Peronismo y Doctrina Social de la Iglesia I y II

Presentamos en nuestro sitio las partes I y II de este magnífico trabajo de José A. Quarracino y Juan C. Vacarezza integrantes del Movimiento Primero la Patria, sobre Peronismo y Doctrina Social de la Iglesia. Solo queremos decir que estas exposiciones, aclaran, enseñan y demuestran la perfecta similitud y correspondencia entre ella y la Doctrina Justicialista, esta última como verdadera práctica concreta del Evangelio de Jesús. Lo demás está dicho en el trabajo. Un orgullo para nuestro sitio.

I

Peronismo y

Doctrina Social de la Iglesia

 

Primera Parte: la Doctrina Social de la Iglesia,
fuentes y desarrollo histórico-doctrinal

 

A. ¿Qué es la doctrina social de la Iglesia católica? Es la proyección de los valores proclamados por el mensaje evangélico a la vida social del hombre y al entramado que constituye la misma.

Se impone la pregunta: ¿por qué la Iglesia católica pretende o tiene derecho a expresar sus conceptos doctrinales sobre cuestiones sociales, políticas y económicas, aparentemente ajenas a su misión religiosa de anunciar y predicar el Evangelio?

La misión religiosa de la Iglesia es anunciar el Evangelio, anuncio que es esencia la proclamación de la Encarnación de Dios en Jesucristo, su muerte y su resurrección pascual, para rescatar y redimir al hombre, triunfando sobre el poder de la muerte. En este sentido, la revelación de Dios en la historia humana que proclama el Evangelio no es un juego divino que se satisface en sí mismo, ni tampoco una aventura a modo de paseo, ni su autocomplacencia es el objeto de su “visita” a la tierra, sino que el hombre es el objeto de este proceder divino, el sentido último de la presencia concreta de Dios en medio de los hombres. Según el anuncio evangélico que proclama la Iglesia, Dios se ha encarnado y ha experimentado la muerte en la cruz, para resucitar y rescatar al hombre, posibilitándole alcanzar su salvación eterna en un sentido integral y absoluto.

Para la fe cristiana, esta salvación ofrecida por Cristo resucitado abarca al ser humano tanto en su vida individual como en su existencia social y comunitaria, por cuanto el hombre es en esencia ser social, no un individuo aislado: la fe cristiana no reduce la vida religiosa ni la salvación a la esfera meramente privada del ser humano, ni tampoco orienta su mensaje hacia una salvación puramente ultra-terrena, ajena a su presencia en la tierra.1 Es decir, para el cristianismo la salvación del hombre es universal e integral, ya que incluye todas las dimensiones de la persona humana: personal y social, espiritual y corpórea, histórica y trascendente. 2.

Esta dimensión humanista integral es la que obliga al cristianismo a proyectar el anuncio evangélico al plano social, en todos sus niveles: económico, político, cultural, etc., ya que es en la configuración de la sociedad, con sus ordenamientos estructurales, donde el hombre tiene la posibilidad de alcanzar el bien y el desarrollo personal al que está llamado por su vocación. Así, la Iglesia tiene el derecho, pero al mismo tiempo el deber de anunciar y actualizar su anuncio salvífico en el entramado de las relaciones sociales, para fecundar y fermentar la sociedad misma con el Evangelio.3 Este anuncio sistematizado y proyectado al ámbito de lo social es lo que constituye la doctrina social de la Iglesia.

La enseñanza de la doctrina social forma parte entonces de la misión evangelizadora de la Iglesia, no es una acción marginal, aleatoria o complementaria sino esencial a su ministerio. No es una teoría sociológica, económica o política, sino una doctrina eminentemente teológica –reflexión sobre el misterio de la vida humana a la luz de la revelación divina- y forma parte de la teología moral, ya que no es teología teórica o especulativa, sino que está destinada a “orientar la conducta de las personas”. 4

Como hemos afirmado en la Introducción, este proceso de proyección de lo religioso al ámbito de la vida social y comunitaria del hombre es el mismo proceso que han llevado a cabo las comunidades humanas a lo largo de la historia. Es que lo religioso fundamenta y funda la edificación de toda comunidad humana, en tanto es la fuente de los valores culturales sobre los que se asienta toda construcción social. Éste es el proceso a través del cual se han forjado las grandes civilizaciones.

