Acerca de la unidad continental por Fermín Chávez y documentos anexos de Perón

 

https://historiadelperonismo.com/interface/spacer.gif 

55e74c34ad7a4_img

Fermín Chávez

   Historiador patriota

 

ACERCA DE LA UNIDAD CONTINENTAL

ESTUDIO PRELIMINAR SOBRE LA UNIDAD CONTINENTAL

CON DOCUMENTOS ANEXOS DEL GENERAL PERON

Por Fermín Chávez

Agosto de 1984

 

Las sombras de Yalta y de Chapultepec se proyectaban sobre el Cono Sur cuando el gobierno constitucional peronista inició su gestión, a mediados del cuarenta y seis. El reparto del mundo arreglado en la primera de dichas conferencias no era un secreto y Potsdam ratificaría el dominio bipartito del mundo con su protocolo. Se estableció un modus vivendi, denominado «coexistencia pacífica», que representaba, según dicho de Perón, un conformismo imperialista.

Las resoluciones de la conferencia de Chapultepec no fueron otra cosa que la ratificación rotunda de acuerdos anteriores, como los adoptados en mayo de 1944 por la Comisión Interamericana de Desarrollo, dirigida por Nelson A. Rockefeller. Todos esos acuerdos tendían a neutralizar cualquier proyecto de política económica hispanoamericano de carácter autónomo. En Chapultepec fue elaborada la Carta Económica de las Américas que, como bien señala Hernán Ramírez Necochea, no contiene sino una repetición más coherente y un tanto modernizada de resoluciones que se venían adoptando desde la Primera Conferencia Panamericana de Washington. En efecto, el documento establecía: las repúblicas americanas se empeñarán en prestar amplias facilidades para el libre tráfico e inversión de capitales, dando igual tratamiento a los capitales nacionales y extranjeros. Se pedía también una política de cooperación destinada a eliminar los excesos a que puede conducir el nacionalismo económico. En rigor, los proyectos nacionales hispanoamericanos iban a tener que luchar contra estas imposiciones del imperialismo norteamericano que representan a nuestro desarme económico.

 

El 6 de junio de 1946, es decir, dos días después de asumir la presidencia, Perón envió una comunicación al Congreso en la que anunciaba el restablecimiento de relaciones con la Unión Soviética, interrumpidas desde los tiempos del gobierno de Kerenski. Una importante delegación soviética, encabezada por Constantin V. Shevelev, había asistido a las ceremonias oficiales del 4 de junio, como un preanuncio de lo que sobrevendría. Muy sorprendidos y aun desorientados quedaron muchos de los que venían calificando de fascista al naciente justicialismo, y los que habían visto a los dirigentes comunistas locales del brazo y por la calle con la gente de la Unión Democrática Pero no sería la única sorpresa, porque también ciertos simpatizantes del Eje iban a sufrir un golpe parecido en la segunda quincena de agosto.

La declaración de guerra al Eje, decisión política cuarteada por el coronel Perón, no sólo abrió a la Argentina las puertas del Sistema Interamericano, sino también las de las Naciones Unidas, según pudo verse durante los debates de la Conferencia de San Francisco (25 de abril al 26 de junio de 1945), en la que el canciller soviético Viacheslav Molotov fue derrotado en lo concerniente a la exclusión de nuestro país.

 

El Acta de Chapultepec importaba una novedad, consistente en la autorización del uso de sanciones para prevenir ataques por parte de un país americano contra otro. Anteriormente, las medidas de seguridad habían mirado exclusivamente por las agresiones provenientes desde fuera del hemisferio. También el Acta recomendaba convertir en permanente la colaboración militar dentro del sistema interamericano.

A fines de junio de 1946 llegaron al Congreso los acuerdos de Chapultepec -junto con la Carta de las Naciones Unidas- para su ratificación, pero recién fueron tratados en agosto. El Senado los consideró en la sesión del 19 de ese mes y las aprobó en medio de una gritería levantada por núcleos nacionalistas que formaron una barra activa en las galerías de la Cámara. Desde mediados de agosto, la Alianza Libertadora Nacionalista venía organizando actos de hostilidad a la probable decisión del Congreso, en el que debió afrontar lo peor el senador Diego Luis Molinari, presidente del bloque peronista. El 21, el canciller Juan Atilio Bramuglia, en discurso difundido por la Red Argentina de Radiodifusión, explicó el sentido y los alcances del Acta de Chapultepec y la Carta de las Naciones Unidas.

Bramuglia se refirió al contenido de la Declaración de Principios Sociales de América, compatible con el pensamiento de la Argentina. También señaló: en México no se formalizó tratado alguno. Todo lo acordado en esa Conferencia son resoluciones, recomendaciones o declaraciones, pero nada de ello ha exigido ni exige intervención del Congreso, sino cuando llegara el caso de que el Poder Ejecutivo tuviera que solicitar la sanción de leyes especiales acordes con la defensa de los Estados y del hemisferio, si así lo necesitara. . ., e insistió: la soberanía de la Argentina no ha sido tocada. Tampoco comprometida. La Carta de las Naciones Unidas y el Acta de la Conferencia de México no tienen esa fuerza, y si la segunda no tiene limitaciones de plazo para su duración es porque no tiene ninguno, para agregar luego: no hay en América y para América, Estados que puedan ser carceleros de ninguno. Nadie ni ninguna de las naciones de América están tomadas y aprisionadas por las proyecciones de ninguna Conferencia.9 Pero ajenos a la realpolitik, algunos nacionalistas gritaron «traidores» y «vendepatrias» a los senadores. No sólo eso: cuando el 30 de agosto la Cámara de Diputados consideró el proyecto de ley recibido del Senado, hubo 5 parlamentarios peronistas y 2 laboristas que votaron contra la adhesión al Acta famosa.

 

La segunda mitad de 1946 iba a ofrecerle al peronismo un «banco de prueba» de su política internacional independiente. Las sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas -que había deliberado en Londres- prosiguieron en Nueva York, en septiembre de 1946. Perón designó al famoso cirujano doctor José Arce delegado permanente de la Argentina ante el flamante organismo internacional. A principios de noviembre Arce ya pudo mostrar las uñas de la política internacional peronista, al distinguir, en Nueva York, entre la unidad latinoamericana y la unidad panamericana, y al hacerse fuerte afirmando una cultura específicamente latina.

Por esos mismos días, el 13 de noviembre de 1946, el presidente argentino daba precisas y amplias instrucciones al doctor Diego Luis Molinari, cabeza de la delegación oficial que viajaría a México para asistir a la transmisión del mando presidencial en dicho país, porque mucha gente querrá saber cuál es la solución argentina y porque empezarán por decirles que el plan quinquenal tiene aspectos totalitarios, según palabras del líder justicialista. ¿Y por qué no decían lo mismo de los planes sancionados por la monarquía británica, similares al argentino?

El 25 de noviembre, al hablarles a los trabajadores en el Teatro Colón, Perón contraatacó afirmando: Los partidos totalitarios realizaban toda su obra para la guerra y nosotros estamos realizando toda nuestra obra para la paz, y además señalando que su movimiento rechazaba tanto el «régimen capitalista» como el «estatal puro». También habló de un nuevo sistema, que hemos de ir tanteando -apuntó- empíricamente para entrar en él.

Dos días después, en el mismo escenario, se dirigió a los industriales, a los que recordó su disertación del 25 de agosto de 1944 en la Bolsa de Comercio, para puntualizarles que todo se había cumplido como él lo había anticipado. En la parte medular de su discurso Perón señaló la marcha de un mundo en su cruda evolución hacia nuevas formas. Y manifestó: Parecería que una tercera concepción pudiera conformar una solución aceptable, por la cual no se llegaría al absolutismo estatal, ni se podría volver al individualismo absoluto del régimen anterior. Será una combinación armónica y equilibrada de las fuerzas que representan al Estado moderno para evitar la lucha y el aniquilamiento de una de esas fuerzas, tratando de conciliarlas, de unirlas y de ponerlas en marcha paralela para poder conformar un Estado en el cual, armónicamente, el Estado, las fuerzas del capital y las fuerzas del trabajo, combinadas inteligente y armoniosamente, se pusieran a construir el destino común con beneficio para las tres fuerzas y sin perjuicio para ninguna de ellas.

Dijo algo más Perón ese día: que a esa concepción los comunistas la llaman «bonapartismo», y precisó: ‘Por eso, para ellos, yo soy ‘bonapartista’. Tan no lo somos que la concepción bonapartista de la revolución francesa fue una concepción de lucha y de destrucción, y la nuestra es de paz, constructiva para bien de todos. Allí, bajo el nombre de «tercera concepción», Perón estaba entrando doctrinariamente en la Tercera Posición.

 

Los hechos no iban sino a confirmar los dichos en la dirección tercerista que venía brotando. En Nueva York, el doctor Arce sostenía el principio de no intervención en la «cuestión española», a partir de la sesión del 3 de diciembre en la Asamblea General de la UN. Se atrevió a decir que el peligro de comprometer la paz y la seguridad internacionales podía derivar precisamente de cualquier tentativa destinada a mezclarse en la política interna del Estado español. El 12 de diciembre se aprobó el retiro de Madrid de los jefes de todas las misiones diplomáticas, por 34 votos contra 6, más 13 abstenciones. Negaron el voto esa vez la Argentina, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, El Salvador y el Perú. Un año después se iba a replantear el «caso español» y la delegación argentina mantendría inconmovibles sus posiciones.

 

La filosofía de la Tercera Posición, tanteada empíricamente en 1946, iba a ser formulada rotundamente en el curso de 1947. Como lo han descubierto en los últimos tiempos diversos estudiosos extranjeros, Perón fue un auténtico precursor del llamado Tercer Mundo, inexistente o apenas avizorado por aquellos días. Su mérito consiste -escribe Peter Waldmann– en que en una etapa muy temprana del proceso internacional de descolonización reconoció y formuló con bastante claridad los problemas más importantes y los principales objetivos de los países menos desarrollados. 18 Por su parte, Rudolf Knoblauch reconoce: La tercera posición es superadora del marxismo internacional dogmático y del capitalismo demoliberal, y agrega: Perón se consideraba, en parte con razón, como el precursor del movimiento del tercer mundo… Y otro autor germano, Karl-Alexander Hampe, formula este juicio aún más comprensivo: Bajo e/ gobierno de Perón, en los años cuarenta y cincuenta, la política exterior argentina jugó un papel rector en América Latina, sobre todo en el enfrentamiento con los Estados Unidos. En aquel momento, Perón adoptó una concepción que luego sería proclamada como doctrina común del tercer mundo. El reconocimiento es algo tardío, pero lo mismo vale.

 

El 6 de julio de 1947, el presidente argentino dirigió un mensaje a todos los pueblos del mundo, por medio de más de 1.000 radioemisoras (entre ellas, la BBC de Londres), en que planteaba objetivos de cooperación económica y de paz mundial, desechando los extremismos capitalistas y totalitarios, fuesen éstos de derecha o de izquierda. La labor -señaló – para lograr la paz internacional debe realizarse sobre la base del abandono de ideologías antagónicas y la creación de una conciencia mundial de que el hombre está sobre los sistemas y las ideologías, no siendo por ello aceptable que se destruya la humanidad en holocausto de hegemonías de derecha o de izquierda.

En su histórico mensaje Perón reclamaba el desarme espiritual de la humanidad, desde que ya no podían ser factores coexistentes en el mundo la miseria y la abundancia, la paz y la guerra. El documento “Por la cooperación económica y la paz mundial” fue enviado por la Cancillería argentina a los gobiernos hispanoamericanos y a la Santa Sede.

 

La idea de que el hombre está sobre los sistemas constituye el núcleo antropológico y filosófico de la Tercera Posición. Se trata del hombre integral, rescatado de las filosofías naturalistas, sociobiologistas, economicistas y materialistas dialécticas que reconocen como raíz el pensamiento de la ilustración, por el cual la persona humana quedó parcialmente vaciada, por exclusión de componentes sustanciales: las creencias, la fe, las potencias no racionales, el sentido de lo sagrado. El justicialismo reconoce su centro de irradiación en un hombre recuperado en la totalidad de su ser. Y se proyecta de lo interno a lo externo como Tercera Posición humanista y cristiana.

La propuesta, hecha desde la periferia del mundo, carecía entonces del poder suficiente para imponerse. La realpolitik le exigirá a Perón concesiones y algunos renunciamientos, siempre en términos de praxis (nunca de doctrina), en ese mundo en derrumbe, cuya área periférica empezaba a conmoverse precisamente hacia 1947.

 

El 15 de agosto de este mismo año la India recién alcanzaba su independencia; al año siguiente, la logró Birmania; en 1949, en China cae Auroy, último bastión «nacionalista», y se llega a la República; y el mismo año nacen los Estados Unidos de Indonesia, luego que Holanda pone fin a su dominio. En 1952 se hundirá en Egipto la monarquía servil de Faruk y, al año siguiente, será proclamada la República. China Popular es reconocida por Gran Bretaña, Suiza, Pakistán e Israel en 1951. En mayo de este mismo año, Mohammed Mossadegh logra que el cha Reza M. Pahlevi sancione la ley de nacionalización de los yacimientos petrolíferos de Irán, pero en agosto de 1953 será derrocado y puesto en prisión. En rigor de verdad, la tercera fuerza toma cuerpo recién en la década de 1950; y no deja de ser ilustrativo señalar que, en abril de 1955, cuando ocurre la reunión de Bandung, el peronismo se aproximaba al término de su primer ciclo. Y de no haber vivido Juan Perón esa crisis desorbitada que descompone su frente interno a comienzos del 55, se hubiese contado entre los participantes de la histórica conferencia afro-asiática, junto a Nehru, Nasser y Chou En-Lai.

 

Por documentos del Departamento de Estado, correspondientes a 1948, sabemos que a los norteamericanos les resultaba difícil entender qué significaba la Tercera Posición y hasta llegaron a creer que se podía tratar de un poco de demagogia para consumo interno, según reza una comunicación del encargado de negocios en Buenos Aires, Gus W. Ray, del 20 de febrero de 1948. En ese mismo despacho Ray expresa que varias veces le preguntaron a Bramuglia y al mismo Perón «qué querían decir con Tercera Posición», y agrega: Perón ha explicado que él tiene una tercera posición en sentido económico: él no cree en estados socialistas o comunistas, o en ninguna forma de economía totalitaria. Pero también Perón señalaba que los capitalistas disponían de trusts o monopolios que causan abusos. Y concluía Ray: Perón describe su posición como algo entre la extrema izquierda y la extrema derecha.

Evidentemente, impregnados de una cosmovisión utilitaria terminaban reduciendo la doctrina a términos de negocios. No había enigma alguno en las formulaciones de Perón, fácilmente comprensibles para los habitantes de la periferia.

 

Un año antes los norteamericanos habían dado muestras de preocupación por lo que ellos consideraban un proyecto de Perón de organizar una federación de países en el Sur, En un memorándum, fechado el 20 de mayo de 1947, el director de la Oficina de Asuntos de las Repúblicas Americanas, Ellis Briggs, observaba: Existe. el peligro de que la Argentina aspire a organizar un bloque del Cono Sur, bajo la dominación política y económica argentina; y también que los Estados Unidos debían oponerse a cualquier desarrollo que pudiese facilitar la formación de tal bloque.

 

La política de Perón, en efecto, apuntaba a una integración regional, justamente para fortalecer los proyectos nacionales independientes surgidos en esta parte de América. Pensaba primordialmente en la necesidad de unir a la Argentina, Brasil y Chile (el ABC). Esta idea no tenía mayores posibilidades en 1947, pero las tuvo años después. En un artículo poco conocido que Descartes -seudónimo reconocido del líder argentino- publicó el 20 de diciembre de 1951, se podía leer: El signo de la Cruz del Sur puede ser la insignia de triunfo de la América austral. Ni Argentina ni Brasil ni Chile aisladas pueden soñar con la unidad económica indispensable para enfrentar un destino de grandeza. Unidos forman, sin embargo, la más formidable unidad a caballo sobre los dos océanos de la civilización moderna. Así podrían intentar desde aquí la unidad latinoamericana con una base operativa polifásica de impulso indetenible. El artículo no tiene desperdicio: Desde esa base -prosigue- podría construirse hacia el norte la Confederación Sudamericana, unificando a todos los pueblos de raíz latina. Y añade esto otro: Unidos seremos inconquistables; separados, indefendibles. Era todo un desafío, cuya verdadera dimensión se percibe ahora con el tiempo transcurrido.

Perón hizo sus primeros tanteos en tal sentido durante 1974. El 27 de mayo de ese año se entrevistó con el primer mandatario brasileño, general Enrico Gaspar Dutra, en el puente que une Paso de los Libres con Uruguayana; y el 23 de octubre conversó con el presidente de Bolivia, Enrique C. Hertzog, en la frontera argentino-boliviana.

Con Dutra consideró la posibilidad de varios acuerdos, entre ellos, los relativos al aprovechamiento hidroeléctrico de Salto Grande y de las caídas del Iguazú. En el discurso que pronunció, Perón mantuvo un tono sumamente diplomático, pero siempre con la mirada puesta en una futura cooperación: “Si somos capaces de vencer a la naturaleza -dijo con alusión al gran puente internacional- en sus esquemas telúricos, seamos también capaces de vivir sin fronteras en esta inmensa democracia, donde los afanes son universales y en donde los sentimientos son fraternos.”

Las conversaciones con Hertzog tuvieron mayor hondura y significado, luego del canje y ratificación del tratado comercial argentino-boliviano, en un acto efectuado en el campamento de Sanandita, de YPFB, cercano a Yacuiba. Otro fue el tono de los discursos en esa frontera. Debemos comprender los americanos -indicó Perón- que hemos de vivir unidos, porque cuando los hermanos se pelean los devoran los de afuera. Esta sentencia gaucha de todos los tiempos está llegando al corazón de los americanos.

 

Perón estaba remando contra la corriente -para usar una expresión de Tomás Eloy Martínez-, y avanzando cuanto podía. Todo el sistema neocolonial de ideas estaba contra sus proyectos, pero lo mismo siguió; pacientemente, marchando. Entre el 20 y el 26 de febrero de 1953 visitó Chile, con el objeto de echar las bases de un convenio de complementación económica (sobre alimentos, minerales y energía, principalmente). El acta firmada quedará abierta para que otros gobiernos hispanoamericanos puedan adherir a ella.

 

A la distancia no se divisan ya los escollos que hubo que vencer, en 1953, para avanzar hasta esa unión económica. Los hábitos mentales dominantes, allende y aquende la Cordillera, con su carga de prejuicios, deformaciones y desinformaciones, no facilitaban ni mucho menos una política de integración. César Tiempo, quien se adelantó a la llegada de Perón a Santiago para preparar el terreno en los sectores intelectuales trasandinos, ha relatado su experiencia de entonces y lo trabajoso que resultó convencer a los escritores chilenos a que convocaran al acto en que el presidente argentino le hablaría a la intelectualidad. En Chile se decía: «El de Buenos Aires es un gobierno fascista», «Perón abriga designios imperialistas», «El general no es el autor de sus discursos», y otras muletillas. Finalmente, Perón habló en el salón de actos de la Universidad, tras la invitación que firmaban, entre muchos, Pablo Neruda y Eduardo Barrios. Por supuesto que los sedujo a todos, aun al cronista del diario El Mercurio, que no era un cualquiera sino el célebre crítico Alone (Hernán Díaz Arrieta), para quien el orador jugaba con su auditorio, recorría sus teclas como las de un piano.

El presidente chileno, general Carlos Ibáñez del Campo, retribuyó la visita del argentino para las Fiestas Julias, meses después. El 8 de julio fue firmado en- Buenos Aires un tratado de unión económica, en cumplimiento de lo prescripto en el acta de Santiago, donde los dos gobiernos se comprometían a la unión de Argentina y Chile en las gestas históricas de la Independencia. Un día antes, en la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas Argentinas, Perón había aprovechado la ocasión para hablar de su tema: “Frente a las nuevas fuerzas de carácter económico que pretenden dominarnos -dijo-, nosotros, chilenos y argentinos, retomando los antiguos ideales de O’Higgins y de San Martín, y pensando como ellos en nuestros pueblos y también en los pueblos de América, hemos decidido realizar la unión de nuestras fuerzas económicas, creyendo que ésta es, acaso, la última hora que el destino nos ofrece para cumplir con la misión que Dios nos tiene reservada en sus eternos designios insondables. Presentimos que el año 2000 nos hallará unidos o dominados.”

 

Semanas después de su visita a Chile, Perón le había escrito una larga carta a Ibáñez del Campo, en la que le comunicaba, sin salirse del espíritu de colaboración, sus experiencias políticas, particularmente el dilema que se le había planteado, de elegir entre el pueblo o las fuerzas internas y externas de explotación. Sin duda, el argentino tenía cierto temor de que el gobierno del trasandino se deteriorara, justo cuando comenzaban a tirar parejo. “Yo veo en Chile -le expresa-la acción abierta de la oposición, ayudada y financiada desde el extranjero. Entre los dos frentes: conservador-liberal pro yanqui y radical marxista no hay diferencias apreciables, pues ambos, a la larga, serán los adversarios del Ibañismo. Muchos ‘acercados’ son en el fondo opositores. Yo también los tuve aquí al comienzo.”

En el terreno de la cooperación y cumplimiento de los tratados, y aun en lo aparentemente gallináceo, Perón no era menos elocuente: “…quizás el asunto de internación de ganado podría iniciarse rápidamente en forma de presentar allí una abundante provisión a precios rebajados. Sería de un efecto excelente. Por las cuentas no debe preocuparse, pues los efectos políticos buscados son superiores a toda otra consideración. Pagamos a media, si es preciso…”

 

En una disertación fundamental que el presidente argentino pronunció el 11 de noviembre de 1953, en la Escuela Nacional de Guerra se hallan los pormenores de las gestiones por él efectuadas, en orden al proyecto ABC. “No alcanzó para el logro el acuerdo en primera instancia de Getulio, porque éste tuvo que vérselas con los aliados del neocolonialismo, sobre todo esos agentes económicos que lo llevaron al suicidio el 24 de agosto del año siguiente. Yo no quería pasar a la historia -les dijo Perón a sus camaradas- sin haber demostrado, por lo menos fehacientemente, que ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera para que esta unión pueda realizarse en el continente. Su relato no tiene requechos. Vargas y el chileno estaban de acuerdo, pero. . . Yo no me hacía ilusiones porque ellos hubieron prometido esto para dar el hecho por cumplido porque bien sabía que eran hombres que iban al gobierno y no iban a poder hacer lo que quisieran, sino lo que pudieran. Una gama de intereses se oponía a la unión y así se demostró.” Y en el caso de Brasil estaba Itamaraty, una institución supergubernamental según Perón. Fue la Cancillería del Brasil la que puso piedras contra el Pacto de Santiago, al decir que era la destrucción de la unanimidad panamericana, según palabras más palabras menos del ministro Neves de Fontaura.

 

Años después, en su exilio de Madrid, Perón le comunicó otras reflexiones sobre el frustrado ABC a Tomás Eloy Martínez, a quien le dijo: “Me quedó, sin embargo, una enorme enseñanza: ningún país latinoamericano puede liberarse por completo si, al mismo tiempo, no se libera el continente, y si luego el continente no se íntegra para consolidar su liberación.” Quizá en ese momento el líder expatriado, buen lector del Martín Fierro, tenía en mente los versos que dicen: Porque nada enseña tanto/ como el sufrir y el llorar, y otros similares del poema hernandino.

El 3 de octubre de 1953, el presidente argentino llegó a Asunción del Paraguay a bordo del yate «Tacuara» y permaneció en el país hermano hasta la noche del 5. En el curso de su principal disertación insistió en el tema de la hermandad, sin supremacías. “Nosotros creemos -expresó- que América es una gran patria que no tiene límites desde el Ártico hasta el Antártico, que desde Canadá hasta la Antártida somos una sola tierra de promisión, somos una sola tierra del futuro del mundo.” Todavía era presidente Federico Chávez.

 

Casi un ano después, el 14 de agosto de 1954, Perón volvió al Paraguay llevando los trofeos conquistados durante la guerra de la Triple Alianza: banderas, armas y 9tras reliquias. Durante la ceremonia principal, efectuada el día 16, el visitante manifestó: “Vengo personalmente a cumplir el sagrado mandato encomendado por el pueblo argentino de hacer entrega de las reliquias que, esperamos, sellen para siempre una inquebrantable hermandad entre nuestros pueblos y nuestros países”. En un aparte, y casi confidencialmente, Perón se dirigió al presidente Alfredo Stroessner, sacó un reloj que llevaba guardado y le dijo: “Aquí tiene el reloj que marcó los últimos instantes de la vida del mariscal López. Quiera Dios que ahora marque las horas felices a que tiene derecho el pueblo paraguayo.” Veinticinco años antes, el presidente Hipólito Yrigoyen había querido hacer lo mismo -en cuanto a la devolución de los trofeos-, pero no había podido, bajo la polémica que los liberales entablaron.

 

Una delegación de la CGUA (Confederación General Universitaria Argentina) se trasladó a Asunción el 21 de octubre del mismo año, dentro del proyecto americanista puesto en marcha por Perón. En la capital paraguaya acordó con representantes del comité central de la Juventud Colorada una declaración, suscripta el 26 del mismo mes, en la que, entre otras cosas, se manifestaba: “Que en esta hora decisiva pare la humanidad solamente una América unida podrá cumplir con la misión de su destino histórico. Que la Independencia frente a los imperialismos de derecha o de izquierda sólo será posible adquirirla o mantenerla mediante la emancipación de cada uno de nuestros pueblos. Que sustentamos nuestra fe en un sistema auténticamente democrático de vida y de gobierno que garantice en su plenitud la dignidad cristiana de la persona humana y el respeto a la voluntad de los pueblos libremente expresada. Repudiamos todo totalitarismo, de izquierda o de derecha, entendiendo por tal cualquier sistema filosófico o político que pretenda la plena absorción del hombre, desconociendo su calidad de portador de valores eternos, fundamento de nuestra civilización.”

 

Como puede advertirse, la Declaración de Asunción se ajustaba a la filosofía tercerista del justicialismo. Pero, además, respondía al espíritu del mensaje que Perón había destinado a la juventud, ocho meses antes, al hablar a la Federación Americana de Estudiantes y a la CGU en el Teatro Nacional Cervantes.

“Siempre he pensado -había dicho- que los pactos entre los gobiernos no sirven para nada si no los refrenda la voluntad de los pueblos.” Y también esto otro: “Ni Brasil tiene unidad económica, ni Argentina tiene unidad económica, no la tienen tampoco Chile, Perú, Bolivia, Colombia ni Venezuela; ninguno de estos países tiene, por si; unidad económica suficiente como para garantizar su porvenir, pero unidos representamos la unidad económica más formidable que pueda existir. Luego de aludir al pensamiento de San Martín y Bolívar, el presidente había puntualizado: He dicho muchas veces, lo he dicho públicamente y lo sostendré públicamente que nuestro país está total y absolutamente preparado para esa unión. Hemos dicho que estamos a disposición de los que quieran unirse, que nosotros estamos convencidos de esa necesidad, y queremos señalar para el futuro, cuando las circunstancias carguen la responsabilidad, de no habernos unido, sobre los hombres públicos de nuestro tiempo, que yo, por lo menos, estaré libre de esa tremenda responsabilidad.”

