Doctrina para la Reconstrucción Nacional
Juan Domingo Perón
(1974)
Discurso pronunciado al inaugurar el “Ciclo de Doctrina Justicialista para la Reconstrucción Nacional”, organizado por el Movimiento Nacional Justicialista, en el Centro Cultural General San Martín, el 19 de Abril de 1974
Compañeros y compañeras: Me siento muy feliz y satisfecho frente a este acto en el que el Movimiento Nacional Peronista inicia la tarea de recordar nuestra doctrina y llevarla a lo largo de todo el territorio de la Republica.
Las revoluciones cuando son trascendentes, difícilmente pueden ser obra de una generación, sino que lo son de varias de ellas, la tarea de adoctrinamiento es dar continuidad y permanencia a la vida revolucionaria, así como también a la ejecución de todas la medidas que dieron nacimiento a un movimiento revolucionario.
Por lo general los movimientos revolucionarios cumplen indefectiblemente cuatro etapas. La primera es la del adoctrinamiento; la segunda, la toma del poder; la tercera, lo que podríamos llamar la etapa dogmática; y la ultima la institucionalización de la revolución
En las grandes revoluciones que la humanidad puede recordar, estas etapas se han cumplido fatalmente. En la Revolución Francesa, los enciclopedistas son los que crean y lanzan una doctrina; el 14 Brumario, es la forma del poder; el Imperio es la etapa dogmática, con Napoleón al frente; y la Primera Republica es ya la institucionalización de todo ese movimiento revolucionario que termina con la etapa feudal y da nacimiento a la contemporánea.
Si miramos la Revolución Rusa, ocurre exactamente lo mismo. Marx y Lenin constituyen la etapa doctrinaria. Stalin es la etapa dogmática. Luego viene la institucionalización, con Kruschev y todos los que le han seguido hasta la actual situación en que ese país se ha convertido en una dictadura, en un estado de tipo marxista-leninista, pero con autoridades ya institucionalizadas, o sea, el fin de la Revolución Rusa se ha cumplido.
Nuestra revolución no puede escapar a eso. Por circunstancias de la situación favorable que se presentó en 1945, a etapa de adoctrinamiento fue cumplida durante los gobiernos justicialistas. Luego vino la natural reacción, que viene generalmente en todos estos casos formada de acciones y reacciones, hasta 1972 y 1973, en que se produce a toma del poder.
Ahora estamos viviendo la etapa dogmática, muy avanzada por que ya antes habíamos hecho otras etapas similares y debe venir la etapa institucional, que es la que estamos tratando de forzar por todos los medios, buscando para nuestro país una nueva democracia integrada, donde todos los argentinos puedan sentirse participes de la obra que intentamos realizar. Ya hoy no hay quien, por lo menos, no diga que no está por la reconstrucción y la liberación del país, y ya es mucho conseguir cuando se alcanza una unidad de esta naturaleza para que los hombres, cualquiera sea la idea que los ilumina y que los sostiene, sean artífices de un destino que es común, dirigido a realizar el país, sin lo cual ningún argentino podría realizarse en el futuro.
En esta etapa, que está ya a 30 años de la iniciación de nuestro esfuerzo doctrinario y revolucionario, resulta indudable que es imprescindible insistir en nuestra doctrina.
En 1944, abocados al problema revolucionario, formamos un equipo de hombres en el antiguo Consejo Nacional de Posguerra. En ese Consejo se trabajó para dar una base filosófica a nuestro Movimiento la cual esta sostenida en una declaración que hicimos entonces, llamada “La Comunidad Organizada”. Que ha habido congruencia con eso, se puede ver ahora que, después de 30 años, estamos recogiendo los frutos de esa Comunidad Organizada.
