El que sigue es el análisis que aporta el compañero Sebastián Sak, quien gentilmente lo ha remitido para su publicación junto al artículo de Chesterton y que mucho valoramos.
Dice:
A riesgo de parecer presuntuosos, -en el sentido de “explicar” a Chesterton-, creemos que es útil fijar tres conceptos, dos sobre Chesterton y un tercero, sobre la fecha: 1932.
Chesterton fue algo más que un brillante escritor. Chesterton fue quien fijó la idea del Renacimiento, sacándolo del ámbito de los coleccionistas de ideas griegas y romanas, y fijó el origen del verdadero Renacimiento cultural que se producía en Europa, allá por los siglos XII y XIII, con la aparición del Pobrecillo de Asís. Renace con San Francisco el sentimiento del amor como principio fundante de la civilización cristiana que, de europea, pasará a ser mundial. Una vieja conferencia del entonces Cardenal Ratzinger señalaba que desde entonces, la idea de civilización de Europa y del Cristianismo iban a quedar unidas para siempre. Creo que éste es uno de los principales aportes de Chesterton a la buena conciencia de nuestro mundo actual.
De esta idea del renacimiento y del amor, fundante de la política, surge el concepto de democracia. No es lo mismo la civilización del amor que la “voluntad general” de Rousseau, y por eso no es la misma la idea de ciudadanía de Chesterton que la idea individualista del ciudadano en la filosofía liberal. Chesterton no festeja la exaltación del individuo, de sus placeres y sus adicciones, que los coleccionistas de cuadros y de estatuas suelen confundir con el Renacimiento. En San Francisco nace la visión renovadora que, verbigracia, retoma Francisco I, y la exaltación de la sonrisa y el amor en la vida cristiana, mentís definitivo de las críticas de Nietzche al cristianismo.
Por eso Chesterton es capaz de separar capitalismo y democracia, esa unión contra natura que han dado por buena todos los liberales, y especialmente, los marxistas. Y que fue la que dio nacimiento tanto a la riqueza como a las miserias del capitalismo. Por algo San Juan Pablo II, cuando los corifeos del capitalismo festejaban el “triunfo” en la guerra fría, les recordaba, -podrían haber sido palabras de Chesterton-: el fracaso del comunismo no le agrega ningún mérito al capitalismo.
Y, sobre la fecha: 1932 está justo en el centro de esos veinte años fatídicos que llevaron desde el final de la I Guerra Mundial al comienzo de la II Guerra Mundial. Todavía se llamaba a la primer Guerra “la gran guerra”, porque los 15 ó 20 millones de víctimas de la catástrofe sumaban más que todas las víctimas de todas las guerras de todos los tiempos. Los “vencedores” en esa guerra, reunidos en Versailles para establecer las condiciones de la paz, habían actuado con la misma ceguera y la misma desaprensión con que habían actuado antes de la guerra: la codicia, la rapiña y la mentira, la crueldad y el salvajismo disfrazados de razón de estado y el más absoluto desprecio, por las nociones más elementales de civilización, el amor por los hombres y las mujeres cuyas vidas comprometían en sus locas aventuras. Sembraban vientos, las tempestades caerían sobretodos nosotros. La ira de pestes y muertes y barros y bombas en las trincheras iban a desatar en 1939 una guerra mucho más pavorosa que la anterior. La gran guerra era inexplicable, las “explicaciones” iban a servir para una guerra mucho peor. Locas teorías raciales, más locas aun, teorías sociales, sedientas de sangre, se iban a enfrentar en el holocausto e iban a dar por tierra con la Europa que todos habíamos conocido, admirado y amado.
Dos frases significativas del abismo de inhumanidades en de esa II Guerra Mundial:
Chesterton veía en 1932 que todas las luces se iban a apagar en Europa. Se murió en 1936, su crítica lúcida sigue vigente.
Lo demás es historia conocida.
Aparecido por primera vez en la columna del Illustrated London News, en Julio de 1932.
Cada día esta más claro para los que nos agarramos a ideas y dogmas en decadencia, y defendemos las ideas agonizantes del medioevo, que pronto nos quedaremos solos en la defensa del más deteriorado de estos antiguos dogmas: la idea llamada democracia. Se ha tardado una generación, más o menos mi generación, en arrastrarla de la cima de su éxito, su supuesto éxito, al lodo de su fracaso, su supuesto fracaso. A finales del siglo diecinueve, millones de hombres aceptaron la democracia sin saber la razón. Parece que, finalizando el siglo veinte, millones hombres la rechazarán sin conocer tampoco el motivo. De una manera así de lógica, recta y sin vacilaciones, avanza la mente del ser humano por el gran sendero del progreso.
En cualquier caso, en este momento la democracia esta siendo atacada y, lo que es más, atacada injustamente. La gente crítica el sufragio universal solo porque no es tan culta como para criticar el pecado original. Hay un examen muy sencillo para determinar si un problema social es causado por el pecado original. Consiste en hacer lo qué no están haciendo ninguno de estos críticos modernos: plantear algún merito moral para los sistemas políticos alternativos. La esencia de la democracia es muy simple y, como escribió Jefferson, evidente. Si diez hombres naufragasen juntos en una isla desierta, su comunidad la compondrían ellos, su bienestar la razón de estar juntos, y en circunstancias generales la voluntad colectiva sería la ley. ¿Si por su carácter no están capacitados para autogobernarse, quien de ellos puede decir que, por su forma de ser, debe gobernar a los demás?
