Un cuento fantástico inconcluso

 

Un cuento fantástico inconcluso

por Alejandro Pandra

 

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Catedral de Santa María de la Encarnación, Primada de América, 
Santo Domingo, República Dominicana
Foto publicada por es.wikipedia.org

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Interior de la Catedral de Santa María de la Encarnación, 
Primada de América, Santo Domingo, República Dominicana 
Foto publicada por elmasvariado.blogspot.com

El domingo de Pascua de 2025 todo el pueblo ha venido a la Catedral de Santo Domingo. Desde el amanecer, los curiosos se han apostado en torno a las callecitas coloniales por las que pasará la comitiva destinada a invocar la protección del Espíritu Santo sobre la Asamblea General Constituyente de la Confederación de Naciones Soberanas de América. Una doble fila de guardias retiene a la multitud excitada a lo largo de las estrechas vereda; un de cada diez guardias es un agente especial del comando de seguridad –varón o mujer-, distinguido por el uniforme color negro, pero sobre todo porque está armado hasta los dientes y con su reluciente casco de visión sensorial. Las fachadas aparecen ornadas con banderas y gallardetes. Por sus vanos se asoman centenares de cabezas. En los tejados, bandas de pequeños atorrantes de ojos vivos y de lengua suelta se abrazan a las chimeneas, tubos de ventilación y antenas satelitales, o se sientan con los pies en las canaletas, recortando sus siluetas sobre el inmenso cielo azul, ese azul intenso que sólo aparece después de dos días lluviosos. En el alma de estas gentes, todo candor y pícaro buen ánimo crece la ilusión de la Patria Grande. Crece la ilusión de la Patria Grande en el alma de los impecables embajadores de traje oscuro y las elegantes embajadoras incómodas con un calzado no pensado para circular por el antiguo adoquinado, todos rigurosamente ordenados por el protocolo; y también crece la ilusión de la Patria Grande en el alma de los mocosos y alegres sinvergüenzas de las azoteas blancas y los rojos tejados. 

Voltean las campanas, y su sonido se extiende por toda la ciudad. Finalmente, la comitiva se pone lentamente en marcha. La encabeza el Arzobispo de Santo Domingo, Cardenal Primado de América; cabizbajo, va pensando en esa mañana radiante del domingo de Pascua después de dos días de lluvia huracanada del viernes y sábado santos, en que la reflexión vívida de la experiencia de muerte de quien había suscitado toda clase de esperanzas hace que la nostalgia se apodere del alma y que los ánimos decaigan, que el horizonte se oscurezca y que las soluciones de la vida se enmarañen. Y ahora esa mañana primaveral límpida que anuncia la Resurrección tantas veces proclamada por siglos de los siglos, pero de la que se necesita siempre nuevo testimonio, de que el sepulcro está vacío y la losa removida. El joven y corpulento Cardenal, en silencio, pide inspiración al Cielo para que su prédica pueda remover otra vez la piedra del sepulcro y para que levante tantas losas como yacen sobre la vida y la conciencia de los hombres, para que su prédica muestre un glorioso cielo azul después de la fuerte tormenta caribeña. (¿Porque qué tan a menudo lo externo es duplicado, a gran escala, de lo que pasa en el alma?…) Lo siguen más de mil hombres de todos los colores y de todas las lenguas, mayores y jóvenes, de cara curtida y de facciones más delicadas. Algunos hablan entre ellos, pero sin elevar la voz, como en suave murmullo que no quiere romper una ilusión ancestral que esperan sea verdad, ni quiere quebrar la solemnidad de un momento que a todos conmueve.