De allí nace nuestro Movimiento: es allí donde fijamos una nueva ideología, tan distante de uno como de otro de los extremos e que en esa época el mundo se dividía. Había terminado la Segunda Guerra Mundial e indudablemente los factores que gravitaban en la política internacional, estaban influenciados por el resultado de esa guerra. Los que habían ganado la guerra querían también ganar la paz, y es frente a eso que hubo de soportarse tremendas presiones que duraron de 1945 hasta 1955. Todo ese proceso, que duró diez años, nosotros lo utilizamos para adoctrinar a nuestro pueblo, para llevar al consenso, al acontecimiento y al sentimiento del pueblo argentino, la necesidad de cumplir un proceso revolucionario que lleve a buen puerto todo ese inmenso esfuerzo y toda esa lucha realizada durante tantos años.
Hoy vemos que el justicialismo no solo es un movimiento que está profundamente encarnado en el pueblo argentino sino que ha sido comprendido por nuestro antiguos adversarios políticos que hoy piensan que la institucionalización del país, a traes de la tarea del gobierno, está realizando, es sin lugar a dudas, una finalidad fundamental para poner nuevamente en marcha a una Nueva Argentina que poco tiene que ver con las antiguas Argentinas que hemos conocido.
¿Cómo fijamos nosotros ya en el Consejo de Posguerra, en el año 1945, una ideología y lanzamos las bases para una doctrina nacional? Nuestro pensamiento fue claro y sencillo. Pensamos entonces y seguimos pensando hoy, que la evolución de la humanidad es la única que influencia directamente todos los cambios políticos, sociales y económicos, a través de los cuales transita, en cada etapa de la historia, la humanidad entera.
La etapa medieval tuvo un régimen feudal; la etapa de las nacionalidades tuvo un régimen capitalista, donde el acento estuvo pesto primordialmente en lo político; viene para el futuro –en el continental ismo, y en el universalismo, que ha de ser la etapa que le sigue- un régimen Social; es decir, un régimen en que el acento este puesto en lo social y no en lo político y en lo económico, como era en los sistema antiguos.
Nosotros tenemos que ir acompañando esa evolución para no vernos después, en la historia, remando o nadando contra la corriente. No son los hombres los que determinan el curso de la historia y su evolución; es un determinismo histórico al que no escapa nadie que viva en la tierra; ni los hombres, ni las instituciones, ni las costumbres. Es pensando en eso que nosotros tratamos de construir un sistema que nos permitía adaptarnos a las posibles nuevas evoluciones y, por lo que hemos venido comprobando desde hace treinta años, no estuvimos desacertados, porque hoy estas parecen las palabras de orden que circulan no solamente aquí sino en el mundo entero.
Quiero precisar con esto, que no nos hemos equivocados. Si nos hubiéramos equivocado, lo prudente y lo sabio hubiese sido reaccionar contra esa equivocación y hacer, si fuera necesario, lo diametralmente opuesto a lo que habíamos pensado.
Pero cuando los hechos han comenzado ya desde hace muchos años a darnos la razón, no solamente en la concepción filosófica sino en la propia experiencia que hemos podido comprobar en estos últimos veinte años de la vida argentina y estamos persuadidos de eso, nada más lógico ni más justo que nos dediquemos tesoneramente a hacer llegar esos mismos
principios y esa misma doctrina, que nosotros hemos puesto en ejecución hace treinta años, a las nuevas generaciones, siempre propensas a tratar de intentar algo que en el fondo no son sino deformaciones capciosas de la realidad.
No pensemos que las doctrinas sean permanentes, porque lo único permanente es la evolución, y las doctrinas no son sino una montura que creamos para poder cabalgar sobre esa evolución sin caernos. Pero si pensamos que mientras la etapa que estamos viviendo está adaptada a la necesidad de crear una doctrina para esa evolución, no se la puede cambiar.
Vendrá después –pensamos- el universalismo, que es la última etapa de la integración mundial. Quizá, allí sea necesario crear otras doctrinas. Pero mientras el Continentalismo este en acción, no vamos a tener necesidad de cambiar nuestra doctrina, porque esta fue creada hace ya treinta años para enfrentar a ese universalismo que venía avanzando.