Decir que gobernará el más listo o el más valiente es eludir la cuestión. Si emplean sus capacidades a favor del colectivo, destilando agua o planeando expediciones, están al servicio de los demás. Que serian, en este sentido, sus gobernantes. Si emplean sus capacidades contra los demás, robando el ron o envenenando el agua potable ¿Por qué debería el resto tolerarlo? ¿Hasta que punto es probable que lo hagan?
En un ejemplo tan sencillo, todo el mundo ve el fundamento popular del sistema, y las ventajas del gobierno por consenso. El problema con la democracia es que, en la época actual, raramente surge un caso así. En otras palabras, el problema con la democracia no reside en ella. Reside en ciertas cosas, artificiales y antidemocráticas, que, de hecho, han surgido en el mundo moderno para frustrar y destruir la democracia.
La modernidad no es democracia. La maquinaria industrial no es democracia. Dejar todo en manos del comercio y el mercado no es democracia. El capitalismo no es democracia. Está más bien en contra de la democracia por su sustancia y sus tendencias. Por definición la plutocracia no es democracia. Pero todas estas cosas modernas se abrieron camino en el mundo al mismo tiempo, o poco después, que los grandes idealistas como Rousseau y Jefferson estudiaban el ideal de la democracia. Puede defenderse que el ideal democrático era demasiado optimista como para triunfar. Lo qué no se puede mantener es que lo que fracasó es lo mismo que las cosas que triunfaron. Una cosa es que un tonto se pierda en el bosque y se lo coman las fieras, otra que el tonto sobreviva en el bosque como una fiera más.
En la práctica, la democracia lo tiene todo en contra y de hecho puede decirse que, en la teoría, también hay algo contra ella. Podría decirse que la naturaleza humana esta contra ella. De hecho, es seguro que el mundo moderno lo está. La sociedad científica y trabajadora del ultimo siglo ha sido un lugar mucho más inadecuado para cualquier experimento de autogobierno de lo que lo habrían sido las antiguas condiciones de vida en el campo o incluso la vida de los nómadas. La vida en las mansiones feudales no era democrática, pero se podía haber convertido en democrática más fácilmente. La vida de los campesinos de épocas posteriores, en Francia o en Suiza, podría haberse convertido muy fácilmente en democrática. Lo que es horrorosamente difícil es convertir el moderno capitalismo industrial en democrático.
Por eso la gente empieza a decir que el ideal democrático no está vigente en el mundo moderno. Estoy totalmente de acuerdo. Pero me quedo con el ideal democrático, que es al menos un ideal y por lo tanto una idea, antes que con que el mundo moderno, que no es más que la actualidad y por lo tanto ya es historia antigua. He notado que los lunáticos, o con mejor educación idealistas, ya se están apresurando en abandonar este ideal. Un pacifista famoso, con quien yo discutí cuando era un radical en los periódicos radicales y que más tarde se ha convertido en un republicano modelo de la nueva republica, el otro día se tomó muchas molestias para poder decir que la voz del pueblo es, en términos generales, la voz de Satanás. A decir verdad, estos liberables nunca tuvieron mucha fe en el gobierno por el pueblo como no la tuvieron en nada que fuese de la gente como las tabernas o las quinielas de Dublín. No creían en la democracia que invocaban contra los reyes y los sacerdotes. Yo si y sigo creyendo en ella. Pero prefiero invocarla contra pedantes y maniáticos. Aún creo que sería el gobierno más humano si pudiese ponerse en práctica en otra época menos inhumana.
Por desgracia, las ideas humanitarias han sido el signo distintivo de una época inhumana. Con esto no me refiero a la simple crueldad. Me refiero a la situación en que hasta la crueldad ha dejado de ser humana. Cuando el rico, en lugar de ahorcar a seis o siete de sus enemigos porque los odia, simplemente arruina y mata de hambre a seis o siete mil personas a las que no odia al no haberlas visto nunca. La única razón es que viven al otro lado del mundo. Me refiero a la situación en la que el lacayo o cortesano de un hombre rico en vez de entretenerse mezclando un nuevo y original veneno para los Médicis o labrando una daga exquisita para los objetivos políticos de los Médicis, se aburre en una fabrica haciendo un determinado tipo de tornillo, que encaja en una lamina que no ha visto, que sirve para montar una pistola que nunca verá. Qué se disparará durante un combate del cual nunca tendrá noticia, y sobre cuyas circunstancias concretas sabe todavía menos de lo que sabía el canalla renacentista sobre los fines del veneno y la daga.
En resumen, que el problema del capitalismo es que es indirecto. Todo se retuerce hasta las cosas que deberían ser rectas. Y en este, el sistema más indirecto de todos, intentamos aplicar la idea más directa que existe. La democracia, una idea simple hasta la medula, ha sido aplicada inútilmente a una sociedad compleja hasta la locura. No es sorprendente que una idea tan visionaria se haya desvanecido de nuestro entorno. A mí me gusta la idea, pero tiene que haber de todo en este mundo. Y de hecho hay personas, que pasean tranquilas bajo la luz del sol, a las que parece gustar el entorno.
Publicado por http://ensayoschesterton.blogspot.com.ar