Con alguna demora, la comitiva entra en la Catedral románico-gótica pro de fachada renacentista, que queda muy chica para la nutrida representación. La voz fuerte y varonil del Cardenal se eleva sabiendo cómo se dispone a remover la piedra del sepulcro y las losas de las conciencias: En el nombre del Padre y del Hijo…Todos se santiguan con gesto unánime llevándose la mano derecha de la frente al pecho y del hombro izquierdo al derecho…Kyrie eleison se oye cantar al coro: Señor, ten piedad de nosotros. Luego las lecturas cantadas y el evangelio de San Marcos del descubrimiento de la tumba vacía por parte de las mujeres, que a todos llegaba en su idioma materno gracias a los pequeños microprocesadores de traducción automática. Y finalmente la inspirada homilía, que pudo hacer que el misterio de la fe atestiguado en la Escritura resplandezca de tal manera que dé luz sobre las cuestiones actuales y a la luz de éstas hacer hablar también a la Escritura en forma nueva. Podría decirse que el Cardenal trató de penetrar tan profundamente en el texto y de enfrentarse con él hasta que se vuelva transparente el muro que separa el siglo I del siglo XXI, hasta que Pablo hable allí y lo oiga aquí el hombre de nuestro tiempo, hasta que el diálogo entre documento y el lector se concentre plenamente en el núcleo y hasta que se descubra en las palabra la Palabra única. Verdaderamente, la predicación del Cardenal logró llegar al núcleo del texto, es decir, al Señor presente en la liturgia, logró hacer su servicio de transmisión del kerigma apostólico atestiguado en la Escritura: 

«La experiencia actual de la resurrección de la fe luego de cien años de vigencia del ‘Dios ha muerto’ de Nietzsche, en que ya no se le podía encontrar y experimentar intramundanamente, en su estructura fundamental corresponde plenamente a la situación de entonces; nos sale al paso –como a las mujeres aquellas- la palabra del ángel: ‘Ha resucitado…’. Y con las palabras del ángel la vida del creyente se pone bajo el horizonte de una promesa. La fe pascual es la exigencia que hace Dios de aventurarse por el camino de la esperanza y mantenerse firme en el esperado…El hombre que pregunta por el sentido de la vida encuentra en la fe pascual, llena de esperanza, una boa bajo sus pies; el concepto no bíblico de sentido sólo es una traducción de lo que la Biblia llama promesa (…) La Civilización del amor que hoy construye el Continente de la Esperanza también está fundada en la promesa, y en la exigencia a Abrahán de romper la propia patria, de salir de sí mismo, de ir en peregrinación hacia el otro. Sólo en esa peregrinación puede uno encontrar a Dios. Abrahán lo encontró no en la tierra de sus padres, sino cuando pasó al otro lado de la tierra que pisaban constantemente sus pies, cuando dejó de pensar en lo suyo y empezó a mirar a los demás. Y cuando el patriarca, en gesto de responsabilidad humana, con una profunda sinceridad eligió lo que le parecía más de acuerdo con un cierto instinto que había brotado en su interior bajo la presión de Dios, encontró lo que el Señor quería. Sus descendientes supieron ver en esa actuación de Abrahán la mano providente de Dios que conduje toda la historia de Israel. Y así interpretaron la decisión del padre de todos los creyentes, narrada en el Génesis, como una vocación y esperanza, en nombre de la misma difícil madurez de la construcción de un mundo y un hombre nuevos en que han ingresado los pueblos de América, invoco la protección del Espíritu Santo para la Asamblea General Constituyente de la Confederación de Naciones Soberanas que hoy se inaugura, rogando la intercesión en el Cielo de Santa María Virgen, madre de Dios, madre América y madre nuestra».

A pesar de lo solemne del momento, el corazón de los presentes se encendió, y durante el largo silencio que siguió a la homilía, como si los ecos de la estentórea voz de barítono del Cardenal no cesaran de repetirse, todos sintieron la conmoción particular que sólo otorgan los actos fundacionales, cuando ninguna palabra ni ningún sonido significan tanto como un silencio cerrado. Y pese a que en las apretadas naves se confundían orígenes raciales diversos y se mezclaba el portugués con el francés y el inglés con el mayoritario castellano, todos se sentían fundando una especie de Universitas mestiza.’ ‘Universidad’ viene de universus (o versus unum), significando el conjunto de los que tienden a una misma cosa: antes de su significado académico, la ‘universidad’, en sentido lato, es, pues, una comunidad natural a la que pertenecen lo que tienen una misión común. La Europa medieval se autodenominaba universitas christiana, y desde entonces nunca un continente entero había logrado semejante síntesis entre una cultura viva y una fe viva, semejante unidad de pueblos, tierras y Cielos, como la América del tercer milenio. Ya la definición como el continente de la esperanza dejaba de ser una referencia algo pretenciosa e ilusoria de los Papas de hace cuarenta o cincuenta años, para encarnarse en una América de pie, constituida en una unidad de destino común en lo universal y en tierra de promisión verdadera para todo el ecumene. Y ninguno de los miembros de la comitiva podía dejar de estremecerse al sentirse protagonista de la institucionalización de la Patria Grande: después de tantas derrotas, caídas y flaquezas, sentirse finalmente protagonista de la realización de los sueños de Bolívar y de San Martín, de Darío y de Rodó, de Perón y de Martí…