Por eso, compañeros y compañeras, creo que si el movimiento peronista en este momento tiene necesidad imperiosa e impostergable, ella es, precisamente, la de recordar a nuestra gene, especialmente a la gente joven que no ha vivido las etapas anteriores y que en consecuencia carece de la experiencia necesaria para juzgar con claridad meridiana, como lo podemos hacer todos los peronista, los grandes principios que fija nuestra ideología, como así también las formas de ejecución en las que tampoco nos habíamos equivocado.
Compañeras y compañeros: es preciso, en el momento en que estamos viviendo volver a recordar los grandes principios que enarbolamos desde los primeros días de nuestro trabajo político en el país, es decir, un sistema que esta tan distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes.
Yo recuerdo que cuando elegíamos el nombre que habíamos de ponerle a nuestro movimiento, estábamos en la vieja Secretaria de Trabajo y Previsión. Éramos más o menos cien personas que trabajábamos en estas cuestiones ideológicas y doctrinarias. En ese momento era un problema ponerle el nombre. Pensábamos que la base sobre la cual debía estructurarse el movimiento político del futuro argentino era la justicia social. Alguien dijo entonces: “Pongámosle socialista”, pero ello provocó una repulsa general de todos los que estaban.
La explicación que dieron la mayor parte de los asistentes fue la siguiente: no podemos poner a un movimiento que nace un nombre derrotista. Y eso era muy cierto y real, ya que desde que comenzó el socialismo en la Argentina, fue siempre un partido intrascendente e imperante. No entro a analizar las causas ni las circunstancias, pero efectivamente ha sido siempre así, hasta que después, en la tercera internacional, se formó la parte bolchevique y se producen los partidos subsiguientes que han ido poco a poco desapareciendo, barridos por su propio sectarismo.
Señores: en ese momento apareció una palabra salvadora. Un antiguo servidor de la Secretaria de Trabajo y Previsión, el doctor Stafforini, dijo: “Si esto ha de ser algo que gire sobre pivote de la justicia social, si por las razones apuntadas y explicables no le ponemos nada de socialista, pongámosle Justicialista”
Es así que nació este nombre y avanzo a lo largo de toda la República, prestigiado, no por ser un nombre sino por toda la inmensa obra que viene haciendo con el pueblo argentino durante treinta años. Después, en la última parte de esos treinta años, ya la enseñanza que recibimos tal vez no fue positiva. Fue negativa, y eso nos reforzó extraordinariamente.
Señores: veamos ahora, en este momento, el Justicialismo. Es indudable que el Justicialismo actual forma una masa enorme, un tanto inorgánica, como generalmente son
estos grandes movimientos antisectarios por naturaleza y por costumbre. Es allí donde radica la principal fuerza del Justicialismo. Nunca he querido sectarizar nuestro Movimiento porque el proceso político es cuantitativo, de manera que no hay nada más negativo que sectarizarlo, porque eso lo disminuye. Siempre hemos dejado que nuestro Movimiento pueda realizarse en la mayor libertad.
Es de imaginarse, con la autoridad que yo tenía durante los dos primeros a gobiernos y toda la organización que manejaba nuestro Movimiento, las cosas que autoritariamente pudiera haber hecho. Pero jamás expulse a nadie, jamás rete a nadie por sus ideas o por sus distintas concepciones, porque los movimientos populares como el nuestro, no solo se enriquecen con las distintas ideas sino que tienden a formar un sistema de autodefensa que los hace permanentes y estables a pesar de que no hay ninguna organización visible.
En esto pienso que hay que dar una doctrina y después que la ha preparado los entendimientos y los sentimientos, porque las doctrinas no se enseñan, sino que se inculcan, es decir, se meten en el cerebro a la vez que en el corazón, solamente así puede una doctrina llegar a ser permanente.
Creo que lo fundamental es dejar que dentro del organismo institucional existan las naturales autodefensas que nos darán permanencia y estabilidad. En este sentido, nosotros siempre hemos propugnado eso; naturalmente, que todo tiene un límite, fijado por la doctrina. Pensamos que cualquiera, piense como piense pueda ser peronista pero no se puede ser peronista antidoctrinario.
