- Alvarez, Alejandro

Los pueblos que no
luchan por su libertad,
merecen la esclavitud

 

Alejandro Francisco Álvarez

Buenos Aires, 9 de agosto de 1997

 


 

PERON HABLA DE ESTA HORA

 

Fragmentos del discurso del General Perón en la Comida Anual de Camaradería
de las Fuerzas Armadas de la Nación, el 5 de julio de 1946

 

“Hay horas en la vida de los pueblos, como en la de los hombres, en que la oscuridad lo envuelve todo. Parecería que al conjuro de la maldición bíblica se malograsen hasta los anhelos más nobles y las aspiraciones más santas.

Es, a veces, el encadenamiento de sucesos infaustos ajenos a la voluntad humana, o hechos de la naturaleza que contrarían las más cautelosas previsiones, o la incomprensión de los hermanos, o la perfidia de los mezquinos, o todo eso junto, en un solo instante, en un solo minuto.

Son las horas de prueba a que Dios nos somete y de las que sólo emergen los que fortalecieron su alma en la fe: esencia divina capaz de remover las montañas, realizar acciones inverosímiles y de llegar a convertir los sueños en realidad.

En 1816, el Congreso de Tucumán “recibía a la patria casi cadáver”, ha dicho uno de nuestros grandes historiadores. Y en verdad era así.

El desastre de Rancagua dejaba a Chile a merced de la reacción contra-revolucionaria; las más oscuras conjuraciones conspiraban en Mendoza y Buenos Aires, contra la expedición libertadora que preparaba el General San Martín; el enemigo triunfante en el norte se aprestaba para invadir el territorio argentino y asestar a la revolución el golpe de gracia; la montonera anárquica campeaba en el litoral; veteranas tropas portuguesas marchaban sobre la Banda Oriental para jaquear, desde Montevideo, el flanco de los patriotas; porteños y provincianos anteponían pasiones y rencillas lugareñas a la suerte común de la nacionalidad; en Buenos Aires las rivalidades caudillescas convulsionaban el ambiente; en otras regiones de nuestra América -en el Cuzco, en Nueva Granada, en Venezuela- sucumbían también, al contraataque realista.

El cuadro de la situación, no podía ser más sombrío.

Pero, porque creyeron firmemente, porque tuvieron fe en sí mismos y en el destino glorioso de la patria; porque veían la realidad futura, presintiéndola en la exaltación mística de sus ideales, pudo el Capitán de los Andes remover las montañas, convirtiendo el sueño de la libertad argentina en la bandera triunfante de la emancipación sudamericana; y pudieron los congresales de Tucumán rasgar las tinieblas que se cernían sobre la nación incipiente, proyectando sobre el mundo luz inextinguible, en su desamparada grandeza.

¡Qué solos y qué pobres, pero qué fuertes y espiritualmente qué ricos en virtudes propias de nuestra raza, debieron sentirse los fundadores de la patria!

La verdadera fe, cuando Dios la concede para las grandes empresas, no es una gracia estática: es un soplo creador de inspiración dinámica que se abre en un haz de virtudes para perdurar a través del tiempo.

Es junto a la fe, la austeridad, que ahoga al egoísmo porque es ofrenda y sacrificio permanente; es junto a la fe, la solidaridad, que mata la flaqueza porque es aliento fraternal recíproco; es junto a fe, la lealtad, que enaltece la propia estimación porque es decoro, respeto de sí mismo y el alimento espiritual más maravilloso con que se debe nutrir el noble corazón del soldado; y es la fe, junto a la camaradería, que une especialmente a todos los hombres de armas para realizar acciones de contenido heroico y de trascendencia legendaria.

Virtudes militares, como veis, han sido y siguen siendo virtudes del alma argentina.

Nacidos así a la vida independiente, echamos a andar por nuestra cuenta.

En ciento treinta años el país recorrió muchas etapas, y en cada una de ellas no todos los días fueron de sol; más de una vez hubo que doblar el cabo de las tempestades; y el cuadro entonces, si no idéntico, fue siempre parecido: la conjuración de factores aciagos, internos y externos; la ceguera de muchos buenos; la sordidez de muchos malos; y en la puja irreductible contra la adversidad, los dones ancestrales de siempre la vencieron.

Así fuimos trazando nuestro destino en el libro de la patria.

Cuando al final de cada etapa hicimos un alto en el camino para volver la mirada hacia atrás y poder apreciar con perspectiva de lejanía los esfuerzos cumplidos, a fin de rectificar el rumbo cuando algún viento contrario nos desviaba de la ruta, o de abrir nuevos surcos en nuestra tierra generosa para satisfacer las legítimas aspiraciones del pueblo, siempre fue necesario poner a contribución el patrimonio espiritual heredado, porque siempre e invariablemente, las fuerzas de la regresión que se parapetaban detrás de los intereses creados, se sumaron a los elementos imponderables para obstaculizar o retardar nuestro progreso.

Pero recordemos también esta noche, con orgullo, que si la República Argentina tuvo que afrontar y que vencer tremendas dificultades en distintos momentos de su vida independiente, tuvo en cambio hijos dignos de su estirpe que supieron superarlas y ensanchar el horizonte de su grandeza.

Por eso yo, que soy, corno vosotros, un soldado que vive sostenido por ese místico soplo de vocación que le hace vestir con orgullosa sobriedad el uniforme de la patria llevándolo con la prestancia y altivez propia de los hombres libres; que fui llamado por el pueblo en una hora grave de la historia del mundo, para que levantara y mantuviera en alto la bandera de la justicia social, de la recuperación nacional y de la soberanía junto a la enseña bendita de la patria, quiero asociar esta noche, haciendo justicia histórica, al nombre de nuestros primeros próceres, el de los gobernantes y estadistas argentinos
-civiles y militares- que en circunstancias de apremio para el país, y a despecho de menguados intereses o de pasiones enardecidas, pusieron por delante el corazón de patriotas y ofrecieron a nuestra tierra lo mejor de sí mismos, cualquiera que hayan sido sus convicciones políticas o los errores humanos en que incurriesen.

Y así, etapa tras etapa, llegamos hasta nuestros días. Vosotros, mis camaradas, los habéis vivido. Hace tres años la Nación volvió a hacer un alto en el camino. La historia de los años infaustos se repetía.

En lo interno, de nuevo las fuerzas de la regresión parapetadas en los intereses de círculo, dirigían el Estado con prescindencia del interés público y de las necesidades vitales de los trabajadores argentinos, hipotecando la riqueza del país a la avidez extranjera y llegando hasta admitir que poderes inherentes a la soberanía nacional se ejercitasen dentro de nuestro territorio, por núcleos foráneos enquistados en el engranaje de nuestra economía.

El mismo fenómeno regresivo se observaba en el escenario político. Los llamados partidos tradicionales, en cuyas filas actuaron con brillo , con eficacia y con patriotismo muchos hombres públicos argentinos, que han merecido la gratitud de la Nación, alternaron y se desgastaron en el gobierno, acusando índices de corrupción que concluyeron por desintegrarlos y por disminuirlos ante la opinión pública en su jerarquía moral.

En lo externo, una lamentable inhabilidad para hacemos comprender, en todo lo que tiene de generoso, de honesto, de cordial, pero también de altivo el espíritu argentino, y una lamentable y correlativa incomprensión de quienes por no haber releído nuestra historia, olvidaron que si es fácil rendirnos por el corazón es imposible doblegarnos por la prepotencia.

Había, pues, que recurrir, una vez más, a las virtudes patricias que dormían en el alma argentina. Y el alma argentina despertó.

Despertó en la maravillosa intuición del pueblo; en la confianza que éste puso en la capacidad de recuperación de sus hijos, en el alegre y bullanguero desdén con que se movió entre la incomprensión y las turbias confabulaciones de resentidos que, en un momento dado, llegaron hasta de renegar de su propio linaje para servir propósitos extranjeros, y dieron, por esa razón, el triunfo que merecía el auténtico pueblo argentino.

A este punto hemos llegado. De ahora en adelante se inicia una nueva etapa para la vida del país. Recuperada y fortalecida, la Nación argentina se ha puesto en marcha.

Quiera Dios, nuestro Señor, iluminar a los que tenemos el honor y la responsabilidad -que yo no eludo ni delego-, de conducirla, y concedernos, como a los próceres de la emancipación, la entereza y la energía para resistir los embates del tempestuoso huracán que se desata cada vez que es necesario cercenar privilegios para asegurar el bienestar de la ciudadanía.

Quiera el Todopoderoso mantener a la patria altruista y pacífica, pero decorosa y altiva; desinteresada y fraternal, pero libre, independiente y soberana; respetuosa del derecho y de la libertad ajena, pero también respetada en su derecho y en su libertad, en los siglos de los siglos, por todas las naciones del mundo.

General Juan Domingo Perón

 


 

EXORDIO

 

Aclaraciones necesarias respecto del texto y del método a seguir para su desarrollo y completitud

 

Insensible, calladamente, la crisis está exponiendo en la realidad su rostro más recóndito, cerca estamos de su fin y se abre una gran incógnita, un terreno desconocido que habremos de transitar con los medios y los equipos de que seamos capaces de hacernos en esta emergencia, a más de aquellos de los que ya disponemos.

El diseño de la “armadura” ya está hecho, hay que ajustarla y luego se podrá modificar de acuerdo a las necesidades que sobrevengan. Hemos de mantenernos reunidos, si queremos tener una “chance” en este complicado juego de la historia donde la Providencia ha de decir, como siempre, su palabra a la espera de una respuesta humana que dé razón de su libertad de su imagen y de su semejanza, verificando así, que crear el tiempo no ha significado perderlo, que todavía hay Fé sobre la tierra y que aún en medio de estas ruinas, la alegría florece aunque solamente sea la sombra del rostro de Dios.

Desde largo tiempo hemos venido buscando la forma común de ser útiles, dicho sea con humildad, a la magna obra de la Salvación, a la patentización del Signo, a la marca que en la Historia y mediante Su Gracia, los Argentinos hemos plasmado en obras al través de las generaciones que sufrieron, lucharon, gozaron aún en la derrota, obtuvieron resonantes triunfos y anonadantes desastres, y presumiblemente seguimos en la huella de los que nos precedieron, sintiendo, experimentando, que somos eternos, como dijera nuestro maestro.

Esta Comunidad, tan trabajosa y conflictiva, es nuestra contribución y nuestra obra común, que además sólo puede realizarse en una Argentina que se realice y sólo puede justificarse si es capaz, cuando así se le requiera, de quemarse en una llama épica y sagrada que alumbre el camino de nuestro pueblo en la consecución de su destino.

Nada nos explicaría de nosotros mismos, el recontar la historia, como no fuera la persistencia contumaz en la obtención de ese objetivo, el apego a una obra aparentemente abandonada por casi todos y aún por quienes fueron, son y serán sus principales beneficiarios, las persecuciones y exclusiones, el terror, la muerte que nos ha cortejado de cerca, el justificado y terrible cansancio, el hastío o el horror, todo ha sido soportado firmemente y ahora nos enfrentamos tanto a nuestras propias debilidades y falencias, que sí las tenemos, y al vacío y la soledad a los que pretenden condenarnos.

Nuestra propia unidad, elástica y terrible, nos ha protegido, dable y razonable es pensar, conociéndonos, que “algo” y “alguien” cuidó de nosotros, con el loable objetivo de que pudiéramos demostrar que es verdad que estamos dispuestos a su superior servicio, que somos obedientes y que aún con mal oído y peor ojo, tratamos de oír y de ver los Signos que, en el tiempo, están colocados para nosotros y para quien quiera o pueda verlos y seguirlos.

Nuestra Comunidad ha soportado y el momento de las grandes pruebas se aproxima, según un entender, un ver y un sentir no exento de apoyaturas en lo que se podría llamar un tanto pomposamente, la famosa realidad.

Frente a las situaciones decisivas, se impone, para enfrentarlas con éxito, una clara visión de sentido, de misión y de compromiso, y una no menos nítida y consecuente acción independientemente del número o de lo que vulgarmente se llama eficacia. Nuestra eficacia debe ser medida con distintos parámetros a los numéricos, generalmente empleados, sin dejar de reconocer que el crecimiento y el desarrollo deben ser correlatos imprescindibles para una medición posible del éxito.