 

2

Por la tarde del domingo, en el gigantesco Centro de Convenciones construido especialmente para la ocasión frente a la casa de Diego Colón, la panameña presidenta de la Federación de Repúblicas Centroamericanas y del Caribe da la bienvenida a la veintena de presidentes de Federaciones y Repúblicas americanas y a las representaciones acreditadas, en un algo aburrido y monótono discurso inaugural en el protocolo. Y luego la larga alocución del mejicano presidente de la Asamblea General Constituyente, algo más vibrante, que recuerda el complejo proceso moderno de integración continental, del primer gran salto del nuevo milenio de las asociaciones regionales, cuando las mezquinas discusiones de aranceles aduaneros dieron paso a la discusión sobre la integración de los pueblos y las culturas, cuando se dejó de discutir cuánto debía costar pasar mercaderías por las fronteras interiores para pasar a discutir cómo se suprimían esas fronteras y se organizaban los pueblos, no para ‘adaptarse’ al globo pinchado de la globalización, palabrita de moda en aquella época que ocultaba las viejas formas de la opresión oligárquica, sino para organizar los pueblos paraconstruir el mundo.

De cómo se pasó luego de los acuerdos regionales del tipo Mercosur y Pacto Andino la Unión Iberoamericana en torno a la conquista y ocupación del hinterland sudamericano –de la nueva gesta de la Terra Nostra de América-, de la comunicación y aprovechamiento integral de las tres grandes cuencas del subcontinente, la del Orinoco, el Amazonas y el Plata, verdaderas entradas a la tierra, que igual que hace más de quinientos años, constituyeron las vías de la conquista y colonización del Nuevo Mundo, y que también marcaron la conciencia de los hombres de protagonizar una gran empresa común ecosistémica y construir la historia. Y finalmente, el largo y complejo de integración con Norteamérica, inimaginable sin la gran revolución cultural que la administración del Presidente Johnny Sánchez Ortiz produjo hace una década en un inmenso país con un tercio de la población blanca anglosajona, un tercio negra y el tercio restante hispanoparlante, y que convirtió a una verdadera Torre de Babel en una gran nación. Fue paradójico que la revolución cultural norteamericana se inspirara en un poema de Walt Whitman de hace casi cien años: ‘Ni la tierra, ni América son tan grandes,//yo soy grande o lo seré; lo eres Tú allá arriba o cualquiera,// es el marchar rápidamente a través de civilizaciones, gobiernos, teorías,// a través de poemas, desfiles y representaciones, para formar personas,//Por debajo de todo personas. Juro que ahora nada que ignore a las personas es bueno para mí…’ Y este último verso constituyó la base de una nueva cultura norteamericana, de una nueva cultura fundada en la dignidad de la persona.

Pues bien, había llegado la etapa de la institucionalización, de la elaboración de una Constitución para la naciente Confederación de Naciones Soberanas de Amé rica. Durante semanas, más de mil constituyentes de todos los rincones de continente se enfrascarían en la ardua tarea de consensuar y redactar el texto definitivo, asistidos por especialistas, técnicos, juristas y asesores de las más variadas disciplinas. Largos meses de negociaciones previas, cientos de informes de expertos y de proyectos presentados, decenas de comisiones de estudios, llegaban a la hora de plasmarse en un texto común, que además de respetar el espíritu mestizo común de la cultura americana, debía respetar también el espíritu original de las naciones y las comunidades de la Confederación y conciliar el funcionamiento de las instituciones ancestrales con el de las nuevas instituciones nacidas al calor de las aspiraciones del hombre contemporáneo. Y también contabilizar las presiones que llegaban de fuera. Verdaderamente se tenía por delante semanas de ardua tarea. Pero por lo menos se había consensuado ya el Preámbulo de la Constitución de la Confederación:

«Nos, los representantes de los pueblos de las Naciones Soberanas de América, reunidos en Asamblea General Constituyente, por voluntad y elección de las comunidades que las componen, en cumplimiento de pactos y acuerdos preexistentes, con el objeto de constituir la unión continental de una común Patria Grande, afianzar la justicia, consolidar la paz, proveer a la defensa, proteger la persona, la familia, la comunidad y la cultura, defender los recursos naturales en beneficio de los pueblos y las naciones, asegurar los beneficios de la libertad en la responsabilidad, las soberanías populares y nacionales, la justicia social atributiva y retributiva, y la independencia económica ajustada al principio del origen y del destino universal de los bienes, ratificando la irrevocable decisión de constituir naciones soberanas, democráticas, solidarias, orgánicas y participativas, para esta generación viviente, para nuestra posteridad, para los americanos y para todos los hombres libres del mundo que quieran habitar el suelo y sumar su esperanza, e invocando la protección de Dios, fuente de todo amor, sabiduría, razón, poder y justicia, ordenamos y establecemos esta Constitución para la Confederación de Naciones Soberanas de América.»

Para terminar, el diplomático mejicano no soslayó la niebla de incertidumbre y confusión que n os envuelve acerca del mañana, y exhortó a las naciones americanas a renovar los métodos de la lucha contra el Clímax, la nueva droga sintética que estaba haciendo estragos en vastos sectores de la sociedad, con sus secuelas de desnaturalización vital, muerte y destrucción. Ya no se trataba de erradicar las plantaciones de coca de campesinos empobrecidos como hace décadas, sino de combatir ahora poderosísimos laboratorios dispuestos a defender sus inmensos márgenes de rentabilidad a cualquier precio y con todas las armas. Y si el tráfico de narcóticos del pasado había crecido en el marco del horizonte estrecho, la miseria y la desesperanza que América y sus países ofrecían a familias y juventudes, cuando estas condiciones habían empezado a cambiar, paradójicamente aparecía una nueva droga sintética de bajo costo, capaz de brindar por un día –nada más que por un día- las sensaciones más placenteras y excitantes en forma artificial, pero cuya adicción provocaba disfunciones en el equilibrio físico y emocional, lesiones cerebrales y renales que terminaban en la muerte prematura en un alto porcentaje de los casos. La modificación de las condiciones sociales, antes que limitar el flagelo, había producido la degradación y envilecimiento de los métodos para imponer una droga tan barata de producir como demoníaca en sus efectos: corrupción sin límites, violencia criminal y las más sofisticadas armas en una guerra sin cuartel, eran moneda corriente en manos de los traficantes, ahora más crueles, ricos y poderosos que nunca; y sobre todo cuando no necesitaban gigantescas redes de transporte y contrabando, ya que se producía en cualquier laboratorio mediano, bajo el escudo de la producción de las drogas medicinales. El presidente de la Asamblea propuso una gran movilización continental para el combate contra el nuevo flagelo de la humanidad, tal como lo había sido hacía un cuarto de siglo el combate contra la usura desatado a partir del Gran Jubileo del año 2000, que si bien no ha había erradicado por completo –por supuesto- había morigerado sustancialmente sus efectos y resuelto el problema de la deuda externa de los países latinoamericanos.

Más tarde, las ruedas de prensa, desordenadas como siempre; y ya de noche, el magnífico recital al aire libre de la Orquesta Filarmónica de Nueva Cork y el Coro Estable del Teatro Colón de buenos Aires, con el programa de la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvôrak y de la Novena de Beethoven con el texto de la Oda a la Alegría de Schiller inundando el alma de los espectadores y de la noche dominicana, con su cielo despejado surcado por los dibujos de artificio virtual del láser tridimensional y los nuevos juegos de luces y agua en medio de un traslúcido y celeste Mar Caribe iluminado, acompañando los acordes inspirados de la melodía, maravillosamente amplificada a gran volumen con el nuevo sistema Digital-multistereo. Una gran fiesta del espíritu digna del acontecimiento que se celebraba; la gran fiesta de la esperanza.