 

Aparte de los proyectos de integración impulsados por el general Per6n desde el gobierno, hubo durante la década del 50 diversas manifestaciones de solidaridad con los movimientos y gobiernos populares de América hispana que luchaban contra los poderes neocoloniales: tales los casos de Puerto Rico y Guatemala, donde se libraban batallas contra el imperialismo norteamericano.

El Partido Nacionalista portorriqueño, liderado por el doctor Pedro Albizu Campos, tenía por entonces a sus principales dirigentes en la cárcel, como consecuencia del frustrado intento revolucionario de octubre de 1950. Dos años después de aplastada la rebelión, Estados Unidos constituyó, por ley del Congreso, a Puerto Rico «Estado libre asociado». Un tiroteo en Blair House y los balazos disparados por Lolita Lebrón conmovieron a toda América y particularmente a los militantes peronistas. Albizu Campos fue sometido a torturas científicas que fueron denunciadas ante la OEA, en diciembre de 1952, por la dirigencia nacionalista en el exilio. En la Argentina, la prensa peronista reflejó con indignación tales formas de represión y sus escritores se sumaron públicamente a la lucha de los portorriqueños.

 

La situación colonial de territorios americanos que estaban ocupados por potencias extranjeras fue uno de los temas permanentes de la cancillería peronista. Así, cuando en abril de 1948, se realizó en Bogotá la Novena Conferencia Internacional Americana, nuestra delegación y la de Guatemala habían planteado la tesis anticolonial, enfrentando a los representantes yanquis. Aquella vez se impuso el anticolonialismo de los argentinos y guatemaltecos, bien reflejado en la Resolución XXXIII, por la que se propician métodos pacíficos para «abolición del coloniaje».

 

Seis años después, durante la Décima Conferencia Internacional Interamericana realizada en Caracas en marzo de 1954, en momentos en que los norteamericanos presionaban para legitimar su intervención en Guatemala, la posición argentina se expresó de una manera rotunda. El presidente guatemalteco Jacobo Arbenz, continuador del movimiento de liberación iniciado por Juan José Arévalo, era acusado de comunista por los voceros de la United Fruit Company, afectada por las nacionalizaciones de tierras. Los norteamericanos impulsaron un proyecto de declaración mediante el cual lograrían legalizar su intervención. Nuestros representantes fueron categóricos: Para nosotros intervencionismo es sinónimo de bradenismo. Rechazamos el proyecto por nosotros y por nuestras repúblicas hermanas de América. Pero en mayo de 1954 comenzaron los bombardeos a la capital guatemalteca, con aeroplanos piratas; y el 18 de junio, el coronel Carlos Castillo Armas entró en Guatemala al frente de un ejército mercenario. Una semana después, Arbenz cedió a los planteos de la embajada yanqui. Y entonces las embajadas hispanoamericanas se convirtieron en templos de asilo para funcionarios, políticos y militantes revolucionarios.

El encargado de negocios de la Argentina, Nicasio Sánchez Toranzo, abrió las puertas de la embajada a conocidos y desconocidos. Entre ellos se contó un joven médico rosarino: Ernesto Guevara, quien había participado en la defensa del gobierno guatemalteco y que luego además, escribiría un artículo titulado “Yo vi la caída de Jacobo Arbenz”. El futuro Che permaneció asilado hasta fines de agosto, fecha en que aviones argentinos llegaron a Guatemala para recoger a los refugiados. Guevara no quiso embarcarse y dejó la embajada, porque pensaba irse a México.

 

Perón había ayudado al gobierno popular guatemalteco más de lo que vulgarmente se sabe. Juan José Arévalo había condecorado a Perón con la Orden del Quetzal y con razón. Cuando en mayo de 1947, el gobierno de Arévalo sancionó el Código del Trabajo, las compañías navieras norteamericanas le comunicaron que dejarían de prestar servicios en puertos de Guatemala. Esto equivalía prácticamente a un bloqueo, ya que el país no contaba con flota mercante propia. Entonces Arévalo acudió a Perón a través de una misión secreta. En el acto el líder justicialista ordenó al director de la Flota Mercante Argentina que a partir de ese momento los barcos de bandera nacional hicieran escala en el país hermano. Algo más confesó Arévalo: los barcos mercantes de nuestra flota llevaron a Guatemala armas argentinas para defender la revolución popular guatemalteca.

 

Con relación a los Estados Unidos y su política agresiva para con la Argentina, sobre todo en el campo económico, corresponde distinguir dos etapas: una anterior y otra posterior a 1953. Durante la primera, el enfrentamiento asumió características de lucha abierta entre el proyecto antiimperialista de Perón y los poderes de turno de Washington. La segunda, en cambio, corresponde a una relación distinta, con un giro notable en la dirección de la política exterior de ambas naciones.

La visita de Milton Eisenhower, hermano del presidente norteamericano, en la segunda quincena de julio de 1953, marca la crisis entre las etapas antedichas. El viaje había sido anunciado el 12 de abril por Dwight Eisenhower, quien deseaba tener una «apreciación adecuada de los sucesos latinoamericanos», lograda por conocimiento directo. Los trámites finales de la paz por la guerra de Corea impidieron que el viajero fuese el propio presidente.

Eisenhower estuvo en Buenos Aires entre el 18 y el 20 de julio, tiempo suficiente, aun con agasajos, para el conocimiento buscado, ya que el enviado era un prestigioso universitario con experiencia diplomática y en informaciones. Perón fue muy cortés con él, durante muchas horas de conversación. Y confió en que se produciría un sensible cambio en las relaciones con Washington. Por eso, meses después, durante su visita a Asunción del Paraguay ya mencionada, el 5 de octubre, el presidente argentino hablaría bien de su colega yanqui, entre los periodistas que lo rodearon esa vez: Por suerte -manifestó Perón- tenemos en los Estados Unidos un Eisenhover que piensa como nosotros.

El historiador Arthur P. Whitaker, poco proclive a reconocer méritos o virtudes de la política peronista, pone de relieve sus aciertos en la materia. Así, al referirse a la Conferencia de Río de Janeiro de agosto de 1947, habla del «papel estelar» desempeñado por la Argentina, cuyos delegados se convirtieron en adalides de la causa latinoamericana contra los plutócratas esquilmadores del norte de Río Grande, aun dicho así, con ironía. Mejor juicio aún le merece la intervención de la delegación argentina en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Trabajo, que se efectuó en La Habana entre noviembre de 1947 y marzo de 1948.

 

La Argentina había sido excluida del comité preparatorio y de las conferencias preliminares, bajo la presión de los Estados Unidos, empeñados en ahogar todo conato de bilateralismo y autarquía en su periferia. Nuestra delegación, encabezada por el doctor Diego Luis Molinari, se mostró eficaz en la argumentación contra la liberación del comercio internacional propiciada por la potencia del Norte. Molinari, dice Whitaker, identificó a su país sobre todo con los países poco desarrollados, por lo cual consiguió el máximo de solidaridad de las demás naciones latinoamericanas. Y reconoce: tocó una fibra latinoamericana familiar y popular cuando acusó a la propuesta de los Estados Unidos de reducir rápidamente las barreras, de ser un expediente mal disimulado del imperialismo económico, con lo que se impediría la industrialización de los países latinoamericanos y se los mantendría en la servidumbre colonial.

La delegación justicialista no sólo se negó a suscribir todos los términos de la Carta de la Organización del Comercio Internacional, sino que también regresó de Cuba con un proyecto avanzado: crear un Banco de las Antillas Cubano-Argentino.

 

Para el autor citado, la Argentina repitió sus tesis combativas en la Conferencia Interamericana General de Bogotá, comenzada en marzo de 1948. Por esos días, Perón había dicho públicamente: “Nuestra política consiste en alcanzar convenios bilaterales con todos los países latinoamericanos”, luego de aseverar: “Creo que ha pasado la época de las conferencias, los discursos y las cenas de los ministros extranjeros.”

En Bogotá la delegación argentina se opuso al establecimiento de un organismo militar permanente y creación de toda suerte de superestado. Esta vez le tocó al delegado doctor Pascual La Rosa suscribir la reserva argentina al sistema americano del Pacto de Bogotá.(1 de mayo de 1948). Para Whitaker, los resultados de la Conferencia de Bogotá no cambiaron la actitud de Perón hacia el sistema regional americano. Aún más: cita una declaración del líder justicialista, del 24 de mayo de 1948, en la que se decía que para consolidar el panamericanismo había que terminar con la «expoliación de América Latina por el capitalismo imperialista y con los trusts sin fronteras».

 

La guerra de Corea impuso alguna modificación en el cuadro de las relaciones internacionales de la Argentina. A fines de junio de 1950, el Congreso peronista ratificó por fin -sin el apoyo de la UCR-el Tratado de Defensa de Río de Janeiro, que dormía en el Parlamento desde 1948. También Perón insinuó que acompañaría a las Naciones Unidas en su acción policial en Corea. Gestionó, mientras tanto, un crédito comercial de 125 millones de dólares ante el Banco de Exportación e Importación de los Estados Unidos, con cuyo monto -una vez obtenido- fueron liquidados los saldos vencidos, favorables a los exportadores yanquis. Pero no envió tropas a Corea, después de manifestar solemnemente: Haré lo que el pueblo quiera. La contribución de nuestro país en dicho episodio fue real en alimentos.

 

Whitaker sostiene que la conciliación de Perón con Washington fue posible después de la muerte de la «yancófoba» Evita, pero su balance no tiene mayor asidero. La fundación de ATLAS (Asociación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas), si bien data de los días de 1951 y 52, cuando la gravitación de Eva Perón en la CGT se daba en plenitud, formó parte de una estrategia trazada por el líder justicialista en su enfrentamiento con las organizaciones obreras antiperonistas: la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL), que comandaba el mexicano Vicente Lombardo Toledano, y la Organización Regional Interamericana del Trabajo (ORIT), que tenía entre sus mayores dirigentes a George Meany. El consejo ejecutivo de ATLAS sesionó en Buenos Aires (ya muerta Evita) a principios de enero de 1953, bajo la secretaria general de José G. Espejo y la participación de representantes mexicanos, chilenos, costarriqueños, peruanos, cubanos y portorriqueños. La organización sindical justicialista no cesó en su accionar hasta la caída del peronismo.

 

En una de las últimas obras escritas en el extranjero sobre Juan Perón, la reciente biografía de Joseph A. Page, este autor, que no se guarda de evidenciar su antipatía por el personaje, hace hincapié en las dificultades con que tropezó el líder justicialista para implementar sus provectos continentalistas, o regionalistas, a comienzos de la década de 1950.

Hubiera hecho falta un brío hercúleo para superar los profundos antagonismos existentes entre la Argentina y Brasil, una realidad que inicialmente había sido explotada por Gran Bretaña y luego por Estados Unidos como piedra fundamental de sus estrategias diplomáticas hacía América del Sur, reconoce, y antes esto otro: El imaginaba que el único camino viable hacia un desarrollo independiente del dominio capitalista o comunista era una confederación de Estados latinoamericanos. En abstracto, esta idea era visionaria. Perón era el único líder latinoamericano que deseaba promover vigorosamente la unión de los pueblos. Lo haría hasta el momento de su muerte. Por supuesto, el estudioso yanqui no deja de ponerle reparos a esa voluntad peronista.

 

Claro que Perón alcanzó una mayor claridad sobre la dimensión del enemigo imperial después de su derrocamiento de 1955 y esto es comprensible. La repartija del mundo por soviéticos y capitalistas fue escarmentada por la Argentina en cabeza propia. En un texto de 1965, luego incorporado al título “América Latina, ahora o nunca”, iba a decir el ex-presidente: “Cuando en Yalta los imperialismos capitalista y comunista se repartieron el mundo, nacía en el mundo mismo el germen de la liberación por la que hoy se lucha en todas partes. La lucha por la liberación es igual en Polonia, Hungría o Bulgaria, que en la Argentina, Brasil o Francia; no interesa el signo bajo el cual se realiza.”

 

Casi diez años después, en el Modelo Argentino, vuelve a retomar la idea sanmartiniana y bolivariana de la Comunidad Latinoamericana. “Cada país -dirá– participa de un contexto internacional del que no puede sustraerse. Las influencias recíprocas son tan significativas que reducen las posibilidades de éxito en acciones aisladas. Es por ello que la Comunidad Latinoamericana debe retomar la creación de su propia historia, tal como lo vislumbró la clarividencia de nuestros libertadores, en lugar de conducirse por la historia que quieren crearle los mercaderes internos y externos. Y en seguida: “Nuestra respuesta, contra la política de ‘dividir para reinar’ debe ser la de construir la política de «unirnos para liberarnos”.

 

La selección de documentos -discursos, escritos, cartas y reportajes-, en su mayor parte en textos completos, que aquí presentamos, ayuda a comprender aspectos doctrinarios y pragmáticos del proyecto de Perón, quien, poco después de Yalta, percibió con particular claridad las limitaciones que las luchas nacionales hispanoamericanas ofrecían al darse por separado. Y en la dirección por él tomada avanzó hasta donde pudo: hasta donde lo dejaron las potencias enemigas. El Departamento de Estado jugó, hasta mediados de 1953, como hemos visto, un rol primordial, hoy cada vez más documentado. Ya el 4 de julio de 1945, J. W. Perowne, funcionario del Foreing Office, lo describía así: “Su verdadero objetivo es humillar al único país latinoamericano que ha osado enfrentar sus truenos,- si la Argentina puede ser sometida efectivamente, el control del Departamento de Estado sobre el hemisferio occidental será absoluto.”

Entre los documentos que presentamos, sin duda, algunos llaman la atención más que otros. El reportaje sobre la Argentina y Chile, de febrero de 1953 (III), fue reproducido por primera vez por Tomás Eloy Martínez, quien lo recibió de manos del propio Perón en Madrid. La disertación del 11 de noviembre de 1953 en la Escuela Nacional de Guerra (V), en que el entonces presidente reveló pormenores del «proyecto ABC», fue publicada primeramente por la revista Izquierda Nacional, número de octubre de 1966, cuando ya habían muerto Vargas (1954) e Ibáñez (1960).

Es poco conocida la Carta al Presidente Kennedy (VII), muy importante texto peronista que su autor hizo difundir durante la Conferencia de Punta del Este. En cuanto al fragmento de reportaje sobre la deuda externa del Brasil (XI), no parece dicho en 1973 sino hoy.

En el resto del conjunto, a nuestro juicio presentan un valor especial los testimonios XIII, XIV y XVI, correspondientes todos a 1973, año del regreso definitivo de Perón a ¡a Argentina y de su última experiencia gubernativa. Por momentos, las cartas a Omar Torrijos y a Carlos Prats adquieren un fuerte tono dramático y revelan que Perón percibía bien las actividades secretas de los organismos e instrumentos imperialistas, oficialmente negadas.

 

Fermín Chávez

Agosto de 1984

 

 


 

DOCUMENTOS ANEXOS

JUAN DOMINGO PERON            

  1. Esta nueva arma secreta. 
    Agradecimiento a periodistas brasileños, Buenos Aires, 21-9-1945
  2. Los gauchos se abrazan
    Al pueblo de Uruguayana, 21-8-1948
  3. Argentina y Chile
    Reportaje en Santiago de Chile, febrero de 1953
  4. O’Higgins y San Martín
    Discurso en la cena anual de camaradería de las Fuerzas Armadas
    de la Nación, 7-7-1953
  5. El Proyecto ABC
    En la Escuela Nacional de Guerra, Buenos Aires, 11-11-1953
  6. El Plan Marshall
    Fragmento de Los Vendepatria, Caracas, 1957
  7. Carta al presidente Kennedy
    Madrid, julio de 1962
  8. Sobre el drama de América Latina
    Fragmento de Coloquios con Perón, Enrique Pavón Pereyra, Buenos Aires, 1965
  9. Conferencia de presidentes de Punta del Este
    Fragmento de América Latina, Ahora o Nunca, Montevideo, 1967.
  10. Segunda independencia de la América Latina
    Artículo en «Las Bases», Buenos Aires, 17-8-1972.
  11. La Deuda Externa del Brasil
    Fragmento de declaraciones, diario Mayoría, Buenos Aires, 27-4-1973
  12. Los Ricos del futuro
    Fragmento de la entrevista con Roberto Maidana, Jacobo Timerman y Sergio Villarruel, Vicente López, 1-7-1973
  13. Carta al General Torrijos
    Buenos Aires, 19-9-1973
  14. Tratado del Río de la Plata
    Discurso del 19-11-1973, en Montevideo, durante la firma del Tratado del Río de la Plata.
  15. Carta al General Prats
    Buenos Aires, 20-11-1973
  16. Es la ley del embudo
    Entrevista con periodistas panameños, Olivos, 16-1-1974
  17. Unidad Sindical Latinoamericana
    Fragmento del discurso pronunciado en Buenos Aires el 8-4-1974, ante dirigentes sindicales argentinos y latinoamericanos
  18. Cuenca del Plata
    Discurso pronunciado al inaugurar la VI Conferencia de Cancilleres de la Cuenca del Plata, en el Centro Cultural San Martín, Buenos Aires, el 10-6-1974

 

    


ANEXO I

ESTA NUEVA ARMA SECRETA


Agradecimiento a periodistas brasileños, Buenos Aires, 21-9-1945

Coronel Juan Domingo Perón

 

Agradezco, conmovido, esta amabilidad que, por venir del Brasil, es para mí, doblemente grata.

Pertenecemos a una generación de hombres jóvenes que valora los sentimientos y los factores espirituales por sobre todo. En ese concepto, hemos establecido ya que en esta parte de la América occidental no existe ni existirá problema alguno mientras el Brasil y la Argentina se encuentren unidos como en el presente, y sus hombres se amen como se aman actualmente.

Esta generación ha buscado en nuestro país, puede decirse, la inspiración de vuestro ¡lustre presidente, que en esta parte de América, es el predecesor de todas nuestras inspiraciones de grandeza, libertad y gloria para nuestro país.

He tenido ya oportunidad de repetir las mismas palabras hace ocho meses al director del Trabajo del Brasil, doctor Do Rego Monteiro, quien nos hizo el honor de visitarnos y justipreciar con nosotros todo el exponente de nuestra moderna industria. Al regresar a su patria, le entregué un disco para que él tuviese la amabilidad de hacerlo escuchar al doctor Vargas, y he recibido después de un tiempo una contestación que me halaga y me halagará por toda la vida.

Brasil es, para nosotros, una prolongación de nuestra propia patria, y la amistad brasileño-argentina no es para nosotros una aspiración, sino que es una realidad, como el día y la noche. Todo cuanto hacemos, todo cuanto trabajamos y todo cuanto aspiramos para nuestro porvenir, será un complemento de esa amistad.

Nuestros países pueden, en el futuro, ser felices si aprenden a complementarse el uno con el otro. Si la naturaleza, sabiamente, ha dado al Brasil lo que la Argentina no tiene, y a la Argentina aquello de lo que el Brasil carece, sería una lecci6n muy bien aprovechada por los brasileños y por los argentinos, ésta que la naturaleza les ofrece, asegurando un porvenir de paz, de amor y de trabajo, únicos factores que hacen la grandeza de las naciones.

Reitero mi agradecimiento por el obsequio de que me habéis hecho objeto y que guardaré como un hermoso recuerdo. Y os ruego quieran dar un estrecho abrazo al presidente de la Cámara de Comercio de San Pablo, a quien hace poco tiempo tuve ocasión de saludar.

 

Contesta el periodista Dr. Barbosa

 

Respondiendo a los conceptos del general Perón, en nombre de los visitantes pronunció palabras el periodista doctor Barbosa, quien expresó. Quiero pedir licencia para decir a V.E. que cuando me siento en medio del pueblo, como hace unos instantes, cuando oigo los clamores de la masa reivindicando derechos que aquellos que se decían representantes del pueblo nunca les dieron, pese a prometerlo siempre, me he sentido en mi ambiente, porque yo también soy hilo del pueblo.

Cuando días pasados asistimos a un encuentro en el estadio de River Plate, y el locutor anunció nuestra presencia, la sostenida ovaci6n de que fuimos objeto por parte de ese pueblo que coloca a la patria por encima de todo, con un espíritu de independencia dentro de la unión de todos los países, nos hizo llegar a una primera conclusión: que no hay nada en el mundo que hoy pueda separarlos, especialmente cuando se trata de pueblos americanos, como el brasileño y el argentino, unidos no solamente por imperativos geográficos, como lo ha señalado V.E., sino también por imperativos históricos, y por los lazos espirituales que han de privar sobre los demás factores sociales y económicos.

En nombre de mis colegas, de esta representación juvenil que se halla en esta acogedora y hospitalaria tierra, presento a V.E. nuestro saludo y la expresión de nuestro agradecimiento, rogándole transmita a este gran pueblo el sentido homenaje de la nueva generación del Brasil. Y prometemos a VE. llevar al gran brasileño presiden te Vargas, el fraternal abrazo vuestro.

 

Contesta el Vicepresidente

 

Hace poco tiempo llegó al país un viejo amigo nuestro, el periodista brasileño Cayo Julio César Vieira. Llegó hasta el despacho del Ministerio de Guerra y me dijo: «Coronel: en algunas partes del Brasil dicen que ustedes están haciendo fortificaciones sobre el río Uruguay.» Yo le contesté: «¡Hombre, es la primera noticia que tengo! Pero yo quiero que usted vaya a visitar nuestras «fortificaciones» en la frontera y vea todo lo que quiera, cuando lo quiera y durante el tiempo que quiere. Verá usted que no encontrará «fortificaciones» sino «fortalezas», construidas por la extraordinaria unión y camaradería que existe entre los jefes y oficiales brasileños y argentinos, para quienes no hay, en este momento, fronteras que los separen.»

 

Efectivamente, Vieira hizo el viaje y a su regreso me mostró una fotografía en la que aparecía de pie sobre un pilar de la triangulación topográfica de Entre Ríos, diciéndome: «Esta es la fortificación.» Pero me trajo algo aun más interesante. El jefe del Regimiento 2 de Caballería de Uruguayana me mandó, por su intermedio, una botella de champaña brasileño con una dedicatoria que decía: «Le hago llegar al señor ministro esta nueva arma secreta, con la cual comenzamos esta guerra de verdadera confraternidad entre los dos países.»

Nuestra orden a las tropas de la frontera es la de vivir todo el tiempo posible en contacto y en unión con los jefes y oficiales brasileños. La consigna de ellos es la misma. Las señoras se reúnen indistintamente a tejer en territorio brasileño o argentino, y los jefes alternan en los casinos de oficiales de los regimientos de ambos países, habiéndose realizado ya una corriente de canje espiritual entre las dos orillas del río Uruguay.

He querido referir este episodio a los periodistas brasileños ofreciéndoles, en las mismas condiciones, que pueden ver lo que quieran, donde quieren y como lo quieran ver. Esto es todo cuanto podemos ofrecerles, puesto que a nuestros corazones, hace mucho que los tienen. 


  

ANEXO II

 

LOS GAUCHOS SE ABRAZAN

Al pueblo de Uruguayana – 21-5-1948

General Juan Domingo Perón

 

Hermanos de Uruguayana:

 

Con ¡intenso júbilo y profunda emoción quiero hacerles llegar a todos un abrazo fraternal que traigo de las tierras argentinas para todos los brasileños, con quienes nos sentimos profundamente hermanados en el presente, como también nos sentimos en el porvenir. Dos pueblos fuertes y dos pueblos grandes es la síntesis que estamos viviendo en estos momentos en que la Providencia, iluminando nuestros caminos, ha permitido que un presidente argentino pueda dar el abrazo que ansía dar todo nuestro pueblo al brasileño, en la persona ilustre de Gaspar Dutra.

 

Vivimos momentos que trasuntan una historia común, donde los gauchos de las cuchillas correntinas abrazaban a los gauchos de las colinas de Río Grande del Sur. El tiempo dirá que nosotros no podemos ser menos que los grandes que nos dieron nuestra patria, porque no podemos desmentir esa hermandad que vive en la sangre y en el corazón de los brasileños y argentinos.


Brasil y Argentina unidos han de ser el jalón de una nueva marcha, de paz y de concordia constructora del trabajo y de la dignidad de esta, América, que es de todos. Pido a la Providencia que ilumine a nuestros hombres para que no equivoquen jamás ese camino y para que los argentinos tengamos el honor de compartir el futuro con Brasil, así como hemos tenido el honor de compartir nuestra historia y nuestro pasado.


Señores: hago votos por que ese porvenir en que todos pensamos nos vea unidos en el trabajo fecundo, dignificando al hombre de est. América con ideas que han de expandirse a los cuatro vientos del mundo, para que, de todas partes, pueda contemplarse la libertad del Sol de Mayo y la luz inextinguible del Crucero del Sur.

  


  

ANEXO III

 

ARGENTINA Y CHILE

General Juan Domingo Perón

Reportaje en Santiago de Chile, febrero de 1953.

 

-¿Cree V.E. que Chile y la Argentina podrían influir en la solución de los problemas que afligen al mundo? En caso afirmativo. ¿Querría V.E. indicar en qué forma podrían hacerlo?


-Argentina y Chile son, en el concierto mundial, pequeños países por su poderío material, pero no siempre la historia fue escrita por las naciones ricas y poderosas. Creo que frente a los Imperialismos materialistas que dominan en el mundo, Argentina y Chile pueden influir en la solución de los problemas de la humanidad si tienen en cuenta, por lo menos:


1) que ya los problemas de la humanidad no pertenecen al dominio de los gobiernos, sino de los pueblos.


2) que la solución solamente puede estructurarse sobre la base de naciones justas, soberanas y libres.


3) que la dignidad de los pueblos y la dignidad de los hombres es fundamental como objetivos para la solución de todos los problemas humanos.


4) que en todos los casos es necesario «hacer lo que los pueblos quieren».

 

5) que la política internacional ha de abandonar las viejas prácticas de la diplomacia formalista y realizarse sobre bases de absoluta sinceridad y reciprocidades mutuas.


6) que todas las naciones, como los hombres, son iguales en el concierto internacional.


7) que cada gobierno debe hacer la felicidad presente de su pueblo y mediante ella la grandeza futura de su patria.


8) que la felicidad del pueblo puede alcanzarse tratando de armonizar los valores espirituales con los intereses y los derechos del individuo con los de la comunidad.


-¿Considera V.E. factible la aplicación de la doctrina justicialista en Chile, dadas las especiales condiciones de vida de ese país?

 

-El Justicialismo es una doctrina argentina y para los argentinos, pero sus principios generales de contenido profundamente cristiano y humanista pueden ser aplicados en cualquier país del mundo.

Como tercera posición ideológica distinta del capitalismo y del comunismo yo la ofrecí al mundo como solución en 1947.