El rechazo a la presencia e influencia de lo religioso en general y del cristianismo en particular es un producto histórico postulado por la conciencia capitalista burguesa moderna, que ha pretendido y pretende configurar la vida social del hombre en todos sus aspectos sin los fundamentos éticos y morales que surgen de la cosmovisión religiosa y que ponen un límite al individualismo sobre el que se sustenta cultural e ideológicamente el sistema capitalista moderno. En el plano cultural, el capitalismo ha promovido el proceso conocido como secularismo moderno, es decir, ha configurado la vida humana en su faz social y las actividades en el mundo que el hombre lleva a cabo independientemente de los valores religiosos, de tal modo que esta configuración social en el ámbito de la política promueve la separación absoluta del Estado respecto a la Religión.

B. ¿Cuáles son las fuentes de las que se nutre la Doctrina Social de la Iglesia? La fuente primera de la que se nutre la enseñanza social de la Iglesia es la Sagrada Escritura, “comenzando por el libro del Génesis y, en particular, en el Evangelio y en los escritos apostólicos” 5, la predicación evangélica de la Iglesia misma respecto a su concepción del hombre y de la vida social y, especialmente, de la moral social.

Una segunda fuente la constituye la enseñanza que se fue reelaborando y ampliando a partir de las doctrinas elaboradas por los Padres de la Iglesia (san Atanasio de Alejandría, san Cirilo de Alejandría, san Juan Crisóstomo, san Gregorio de Nacianzo, san Hilario de Poitiers, san Ambrosio de Milán, san Agustín, san Gregorio Magno, etc.) y por los Doctores de la Iglesia (santo Tomás de Aquino, san Buenaventura, san Isidoro de Sevilla, san León Magno, san Bernardo de Claraval, etc.).

La tercera fuente la constituye la sistematización de la enseñanza social, a partir de los desarrollos aportados por el Magisterio Pontificio sobre la llamada «cuestión social» moderna, sistematización que fue iniciada con la Encíclica Rerum Novarum, promulgada el 15 de mayo de 1891 por el papa León XIII,6 denominada la Carta Magna que da sustento teórico-doctrinal a la actividad cristiana en el ámbito económico-social. 7

Esta sistematización recogió toda la tradición doctrinal y cultural elaborada por la Iglesia a través de los siglos, incorporando las reflexiones elaboradas por los Papas respecto a las nuevas situaciones sociales que se plantearon a partir de finales del siglo XIX: la relación capital-trabajo, las desigualdades sociales, la miseria creciente de la clase trabajadora, el imperialismo ejercido por el poder financiero internacional, el crecimiento poblacional, el desarrollo tecnológico, la acumulación y concentración de la riqueza, la contaminación ambiental, etc.

C. Conviene tener presente, a grandes rasgos, cuál ha sido el desarrollo histórico-doctrinal a través del cual se ha ido configurando la Doctrina Social de la Iglesia.

Este proceso de configuración de la enseñanza social cristiana no puede ser aislado del proceso global de promoción humanística que ha realizado la Iglesia a lo largo de su historia, no sólo en el plano social sino también en el plano económico, cultural e intelectual, más allá de sus limitaciones, imperfecciones y errores.

Desde el origen mismo del cristianismo, la Iglesia ha ido desarrollando una labor constante por el reconocimiento de la dignidad intrínseca del ser humano y sus derechos fundamentales y por la vigencia práctica de los mismos, para hacer realidad los principios que pregonaba. Logró esto a través de un intenso y progresivo apostolado social y cultural desplegado en numerosas iniciativas e instituciones.

Ya en las epístolas de san Pablo el mensaje de caridad evangélica muestra toda su dimensión y alcance. El testimonio imparcial de los historiadores de la Antigüedad pone de relieve la eficacia de la labor desarrollada en tal sentido por las comunidades cristianas que se constituyeron a lo largo de todo el Imperio Romano.

Durante los siglos II a V d. C., los Padres de la Iglesia (latinos y griegos) desarrollaron en sus escritos un pensamiento profundo en materia social y económica, sentando las bases de la elaboración teológico-moral que se llevó a cabo en los siglos posteriores.

La crisis y derrumbe del Imperio Romano transformó al mundo occidental de ese entonces en un mosaico de naciones y pueblos disgregados y muchas veces hostiles entre sí. La evangelización llevada a cabo por la Iglesia, desde las Islas Británicas hacia el continente, forjó la unidad religiosa-espiritual de todas esas comunidades dispersas, base de la unidad política-geográfica que se llamó Europa. Pero esta labor de unidad política y espiritual fue acompañada en el plano social mediante el desarrollo de varias iniciativas –casas de huéspedes, asilos dispensarios, orfelinatos-, en respuesta a los problemas de injusticia y desigualdad que se presentaban. Al mismo tiempo, en el plano económico la Iglesia promovió la organización de los artesanos y trabajadores en talleres y gremios, que no sólo eran lugares de trabajo sino también centros de formación y capacitación de sus miembros, quienes, además de trabajar, aprendían el oficio y lo transmitían.

