Fuentes ideológicas del
Fermín Chávez con Darío G. Nieto
Este trabajo de Fermín Chávez le fue entregado a Darío G. Nieto en 1998
Perón, con grado de capitán y su 1ª esposa Aurelia Tizón, «Potota«
El capitán Perón formó parte de una elite militar local surgida en uno de los momentos más claramente perfilado de la didáctica castrense argentina. La misma elite a la que, en 1930, le tocó volverse contra sus propias fuentes populares, en una confusa acción que él explicó minuciosamente en testimonio recogido, años después, por el general José María Sarobe. El joven oficial siguió, en aquella oportunidad, el accionar del teniente coronel Bartolomé Descalzo, quien había sido su «primer capitán» en la ciudad de Paraná, allá por 1916. No solamente siguió a Descalzo, sino también a un brillante profesor a quien quería mucho, el teniente coronel Juan Lucio Cernadas, de fuerte influencia entre sus alumnos de la Escuela Superior de Guerra. Esto no obstante que el joven teniente de 1916 había votado por Hipólito Yrigoyen la primera vez que pudo concurrir a las urnas. Seguramente le pasó lo mismo a la mayoría de los futuros protagonistas del 4 de junio de 1943. La personalidad en esbozo de Perón se nos revela en algunos documentos suyos, no explorados, correspondientes a 1937, en tiempos de sus funciones de agregado militar y aeronáutico en Santiago de Chile. En ellos muestra ya su interés por los grandes temas continentales y su capacidad de análisis de las relaciones entre el sistema central de poder y nuestra periferia, en las que tiene en cuenta especialmente el creciente polo estadounidense. Un memorandum suyo al Ministerio de guerra del 23 de agosto de 1937, sobre política internacional (estudiado y citado por primera vez por quien esto escribe), es altamente revelador de las dotes de observador y analista del entonces agregado militar en Santiago. América del Norte, según él, se estaba preparando «un aislamiento político» de la Argentina. La historia iba a dar entera razón a lo dicho en sus ocho medulosas fojas. Cuando a fines de 1942 empezó a surgir entre los «montañeses» una organización militar secreta de fines políticos, formalmente similar a la logia justista «General San Martín» -el Grupo Obra de Unificación, y no Grupo de Oficiales Unidos-, nadie estaba en condiciones de darle la importancia que tenía, o que iba a tener meses después. Hoy podemos decir que fue un acierto que no trascendiese el hecho, que se estaba gestando, de una respuesta orgánica al «Justismo» y a la Concordancia, responsables del reacondicionamiento neocolonial de la Argentina. Es menester señalar que no tenía el GOU posibilidades constituirse con un grado de pureza superlativa, nunca posible en condiciones semicoloniales y de dependencia, donde los frentes se visualizan con muy amplias zonas grises. Por eso resultó natural que en el Grupo Obra Unificación coexistiesen oficiales germanófilos y aliadófilos, nacionalistas y radicales ligados a la intransigencia. El GOU constituiría, en suma, una respuesta política posible para lo que ocurriría en el frente interno argentino y para los factores externos. Una democracia en descomposición venía alentando las posibilidades de la formación de un frente popular, similar al que había triunfado en Chile en 1938. Esto se vio más claro en los primeros meses de 1943 cuando el Partido Comunista alentó con entusiasmo la creación de la Unidad Democrática, aprobada finalmente por el Comité Nacional de la UCR a fines de abril de dicho año. A su regreso de Europa, donde había entrevisto el rumbo y destino de los acontecimientos, con cambios en el campo social, Perón trató de convencer a sus camaradas de que estaba sucediendo en el mundo una revolución de dimensiones todavía incógnita. Lo que ocurrió es conocido: lo tildaron comunista y lo desplazaron a Mendoza, para que se ejercitase como esquiador en la cordillera. En el primer trimestre de 1943 se precipitó el fin de ese período que José Luís Torres denominó «Década Infame», y la legitimidad del movimiento del 4 de junio iba a ser tácitamente reconocida por aquellos civiles democráticos que no se habían complicado en el fraude y la violencia de la década. Así lo hace el Movimiento Revisionista de la UCR el 6 de junio de 1943, en documento enviado al general Arturo Rawson, en el cual Salvador Cetrá, Ricardo Balbín, Oscar Alende, Alejandro H. Leloir y Guillermo Martínez Guerrero adhieren a la decisión revolucionaria «que ha terminado con un régimen de bochorno». Perón fue un coronel más