La separación, tanto ideológica como práctica, producida, alentada y soportada por el sistema oligárquico, entre los cuadros y el pueblo, sin hablar de la sistemática corrupción de los cuadros que potenció dicha separación, ha sido desvastadora para ambos. Permitió acelerar la reconversión del pueblo en masa y de los cuadros en “funcionarios” o simples “vividores”, “punteros” o “clientes”, cortando las posibilidades de resistencia y atomizando las organizaciones populares.

Pero este proceso que comenzara tan tempranamente en 1968-71 y que tuvo en el “desenfado y transgresionismo” montoneril de la juvenilia armada, su primera expresión social, fué también el primer asalto al Movimiento Nacional, ya deteriorado por dieciocho años de resistencia, por el “ejército pequeño burgués” del régimen. Su hechura contracultural era evidente tanto en su contexto ideológico-formativo, en su discurso, como en sus acciones políticas y policiales.

Las grandes estructuras de militancia sólo tenían sentido en el contexto de la disciplina y la integración a la orgánica del Movimiento Nacional, para renovar su dirigencia y prolongar de tal modo su vida útil. No se podía realizar sin formar previamente a las nuevas generaciones que podían incorporarse así a la lucha, de ese modo lo entendimos, y en ese sentido obramos, aunque fuera insuficiente y no pudiera, ya, ninguna acción a nuestro alcance, impedir la decadencia de la forma justicialista del Movimiento Nacional.

Todo el período de transición, que lleva ya más de veinte años, se ha empleado en luchas parciales, retiradas ordenadas, ofensivas desarticuladas o locales, pero también en adquirir un conocimiento del enemigo, un mayor conocimiento de nosotros mismos y una trabajada y laboriosa lucidez respecto del proceso que vivimos y de sus posibilidades y proyecciones.

La cuestión principal, que se intenta esbozar en el trabajo subsiguiente, lleno también de sinuosidades, invectivas e inexactitudes relativas, pretende, pese a todo, resumir en visión de futuro lo que hemos aprendido y encontrar los modos más simples y eficaces de aplicarlo en la práctica.

Discurso político-ideológico, teórico y exposición de tareas tanto inmediatas como de procesos; exposición nítida tanto de metas estratégicas como de una visión de la Argentina posible y de un Continente con acceso a la esperanza para los pueblos y naciones, todo ello reunido y quizás desordenado, ya que también hemos de exponer tanto la batalla terrestre como la celeste y su inextricable unidad, de la cual pretende ser quizás lejano y obscuro reflejo nuestra propia unidad y nuestros singulares, por ahora, conflictos.

La búsqueda incansable de nuestra reconexión con nuestro pueblo y con el proceso de su reconversión, es nuestra propia búsqueda de nosotros mismos y nuestro perfil en tanto comunidad de combate y de misión. Grandes rodeos, vacilaciones, dudas y fracasos nos han acompañado y quizás, aún nos esperen.

La claridad capaz de ser compartida y la acción que debe ser participada y orgánica son la escencia misma de toda política que así quiera llamarse con justeza. Y no hay política propiamente dicha sin participación y organización popular.

La redacción propuesta es aleatoria, corno lo es también su limitación de contenidos, que son puestos a disposición de la Comunidad, bajo la forma y con el método que crea conveniente utilizar, para su verdadera y total completitud, que merita una exposición más extensa y circunstanciada, no por falta de palabras, sino por necesariedad de la participación y aclaración de todos los temas necesarios. La estructura de la exposición, una vez comprendida, resulta simple y lo suficientemente abierta corno para aceptar su propio desarrollo posterior y su posibilidad de ser expuesta con diversos grados de sencillez y parcialidad sin afectar su demostración escencial. No se trata de “modelo” sino de visión del mundo, no se trata de módulos o bloques desprendibles, sino de un todo en movimiento y desarrollo, que puede tener gran plasticidad y capacidad de adecuación a personas y circunstancias diversas.

La convocación a la Comunidad Génesis es la de realizar también esta obra, una obra teórico-práctica, en su totalidad rompiendo así la dependencia respecto de “la última”, obligándose a pensar, además de hacer.

Nada resta agregar, salvo el invocar, sobre todos nosotros, nuestras familias y nuestro compañeros la misericordia y la bendición de Dios.


 

LOS PUEBLOS QUE NO LUCHAN POR SU LIBERTAD, MERECEN LA ESCLAVITUD

ACCIONES, PROCESOS Y METAS DEL FRENTE NACIONAL

 

No hay argentino que no sepa, hoy, de la crisis de existencia que sufren el Estado y las Instituciones en general, en nuestra patria. El proceso crítico abarca también tanto a la tangibiliad de la Patria, territorio y bienes comunes, como al espíritu de la Nación, intangible mensurable en la voluntad de SER de los argentinos, en sus realizaciones comunes en su vigencia histórica y en su posibilidad de porvenir, aparentemente abandonados u olvidados.

La Cultura Argentina, matriz, motor y también producto de las realizaciones laboriosas de nuestro pueblo que abonó con su sangre cada rincón de la Patria y cada gesta del Continente para constituirla, es, no solamente despreciada por la oligarquía burocrática usurpadora en el poder, sino que también, en un serio intento, que estimamos vano pero peligroso, pretende reemplazarla por la contracultura sintética y mediática que pareciera invadirlo todo con su estupidez y su mala intención.

La llamada “globalización”, hija putativa de la usura mundializada y del tráfico de drogas que atentan contra el SER del hombre, de todos los hombres; ha hecho su desembarco entre nosotros aprovechando y agudizando la crisis en la que la Argentina ya estaba envuelta, producto del desencuentro y de la pertinacia de las falsas banderías y de las no menos intoxicantes apoyaturas ideológicas de variado tipo y procedencia que forjaron la singular creencia de que todas las soluciones a los problemas argentinos, estaban contenidas en la experiencia histórica de otros pueblos y de otras latitudes, que poseen culturas respetables, pero diferentes, y problemas o formas de encararlos totalmente distintas.

La “globalización”, esa nueva mentira de los poderosos para explotar a los débiles dividiéndolos y haciéndolos así más débiles aún, llegó de la mano de una supuesta “dirigencia” empresaria que había sido, hasta entonces, marginal al complicado pero vigoroso proceso nacional de crecimiento e independencia.

No tenían casi, patrimonio físico, reacios a todo compromiso con la realidad argentina, diríamos que casi con cualquier realidad que fuera más allá de sus inmediatos intereses usurarios y de cortadores de bonos, aceptaron y aún prohijaron al nefasto Martínez de Hoz, se enriquecieron con el saqueo a que el régimen militar, bajo la conducción del personaje susodicho y en representación de la gran usura, efectuaron en nuestra patria, para lo cual hubieron de asesinar y torturar, no solamente a quienes se les opusieron con las armas en la mano, sino, y fundamentalmente a todos aquellos elementos de la sociedad, personas u organizaciones, que representaban un peligro o un riesgo de resistencia posterior de la Nación ante tamaña agresión.

Así se consumó el primer acto de este drama, que esperamos no se convierta en tragedia, al que siguieron las parodias electoralistas, con la ausencia del Frente Nacional, producida su división, por las ambiciones desmedidas, la corrupción práctica e ideológica de sus dirigentes y la desaparición consiguiente de las organizaciones populares que eran su alma y su sostén.

Nada nos fue ahorrado a los argentinos y desde el robo, el saqueo, el crimen o el sacrilegio, las endemias durante largo tiempo olvidadas, el hambre y la indignidad, todo hubo de ser vivido y sufrido.

La suma de los males podría alargarse al infinito, comprendiendo que es en realidad la suma de nuestra incapacidad de previsión, de la creencia mágica en la pervivencia de una Argentina rica y fuerte que el Movimiento Nacional, con el auxilio de todos, había construido. Pero esa Argentina fué inmolada en el sucio altar de los mezquinos y minúsculos intereses de los usureros y su pequeño grupo de beneficiarios que a su vez, hoy lo comprueban, también son sus siervos. Bien pagos, pero esclavos.

Pero, en el hoy de hoy, más nos interesan las consecuencias de tan deleznable como infame proceso, que sus orígenes próximos o remotos, cuya indagación es necesario que realicen aquellos llamados a escribir la historia de estos años aciagos. Porque son precisamente las consecuencias las que hacen que la acción, quizás tardía pero verdadera, arranque a nuestra Patria y a nuestra gente toda, de la situación angustiosa en que nos han colocado.

 

UNA NACIÓN DESPOSEÍDA DE SU PATRIA

 

La Argentina ha sido desposeída de su patrimonio a grado extremo. Carece de los bienes que su pueblo acumuló a lo largo de cinco siglos en la pretendida seguridad de su territorio protegido por la existencia a veces dolorosa, aunque siempre necesaria y hoy imprescindible, del Estado, las instituciones civiles y armadas y las organizaciones populares.

Bienes físicos, territorio, bienes intangibles como el desarrollo de la cultura argentina mestiza, vigorosa y original, la ausencia absoluta de ghetos y la presencia de singularidades diversas incorporadas a nuestra vida común, hacían de nuestra Nación un país rico más que en bienes, en personas.

Este despojo inmisericorde y brutal se consumó en pocos años, en los que hemos vivido en el sueño o la esperanza, en la bien fundada, pero hoy vana, fé en el Movimiento Nacional y en su capacidad de recuperación.

Pero lo primero que se destruyó fué, precisamente al hombre argentino, que cansado de luchar ininterrumpidamente o ablandado por una vida mejor que había conquistado, fue gastando sus posibilidades, enajenando su participación o su compromiso por mezquindades o circunstancias, por vanidades o empecinamientos de bandería, que nos precipitaron en manos de un grupo de inescrupulosos aventureros alentados desde fuera y desde dentro por los beneficiarios del saqueo a que sometieran y someten al pueblo y a la patria.

Un sistema político tramposo, que sólo ofrece posibilidades a los ricos o a los ladrones, un clientelismo desaforado que mide las voluntades en términos de “mercado”, pesando y cotizando en escasas monedas la dignidad de los argentinos, la mentira convertida en sistema y el engaño en cosa diaria, se cubren con el ropaje de la “democracia”, haciendo burla de las palabras, de los conceptos y lógicamente de todos nosotros, se ha convertido en una especie de chaleco de fuerza o de “sagradas palabras” que esconden la desnudez del desfalco criminal de dejarnos sin patria.

Fué la destrucción, mediante la confusión y el terrorismo, como se nos administró la infiltración del “hombre light” que todo lo espera, por nada es capaz de luchar y ha olvidado su misión como hombre sobre la tierra y como partícipe de una comunidad en la historia.

Sacarnos el suelo de debajo de los pies, convertidos en parias en lo que fué nuestra orgullosa heredad, negarnos no los llamados derechos humanos sino el deber de ser hombre, de sentirse digno, de afirmar los pies sobre su propia tierra y ejercer la única libertad verdadera que es buscar la verdad y elegir su destino como seres portadores de la libertad y la dignidad de la creación. He allí su obra.

 

UN PUEBLO DESPOSEÍDO DE SUS BIENES

 

El despojo del hombre argentino en tanto Nación ha sido seguido del despojo de sus bienes personales, familiares y de su comunidad, de su cultura, de su dignidad, de la educación de sus hijos, de su techo, de su trabajo, de su entero futuro y además se ha hecho, para escarnio y burla de las víctimas, y según los aprovechados y escasos beneficiarios, con su pleno consentimiento aparente.

La mentira, sin embargo, tiene las patas cortitas, y cosecharán lo que han sembrado. Sin bienes ni intangibles ni de fortuna, el pueblo argentino, masificado, masacrado, empobrecido y apartado de la conducción de su destino ha de volver a recuperarlo.

Los bienes más preciados, son precisamente, aquellos que no se pueden comprar. La Nación Argentina despojada y sin
Patria yace entre su pueblo que es desde donde se levantará a juzgar y destruir a sus enemigos. Pero la Nación no es un fantasmón para asustar “hombres light” sino la firme voluntad de SER en el mundo, un mundo en crisis, donde la identidad de los pueblos, cultura, personalidad, historia y futuro son colocados pretendidamente en los museos como trofeos de los poderosos “dueños de la Tierra”. No solamente del suelo, sino del planeta.