En el plano cultural, en un primer momento la Iglesia conservó el tesoro de la educación no-cristiana antigua, griega y romana, a través de la labor de las bibliotecas monasteriales. Posteriormente, promovió el desarrollo de las ciencias y de las artes, y amparó la formación escolástica rigurosa, mediante la creación de la Universidad, instituyéndola en varias ciudades de Europa: Boloña, Oxford, París, Módena, Cambridge, Palencia, Salamanca, Padua, Nápoles.

En el período conocido como Renacimiento, que tuvo lugar en los comienzos de la Edad Moderna, la Iglesia –muchas veces por iniciativa de los Papas- presidió, amparó y posibilitó el desarrollo de las letras y de las artes, rescatando del olvido la cultura clásica greco-latina.

En particular, fueron los teólogos españoles del siglo XVI –Francisco de Vitoria, Francisco Suárez, etc.-, quienes sentaron las bases de los derechos humanos que fueron consagrados en tiempos muy avanzados de la Edad Moderna, al igual que elaboraron los principios modernos del Derecho Internacional y asumieron la defensa teórica de los derechos de las poblaciones nativas no-europeas, a la vez que buscaron proteger en la práctica esos derechos mediante la labor misionera de las Órdenes Dominicana, Franciscana y Jesuita.

Frente a los desbordes financieros del Capitalismo, la Iglesia levantó su voz condenando la práctica de la usura y recomendando su prohibición, a través de la Bula Detestabilis Avaritiae, promulgada por el papa Sixto V el 21 de octubre de 1586, y a través de la Bula Vix Pervenit, promulgada por el papa Benedicto XIV el 1 de noviembre de 1745.

 

José A. Quarracino
Secretario Político

Juan C. Vacarezza
Secretario General

Movimiento “Primero la Patria”

  1. Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Conferencia Episcopal Argentina, Buenos Aires 2005,  Primera Parte, Capítulo Segundo, I d) n. 71.
  2. Ibidem, Primera Parte, Capítulo Primero, III b) n. 38.
  3. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes (La Iglesia en el mundo contemporáneo, n. 40.
  4. Juan Pablo II, Carta encíclica Sollicitudo rei socialisn. 41. Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, Compendio…, Primera Parte, Capítulo Segundo, II a), n. 73.
  5. Juan Pablo II, Laborem exercens“Introducción”, I n. 3.
  6. Juan Pablo II, IbidemPontificio Consejo “Justicia y Paz”, Compendio…, Primera Parte, Capítulo Segundo, III a), n. 87.
  7. Pío XI, Quadragesimo anno, n. 13.

[Publicado en Política del Sur, 17 de octubre de 2017, Año 12 No. 556]


 

II

Peronismo y

Doctrina Social de la Iglesia

 

Segunda Parte: Magisterio social pontificio
contemporáneo/León XIII, Pío XI, Pío XII

 

D. El Magisterio Pontificio contemporáneo. No es por casualidad que la Iglesia comienza a sistematizar toda la doctrina referida a la “cuestión social”, en particular al tema del trabajo humano, en un momento histórico que el sistema capitalista comenzó a mostrar su faz más negativa y cuestionable: un gran desarrollo económico material, acompañado como condición cuasi sine qua non de la miseria en la que se encontraban sumergidos los trabajadores proletarios urbanos, artífices de ese desarrollo y a quienes les estaba prohibida su agremiación. Esta contradicción –espectacular desarrollo material a favor de los dueños de los medios de producción, pauperización y miseria creciente para los “socios” de esos medios, como son los trabajadores- ha sido una constante en el proceso de desarrollo capitalista, prácticamente desde su mismo inicio, y que nunca ha podido resolverse, sino más bien todo lo contrario, ha tendido a profundizarse y acrecentarse.