del gobierno cívico-militar que presidía Pedro Pablo Ramírez, hasta la última semana de octubre del 43, en que pidió ponerse al frente del viejo Departamento Nacional del Trabajo. Un mes después, el coronel y su equipo lo habían convertido en la Secretaría de Trabajo y Previsión, una nueva estructura y la más revolucionaria de las surgidas ese año. El 2 de diciembre, a poco de asumir las nuevas funciones, su titular dirigió al país su primer mensaje memorable en el que anunció una verdadera novedad: la iniciación de la era de la política social en la Argentina, a partir del instrumento por él organizado. A mediados de 1944, el secretario de Trabajo y ministro de Guerra interino avanzaría en la exposición de su proyecto político, al disertar en la Universidad Nacional de La Plata inaugurando una cátedra de Defensa Nacional. Aquel 10 de junio echaría los fundamentos teóricos provisionales del Movimiento Nacional en formación al convertir en doctrina útil a nuestra situación periférica, y dependiente, la idea de «la Nación en armas», imposible de desplegar en una sociedad con injusticias y desorden social manifiestos. Al mismo tiempo recogía banderas olvidadas por el viejo liderazgo político por no decir pisoteadas. En su clase sobre Defensa Nacional escoge explícitamente componentes doctrinarios provenientes de Das Volk in Waffen [La nación en armas], del germano Colmar von der Goltz, obra que el joven Perón pudo conocer a fines de la década de 1920. Perón se apoderó de dos pensamientos básicos del libro citado: «El interior es la fuente de las fuerzas del ejército», uno y el otro: «La política es el destino». Esto último se opone rotundamente a la tesis de «la economía es el destino», error peligroso según señalaba el militar alemán mejor teórico que organizador.
Colmar von der Goltz
Vale la pena agregar algo sobre este punto, porque concierne al Perón en formación. Para von der Goltz, la organización militar debe andar «en armonía con el estado general del pueblo». El consideraba, en 1883, que las guerras del futuro no serían ya solo impulso de ejército, «sino de pueblos». Partía de una premisa por entonces válida, con la vigencia del Estado-Nación, aun no perimido, y subordinaba la economía y aun la geopolítica a la política. Para el teórico germano, en suma, los regímenes oligárquicos volvían imposible una verdadera defensa nacional, puesto que, para él, desatan más resistencias que un «monarca absoluto»: son sus palabras. Creo que, partiendo de este núcleo de pensamiento, puesto al servicio de un proyecto nacional de la periferia, Perón desplegó sus líneas doctrinarias sobre distintos planos. En primer término, hacia una neta recuperación de lo social sobre lo político: en nuestro caso, lo político del Estado de Derecho liberal-burgués representado en la Constitución de 1853-60. En la Argentina de la «década infame» calificada por Torres se daba una «oligarquía de fanáticos», como aquella a la que aludía Goltz en su libro de 1883. Poco y nada tiene esto que ver con el fascismo, que sería una categoría impuesta aquí por los aliados de Yalta. A comienzos de 1936, el mayor Juan Perón vio que se cerraba un ciclo de su vida profesional y que empezaba otro. El año anterior había hecho conocer un trabajo curioso, en el anuario de un Ministerio, Toponimia patagónica de etimología araucana, elaborado con la ayuda de algunos amigos pobladores del Neuquén y de unos pocos descendientes de araucanos, también amigos suyos, afincados en Quila-Quina. El iniciado historiador que mucho prometía y profesor de institutos militares sería destacado como agregado militar en Chile. Allá se revelaría observador y analista, como ya dijimos. Se trata de un momento muy especial ése de mediados de la década de 1930, tanto en lo que concierne a lo nacional, como a lo que pasa en el mundo del pensamiento social. Frente al materialismo dialéctico y la expansión del comunismo, algunos pensadores, «humanistas y cristianos», habían empezado a lanzar propuestas doctrinarias tendientes a sacar a las masas de ciertos dilemas de hierro: democracia liberal o totalitarismo, capitalismo o comunismo, Moscú o Roma. Uno de esos pensadores, en particular, tiene para los argentinos la mayor significación: me refiero a Jacques Maritain, quien, desde 1913, expondría lo que él consideraba el problema central de esos tiempos, desde la óptica de una filosofía cristiana, el reintegro de las masas al cristianismo, del que se habían alejado en la modernidad, por defección de los cristianos.