Puede ser aplicada en Chile.

No nos interesa que se diga o no que lo que se aplica es el Justicialismo. Lo que importa es que los pueblos, y el chileno en particular, consigan su felicidad mediante la justicia, la libertad y la soberanía, que son las tres banderas del Justicialismo.


-¿Estima usted, Excelencia que debe llegarse a la completa unión política y económica de los países americanos?

 

-No sólo lo creo sino que lo auspicio y lo propugno. Si no nos adelantamos a los hechos, la evolución natural de la historia nos obligará a la unión. En esto como en todas las cosas de la vida es mejor conducir los acontecimientos que dejarse arrastrar por ellos.

La unión política y económica americana debe hacerse sobre la base de naciones justas, soberanas y libres.

 

-¿Cree usted en la conveniencia de una reuni6n de presidentes latinoamericanos en Chile o cualquier país americano?

 

-Una reunión de presidentes latinoamericanos en Chile o cualquier otro país americano sería interesante cuando todos estén dispuestos a servir al interés de sus propios pueblos sin tener en cuenta ningún otro interés aparte de la libertad de América.

El mundo entero sólo podría organizarse y resolver sus problemas mediante el acuerdo de gobiernos que representan naciones justas, soberanas y libres.

De lo contrario, una reunión semejante regional o mundial estaría condenada al fracaso.

Las conferencias internacionales de cualquier naturaleza que fueran no pueden ser dirigidas. Deben ser libres, y para ello deben estar integradas por gobiernos libres de pueblos también libres.

 

-¿Estima usted, Excelencia, que se inicia ahora la unión económica de América del Sur? ¿Si su contestación fuera afirmativa en qué se basa para estimarlo así?


-Pienso que América del Sur debe unirse. El resto del mundo está agotando sus reservas territoriales. Nosotros las tenemos en abundancia v sin explotar. Es lógico pensar que las luchas del futuro serán económicas y que ellas se orientarán hacia los países que tengan más reservas de territorios y más riquezas que explotar en ellos. El futuro nos impondrá la unión económica de América del Sur. Si no nos adelantamos a los hechos es posible también que la lucha nos encuentre desunidos.

En este caso seremos fácil presa del primer «vencedor» que llegue. sé si mi visita a Chile y las resoluciones que adoptemos con el General Ibáñez serán el comienzo de la unión económica sudamericana. Todo depende de cómo sepamos cumplir nuestra misión. Por mi parte pienso que hablar de unión económica es empequeñecer el panorama. Creo que debemos hablar más bien de la unión de nuestros pueblos. Siempre distingo unión de unidad. La unión se realiza entre unidades nacionales. Chile y Argentina pueden unirse.

La unión entre naciones por otra parte exige que se trate de naciones Justas, soberanas y libres. Sin esta condición puede confundirse unión con anexión . . . ¡y ésta es una palabra que no se puede pronunciar entre pueblos que tienen dignidad! Si Argentina y Chile prueban que su unión es eficiente serán el núcleo básico que aglutinará después a toda la América del Sur.

 

-Se ha dicho por la prensa chilena y extranjera que este Tratado Comercial derribará aduanas y aranceles aduaneros. ¿Es posible esto y cómo?


-La unión a que me he referido, va más allá de los problemas aduaneros. Yo le contesto una sola cosa; lo importante es que los pueblos quieran. Y no olvide usted que ésta «es la hora de los pueblos» . . . y que los pueblos de Chile y de Argentina quieren eso . . . ¡y mucho más! Lo demás ya lo arreglarán los abogados y los técnicos.

 

-¿Argentina estaría dispuesta a firmar convenios con otros países de América del Sur, como Bolivia, Brasil, Paraguay, por ejemplo?


-Esta pregunta, tiene toda su respuesta contenida en lo que acabo decirle. Los gobiernos ya no hacemos nuestra voluntad a espaldas
del pueblo. Debemos limitarnos a cumplirla. Son los pueblos quienes van imponiéndose al destino.

Yo dije un día en mi Patria: «me siento empujado por mi pueblo hacia el porvenir» Y ésta es una verdad que sólo sabemos y sentimos los hombres a quienes nos toca al mismo tiempo, la gloria y la responsabilidad de cumplir con un destino inexorable: el que nos marca el pueblo, Bolivia, Brasil, Paraguay, toda América integrará algún día la unión que nosotros tal vez iniciamos como núcleo fundamental aglutinante.

No sé si para ellos la hora oportuna es ésta o la de mañana. Sólo me animo a decir que el año 2000 nos hallará unidos o de lo contrario dominados.


-¿Cree usted Presidente que fuera de estos convenios comerciales se podrían firmar entre los países de América del Sur pactos bilaterales de ayuda mutua y defensa?


-Lo mismo vale para lo de los pactos bilaterales de ayuda mutua y defensa. Los gobiernos debemos hacer lo que los pueblos quieren.


-¿No estima usted que América del Sur debe realizar una política nueva de defensa de sus materias primas?


-La defensa de nuestras materias primas forma parte de la defensa de nuestra vida política, social y económica. Ya le he dicho que la lucha del mundo futuro será influida por el factor económico y este no puede ser desvinculado del grave problema de las materias primas. La unión económica de dos o más pueblos no puede hacerse sin tener «al tiro» como dicen los chilenos una solución para defender nuestras materias primas.

 

-¿Qué trascendencia le da usted personalmente a su viaje a Chile?

 

-Todo cuanto acabo de decirle es mi mejor respuesta. Mi viaje a Chile tendrá la trascendencia que quieran darle los chilenos y los argentinos. Si nuestros pueblos quieren lo que nosotros sus gobernantes logremos acordar, con visión panorámica de un gran porvenir, este viaje será trascendente. De lo contrario no pasará de ser un gesto de amistad entre dos hombres.

Creo, sin embargo, que los pueblos no quieren gestos sino realizaciones, no quieren palabras, sino verdades, no desean promesas, sino hechos. Y creo también, que los pueblos de América sienten llegada la hora que el destino les ha asignado en el concierto de la historia.

Si yo no me equivoco demasiado, este viaje y estas entrevistas de dos gobiernos y de dos pueblos no pasarán en vano por la historia de América.

  


  

ANEXO IV

 

O’HIGGINS Y SAN MARTÍN

General Juan Domingo Perón

Discurso en la cena anual de camaradería de las Fuerzas Armadas de la Nación, 7-7-1953.

 

Las Fuerzas Armadas de la República celebran hoy el aniversario de la Independencia que lograron en los días heroicos de la emancipaci6n americana. Todos los años, y en vísperas de esta misma techa, los hombres que tenemos el honor de revistar como soldados en el Ejército Argentino nos reunimos para templar el espíritu con el recuerdo de las glorias pasadas a fin de que ese mismo temple antiguo de los varones que nos dieron esta tierra que servimos, nos mantenga despiertos y firmes en esta eterna guardia que montamos por la justicia, por la soberanía y por la libertad de nuestro pueblo.

Pero esta vez nos acompañan, como en los días heroicos de la primera libertad, los sentimientos, los altos ideales y la voluntad mancomunada del pueblo chileno, que representa el Presidente Ibáñez. Su presencia nos recuerda esta noche las palabras que pronunciara en Chile el general Las Heras en 1863, ante el bronce fresco del Libertador San Martín, diciendo: “Que hubo una época gloriosa en la historia de este continente en que todos los americanos éramos compatriotas unidos por el doble vínculo de nuestro común infortunio y nuestros comunes esfuerzos por la independencia.”
Es el pueblo chileno y son sus ejércitos, cuya memoria será eterna como la fama de sus virtudes, quienes nos acompañan en la persona del señor general Ibáñez, que lo mismo ha sabido concitar la opinión de sus conciudadanos en las lides políticas, tan difíciles y duras en los tiempos que corremos, como llevar sobre sus hombros la responsabilidad de preparar los ejércitos de Chile para las horas amargas de una lucha que él mismo convertiría después en un tratado de paz y de amistad con el pueblo hermano del Perú.

Esta nuestra tradicional reunión de camaradería militar está completa en esta noche, que nos recuerda, con otro escenario y en otros tiempos, las noches apacibles que solían darse para el «Ejército de los Andes y de Chile» entre las duras jornadas de la gesta común libertadora. Los soldados de San Martín, acostumbrados desde 1817 a la compañía noble y generosa de los chilenos, sentimos, en la persona del general Ibáñez, la presencia de los soldados de O’Higgins, cuya tradición de honor y dignidad tiene su justa expresión en este ilustre chileno, que nos trae, con su visita, el espíritu de la Escuela de Caballería de Quillota, orgullo de las fuerzas armadas que custodian la dignidad y la soberanía del pueblo chileno.

 

El llamado de San Martín

 

Han cambiado los tiempos desde aquellos años difíciles y duros en que chilenos y argentinos sentíamos sobre nuestras espaldas la responsabilidad de la primera liberación americana, bajo el acicate tenaz y permanente de nuestros grandes Capitanes. Sobre aquel encuentro de nuestros pueblos y de nuestros ejércitos ha pasado también el tiempo. Durante más de un siglo hemos dejado de oír el ignoto llamado de San Martín, que expresaba como la única pero inexplicable explicación de sus altas empresas idealistas, diciendo para la historia de su genial desobediencia: “Debo seguir el destino que me llama”.
Durante más de un siglo chilenos y argentinos hemos dejado que manos extrañas apagasen, con silencios incomprensibles y a veces inconfesables, la voz de nuestra propia sangre derramada en una comunión sin fronteras y sin límites por la libertad americana.

En este largo intervalo del tiempo que nos separa de nuestra primera unión sólo en contadas excepciones ha sido quebrado el silencio de nuestras fronteras espirituales, cerradas a todo llamamiento.

Así, por ejemplo, durante 90 años han sido silenciadas ante nuestros pueblos las palabras que la gratitud chilena de don José Victoriano Lastarria pronunciara en 1863; y hoy nos sorprende por eso el recuerdo de sus conceptos generosos y justos pronunciados por él cuando Chile inauguró su monumento e San Martín: ¡Una es la gloria de estos pueblos –dijo Lastarria-, una es su historia, uno su porvenir!¿Por qué no han de volver a andar juntos su camino como cuando les trazaba la senda de su libertad el vencedor de Chacabuco y Maipú…?

Y nos duelen las palabras de aquel tiempo como un reproche íntimo por nuestra inconsecuencia ante los altos ideales de la gesta común libertadora.
Como si un siglo entero hubiese pasado en vano por nuestra historia común, llena de pequeñeces, de pasiones bastardas, de estériles enconos, de rencillas que son inexplicables si no se mira la deslealtad y la inconsecuencia de los hombres que debían conducir los altos ideales que en 1817 se amparaban bajo la misma bandera y cantaban incluso la misma canción fundamental, sin resquemores, ni recelos, ni suspicacias; como si un siglo entero hubiese pasado en silencio sobre la primera etapa de nuestra historia común y solidaria, las palabras como entonces, con la misma tremenda acusación, diciéndonos de frente, como se dicen las palabras duras en las horas amargas: Estamos solos. Somos pueblos nuevos y casi huérfanos en el mundo. . . en el centro de la civilización y del poder no se quiere creer en nuestra virtud, en nuestra dignidad, en nuestra gloria. . . y se pretende ver en nuestra América solamente pasiones antisociales, instintos salvajes en lugar de principios de razón y de justicia. ¡Estamos solos!

Unión fecunda -dice después refiriéndose a la unión de nuestros pueblos-; consagrada por la sangre y el dolor.

¡Que no la recordemos en vano! ¡San Martín era su símbolo, y ya que el héroe revive entre nosotros, que reviva la antigua unidad de los pueblos americanos! ¡Que Bolívar sea el emblema de la unión de colombianos y bolivianos! ¡Que el nombre de Hidalgo reanime a los mejicanos! ¡Que todos juntos sigamos las huellas de aquellos grandes hombres hasta consumar la obra de la independencia, por medio del triunfo de la democracia!
Este -sigue diciendo Lastarria– es un momento solemne para América.

El viejo mundo le pide cuentas de su independencia…

El imperio del derecho en todas las esferas de la vida es todavía un problema pare la humanidad; y Dios ha querido que América sea quien lo haya de resolver primero.

¡Que no se desdeñen sus dolores! ¡Que no se burlen de sus sacrificios! ¡La misión de América es santa!”

Es el combate del derecho y de la verdad contra la fuerza y la mentira.

Para que esta guerra se termine con gloria, América necesita unir a sus hijos como los uniera en otros tiempos para conquistar su personalidad. Reanimemos el entusiasmo de nuestras glorias pasadas y que el nombre de nuestros héroes sea el de esta nueva liberación!

Desde e siglo pasado nos llegan también las palabras llenas de genialidad y de idealismo pronunciadas por nuestros libertadores, palabras cuyo solo recuerdo aguijonea nuestras almas como el reproche amargo por la más condenable de las infidelidades.

Es el mismo O’Higgins diciéndonos desde 1817: “Ha sido restaurado el hermoso reino de Chile por las armas de las Provincias Unidas del Río de la Plata bajo las órdenes del General San Martín.”

Elevado por la voluntad del pueblo a la suprema dirección del Estado, anunció al mundo un nuevo asilo, en estos países, a la industria, a la amistad y a los ciudadanos todos del globo. La sabiduría y recursos de la Nación Argentina limítrofe, decidida por nuestra emancipación, dan lugar a un porvenir próspero y feliz con estas regiones.

Es también San Martín quien nos traza la ruta de sus ideales renunciando a todo poder político sobre Chile ante la Asamblea del pueblo chileno que lo proclamaba Gobernador de Chile, con omnímoda voluntad, indicándonos con ello y definitivamente que toda unión entre los pueblos de América no podrá realizarse sino bajo el signo de la libertad y la soberanía.

Sin embargo, cuánta difamación injusta y deleznable hubiese corrido por el mundo de nuestros tiempos con motivo de la carta del Libertador al Cabildo de Mendoza, escrita casi al apearse de su caballo cubierto aún por el polvo del combate de Chacabuco y en cuyo texto declara: “Todo Chile ya es nuestro.”

En estos momentos de la humanidad, llenos de mentiras y de malas intenciones, no faltarían los suspicaces que vieran en las palabras del Libertador una confesada intención imperialista, como si sentirnos hermanos no nos otorgase el supremo derecho de llamarnos mutuamente compatriotas, como añoraba ya en 1863 el general Las Heras con los mismos anhelos y sentimientos con que hoy lo añoramos los hombres de aquí o de allá que todavía creemos que los grandes ideales pueden realizarse entre los hombres.

La clave de nuestro propio porvenir

También desde aquellos años difíciles de la Liberación, San Martín nos ha venido señalando la meta de nuestro camino, porque al decirnos: Debo seguir el destino que me llama, nos está urgiendo a repetir con él la misma sentencia que deberá convertirse en la clave de nuestro propio porvenir, gritándonos desde el fondo inapelable de nuestra historia que Debemos seguir el destino que nos llama.

Si alguien osase preguntarnos: ¿Desde dónde nos llama? ¿Hacia qué meta nos conduce ese extraño llamado que se llama «vocación» lo mismo para los pueblos que para los hombres?, la respuesta está bien clara en la historia misma de aquella década heroica de O’Higgins y San Martín, cuyo sentido dinámico nos hicieran olvidar después los hombres pequeños y mediocres que sustituyeron nuestros ideales por el interés, nuestra cultura por la técnica, nuestra verdad por la mentira disfrazada de verdad, nuestros derecho por su mistificación, nuestra justicia por la explotación, nuestra libertad por la entrega consumada en las sombras de la noche y nuestra soberanía por migajas de monedas o por vidrios de colores.

Es el mismo San Martín quien nos llama persistentemente desde 1817 diciéndonos que Chile es la ciudadela de América del Sur, y su gran ideal de constituir una confederación continental golpea en su corazón extraordinario cuando regresa a Buenos Aires en bien de la América -como dicen- y se encuentra en el camino con la carta de Pueyrredón que lo interpreta expresándole: ¡Qué bella ocasión para irnos sobre Lima!

Comunidad de sentimientos e ideales.

Nuestra historia común ha recogido también, entre tantas joyas magníficas que vienen a dar su luz en nuestro tiempo, las palabras del embajador argentino Guido, colaborador de la conquista de Chile, íntimo de San Martín; y es él mismo quien declara que: “Que el principal objeto de su misión debía ser estrechar las relaciones y vínculos de Chile con las Provincias Unidas y establecer los principios y leyes que debían observar ambos países en lo relativo al comercio recíproco y con los extranjeros sobre la base de la mutua reciprocidad y conveniencia.”

En ningún momento los libertadores de Chile y Argentina y sus personeros e intérpretes directos olvidan que la lucha por los altos y comunes ideales no termina en la independencia y los acuerdos de Argentina y de Chile.

Siempre es América, en particular América del Sur, el gran objetivo de la liberación, pero siempre sobre las bases comunes de acuerdos mutuos que no afecten la soberanía y la libertad de los pueblos emancipados por el ideal sanmartiniano y por el esfuerzo conjunto de los dos libertadores cuyos espíritus presiden, en esta noche extraordinaria, esta comuni6n de sentimientos, de ideales y de voluntad de nuestros pueblos.

A tal punto llega la subordinación del Gran Capitán de los Andes a la soberanía de Chile, que no duda en aceptar, del General O’Higgins, Director Supremo del Estado Chileno, el cargo y las funciones del General en Jefe del Ejército Nacional que se llamó chileno y enarboló la bandera de Chile, aunque formaban en sus filas todos los soldados argentinos que dieron a las fuerzas de la liberación la denominación de Ejército Unido de los Andes y de Chile, nuevo Ejército Libertador Sudamericano -como le llamaron San Martín y O’Higgins-, nuevo Ejército Sudamericano con destinos solidarios y con glorias comunes.

También desde las páginas comunes de nuestra historia, San Martín, más allá de sus designios militares, nos habla de la unión de nuestros pueblos, de sus comunes inquietudes y de sus concordantes objetivos culturales, sociales, económicos y políticos.

Pero, así como San Martín insiste en la liberación total de América sobre la base de una confederaci6n de naciones con iguales derechos, soberanas y libres, y sobre la necesidad de una mutua complementación social, cultural-; económica y política, el mismo O’Higgins, que comparte con absoluta unidad de concepción las ideas de San Martín, nos recuerda, en diciembre de 1817, comentando a su pueblo la Campaña del Perú: esta campaña fijará los destinos de Chile y acaso también los de América, señalándonos así el camino sobre cuyas metas se han ensañado la pequeñez de los mediocres y el egoísmo de los interesados en hacernos olvidar nuestros grandes ideales, que son, desde la decisión común de San Martín y O’Higgins, deberes ineludibles para todos los chilenos y para todos los argentinos.

 

Señor Presidente, Señores Ministros, Camaradas:

 

Los recuerdos históricos podrían extenderse casi hasta el límite de lo infinito. Los que he enunciado prueban fehacientemente que no nos hemos equivocado los gobiernos de Chile y de Argentina cuando en el Acta de Santiago que firmáramos el 21 de febrero pasado establecimos solemnemente que era nuestro propósito alcanzar los ideales Comunes e irrenunciables de nuestros pueblos, concretando así el espíritu que animó la unión de Argentina y de Chile en las gestas históricas de la independencia.

Pero en ella no nos hemos olvidado de América, y en un afán generoso que nos impone el espíritu de nuestros pueblos hemos ex-tendido los alcances de nuestros ideales comunes e irrenunciables al ámbito total de las Américas, declarando con la absoluta franqueza que corresponde a dos soldados, uno chileno y otro argentino, intérpretes de dos pueblos dignos cuya voluntad representan, que mediante la acción conjunta y solidaria de Chile y de Argentina pretendemos realizar el ideal panamericano de cooperación entre las naciones y pueblos hermanos del Continente.

 

Libertad y soberanía amenazadas.

 

Las razones fundamentales que nos impulsan y que nos alientan a realizar esta empresa extraordinaria nos llegan, como acabo de probarlo, de la conformación espiritual de nuestros pueblos, que se nutrieron en sus primeros días de libertad con los altos ideales que obsesionaban, como estrellas polares en la noche de una meta perdida, las miradas y los corazones de nuestros insignes capitanes.

Los tiempos han cambiado en América, pero la libertad y la soberanía de nuestros pueblos siguen amenazadas como en 1817.

Cuando se habla de ellas en el lenguaje formal de los convencionalismos adquiridos, se intenta ocultar habitualmente a nuestros pueblos la dura verdad de los oprobios y de los sometimientos que a veces no queremos confesar.

Ahora va no son los sometimientos ni las opresiones políticas, que por lo menos en 1817 se vestían con uniformes de milicia, los que amenazan o ciegan la libertad y la soberanía de los pueblos de América. Hoy son las inconfesables intenciones de los intereses que pretenden dominar los que, por todas partes, pretenden mantener la división de nuestros pueblos de América para reinar sobre ellos mediante la explotación y la esclavitud más oprobiosas de todos los tiempos.

Por ello, frente a las nuevas fuerzas de carácter económico que pretenden dominarnos, nosotros, chilenos y argentinos, retomando los antiguos ideales de O’Higgins y de San Martín, y pensando como ellos en nuestros pueblos y también en los pueblos de América, hemos decidido realizar la unión de nuestras fuerzas económicas, creyendo que, esta es acaso la última hora que el destino nos ofrece para cumplir con la misión que Dios nos tiene reservada en sus eternos designios insondables.

Presentimos que el año 2000 nos hallará unidos o dominados. Estamos seguros de que la generación del año 2000 será nuestro juez inexorable, y no deseamos que ella nos condene como traidores de nuestros primeros capitanes y menos aún como traidores de nuestros propios pueblos.
Sabemos que en 1953, como en 1817, la infamia y la calumnia se cernirán sobre nuestros planes y amenazarán nuestros ideales. Sabemos ya que hablar de unión entre chilenos y argentinos y con las mismas palabras de San Martín y O’Higgins es merecer el encono de la lucha solapada y artera. Sabemos también que llamarnos «compatriotas» es poco menos que un delito del que nos acusan precisamente todos los mercaderes que prefieren llamar compatriotas a los compradores de libertad y de soberanía.

Pero también sabemos que para dominar a las fuerzas del mal no hay otro camino que el antiguo principio de la conducción que aplicaron, con tanto dolor y con tanto sacrificio, nuestros mayores: la decisión de vencer.

 

Decisión irrevocable y definitiva

 

No debemos engañarnos ante el porvenir. Ninguna clase de unión se realiza con papeles. Los pactos firmados suelen ser a veces letra muerta.
Todas las grandes empresas idealistas de los hombres deben enfrentar cada día la acción del enemigo que ahora, como en 1817, no se avergüenza de proponernos, como el virrey de Lima a San Martín, que entreguemos nuestras banderas comunes ofreciéndonos en venta derechos y prerrogativas a cambio de un nuevo acatamiento a los altos dirigentes imperiales.

Sabemos demasiado bien que detrás de nuestras firmas y aun más allá de la letra de cualquier convenio está la fuerza que representa la voluntad mayoritaria de nuestros pueblos, con una ambición insaciable de justicia, de libertad y de soberanía.

Nuestro dilema es definitivo y terminante.

Por un camino se nos muestra la tranquilidad interna e internacional, la ausencia de todas las infamias, mentiras y calumnias que suelen respetar a los gobiernos que se entregan, y junto a ese panorama de bonanza, este primer camino nos presenta también el espectáculo de nuestros pueblos escarnecidos y explotados, sobre cuya dignidad se ensañan todos los atropellos de la fuerza.

El otro camino nos muestra un campo de batalla lleno de encrucijadas, especiales para toda traición, para todo sabotaje, para toda emboscada, y nos prepara una permanente y sistemática campaña de difamación pero, en cambio, por ese camino estrecho, ascendente y espinoso, van nuestros pueblos con la frente bien alta, justos, soberanos y libres.

El pueblo de Chile ha visto en el general Ibáñez al intérprete de sus esperanzas porque ha creído en él y en su decisión de elegir el camino de su pueblo; y yo, precisamente por eso, porque creo en el Presidente Ibáñez y porque soy soldado como él de un ejército del pueblo, lo sigo con mi decisión, que es irrevocable y definitiva, como deben ser las decisiones que toman los soldados cuando están en juego los supremos ideales de la Patria.
Algunos piensan -y así lo proclaman- que la empresa es demasiado grande, dura y difícil, y aún se atreven a añadir que es imposible.
Yo me permito contestarles en nombre de los pueblos de Chile y de Argentina que conozco, siento y quiero con la misma intensidad de mis afectos:
-Si. La empresa es grande, dura y difícil. Es casi imposible, como cruzar en 1817 la Cordillera y empeñar una batalla en Chacabuco. Pero precisamente por eso Dios nos hizo chilenos y nos hizo argentinos; precisamente por eso nos engendraron en la historia San Martín y O’Higgins, y precisamente por eso tal vez entre nuestros pueblos se levanta la Cordillera de los Andes para que mirando sus cumbres y aprendiendo a vencerlas cada día realicemos el ejercicio diario de vencer, que es la única escuela de los pueblos y de los hombres capaces de realizar las grandes empresas que luego la historia contempla con admiración y con asombro.

Contamos con el apoyo total de nuestros pueblos.

Esto lo saben muy bien, entre nosotros y en Chile, los ilustres camaradas de las Fuerzas Armadas que, venidos del pueblo, conocen sus más íntimos anhelos, y son ellos, precisamente, nuestros camaradas chilenos y argentinos, los testigos de honor ante quienes yo entiendo justo y honrado confiar los pensamientos que inspiran esta nueva liberación que nos proponemos realizar con el mismo espíritu y los mismos ideales que presidieron tas gestas de O’Higgins y de San Martín.

  


  

ANEXO V

 

EL PROYECTO ABC

General Juan Domingo Perón

En la Escuela Nacional de Guerra, Buenos Aires, 11-11-1953

 

Señores:
He aceptado con gran placer esta ocasión para disertar sobre las ideas fundamentales que han inspirado una nueva política internacional en la República Argentina.

Es indudable que, por el cúmulo de tareas que yo tengo, no podré presentar a ustedes una exposición académica sobre este tema, pero sí podré mantener una conversación en la que lo más fundamental y lo más decisivo de nuestras concepciones será expuesto con sencillez y con claridad.

 

El mundo moderno

 

Las organizaciones humanas, a lo largo de todos los tiempos, han ido, indudablemente, creando sucesivos agrupamientos y reagrupamientos. Desde la familia troglodita hasta nuestros tiempos eso ha marcado un sinnúmero de agrupaciones a través de las familias, las tribus, las ciudades, las naciones y los grupos de naciones, y hay quien se aventura ya a decir que para el año 2000 las agrupaciones menores serán los continentes.

Es indudable que la evolución histórica de la humanidad va afirmando este concepto cada día con mayores visos de realidad. Eso es todo cuanto podemos decir en lo que se refiere a la natural y fatal evolución de la humanidad. Si ese problema lo transportamos a nuestra América surge inmediatamente una apreciación impuesta por nuestras propias circunstancias y nuestra propia situación.