Un pueblo despojado de sus bienes sólo se tiene a sí mismo y nada tiene ya que perder. Hemos llegado a ese punto. Pero los asesinos cometieron graves errores, y los corruptores también, ambos supusieron que la resistencia futura y un cambio en la situación sería imposible, a los que no mataron, los compraron (bastante barato por cierto); pero estaban equivocados y el Frente Nacional, matriz política de un vasto movimiento social de repulsa, y primer adelanto del nuevo Movimiento Nacional en formación, se ha puesto en marcha.

Recuperar el futuro es lo que buscamos, miramos hacia atrás no solamente para aprender, sino también para olvidar lo olvidable, lo molesto para la marcha, ya que es el futuro el que nos llama poderosamente.

Recuperar la Patria y todos sus bienes, que nos son comunes, recuperarnos como personas dignas, como trabajadores, como productores de riqueza, padres, hijos, familias, comunidades reunidas en la Nación Argentina con un destino y una misión que cumplir, una inefabilidad que aportar a la humanidad que sólo nosotros podernos hacer, como cada pueblo ha hecho y hace aún hoy; un continente que construir para que la caída de Occidente no sea el fin de la Civilización, sino el comienzo de otra más humana y más justa. La ruta está abierta y ya hemos empezado a recorrer el camino.

 

RECONSTRUIR O REPTAR ENTRE LAS RUINAS

 

La proposición de reconstruir al hombre argentino, al pueblo, devolver a la Nación su lugar en la historia y a ella y a nuestro pueblo su patrimonio y su destino no es cuestión del entendimiento y la incumbencia de una dirigencia corrompida hasta el alma, ni de los “hombres light”, que ni siquiera son capaces de defender el derecho inalienable de ser hombre, ni de las “anuras” que renunciando a la mas alta de las funciones de la especie, la de ser madres y forjadoras de nuevas generaciones de argentinos, seres humanos dignos, que enorgullezcan a la especie, devanean en tomo a la búsqueda perversa del “punto cero” de la genética humana empujadas por una llamada “ciencia” extraviada de sus fines y conducida por sus dueños hacia el control esclavista de la especie.

Pero la reconstrucción, la recuperación de la dignidad del trabajo, de la cultura argentina, del control de nuestro propio destino, no es un folletín televisado o una mera noticia en un diario, es una lucha tremenda y trascendente por la supervivencia e implica necesariamente -ya que los saqueadores no se irán por su voluntad, ni los ladrones se suicidarán, ni los cómodos burócratas de esta oligarquía nos cederán el paso, ni los usurpadores reconocerán sus infamias- el inicio de un proceso que, volcando la situación, transformándola en otra que es su opuesto, libere las energías de los argentinos en el sentido que todos desean, se trata de una REVOLUCIÓN.

La REVOLUCIÓN NACIONAL Y SOCIAL ARGENTINA no es, a estas alturas, una lúcida voluntad político-ideológica, u otra ”utopía” más, de aquellas a las que los intelectuales nos tienen acostumbrados, no es una voluntad ni tampoco una ambición, se ha convertido en una necesidad -sin dejar de ser también todo aquello- imprescindible para nuestra supervivencia, aún como personas, no ya solamente como comunidad histórica o como pueblo.

Los tímidos hijos de la democracia “renga”, ellos también “rengos” o lisiados del alma, se asustan al oír la palabra revolución, casi tanto como los que creen que revolución es solamente cuando ellos, uniformados o pertenecientes al “elenco estable” de traidores y funcionarios sin conexión con la realidad verdadera de nuestra patria y nuestra gente, que le dieron el “sesgo civil” a los diferentes “golpes de ajuste” del régimen, ocuparon las posiciones de poder al servicio generalmente de intereses inconfesables e instrumentando tanto la credulidad como la ambición y aún la avaricia de algunos uniformados. Están también los otros, los “sacerdotes de la revolución”, que pretenden tanto custodiar corno juzgar con la farisaica severidad ideológica que los anima, qué revolución es “verdadera y cual no”, según los obscuros cánones de sus “profetas” ideológicos muertos o vivos.

Gracias a Nuestro Señor, no poseemos la siniestra soberbia de creernos dueños de la historia, ella es el campo de la libertad del hombre -de todos los hombres- siendo así un escenario de la Providencia y también, el único de la malignidad.

No tenemos a la historia “agarrada por la cola” ni tampoco hemos sido ni somos parte de ningún proceso de “revolución mundial”, la necesidad y el amor a la patria y a nuestra gente, nos ha puesto la palabra en la boca, en el pensamiento y también en la acción. Hijos de la necesidad pero también de la libertad, presionados por los hechos, pero también por la fría razón y el cálido amor, nuestra REVOLUCION no pretende ser una respuesta universal a los problemas de la especie, ni se apoya en ninguna negación, como no sea la de aquellos que, a su vez, y por su mezquindad y maldad, nos niegan el derecho a la existencia.

La REVOLUCIÓN NACIONAL Y SOCIAL ARGENTINA ha procedido por etapas y no es de ningún modo ni nueva ni importada, ni tampoco puede ser exportada. Comenzó antes de la independencia con la defensa de nuestra tierra por los ejércitos guaraníes de la “república jesuítica”, por los levantamientos comuneros, por la expulsión del inglés invasor y desde la independencia, ese proceso de nuestra REVOLUCIÓN continuó, escalando peldaño tras peldaño pese a los “hombres de la levita negra”, como el valiente Lavalle los llamaba, aunque su poca cabeza le impulsara a servirlos. Esos directoriales, Rivadavias, Garcías, Urquizas, Uriburus, Justos, Lonardis, Rojas, Aramburus, revoluciones cínicamente “argentinas”, Martínez de Hoz, Juntas Militares o Alfonsines y Menems. Sin embargo, la Argentina ha seguido y en cada etapa, en que el desafío ha sido más grande, el pueblo argentino se hizo más grande aún, siempre persiguiendo las mismas metas y objetivos con distintos nombres en el camino de levantar una Patria Grande con un Pueblo Feliz.

“Mozos de la tierra”, como se los llamaba, en los albores del poblamiento a los criollos que ya se autogobernaban cuando se fundó Buenos Aires, mestizos, “medias sangres” y “castas” que conquistaron y construyeron, para ellos y su descendencia un lugar en el mundo que nuevos mestizos de otros mestizajes, provenientes de todo el mundo, han completado y consolidado y que ahora está amenazado de extinción.

He ahí nuestra REVOLUCIÓN, no es producto de cabezas calentadas ni de frialdades al servicio de intereses propios o foráneos, es el re-nacimiento de la Nación misma, su re-aparición en la Historia, de la que estamos ausentes -que es lo que significa “alienados”, enajenados, fuera de nosotros mismos- hace ya cuarenta y dos años iluminados por el resplandor meteórico del retorno del General Perón y abrumados, todavía, por su muerte. La verdaderamente gloriosa muerte del anti-héroe, que es el auténtico héroe de nuestro pueblo, pueblo de héroes extrañados, exilados, escondidos, obscuros a veces, pero insobornables en la defensa de la Nación y de su pueblo. Héroes que aman, olvidándose de sí mismos, no héroes de novelista al uso, de trágica nostalgia y que nos dan por heredad la muerte y el fracaso. Los nuestros son y representan la victoria sucesiva y permanente del pueblo argentino, pese a todo y a todos, sobre todo; pese a sí mismos.

No medraremos, como las ratas o las lagartijas, entre las ruinas de nuestra patria enajenada, entre las ruinas de nuestras instituciones destruidas, ni reptaremos en los ajenos suelos de la ex-argentina, sin antes dar ejemplo de valor sin retroceso, de inteligencia sin vetas débiles de trasiego ideologizante, de reunión franca sin declinar nuestras banderas impidiendo, a la vez, que se transformen en banderías, de empuje sin atropellamiento y de organicidad sin complejidades ajenas, finalmente de actitud y acción sin concesiones a este mundo que muere la muerte que han elegido quienes son los responsables del desastre, aunque más valdría decir i-rresponsables o “…ciegos guiando a otros ciegos…”.

 

METAS

 

1.- Una “bisagra” temporal

Las bocas de los maledicientes se llenan con palabras sin significado articuladas y autoreferenciadas al discurso irreal del paradigma ideológico dominante en los medios de comunicación o de relación de ciertas capas de la ex-sociedad (convertida ahora al caos del mercado) que o bien son beneficiarias directas del desastre o bien esperan, con la estúpida paciencia rumiante del “hombre light”, que el régimen los salve, incapaces tanto de intentarlo por ellos mismos como de imaginar, siquiera, la realidad terrible y dura de la verdadera maldad que los condena.

Palabras y “slogans” que nada significan o que hacen referencia más a los miedos, las ocultas ambiciones, las “sequedades del corazón”, las montañas de estiércol interpretativo removidas por los psicomíticos (nada o muy poco de psicólogos que indicaría un saber, cuando en realidad indica una técnica romántica primero y materialista finalmente, favorable primero al mantenimiento del sistema y hoy favorable a la “transgresión” y al caos) que dan una desinformación completa y contracultural tanto de la situación verdadera y el estado de la civilización en este momento como de las perspectivas, posibilidades y futuro posible del hombre y su supervivencia.

Según estos verdaderos “profetas de la muerte”, de suaves términos y dulce tontería, nada se puede hacer para modificar la situación reinante y todo esfuerzo estaría condenado al fracaso más estrepitoso o descalificante ante los “supremos jueces”, que vendrían a ser las 356 familias de banqueros y narcotraficantes que dominan la “globalización”. Nada más falso ni más tonto. Es que como en la historia o historieta del “Mago de OZ”, el del gran vozarrón, efectos teatrales y significativa corpulencia, que solamente ocultaba la debilidad de un viejo mago de circo que explotaba, con trucos, la credulidad y el miedo de aquellos “ozianos”, la desinformación dirigida, sólo oculta, sin remediar, la debilidad y el temor del régimen frente a los hombres, los pueblos y las naciones verdaderas, y no por que su destrucción sea fácil, sino solamente, porque la saben posible y realizable.

No estarnos sujetos a “juicio” semejante, que sería descalificatorio de toda intelección, ni tememos al “Deus ex-machina” que amenaza con sus rayos a todo aquel que se atreva a pensar y sobre todo, a actuar. Tenemos corazón, cerebro y valor, además de la sana ingenuidad de “ignorar” las consecuencias, que, por otro lado, sólo pueden ser fructíferas para nuestro pueblo y nuestra Nación.

Hablan, es un decir, de un cambio de época, de cambio de mentalidad -el “uno mismo” de la charlatanería “new age”- de tecnologías de asombro, que dejan a los hombres “light” como vacas mirando el tren. Y ciertamente hay un cambio, y muy grande y muy otro, del que estas interesadas “autoridades” y “expertos” señalan.

Hace poco tiempo un “nisei” (japonés nacido en USA, como Fujimori, que es un japonés, no se sabe si nacido, que mariscalea en el Perú) se puso a dilapidar sus pocas luces en la útil -para sus mandantes- disquisición sobre el fin de la Historia, dando por muerta a la especie humana o a sus posibilidades de cambiar su destino histórico y habiendo llegado no al espíritu absoluto -el Estado Alemán- de Hegel, sino a la absolutización de la técnica actual como el “non plus ultra” de la historia, algo así como si el chino que inventó los fideos hubiera escrito “El fin de la gastronomía”, con perdón de micer Marco Polo; nos dio por finiquitados entonando loas a una antigüedad llamada capitalismo, con individualismo y “new-age” incluidos, en sus himnos. Es la apología de la nueva esclavitud que nos preparan en los novísimos – hay que renovarse, che !- campos de concentración (1(Z) normalizados del primer mundo, obsequiados, generosamente, a todo el planeta.

Pero lo que hemos llamado “bisagra temporal”, existe, de otra manera o, según nos dispongamos y hagamos, también de esa ya que la oportunidad de tornar el mando de nuestra historia está, como quién dice, “a la mano”. Pocos momentos tan oportunos como el presente para definir y realizar nuestro destino nuevamente, y es así que asistiremos al renacimiento transfigurado del Movimiento Nacional o a la desaparición de la Argentina.

Asistimos a un gran cambio en el sistema tecnológico, que incide sobre todo el universo material de la civilización y refluye sobre las condiciones de vida de pueblos y personas no como lo pretenden sus apologistas acríticos y serviles, si no presionando las estructuras sociales, políticas y culturales de la humanidad, ya en crisis por razones que veremos ahora.