Tal como lo afirma oficialmente la Iglesia, “los eventos de naturaleza económica que se produjeron en el siglo XIX tuvieron consecuencias sociales, políticas y culturales devastadoras”, puesto que “los acontecimientos vinculados a la revolución industrial trastornaron estructuras sociales seculares, ocasionando graves problemas de justicia y dando lugar a la primera gran cuestión social, la cuestión obrera, causada por el conflicto entre el capital y el trabajo” 1

1. Rerum novarum. A causa de esta situación social explosiva, el papa León XIII promulga el 15 de mayo de 1891 la encíclica Rerum novarum, en la que aborda las “cosas nuevas”, es decir, los nuevos desafíos que plantea la crisis generada por el desarrollo del capitalismo, crisis que está acompañada por grandes revueltas sociales en reacción a la vida de miseria que viven los trabajadores y por la difusión de doctrinas que proponen un cambio revolucionario signado por la violencia –el socialismo en sus distintas versiones.

La encíclica aborda específicamente la condición en la que viven los trabajadores asalariados, sumidos en la miseria y en la injusticia. Como causa de esa situación de miseria e injusticia instaurada por el capitalismo, el Papa denuncia en la encíclica el desamparo que sufren los trabajadores, al estar prohibida la agremiación; el proceso secularista que ha expulsado a la religión y sus valores fuera de la vida social; el auge de la usura y la concentración de la riqueza en muy pocas manos.

En primer lugar, rechaza la solución propuesta por el socialismo -la lucha de clases y la abolición de la propiedad privada- por cuanto perjudica al obrero, ya que es injusta y antinatural. Resalta la armonía como elemento fundamental para organizar las relaciones entre patrones y obreros; la dignidad del trabajador asalariado; el derecho a un salario justo, ya que “explotar en provecho propio la indigencia de los menesterosos y abusar de la pobreza ajena […] es contra todo derecho divino y humano”, porque defraudar a alguien respecto al salario justo que se le debe “es un crimen que clama venganza al cielo”. 2

En segundo lugar, rescata la misión del Estado, destinada a la promoción del bienestar común, atendiendo especialmente a los que trabajan, por cuanto del trabajo de ellos “salen las riquezas de los Estados”, razón por la cual debe el Estado promover el bienestar moral y el bienestar material del obrero.

En esencia, la encíclica resalta fundamentalmente la dignidad del trabajo humano en su aspecto personal –como expresión de la realidad interior y espiritual del ser humano- y en su carácter necesario –como producción de bienes sobre los que el individuo sustenta su existencia. Esa dignidad se sustenta en el pago de un salario justo y en el derecho a tener como propio los frutos de su esfuerzo productivo.

Reclama también el reconocimiento de las asociaciones gremiales y sindicales, sobre la base de la dimensión esencialmente social del ser humano en general. 3

2. Quadragesimo anno. Escrita por el papa Pío XI, promulgada el 15 de mayo de 1931, exactamente a los 40 años de la encíclica anterior, aborda en particular el problema de la expansión internacional de las grandes industrias y de los grupos financieros, el auge de los sistemas totalitarios y el exacerbamiento de la lucha de clases.

Este texto pone de relieve el contexto que llevó al papa León XIII a redactar su famosa encíclica: la “división cada vez más patente en dos clases distintas”, una menos numerosa que gozaba “casi exclusivamente de todas las ventajas” del desarrollo económico, y la otra, la “ingente muchedumbre obrera, reducida a la más angustiosa miseria, luchando en vano por salir de la estrechez en que vivía”. Frente a este cuadro, destaca la solución propuesta por el pontífice de ese entonces: la afirmación de los derechos y obligaciones que “regulan las relaciones de los ricos y de los pobres, de los capitalistas y de los obreros”. 4

En el primer capítulo, se resaltan los aportes efectuados por la encíclica Rerum novarum. Por un lado, se sostiene que la solución propuesta en la mencionada encíclica “sobrepasó los límites impuestos por el liberalismo”, ya que señaló que el Estado no debe limitarse a ser guardián del derecho y del orden, sino que debe ser promotor de la prosperidad pública y de la privada, pero ocupándose especialmente del “interés y cuidado de los débiles y menesterosos”. Uno de los frutos de esta orientación pontificia fue la sanción de nuevas leyes y legislaciones que aseguraron los “derechos sagrados” de los obreros, al tomar a cargo su “tutela y protección, en particular de las mujeres y niños”. Otro de sus frutos fue el reconocimiento de las asociaciones gremiales, para proteger a sus miembros y asegurar su perfeccionamiento moral y material.

En el segundo capítulo, se reivindica el aporte de la doctrina eclesial a las cuestiones económicas, circunscripto al aspecto moral, no técnico, de las cuestiones.