Es indudable que el mundo, superpoblado y súper industrializado, presenta para el futuro un panorama que la humanidad todavía no ha conocido por lo menos en una escala tan extraordinaria. Todos los problemas que hoy se ventilan en el mundo son, en su mayoría, producto de esta superpoblación y superindustrialización, sean problemas de carácter material o sean problemas de carácter espiritual. Es tal la influencia de la superproducción y es de tal magnitud la influencia de la técnica y de esa superproducción, que la humanidad, en todos sus problemas económicos, políticos y sociológicos, se encuentra profundamente influida por esas circunstancias.

Si ése es el futuro de la humanidad, es indudable que estos problemas irán progresando y produciendo nuevos y más difíciles problemas emergentes de las circunstancias enunciadas.

 

Comida y materia prima

 

Resulta también indiscutible que la lucha fundamental en un mundo superpoblado es por una cosa siempre primordial para la humanidad: la comida. Ese es el peor y el más difícil problema a resolver.

El segundo problema que plantea la industrialización es la materia prima: valdría decir que en este mundo que lucha por la comida y por la materia prima, el problema fundamental del futuro es un problema de base y fundamento económicos, y la lucha del futuro será cada vez más económica, en razón de una mayor superpoblación y de una mayor superindustrialización.

En consecuencia, analizando nuestros problemas, podríamos decir que el futuro del mundo, el futuro de los pueblos y el futuro de las naciones estará extraordinariamente influido por la magnitud de las reservas que posean: reservas de alimentos y reservas de materias primas.

 

Ventaja de América

 

Esto es una cosa tan evidente, tan natural y simple, que no necesitaríamos hacer uso ni de la estadística y menos aún de la dialéctica para convencer a nadie.

Y ahora, viendo el problema práctica y objetivamente, pensamos cuáles son las zonas del mundo donde todavía existen las mayores reservas de estos dos elementos fundamentales de la vida humana: el alimento y la materia prima.

Es indudable que nuestro continente, en especial Sudamérica, es la zona del mundo donde todavía, en razón de su falta de población y de su falta de explotación extractiva, está la mayor reserva de materia prima y alimentos del mundo. Esto nos indicaría que el porvenir es nuestro y que en la futura lucha nosotros marchamos con una extraordinaria ventaja a las demás zonas del mundo, que han agotado sus posibilidades de producción alimenticia y de provisión de materias primas o que son ineptas para la producción de estos dos elementos fundamentales de la vida.

Si esto, señores, crea realmente el problema de la lucha, es indudable que en esa lucha llevamos nosotros una ventaja inicial, y que en el aseguramiento de un futuro promisorio tenemos halagüeñas esperanzas de disfrutarlo en mayor medida que otros países del mundo.

 

La amenaza

 

Pero precisamente en estas circunstancias radica nuestro mayor peligro, porque es indudable que la humanidad ha demostrado -a lo largo de la historia de todos los tiempos- que cuando se ha carecido de alimentos o de elementos indispensables para la vida, como serían las materias primas y otros, se ha dispuesto de ellos quitándolos por las buenas o por las malas, vale decir, con habilidosas combinaciones o mediante la fuerza. Lo que quiere decir, en buen romance, que nosotros estamos amenazados a que un día los países superpoblados y súper industrializados, que no disponen de alimentos ni de materia prima, pero que tienen un extraordinario poder jueguen ese poder para despojarnos de los elementos de que nosotros disponemos en demasía con relación a nuestra población y a nuestras necesidades. Ahí está el problema planteado en sus bases fundamentales, pero también las más objetivas y realistas.

Si subsistiesen los pequeños y débiles países, en un futuro no lejano podríamos ser territorio de conquista como han sido miles y miles de territorios desde los fenicios hasta nuestros días. No sería una historia nueva la que se escribiría en estas latitudes; sería la historia que ha campeado en todos los tiempos, sobre todos los lugares de la tierra, de manera que ni siquiera llamaría mucho la atención.

 

Defensa común

 

Es esa circunstancia la que ha inducido a nuestro gobierno a encarar de frente la posibilidad de una unión real y efectiva de nuestros países, para encarar una vida en común y para planear, también, una defensa en común.

Si esas circunstancias no son suficientes, o ese hecho no es un factor que gravite decisivamente para nuestra unión, no creo que exista ninguna otra circunstancia importante para que la realicemos.

Si cuanto he dicho no fuese real, o no fuese cierto, la unión de esta zona del mundo no tendría razón de ser, como no fuera una cuestión más ó menos abstracta o idealista.

 

Las uniones americanas

 

Señores: es indudable que desde el primer momento nosotros pensamos en esto, analizamos las circunstancias y observamos que, desde 1810 hasta nuestros días, nunca han faltado distintos intentos para agrupar esta zona del Continente en una unión de distintos tipos.
Los primeros surgieron en Chile, ya en los días iniciales de las revoluciones emancipadoras de la Argentina, de Chile, del Perú. Todos ellos fracasaron por distintas circunstancias. Es indudable que, de realizarse aquello en ese tiempo, hubiese sido una cosa extraordinaria. Desgraciadamente, no todos entendieron el problema, y cuando Chile propuso eso aquí a Buenos Aires en los primeros días de la Revolución de Mayo, Mariano Moreno fue el que se opuso a toda unión con Chile. Es decir, que estaba en el gobierno mismo, y en la gente más prominente del gobierno, la idea de hacer fracasar esa unión. Eso fracasó por culpa de la junta de Buenos Aires.

Hubo varios después que fracasaron también por diversas circunstancias. Pasó después el problema a ser propugnado desde Perú, y la acción de San Martín también fracasó. Después fue Bolívar quien se hizo cargo de la lucha por una unidad continental, y sabemos también cómo fracasó.
Se realizaron después el primero, el segundo y el tercer congreso de México con la misma finalidad. Y debemos confesar que todo eso fracasó, mucho por culpa nuestra. Nosotros fuimos los que siempre más o menos nos mantuvimos un poco alejados, con un criterio un tanto aislacionista y egoísta.

 

Unidos o dominados

 

Llegamos a nuestros tiempos.

Yo no querría pasar a la historia sin haber demostrado, por lo menos fehacientemente, que ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera para que esta unión pueda realizarse en el Continente.

Pienso yo que el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados; pienso también que es de gente inteligente no esperar que el año 2000 llegue a nosotros, sino hacer un poquito de esfuerzo para llegar un poco antes del año 2000, y llegar un poco en mejores condiciones que aquella que nos podrá deparar el destino o mientras nosotros seamos yunque que aguantamos los golpes y no seamos alguna vez martillo; que también demos algún golpe por nuestra cuenta.

Es por esa razón que ya en 1946, al hacer las primeras apreciaciones de carácter estratégico y político internacional, comenzamos a pensar en ese grave problema de nuestro tiempo. Quizá en la política internacional que nos interesa, es el más grave y el más trascendente; más trascendente quizá que lo que pueda ocurrir en la guerra mundial, que lo que pueda ocurrir en Europa, o lo que pueda ocurrir en el Asia o en el Extremo Oriente; porque éste es un problema nuestro, y los otros son problemas del mundo en el cual vivimos, pero que están suficientemente alejados de nosotros.
Creo también que en la solución de este grave y trascendente problema cuentan los pueblos más que los hombres y que los gobiernos.
Es por eso que, cuando hicimos las primeras apreciaciones, analizamos si esto podría realizarse a través de las cancillerías actuantes como en el siglo XVIII, en una buena comida, con lucidos discursos, pero que terminan al terminar la comida, inoperantes e intrascendentes, como han sido todas las acciones de las cancillerías de esta parte del mundo desde hace casi un siglo hasta nuestros días; o si habría que actuar más efectivamente, influyendo no a los gobiernos, que aquí se cambian como se cambian las camisas, sino influyendo a los pueblos, que son los permanentes, porque los hombres pasan y los gobiernos se suceden, pero los pueblos quedan.

Hemos observado, por otra parte, que el éxito, quizás el único éxito extraordinario del comunismo, consiste en que ellos no trabajan con los gobiernos, sino con los pueblos, porque ellos están encaminados a una obra permanente y no a una obra circunstancial.

Y si en el orden internacional quiere realizarse algo trascendente, hay que darle carácter permanente, porque mientras sea circunstancial, en el orden de la política internacional no tendrá ninguna importancia. Por esa razón, y aprovechando las naturales inclinaciones de nuestra doctrina propia, comenzamos a trabajar sobre los pueblos, sin excitación, sin apresuramientos y, sobre todo, tratando de cuidar minuciosamente, de desvirtuar toda posibilidad de que nos acusen de intervención en los asuntos internos de otros Estados.

 

El primer plan

 

En 1946 cuando yo me hice cargo del gobierno, la política internacional argentina no tenía ninguna definición.

No encontramos allí ningún plan de acción, cómo no existía tampoco en los ministerios militares ni siquiera una remota hipótesis sobre la cual los militares pudieran basar sus planes de operaciones. Tampoco en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en todo su archivo, había un solo plan activo sobre la política internacional que seguía la República Argentina, ni siquiera sobre la orientación, por lo menos, que regían sus decisiones o designios.

Vale decir que nosotros habíamos vivido, en política internacional, respondiendo a las medidas que tomaban los otros con referencia a nosotros, pero sin tener jamás una idea propia que nos pudiese conducir, por lo menos a lo largo de los tiempos, con una dirección uniforme y congruente. Nos dedicamos a tapar los agujeros que nos hacían las distintas medidas que tomasen los demás países. Nosotros no teníamos iniciativa.

No es tan criticable el procedimiento, porque también suele ser una forma de proceder, quizás explicable, pues los pequeños países no pueden tener en el orden de la política internacional objetivos muy activos ni muy grandes; pero tienen que tener algún objetivo.

Yo no digo que nos vamos a poner nosotros a establecer objetivos extracontinentales para imponer nuestra voluntad a los rusos, a los ingleses o a los norteamericanos; no, porque eso sería torpe.

Vale decir que en esto, como se ha dicho y sostenido tantas veces, hay que tener la política de la fuerza que se posee o la fuerza que se necesita para sustentar una política.

Nosotros no podemos tener lo segundo y, en consecuencia, tenemos que reducirnos a aceptar lo primero, pero dentro de esa situación podemos tener nuestras ideas y luchar por ellas para que las cancillerías, que juegan al estilo del siglo XVIII, no nos estén dominando con sus sueños fantásticos de hegemonía, de mando y de dirección.

 

Ponerse adelante

 

Para ser país monitor -como sucede con todos los monitores- ha de ser necesario ponerse adelante para que los demás lo sigan. El problema es llegar cuanto antes a ganar la posición o la colocación y los demás van a seguir aunque no quieran. De manera que la hegemonía no se conquista. Por eso nuestra lucha no es, en el orden de la política internacional, por la hegemonía de nadie, como lo he dicho muchas veces, sino simplemente y llanamente la obtención de lo que conviene al país en primer término; en segundo término, lo que conviene a la gran región que encuadra el país y, en tercer término, el resto del mundo, que ya está más lejano y a menor alcance de nuestras previsiones y de nuestras concepciones.

Por eso, bien claramente entendido, como lo he hecho en toda circunstancia, para nosotros, primero la República Argentina, luego el continente y después el mundo. En esa posición nos han encontrado y nos encontrarán siempre, porque entendemos que la defensa propia está en nuestras manos; que la defensa diremos relativa, está en la zona continental que defendemos y en que vivimos, y que la absoluta es un sueño que todavía no ha alcanzado ningún hombre ni nación alguna de la tierra. Vivimos solamente en una seguridad relativa, pensando, señores, en la idea fundamental de llegar a una unión en esta parte del continente.
Habíamos pensado que la lucha del futuro será económica; la historia nos demuestra que ningún país se ha impuesto en ese campo, ni en ninguna lucha, si no tiene en sí una completa, diremos, unidad económica.

Los grandes imperios, las grandes naciones, han llegado desde los comienzos de la historia hasta nuestros días, a las grandes conquistas, sobre la base de una unidad económica. Y yo analizo que si nosotros soñamos con la grandeza -que tenemos obligación de soñar- para nuestro país, debemos analizar primordialmente ese factor en una etapa del mundo en que la economía pasará a primer plano en todas las luchas del futuro.

 

El A.B.C.

 

La República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo, no tiene tampoco unidad económica; Chile solo, tampoco tiene unidad económica; pero estos tres países unidos conforman quizá en el momento actual la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva. Estos son países reserva del mundo.

Los otros están quizá a no muchos años de la terminación de todos sus recursos energéticos y de materia prima; nosotros poseemos todas las reservas de las cuales todavía no hemos explotado nada.

Esa explotación que han hecho de nosotros, manteniéndonos para consumir lo elaborado por ellos, ahora en el futuro puede dárseles vuelta, porque en la humanidad y en el mundo hay una justicia que está por sobre todas las demás justicias, y que algún día llega. Y esa justicia se aproxima para nosotros; solamente debemos tener la prudencia y la sabiduría suficientes para prepararnos a que no nos birlen de nuevo la justicia, en el momento mismo en que estamos por percibirla y por disfrutarla.

Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina.

Es indudable que, realizada esta unión, caerán en su órbita los demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separados o juntos, sino en pequeñas unidades.

 

Vargas e Ibáñez

 

Apreciado esto, señores, yo empecé a trabajar sobre los pueblos. Tampoco olvidé de trabajar a los gobiernos, y durante los siete años del primer gobierno, mientras trabajábamos activamente en los pueblos, preparando la opinión para bien recibir esta acción, conversé con los que iban a ser presidentes, por lo menos, en los dos países que más nos interesaban: Getulio Vargas y el General Ibáñez.

Getulio Vargas estuvo total y absolutamente de acuerdo con esta idea y en realizarla tan pronto él estuviera en el gobierno; Ibáñez me hizo exactamente igual manifestación, y contrajo el compromiso de proceder lo mismo.

Yo no me hacía ilusiones porque ellos hubieran prometido esto para dar el hecho por cumplido porque bien sabía que eran hombres que iban al gobierno y no iban a poder hacer lo que quisieran, sino lo que pudieran. Sabía bien que un gran sector de esos pueblos se iba a oponer tenazmente a una realización de este tipo, por cuestiones de intereses personales y negocios, más que por ninguna otra causa. Cómo no se van a oponer los ganaderos chilenos a que nosotros exportemos sin medida ganado argentino! ¡Y cómo no se van a oponer a que solucionemos todos los problemas fronterizos para la interacción de ganado, los acopiadores chilenos, cuando una vaca o un novillo, a un metro de la frontera chilena hacia el lado argentino, vale diez mil pesos chilenos, y a un metro hacia Chile de la frontera argentina, vale veinte mil pesos chilenos Ese que gana los diez mil pesos no va a estar de acuerdo nunca con una unidad de ese tipo.

Cito este caso grosero para que los señores intuyan toda la gama inmensa de intereses de todo orden que se desgranan en cada una de las cosas que come el pobre «roto» chileno y que producen ellos.

Ese mismo fenómeno sucede con el Brasil.

Por esta razón nunca me hice demasiadas ilusiones sobre las posibilidades de ello; por eso seguimos trabajando por estas uniones, porque ellas deberán venir por los pueblos.

Nosotros tenemos muy triste experiencia de las uniones que han venido por los gobiernos; por lo menos, ninguna en ciento cincuenta años ha podido cristalizar en alguna realidad.

Probemos el otro camino que nunca se ha probado para ver si, desde abajo, podemos ir influyendo en forma determinante para que esas uniones se realicen.

Señores: sé también que el Brasil, por ejemplo, tropieza con una gran dificultad: ltamaraty, que constituye una institución supergubernamental. ltamaraty ha soñado, desde la época de su emperador hasta nuestros días, con una política que se ha prolongado a través de todos los hombres que han ocupado ese difícil cargo en el Brasil.

Ella los había llevado a establecer un arco entre Chile y el Brasil; esa política debe ser vencida con el tiempo y por un buen proceder de parte nuestra.
Debe desmontarse todo el sistema de ltamaraty, deben desaparecer esas excrecencias imperiales que constituyen, más que ninguna otra razón, los principales obstáculos para que Brasil entre a una, diremos, unión verdadera con la Argentina.

Nosotros con ellos no tenemos ningún problema, como no sea ese sueño de la hegemonía, en el que estamos prontos a decirles: son ustedes más grandes, más lindos y mejores que nosotros, no tenemos ningún inconveniente.

Nosotros renunciamos a todo eso, de manera que ese tampoco va a ser un inconveniente. Pero es indudable que nosotros creíamos superado en cierta manera ese problema.

Yo he de contarles a los señores un hecho que pondrá perfectamente en evidencia cómo procedemos nosotros y por qué tenemos la firme convicción de que al final vamos a ganar nosotros, porque procedemos bien. Porque los que proceden mal son los que sucumben víctimas de su propio mal procedimiento: por eso, no emplearemos en ningún caso ni los subterfugios, ni las insidias, ni las combinaciones raras, que emplean algunas cancillerías.

 

Conciencia internacional

 

Cuando Vargas subió al gobierno me prometió a mi que nos reuniríamos en Buenos Aires o en Río y haríamos ese tratado que yo firmé con Ibáñez después: el mismo tratado.

Ese fue un propósito formal que nos habíamos trazado. Más aún, dijimos: Vamos a suprimir las fronteras, si es preciso. Yo agarraba cualquier cosa, porque estaba dentro de la orientación que yo seguía y de lo que yo creía que era necesario y conveniente.

Yo sabía que acá yo lo realizaba, porque cuando le dijera a mi pueblo que quería hacer eso, sabía que mi pueblo quería lo que yo quería en el orden de la política internacional, porque ya aquí existe una conciencia político-internacional en el pueblo, y existe una organización. Además la gente sabe que, en fin, tantos errores no cometemos, de manera que tiene también un poco de fe en lo que hacemos.

Más tarde Vargas me dijo que era difícil que pudiéramos hacerlo tan pronto, porque él tenía una situación política un poco complicada en las Cámaras y que antes de dominarlas quería hacer una conciliación. Es difícil eso en política; primero hay que dominar y después la conciliación viene sola. Son puntos de vista; son distintas maneras de pensar.

El siguió un camino distinto y nombró un gabinete de conciliación, vale decir, nombró un gabinete donde por lo menos las tres cuartas partes de los ministros eran enemigos políticos de él y que servirían a sus propios intereses y no a los del gobierno.

Claro que él creyó que esto en seis meses le iba a dar la solución; pero cuando pasaron los seis meses el asunto estaba más complicado que antes. Naturalmente, no pudo venir acá; no pudo comprometerse frente a su Parlamento y frente a sus propios ministros a realizar una tarea que implicaba ponerse los pantalones y jugarse una carta decisiva frente a la política internacional mundial, a su pueblo, a su Parlamento y a los intereses que había que vencer.

Naturalmente, yo esperé. En ese ínterin es elegido presidente el general Ibáñez; la situación de él no era mejor que la situación de Vargas, pero en cierta manera llegaba plebiscitado en todo lo que se puede ser plebiscitado en Chile, con elecciones muy su géneris, porque alía se inscriben los que quieren, y los que no quieren no; es una cosa muy distinta la nuestra. Pero él llega al gobierno naturalmente. Tan pronto llega al gobierno, yo, conforme con lo que habíamos conversado, lo tanteé. Me dijo: “De acuerdo; lo hacemos. ¡Muy bien!” El general fue más decidido, porque los generales solemos ser más decididos que los políticos. Pero antes de hacerlo, como tenía un compromiso con Vargas, le escribí una carta que le hice llegar por intermedio de su propio embajador, a quien llamé y dije:«Vea, usted tendrá que ir a Río con esta carta y tendrá que explicarle todo esto a su presidente. Hace dos años nosotros nos prometimos realizar este acto. Hace más de un año y pico que lo estoy esperando, y no puede venir. Yo le pido autorización a él para que me libere de ese compromiso de hacerlo primero con el Brasil y me permita hacerlo primero con Chile. Claro que le pido esto porque creo que estos tres países son los que deben realizar la unión”

El embajador va allá y vuelve y me dice, en nombre de su presidente, que no solamente me autoriza a que vaya a Chile liberándome del compromiso, sino que me da también su representación para que lo haga en nombre de él en Chile. Naturalmente ya sé ahora muchas cosas que antes no sabía; acepté sólo la autorización, pero no la representación.

Fui a Chile, llegué allí y le dije al general Ibáñez: «Vengo aquí con todo listo y traigo la autorización del presidente Vargas, porque yo estaba comprometido a hacer esto primero con él y con el Brasil; de manera que todo sale perfectamente bien y como lo hemos planeado, y quizá al hacerse esto se facilite la acción de Vargas y se vaya arreglando así mejor el asunto».

Llegamos, hicimos allá con el ministro de Relaciones Exteriores todas esas cosas de las cancillerías, discutimos un poco -poca cosa- y llegamos al acuerdo, no tan amplio como nosotros queríamos, porque la gente tiene miedo en algunas cosas y, es claro, salió un poco retaceado, pero salió. No fue tampoco un parto de los montes, pero costó bastante convencer, persuadir, etc.

Y al día siguiente llegan las noticias de Río de Janeiro, donde el ministro de Relaciones Exteriores del Brasil hacía unas declaraciones tremendas contra el Pacto de Santiago: que estaba en contra de los pactos regionales, que ése era la destrucción de la unanimidad panamericana. Imagínense la cara que tendría yo al día siguiente cuando fui y me presenté al presidente Ibáñez. Al darle los buenos días, me preguntó: “¿Qué me dice de los amigos brasileños?”

Naturalmente que la prensa carioca sobrepasó los límites a que había llegado el propio ministro de Relaciones Exteriores, señor Neves de Fontoura. Claro, yo me callé; no tenía más remedio. Firmé el tratado y me vine aquí.

Cuando llegué me encontré con Gerardo Rocha, viejo periodista de gran talento, director de O Mundo en Río, muy amigo del presidente Vargas, quien me dijo: Me manda el presidente Vargas para que le explique lo que ha pasado en el Brasil. Dice que la situación de él es muy difícil: que políticamente no puede dominar, que tiene sequías en el norte, heladas en el sur; y a los políticos los tiene levantados; que el comunismo está muy peligroso, que no ha podido hacer nada; en fin, que lo disculpe, que él no piensa así y que si el ministro ha hecho eso, que él tampoco puede mandar al ministro.

Yo me he explicado perfectamente bien todo esto; no lo justificaba, pero me lo explicaba por lo menos. Naturalmente, señores, que planteada la situación en estas circunstancias, de una manera tan plañidera y lamentable, no tuve más remedio que decirle que siguiera tranquilo, que yo no me meto en las cosas de él y que hiciera lo que pudiese, pero que siguiera trabajando por esto.

Bien, señores, yo quería contarles esto, que probablemente no lo conoce nadie más que los ministros y yo; claro está que son todos documentos para la historia, porque yo no quiero pasar a la historia como un cretino que ha podido realizar esta unión y no la ha realizado. Por lo menos quiero que la gente piense en el futuro que si aquí ha habido cretinos, no he sido yo sólo; hay otros cretinos también como yo, y todos juntos iremos en el baile del cretinismo.

 

Política de unión

 

Pero lo que yo no quería es dejar de afirmar, como lo haré públicamente en alguna circunstancia, que toda la política argentina en el orden internacional ha estado orientada hacia la necesidad de esa unión, para que cuando llegue el momento en que seamos juzgados por nuestros hombres -frente a los peligros que esta disociación producirá en el futuro-, por lo menos tengamos el justificativo de nuestra propia impotencia para realizarla.
Sin embargo, yo no soy pesimista; yo creo que nuestra orientación, nuestra perseverancia, va todos los días ganando terreno dentro de esta idea, y estoy casi convencido de que un día lo hemos de realizar todo bien y acabadamente, y que tenemos que trabajar incansablemente por realizarlo. Ya se acabaron las épocas del mundo en que los conflictos eran entre dos países. Ahora los conflictos se han agrandado de tal manera y han adquirido tal naturaleza que hay que prepararse para los ‘grandes conflictos’ y no para los pequeños conflictos.

Esta unión, señores, está en plena elaboración; es todo cuanto yo podría decirles a ustedes como definitivo.

Estamos trabajándola, y el éxito, señores, ha de producirse; por lo menos, nosotros hemos preparado el éxito, lo estamos realizando, y no tengan la menor duda de que el día que se produzca yo he de saber explotarlo con todas las conveniencias necesarias para nuestro país, porque, de acuerdo con el aforismo napoleónico, el que prepara un éxito y 16 conquista, difícilmente no sabe sacarle las ventajas cuando lo ha obtenido.
En esto, señores, estoy absolutamente persuadido de que vamos por buen camino. La contestación del Brasil, buscando desviar su arco de Santiago a Lima, es solamente una contestación ofuscada y desesperada de una cancillería que no interpreta el momento y que está persistiendo sobre una línea superada por el tiempo y por los acontecimientos; eso no puede tener efectividad.

La lucha por las zonas amazónicas y del Plata no tiene ningún valor ni ninguna importancia; son sueños un poco ecuatoriales y nada más. No puede haber en ese sentido ningún factor geopolítico ni de ninguna otra naturaleza que pueda enfrentar a estas dos zonas tan diversas en todos sus factores y en todas sus características.

 

La integración latinoamericana

 

Aquí hay un problema de unidad que está por sobre todos los problemas, y en estas circunstancias, quizá muy determinantes, de haber nosotros solucionado nuestros entredichos con Estados Unidos, tal vez esto favorezca en forma decisiva la posibilidad de una unión continental en esta zona del continente americano.

Señores: como ha respondido el Paraguay, aunque es un pequeño país; como irán respondiendo otros países del continente, despacito, sin presiones y sin violencias de ninguna naturaleza, así se va configurando ya una suerte de unión.

Las uniones deben realizarse por el procedimiento que es común; primeramente hay que conectar algo; después las demás conexiones se van formando con el tiempo y con los acontecimientos.

Chile, aun a pesar de la lucha que debe sostener allí, ya está unido con la Argentina.

El Paraguay se halla en igual situación. Hay otros países que ya están inclinados a realizar lo mismo. Si nosotros conseguimos ir adhiriendo lentamente a otros países, no va a tardar mucho en que el Brasil haga también lo mismo, y ése será el principio del triunfo de nuestra política.
La unión continental sobre la base de la Argentina, Brasil y Chile está mucho más próxima de lo que creen muchos argentinos, muchos chilenos y muchos brasileños; en el Brasil hay un sector enorme que trabajó por esto.

Lo único que hay que vencer son intereses; pero cuando los intereses de los países entran a actuar, los de los hombres deben ser vencidos por aquellos; ésa es nuestra mayor esperanza.

Hasta que esto se produzca, señores, no tenemos otro remedio que esperar y trabajar para que se realice: y esa es nuestra acción y esa es nuestra orientación.


Muchas gracias.

  


  

ANEXO VI

 

EL PLAN MARSHALL

Juan Domingo Perón

Fragmento de Los Vendepatria, Caracas, 1957

 

 

 

No deseo ofender a nadie, sino explicar algunas cuestiones económicas de dominio común, que, como en el caso del conejo que sale de la galera, son interesantes sólo hasta que nos explican el truco.