Jacques Maritain
«A nuestros ojos -decía el pensador francés- el dilema es, pues, inevitable: o bien las masas populares se apegarán cada vez más a las diversas clases de materialismo que se esfuerzan en seducirlas y en viciar su movimiento de progresión histórica, y entonces este movimiento se desarrollará bajo formas anormales y engañosas. O bien, es al cristianismo al que pedirán una filosofía del mundo y de la vida, y mediante el cristianismo, por la formación de un humanismo teocéntrico, cuyo valor universal podrá reconciliar entre ellos, hasta en el dominio temporal y cultural, a los hombre de todas las condiciones, su voluntad de renovación social llegará a realizarse y tendrán acceso a la libertad de persona mayor, libertad y personalidad no de la clase absorbiendo al hombre para el aplastamiento de otra clase, sino del hombre trasmitiendo a la clase su dignidad propia el hombre, para la común instauración de una sociedad de la que habrá desaparecido, no diré que toda diferenciación y toda jerarquía, pero sí la habitual división en clases». Ese mismo año, en su libro «Problemas espirituales y temporales de una nueva cristiandad», Jacques Maritain condensaba su pensamiento de éste modo: «O bien las masas populares se aferrarán cada vez más al materialismo y a los errores metafísicos que desde hace casi un siglo vician su movimiento de progreso histórico y entonces éste movimiento se desarrollará bajo formas cada vez más anormales y cada vez más falaces, o bien pedirán al cristianismo que les dé una filosofía del mundo y de la vida.» Si me he extendido en las citas del filósofo cristiano es porque su persona y su obra no sólo llegaron a la Argentina en la etapa a la que nos estamos refiriendo, sino que influyeron en nuestro medio cultural y político en medida aún no estudiada. Maritain vino a la Argentina a fines de agosto de 1936, para participar en un congreso internacional de PEN Club, pero también para dictar un ciclo de conferencias en los Cursos de Cultura Católica (que dirigía el Dr. Tomás D. Casares), en Amigos del Arte y en algún otro centro de nuestra capital. En efecto, durante la primera quincena de septiembre del año mencionado disertó sobre «El nuevo humanismo», «La libertad», «Acción católica y acción política», «La persona y el individuo», «El último desarrollo de la filosofía bergsoniana» y «La concepción cristiana de la ciudad», charlas recogidas en su obra «Para una filosofía de la persona humana», editada al año siguiente. Perón estaba en Chile en los días en que el francés dictó su cursillo, pero el contenido de las conferencias principales le llegó al agregado militar argentino al menos por medio del diario La Nación, que ofreció buenas síntesis de aquéllas. Independientemente de este más que probable conocimiento por parte de Perón de la filosofía «tercerista» expuesta por Maritain en Buenos Aires, no me cabe duda de que el futuro líder de los trabajadores contó entre sus lecturas europeas, durante 1939 y 40, tanto Humanismo Integral, aparecido en 1936, como el ya mencionado Para una filosofía de la persona humana. La tercera vía, impulsada en el plano teórico por el pensador francés antes de la Segunda Guerra Mundial, iba a encontrar encarnadura real, después de la contienda, en este lejano país de la periferia, preservado de una intervención directa en el conflicto bélico de los centros. «El acontecimiento capital del mundo moderno -decía Maritain– es la llegada de las masas a la existencia histórica, y el hecho es que ellas desempeñan ya en todas partes, hasta en los regímenes que para incorporarlas a un Estado totalitario o a un Estado comunista tiene que desarticular toda la vida política, el papel de un factor predominante». Frente al comunismo, la «ideología liberal»carecía de toda fuerza, y las masas se presentaban como «última reserva de la historia», aunque entregadas a sistemas no cristianos. Sería impropio dejar afuera las influencias que Perón recibió de escritores y pensadores políticos argentinos, así como también de círculos y núcleos activos en los años decisivos de su formación, correspondientes al movimiento de ideas que empieza a manifestarse a partir de 1927, aproximadamente. En ese curso se perfilan unas cuantas figuras, sin las cuales resulta poco explicable el pensamiento político de Perón tal como se traduce más de una década después. Resultan ineludibles los nombres de Manuel Ugarte, el Gral. Alonso Baldrich, Leopoldo Lugones y Alejandro E. Bunge, entre los mayores. Los trabajos de éste último, en su Revista de Economía Argentina y el volumen «La Economía Argentina (La conciencia nacional y el problema económico)», estuvieron, sin duda, entre las lecturas del estudioso oficial de infantería. Lo mismo cabe decir de la patria fuerte y «La grande Argentina» de Leopoldo Lugones, ambos de 1930. Este último hacía suyas las propuestas industrialistas de Bunge. Y no excluyó la posterior influencia de Carlos Ibarguren, aún en el marco filocorporativista de La inquietud de esta hora, que data de 1934.
