículo por artículo, en medio de tumultuosas protestas de diversos diputados que querían introducir modificaciones. Recién a las once menos diez de la noche el proyecto quedó convertido en ley. Evita se retira del palco y las mujeres organizan manifestaciones por las calles céntricas antes de desconcentrarse.

Un día después La Nación vuelve a dedicar su editorial al tema, lamentando que no se profundizara. Suponía que si se hubiera profundizado, habría triunfado la propuesta de que el voto fuera optativo, pues la obligatoriedad “no contemplaba las condiciones de la realidad argentina”.

Seguramente no se profundiza más cuando varias decenas de señores repiten iguales argumentos con diferente tono de voz. Nos cansaríamos tanto como las entusiasta mujeres que esperaron la sanción en la calle si repasáramos los razonamientos de algunos intervinientes, entre ellos el representante conservador, señor Pastor, que, primero encontró que lo que obligatorio no puede ser un derecho, después estableció una clasificación de la masa de mujeres argentinas en tres clases: 1) las que querían votar porque sentían pasión por el combate político; 2) las que no querían votar porque ese acto perturbaría su sensibilidad y 3) las que aún no estaban preparadas para saber si querían o no votar; luego se refirió a la imposibilidad para llegarse hasta el comicio de las mujeres campesinas, haciendo abandono de sus tareas y de sus hijitos por dos o más días, debido a las enorme s distancias, sin alojamiento, sin tener donde satisfacer sus “fenómenos fisiológicos”, y finalmente, se espantó ante la guerra que provocaría en la intimidad del hogar ese factor desintegrante que es el partido político con su secuela de enconos.

¿Qué ganas habrá sentido Evita de tomar la palabra y contestar al señor Pastor! Ella no podía hablar en el recinto, pero sí podía hacerlo en la calle y lo hizo, cuando el 23 de septiembre el Poder Ejecutivo promulgó la ley en un acto multitudinario en la Plaza de Mayo.

 

Fue un día con amenazas de lluvia. Frente a la Casa Rosada se había levantado un palco y músicos del Sindicato tocaban piezas folklóricas y la marcha “Evita” para entretener a la gente que iba llegando desde las tres de la tarde. Los balcones de la casa de gobierno y del Banco de la Nación estaban repletos de funcionarios, diputados y mujeres que venían acompañando a Evita en su acción. A las siete de la tarde salieron Perón, el vicepresidente, ministros y por supuesto Evita. Tocan el Himno Nacional y ante la multitud mayoritariamente femenina, firman el texto, primero Borlenghi y luego Perón que se lo entrega al ministro y éste a Evita. Habló enseguida Borlenghi diciendo brevemente que hacía quince años que se había votado en Diputados una ley otorgando el voto a la mujer y que en el Senado la enterraron. Es que el voto femenino fue como la justicia social. Figuraba en todos los programas pero se concretó sólo con Perón. No estaba equivocado, pues el día 9 no había faltado diputado que se explayara sobre la plataforma de su partido en la que figurara el voto de la mujer.

Figuraba en varios y desde hacía muchos años. No les interesaba a las miles de mujeres concentradas en la plaza la letra muerta de las plataformas ni de los nonatos proyectos.

 

La ley 13.010 que Eva Perón les muestra diciendo “me tiemblan las manos” está escrita con letras vivientes, porque “el voto que hemos conquistado es una herramienta nueva en nuestras manos. Pero nuestras manos no son nuevas en la lucha, en el trabajo y en el milagro perpetuo de la creación. Tenemos, hermanas mías, una alta misión que cumplir en los años que se avecinan. Luchar por la paz. Pero la lucha por la paz es una guerra. Una guerra declarada y sin cuartel contra los privilegios de los parásitos que pretenden volver a negociar nuestro patrimonio de argentinos. Una guerra sin cuartel contra los que avergonzaron, en un pasado reciente, nuestra condición nacional. Una guerra sin cuartel contra los que quieren volver a lanzar sobre nuestro pueblo la injusticia y la sujeción.”

 

Y si la ley que otorgó el voto secreto y obligatorio a los hombres argentinos se llamó Sáenz Peña por su patrocinador, la ley 13.010 que dio el voto secreto y obligatorio a las mujeres argentinas se llama, por justicia Ley Evita.

 

 

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