Si, de acuerdo con el aforismo disraélico, la amistad entre los países debe venir por la unión de los intereses permanentes, la cooperación entre los Estados que componen el Continente no puede seguir otro camino. La única manera de asegurar esa amistad permanente es la mutua conveniencia. Cuando las ventajas y beneficios sean unilaterales, no pueden tener larga vida. Cuando una de las partes, mediante la habilidad o el engaño, consigue sacar ventajas, logrará un beneficio inmediato pero no una amistad y menos una cooperación permanente.

El error es confiar la solución de tan importante asunto a los intereses privados, muchas veces en manos de negociantes inescrupulosos, no puede acarrear sino graves inconvenientes para una real y efectiva cooperación continental.

Cuando se trata de ayuda técnica o de cooperación económica, el Estado no puede estar ausente para asegurar la ecuanimidad y con ello proteger la permanencia. Si el interés de los privados está en los beneficios financieros, el objetivo del Estado es el progreso del país y la solidaridad continental. Ambos tienen intereses irrenunciables.

Proceder de otra manera, es entregar a los intereses especulativos ocasionales la solución de un problema permanente que debe interesarnos a todos si, en realidad, estamos decididos de buena fe a una unión efectiva y duradera. No hablamos del pésimo efecto que produce cuando un Gobierno o una embajada aparecen detrás de esos intereses, a menudo espurios, o cuando se produce una protesta «formal» o «informal» contra las medidas legales que se toman para evitar perjuicios indignantes e injustos.

Mucho más conveniente resulta aún cuando se insiste en defender la explotación indebida por medio de medidas inadecuadas, como resultan las campañas publicitarias, la difamación y la calumnia contra los hombres que no se prestan a ella.

Contra todos estos procedimientos, que se critican en este capitulo, debemos reaccionar todos los que de buena fe anhelamos soluciones y no problemas. En la economía, como en la política de nuestros tiempos, el engaño tiene piernas cortas.

 

Cooperación Económica y Aporte de Capitales

 

Uno de los problemas que más parece afligir a la América Latina es su desarrollo demográfico demasiado lento y la infracapitalización de las economías respectivas. Problema que ha sido también la preocupación de los grandes centros financieros mundiales en las actuales circunstancias. Aunque, en esto sucede como en las oligarquías, que primero se hacen los pobres, para inventar después la beneficencia.

Las guerras y las crisis ideológicas que el mundo vive, han sido motivo de grandes destrucciones de valores económicos y, cuando estos fenómenos ocurren, todos pagamos algo de las consecuencias. Un sistema de «vasos comunicantes» reparte los perjuicios, aunque ese mismo sistema no existe para repartir beneficios. Este es uno de los primeros «trucos» del sistema de prestidigitación económica de uso corriente. Mediante este hecho, la descapitalización se ha acentuado en muchos países, agravando el problema.

Los países centro y sud americanos han acusado en mayor medida este impacto como consecuencia de la ayuda económica, casi unilateral, que desde la terminación de la guerra, ha sido dirigida a Europa y la falta de una cooperación efectiva en el Continente, en un plan orgánico de explotación e industrialización de sus recursos. El «Plan Marshall» fue un verdadero azote para la economía latinoamericana. Cerró toda posibilidad de colocación de sus excedentes, ante un verdadero «dumping» estadounidense que constituyó, para países como la Argentina, con extensión o sin ella, una verdadera agresión a su economía que provocó grandes dificultades en 1948.

Pero esto, aun puede ser considerado como una cuestión que, aunque inamistosa, es corriente en el comercio inescrupuloso y los perjuicios pueden cargarse a «ganancias y pérdidas». Sin embargo, hay casos de perjuicios que se originan en falta de seriedad y aun de honradez comercial, muchos de los cuales han traído quebrantos irreparables para nuestras pobres economías. En 1945, cuando terminó la guerra, Estados Unidos debía a la Argentina aproximadamente dos mil millones de dólares y Gran Bretaña unos tres mil quinientos millones (117 millones de libras) en concepto de abastecimiento de productos no compensados. Esos créditos fueron «bloqueados» al terminar la guerra. En otras palabras, los deudores se negaban a pagar, no cubrían interés alguno y entre tanto, elevaban los precios de las manufacturas con que debían pagar, en forma que ese crédito argentino bloqueado se «evaporaba» a menos de la mitad. Este fue otro «truco» que nos costó más de dos mil quinientos millones de dólares.

Pero, aún extremando nuestra complacencia, ante estos inauditos casos de descapitalización evidente, por tratarse de actos fortuitos aunque frecuentes, no podemos decir lo mismo sobre la sistemática descapitalización que se realiza, precisamente, con el pretexto de la capitalización. En el aporte de capitales sucede lo mismo que en el humano: la emigración es un fenómeno de los países superpoblados, impuesto por el desequilibrio demográfico y que les acarrea una disminución de su potencial humano. Para evitarlo, como recurso de buena fe, los países emigratorios sostienen la tesis de la nacionalidad de origen, sujeta a la legislación de los países de inmigración.

Hasta aquí estamos en lo lícito y de buena fe. Sin embargo, hay también movimientos migratorios destinados a realizar una invasión pacífica o reivindicar minorías con fines encubiertos de secesión, de corte agresivo o imperialista. Este recurso es ilícito y de mala fe.

Lo propio ocurre con la emigración de capitales, que siendo un fenómeno natural de países supercapitalizados, constituyen un debilitamiento de su potencial financiero. Lo lícito y de buena fe sería sostener la nacionalidad de origen, sujeta a la legislación de los países en que el capital actúa. Es ilícito y de mala fe desarticular, explotar, subordinar o descapitalizar a una economía para colonizar económicamente a las naciones que lo albergan.

Así como la inmigración resulta un medio conveniente para el adelanto de los países infrapoblados, el aporte de capitales resulta un factor beneficioso para las naciones insuficientemente evolucionadas, a condición de que ambas cosas sean de buena te. Porque así como la penetración humana de grupos inadaptables o minorías invasoras es un peligro y una rémora para los países, la incorporación de capitales de explotación y especulación constituye un azote para la economía de los países en formación. La liberalidad en lo económico-financiero no puede exceder las conveniencias nacionales porque, de lo contrario, se traducen en perjuicios y no en beneficios. La insistencia en mantener los métodos, que se ha demostrado que son perniciosos, no puede tener otro fin que la especulación inconveniente.

La América Latina, no se encuentra descapitalizada porque sus poblaciones no hayan sabido ahorrar y capitalizar, desde que el capital es trabajo acumulado y aquí se ha trabajado mucho, sino porque los vendepatria han actuado en forma de permitir nuestra descapitalización o la ignorancia de muchos ha sido en beneficio de otros. Pero hoy el problema es suficientemente conocido y los remedios comienzan a aparecer. Citaré sólo dos ejemplos que pertenecen, uno, al Presidente Vargas del Brasil y otro al Presidente Perón de la Argentina, ambos, naturalmente, considerados como «totalitarios».

En 1952, el Presidente Vargas firmó un decreto por el que se restringía el registro de capitales extranjeros en el Brasil a aquellos traídos realmente desde el exterior y que limita las remesas de utilidades al ocho por ciento anual de dichos capitales. El decreto dice concretamente que el capital extranjero con derecho a retornar es solamente aquel que proviene del exterior y ha sido registrado como tal en el Banco del Brasil. Autoriza también al mencionado Banco a revisar todos los capitales registrados y todas las remisiones hechas en el pasado y dice que todas las remisiones que excedan del ocho por ciento anual del capita extranjero registrado serán consideradas como retorno del capital original y deducidas de las inversiones de capital extranjero.

Aseguró Vargas el 1 de enero de 1952 que, el Banco del Brasil había autorizado remisiones de más del ocho por ciento anual y que había permitido a las compañías capitalizar su exceso de utilidades como capital extranjero. A consecuencia de ello se registraron catorce mil millones de cruceiros indebidamente y eso ha dado como resultado un escandaloso e ilegal aumento de las inversiones a más del doscientos por ciento, o sea de 432 millones de dólares a 1.253 millones, aumento que está desangrando al país, por la excesiva demanda de di-visas extranjeras para cubrir los envíos financieros para pagar el ocho por ciento de las utilidades, que aumentan como una bola de nieve.

La República Argentina, como el Brasil, ha sido sometida durante un siglo a este tormento financiero y, sin embargo, los «famosos economistas» que nos gobernaron, pretenden aún seguir siendo famosos.

  


 

ANEXO VII

 

CARTA AL PRESIDENTE KENNEDY

Juan Domingo Perón, Madrid, Julio de 1962

 

Mr. John Fitzgerald Kennedy

Presidente de los Estados Unidos de América

 

Con motivo del Congreso de la O.E.A., a celebrarse en Punta del Este, República Oriental del Uruguay, donde no se escuchará la voz auténtica del pueblo argentino, he considerado necesario, por intermedio de ésta, en apretada síntesis, hacerle conocer la opinión del mismo.

Hace pocos días, Usted Señor Presidente, ha afirmado con evidente buen juicio, que los problemas latinoamericanos tienen su solución en la Justicia social.
Hace quince años, los justicialistas en la República Argentina afirmamos lo mismo y lo hicimos doctrinaria y acabadamente en realizaciones fehacientes. Estados Unidos e Inglaterra colaboraron para que fuéramos derribados del gobierno, donde estábamos, elegidos por una mayoría sin precedentes en la historia política del país. De estas incongruencias suele estar empedrado el camino que conduce al fracaso. Las consecuencias no pueden cambiar porque hayan variado los presidentes de los Estados Unidos y usted debe cargar con el lastre tan negativo de sus predecesores. En los últimos quince años la República Argentina no ha recibido de Norteamérica sino perjuicios, tanto cuando nos bloquearon en 1947 como cuando la invadieron sus compañías petroleras en 1959.

Muchas veces he oído a funcionarios americanos preguntarse por la causa de la aversión que los pueblos iberoamericanos sienten por su país y su gobierno.

 

Esta es la hora de los pueblos

 

La explicación es demasiado compleja y larga de enumerar aunque implícitamente puede condensársela en pocas palabras: los días que corren comienzan ya a ser la «hora de los pueblos» anunciada por el Justicialismo hace más de quince años; los Estados Un idos hasta ahora se han dedicado a «ganar gobiernos» (o a comprarlos), en tanto Rusia ha tratado de conquistar los pueblos. Los pueblos son los permanentes mientras los gobiernos son circunstanciales. Las consecuencias se comienzan ya a percibir no sólo en Europa, Asia y África, sino también en Latinoamérica. Esa es una de las principales razones para que los pueblos vean en los Estados Unidos a un enemigo, como enemigo es a menudo el gobierno que apoyan, en tanto Rusia gana en los pueblos cada día mayor número de amigos.

Uno de los peores males que azotan al pueblo y al gobierno norteamericano son sus agencias de noticias y sus cadenas publicitarias, que actúan en todo el continente, dirigidas por la Sociedad Interamericana de Prensa (S.l.P.). No es secreto para nadie que tales agencias y cadenas sirven normalmente intereses muchas veces inconfesables y que detrás de su acción publicitaria no hay más que sofismas y falsedades al servicio de tales intereses. Una prédica dañina de tales órganos de opinión ha pretendido, aunque sin éxito, envenenar a la opinión pública contra las tendencias populares y los hombres que lealmente las servían, utilizando la circulación de infundios y calumnias de todo orden mal disimuladas en las noticias que transmiten, sin percatarse del mal que con ello se hacían a si mismas y a su país. Las consecuencias de tal conducta han recaído sobre los Estados Unidos a quienes se cargan (tal vez injustamente) las culpas de la ignominia de sus órganos publicitarios.

Esas agencias y cadenas publicitarias reciben el castigo que corresponde a todos los falsarios: que cuando dicen la verdad, nadie la cree. Sin embargo, el mal está causado porque han conseguido crear un clima ficticio sobre una realidad que es totalmente diferente, induciendo al pueblo y al gobierno norteamericanos en un error que a menudo resulta funesto, desde que el hombre procede tan bien como bien informado está. Cuando el engaño es colectivo el perjuicio es sólo para el engañado y muchos de los errores de la política internacional americana tienen su explicación en ese falso panorama informativo.

El caso de la República Argentina es altamente ilustrativo al respecto: en 1946, con la ascensión al poder del Movimiento Justicialista, se inicia en el país una verdadera revolución social que lleva a su frente las tres banderas que constituyen la aspiración del pueblo argentino: la justicia social, la independencia económica y la soberanía política. De nuestras inmensas realizaciones materiales están en el país los testimonios más elocuentes, pero lo que constituye nuestro mayor orgullo es la obra social realizada que llevó un país medieval a ser uno de los estados socialmente más avanzados y poseer uno de los standards de vida relativamente más elevados. Gobernamos con la constitución y la ley y el pueblo afirma aún hoy que el gobierno justicialista aseguró diez años de felicidad y el setenta por ciento de la población era justicialista. Hoy, después de seis años de violencia, arbitrariedad y concupiscencia gubernamental, podemos asegurar que ese porcentaje ha aumentado.

Sin embargo, una despiadada campaña publicitaria realizada por las agencias norteamericanas de noticias, apoyada por el mismo Gobierno de los Estados Unidos, se encargó de difundir por el mundo las mayores calumnias e infamias contra nuestro régimen constitucional como preparación para una acción revolucionaria que, con suficiente evidencia, sabemos fue costeada, apoyada y dirigida por Gran Bretaña. Durante los diez años de nuestro Gobierno sentimos el ataque permanente y la persecución más enconada tanto del «State Department» como del «Foreign Office», que fueron desde el bloqueo implícito hasta el sabotaje más abierto y descarado. Ahora, nos preguntamos, si ante semejante evidencia, el pueblo argentino y su único gobierno realmente representativo, deben seguir amando a sus detractores y destructores.

 

El cuartelazo de 1955

 

Pero ahí no termina todo. En 1955 se produce en nuestro país un «cuartelazo» que tiene evidente mandato foráneo, cuyas consecuencias no podían ser otras que el desorden, el hambre y la miseria que actualmente está sufriendo su pueblo, porque al desgobierno de la dictadura de Aramburu le ha sucedido una banda de asaltantes políticos que constituye el peor azote que recuerda la historia política argentina. La caída del peronismo, producto de la confabulación de la oligarquía capitalista con los intereses foráneos, no ha podido dar otro resultado que el que está a la vista. Cuando en 1955 al decir de nuestros críticos la situación «era mala», poseíamos una reserva financiera de 750 millones de dólares en caja, un encaje áureo de 850 millones de la misma moneda, no teníamos deuda externa y nuestro comercio exterior se desenvolvía con ventaja merced a los convenios bilaterales. Han pasado sólo seis años desde el día en que fuimos despojados del gobierno y, en ese lapso, se han dilapidado la reserva financiera y la reserva de oro y se ha contraído una deuda exterior de más de 3.000 millones de dólares, después de haber desorganizado el país e imposibilitado la comercialización de su producción. Pero eso no es todo: también se ha perdido toda dignidad y como en los tristes días del «Pacto Runciman-Roca», mendicantes argentinos suelen deambular por los despachos europeos y norteamericanos en procura de alguna limosna que lleva implícito una confesión de incapacidad y desvergüenza.
Pero, si en lo internacional la situación económica es mala en lo interno, es aun peor. Mientras nosotros disponíamos de un presupuesto nacional que no pasaba nunca de los 20.000 millones de pesos, que todos los años cerrábamos con superávit, en la actualidad se dispone de uno no inferior a los 135.000 millones que, por falta de financiación, cierra con casi un 50% de déficit, que en los cinco años pasados se ha ido acumulando como deuda fluctuante. Por eso, la deuda interna que en 1955, totalmente consolidada, llegaba sólo a los 11.000 millones de pesos, alcanza hoy cifras imposibles aún de calcular. La circulación monetaria que era entonces de 28.000 millones de pesos, pasa hoy los 130.000 millones y, en consecuencia, el valor del peso ha disminuido a menos de la cuarta parte, a pesar de las inyecciones de dólares, que a manera de aspirinas, se hace todos los días en el mercado de monedas argentino.
Los inconcebibles negociados que llevaron a las concesiones petroleras destruyeron toda posibilidad de resolver económicamente el problema de los combustibles.

Bastaría considerar para comprenderlo, que el petróleo cuyo precio internacional no pasa de los diez dólares la tonelada, cuesta en la Argentina alrededor de los 17 dólares en la boca del pozo. Si a eso se le agrega que el gobierno argentino se obligó por contrato a proveer cambio a razón de 40 pesos por dólares (cuando en realidad está sobre los 30 pesos) se podrá apreciar lo que puede resolver la extracción leí petróleo argentino.

Los servicios financieros que el gobierno argentino debe servir cada año para satisfacer los giros de las empresas extranjeras y las obligaciones contraídas por los aprovechados negociadores del petróleo, es o que está descapitalizando al país y sumiendo al pueblo en la miseria y el dolor. La contrapartida son los empréstitos, remedio que resulta peor que la enfermedad, el peor error que comete el gobierno de os Estados Unidos al concederlos, porque la mitad de su valor se pierde por sobrevaloración del dólar con respecto a su valor adquisitivo, por el aumento de precios producido por falta de licitación internacional, por la pérdida de seguros y fletes y la otra mitad que resta, es generalmente víctima de la codicia de los funcionarios y políticos deshonestos. Pero, al final, el pueblo que no recibe beneficio alguno y que debe pagarlo todo con crecidos intereses, termina condenando al prestatario que, para él, ha resultado un vulgar usurero.
Yo tengo autoridad moral para decirlo y sostenerlo porque en 1945, cuando me hice cargo del gobierno, declaré que «me cortaría la mano antes que firmar un empréstito» y en los diez años que goberné al país, no solo no se contrató ningún empréstito, sino que se pagó una deuda externa que tenía el país y que pasaba de los 3.500 millones de dólares, cumplimos todos nuestros compromisos, realizamos una amplia justicia social, dimos diez años de felicidad al pueblo argentino, organizamos nuestra riqueza y estabilizamos nuestra economía tanto en lo interno como en lo internacional.

 

Hambre, injusticia y arbitrariedad para el pueblo

 

Pero, es tan grande el engaño o la mala fe, que a menudo se sostiene que la dictadura de Aramburu y el «gobierno» de Frondizi han ‘mejorado la situación económica de la Argentina». El pueblo argentino sabe bien que es todo lo contrario porque lo experimenta en su bolsillo y en su estómago, vísceras suficientemente sensibles como para influenciarías con la falsa propaganda. Si estas afirmaciones falsas e insidiosas provienen de funcionarios del Gobierno de los Estados Unidos, como a menudo sucede, ¿cómo se pretende que no sufra ‘u prestigio ante los pueblos que conocen la verdad y que generalmente las atribuye a móviles inconfesables en defensa de intereses espurios?

Sin embargo, el problema argentino, como el de casi todos los pueblos iberoamericanos, no es simplemente económico como muchos se empeñan en considerar y que es error en que suele incurrir el materialismo de las tecnocracias. Para fundamentar esta afirmación bastaría pensar que esos pueblos forman parte de un mundo que se encuentra empeñado no sólo en comer, sino también en dilucidar un problema ideológico alrededor del cual se mueven los poderes más formidables que ha conocido la humanidad de todos los tiempos. Esos pueblos saben también que su decisión no depende tanto de ellos como de la que ha de producirse pronto quizá a miles de millas de distancia y luchan en la medida de sus fuerzas cada uno en el bando de su preferencia ideológica o en el que las circunstancias fortuitas terminan por arrojarlos.

Un falso enfoque, mezcla de atraso, ignorancia y mala te, pretende desviar el problema argentino hacia un materialismo suicida, que no es sólo negativo, sino que utiliza también todas las formas de la descomposición moral para satisfacer los apetitos y las pasiones de los círculos del privilegio. El proceso argentino, como el latinoamericano, es el despertar de los pueblos en procura de su propio destino. La explotación de las masas, inicuamente impuesta para servir intereses foráneos, la miseria insidiosamente provocada como medio de someter al pueblo, la injusticia, la arbitrariedad y la violencia, no son sino secuelas del mismo mal que llevan irremisiblemente a la misma consecuencia: la rebelión de las masas. ‘Nuestros gobernantes’, usurpadores del poder del pueblo, simulan buscar la solución de todos los males agitando el fantasma del comunismo y la mala situación económica en procura de fácil y graciosa ayuda financiera, aunque sea a costa de entregar el país a los poderes tenebrosos del capitalismo internacional; otros anhelan que la solución llegue por el advenimiento de un nuevo imperialismo, en tanto no se les ocurre pensar que la única solución ha de llegar con la justicia y la soberanía que seamos capaces de conquistar con nuestro trabajo y nuestro sacrificio.

 

De Colonia a Patria

 

En 1945 recibí una colonia y en 1955 dejé una patria justa, libre y soberana. Cuando observo el panorama que presenta el país en la actualidad y veo entronizadas a la hipocresía y la infamia de unos pocos que escudados en falsas premisas esclavizan preconcebidamente al pueblo con designios ocultos, se me presenta con claridad una diabólica maniobra destinada a provocar concientemente la rebelión de las masas populares hacia objetivos que no son difíciles de desentrañar.

Todo cuando se diga sobre una posible solidaridad de los pueblos iberoamericanos con la causa del capitalismo y sus sistemas, no pasara nunca de ser una falsedad y los gobernantes que lo sostengan, o tratan deliberadamente de engañar, o no representan a su pueblo. Ya es irremisiblemente tarde para obtener semejante solidaridad que puede estar en algunas bocas pero no en sus corazones. Cuando mucho se podrá obtener una prudente tercera posición porque nosotros, los americanos del sud, vemos el problema de muy diverso modo del que lo pueden apreciar los americanos del norte. Para nosotros, el actual estado beligerante del mundo se debe simplemente a que se está dilucidando el signo ideológico que ha de caracterizar al siglo XXI mediante la enconada lucha entre el capitalismo y el comunismo, ambos internacionales. Así el capitalismo defiende las «democracias imperiales» del siglo XIX en tanto el comunismo manifiesta defender las «democracias populares». Es indudable que el siglo XXI será de las democracias sociales porque la historia y la evolución no retroceden. Allí donde no triunfen las tendencias sociales del tipo del justicialismo podrá triunfar el comunismo pero jamás el capitalismo ya perimido. Esta es una verdad que por dura que resulte hay que asimilarla, porque peor es engañarse a si mismo.

Hay que persuadirse también que el comunismo es una doctrina, que podrá o no compartirse pero que, por eso, no dejará de serlo. A las doctrinas sólo se las puede combatir y vencer con otra doctrina mejor. El empleo de la fuerza o de la intriga en sus diferentes formas no están indicadas ni ganarán camino en la solución que se busca. Hasta ahora los Estados Unidos sólo han empleado estas formas equívocas de ejecución y los resultados están a la vista. No es suficiente que el fin que se persiga sea bueno si las formas de ejecución se encargan de demostrar lo contrario.

El error de los altos funcionarios norteamericanos que visitan nuestros países y reciben invariablemente una acogida francamente agresiva está precisamente en creer que todo se puede arreglar mediante esporádicas-ayudas económicas y no quieren concebir ni comprender que se trata de causas más profundas entre las cuales no son las menos importantes los comportamientos de las empresas industriales yanquis asentadas sobre las riquezas naturales de nuestros países, que constituyen verdaderas manchas negras en la historia de las relaciones humanas y comerciales de los Estados Unidos con Hispanoamérica. Otra de las razones que más han influido en la animadversión mencionada es la intervención de los Estados Unidos en los asuntos internos de los países latinoamericanos, de las cuales está plagada la historia de nuestras relaciones.

 

La dictadura y su sucesor

 

Nuestro país que había vivido diez años de tranquilidad, progreso y felicidad justicialista cae de repente en una terrible dictadura militar que trata de someterlo por el terror a base de fusilamientos (los primeros que se producen en el último siglo por causas políticas), persecuciones, genocidios en masa, exilios y prisiones, como toda otra clase de infamias políticas y policiales. Que despojan de sus bienes a todos sus enemigos políticos perjudicando así a millares de ciudadanos, bienes que con la mayor impudicia se reparten entre los altos bonetes de la dictadura. Que derogan la Constitución por decreto y dejan sin efecto todas las reformas sociales realizadas por el justicialismo, para retrotraer la vida del pueblo a las peores épocas de su explotación y su miseria. Entre tanto, Estados Unidos apoya ostensiblemente esta situación con un entusiasmo fuera de todas las reglas y formas habituales en la política internacional, apareciendo a los ojos del pueblo escarnecido como cómplice y causante de todos sus males.

A pesar de ese apoyo descarado, esa dictadura no logra sostenerse en el gobierno y decide llamar a elecciones, a todas luces fraudulentas, proscribiendo previamente a la mayoría del pueblo, al declarar fuera de ley al justicialismo. Es así como se pretende hacer creer que se normaliza la situación argentina a base de cambiar una enormidad con otra enormidad mayor. El seudo «gobierno legal» producto de una opción y no de una elección deja así planteado un conflicto peor. la dictadura militar ha encontrado una puerta de escape a costa de meter al país en un callejón sin salida. Todo esto ha sido apoyado por el Gobierno de los Estados Unidos que lo hacía contra toda justicia y, en cada caso, echándose encima el anatema y el odio de casi todo un pueblo, que por rara coincidencia es uno de los más politizados del mundo.

Hoy, el presidente más desprestigiado de la historia argentina y carente del mínimo de dignidad compatible con esa función, aparece como el personero de los Estados Unidos al que parece no interesarle complicarse con semejante personaje a cambio de ventajas imaginables para el futuro, pero el error es demasiado grosero para que pueda pasar desapercibido al pueblo argentino. Esa gente podrá tener presente, porque algunas circunstancias extraordinarias lo han posibilitado, pero carece en absoluto de porvenir, máxime si como simula está al servicio incondicional del capitalismo y la reacción oligarca. En la República Argentina, si no se hace fraude o se emplea la violencia, vencerá el justicialismo, pero si la reacción utilizando el engaño o la fuerza se lo impide desde el gobierno, vencerá el comunismo en cualesquiera de sus formas pero jamás podrá imponerse la reacción en el futuro argentino. Es una realidad que conocen todos los argentinos y cuyo fatalismo envolverá a unos y a otros en su momento. Así como no nace el hombre que escape a su destino, tampoco los pueblos pueden escapar al suyo.

Como están las cosas en la Argentina no sé si llegaremos nosotros o si llegarán antes los comunistas, pero lo que sí puedo asegurar es que no llegará la reacción. Si las circunstancias fueran forzadas con el abuso de la fuerza o la insidia la entronizara, su vida sería muy efímera porque poco tardaría en ser derribada violentamente por el pueblo, contra el cual es siempre mal negocio luchar. Frondizi ha sido el mejor aliado de los comunistas porque ha creado las condiciones de hambre y miseria necesarias. Los Estados Unidos, complicados con Frondizi y su ‘gobierno’, no han hecho sino fortalecer y extender el odio, ya que éstos no hacen nada impopular sin arrojar antes las culpas a las «presiones yanquis», a la influencia del Fondo Monetario Internacional o a los poderes ocultos de los intereses imperialistas.