El cambio tecnológico se podría expresar, en aras de la síntesis necesaria, corno el tránsito de una tecnología basada en el calor -o la energía térmica- que generó la llamada “era mecánica” a una tecnología que podríamos llamar “fría” -basada en el bajo consumo energético, la tendencia a la anulación del movimiento en el mesouniverso que es producido y genera a su vez calor y su reemplazo, mediante técnicas similares a las hídricas, por la automoción de un flúido (electricidad, flujo condicionado de electrones, etc.) que en el microuniverso requiere más bien bajísimas temperaturas y bajo perfil energético -al menos en relación a las fuentes y medios actuales de provisión energética- minimizando así el trabajo mecánico en el medio humano -el mesouniverso- y aumentándolo en el ámbito donde solamente las máquinas -robots- pueden operar con la precisión requerida por el microuniverso.

El cambio requirió un desplazamiento de los ejes de “densidad de inversión o de capital” hacia las nuevas tecnologías desde las anteriores, de menor “densidad de inversión” tanto como, inversamente, disminuyó la “densidad de trabajo humano” aumentando así la desocupación y la crisis. La búsqueda desaforada de mercados y de inversiones para una producción geométricamente creciente -en ciertos rubros donde primero se aplicaron las nuevas técnicas- incrementó la voracidad y la intervención de la usura tanto en la producción que emplea las nuevas tecnologías como en la producción de nuevos desarrollos favorecedores de sus intereses -menos trabajo humano, menos consumo energético en una situación energética crítica, mayor densidad de capital, mayor control político, más concentración de las decisiones que les importan, etc.- que en su desenfreno ha precipitado la crisis de agotamiento del capitalismo como sistema.

El componente inerte de la producción, el capital, que es producido por la acumulación del trabajo humano, que es el elemento dinámico originario y originante, multiplicado por la máquina, en una grave y terminal pirueta ha concluido por invertir esas funciones forzando al capital como elemento dinámico y convirtiendo en estático al trabajo del hombre, crecientemente propagandizado como innecesario o inútil con una industria progresivamente robotizada. Claro que esto ocurre solamente en ciertos lugares del planeta donde esta alta especialización técnica va de la mano con la masa de trabajadores de los cuales se requiere o la mera fuerza física o una ligera especialización en vigilancia o en artesanados de armado de baratijas tecnológicas o no, que malviven rodeando la insolente opulencia de unos pocos.

En tanto los Estados que llegaron a estar fundados sobre la evidentemente insegura base del capital industrial productivo, ahora en crisis, se encuentran agotados también tanto de respuestas a la situación como de hombres capaces de enfrentarla, ya que la corrupción que les fuera útil para la instalación de esta operatoria, ha dejado a los gobiernos en manos de los peores y menos aptos, que, esperan así, las soluciones de sus amos que les imponen por respuesta la condena a desaparecer y la “globalización”; condena que, por otra parte pende sobre todas las naciones, tal como Francia lo experimenta en estos momentos, corno todo el mundo periférico de las potencias centrales “post-modernizadas”.

La crisis energética que aumentó este proceso, provocada por una mezcla explosiva en una zona explosiva y de alta densidad geoestratégica, tiene un relativo fundamento real en la contaminación de mares y costas, la lluvia ácida, etc.; argumentos para transitar a la nueva tecnología de bajo consumo de energía térmica, pero en realidad sirviendo a intereses inconfesables de todas las partes en conflicto, aún en el apoderamiento de dicho tránsito, ocasión, como se experimenta, para la implantación del poder anómico mundial y tentar la experiencia de la nueva esclavitud de pueblos, naciones y personas.

De tal modo que estos cambios no redundan en beneficio más que de la oligarquía mundialista usurera, con pequeños grupos de beneficiarios subrogados en cada centro de decisión y enormes, la casi totalidad, masas en creciente paro y desesperación, la crisis social y política, que es económica y técnica también, ha devenido en revelar su transfondo claramente contracultural -ideologías, pseudo-religiones, propaganda arteramente conducida, monopolio y empleo viciado de medios de comunicación, endiosamiento del mercado, etc.- que subyacía en la modernidad desde el principio. Su rostro, es el verdadero rostro del humanismo, del racionalismo, del iluminismo, del barroco y sus románticos soñadores, es que la post-modernidad sólo consiste en esta final develación.

¿ Deberemos, entonces, auscultar el futuro corno el meteorólogo mira los signos cambiantes del cielo y del clima ? o bien
¿ haremos nuestra apuesta por un mundo distinto en la flúida situación en que nos encontrarnos, sin volver atrás e imaginando -esto es empleando la razón para crear y construir nuestra realidad- un nuevo mundo posible, viable y mejor ?
He ahí la cuestión, sin resolver la cual es imposible seguir adelante, en un momento que exige la mayor reflexión y la mejor y más justa de las acciones.

 

2.- Una Nueva Argentina

 

El título es por demás evidente de la situación en que nos encontramos, ya que no se trata de un “slogan” político al uso sino de la más clara expresión posible para el cambio que se propone, una Revolución para construir la Nueva Argentina.

Fué nueva la Argentina en 1816, en 1833, en 1916, en 1945, y vuelve a serlo cada vez que los argentinos nos proponemos aceptar el desafío de nuestra propia historia y nos atrevemos a dar el salto hacia adelante que significa. Las etapas intermedias, júzgueselas buenas o malas, fastas o nefastas, han servido para comprimirnos y tomar el impulso necesario para dar el salto, que siempre ha sido también un asalto a las ciudadelas del poder “establecido” y en los momentos de su mayor debilidad, no en los de nuestra mayor potencia.

En todos los casos anteriores no sólo ha habido una conjunción suficiente de fuerzas, sino también una conducción con las ideas claras respecto de la forma y el camino a seguir, acompañada por un grupo de hombres y mujeres decididos y en claro acerca de su rol, su organicidad y sus intereses que siempre resultaron ser los mismos de la Nación y del pueblo todo. Claridad, acción y compromiso, son algunos de los secretos más importantes de su éxito.

Una revolución que reconstruya en la absoluta novedad, paradoja de paradojas, de lo ya conocido, del “recuerdo del futuro”, nos plantea la necesidad de definir no solamente la Argentina que queremos, acto de voluntad pura, sino dentro de ella, la que podremos con esta realidad actual y en este mundo en crisis. No sólo se trata de definir la voluntad sino, y fundamentalmente, la posibilidad. Rechazar el “imposibilismo”de los necios y de los servidores del régimen, no significa caer en la fantasía de que todo es posible, haciendo del sueño romántico, un serio planteo político.

Pero la Argentina nueva deberá ser capaz de sobrevivir en un mundo en crisis, ayudar a superarla al resto del Continente y contribuir así, a la solución global. Por eso la llamada “formulación del modelo” no alcanza a cuajar en medidas prácticas y sucesión de actos, o procesos claros, que permitan, además de trazar un camino, que se pueda visualizar una “carta de marear” en medio de la tormenta que nos azota.

La crisis nacional tendría soluciones simples y obvias en todos los sectores de conflicto, si la cuestión fuera un problema de gabinete o de las meras materialidades, y no hubiera, como es imprescindible hacerlo, que llamar a todos los argentinos sin excepción para contribuir a las soluciones que se propongan. Es que en la comunidad humana nada se puede resolver de duradero, en todas las situaciones, sin el concurso organizado del pueblo. Mucho más aún, cuando para pasar a la ejecución, es menester, previamente, desalojar a un grupo de bandoleros atrincherados en las posiciones de poder.

Uno de los principios rectores, para la formulación posible, es no atarse a los modelos llamados “tradicionales” o “probados”, ya que todos ellos o bien niegan en función de la economía, el resto de los factores en juego, bien porque dan por supuesto que serán dados por “añadidura” o bien porque su ponen que dándole una primacía que se corresponde con la misma conciencia que se combate, pero, eso sí, “priorizando” el trabajo humano y la solución (aparente) de los problemas inmediatos del pueblo, conquistarán a algunos más para la idea. Y todo ello resultará inútil además de falso.

Nada que se corresponda con la conciencia “materialista estúpido-histórica” de la modernidad puede constituir una verdadera solución, ni se conquista a nadie con el “valor agregado”, el “producto bruto” o la “inversión productiva”, sino con los hechos, que marcando la diferencia con el régimen y con sus epígonos de toda laya, construya en los hechos mismos la nueva realidad.

Pero debemos proceder, en lo posible, con método, sobre todo al intentar formular una visión de conjunto de la Argentina posible y al formular los supuestos básicos mediante los cuales no solamente pueda ser pensada, sino también actuada, vivida y repensada precisamente por los actores principales que son el pueblo mismo y la nueva dirigencia que los argentinos estamos generando.

Pero no hay método que no implique, en sus resultados, una dosis de imaginación, ya que se asigna a los factores en juego, que son múltiples, y en muchos casos desconocidos, un comportamiento -relativo- que depende enteramente de la interpretación, tanto histórica como personal, de su conducta anterior y -extrapolando- futura. Pero no deberemos confundir imaginación con fantasía, confusión muy en boga dada La corrupción que del lenguaje han hecho los medios de comunicación, interesados en la desinformación y la confusión.

Imaginar es, en realidad, lo opuesto de fantasear; imaginar es extender a un futuro o campo desconocido la racionalidad lógica de supuestos aceptados y posibles, vistos en el encadenamiento relacional analógico que tendrían, en una realidad que, además, se conoce profundamente.

Imaginar es también conocer, sin imaginación sería imposible todo trabajo científico verdadero, que no es producto, como muchos creen de la mera experimentación, sino de la imaginación y la experimentación para confirmarla. El agotamiento del que llamaremos, con cierta licencia, el “logos” de la modernidad, ha producido un estancamiento del pensamiento en casi todos los órdenes y la producción de los “revivals” tanto como de la falsa conciencia suicida del “fin de la historia”, que no contiene un gramo del “milenarismo” trascendente que animara y anima a tantas buenas almas que desean el final de esta tragicomedia mediante la hierofanía apokalyptica. Lo que nos hace pensar que detrás de su “suicídese alegremente” esconden sólo sus inconfesables intereses de traficantes de esclavos.

La reformulación del “logos” para un nuevo período histórico, no es obra de la política que, solamente debe ponerse al servicio de él, si quiere salvar sus incoherencias, sus corruptelas, sus insondables vacíos y su incongruencia escencial. No obstante es menester aclarar que el nuevo “logos” no provendrá, tampoco, de algún “gabinete del Dr. Caligari” escondido y secreto en un obscuro rincón, sino de la realización misma de la “nueva novedad” en la realidad histórica, bástenos saber cómo comienza su desenvolvimiento, desentrañar su inicio, que es más importante que saber definirlo enteramente, ya que lo contrario sería lo mismo que haberle pedido a un filósofo, o retórico, o poeta, o escultor, o simplemente a un hoplita de la antigua Grecia, que nos explicara el “logos” de Occidente tal como hoy lo conocemos.

Pero el “logos”, que es un saber universal suficiente, actuante y eficiente en el hecho histórico mismo o en una serie de ellos, no nace de un acto de voluntad o de creación colectiva o personal, meramente, sino de la maduración y maceración del “mito” activo, en una comunidad humana cualquiera. El proceso histórico-cultural que lo preside, no se programa ni, mucho menos, se “ideologiza”, simplemente ES, aunque el ímpetu de la realización y la renovación de la historia -la recuperación por una comunidad histórica cualquiera de su identidad y su personalidad en un período de crisis- desarrollan o siguen una pauta que va del “mitos” al “logos”, de la palabra fundadora -original y originante- a la palabra realizadora -originada y reconocida- , en todos los casos.

En nuestras múltiples raíces, fundidas por el mestizaje cultural y de sangre y en sus realizaciones, cuya máxima creación ha sido la pervivencia del Movimiento Nacional, con sus instituciones, sus vocaciones, sus tropismos y sus rechazos, su “modo del SER”, en suma, es donde la palabra fundadora ha encontrado su “logos” de realización y pervivencia y es su proyección la que nos da la seguridad de la recuperación de nuestra identidad y de nuestra personalidad tanto como de nuestro destino y nuestro futuro. El mito ha sido así, realidad entre nosotros que, frente al romanticismo levantamos la Justicia y a Jesús frente a Mammón.