3

En la mañana del lunes, una larga lista de discursos de los presidentes de las Federaciones y de las Naciones americanas presentes, en riguroso orden alfabético, que venían a traer el testimonio de la obra de sus respectivos pueblos de que otra vez entonces, se había removido la piedra del sepulcro y las losas de las vidas y las conciencias de los hombres. En primer lugar, el presidente de la Nación Argentina: 

«Quiero transmitir el ejemplo de la transformación nacional de la Argentina generada en el último cuarto de siglo, a partir del relato de la primera gran empresa transformadora del nuevo milenio, la que constituyó el punto de inflexión de la decadencia, la bisagra temporal que movilizó otra vez el espíritu colectivo de los argentinos poniéndolos de pie y volviéndolos a enamorar de su Patria. El relato dejó de ser el viejo relato de la expoliación y la miseria cuando al iniciarse el siglo XXI se encaró el aprovechamiento integral de la cuenca del río Bermejo, que no constituyó un proyecto aislado sino el emprendimiento de un conjunto armónico de obras con la finalidad de integrar al territorio de la Nación y a la actividad productiva una vasta región geográfica conocida como «el desierto verde», unos 250.000 kilómetros cuadrados (equivalente a la superficie de Italia), y que influye en otros 350.000 kilómetros cuadrados en la mayor parte de las Provincias de Formosa y Chaco, el Oeste de Salta y Jujuy, el Noreste de Santiago del Estero y Córdoba y el Norte de Santa Fe, además del sur de Bolivia y el Chaco paraguayo. La cuña forma parte de los desiertos secos y tórridos que en toda la superficie del planeta siguen la latitud de los trópicos cuando éstos atraviesan grandes masas de tierra. En el caso del Trópico de Capricornio en el Hemisferio Sur, se trata de los de Atacama, Kalahari en el Sur de África y el gran desierto de Australia de Australia. Sin embargo, por un extraño equilibrio ecológico, la vasta planicie semi-desértica chaqueña estaba cubierta y protegida por u denso y rico dosel de vegetación, con suelos de excelente aptitud agropecuaria –los mejores del mundo-, pero sin un régimen hídrico adecuado (entre 200 y 600 milímetros anuales de agua de lluvia).

La carencia de agua potable, prolongadas sequías seguidas de intermitentes lluvias torrenciales, la erosión de los suelos, la explotación forestal indiscriminadas que destruyó los bosques naturales, etcétera, crearon las condiciones adversas a los asentamientos humanos y a la explotación de sus recursos naturales. Un gran espacio vacío en forma de cuña, que fracturaba la relación entre la Mesopotamia y el Noreste por un lado, y el Noroeste por el otro, y también entre el Atlántico y el Pacífico, desarticulando las estratégicas comunicaciones del Mercosur, con sólo un habitante y medio por kilómetro cuadrado y un crónico déficit de infraestructura, comunicaciones, transporte, energía y equipamiento de todo tipo, constituía una debilidad geopolítica de primera magnitud. Un proyecto de transformación de esta región verdaderamente daría como resultado un nuevo país. Era la gran empresa transformadora que la Argentina necesitaba para su desarrollo y también para la recuperación de su mística nacional. Pero además representó su esfuerzo efectivo para invertir la tendencia hacia la centralización del poder de Buenos Aires, para delegar y diluir del poder nacional fuera de Buenos aires y devolverlo a las regiones y los pueblos del interior, y sobre todo para invertir la tendencia de la megalópolis, para repoblar y colonizar las grandes extensiones desérticas de mi Patria con la población de una Buenos Aires que poco a poco va tomando una dimensión algo más humana. Y produjo una gran ignición, encendió los corazones y puso en marcha los brazos del pueblo argentino, lo movilizó y contagió los espíritus de todos, sobre todo el espíritu de los jóvenes.

Imágenes del Río Bermejo 
Se pueden apreciar los distintos regímenes que adquiere el río durante todo su curso, lo 
que hace imprescindible su canalización y regularización

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Foto publicada por www.cbbermejo.org.ar

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Foto publicada por teresamichieli.com

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Foto publicada por www.guiafe.com.ar

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Foto publicada por fmcapitalsalta.com

 