El pueblo argentino vive actualmente en la más plena dictadura, bajo los efectos del «estado de sitio» que suprimió todas las garantías constitucionales y del «Plan Conintes» que puso la vida y el honor de los ciudadanos en manos de los más torvos torturadores y asesinos. Así, en nombre de las fuerzas armadas de la República se han asesinado y torturado ciudadanos en escala jamás conocida, se han proscrito millares de hombres públicos y dirigentes políticos y gremiales como asimismo gimen en las cárceles argentinas una multitud de ciudadanos que han sido condenados por tribunales ilegales, en una parodia de justicia que resulta un escarnio para toda conciencia honrada. Se ha creado el delito de opinión y se castiga con prisión o multa a los ciudadanos por poseer retratos de determinadas personas en sus hogares. Se habla de libertad de prensa y el gobierno se ha incautado de todos los diarios, revistas, estaciones de radio y televisión, formando una verdadera cortina de silencio para todo lo que no sea afecto a sus móviles inconfesables. Si sus adversarios políticos publican un libro o un periódico, la policía se incauta de los mismos y reduce a prisión a sus propietarios por orden expresa del gobierno.
En Estados Unidos se pregunta a menudo el porqué del odio que demuestra el pueblo argentino a sus funcionarios que lo visitan; la respuesta no es difícil de comprender si se tiene en cuenta el apoyo a semejantes aberraciones, máxime cuando el propio gobierno argentino hace correr la voz que procede así por la oculta presión de los intereses o el gobierno norteamericano.

 

«Democracia» y «Libertad»

 

Persecución para el pueblo.

El justicialismo, declarado fuera de la ley y perseguido en nombre de la «democracia» y de la «libertad» se ha tonificado y purificado. Lo mismo les ha ocurrido a «nuestros compañeros de suerte» los comunistas, que durante mi gobierno, cuando estaban dentro de la ley, en 1953, no alcanzaron a obtener treinta mil votos en total en las elecciones generales de ese año y que hoy pueden computar guarismos que se acercan al medio millón. Nosotros no somos políticos profesionales ni luchamos por intereses de nuestros dirigentes sino por el bienestar del pueblo y la grandeza de nuestra patria, como tampoco nos interesa que nuestra victoria sea inmediata sino definitiva y permanente. Creemos que si estamos en la verdad triunfaremos y sabemos que si no estamos en ella será mejor que no triunfemos.

El mundo está lanzado en una evolución tremendamente acelerada y la dirección de esa evolución es hacia las democracias sociales, lo que coincide en absoluto con la línea sostenida por la doctrina justicialista dando lugar a que podamos considerar a nuestro Movimiento en la propia naturaleza del desarrollo histórico, en tanto nuestros enemigos colocados en la reacción, con métodos del más crudo reaccionarismo, se han colocado «nadando contra la corriente» y se afanan por vencer mediante hechos políticos circunstanciales carentes en absoluto del sustento que sólo puede dar la línea de la evolución histórica.
El problema argentino no puede ser encarado dentro de los conceptos clásicos porque se trata de un hecho nuevo en la política nativa. Las soluciones a la vista son meras soluciones circunstanciales, carentes de trascendencia histórica, en tanto lo permanente es precisamente el proceso histórico que los políticos parecen haber olvidado. Los hechos políticos son meras formas transitorias cuando no se apoyan en el quehacer histórico que es el permanente y es el dominante. Muchos no han comprendido el justicialismo porque parecen estar viviendo aún en el siglo pasado. La fuerza del justicialismo radica en que su línea intransigente está en la propia naturaleza del desarrollo histórico, mientras que las otras tendencias viven y obran en el plano estricta-mente político. Sus éxitos sólo pueden ser éxitos políticos, sin la gravitación ni la permanencia del quehacer histórico. El quehacer político sólo puede adquirir vivencias cuando tiene como sustento la línea histórica.

Yo pregunto: ¿Si un movimiento popular de gran arraigo como lo es el justicialismo que representa la inmensa mayoría del pueblo, puede permanecer fuera de la ley sin luchar? Y, cerrados todos los caminos de la legalidad, perseguido e imposibilitado de hacer oír su voz, de intervenir en las contiendas electorales y hacer valer sus derechos, ¿puede tener otro camino que el de la conspiración en procura de resolver por la violencia, lo que no puede hacer pacíficamente? Como también pregunto: ¿si todas esas fuerzas justicialistas ven que esa anacrónica situación es apoyada por las grandes potencias occidentales que hacen causa común y sostienen el actual estado de cosas, no se sentirán atraídas por el apoyo que le ofrece el otro bando? Es necesario persuadirse que, en este campo, no se pueden seguir forzando las soluciones con los fáciles expedientes de la arbitrariedad o de la fuerza porque es muy triste el clima de la injusticia para obligar a los pueblos a vivir en él.

De situaciones como ésta, que no son una excepción en el panorama político de Hispanoamérica, no puede ser culpado nadie que no haya intervenido directa o indirectamente en provocarías, pero cuando existe la evidencia de una intervención en la preparación y un apoyo abierto a la continuidad de tal estado de cosas, tampoco puede pretenderse que se libere de responsabilidad a los culpables. Lo sublime de la ecuanimidad no está en los enunciados sino en la ejecución de las acciones. Por eso, cuando se pregunta por las causas del repudio popular a los representantes de los Estados Unidos, será porque los pueblos ni aman ni odian sin una razón muy justificada.

No hay que culpar inconsultamente al comunismo de la agitación de los pueblos, cuando existen otras causas mayores que explican esa agitación, como tampoco hay que ‘fabricar’ un comunista en cada uno de los hombres libres que se rebela ante las injusticias flagrantes. Para remediar los males no existe otro remedio que suprimir las causas que los producen porque el comunismo podrá acentuar los efectos, pero no provocarlos si no existen razones que los determinen.

Los terribles errores cometidos, imputables a todos, lo han sido inspirados más en los intereses y las pasiones que en el buen deseo de alcanzar soluciones ecuánimes y permanentes. La falsa información por falaz e interesada, !a presión de los intereses materiales, la superficialidad de los juicios, la ignorancia y a veces la perversidad, explican muchos de los hechos que hemos presenciado, y que nos están llevando imperceptiblemente al desastre. De ello no se puede culpar siempre al adversario porque los -errores son sólo imputables al que los comete y jamás al adversario que los sabe aprovechar con sabiduría y con prudencia. Ya decía Schlieffen, que para que se alcanzara un éxito como el de Cannas, no era suficiente la existencia de un Aníbal, sino que era indispensable que existiera un Terencio Varrón.

Hasta aquí he tratado de esbozar el problema argentino sin inmiscuirme deliberadamente en los demás países de Ibero América, porque considero que cada uno de ellos representa un problema concreto y un caso particular que no podrá resolverse ni con sistemas colectivos de acción, ni con medidas de orden general, aunque en las formas deberán tenerse presente siempre nuestra común idiosincrasia, que nace de la herencia hispánica que todos llevamos con orgullo en nuestra sangre. La historia de más de veinte siglos caracteriza la virilidad de nuestra estirpe: mansa en el hacer pero indómita en la lucha. Se la puede persuadir pero no obligar, se la puede ganar pero no dominar.

 

La Nación Argentina está hipotecada

 

Señor Presidente: he recorrido casi una vida, que si me ha cargado de años, también me ha cargado de experiencia, sin que mi corazón haya envejecido. No necesito nada, ni tengo ambiciones de ninguna naturaleza, estoy ya casi por sobre de todas las miserias humanas y terrenas, sólo le hablo como argentino y como hombre del pueblo, que siente la responsabilidad de representar a muchos millones de hombres humildes de mi patria, que ve con dolor la acción destructora de los sátrapas que los encarnecen y los explotan sin conciencia. Que ve asimismo como se va llevando un pueblo deliberadamente a la desesperaci6n desde la cual puede tomar cualquier camino. Que también ve como se marcha insensatamente hacia la destrucción de todos los valores morales e institucionales que sostienen nuestra nacionalidad, prostituyendo las instituciones del orden al complicarlas hasta hacerlas instrumento de los peores latrocinios y de as acciones más innobles, para colocarlas finalmente frente al pueblo. Que no puede observar indiferentemente que una banda de asaltantes aprovecha la coyuntura de los empréstitos con que se nos amenaza, para seguir medrando a costa de la hipoteca de la Nación Argentina.

Si se quiere ayudar realmente al pueblo argentino no ha de ser por conducto del gobierno que padece, porque tal ayuda no ha de llegar al pueblo por tan inicuo conducto en forma que tenga nada que agradecer, desde que sus efectos sólo se harán sentir en una mayor abundancia en los círculos causantes y promotores de la actual miseria colectiva, porque ese pueblo que se pretende ayudar, con toda justicia, cuando llegue el día de pagar, podrá protestar por una ayuda que le impone nuevos sacrificios sin haber obtenido ninguno de los beneficios prometidos.

Yo se que se hablará mucho de promoción de la riqueza e impulso a la «maltrecha economía argentina» pero también sé que todo ello es sólo un pretexto para enriquecer más a los allegados al gobierno y a las empresas actualmente causantes de la crisis que soporta la economía popular. Yo sé también que se dirá que no se puede sostener una justicia social sin el respaldo de una potente economía, monserga que vienen escuchando veinte generaciones de explotados y escarnecidos. Yo sé, en fin, que se prometerá todo pero también sé que no se cumplirá nada en beneficio efectivo del pueblo, que es lo que ha de buscarse en forma inmediata.

Para equilibrar la economía argentina, desequilibrada por la acción de seis años de incuria y latrocinios, se necesitará, si se sigue ese camino, no menos de diez años y, en el tren que vamos, dentro de diez años, quién puede saber lo que ya habrá ocurrido. O la ayuda llega al pueblo en forma directa o inmediata o todo esfuerzo será estéril, si no perjudicial. Se impone restablecer la justicia social abolida por la dictadura militar y luego suprimida por el actual gobierno y sin recurrir a medidas expeditivas y directas, nada se podrá hacer. A los Estados Unidos, en las actuales circunstancias, sólo le debe interesar el pueblo argentino, porque de poco le valdrían los títeres que dicen, gobernarlo. Para lograr los fines que se persiguen no es suficiente con disponer de muchos miles de millones de dólares, sino que también es indispensable saberlos emplear para alcanzar los objetivos que se propone.

 

La «ayuda» a la Argentina y los sindicatos

 

¿Qué problema es más grave de cuantos tiene en la actualidad el pueblo argentino? -el de poder vivir con dignidad. ¿Cuál es el estado actual de los hombres de ese pueblo? -el noventa por ciento de ellos se encuentran sumergidos, porque mientras se congelaron sus sueldos y salarios, se han liberado los precios de los artículos esenciales y, en consecuencia, su poder adquisitivo no está en proporción a la necesidad. ¿Qué es lo que debe hacerse? -se comprenderá fácilmente que mientras subsista el actual estado de cosas, nada se conseguirá con enriquecer más a los ricos, como no sea hacer aún más odiosa la miseria en medio de la abundancia. Seria largo enumerar exhaustivamente cuanto se debe hacer para restablecer la justicia social que la mala fe de los actuales políticos ha destruido con las consecuencias que presenciamos, pero existe en el país una extensa legislación social que dejó el justicialismo y bastaría con que se cumpliera la mitad de esas leyes, que hoy son letra muerta, para que en muy poco tiempo cambiara la suerte del pueblo argentino y retornaran los días que todos añoran.

Ha de comprobarse minuciosamente el empleo que se haga del dinero que constituya la ayuda anunciada, estableciendo un control efectivo para que se cumplan las leyes sociales a que nos venimos refiriendo. Debe ser condición imprescindible el restablecimiento de los Convenios Colectivos de Trabajo y del Salario Vital Móvil, como asimismo la elevación inmediata de los salarios hasta ponerlos a nivel con el costo de la vida y el incremento de las fuentes de trabajo. En el pueblo, escéptico ya por la acción de sucesivos engaños, nada se conseguirá silos efectos no se hacen sentir en forma inmediata y  sostenida.

No contribuyan ustedes con nuevos errores a que la infamia se siga consumando. Si realmente se intenta ayudar al pueblo argentino, no lo hagan a través de un gobierno que ha demostrado ser su peor enemigo, como tampoco por intermedio de las empresas que han sido las causantes de la actual explotación y miseria, háganlo por las organizaciones sindicales que son las únicas que lo representan y los órganos naturales en la defensa de los intereses populares y profesionales, que no sólo pulsan mejor las necesidades de la masa, sino que también son las instituciones más serias y responsables del país.

 

El Justicialismo: reserva moral de la Nación

 

Los justicialistas luchamos por el pueblo. No pretendemos poseer el poder sino alcanzar la justicia. Hemos demostrado que sabemos y podemos hacerlo, por eso nos duele contemplar cómo una legión de bandidos y otra legión de ignorantes han ido destruyendo lo que nos costó diez años levantar. He dedicado mi vida al servicio del pueblo y no puedo ver sino con tristeza, ya en el ocaso de mi vida, cómo un grupo de ignorantes irresponsables puede jugar impunemente con su destino.

La actual crisis argentina obedece a un desequilibrio deliberadamente provocado por los más sórdidos intereses, que no alcanzaron a penetrar las consecuencias a que ellos mismos se exponían al hacerlo. Quisieron castigar al pueblo por el delito de haber disfrutado de un cierto grado de dignidad, en la vida de la Nación. El golpe de Estado de 1955 y la dictadura militar que fue su consecuencia, fueron los instrumentos de esos intereses, porque permitieron que sus personeros se encaramaran en el poder, desde el cual con la violencia más inaudita, provocaron el desastre de la economía, la anarquía social y el desbarajuste político. En ese caso no les fue difícil a los aprovechados de la situación sacar sus beneficios personales para abandonar luego a su suerte a la Nación. El nuevo gobierno no se ha distinguido de la anterior dictadura sino por haber agregado a la arbitrariedad y la violencia, la insidia y la hipocresía. Se han intensificado los latrocinios y todo amenaza con descomponerse en una medida jamás sospechada.

Si no fuera por el justicialismo, que en diez años de prédica y realizaciones, ha incidido tan profundamente en el alma popular, todo estaría al borde del derrumbe. Sin embargo, son precisamente esas virtudes justicialistas, las que están salvando al pueblo en su lucha contra la satrapía dictatorial; son esas reservas espirituales las que mantienen la cohesión y permiten una guerra sin cuartel y sin descanso contra los verdaderos enemigos del pueblo y de la patria.
Las dictaduras han afirmado que anhelan destruir al justicialismo, instaurado en el país con una doctrina profundamente arraigada en el alma popular, con una teoría en plena ejecución y una organización integral (gobierno, estado y pueblo) funcionando en todos los estamentos de la comunidad argentina. ¿Con qué van a reemplazar esa doctrina, esa teoría y esa organización? ¿Es que la Nación Argentina empeñada en una misión común puede abandonarlo todo sin caer en la más absoluta anarquía y en el caos más peligroso? Así, se han dedicado a destruir la organización del gobierno, del Estado y del pueblo, paralizando la acción general, sin reemplazar lo orgánico ni lo funcional. Las consecuencias están a la vista.

Sin embargo, con ser esto monstruoso como signo de irresponsabilidad, es poco, ante la intención de destruir los valores morales de la nacionalidad y las virtudes del pueblo argentino. Lo más repugnante de esa acción, es que no la promueve una concepción diferente de carácter ideológico; sino la servidumbre a los más sórdidos intereses foráneos y vernáculos que se oponen al sagrado derecho del pueblo argentino de constituir una nación justa, libre y soberana.

 

Patriotas y mercenarios

 

Ahora, esos mismos siniestros personajes que provocaron todo, se asustan y ponen el grito en el cielo porque el comunismo avanza y la justicia los amenaza, pero el que no tiene buena cabeza para prever ha de tener buenas espaldas para aguantar. Ellos son incapaces de comprender estas cosas, insensibles a los ideales y al servicio de sus intereses, carecen de mística ciudadana, es la diferencia natural entre los patriotas y los mercenarios: mientras los primeros no pueden comprender la sordidez de los segundos, éstos no comprenderán jamás el idealismo de los primeros. Ellos son hombres que no sirven una causa y nuestra razón de ser es precisamente esa causa. Pensamos que quien no tenga una causa que defender no merece la vida y que el hombre, aun cobarde y materialista, no escapa a su destino.

Sin embargo, la situación argentina se arregla en seis meses si se procede atinadamente y en vez de hacer política de comité se dedican los esfuerzos a gobernar con orden, terminando con la anarquía política actual que provoca el mismo gobierno con sus pasiones y desatinos. Porque, al contrario de lo que muchos creen, la crisis argentina actual es más política que económica y social. La pasión política que la violencia del gobierno ha provocado es el origen de todos los males porque el pueblo desalentado ha «bajado los brazos» y las organizaciones políticas y gremiales en permanente lucha, consumen sus energías en, neutralizar las violentas provocaciones del gobierno en vez de colaborar en la tarea común.

En último análisis se trata de una crisis de trabajo: destruido el poder adquisitivo de las masas por el envilecimiento de los salarios, el ciclo económico ha entrado en una grave atonía que ha repercutido catastróficamente en el comercio, la industria y la producción, produciendo no sólo graves quebrantos financieros a la economía privada, sino también provocando un elevado índice de desempleo y disminución progresiva de salarios que ha desanimado a la mano de obra y al trabajo. Semejante circulo vicioso ha provocado asimismo una marcada espiral inflatoria, provocada por un aumento desconsiderado de los precios, que ha roto toda relación entre los salarios y el costo de la vida, en lo que ha colaborado negativamente el gobierno mediante un empapelamiento sin precedentes por emisiones desenfrenadas de dinero.

Los males que aquejan a la Nación Argentina no se ocasionan en falta de riqueza, sino en una terrible desorganización de la misma y del trabajo nacional. No se necesita dinero para remediarlos sino trabajo, trabajo y más trabajo. Para lograr esto no es suficiente con comprenderlo, sino que es necesario poderlo realizar. Los actuales hombres de gobierno no tienen la autoridad moral suficiente ni el predicamento necesario ante la masa popular para lograrlo. Ese es el verdadero problema cuya solución no ha de alcanzarse hasta tanto los hombres y las condiciones no cambien.

Sintéticamente expuesta, ésta es la situación argentina, en relación con el problema que tanto preocupa a su gobierno. He acotado también muy sintéticamente nuestro pensamiento que, puedo asegurar, es también el del pueblo argentino. Me resta pedirle disculpas por la rudeza de mis expresiones pero siempre he creído que la verdad habla in artificios. Le ruego que, con mi más alta consideración, acepte mi aludo.

 

Juan D. Perón

  


  

ANEXO VIII

 

SOBRE EL DRAMA DE AMERICA LATINA

Fragmento de Coloquios con Perón, Enrique Pavón Pereyra, Buenos Aires, 1965.

 

-Señor: pareciera que, en América, sopla un viento militar que impide en forma cada vez más acentuada, el juego democrático de nuestros pueblos. Lo dicen los sucesos de Santo Domingo, de Honduras, de Guatemala, etc. Por lo demás, la «Alianza para el Progreso» destina la mitad de sus emolumentos a ayudas militares. ¿Piensa, General que, en todo esto, hay un plan norteamericano concreto para mantener sujeta a América por medio de la brida militar? ¿No muchos planes de derrocamiento -el suyo inclusive- fueron fraguados en el Pentágono?

 

EE.UU. y los golpes de Estado

 

-En nuestro caso particular intervinieron otros factores como desencadenantes. El Departamento de Estado hizo lo suyo, pero esa parte está lejos de haber sido primordial. Un criterio simplista me llevaría a concluir que habíamos sido víctimas de la coincidencia de factores de poder «internacionales» los que produjeron la eliminación de nuestro Gobierno Soberano. Está claro, con todo, que la intervención de los Estados Unidos en los golpes de estado latinoamericanos es un «secreto a voces» y, como en él reciente caso de Vietnam del Sur, siempre ha sido imposible «tapar el cielo con un amero». En la Argentina se comenta que las reuniones de los comandantes militares, navales y aeronáuticos, primero en San José de Costa Rica, luego en Puerto Rico, más tarde en la Zona del Canal de Panamá, para tratar asuntos «de la defensa continental» con la gente del Pentágono, ha servido para algo más, porque desde ese momento se comenzaron a producir «levantamientos militares en cadena», y los mencionados comandos pasaron a ser algo así como versiones modernas de los virreyes que respondían a las inspiraciones de la metrópoli de Washington. Es por eso también que en nuestro país no se habla de «nuestras fuerzas militares» sino de las «tropas de ocupación». Es claro que en este caso la indignidad n6 es de los yanquis.

Yo no sé si existirá un plan, pero sí sé que existen los hechos que, planificados o no, se producen con una asiduidad que espanta: Guatemala, Santo Domingo, Haití, Perú, Honduras, Brasil, sin contar Cuba, Argentina, etc., son otros tantos típicos ejemplos que muestran con una elocuencia incontrovertible cuanto venimos afirmando.

-Muchos prohombres del Nuevo Mundo afirman que nosotros no podemos vivir sin los Estados Unidos; que de ellos dependemos para subsistir y que silos Estados Unidos nos dejan, caeríamos en el comunismo. Anta tal dilema cabría interrogar: ¿Es el Justicialismo una doctrina en el centro, que tenga para la Argentina y para el resto de Amé-rica, una «vía latinoamericana» hacia el bienestar, aun cuando ello signifique una rebeldía ante los Estados Unidos?

 

… Por cien el drama de Cuba

 

-Creo completamente a la inversa de los que afirman que nosotros no podemos vivir sin los Estados Unidos: mis diez años en el gobierno de mi país me han permitido persuadirme en forma absoluta de lo contrario. Soy un convencido que el peor azote de nuestros pueblos es precisamente la intervención económica, política y social de los Estados Unidos en nuestros países. O modifican os norteamericanos el esquema de su penetración, o tendremos al cabo de pocos años multiplicado por cien el drama Cuba versus los Estados Unidos.

-¿Cuándo comenzaron las dificultades entre su Gobierno y el de Washington?

-Cuando me di cuenta que pretendían hacernos pagar parte de sus deudas de guerra.

-¿Y las dificultades entre Washington y su Gobierno?

-Cuando ellos advirtieron que el valor «uno» de la semilla de lino podía convertirse en valor «diez», si elaborábamos aceite de linaza, y en valor «cien» si producíamos pinturas y aceites finos.

-A veces se me ocurre, señor, que su ausencia física de América le ha permitido verla y analizarla mejor, y que esa perspectiva, el poder juzgarla en función de su destino no deba de ser providencial. Incluso podría contestarme a un planteo de urgencia ¿en qué estado se encuentran actualmente nuestros países en su lucha por el bienestar?

-América Latina está, como el resto del mundo, en ebullición. La promueven los respectivos movimientos de liberación que han entrado en evolución acelerada. Son movimientos de liberación con igual fuerza a lo largo y ancho de la América virgen. Observe usted al Canadá, donde el Quebec lucha por su independencia en procura de mejor destino que el que le pueda brindar la Federación Canadiense, hasta la Argentina, donde su pueblo lucha por desprenderse del lastre ignominioso de su oligarquía c¡paya al servicio de los intereses foráneos de explotación.

En el ‘hinterland» norteamericano, más de veinte millones de negros levantan la justa bandera de sus reivindicaciones en procura de alcanzar una condición humana que pertinazmente se les retacea cuando no se les niega de plano. En mis conversaciones con el perspicaz Franck Davis he reflejado mis esperanzas en cuanto al futuro de la comunidad de color en los Estados Unidos. No hay que ser un iluso para abrigar la seguridad de que ¡OS hermanos de Washington Carver alcanzarán la meta ansiada. Los negros configuran un pueblo disciplinado, maduro, que actúa con cohesión y que sabe golpear en la sensibilidad pública como si fuese un ariete cargado de razones.

-Pero al hacer suyos, General, las aspiraciones de la raza negra, ¿no suscita la irritación de los que se arrogan el derecho de disponer sobre la suerte de ellos?

-Yo no puedo circunscribir al área de la estricta geografía argentina problemas que afectan al destino del hombre americano cuando, precisamente, en nombre de una política «continental», los Estados Unidos desarrollan una penetración que no conoce más limitaciones que la necesidad de sus inversores. No es que yo haga problemas intercambiables del drama que afecta por igual a nuestro «mensú» y al «negro» yanqui, sino que la coincidencia me lleva a suponer que estamos ante una sola injusticia y que los métodos de lucha pueden ser muy similares. ¿No se han establecido los presupuestos de una unificación económica, militar e ideológica para las tres Américas? ¿Qué de extraño puede haber en que yo propugne, de igual modo, la unificación socia de los sumergidos de toda América?

Pienso que México, precursora de estas luchas de inspiración liberadora, marcha serena y confiada hacia un destino que ya nadie le puede arrebatar, porque han pagado un tributo de sangre y porque sus hombres han comprendido que la verdad sólo se alcanza con el sacrificio. Esa América trigueña constituye la mejor esperanza de todos nosotros. El hombre minero de México, la raza cósmica exaltada por mi amigo Vasconcelos, alimenta su obstinación con la sangre del sufrimiento indígena y los rebrotes europeos de naturaleza rebelde.

Movimientos de liberación

 

El Caribe se debate en una lucha que no alcanza a descubrir un horizonte limpio, porque siendo zona de fricción, los intereses y la intromisión foránea lo han colocado en equilibrio inestable. Como zona de influencia mexicana, México podría hacer mucho por estos pueblos azotados por la injusticia y la explotación. No puede persistir por demasiado tiempo más la idea de que son países que descansan sobre tres industrias básicas: «el juego, la prostitución y el contrabando». En el norte de Suramérica la situación es compleja y difícil. Los que luchan por la liberación no han perfilado aún sus verdaderos designios y los gobiernos son amenazados, permanentemente por las diversas influencias internas y externas que los mantienen alertas como «un tábano pica un noble caballo, para mantenerlo despierto». Empero, el resto de la América del Sur presenta un cuadro diferente a todo esto. Tres grandes movimientos agitan decisivamente el Cono Sur del Continente. Me refiero al socialismo chileno, al justicialismo argentino y al trabalhismo brasilero. Le siguen en importancia los movimientos populares de otros países vecinos: el movimiento nacionalista revolucionario boliviano, el coloradismo paraguayo, el Apra y el M.l.R. peruano.

 


 

ANEXO IX

 

CONFERENCIA DE PRESIDENTES DE PUNTA DEL ESTE

Fragmento de América Latina, ahora o nunca, Montevideo, 1967.

 

Hace más de veinte años, el Justicialismo ponía en marcha en la Argentina tres acciones que eran, en realidad de verdad, parte del contenido ideológico y doctrinario que le daba forma: la evolución hacia nuevas estructuras, la integración geopolítica y la integración histórica.