El “mito” poiético, que construyó el Nuevo Mundo, no como obra de leyendas negras o blancas, sino como hombres con aciertos y errores, el impulso de una nueva humanidad, es lo que impulsó hacia esta tierra desierta, primero a los conquistadores, luego a los pobladores y a los evangelizadores y finalmente a los desesperados, de una Europa que no les ofrecía más que sangre y sudor, lágrimas y muerte, sin futuro.

La Argentina ha mezclado también la historia de su pueblo y de sus pueblos con la historia a veces separada y a veces entremezclada de las oligarquías que, siendo siempre nefastas en cuanto a la continuidad y desarrollo de la cultura de nuestro pueblo según sus raíces, han contribuido, aún sin proponérselo, a la completitud material y al conocimiento imprescindible del mundo, incorporándonos, a trancas y barrancas, a la Civilización que hoy ha entrado en crisis.

Esta mezcla ha creado confusión, pero también capacidad de crítica, sin la cual sería imposible salir de la crisis y ni siquiera pensar la Argentina como entidad independiente y con una contribución original que hacer al concierto de las naciones.

El “logos” del Movimiento Nacional siempre ha esquivado la repetición de modelos y fórmulas importadas, sin dejar de incluir en sus soluciones aquellos elementos que consideró útiles o necesarios a la construcción de la Nación; así Rosas realizó el capitalismo en la Argentina de modo tan original que confunde a sus críticos (un capitalismo con origen en la propiedad y la explotación de la tierra); San Martín intentó la paz con España en las conversaciones y pacto de Punchauca, que proponía la unidad de los ejércitos enfrentados y la monarquía constitucional con la unidad del Continente y un príncipe español, plan destruido por la logia militar española inspirada por Inglaterra: Irigoyen quería una Revolución que él soñaba ética, pero con democracia social, justicia e inspiración cristiana, no clerical; y finalmente el General Perón, que en su “Comunidad Organizada” y en sus realizaciones de todo orden, señalan hacia un modelo -con perdón de la palabra- claramente original y de neta raigambre cultural argentina.

Se llamaba a San Martín, el “rey José”, criticando en él lo que los mismos miserables ensalzaban en Bolívar, la cuestión era mantener la división del Imperio en beneficio de las nuevas “potencias de la modernidad y el crudo y estúpido mercantilismo sajón”, los imbéciles colonizados eran progresistas porque usaban levita y hablaban francés. Se atacaba a Rosas porque no era “democrático”, cuando la democracia de sus críticos era de horca y cuchillo, y la dirección de los asuntos públicos (léase sinecuras del puesteo en el gobierno) debía estar en manos de la “gente decente” (?); la misma o parecida crítica se le formulaba a Irigoyen, para instalar el fraude, la soberbia oligáquica de los proveedores de los frigoríficos ingleses y de los gerentes de los ferrocarriles o de “La Forestal”; qué no se dijo de Perón, y se sigue machacando el fierro frío de la mentira más siniestra hoy mismo, claro en “democracia”, y con un pueblo rendido, apaleado y esquilmado. La cuestión no ha cambiado mucho. Han cambiado, sin embargo, las materialidades, las personas -aunque pareciera haber una extraña reencarnación, estrictamente inmanente, desde luego, en los personajes- y han cambiado también las respuestas, nuestras respuestas.

Las respuestas, que siempre estuvieron a la altura de los desafíos, hoy deben estarlo también. Frente a una crisis raigal – desde las raíces- la respuesta debería ser también radical, es decir raigal. Decir raigal, para el hombre, nombrar sus raíces, es hablar del hombre mismo, como diría Marx, con perdón de los que no creen que sea bueno tener criterio justo en lo que es útil, pero adoran las “ideas” de quién sea con tal que no tengan que pensar y que tanto conocemos entre nosotros, al menos como enfermedad.

No obstante las repetidas, aunque aparentes, caídas que sólo fueron ascensos sucesivos tanto de la conciencia de sí de nuestro pueblo, cómo del nivel de las respuestas, acordes con los desafíos, decíamos, pero sin perder en ningún caso la hilación del discurso del “logos” del Movimiento Nacional que es la mejor y más amplia exposición de la Nación en tanto tal y de nuestro pueblo tal cual es, no tal como él mismo dice que es, ni mucho menos como los “expertos” de variadas disciplinas nacidos aquí y en el extranjero, suponen que es.

No se atreven a exponer lo que sin duda entreven en nuestro avatar histórico, esa persistencia, esa resistencia, esa pervivencia de lo, en principio, no moderno o no perteneciente a esta modernidad, este sello sigiloso y oculto al ojo no advertido o, que no puede aceptar que la crítica más severa y radical a la contracultura y su sistema, háyase realizado en este remoto lugar del planeta, en este verdadero “fondo de la bolsa” de occidente, desde donde refluyó la marea de la expansión europea.

Allí están las raíces, en tal medida que el esfuerzo histórico-cultural que supondría la re-formulación del “logos” de occidente, agotado y muerto en el desvío de esta modernidad agonizante, nos resulta completamente inútil a nosotros, pues ya lo ha formulado la Argentina en su continuidad y en el trabajo de su pueblo mediante la tenacidad del Movimiento Nacional. Lo que sí debemos tentar es la formulación de la continuidad de nuestro propio proceso, que aunque no lo parezca, no ha sido interrumpido, sino enriquecido por la circunstancia, de otros modos aciaga, que nos toca vivir. Es así que se nos prepara y nos preparamos, para el nuevo salto y el nuevo “asalto”, que sobrevendrá inevitablemente.

 

3.- Para una Ecología Argentina

 

La Revolución Nacional y Social Argentina, que, sabemos está a nuestras puertas, tiene una cualidad nueva: es una Revolución Ecológica. Si dejáramos, sin más, allí la definición la confusión sería mayúscula y se pensaría, mayoritaria o totalmente, que nos hemos, como tantos desencantados, refugiado eh la defensa del ecosistema natural. Otros moverían significativamente su índice sobre la sien o pensarían que carecemos de la seriedad suficiente. No obstante la definición dada es exacta, veraz y abarcadora. Veamos.

Se ha dado en llamar ecología, en estos últimos momentos del desencanto de la modernidad de sí misma, a aquellos “parches”, protestas, denuncias y también desvaríos, de ciertos sectores o gentes que han hecho del cuidado de los bebés ballenas, las morsas, los delfines o los tigres; la ionósfera, los bosques o las aguas, la meta política y social de su actividad privada y/o pública. Motivo de grandes negocios, penetración cultural, informativa y económica, la susodicha moda ha pasado a integrar un tropo más de la contracultura de la “globalización” en manos de Estados, usureros, empresarios avisados, oligarquías y tontos útiles e inútiles. La Ecología: ¡ gran negocio ¡

¿Pero existe verdaderamente, algo llamado Ecología? y, sobre todo, ¿ qué tiene que ver con el Movimiento Nacional y mucho más, con su Revolución ? ¿No es solamente una moda publicitaria y contracultural más ?

Contestaremos por orden. Se supone que Ecología es el estudio y el consiguiente conocimiento, con enunciación de “leyes” a la manera de las ciencias positivas, del o los ecosistemas o hábitats, los llamados “nichos ecológicos”, que conforman la biósfera del planeta o dicho de otra forma, las diversas ordenaciones de toda vida en relación con la tierra, el agua, la atmósfera, el clima y el movimiento planetario y sus interactuaciones en cada lugar geográfico particular. Sin olvidar la influencia de la presencia del hombre y sus comunidades, costumbres, actividades, cultura, alimentación, economía, etc.

Pero la ecología construida sobre la pauta de las llamadas “ciencias positivas”, expone, porta y exhibe una constitución metodológica, orgánica, descriptiva y finalmente propone acciones prácticas, programáticas e informativo- propagandísticas, de claro corte positivista y materialista, con las consecuencias de esperar en cuanto a sus actitudes respecto del hombre mismo y de su supervivencia, y lo que es mucho peor, en relación con sus resultados.

Se ha convertido, así, en un arma más, peligrosa y mortal para los pueblos y las naciones periféricas, es decir para la inmensa mayoría de la humanidad, en manos del llamado “primer mundo”. La “objetividad científica” y el “riesgo de envenenar el planeta” con la “desaparición de especies”, etc, etc.,postula, ni más ni menos, la desaparición del hombre o al menos de estos molestos “atrasados que envenenan la atmósfera de todos” o que dilapidan los “preciosos recursos naturales no renovables” en sus experiencias e intentos de querer vivir mejor y comer todos los días, educar a sus hijos, tener un techo, salud, seguridad y futuro. Además, ¡ oh atrevimiento !, también quieren ser libres y soberanos. La ecología primermundista, globalizante, malthusiana y agónica, como casi todos los “productos” de una Civilización en su ocaso, nos convoca al suicidio colectivo a los seres humanos, eso sí, mestizos de sangre y/o de cultura, para tener un planeta “limpio” y reservado a sus expansiones cinegéticas y turísticas, limpio sí, pero de Humanidad.

Pero hay otra Ecología, que es la Ecología verdadera, y que no excluye a nadie de su saber, de su método, de sus objetivos y de sus programas. De ella vamos a tratar ahora.

Que el riesgo en que se encuentran muchas especies animales y vegetales, terrestres, marítimas, fluviales y aéreas, el entorno natural de bosques, ríos, hielos, atmósfera y la tierra misma es verdadero, no hay duda, así es. Tampoco hay duda del riesgo de desaparición en el que se encuentra la especie humana en continentes enteros, como África, o en vastas regiones de América y de Asia, y la responsabilidad o culpabilidad hay que buscarla donde se encuentra. La búsqueda del máximo beneficio sin límites, la apropiación de los bienes de la humanidad por un pequeño grupo de usureros, el individualismo radical, insolidario y autista, las ideologías de soporte de esa situación, la contracultura y su propagación por los medios de comunicación globales, al fin y a la postre, la malignidad consciente y la mentira sistemática, que la humanidad toda tolera corno un terremoto o una epidemia, son los auténticos responsables de los desastres ecológicos que sufrimos todos.

Pero no acaba allí la cuestión, todo hombre sobre la tierra vive en un determinado “nicho ecológico”, como toda vida, pero, además, el hombre, solamente ES, en la historia, su realización en tanto humanidad ES en la historia y lo es, también, en tanto persona, familia y comunidad nacional y cultural. Sabiendo, entonces, quién o quienes son los responsables del deterioro de la vida y del ecosistema del planeta, sabremos también que son los mismos responsables del deterioro, empobrecimiento, distorsión y aún desaparición del “nicho eco- histórico” de hombres, comunidades y pueblos o naciones enteras. La especial malignidad e hipocresía, que deteriora el ecosistema natural destruye, por los mismos motivos y en sus mismas operaciones, el ecosistema histórico-cultural de personas, pueblos y naciones, como ha hecho la ambición neo-colonial en África y hacen el narcotráfico y la usura, con sus amplias secuelas, en América y en particular en la Argentina.

Tiempo hubo, hasta que la humanidad desarrolló su comprensión y su dominio progresivo sobre la naturaleza, en que el Ecosistema Natural se imponía e imponía sus leyes sobre y en la historia. El ecosistema histórico-cultural estaba sometido a esas condiciones en su desenvolvimiento, el avance y expansión de la civilización , modificó esa relación, invirtiéndola, la primacía del ecosistema histórico-cultural es, hoy, claramente visible y desgraciadamente llega en el momento en que un grupo de saqueadores pretende apoderarse del planeta, globalización mediante, dándole al ecosistema natural el mismo tratamiento, el del famoso Dr. Sangrado, que al ecosistema histórico-cultural.

No hay distinción posible, en este punto del desarrollo de la humanidad, entre ecosistema histórico y ecosistema natural. Es imposible preservar uno -el natural- mientras se aniquila el otro -el histórico- aunque, es lo que intenta la “ecología globalizante y primermundista”, pseudo-ciencia encaminada firmemente a reforzar las cadenas de una humanidad disminuída e incapaz de resistirse por males “endémicos” y catástrofes históricas provocadas unas y las otras en el afán de lucro sin límite, proponiéndose la apropiación de la humanidad misma, más que de los bienes de cualquier tipo, que sólo serían así un pretexto, una vía, una táctica para rendirnos.