El gran protagonista de la reconstrucción del ecosistema natural de la planicie chaqueña es el río Bermejo. Es el tercer río del país por su caudal promedio (450 metros cúbicos por segundo), pero con un régimen torrencial, ya que transcurría con un caudal mínimo de 30 metros cúbicos por segundo y un caudal máximo de 16.000 metros cúbicos por segundo (siendo en este caso el responsable de las frecuentes inundaciones del Paraná). A lo largo de su recorrido arrastraba sedimentos sólidos que constituían el 75 por ciento de los que afectaban al río Paraná y al Río de la Plata obligando a su permanente dragado para posibilitar la navegación. Estas dos circunstancias –el régimen torrencial y los sedimentos- hacían necesaria su regulación para el aprovechamiento integral, inteligente y armónico de todas sus posibilidades. El Bermejo nace en la zona montañosa de Bolivia –país que aporta un cuarto de su caudal- y penetra en la Argentina donde recibe varios afluentes como el Pescado, el Iruyá, y el San Francisco desde las sierras subandinas y el macizo salteño. A partir de su unión con el San Francisco se transformaba en un río de llanura de 700 kilómetros hasta su desembocadura en el río Paraguay con un curso dividido y errático debido a su régimen torrencial y a las características geológicas de los terrenos arenosos y arcillosos que permitían la permanente erosión de sus riberas. La problemática general del aprovechamiento del Bermejo se basaba en la regulación de su caudal (embalses, aliviadores), regulación de su cauce (canalización incluido el gran canal de 1.200 kilómetros que atraviesa la diagonal del desierto), irrigación (canales de riego), navegación (esclusas), energía (centrales hidroeléctricas generadoras de electricidad barata, la gran palanca de la industrialización) y como obra complementaria principal en el recupero y aprovechamiento de sedimentos sólidos (para evitar la embancadura de canales y embalses y para mejorar la calidad del agua potable y de riego). Junto con las obras básicas y complementarias debían preverse lógicamente los asentamientos humanos (colonización, industrias, sobre todo para dar valor agregado a los alimentos), las obras portuarias, viales de infraestructura y equipamiento general de servicios, etcétera, que hacían a la modificación integral de las condiciones de vida de la región.

 

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Uno de los varios proyectos ingresados al Congreso Nacional, este de iniciativa privada, sin que tuviera lugar su aprobación para la ejecución en forma mixta con el Estado Nacional, al igual que otros tantos similares. 
Publicado por bahiasinfondo.blogspot.com

Esta Nueva Argentina necesitaba de un nuevo Estado; de nuevas instituciones, por ejemplo que protejan y desarrollen el polo comunitario, indispensable para la nueva democracia social, orgánica y directa, las autonomías comunales y los nuevos mecanismos de participación y solidaridad; de un nuevo sistema de representación, por ejemplo para reemplazar el viejo y agotado sistema de pseudo-representantes de masas amorfas de electores, por los representantes acreditados en el trabajo de un pueblo digno, adoctrinado y organizado, y unidos representantes y representados no en la vacua abstracción del siglo pasado, mediante la fraseología de un programa de partido, sino concretamente, mediante la actuación y la experiencia comunes: de nuevas comunidades, por ejemplo, fundadas en la organización popular y sujetos de una economía transformada; de nuevos Sindicatos, por ejemplo, acordes a la nueva naturaleza del trabajo post-industrial; de nuevas Fuerzas Armadas, por ejemplo, ahora refundadas en torno a la ley del servicio militar y civil obligatorio para hombres y mujeres, que luego de tres meses de instrucción militar cumplen sus nueve meses de servicio civil en los trabajos que la nación requiere y que el polo privado no puede cubrir; y así todas y cada una de las instituciones, hasta formar una comunidad de comunidades, un ente comunitario orgánico que llamamos Nación Argentina, y que es, también éste, una comunidad de fe y de labor, una comunidad de esfuerzo y de salvación. 

Y esta fue la obra del Movimiento Nacional de la Argentina contemporánea, de la Nueva Argentina del tercer milenio. No es que esta Nueva Argentina haya alcanzado la grandeza; pero si podemos afirmar con seguridad que hoy marcha hacia la grandeza, aunque sea una marcha por esencia amenazada a cada momento desde fuera y desde dentro. No estamos caminando a nuestras anchas por carretera abierta, sino poniendo un pie tras otro por un angosto sendero entre abismos, en el que sólo podremos abrirnos paso a condición de que sepamos a donde queremos llegar.” 

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Alejandro Pandra

 

Fotos y dibujos incorporados por www.historiadelperonismo.com

 

 

 

 

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