Sobre la evolución, los argentinos tienen fehacientes comprobaciones, no sólo por el bien que entonces acarrearon a la comunidad, sino también por el desastre que provocaron en el país los que se animaron a destruir nuestro orden. Pero por si ello fuera poco, una rápida observación de lo que está pasando en el mundo actual, nos presentará a los justicialistas como precursores de lo que está siendo un socialismo nacional cristiano que terminará con las viejas estructuras políticas, económicas y sociales en todos los continentes. La Iglesia, generalmente tan conservadora, en sucesivas encíclicas ha tratado de ponerse al día en esta evolución que nosotros, los justicialistas, concebimos y ejecutamos hace ya más de veinte años.

En lo referente a la integración geopolítica, que en el mundo moderno ha pasado a ser una palabra de orden en el despertar de los continentes, también hemos sido precursores, porque la primera comunidad económica que lleva a la formación del Mercado Común Europeo con miras a los Estados Unidos de Europa, comienza en 1958 con el Tratado de Roma, en tanto nosotros ya en 1949 realizamos en Chile las primeras gestiones hacia un tratado de complementación económica con miras a una comunidad económica latinoamericana, con los mismos objetivos. A este tratado se adhirieron la mayor parte de los países, hasta que el imperialismo, que no desea nuestra integración, utilizando «cipayos» de adentro y a sus satélites de afuera, trató de dejarlo sin efecto y anular su resurgimiento con la creación de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) que, ni permite la unificación, ni puede asegurar el libre comercio que, en un mundo organizado en mercados comunes, es algo que no tiene razón de ser.

En la integración histórica también fuimos precursores: en 1946 lanzábamos desde Buenos Aires nuestra «Tercera Posición» que cayó aparentemente en el vacío. Pero, han pasado veinte años y hoy, las dos terceras partes del mundo pujan por colocarse en ella y ha surgido el «Tercer Mundo» que agita ya a los cinco continentes. Ello es lógico, por tratarse de una guerra de liberación; sin embargo, y a pesar de la presión imperialista, al Este o al Oeste de la famosa cortina, se sigue luchando activamente por una integración indispensable, no para liberarse, sino para consolidar esa liberación. El ejemplo lo tenemos en la Argentina que durante los diez años de Gobierno Justicialista fue libre y soberana, pero la coalición de la sinarquía internacional con los «cipayos» vernáculos la aplastaron, lo que demuestra que un país se puede liberar aisladamente, pero esa liberación no se podrá consolidar a menos que nos integremos en ese «Tercer Mundo».

Los justicialistas hemos pagado, tanto en la evolución como en las integraciones geopolítica e histórica el precio que siempre pagan los precursores, pero nuestra ideología y nuestra doctrina están en pie, cada día con mayor vigencia, mientras surge una «Revolución Argentina» que cabestrea mansamente al imperialismo que se está combatiendo en todas partes, como se lo ha hecho por todos los pueblos y a lo largo de todos los tiempos, desde los fenicios hasta nuestros días.

Si algo doctrinario se busca mencionar en el peronismo, todo nace en estas tres grandes líneas inspiradoras de cuanto hemos tratado de hacer en el campo efectivo de las reformas integrales, que hoy no obedecen a las premisas trasnochadas de algunos ideólogos pasados de moda, sino a las realidades que la vida moderna nos presenta todos los días como imperativos insoslayables.

Como la experiencia es la parte más efectiva de la sabiduría, antes de entrar al tema del Mercado Común Latinoamericano, he querido mencionar nuestra experiencia al respecto que, para que sea más elocuente, he tratado de presentarla ligada a los fenómenos que le son colaterales. Nada más lejos de nuestra intención que hacer propaganda barata a nuestro sistema ni a nuestra ideología que, creados para la Argentina, obedecen a sus necesidades y a las condiciones originales de su vida y desenvolvimiento.

En 1950, cuando el justicialismo estaba en auge en la Argentina, fuimos invitados por algunos simpatizantes de diversos países latinoamericanos para realizar una «Internacional Justicialista» con la idea de extender nuestra ideología hacia otros países del Continente. Nuestra respuesta fue negativa porque consideramos entonces inapropiado que una doctrina nacionalista se transformara en ideario internacional. Seguimos pensando lo mismo, pero ofrecemos a los hermanos de América del Sur nuestra experiencia, nuestras ideas por si, de alguna manera, pudieran serles útiles en sus casos y situaciones particulares. Eso es todo…

 

La idea de una comunidad hispanoamericana

 

La idea de una comunidad hispanoamericana nace con la independencia de nuestros países. Primero desde Chile y Perú, luego por inspiración de Bolívar, llegan los primeros intentos que siempre fracasan por diversas circunstancias. La oposición, preciso es confesarlo, está preponderantemente en Buenos Aires, que mantenía por diversas razones, un criterio un tanto aislacionista. No fueron más afortunados los tres congresos realizados en México con la misma intención, como tampoco el tratado de unión firmado por Colombia y Perú, abierto a la firma de los demás países del Continente, que afirmaba: «Todos los Estados de la antigua Hispanoamérica, unidos, fuertes y poderosos apoyando .juntos la causa de la independencia».

No podemos afirmar que existieran entonces interferencias concretas extracontinentales pero, la afirmación de Bolívar es realmente sugestiva: ‘Parece como si la propia Providencia hubiese destinado a los Estados Unidos para, en nombre de la propia libertad, cubrir América con las lacras de la miseria». Mucho más explícito resulta el libro de Z. Romanova, ‘La Expansión Económica de Estados Unidos en América Latina», que refiriéndose al mismo tema expresa: «Al analizar la expansión económica de EE.UU. en América Latina hay que detenerse especialmente en el examen del Mercado Común en América latina. El imperialismo yanqui no sólo ha deformado la estructura económica de los países latinoamericanos, sino que ha aislado a estos países. El principio de ‘dividir para reinar’ ha sido uno de los predilectos en el arsenal de recursos colonialistas del imperio yanqui. Es el que mejor ha ayudado-a los monopolios estadounidenses para apoderarse de las riquezas naturales de las naciones latinoamericanas y a supeditarías a su economía».

Los hechos parecen confirmar en parte estas afirmaciones: Ya en 1820 se intenta constituir una «alianza comercial general» auspiciada por los Estados Unidos en la que lleva la voz cantante el propio Secretario de Estado, Henry Clay con la afirmación: «podemos crear un sistema del cual seremos centro y en el cual toda la Ame rica del Sur actuará con nosotros. Con respecto al comercio seremos los más beneficiados; este país se convertirá en el depósito del comercio del mundo». (Rodney Arismendi – Para un prontuario del dólar). Otros numerosos intentos de crear «alianzas comerciales» se suceden en los años siguientes, que confirman la intención de los Estados Unidos de satisfacer el anhelo latinoamericano de su integración a base de una unidad comercial dependiente del ‘Gran País del Norte’. Así en 1861, se trata de agrupar a los países del Caribe; en 1869 se lo trata de hacer por la «Unión Arancelaria Continental» en la primera Conferencia Panamericana de ese año, en la cual está patente la intención de desplazar a Europa para que los Estados Unidos sean el único proveedor de Latinoamérica. Los esfuerzos del entonces Secretario de Estado de la Unión, James Blaine, fracasaron ante la firme decisión de los estados latinoamericanos.
Así entramos en el siglo XX, bajo el signo de la famosa «Doctrina Monroe» se intenta permanentemente, siempre con los mismos resultados, la integración americana en la que Latinoamérica sería el caballo y U.S.A. el jinete. Ello es precisamente lo que ha impedido la realización de toda integración continental. La existencia de la «Organización de los Estados Americanos» ha sido una permanente campaña por los viejos designios, si bien con resultados bastante limitados en lo que a integración se refiere, porque todos los países de la América trigueña han tratado de evitar de una manera u otra la absorción del Norte.

Durante la Primera y Segunda Guerra Mundiales se acentuaron los intentos de uniones económicas. Así en 1939 se constituye el Consejo Interamericano Económico y Financiero y terminada la Segunda Guerra Mundial, en 1948, en la primera sesión de la Comisión Económica de la ONU para América. latina, se tratan los problemas comerciales de Latinoamérica y en la CEPAL en 1949 se trata la creación de un sistema de clearing interamericano a lo que se opuso EE.UU.
En estas circunstancias el Gobierno Argentino promueve la integración Latinoamericana mediante el Tratado de Complementación Económica firmado en Santiago de Chile, entre este país y la Argentina, pero que quedó abierto a la adhesión de los demás países con la finalidad de intentar una comunidad económica sudamericana. A este Tratado se adhirieron sucesivamente Bolivia, Paraguay, Ecuador, Colombia y Venezuela. Se estaba en los trabajos de extender la firma a los demás países, dentro de los cuales, ya sea por influencia ajena o por suspicacias propias, existían dificultades notorias. En ese Tratado de Complementación Económica se perseguía inicialmente interesar a los países hermanos del continente en una acción económica común de mutua defensa como punto de partida para una integración ulterior de mayores alcances, con los siguientes objetivos:

-Crear, gracias a un mercado ampliado, sin fronteras interiores, las condiciones más favorables para la utilización del progreso técnico y la expansión económica;
-Para evitar divisiones que pudieran ser utilizadas para explotarnos aisladamente;

-Para mejorar el nivel de vida de nuestros doscientos millones de habitantes;

-Para dar a Latinoamérica, frente al dinamismo de los «grandes» y el despertar de los continentes, el puesto que debe corresponderle en los asuntos mundiales;
-Para crear las bases de los futuros Estados Unidos de Sud América.

La impresión que personalmente tuve cuando observamos que el asunto no progresaba es que alguien de afuera, «nos había metido un palo en la rueda» porque la oposición venía especialmente de algunos países considerados entonces en poder de «Gobiernos Cipayos

Sin embargo, para esa misma época el problema del Mercado Común de los países latinoamericanos cobra inusitada preocupación a través de la cual se llega a la primera intentona de la Sesión de la CEPAL en 1956. Es allí donde se designan dos comisiones de expertos para elaborar un tratado de Mercado Común y estudiar un convenio multilateral de pagos. Este intento, que resultó un verdadero «Parto de los Montes», dio por resultado la creación de la Asociación Latinoamericana Libre Comercio (ALALC).

De esa manera, bajo la dependencia virtual de los Estados Unidos que, con agentes pagos que hacen como «economistas», comenzaría a funcionar este engendro de integración que suprimía !as tantas aduaneras en el comercio recíproco, reanimaría el comercio interamericano y el robustecimiento industrial. Da la casualidad, que así simultáneamente en Europa, frente a la creación de la Comunidad Económica Europea, que había de conducir al Mercado Común Europeo de los seis (Francia, Alemania, Holanda, Italia, Bélgica y Luxemburgo), nacía también, propiciada por Inglaterra la Asociación Europea de Libre Comercio, «de los siete», cuya finalidad estaba claramente dirigida a destruir a la anterior, aunque pasado el tiempo y ante el fracaso total de la segunda, hemos visto deambular al Primer Ministro inglés por las cancillerías de los seis, pidiendo ser admitida en el Mercado Común, como también ha ocurrido a los demás miembros de la Asociación Europea de Libre Comercio.

A la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio le está pasando lo mismo que a su similar europea y ante tal amenaza, es curioso que también comienza a «curarse en salud» por iniciativa de los Estados Unidos en Punta del Este, creando el Mercado Común Latinoamericano. Si esto no es en realidad una maniobra que intenta reeditar los pensamientos obligados desde 1820, que hemos mencionado, parecería serlo. La Conferencia de Punta del Este, según lo trascendido, ha puesto el tono en la necesidad de organizar una comunidad económica que pudiera ser el camino hacia una integración geopolítica que, en el mundo moderno, ha pasado a ser una necesidad, que ha de realizarse en las comunidades continentales en procura de una integración política. Como siempre, Europa nos ha dado el ejemplo organizando a través del Tratado de Roma en 1958 la Comunidad Económica Europea que dio origen al Mercado Común Europeo, mediante el cual se está consolidando una unidad geopolítica que llevará indefectiblemente a los Estados Unidos de Europa.

 

Mercado Común Latinoamericano

Según todo parece indicarlo, la Reunión de Jefes de Estados Americanos en Punta del Este, ha sido auspiciado por la «Alianza para el Progreso», que se ha encargado de toda la publicidad antes; durante y después de la Conferencia, lo que si no justifica, por lo menos explica, la presencia del Presidente de los Estados Unidos en una reunión que sólo podía concernir a los países Latinoamericanos. En este concepto y según rige en el texto de las declaraciones, este proyecto de Mercado Común es auspiciado por todos los presidentes de América, (no de Latinoamérica) y supervisado por la Organización de los Estados Americanos (OEA) y, en consecuencia, en síntesis contiene:

«Los presidentes de los Estados Americanos y el Primer Ministro de Trinidad y Tobago reunidos en Punta del Este

Resueltos a dar una expresión dinámica y concreta a los ideales de la unidad latinoamericana y de la solidaridad de los pueblos americanos, que inspiraron a los creadores de nuestras patrias;

Decididos a convertir este propósito en una realidad de nuestra propia generación, de conformidad con las aspiraciones económicas, sociales y culturales de nuestros pueblos;

Inspirados en los principios fundamentales del sistema interamericano, especialmente los contenidos en la Carta de Punta del Este, en el acta económico-social de Río de Janeiro y en el Protocolo de Buenos Aires de reforma a la Carta de la Organización de los Estados Americanos;

Conscientes de que la consecución-de los objetivos nacionales y regionales del desarrollo se funda esencialmente en el esfuerzo propio;
Convencidos, sin embargo, de que para alcanzar tales fines se requiere la colaboración decidida de todas nuestras naciones, el aporte complementario de la ayuda mutua y la amplificación de la cooperación externa;

Empeñados en dar un vigoroso impulso a la Alianza para el Progreso y acentuar su carácter multilateral con el fin de promover el desarrollo armónico de la región a un ritmo más acelerado que el registrado hasta el presente;

Unidos en el propósito de robustecer las instituciones democráticas, de elevar el nivel de vida de nuestros pueblos y de asegurar su progresiva participación en el proceso de desarrollo, creando para esos efectos las condiciones adecuadas, tanto en el plano político, económico y social como

en el sindical; dispuestos a mantener una armonía de confraternidad americana en la cual la igualdad racial debe ser efectiva.

 

Proclaman:


La América Latina creará un Mercado Común.

Construiremos las bases materiales de la integración económica latinoamericana mediante proyectos multinacionales.

Aunaremos nuestros esfuerzos para acrecentar, sustancialmente, los ingresos provenientes del comercio exterior de América Latina.
Modernizaremos las condiciones de vida de nuestra población rural, elevaremos la productividad agropecuaria en general y aumentaremos la producción de alimentos, tanto para beneficio de América latina como del resto del mundo.

Impulsaremos decididamente la educación en función de desarrollo.

Pondremos la ciencia y la tecnología al servicio de nuestros pueblos.

Incrementaremos los programas de mejoramiento de la salud de los pueblos americanos.

América latina eliminará gastos militares innecesarios.»

Para lo cual establecen un PLAN DE ACCION que contiene formas de ejecución sobre los siguientes aspectos: interacción económica y desarrollo industrial de América latina; acción multinacional para proyectos de infraestructura; medidas para mejorar las condiciones del comercio internacional de América latina; modernización de la vida rural y aumento de la productividad agropecuaria, principalmente de alimentos; desarrollo educacional, científico y tecnológico e intensificación de los programas de salud y eliminación de gastos militares innecesarios.

Todo esto va precedido por una DECLARACION del Presidente de los Estados Unidos que, por su parte, declara su firme apoyo a esa prometedora iniciativa latinoamericana.

De acuerdo con ello, los presidentes latinoamericanos acuerdan crear en forma progresiva a partir de 1970 el Mercado Común Latinoamericano que deberá estar sustancialmente en funcionamiento en un plazo no mayor de quince años. El Mercado Común Latinoamericano se basara’ en el perfeccionamiento dé los dos sistemas de integración existentes: La Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) y el Mercado Común Centroamericano (MCCA). Todo este proceso responderá también a lo ya preestablecido en las «medidas comunes a los países miembros de la Organizaci6n de los Estados Americanos (OEA)»; para lo que la «Alianza para el progreso» otorgará las «ayudas» de acuerdo con lo dispuesto en la «Carta de Punta del Este»

En otras palabras, un nuevo sofá-cama en el que se dormirá mal y se sentará peor. Si la verdadera intención de los Estados Unidos es la manifestada por su Presidente, que «declara su firme apoyo a esa prometedora iniciativa latinoamericana», por qué no comienza ya con el apoyo definido y efectivo prescindiendo meterse en un asunto que no le concierne. O se hace el Mercado Común americano, en cuyo caso los Estados Unidos con todo derecho pueden intervenir, después de ponerse en las mismas condiciones de sus asociados, o de lo contrario deja tranquilos a los países latinoamericanos para que, por sí, formen una comunidad económica que dé nacimiento, después de resolver los numerosos problemas emergentes en esa integración, a un mercado común latinoamericano, desligado de compromisos que nada tienen que ver en la integración que se persigue.

Una de las circunstancias más curiosas que se han presentado en esta «Reunión» a la que concurría, según se dijo, Estados Unidos para ofrecer su ayuda, fue el hecho de que muy pocos días antes del viaje del Presidente Johnson a Punta del Este, el Senado de la Unión le cerraba toda posibilidad de dar u ofrecer una ayuda económica a los países latinoamericanos. Pocos han sido los que no han sospechado que esta negativa estaba precisamente inspirada en la propia voluntad del señor Johnson.

Una comunidad económica latinoamericana que tienda a la formación de un mercado común tropezará con graves problemas que ha de resolver para poner de acuerdo a los diversos países, sin lesionar a ninguno de sus intereses y favorecer a todos económicamente, como ha sucedido en el mejor ejemplo que tenemos: el Mercado Común Europeo. Por eso es previo a toda idea de formación de un mercado común, la constitución de una comunidad económica que estudie y resuelva todas las situaciones antagónicas que se opongan al bien general, porque de otra manera, nada permanente puede obtenerse en este orden de ideas. La comunidad económica es el medio, el mercado común es su consecuencia.

 

Un mercado de sometidos

 

Si la intención de los jefes de Estado americanos ha sido sólo la formación de un mercado común, con lo que se ha hecho, sólo demuestran el poco alcance que se ha tenido al plantearlo, porque los tiempos que corren van mucho más lejos que una simple combinación mercantil que, por las formas empleadas, será en la mayor parte de los casos, intrascendente e inoperante. Cuando obedeciendo a los imperativos de la evolución de la humanidad, despiertan los continentes, y vemos a Europa, Asia, África, unirse firmemente, nosotros, los latinoamericanos no podemos contemplar sin dolor el espectáculo de Punta del Este, donde dieciocho presidentes hispanoamericanos se reúnen, de la mano del de los Estados Unidos, para establecer una asociación ambigua y limitada, sin otro alcance que obtener una ayuda que les obligará a someterse. Por eso, este ‘Mercado Común Latinoamericano» nace con su cordón umbilical que lo somete a la Organización de los Estados Americanos, a sus diversas y sospechosas convenciones, a la Ayuda para el Progreso y por ende a los Estados Unidos de Norteamérica. Todas estas esperanzas de ayuda parece convertirles en mendicantes incapaces de labrar su propio destino, sin la independencia ni la soberanía, que son los atributos de la verdadera grandeza de los pueblos que, como los hombres, son grandes por su dignidad y no por su riqueza.
La Comunidad Latinoamericana y su Mercado Común sólo podrán alcanzar el destino que les concierne si son capaces de constituir una integración real, que no sólo piense en el futuro, sino que también anhele realizarlo. Para ello será preciso que comience a hacer su propia historia, como lo soñaron nuestros libertadores y no como pretenden hacerlo nuestros mercaderes. El materialismo cartaginés que se infiere de todo lo actuado en Punta del Este, descubre elocuentemente el sello de una mediocridad inocultable. Si una Comunidad Latinoamericana aspira a realizar su destino histórico no puede terminar en una integración económica, es preciso que, además, piense en el mundo que las circunda, para evitar divisiones que los demás puedan explotar a sus pueblos, elevando el nivel de vida de sus doscientos millones de habitantes, para dar a Latinoamérica, frente al dinamismo de los «grandes» y al despertar de los continentes, el puesto que le corresponde en los asuntos mundiales y para ir pensando ya en su integración política futura, 5 no quieren sucumbir a la prepotencia de los poderosos.

El año dos mil nos encontrará unidos o dominados. La lucha de un mundo superpoblado y superindustrializado será por la comida y la materia prima. El mejor destino futuro estará en manos de los que tengan la mayor reserva de ambas. Pero la historia prueba que, cuando los «grandes» han necesitado de ambas cosas, las han tomado de donde existan, por las buenas o por las malas. Nosotros, los latinoamericanos, disponemos de las mayores reservas porque nuestros países están todavía vírgenes en la explotación, pero también por eso el futuro se nos presenta más amenazador. Si no nos unimos para constituir una comunidad que nos ponga a cubierto de semejante amenaza, el futuro ha de hacernos pagar caro tal desaprensión, porque los pueblos que no quieren luchar por su libertad, merecen la esclavitud.

Pero lo más original, si no fuera lo más sospechoso, es la apetencia que los jefes de Estado Sienten por la ayuda económica de los Estados Unidos que sólo consiste en las dos únicas formas hasta ahora conocidas, fuera de lo que se trate de materiales y armamentos militares. En efecto las dos formas son: los empréstitos y la radicación de empresas yanquis. La ayuda técnica no es gratuita, sino que los países que la solicitan deben pagarla a través de los técnicos y, generalmente, a precio muy elevado.

 

No a los empréstitos saboteo de los Estados Unidos

 

Cuando en 1946 asumí el gobierno de mi país, me apresuré a declarar en la Plaza de Mayo ante una muchedumbre cercana al millón de argentinos, que «me cortaría una mano, antes que firmar un empréstito». Lo dije para cerrar toda puerta abierta a la tentación y lo cumplí al pie de la letra: durante mis dos períodos de gobierno no firmé un solo empréstito. Los argentinos trabajando me ofrecieron el mejor empréstito, el que se hace con el propio esfuerzo de un pueblo que tiene dignidad y las demás cosas que hay que tener. Recibí un país que tenía una deuda externa de tres mil quinientos millones de dólares y entregué el gobierno habiendo saldado totalmente esa deuda y contando con una reserva financiera de mil quinientos millones de dólares ahorrados, después de haber incorporado al patrimonio nacional bienes por una ingente suma, representados por los servicios públicos, la creación de una marina mercante de más de un millón doscientos mil toneladas, una flota aérea nacional, más de cien mil obras públicas, un pueblo con el más alto nivel de vida de toda su historia, una economía popular de abundancia, en cambio de la economía de miseria que había recibido nueve años antes. Los Estados Unidos no sólo no nos ayudaron sino que nos sabotearon sin solución de continuidad e hicieron todo lo posible por impedir nuestro progreso y arruinar nuestra economía. ¡Cómo podrá explicarse que en los únicos diez años que la Argentina prescindió de toda ayuda americana, fue la única vez que consiguió poner a punto su economía, a pesar de la guerra que éstos le hicieron!

Como podría ahora creerles que van a ayudar a los países latinoamericanos con sus empréstitos y su radicación de industrias, cuyos trucos conozco al dedillo y fue la causa de que, durante mi gobierno, evitáramos ambas cosas. En efecto, nuestros países no son «subdesarrollados» como se llama ahora a las naciones sindicadas como incivilizadas sino que como consecuencia de confiar en esas «ayudas» hemos sido descapitalizados primero y endeudados luego, porque los americanos del norte hicieron primero los países pobres y luego inventaron la ayuda para el progreso, que no es tal ayuda, sino una especulación más para seguir sumiéndonos en la pobreza, como muy bien lo había ya afirmado Bolívar hace un siglo y medio.

En cada empréstito que se hace en los Estados Unidos al firmarlo ya se va perdiendo la mitad. Ello resulta especialmente de la sobrevaloración que el dólar tiene como consecuencia de que, a pesar de ser una moneda con respaldo áureo, fija el valor del oro por el dólar fiduciario y no el valor de éste por el oro que representa, es decir tiene un precio político. Bastará que cualquiera pregunte en el Banco de la Reserva Federal el valor de la onza troy y le dirán que treinta y cinco dólares, pero si intenta comprar una, tendrá que recurrir al mercado negro y se encontrará con que allí, donde el precio obedece a la ley de la oferta y la demanda, la onza troy cuesta de cuarenta y dos a cuarenta y cinco dólares. Es que el área dólar es un servicio de respaldo áureo que este país que dispone de oro, da a las monedas de los países que carecen de este metal, pero, este respaldo no es gratis, aunque el «royalty» correspondiente se cobre de la manera ingeniosa que antes señalamos.

En consecuencia cuando se hace un empréstito ya al firmarlo se va perdiendo un 25 % por esta sobrevaloración del signo monetario yanqui. Como el empréstito ha de hacerse efectivo mediante un crédito para ser utilizado en los Estados Unidos, no es posible hacer licitación internacional y será preciso comprar a precios de catálogo, que generalmente son el 15 % más altos que los de licitación internacional, hay que agregar un 15 % más de pérdidas. Si le sumamos el transporte que ha de hacerse por lo menos la mitad en barcos norteamericanos y el seguro en puerto de embarque se tendrá, en números redondos, otro 10 % de disminución, con lo que el poder adquisitivo del empréstito se ve reducido a sólo el cincuenta por ciento de lo que el pueblo tiene que pagar luego, con sus intereses correspondientes. Es así como los amantes de la «plata dulce» llegan a endeudar a sus países en beneficio de una verdadera usura internacional.

Si esta causa de endeudamiento ignominioso es inaceptable, no lo es menos la forma en que nuestros países son descapitalizados mediante el cuento de la radicación de industrias o establecimientos comerciales. Hay casos realmente inauditos. Los ejemplos lo aclaran todo, solía decir Napoleón; en la República Argentina, el caso del Frigorífico Smithfield es aleccionador; esta empresa se instala en Avellaneda en 1895, trae al país un millón de libras esterlinas (que al cambio de ese tiempo representaba 11.250.000 pesos moneda nacional en bienes de capital). Luego obtienen hasta cien millones de pesos en préstamos sucesivos del Banco de la Nación Argentina pero, cuando gira sus beneficios anualmente lo hace mediante servicios financieros por una suma que representa el 10 % de su capital total 111.000.000 de pesos, con lo que el primer año repatría el capital importado y sigue luego descapitalizando al país a razón de más de pesos 11.000.000 por año.

Casi todas las empresas extranjeras que se radican en nuestros países proceden en forma similar, cuando no recurren a muchas otras maniobras aún más perjudiciales y mediante las cuales se llega a descapitalizaciones incalculables.