La distinción de la filosofía clásica alemana, entre naturaleza e historia ha sufrido, en el entretanto, un extraño e interesante avatar. Impuso, aquélla, la clara división entre la historia, obra del espíritu, de la conciencia y de la libertad del hombre, cuestiones en que se transformara el concepto del libre albedrío del ser creado, al concebirlo increado; y la naturaleza, campo de lo material y de la rígida ley de la determinación en ausencia de conciencia y, por consiguiente, de libertad. No obstante la llamada post-modernidad, este mamarracho que nos toca vivir, pareciera concebir a la historia sin – volvamos al mejor concepto- libre albedrío, ya que nada se puede hacer para modificar este campo de concentración en que creen habernos metido, perdiendo así, el hombre, la humanidad toda, la capacidad de “hacer historia”, las personas de SER en la historia y los pueblos, su misma identidad y personalidad histórico-cultural, ya que el dios mercado no reconoce naciones, culturas, diversidades ni unidades identificadas e identificables, fuera de su contabilidad.

Pretenden aplicarnos las llamadas “leyes de la naturaleza”, determinación, sin conciencia ni libertad, e intentan darle a la naturaleza -ecología primermundista mediante- una especie de conciencia y de libertad, superior a la del hombre y a la que éste debe someterse sin más, en aras de la “conservación del planeta”, aunque muera de anomia, hambre o endemias de cuño bíblico.

En esta extraña cabriola, y por arte de un truco mágico la historia se ha convertido en “natural” y la naturaleza se ha “historificado”, la patraña es evidente.

Sin embargo, en el actual grado de desarrollo técnico y de conciencia de los pueblos respecto tanto de sus riesgos corno de su resolución y sus aportes a la continuidad, en el marco de una nueva Civilización; habiéndose extendido a todo el planeta las nuevas herramientas y sus posibilidades, la diferencia entre naturaleza e historia, que sigue existiendo tal cual, es irrelevante ya que ambas confluyen en la historia si el hombre retorna el camino de asumir el control de su destino asumiendo, inevitablemente, también, el verdadero cuidado del ecosistema natural, que es también su ecosistema vital, más, precisamente por esto, es que la única posibilidad de hacer lo necesario, sólo puede realizarse si los pueblos toman el mando de la historia.

La eliminación de las causas del deterioro del ecosistema histórico-natural -que de esta forma es uno sólo- consiste en someter el mal -que habita, inevitablemente en el hombre mismo- al bien común de personas, familias, comunidades, naciones y continentes, fundando así la nueva Civilización, que está anunciada y a la vista.

La Ecología Argentina, es una Ecología Integral, histórico-natural, cuyo medio de realización es la Revolución Nacional y Social, una Revolución la primera, Ecosistémica.

El daño al ecosistema natural, es luego, una consecuencia de la destrucción del ecosistema histórico-cultural, y éste, consecuencia de la destrucción -o del intento de ello- del hombre mismo. La protección, la reconstrucción, el dominio -que significa el cuidado del hábitat planetario, no solamente para la humanidad, pero sí primordialmente, por ser la especie más amenazada- del ecosistema histórico-cultural, no acepta más que el desarrollo, según sus propias raíces y albedrío, el autocontrol de su propio desenvolvimiento en tanto tal, no en cuanto las diversas actividades sociales, sino que exige un reordenamiento de las actividades y funciones históricas básicas que permitan hacerlo efectivo. No hay, en esta cuestión, exclusiones degradantes ni posibilidad de abstenciones sospechosas.

De modo que nuestra Revolución, no puede sino proponerse reconstruir el ecosistema histórico y natural, construir íntegramente una forma histórica que desarrolle las potencialidades del hombre argentino, dentro del desenvolvimiento de su propia raigambre cultural, dominando a la naturaleza y protegiéndola, a la vez, de los propios excesos, y de los ajenos, con el empleo de todo el instrumental técnico de que se dispone, con las limitaciones claras de la misión de “poblar y henchir la tierra”, como hogar de la humanidad, y nuestra patria, como hogar de los argentinos actuales y futuros.

Una revolución como la que anunciarnos, es tarea de varias generaciones, corno el General Perón nos dijera, es origen y también continuidad de procesos de carácter profundo y también superficiales; de cuestiones que se resolverán en tiempos ignorados, algunos; largos, otros; cortos y precisos o previsibles los menos, programables en su mayoría y otros ni siquiera imaginados. El desarrollo de procesos racionales respecto de una realidad necesariamente cambiante, que llevara a los pensadores de los siglos XVII, XVIII, XIX y primera mitad del XX, a formular lo que se ha dado en llamar “sistemas ideológicos”, estaba preñado de prejuicios y antinomias, de inexactitudes peligrosas o ligeras, y sobre todo, de una absoluta abstracción del “pueblo” en tanto realidad, aunque se empleara corno muletilla o como “cuco”, siempre como idea y jamás, como realidad física concreta. Refiriéronse en todos los casos al quehacer del hombre entre las cosas y a las cosas mismas, pero los hombres reales, estaban ausentes.

El Movimiento Nacional en la Argentina, en tanto, elaboró el concepto de “doctrina”, como superación del concepto de “ideología”; que tiende a ordenar la acción del hombre en cualesquiera circunstancias, solamente en función de los grandes principios, que más allá de las opiniones circunstantes, guíen a los hombres, y por consiguiente a los pueblos, en toda situación, en el mundo, primero de los hombres (la comunidad)y luego de las cosas (la tarea del reordenamiento justo del mundo). Su aporte da por tierra con todos los conceptos anteriores de “pueblo”, demostrando cómo se convierte la masa en pueblo, retornando, así, a la idea que atraviesa el Antiguo Testamento respecto del pueblo -éste puede ser pueblo o masa, depende de con que amor y dedicación se lo gobierne, y con que inspiración se lo conduzca- poniendo el acento, dentro del reconocimiento de su identidad y su personalidad, sobre la calidad y servicio de sus dirigentes. “Los pueblos, como los pescados, comienzan a pudrirse por la cabeza”.

Un “nicho histórico” donde se pueda vivir y desarrollar la personalidad del hombre, en este caso argentino, no puede ni lo hizo, descuidar su hábitat natural, su “nicho ecológico”, ya que si lo hiciere, no sólo amenazaría su supervivencia histórico- cultural, sino que sería demostrativo de que su “sistema”, es nocivo, malo, para la naturaleza, porque es malo para todos los hombres. Nada que sea malo para el hombre, puede ser bueno para la naturaleza y vice versa, nada que sea malo para la naturaleza es bueno para el hombre. Los ejemplos al respecto, contemporáneamente, huelgan.

Es así que la recreación de nuestro ecosistema histórico-natural (integral) exige también el abandono de las categorías ideológicas, los modos y las formas, aún políticas, de la modernidad agonizante y la paralela asunción de nuestra modernidad, que no es otra cosa que la asunción, previa lectura y comprensión no meramente histórico-política, del desarrollo del Movimiento Nacional a lo largo de estos últimos doscientos (200) años, en lo posible sin filtración, reflejos ni fórmulas de cualesquiera de las ideologías -o programas para pensar- que han inspirado, precisamente, la decadencia de occidente.

Implica esto, echar las bases para la asunción de un estilo, el compromiso con una empresa, la comprensión de un espíritu y la concreción de las formas culturales, sociales, políticas y económicas en el quehacer histórico presente y futuro. Implica formular en el hoy de hoy, mucho más que la Argentina que queremos, la que es posible dentro de los límites trazados, entrelazados y autosostenidos que las cuestiones enumeradas configuran y proyectan.

No se trata de modelo ni de utopía, sino de matrices y paradigmas que, correlacionados e históricamente activos, reemplacen a los agónicos “modelos” actuales. Se trata de “portaciones” personales, y por lo tanto familiares, comunitarias y nacionales; la sólida verdad, munidos de la cual, ningún accidente o avatar personal o histórico nos amilane o nos cambie, habida cuenta de que dicho cambio, sólo puede serlo en beneficio de los que nos niegan el derecho a la existencia.

 

4.- Movimiento Nacional y modernidad

 

El Movimiento Nacional, que es la Nación en su forma viva, actual y actuante, es moderno. Y entendemos por moderno a todo aquello que proviniendo de lo que se ha dado en llamar “era moderna”, desarrolla su continuidad. La modernidad comenzó, verdaderamente, con el descubrimiento y evangelización, poblamiento y mestización de América. En un siglo -el XVI- cambió la faz de Europa e inició la época que aún vivimos cambiando también las enteras relaciones de la humanidad en todo el planeta.

La modernidad inicial, encaraba seriamente una evolución de la Cristiandad, realidad ya maltrecha pero viva todavía, hacia nuevos conceptos y horizontes que, sin abandonar sus raíces, recuperara su unidad en otro nivel, aproximara sus instituciones al hombre común, hiciera la paz con justicia y “ensillando la evolución”, condujera a una nueva era a la humanidad en proceso de crecimiento y ensanche.

No fue así, al menos para la modernidad anglo-sajona y protestante, que “liberándose” de la comunidad cultural europea, inauguró la edad de la inmisericorde explotación de pueblos y recursos naturales, se apoyó en la parafernalia de la usura, negando el ocio (nego otium=negocio) buscó el ocio inútil de los pocos saciados, afirmo la existencia de dos razas o de dos destinos -diría Calvino- entre los hombres: los elegidos; ricos, ociosos y escasos y los otros: los que deben trabajar – venderse- para poder comer; pobres, trabajadores y muchos -por no decir casi todos- condenados a esa situación que sería la demostración de su inferioridad. Un racismo político y también social, que ha resultado ser el peor de todos.

Cuando se le opusieron teorías y acciones, otras ideologías, todos partieron del mismo principio aplicado de manera diversa en su ordenamiento ideal, pero con los mismos resultados prácticos. Un desprecio infinito por lo que llamaban pueblo, así fuera para ensalzarlo o denigrarlo, el excluido, el pueblo verdadero, físico, compuesto de personas y familias, el “todos los hombres”, fue reducido a una idea, imagen y semejanza -válganos Dios- del ideal de la época que no veía más hombres, fuera de su estamento, que los que Aristóteles veía al hablar de los esclavos como “herramienta que habla” (instrumentum vocale).

Era el pueblo en su conciencia, y sigue siéndolo, cosa y no persona, objeto o sujeto de la política o de la economía o de cualquier otra, en sus manos, “pseudo-ciencia”. Es que el universo espiritual de la modernidad es dualista, pero ha colocado este dualismo fuera de sí -fuera del hombre- misteriosamente, aunque sin misterio, este dualismo que pretende expresar, balbuciente, obscura y torcidamente, la lucha entre el Bien y el mal; le ha conferido identidad al mal, negando la existencia del demonio, ha diluido el Bien en la social-democracia o el liberal-socialismo de los llamados “derechos humanos”, que nada dicen de la persona y sus derechos y deberes pero que todo hacen para que el individuo -esa entidad no divisible en dos, que es lo que la palabra significa- quede encerrado en un autismo histórico y social, político y económico, cultural y religioso, dividido en tantas partes que impiden su reunión, o sea su identidad.

Los trágicos tabúes sobre el poder, el amor y el saber, pesan sobre esta humanidad, que, como tal no puede estar dispuesta a pagar el precio de su aniquilamiento a cambio de la violación de los tabúes oligárquicos aunque significara su ascenso a un nuevo nivel de civilización y de cultura. Pero ese no es el precio, eso sólo es el encantamiento que la oligarquía usurera planetaria opone a lo que amenaza con destruirla. El “no se puede”, el hombre “light”, la “magia” tecnológica y el cansancio de los pueblos viejos, sin esperanzas y sin fé.

Nuestra modernidad, en cambio, siguió su camino, aunque sinuoso y difícil, reconocible y legible en toda Íbero-américa, se ha tornado claro y concreto en la Argentina. Obra cultural, política y social, tanto como humana y divina, el Movimiento Nacional ha expuesto el desarrollo de nuestra modernidad como neta diferenciación respecto de aquélla. Pese a las continuas invasiones de todo tipo, ellas han permanecido como enclaves aislados, en espacio y en tiempo, en el seno del constante fluir de la cultura mestiza, que atesora los ideales verdaderos de la modernidad originaria modificados en esta tierra y con diversos y continuos aportes de fuera sumados e integrados al desenvolvimiento de dentro.