Pedía Ibarguren que el gobierno fuese ya no el propio del Estado gendarme, sino «expresión directa de los valores sociales», y planteaba la necesidad de organizar la representación directa de los «órganos sociales». En suma: el cambio debía ir de la democracia individualista a la «democracia funcional», esto es, ser una extensión de la democracia. No se fundaba Ibarguren tanto en Mussolini, como en el maestro español Adolfo Posada y en nuestro José Manuel Estrada. A partir de 1935 otras influencias se vierten sobre Perón: los pensadores de FORJA, que continúan la tradición de solidarismo social y nacionalista popular de Yrigoyen, pero también el general Ramón Molina y el periodista José Luís Torres. No era un frente puro, ni desde el punto de vista filosófico, ni desde el ángulo político, porque ello no se da casi nunca en la Argentina, y menos aún en una época de crisis de conciencia como es la posterior a 1930. No debe extrañar por eso que, más adelante, en uno de los documentos del Grupo Obra de Unificación, o GOU, se recomiende leer a José Luís Torres, Benjamín Villafañe y Raúl Scalabrini Ortiz, dato que nos ayuda a redondear un proceso político-cultural sin el cual el peronismo aparece como una creación ex nihilo, lo que nunca sucede en la historia. Es evidente que hacia 1941 el nacionalismo, en términos generales y sin retener ningún núcleo en especial, había ganado espacio suficiente en sectores politizados de las Fuerzas Armadas, aunque no se tratara de los elementos posteriormente constitutivos del GOU. Recordemos que José Luis Torres redactó para el general Juan Bautista Molina el histórico documento del 25 de mayo de 1941, cuyo contenido no difiere de lo propuesto más de dos años después por Juan Perón. Aparte de la bandera vigente de la neutralidad, la carta de este otro Molina habla de «Liberación Nacional», «Unidad Nacional» y «Justicia Social».
«El gran capitalismo internacional -decía- limitó nuestras posibilidades de progreso, cegó nuestras fuentes de riqueza, impidió el florecimiento de nuestras propias industrias y consiguió el control de los servicios públicos vitales para nuestra economía y nuestra defensa, logrando todo eso mediante el soborno continuo de clases dirigentes sometidas, que se creyeron con el poder necesario para detener el curso de nuestra historia, dejando para siempre incompleta la tarea de nuestra liberación». A su regreso de Europa, a principios de 1941, el coronel Juan Perón estaba en condiciones de intentar la ejecución de un proyecto acariciado ya antes de su partida: dar dirección política nacional al Ejército que había brindado cobertura profesionalista a la recidiva del proyecto neocolonial pro-británico. Es decir, hilvanar todos los fragmentos que se pudiesen de una Argentina que estaba por renacer, para integrar la respuesta posible al reacondicionamiento facilitado por Agustín P. Justo y sus aliados. La teoría estaba más o menos en claro. Faltaba confrontarla con la realidad viva, nunca pura, ya que para entrar en el contexto de la historia hay que ensuciarse, según decir de Jacques Maritain. Fermín Chávez |