El actual estado de nuestro Movimiento es consecuencia de una larga lucha. En esto pasa como en una batalla, en la que se empeña todo el mundo y lucha, y al final de ella quedan todos entreverados, mezclados y doloridos.
Lo mismo ocurre con nuestro Movimiento, que ha soportado una larga y dura batalla, pero después de ella se reconstruyen las fuerzas, se reorganizan las unidades y se emprende de nuevo la marcha.
Eso es lo que pienso que debemos hacer, y para poderlo lograr racionalmente, nada mejor que comenzar por recordar nuestra doctrina, que los hombres de la generación intermedia y los viejos, tenemos ya reconocida por la teoría que aprendimos y por la experiencia que sufrimos. Los muchachos tienen mucho que aprender de la doctrina todavía, porque teóricamente no la conocen y porque a pesar de que ellos han luchado fuerte y valerosamente en los últimos tiempos, no debe olvidarse a los que durante treinta años aguantaron esa misma lucha.
En 1950 nosotros habíamos organizado nuestras escuelas de adoctrinamiento. Existían escuelas peronistas en todas las capitales de provincias, y en muchas localidades del interior de nuestras provincias funcionaban escuelas similares.
Aquí, en la Capital Federal, teníamos la Escuela Superior, en la cual yo era profesor, de manera que la conozco bien. Y contábamos además, con varias escuelas peronistas, donde se impartía adoctrinamiento a través de hombres que venían sosteniendo ya una larga lucha, pudiendo por lo tanto, transmitir no solo la teoría sino el producto de una experiencia.
Hoy tenemos que reeditar ese mismo sistema. Creo que este punto de partida de crear cursos de adoctrinamiento, es de una importancia decisiva para nuestros futuros políticos. Nuestro Movimiento es cuantitativamente grandioso. Pensemos lo que sería si lo hiciéramos también cualitativamente.
Señoras y señores: he concurrido esta noche aquí como jefe del movimiento político justicialista. Pero por ser Presidente de la Republica no debo abanderarme políticamente, aun cuando no quiero aparecer como un hipócrita, que esconde sus sentimientos. Pero una cosa debe ser manejar la política en su conjunto y otra manejar parcialmente los sectores políticos que no son afines.
El que está en la situación en que yo me encuentro y quiere cumplir la doctrina peronista que establecí antes –que para cada peronista no debe haber nada mejor que otro peronista- hoy, por las circunstancias y necesidades inmediatas y mediatas de nuestra organización nacional, tiene que extender ese concepto al nuevo apotegma creado de que “Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”.
Siendo así, yo espero que las autoridades que manejan al Movimiento Justicialista, a través de su Congreso Superior, así como también a los consejos de las distintas ramas del Movimiento en lo político, en lo gremial, y a la juventud, tengan ante el país y ante la propia historia, la responsabilidad de mantenerlo potencialmente vencedor, como ahora, durante todos los tiempos, del mismo modo que deberán ir cargándolo cada día más de un profundo bagaje doctrinario que, llevándose del conocimiento de nuestra doctrina, vaya creando también una segunda naturaleza en cada argentino, que lo siente, no como un movimiento político, sino como un movimiento sin el cual la nacionalidad puede estar en peligro en el futuro.
Compañeras y compañeros, no quiero extenderme más, aunque sobre estos temas, con un bagaje de 30 años de experiencia, podría hablarles de muchas otras cosas. Pero creo que he dicho lo fundamental. Si cada uno sale convencido de aquí de la necesidad de adoctrinarse y de adoctrinar, si cumplimos este renglón, lo demás vendrá por añadidura.
Si nosotros somos capaces de llevar el convencimiento doctrinario a todo nuestro pueblo de estos principios sobre los cuales afirmamos esa ecuanimidad nacional que estoy persuadido en absoluto de que as demás fuerzas políticas sabrán corresponder como han correspondido hasta ahora, a este comportamiento ecuánime del Movimiento Nacional Justicialista, que no solo quiere asociarse a sus hombres, sino que desea asociarse a todos los argentinos, para que conjuntamente podamos hacer la felicidad del Pueblo y la grandeza de nuestra Patria.