Reafirma el principio del derecho a la propiedad privada, pero resaltando su doble carácter, individual y social (propio en cuanto a la posesión, común en cuanto al uso), es decir, como derecho que está gravado o limitado por obligaciones y deberes que impiden sea ejercido en forma absoluta, sin limitación alguna. En este sentido, una de las funciones del Estado es asegurar el ejercicio de este derecho, pero en el marco del bien común que lo determina.

Reivindica el trabajo individual como uno de las acciones por medio de la cual el hombre ejerce el derecho a la propiedad privada, y el trabajo colectivo de la clase obrera como fuente de la riqueza de los pueblos.

Formula el principio básico de la justa distribución de los bienes de la tierra, postulando su destinación universal (para todos) y su distribución individual mediante la propiedad privada, y prohibiendo que una clase excluya a la otra de la participación de los bienes. Es por eso que critica “la actual distribución de los bienes de este mundo”, por el enorme contraste que presenta “entre unos pocos, inmensamente ricos, y la innumerable muchedumbre de pobres”. Para superar esta situación, reclama la justa distribución de los bienes: hay que procurar con el mayor empeño y esfuerzo que, “para el futuro, las riquezas producidas se acumulen con justa medida en las manos de los ricos y se distribuyan con relativa profusión entre los obreros, […], para que aumenten su patrimonio con el ahorro, y administrando prudentemente el patrimonio aumentado, puedan cubrir con mayor holgura sus cargas familiares, y libres de las incertidumbres de la vida, cuyas vicisitudes tanto afectan a los proletarios, no sólo puedan soportar las contingencias de la vida, sino confiar también en que, al abandonar este mundo, queden suficientemente atendidos los que dejan en pos de sí”. Es decir, justa distribución de los bienes, para que los asalariados no sólo puedan satisfacer sus necesidades sino también asegurar el futuro de sus descendientes.

Cumplir este principio obliga a postular la obligación de abonar un justo salario para los trabajadores. Esto significa que la remuneración del obrero debe ser lo suficientemente adecuada para asegurar el propio sustento y el de la familia; que ninguna empresa debe pretender obtener ganancias pagando sueldos bajos o injustos, pero tampoco debe poner en riesgo su existencia y el futuro de los trabajadores; que la cifra salarial que se abona debe ser acorde a las exigencias del bien común, es decir, debe permitir satisfacer las necesidades personales y familiares del que trabaja y ha de posibilitarle también reunir paulatinamente un capital.

Para asegurar la vigencia efectiva de estos principios, la encíclica propone la restauración del orden social, a través de la agremiación profesional y gremial y la colaboración entre ellas, no el enfrentamiento. Propone también la organización de la actividad económica, que no puede quedar librada a la libre competencia, sin ningún tipo de intervención estatal. Por el contrario, la actividad económica, según el Magisterio, “debe ser regida por la justicia social y la caridad social”.

En el capítulo tercero se abordan los cambios económicos y sociales producidos luego de la promulgación de la Rerum novarum, cambios no contemplados en ésta última.

Entre esos cambios destaca la concentración económica (“se crean poderes enormes”) y la instauración de una auténtica oligarquía económica (“prepotencia económica verdaderamente despótica en manos de muy pocos”), dueña del dinero y del crédito, al que distribuyen arbitrariamente, constituyéndose en dueños de la vida económica. Destaca que este proceso ha originado tres nuevos conflictos: la lucha para alcanzar ese predominio económico; la guerra para obtener el predominio sobre los poderes públicos; el conflicto en el campo internacional, para lucrar con el enfrentamiento entre Estados.

Específicamente, detalla las “funestas consecuencias” del espíritu individualista en el terreno económico: la sustitución del mercado libre por la prepotencia económica; la desenfrenada ambición de poder; la mutación de la economía en una actividad extremadamente dura, cruel e implacable; la fusión del poder político con el poder económico; el imperialismo económico y, en última instancia, el “funesto y execrable internacionalismo del capital”, es decir, el imperialismo internacional del dinero.

Para solucionar los males generados por el capitalismo liberal que degenera en explotación y sometimiento, y evitar la vía del izquierdismo marxista en sus diferentes variantes, la encíclica propone “la restauración social mediante la renovación del espíritu cristiano en la sociedad”, es decir, propone la edificación de la sociedad sobre la base de principios cristianos, cuya racionalidad puede instituir la vida económica de la sociedad como un régimen recto y provechoso. Dicho de otra manera, propone la cristianización de la vida económica: la edificación de la vida social, económica y política sobre bases cristianas. 5

3. Radiomensaje sobre la Solemnidad de Pentecostés. Se trata de un mensaje radiofónico, transmitido el 1 de junio de 1941 por el papa Pío XII, para celebrar la fiesta cristiana de Pentecostés. En este texto el pontífice romano vincula la celebración religiosa con el 50 aniversario de la encíclica Rerum novarum.