Hablar en la Argentina del pueblo-idea, es un hablar sólo comprensible en el marco de las ideologías de la modernidad extraña. Solamente es lícito y comprensible cuando se habla de pueblo-persona, no mero número -contabilizado en estadísticas o en votos- sino organizado, adoctrinado y digno. Ya que eso es pueblo y no simple masa, que es como la conciben y la tratan los que certeramente Eva Perón llamaba oligarcas.

Pero al concepto de pueblo-persona se llega porque la acción y el pensamiento, están presididos por una idea acerca del hombre; tanto de ¿qué es el hombre? como de ¿qué puede ser el hombre? A la primera pregunta responde la fé, diciendo que es criatura inteligente y libre, cuya misión es poblar y henchir la tierra y a la segunda responde la Política, así con mayúscula, transformando al individuo en persona y a la masa en pueblo, reclamando, entonces, una patria, un patrimonio administrado con justicia que en libertad y soberanía, tanto popular como nacional, sea un gobierno democrático, esto es que haga lo que ese pueblo quiere, haciendo también su felicidad, contribuyendo a construir, tanto la unidad de Íbero- américa corno a hacer una comunidad mundial mas justa, para todos los demás pueblos.

Pero de esa idea práctica acerca del hombre, individuo transformado en persona y masa transformada en pueblo, nace también tanto la función corno el perfil del Conductor. El arte de la conducción es un arte, en ese contexto, popular; todos son y somos conductores de nosotros mismos en esa conciencia que requiere, para su realización, de las condiciones mencionadas. Pero esa realización es obra del Conductor, que no puede conducir lo que no ama, y haciéndolo, es como se eleva el poder del pueblo, que es la capacidad para realizar la obra necesaria, su libertad, su participación, el desarrollo de cada individuo como persona y el de la masa como pueblo.

Así es que la doctrina viene a ser la teoría necesaria a la guía del proceso de transformación, que es uno sólo. Guía para y de los individuos en su proceso y de las masa y el pueblo en el de su aspecto, logrando hacer lo que sea menester con las cosas, con la materialidad a disposición para alcanzar la meta propuesta. Aquí se vislumbra que el hombre es primero.

El hombre es primero en el pensamiento de nuestra modernidad, que ha reanudado el hilo, cortado en su lugar de origen, durante el interregno de la dominación del paradigma o la matriz anglo-sajona, ahora en su ocaso. Y es primero, de la forma y con los elementos agregados por la acumulación y la experiencia histórico-cultural de cinco siglos en toda Íbero-américa y de estos últimos doscientos años en la Argentina

La conducción es, básicamente, amor y servicio, lo cual no excluye ninguna de sus funciones políticas fundamentales, justicia, autoridad, capacidad de realización y de impulsar a otros a realizar, conciencia de que el poder es solamente una capacidad de empleo de la energía de la sociedad o comunidad en su propio servicio o beneficio. Es así que el hombre es todo y los hombres también. La Doctrina al ocuparse del hombre mismo, permite que su enseñanza sea permanente y que sus principios no tengan caducidad, siendo aplicables en cualquier situación y para realizar cualquier tarea histórica o personal, familiar o nacional.

Pero la modernidad invasora ha penetrado a la sociedad y a las personas, de modo que la realidad nos presenta a la primera aproximación y si nos dejáramos engañar por las pautas de análisis de sus epígonos y beneficiarios, o bien como un mármol veteado o bien con el aspecto de las sociedades del llamado primer mundo; no veríamos con claridad que se ha producido un decantamiento, palabra que denuncia, objetivamente, donde está el verdadero “fondo del tacho”. La modernidad invasora se ha decantado hacia abajo, o sea hacia los niveles que por la usurpación producida, hoy se encuentran en el circunstancial sostén del régimen y detentan cargos otrora espectables o gozan de la libertad de decir y cometer sandeces e infamias por los medios de comunicación totalmente en sus manos.

Los pueblos han demostrado ser inmunes a semejante atropello, que ya hemos sufrido en otras oportunidades históricas lo suficientemente inmunes corno para seguir planteándose, esencialmente las mismas cuestiones de la misma forma. De allí que los sucesivos “planes” o “proyectos” o “políticas” de clara identificación regiminosa no hayan prosperado más que por el empleo indiscriminado de la fuerza, el engaño o la traición, aunque mientras durara el engaño o se viera la traición hubiera aparente consenso, y aunque éste fuera meramente estadístico. Ha ocurrido, no obstante, la re-masificación de nuestro pueblo, ausencia de trabajo y por lo tanto de dignidad personal y familiar, destrucción de las organizaciones populares de todo tipo (políticas, gremiales, sociales, institucionales, etc.) y el intento de transformar la doctrina en una ideología más, por vía tanto de la banalización de una dirigencia loril, ignorante de estas realidades, que en uso del llamado “doble discurso”, pone los huevos en un lado y pega el grito en otro, como los teros, como de los “explicadores” al uso, que descubren todos los días nuevas maquinaciones que se habrían desenvuelto en el pasado, asimilando las políticas y los hechos del Movimiento Nacional, que les parecen imposibles, a su propia medida y conocimiento, bastantes pobres por cierto ambos.

La invasión está, así, en su apogeo, aunque ya temen que se les aparezca su “bestia negra”, el nuevo Movimiento Nacional, que aún no ha mostrado su rostro, pero que presienten.

Tienen el mismo horror que tuvieron. El mismo miedo y en su medida, se comportan y comportarán como lo hicieron. Las voces que se alzan para condenarlos son el eco de otras voces que creían acalladas para siempre, ¡ji las tumbas ni las cárceles, ni la miseria, ni el terror, pudieron con ellas, es entonces cuando tratan de desviar el río, honran a nuestros muertos, después de haberlos matado, sospechan que no ha sido suficiente la muerte y la oponen a la vida, que, transfigurada, pero idéntica, va a triunfar nuevamente.

Para ellos sólo son héroes los que han caído en la cirunstancial y breve derrota de su muerte, saludan en sus tumbas su propia victoria, su tranquilidad no turbada, su torcida y amonedada razón. Pero es inútil cuanto hagan, los héroes argentinos son obscuros para ellos, pero portan nuestra modernidad como una semilla y siembran incansablemente.

Los “modelos” ideológicos de importación han dejado rastros, como harapos enganchados en un alambre de púas, los dejaron en su precipitada huída aquellos que los tenían por aplicables y razonables para nosotros. Modelos de desarrollo, modelos de promoción social, modelos de femineidad, modelos de juventud revoltosa pero decente, modelos de familia abierta, modelos de comunidad modelo, modelos de consumo, modelos de trabajo sin trabajo, modelos para todos los gustos y para todas las edades han dejado sus jirones en la realidad, en la carne y en las ruinas de la Argentina. Lo que no dijo ninguno es cual es el modelo argentino, salvo, claro está, el innombrable: Juan D. Perón.

Pero nosotros no nos atreveremos a tanto, tratamos, modestamente de aproximarnos a las ideas de pautas y paradigmas necesarios y a su interrelación sobre una realidad factible y viable. Desechamos, desde ya, todo preconcepto o prejuicio a propósito de la realidad nacional, continental o mundial; todo sistema que acepte las condiciones neo-coloniales de nuevo tipo -la narcousura- sea por vía de la “prudencia”, de lo “probado”, de lo “aconsejable” o de lo dicho por algunos de los “profetas de lo inmanente y del odio”, que tanto abundan, aunque ya sean nada más que pretendidos “expertos” de organismos u organizaciones estatales, privadas o “ONGs”, nuevo nombre de las organizaciones de infiltración e influencia del nonato estado mundial.

Trataremos también, y no es poco, de conectar coherente y congruentemente, si fuera posible, esas pautas, esos paradigmas y esas interrelaciones, con la acción inmediata en la historia, en nuestra realidad, con los cursos o procesos que se engendrarían siempre en relación a las metas y objetivos permanentes del Movimiento Nacional: una Argentina, patria de todos los argentinos, y de quienes quieran habitar su suelo en esas condiciones, con justicia, libertad y soberanía popular y nacional, solamente coartada por propia decisión y en aras de la unidad de Iberoamérica; para felicidad de su pueblo y los pueblos todos y en el impulso generoso e imprescindible del nacimiento de una nueva civilización.
No se trata de formular un “sistema”, sino de ver los principios en acción, no se trata de un “modelo terminado” más, sino de pautas posibles y flexibles que satisfagan tanto las necesidades aprovechando los medios disponibles, como saque partido de una situación mundial de fractura, donde también han fracasado los “modelos” y las ideologías primermudistas sin excepción.

 

5.- Método y proceso del nuevo Movimiento Nacional (una aproximación)

 

La organización popular

 

La organización popular no es toda o cualquier organización en la que se reúna, por partes o sectores, porciones de masa -y estamos refiriéndonos a la situación actual- no es ya la organización espontánea que surge en un conflicto local o regional, éstos, si se continúan y desarrollan, son escalones para acceder a la verdadera organización popular necesaria en este período histórico.

La organización popular necesaria debe responder a unas cuantas condiciones simples pero imprescindibles que, en su cumplimiento, sea capaz de ser una respuesta decisiva a la situación. No se trata de condiciones teóricas o imaginarias, sino concretas, realizables y posibles, con los materiales y los fundamentos que ya están en nuestras manos o a nuestro alcance hoy mismo.

Deberá olvidar toda reivindicación sectorial, para asumir las reivindicaciones globales vistas y vividas desde el territorio mismo, ya que otra condición de su estructura es que sea territorial, asentada en territorios físicos determinados, y por lo tanto de amplia participación, lo que no excluye su organicidad, pero, incluye su necesidad de resumir y reasumir toda reivindicación local de cualquier carácter, sea ésta política, social, económica, cultural o de gobierno.

La participación en una organización de tal carácter supone su amplitud y también un orden local dirigido a su mejor gestión y al bien común, que inevitablemente se impondría. Pero tal orgánica no sólo supone la acción, sino también es un extraordinario instrumento de conversión de la masa en pueblo, y de los individuos en personas, si posee la capacidad doctrinaria y exponiendo su propia naturaleza, alcanza a comprender que debe ejercer también el gobierno, expresado para nosotros en la máxima de que “gobernar es crear trabajo”. La democracia social, orgánica y directa, así expuesta, es también una herramienta económica de primer orden en el desarrollo del “polo comunitario” de una economía tripolar, cuyos otros dos polos son el “polo privado” y el “polo estatal”, en un marco de planificación suficiente y participada de la economía de conjunto.

El conjunto de las luchas o lo que los ideólogos llamarían “frentes”, imposibles de resolver organizativamente y aún de delimitar con exactitud en la realidad, los ha llevado a suponer absurdos organizativos, paquidermos burocráticos y finalmente oligarquías de funcionarios con rótulos cambiantes pero sin cambiar el personal, ese es el resultado de transferir sin más, un análisis abstracto a la realidad concreta.

Valdría lo mismo que si un anatomista, luego de diseccionar un cadáver viendo y comprobando cómo funciona, volviera a reunir las partes, las suturara y quisiera que volviera a vivir. El monstruo del Dr. Frankenstein hecho realidad.

De modo que en la realidad concreta, para hacer efectivo el libre albedrío de cada persona, para construir una democracia verdadera, de participación plena y poder efectivo, no debemos “pagarle” al error ideológico del análisis, sino recoger los frutos de la síntesis y las capacidades tanto de cada uno, como de la masa transformada en pueblo organizado, adoctrinado y digno.

Esto no significa que sería gratuito, todo en la historia, como en la vida personal, tiene una inversión, un gasto y un trabajo, generalmente no mensurables en dinero, sino en tiempo, en necesidad y esfuerzo en los cambios personales y comunes, en trabajo, tanto físico como intelectivo, en energía de diverso tipo y tanto en adquisición de nuevos horizontes como en abandono de los ya inservibles.

El costo es el costo de ser mejores, a los efectos nos decía el General Perón : “…en toda sociedad humana hay, siempre, libertad y esclavitud; el problema principal es: donde ponemos la libertad y donde la esclavitud. Nosotros, los dirigentes, debernos ser esclavos, para que el pueblo sea libre…”. De tal modo que por un lado se requiere la organización popular, que conlleva una necesaria, aunque mínima, pérdida de la libertad personal, resuelta en eficacia, actividad y concreción de objetivos, todo ello sometido al control y la vista de los participantes libres. Pero requiere que los dirigentes, de todos los niveles, sean verdaderos servidores de la comunidad y custodios del libre albedrío de sus miembros.