En este texto se destaca en primer lugar el aporte hecho por el papa León XIII a la cuestión social, tanto al señalar “los errores y los peligros” de la concepción materialista del socialismo, como “las fatales consecuencias de un liberalismo económico” que ha olvidado o despreciado los deberes sociales, exponiendo los “principios convenientes y aptos” para mejorar en forma gradual y pacífica las condiciones de vida de los obreros. 6

En segundo lugar, este texto destaca el deber del Estado de procurar el bienestar de todo el pueblo y de todos sus miembros, “particularmente de los débiles y de los desheredados, con amplia política social y con la creación de un fuero del trabajo”.

A partir de estos dos puntos, el Papa expone lo que considera los “tres valores fundamentales de la vida social y económica”, valores que se entrelazan y se referencian mutuamente: el uso de los bienes materiales, el trabajo y la familia.

A) El uso de los bienes materiales es un valor fundamental, en cuanto es un derecho individual y natural, que debe ser regulado según formas jurídicas que lo aseguren, para que todos tengan acceso a ese derecho y esté al alcance de todos. Es un derecho que está en íntima unión con la dignidad y con los demás derechos de la persona humana, ya que le ofrece a ésta la base material segura que le permita elevarse al cumplimiento de sus deberes morales.

El Estado y la economía nacional deben asegurar y posibilitar el ejercicio de este derecho para cada uno de los miembros de la comunidad política. Ello conformará la riqueza económica de todo pueblo, no por la abundancia de los bienes que produce, medidos en forma material, sino por su justa distribución, real y durable, que “dará frutos de paz y de bienestar general”.

B) El trabajo es otro valor fundamental, particular y necesario, como deber y derecho que le permite el ejercicio del anterior derecho mencionado y así mantener su vida y la de las personas a su cargo. Como derecho individual y accesible a todos, debe ser amparado y protegido por el Estado.

C) La familia es el tercer valor fundamental reafirmado, vinculado a los dos derechos ya mencionados, cuyo ejercicio permite asegurar la subsistencia y perdurabilidad de aquélla. En tal sentido, no es sólo un valor para el individuo, sino también y además “la raíz natural y fecunda” de la grandeza y potencia de la nación, a la que el Estado debe proteger y perfeccionar cada vez más. 7 En este sentido, uno de los deberes del Estado respecto a la familia es la de permitir a cada una de ellas la posesión y propiedad de un terreno en el que pueda asentarse y arraigarse el núcleo familiar, sostenido por el acceso y uso a los bienes materiales mediante el trabajo. 8

Nos hemos detenido en particular en estos tres exponentes originarios de la doctrina social de la Iglesia, anteriores a la irrupción del peronismo en la vida política, porque lo expresado y proclamado en esas exposiciones tiene profunda resonancia y familiaridad con los postulados sociales de la doctrina justicialista y con las políticas ejecutadas bajo su inspiración.

 

José A. Quarracino
Secretario Político

Juan C. Vacarezza
Secretario General

Movimiento “Primero la Patria”

  1. Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Conferencia Episcopal Argentina, Buenos Aires 2005,  Primera Parte, Capítulo Segundo, I d) n. 71.
  2. León XIII, Rerum novarum, n. 17., Primera Parte, Capítulo Primero, III b) n. 38.
  3. Todas estas citas están tomadas de la encíclica citada, nn. 27, 31-35, 36-40.
  4. Pío XI, Quadragesimo anno, nn. 2-3. Cuadro que luego de 80 años ha vuelto a repetirse, lo cual muestra el retroceso histórico y social que ha significado el desarrollo capitalista comandado por el poder financiero internacional y el Nuevo Orden Mundial que ha instaurado.
  5. Citas tomadas de la encíclica citada en la nota anterior: nn. 8, 10, 14-21, 25, 27-34, 35-40.
  6. Pío XII, Solemnidad de Pentecostés. Radiomensaje, 1 de junio de 1944, n. 6.
  7. Ibidem, nn.22-23.
  8. Todo esto está explicitado en el radiomensaje, nn. 9, 11, 12-18, 19-23.

[Publicado en Política del Sur, 24 de octubre de 2017, Año 12 No. 557]

 

José Arturo Quarracino
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ARGENTINA
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