Recordemos aquello que nos decía, refiriéndose a este problema, nuestro sabio General: “los hombres son buenos, pero si se los vigila, son mejores”. El abandono de la vigilancia en las organizaciones populares no debería ser seguido de la “policía política”, sino de la participación activa y constante; del mismo modo que la violencia indudable y feroz que ejerce el régimen -y que le es consustancial- no debe inclinarnos a ejercer contra él, una violencia igual y contraria, que es en realidad una trampa en la que muchos han caído y caerán aún en el futuro, si la situación popular no es cambiada.

La tentación de la violencia, en el seno de las organizaciones populares, es enorme, y siendo las razones justas se tiende a creer que es imprescindible su empleo. Veamos.

La violencia llamada “popular”, raras veces lo ha sido verdaderamente, pero en períodos pasados tuvo ciertos atractivos en algunas capas de la sociedad, marginadas de las decisiones globales por elementos oligárquicos, generalmente foráneos, que vieron en ella una vía rápida de acceso al poder que les era negado y se hicieron eco -no muy fiel- de las necesidades y angustias populares, con las armas en la mano.

La paz es un bien inapreciable para los pueblos y para las personas, sin embargo no tenemos paz, tenemos una sucia guerra oculta y envuelta con la palabra paz. No es a esta paz a la que nos referimos. Nos referimos a la verdadera paz, que es aquella en la cual cada persona puede realizarse, en el marco de una comunidad que también se realiza. Cuando esa paz le es negada a los hombres y a los pueblos, se está en guerra declarada o no, visible o no, con enemigos a la vista u ocultos, pero siempre produciendo destrucción y bajas, directas e indirectas, poniendo en tela de juicio la propia existencia y también la de los pueblos y la de las naciones.

La paz a la que nos referimos, no es una “perita en dulce”, es una conquista por organización, conducción, doctrina y presencia, la violencia es una provocación, la última de las que el régimen dispone, o bien para volver a destruirnos o bien para recoger, igualmente, los frutos de un proceso que no sería popular en el sentido verdadero de participación y apropiación del mismo por parte de una masa transformada en pueblo, sino meramente en el orden ideológico, donde la masa miraría y oiría las predicaciones ideológicas de sus pretensos “dirigentes”, sufriría desorganizada y aterrorizada las acciones, primero de la lucha armada y más luego del nuevo régimen, que, victorioso, encumbraría a sus hombres por el sólo mérito de su valor en combate o de servicios prestados a la “causa”.

Las sucesivas “muertes ideológicas” que se han visto sucederse en los tiempos recientes, han dejado solamente un resto de las ideologías, que ya no tienen las pretensiones de ser fórmulas para pensar la realidad y el mundo, sino solamente breves consignas para destruirlo. Las armas reaparecen, de una nueva forma, con la densidad ideológica que antes tuvieron los cursos de acción y los discursos del mismo tenor. Pero son hijas, ya, de la decadencia, lo cual no quiere decir que no causen bajas, por el contrario son más mortíferas que antes, pero quienes las empuñan no son tampoco los mismos que eran, hoy la violencia es la válvula de escape del hombre “light” del primer mundo o de la modernidad invasora en el nuestro.

La violencia como sistema, como método de acceso, o como sustituto de la unidad, la organización, la solidaridad, la persuasión y la política popular, tiene rasgos feminoides -de ningún modo femeninos, ya que son su opuesto- en el sentido más profundo y menos físico de la expresión y también el más excecrable. Mala copia de vagos mitos ideológicos con ribetes románticos y pretendidamente heroicos, deja su rastro de ruina y de dolor, sin resolver la cuestión principal que no es materia de la venganza, farisaico remedo de la justicia, sino de la justicia misma, medida en equidad entre los hombres y suscitadora de la Justicia, con mayúsculas, que no depende de nuestra acción sino indirectamente.

Desde el hoy de hoy, el proceso activo de reunión, concentración y organización popular, tiene una triple perspectiva. Es, primero, una necesidad de la tarea inmediata derrotar al gobierno y al régimen, si fuera posible, en la proyección de su acción. También es, la puesta en práctica tanto de la unidad como de la solidaridad, midiendo una la direccionalidad de su acción y la otra, la solidez de la argamasa que reúne y realiza la unidad; dando a la organización popular la fuerza y la capacidad -el poder- de desarrollar nuestra Revolución en Paz, erradicando la violencia e imponiendo la paz con su peso y autoridad. Tiene, finalmente, un sentido histórico a largo plazo, que sería constituir y sostener un proceso de transformación, que solamente una organización de ese tipo puede encarar con éxito.

Las tareas históricas necesarias no son ni pocas ni fáciles, aunque sí simples y a cumplirse por escalones o etapas que comienzan desde hoy, se desarrollan como procesos y tienden a metas u objetivos que se pueden vislumbrar desde ya.

La organización popular es la “clave de bóveda” de toda construcción que se intente en el sentido de la felicidad del pueblo y de la grandeza de patria. Por ello es que la correcta resolución de su desarrollo y constitución es la política táctica más importante. El Frente Nacional es la forma política accesible para iniciar un proceso que proteja y guíe la constitución de la nueva organización popular que ya apunta en la misma realidad que vivimos.

El proceso de su constitución -nos referimos al Frente Nacional- no consiste en una reunión de sectores o partidos, aunque éstos estén presentes y tengan su lugar, sino más que eso, a la presencia de opiniones profundas, expresadas orgánicamente de las porciones de pueblo subsistente y de procesos de masa, en vías de retransformación en pueblo. Por ello la política pública del Frente Nacional debe tender a abarcar tanto el actual desarrollo, como a anunciar el futuro, en la exposición de la Argentina posible y deseable por amplias capas y sectores que, masa o pueblo, son la fuerza misma de la Nación en presencia.

En cuanto a la organización popular, propiamente dicha, está claro que su territorialidad, es decir su pertenencia y engarce en comunidades reales, le impedirá la reivindicación sectorial -ya sectaria- para obligarla a asumir las que son reivindicaciones globales del pueblo y la nación argentina, sin dejar de ser, también, de sectores diversos y de localidades concretas.

Pero el secreto de la organización popular que adviene, no está en su singularidad -“la” organización y no “las”- sino en su organización interna dentro de cada territorio que partiendo de cualesquiera de los problemas que acosan a nuestro pueblo, los abarque a todos, ya que todos se encuentran inextricablemente ligados en el lugar mismo donde deben y pueden ser resueltos. La organización interna debe asumir ser sindicato, partido político, organización social (de ayuda y de vecindad), estructura cultural y de gobierno local aplicando el método de la democracia social, orgánica y directa.

Persona, familia, comunidad y gremio, que generan con su sola existencia: política, economía, sociedad y cultura, así como administración y gobierno, no pueden, en la situación actual que vivimos darse el lujo, innecesario por otro lado, de aceptar la “división del trabajo social”, que significaría dejar las cosa como están, en manos de una dirigencia con una estructura cultural -regiminosa y entreguista- que nos aniquila sin remisión.

La organización popular, así concebida, sería unida en la comunidad y organizada dentro de ella según las necesidades, es decir plurifuncional, que no implica confusa sino orgánica -separarse para trabajar, reunirse para decidir- y ligada a estructuras superiores funcionales que se construirán de acuerdo al desenvolvimiento de los distintos procesos en función de los cambios de situación y persecución de las metas propuestas.

La tarea táctica, inmediata y por un período, de la organización popular, es acompañar el desarrollo del Frente Nacional, desarrollando la movilización y organización de cada vez mayor cantidad de pueblo. En términos más exactos debe ayudar a dar el salto entre la movilización de la opinión popular, que reside en la inteligencia y la movilización física, que reside en el corazón de las personas. Pero nadie va a llenar el vacío entre ambos estadios y sentimientos, si no se enciende la confianza del pueblo en su propia fuerza, en quienes circunstancialmente conduzcan y en su propia organización, que de esta manera, somos nosotros -todos- mismos.

Pero todo el que lucha debe saber para qué lo hace, más allá de la bronca, la angustia o la necesidad imperiosa. La organización popular misma es una parte, y no la menos importante de la respuesta al por qué. Otra lo constituye la acción que debe tener una direccionalidad clara y plena de sentido, tanto inmediato como lejano y finalmente el discurso y la doctrina deberán terminar de aclarar tanto la realidad actual, las acciones y su sentido, los procesos y las metas u objetivos, para que todos y cada uno puedan ver -realizar e imaginar- la Argentina posible que queremos. Por ello, desde ya, el Frente Nacional debe hacer suyos doctrina y discurso, teorías y acciones inmediatas que, recreando la confianza y protegiendo la organización popular, lo lleven a colocarse en una perspectiva de poder real, de autoridad y de participación que anuncie la victoria.

Desde la misma iniciación, que implica el desarrollo de la movilización, tal cual está dada, primero de la opinión popular y luego de la movilización física del pueblo, la constitución orgánica es ya una lección universal tanto en su vida interna, en el mecanismo de sus decisiones y tanto en la heterogeneidad de sus componentes como en el mantenimiento de la unidad y en la fidelidad a la comunidad, no que “representa” sino que ES.

Porque no habrá organización duradera, estable y simple, tanto corno objetiva y perfectible, sin la formación no sólo de sus cuadros y dirigentes, sino también de todos sus partícipes, cumplan la función que cumplan, compenetrados de la sólida verdad que los anima y del sentido prolongado de su lucha.

También desde el principio, las acciones toman los cinco rumbos principales que marcan cinco procesos y apuntan a cinco metas u objetivos prioritarios para hacer realidad la Argentina del futuro, y estos son:

a) la organización popular misma y su desenvolvimiento como ámbito de la persona y la familia en la comunidad dentro de sus órdenes de decisión, participación y atingencia de la comunidad y su esfera de acción y las relaciones con las demás comunidades de la nación y el nuevo Estado.

b) la sociedad, la economía y el trabajo, aspectos íntimamente relacionados, donde la comunidad construye la sociedad de organización federal autónoma y participativa, con democracia directa y orgánica, permitiendo y habilitando, así, la reconstrucción de una economía centrada primeramente en el hombre y pensada y ejecutada para él, su familia, su comunidad y la nación como comunidad de comunidades. Recuperar el trabajo como dignidad inapreciable del hombre y como factor verdadero y principal del esfuerzo económico, ya que el capital, el dinero y el crédito, son trabajo acumulado, intercambio y circulación del trabajo realizado y acreencia sobre el trabajo futuro y su producto.

c) la ocupación del espacio y el desarrollo geopolítico Íberoamericano que está necesariamente presente en la necesidad de la ocupación poblacional de los espacios vacíos de la Argentina y su puesta en producción en todos los sentidos posibles y necesarios, creación de multiplicidad de nuevos pueblos y ciudades, de nueva y más amplia infraestructura de grandes obras públicas y sobre todo pensar y hacer de la Argentina, la primera potencia industrial-alimentaria del mundo. Por último implica también la cooperación continental en la conquista, colonización y aprovechamiento de la “Terra Nostra”, el hinterland sudamericano, empresa común de toda Íbero-américa unida, poderosa, poblada y solidaria, esperanza de un mundo en decadencia.

d) la organización del nuevo Estado, pequeño y centralizado, comunidades autónomas y administración compartida y participada, de democracia social, orgánica y directa; servicios centralizados y comunitarios, soporte y defensa de la nación, co-responsable de la salud, la educación, la seguridad, las grandes obras, la conquista de los territorios nuevos, la educación de los jóvenes pioneros de la nueva Argentina, la nueva América y del hombre actual, generador del hombre del futuro y co-responsable de la civilización que se construya.

e) la lucha cultural, que comienza con el adoctrinamiento y la indoctrinación, la conquista de la dignidad y la organización popular misma, que es su producto cultural principal y matriz del conjunto de la lucha cultural, una organización popular libre, constructora y partícipe de la comunidad y del Estado nuevo, de la administración y de la economía, pionera y fideísta, activa y emprendedora, vigilante y tolerante pero firme, comunitariamente social y nacional, por ello universal y sobre todo, Íberoamericana.

 

Buenos Aires, 9 de Agosto de 1997

Alejandro F. Álvarez

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