Si consideramos que el mal de nuestros países radica expresamente en su descapitalización y su endeudamiento del que jamás se logra salir, podremos apreciar las ventajas que pueden acarrearnos las ayudas prometidas que, además nos obligan a menudo a someternos a exigencias sociales y políticas que, por intermedio del famoso Fondo Monetario Internacional, llegan por el conducto económico que, en manera alguna puede justificar una entrega ignominiosa o una subordinación que raya en la infamia.

Si una comunidad Latinoamericana, con su consecuencia, un Mercado Común Latinoamericano, no sirve para eliminar las causas de los latrocinios que venimos señalando, como para impedir el endeudamiento y la descapitalización que son nuestros males permanentes, de qué puede valer. Si, como en el caso de lo propuesto en Punta del Este, se auspician estas «ayudas», se llega al colmo de la impudicia.

No es este el camino que, de buena fe, puede prestar el Presidente de los Estados Unidos como verdadera ayuda a Latinoamérica. Antes habría que pensar en nivelar las balanzas de pago con precios justos a sus materias primas y una exportación sin el agio y la especulación a que se somete a estos países en la adquisición de productos manufacturados, como asimismo haciendo que las empresas yanquis que se radican en Latinoamérica, lo hicieran como un medio de ayudar el desarrollo de nuestros países y no como una forma de descapitalizar-nos permanentemente, cuando no de penetrarnos y explotarnos. Cuando se afirma que la «ayuda» ha de ser por la «actividad privada» ya podemos saber de qué se trata.

Durante mi gobierno, aparte de haber suprimido todo empréstito, se dictó una ley que establecía que los servicios financieros en divisas, que debían recibir anualmente los capitales extranjeros radicados en el país, no podrían ser superiores al 8 % del capital importado y que, pasado los cinco años, podían repatriar además su capital a razón del 20 % por año, los primeros que pusieron el grito en el cielo fueron precisamente éstos que ahora pretenden ayudarnos.

 

Conspiración yanqui

 

Cuando después de nueve años de gobierno justicialista, la Argentina había alcanzado el estado económico más floreciente de toda su historia, sin deuda externa, por primera vez en su ciento cincuenta años de existencia, con una industria en franco desarrollo, una economía popular con alto poder adquisitivo y un estado financiero equilibrado con una reserva financiera apreciable, como asimismo con un alto nivel de vida y una inflación detenida, los Estados Unidos se convirtieron en el centro de conspiración contra nuestro gobierno porque este país, no sólo no nos ayudó, sino que cuando nos ayudamos nosotros, no dejó nada sin hacer para hundirnos.

Comenzó por declararnos una «dictadura» a pesar de haber sido elegidos por una mayoría abrumadora, en las elecciones más libres y sanas que conoce la historia política argentina. En cambio, luego que caímos como consecuencia de una conspiración, en la que no estuvo ausente el gobierno de U.S.A., apoyó a los engendros gubernativos de Aramburu (que sólo en dos años dejó una deuda externa de 2.000 millones de dólares), de Frondizi que en otros años llevó a esa deuda al doble o de Illia que, afortunadamente, no hizo nada en ese sentido. Pero para los Estados Unidos, Aramburu era un gobierno «democrático», como lo es la actual dictadura militar de Onganía o lo fue el gobierno de Frondizi que entregó la riqueza petrolífera argentina a sus empresas. Todos estos gobiernos surgidos de una rebelión militar auspiciada por Norteamérica o de un fraude electoral, que también fue auspiciado por ella, han llevado al país al caos político, al desastre económico y al desbarajuste social. Con ellos, que han hundido literalmente a nuestro país, han estado permanentemente de acuerdo los Estados Unidos por intermedio de sus distintos gobiernos.

Por eso, cuando me hablan a mí de la «ayuda para el progreso» y rememoro lo que nos ha ocurrido en estos últimos veinte años, no puedo menos que dar rienda suelta a mi justa indignación. Ahora, el Presidente de los Estados Unidos, haciendo las veces de «Padre Eterno» pretende en Punta del Este que creamos en su palabra paternal cuando la más dura experiencia nos aconseja precisamente lo contrario.

Pensar que bajo semejantes auspicios se pueda alcanzar una integración a la cual tengamos algo que agradecerle es como pedirle peras al olmo. Un Mercado Común Latinoamericano, signado por una aberración semejante, no puede llegar a nada que no sea la entrega y la sumisión, pagados con esperanzas al vil precio de la necesidad provocada que, en último análisis, se cargarán sobre las nobles espaldas de los pueblos traducidas en hambre, miseria y dolor.

Muchos de los gobernantes de Hispanoamérica tienen como yo, tanto que decir: Arévalo, Arbenz, Velazco Ibarra y muchos más. Lástima grande que no viva Getulio Vargas que también fue objeto de idéntico tratamiento y «protección» de estos inefables «colaboradores» que lo derrocaron una vez y terminaron finalmente por llevarlo al suicidio ante la impotencia. Da la casualidad que todos estos presidentes han sido en cada uno de sus países, la cabeza de los gobiernos más progresivos y que han dejado mejor recuerdo en sus pueblos. Es que Estados Unidos, no entiende estas cosas.

  


  

ANEXO X

 

SEGUNDA INDEPENDENCIA DE LA AMERICA LATINA

Artículo en «Las Bases», Buenos Aires, 17 de agosto de 1972.

 

Unidad y liberación

 

La carencia de grandes objetivos o de elevados ideales siempre lleva a los conductores políticos a perder el tiempo en expresiones triviales o peleas mezquinas. Reemplazan su falta de altura en la mira con el golpe artero y la diatriba, con los resultados que muestran largos siglos de historia.

La Argentina está en crisis, dentro de un mundo en crisis. Por eso, hoy más que nunca, necesitamos en nuestro país grandes conductores que, con sensibilidad popular y con la cooperación entusiasta del pueblo, le hagan superar la crisis y cumplir el papel histórico que le corresponde en la lucha por la Segunda Independencia de la América Latina.

Hoy la Argentina está oficialmente ausente en la América Latina, mientras poderosas fuerzas imperialistas buscan crear hegemonías inadmisibles y satélites privilegiados dentro de la región. Triste espectáculo el de esta Argentina oficialmente ausente en el proceso emancipador de la América Latina, sobre todo si se la compara con aquella Argentina de veinte años atrás que, a pesar de estar hostilizada por poderosos intereses extrarregionales, dio importantes pasos para facilitar la unidad y liberación de la América Latina, respetando siempre el principio de no ingerencia en los asuntos internos de otros estados.

Más triste aún es comprobar que los descendientes de aquellas fuerzas que en el siglo pasado se batieron en medio continente por la primera emancipación de nuestros pueblos, sean utilizados para aherrojar al propio pueblo argentino, y que desde la Patria de San Martín, haya quienes complotan contra el gobierno nacionalista y popular del general Velazco Alvarado.

 

Los problemas con Uruguay

 

Toda la América Latina -y en particular Hispanoamérica- está reclamando la presencia oficial argentina en el proceso de unidad y emancipación continentales. ¿Pero, cómo vamos a tener participación en este proceso dentro de la gigantesca dimensión de la América Latina, si nuestros gobernantes ni siquiera tienen resuelto con el Uruguay la delimitación de la soberanía sobre el Río de la Plata? Es absurdo que las marinas de los descendientes de San Martín y Artigas se peleen para ver quién remolca a un barco que se está incendiando, en lugar de cooperar estrechamente para apagar el fuego. La Argentina y el Uruguay, ya mismo deben resolver en la mesa de negociaciones todas las divergencias que existen entre ellos sobre el Río de la Plata a las 200 millas marítimas.
Lo importante es que los argentinos, defendiendo nuestros intereses nacionales vitales pero con generosidad hacia los hermanos orientales, nos pongamos de acuerdo con ellos para que ni el Río de la Plata se convierta en una cloaca promovida por nosotros o por terceros y para impedir que modernos filibusteros vengan a operar dentro de nuestras 200 millas marítimas. Ningún barril de petróleo puede romper la unidad que nos impone nuestra común estirpe y nuestros comunes intereses vitales. En particular, la Argentina y el Uruguay, junto a los demás integrantes del sistema, deben exigir que la Cuenca del Plata sea utilizada en beneficio de todos y con el debido respeto de los intereses de todos. Además, ya hay que hacer Salto Grande y El Palmar.

 

La línea sanmartiniana

 

Esta ausencia oficial argentina en el proceso de construir una nueva América Latina es comprensible. Yo me pregunto: ¿cómo los gobernantes argentinos actuales van a promover la liquidación de las fronteras ideológicas afuera del país si las aplican adentro mediante la represión y la proscripción encubierta del mayor movimiento popular de toda la América Latina? ¿Cómo van a promover afuera un régimen que se burla de los derechos humanos, y bajo cuya égida la mortalidad infantil ha dejado de ser un problema sanitario para convertirse en un genocidio colectivo? Dicen querer recuperar las Malvinas, pero ¿qué han hecho para apoyar a Panamá a recuperar su canal al que tan legítimamente aspira como nosotros aspiramos a nuestras islas? ¿Cómo se van a ir a mostrar como nacionalistas afuera, si han permitido la desnacionalización de nuestras empresas, de nuestra cultura y hasta del aire que respiramos? ¿Cómo van a tener longitud de mira en su política latinoamericana quienes, con su miopía histórica, no se dan cuenta que hasta la propia existencia de la Argentina como nación ya está amenazada?

Todo esto es lamentable pero pronto se terminará. La línea sanmartiniana se impondrá en las fuerzas armadas argentinas. Entonces el pueblo argentino verá fructificar su lucha para reimponer su soberanía y habrá una presencia oficial argentina en la lucha por la Segunda Independencia de la América Latina.

  


  

ANEXO XI

 

LA DEUDA EXTERNA DEL BRASIL

Fragmento de declaraciones, diario Mayoría, Buenos Aires, 27 de abril de 1973.

 

-Dentro de su idea de una América Latina integrada, ¿cómo ubica Ud. la política expansionista, subimperialista o subimperialista neta del Brasil?
-Una de las cosas que me ha enseñado la historia, que yo he estudiado mucho porque he sido muchos años profesor, y eso lo obliga a uno a estudiar y a estudiar bien, es, precisamente, que los pueblos que en la humanidad han seguido procesos de esa naturaleza tienen un desarrollo parabólico. Es decir, nacen, crecen, se desarrollan, dominan, decaen, envejecen y mueren. A ese ciclo biológico no ha escapado nunca ningún hombre.

-Ni ningún pueblo

-Ni los imperios. Todos los imperios de la historia han dejado algunas columnas rotas, en el mejor de los casos. Han cumplido su ciclo biológico. Todos han sido expansionistas y hegemónicos: Todos han tenido siempre una razón de ser como hoy la tienen los rusos, con su sistema ideológico, o los EE.UU., con su sistema económico-político. Los dos actúan en este mundo de la misma manera. Es decir, los norteamericanos, al estilo anglo-sajón con penetración económica y dominio político. Los rusos, mediante la penetración ideológica y después con la ocupación militar. Esos son los sistemas. En este momento del mundo y de la evolución, ningún país puede aspirar a hegemonías ni expansionismos, si no tiene, por lo menos, mejores medios que los imperialismos actuales. Y éstos tienen fracasos sobre fracasos. Si EE.UU., con una política de esa naturaleza, y con un poder que es el más fuerte del mundo entero, no he podido y no puede imponerse, ¿cómo podemos pensar que Brasil, por grande que sea su territorio, y por numerosa que sea su población, podrá llegar a tener éxito en una empresa de esa naturaleza? En Brasil, por otra parte, los que piensan de esa manera son muy pocos. De los 100 millones de habitantes que tiene actualmente, no alcanzarán a medio millón los que piensan así. Hay 99 millones y medio que piensan como nosotros. Es la gente del pueblo, y también muchos políticos y algunos militares. Creo que tenemos que hacerlos integrarse. El decenio que viene, si tienen una industria desarrollada -que es a lo que tienden- y no cuentan con mercado para colocar su producción como ellos carecen de poder adquisitivo, esa industria necesitará del resto de América, de un mercado para colocar sus manufacturas. Se integrarán por necesidad, si no lo hacen por patriotismo regional.

-¿De manera que Ud. aprecia que la actitud de ese grupo minúsculo del Brasil responde más bien a una ofuscación que a una incitación extranacional, en este caso, del imperialismo norteamericano?

-Eso responde un poco a las dos cosas. Hay una actitud típicamente brasileña, muy acentuada en ciertos sectores, pero no en todos. En cuanto a la influencia extranacional. Ud. comprende que en la orientación de la política de un país difícilmente pueden gravitar esos poderes. A Brasil le está pasando una cosa que es muy común en la vida de los pueblos y de los hombres. En estos momentos creo que Brasil tiene una deuda externa de unos 11 mil o 12 mil millones de dólares. Y son muy amigos de los norteamericanos, porque es la hora de recibir. Les pasa a todos los que piden; a los prestamistas, que son amigos, los abrazan y hasta los besan. Pero después, cuando tienen que pagar, los consideran enemigos. Tenemos que esperar el momento en que Brasil deba pagar su deuda externa.

  


  

ANEXO XII

LOS RICOS DEL FUTURO

Fragmento de la entrevista con Roberto Maidana, Jacobo Timerman y Sergio Villarruel, Vicente López, 1-7-1973.

 

 

Periodista:

– Voy a retomar la anterior pregunta de Villarruel, que se refería a su conocida idea sobre el continentalismo, así como a su frase tan reiterada sobre que el ano 2000 encontrará a Latinoamérica unida o dominada. Respecto de ello, se dice que existe dentro de nuestra Latinoamérica una potencia de carácter subimperialista que podría tener una idea distinta o, que por lo menos, quisiera que ese proceso se hiciera con otro signo del que usted está propugnando, y que podríaa corresponder a la Argentina y al resto de las naciones. ¿Cómo en-foca ese problema?

 

Perón:

– Creo que de esto tenemos un ejemplo y, como decía Napoleón, los ejemplos suelen explicarlo todo.

En Europa, en 1958, se firma el Tratado de Roma. Al Tratado de Roma concurren los seis países más interesados, porque están en plena reorganización de posguerra, y establecen una Comunidad Económica Europea, erigiendo dos grandes vallas de seguridad con el Euratom y con el Pacto del Carbón. Es decir, que ya se comienza a pensar en el gran problema que hay en nuestra actualidad, que es la carencia de materias primas, entonces iba asegurándose desde el vamos el abastecimiento de materia prima, fundamental para ellos.

Esa Comunidad, ¿en qué momento se forma? De afuera, un país ya, diremos, semi-imperialista -porque Inglaterra, después de Churchill terminó su imperio, fue una de las grandes cosas que hizo Churchill sirvió de instrumento a otro imperialismo que lo alentaba. Y a través de ese subimperialismo se fundó en Europa la Asociación de Libre Comercio. A esto le contestó la Comunidad Económica Europea con el Mercado Común Europeo.
Ese país que colocaba casi toda su producción industrial en Europa se queda sin mercado porque ya otros países no compran manufactura, quieren fábricas. Ya los tontos se han acabado en el mundo y la mano de obra debe quedar. ¿Qué es lo que ocurre? Ese país tuvo que nacionalizar toda la industria por la amenaza del «crack» generalizado. Pero, al hacer eso, la libra esterlina que iba prendida a esa caída, comienza a caer también. Le dieron dos mil millones de dólares para apuntar la libra, y se apuntaló, pero se apuntaló por un tiempo. Cuando pidieron la segunda, ya no era posible tanto. Entonces, ¿qué es lo que pasó? Los señores se sacaron el sombrero, se fueron al Mercado Común y dijeron: «no queremos saber nada de lo otro y queremos ser del Mercado Común».

Pienso que si nosotros hacemos una Comunidad Económica Latinoamericana y después establecemos el Mercado Común Latinoamericano, ese país al que usted se refiere que está en un «boom» industrial muy grande, ¿dónde va a ubicar su producción, que actualmente está colocando casi en su totalidad en América latina?

 

Periodista:

-¿No estamos como partiendo un poco tarde, General? Claro que debido a hechos anteriores, por supuesto.

 

Perón:

-No. Esas cuestiones que se han producido no tienen ninguna importancia para mí. No tienen ninguna importancia si nosotros, desde ahora, procedemos bien. Estamos un poco en retardo porque no hemos tenido la fortuna de que nos acompañara también un desarrollo y desenvolvimiento similar. Pero en esto nunca es tarde cuando la dicha es buena. Somos un país sumamente rico, mucho más de lo que muchos se imaginan. Ya en 1910 Poincaré, cuando nos visitó, dijo lo definitivo: «es un país tan rico que a pesar de lo que hacen todos los gobiernos por hundirlo no lo han conseguido y todavía sigue flotando.”

 

Periodista:

-Esto define un poco, General, lo que será su gobierno, en materia político-institucional, a partir del 12 de octubre. Partiendo de este retardo que usted reconoce y que contrasta con la celeridad con que el país de que hablamos se está moviendo desde el 11 de marzo hasta hoy…

Perón:

-Si, pero lo que ocurre es esto: todo el mundo sabía que la Asociación de Libre Comercio y el Mercado Común se tiraban al alma, pero

con buenas  maneras.

Nosotros tenemos que seguir el mismo ejemplo, ¿por qué pelear?

Si ellos quieren desarrollarse, que se desarrollen, que hagan todo lo que quieran, y bendito sea si lo consiguen, ¿por qué no? Nosotros no estamos para oponernos a nada que sea ventajoso para ellos. Al contrario, tendremos que ayudarlos si es posible, pero no olvidando que en lo internacional hay, a posteriori, un objetivo más profundo y más importante. No hay que olvidarse de que éstas son las grandes reservas del mundo, de un mundo que se está quedando sin alimentos ni materias primas, por el derroche que ha hecho en su expansión tecnológica.

 

Periodista:

-Los países de la Comunidad Europea, encabezados básicamente por Francia, Italia y Alemania, habían aprovechado muy bien el Plan Marshall reconstruyéndose y reestructurándose; e incluso habían creado ya su sistema político definitivo cuando empezaron la lucha contra el viejo mandante que quería usar a Inglaterra. Se defendieron muy bien con una infraestructura tecnológica comercial teniendo, incluso, la audacia de comerciar con países comunistas.

Aquí en América latina, ¿en qué forma los países que podrían crear una Comunidad Latinoamericana, descontando al Brasil que seguramente no lo querrá dados sus compromisos con los Estados Unidos, tienen las fuerzas, los capitales y la técnica? ¿O el hecho de que sean la reserva de materias primas del mundo le dará los capitales necesarios y la tecnología necesaria?

 

Perón:

-Eso es lo que está sucediendo. Los ofrecimientos actuales que nos hacen me dejan un poco perplejo. ¿Qué es lo que ha ocurrido? Lo que ha ocurrido es que cuando nosotros quisimos desarrollarnos el mundo estaba infracapitalizado. Había terminado una guerra, donde habían quemado los capitales. Y Europa en si, lo más importante del centro de gravedad de la potencialidad y tecnología económica del mundo estaba exhausta. Ahora no saben qué hacer con la plata.

Yo le decía a un señor alemán muy importante si había pensado en todos esos miles de millones de marcos que tenían allí, para quién lo habían construido, para quién lo habían hecho, cuando hay 25 ó 45 divisiones en la frontera.

Ellos están necesitando sacar sus capitales, y a Europa le está ocurriendo más o menos lo mismo.

No es el caso de la reconstrucción de ellos, porque allí fueron dos problemas muy graves los que se plantearon. A ellos los reconstruyeron pero los colonizaron. Y vino después la segunda etapa que era la liberación. Y en esa lucha por la liberación se constituyó la Comunidad Económica Europea.

 

Periodista:

-Tendrán que tener bastante imaginación política para arreglar eso, porque la Argentina presenta un cuadro y diferentes países latinoamericanos, otro. Por eso tantas garantías y seguridad.

Perón:

-Son dos elementos que yo compulso como de gran importancia, ya que el mundo actual ha comenzado la guerra de las proteínas. Observe usted que en todo el mundo se ha intentado criar ganado, tal el caso de Argelia, África y el Medio Oriente. Pero no hay caso; las fuentes de proteínas están en nuestro país, en toda la América del Sur, países ricos en fosfato y yodo, que es de lo que carecen los otros.

Todos esos países con el andar del tiempo, se van a ir desarrollando. Pero piense usted que hay poblaciones de esos países que son todavía 50 por ciento indígenas. No se les puede pedir todo. Ellos son los pobres, ahora, pero son los ricos del futuro, cuando la tecnología y el despilfarro ecológico hayan llegado a un límite cómo el que se está llegando ya en Europa.

  


  

ANEXO XIII

 

CARTA AL GENERAL TORRIJOS

Buenos Aires, 19-9-1973

 

A Su Excelencia

El Sr. Gral. D. Omar Torrijos

Panamá

 

Mi querido amigo:


Si una inoportuna enfermedad no me lo hubiera impedido, hace tiempo que hubiese viajado a Panamá, para tener el gran placer de abrazarle. Ahora, nuevas obligaciones y responsabilidades, me tienen ‘atado’ en mi país.

El portador de la presente, Dr. D. Raúl Matera, viaja a Panamá para participar como profesor de la Universidad de Buenos Aires y Jefe del Servicio de Neurocirugía del Hospital Italiano en el XV Congreso Latinoamericano de Neurocirugía. Le he pedido que tenga la amabilidad de visitarle y transmitirle el afectuoso abrazo que le debo.

Le informará de viva voz sobre la situación de nuestro país y le transmitirá en mi nombre una invitación para que nos visite, y para dar una conferencia auspiciada por el Círculo de Acción Latinoamericana, que preside el propio Dr. Matera, y sobre el tema que Usted considere conveniente en la hora actual.

Como habrá podido observar, el «Cono Sud» se ha visto azotado por un nuevo «coletazo» del imperialismo. En Chile, la situación ha hecho crisis, un poco a raíz de la presión externa, y otro tanto por errores en la conducción interna. Al amigo Allende lo han volteado tanto los que lo empujaban de adelante como los que lo hacían de atrás. Un marxismo a outrance de nuestros países no es lo que puede consolidar a un Gobierno del Pueblo.

Sus enemigos han sido tanto los pro-imperialistas que anhelaban derrocarlo como los comunistas, que lo empujaban hacia acciones descabelladas. En fin, un pueblo que deseaba liberarse, frente a una nueva frustración. Les faltó cumplir el apotegma de los griegos: Todo en su medida y armoniosamente.

Espero tener el placer de recibirlo en Buenos Aires y charlar largamente sobre las cosas que nos son comunes. Hasta entonces, le ruego quiera aceptar mi más afectuoso saludo y mis mejores deseos.

Un abrazo.

 

Firmado: Juan Perón.

  


  

ANEXO XIV

 

TRATADO DEL RIO DE LA PLATA

Discurso del 19-11-1973, en Montevideo, durante la firma del Tratado

del Río de la Plata.

 

Señores: es muy profunda mi emoción ante un acto que concreta un hecho largamente esperado por ambas naciones. Para llegar a él, uruguayos y argentinos hemos debido recorrer un camino largo y difícil.

Muy vivas están en la memoria aquellas jornadas de 1910, cuando Gonzalo Ramírez y Sáenz Peña protagonizaron en esta misma ciudad de Montevideo, con el protocolo del 5 de enero, la memorable puesta en ejecución de un instrumento que diera fin a innumerables controversias y equívocos entre nuestros dos países.

 

Nueva perspectiva

 

Los hombres de 1910, movidos por un patriotismo que honra las más puras tradiciones rioplatenses, consagraron un principio de entendimiento que tuvo vigencia durante muchos años. Pero el crecimiento del transporte, las comunicaciones, el incremento del comercio entre ambas oriillas, establecieron una nueva perspectiva en nuestra relación bilateral. Una nueva dinámica nos exigía avenimos al nuevo ritmo de los hechos. No podíamos quedarnos un paso atrás de la historia. En más de una oportunidad, sin embargo, llegamos a pensar que los problemas superarían nuestro propio talento. En ningún momento nos dejamos vencer, porque el corazón nos decía que entre argentinos y uruguayos no podría interponerse una valla insalvable. En todo instante la sensatez y la inteligencia de nuestros mutuos negociadores privó sobre los naturales escollos de una negociación en la que se dirimían derechos esenciales a los intereses de ambas naciones.

A este respecto, es reconfortante comprobar la existencia de constantes emocionales en los hombres de gobierno de Uruguay cuando se trata de reconocer el silencioso valor de la tarea de técnicos y diplomáticos, que inevitablemente precede a este tipo de acuerdos.

En 1910, Gonzalo Ramírez y Sáenz Peña encontraron lugar a expresiones de ponderación para con los expertos que hicieron posible el establecimiento del protocolo firmado por ambos hombres públicos.

Fiel a ese sentir y para satisfacción de los hombres uruguayos y argentinos que trabajaron sin fatiga en el Tratado de hoy, vayan mis palabras de encomio a su exitosa tarea.

Este instrumento que acabamos de firmar constituirá, no caben dudas, uno de los hechos más trascendentales de la historia rioplatense del siglo. Con él, eliminamos hasta el último vestigio conflictivo en nuestros ámbitos fluviales y marítimos que, eventualmente, hubiera podido perturbar nuestras relaciones futuras.

Creo que debemos dar la enhorabuena a esta realidad que de hoy en adelante hará posible una relación mucho más fecunda entre ambos pueblos, tanto más cuando que en anteriores épocas y en circunstancias diversas, la ausencia de un instrumento adecuado dio lugar a frecuentes interferencias ajenas a nuestros mutuos y auténticos intereses.

 

Ejemplo internacional

 

En el porvenir, el Tratado no sólo servirá para allanar meras dificultades de orden jurisdiccional, sino que será el instrumento más eficaz en la defensa de intereses comunes a los dos pueblos. Igualmente, posibilitará una acción ejemplarizadora en el orden internacional, en cuyo terreno Uruguay y la Argentina, como es bien sabido, han ocupado una posición de avanzada.

En muchas oportunidades nuestros dos países sentaron principios que fueron recogidos por la comunidad de las naciones como valiosos aportes al Derecho Internacional.

Un nuevo ejemplo de lo que acabo de expresar es la efectiva reglamentación del internacionalmente aceptado mecanismo de consulta mutua, con referencia a la utilización de las aguas y el lecho del río

Hemos tomado conciencia de las enormes riquezas naturales de que disponemos, cuya defensa y racional aprovechamiento nos crea una obligación irrenunciable ante la humanidad. A este respecto, el Tratado hoy suscripto es un principio de cumplimiento de ese deber, puesto que establece normas concretas sobre contaminación y preservación de los recursos vivos del río y del mar.

Los beneficios para ambas partes serán innumerables. El valor del paso que hemos dado trascenderá a nosotros mismos y a nuestros días. Avizoro un horizonte lleno de esperanza para ambas naciones: nuestros pueblos lo merecen.

Me anima la íntima y vigorosa convicción de que uruguayos y argentinos debemos celebrar, alborozados, la concertación de este instrumento que abre las puertas a una etapa auspiciosa a nuestras relaciones.

Señores: Rememoro con un hondo fervor aquellas horas solemnes de enero de 1910, cuando esta ciudad de Montevideo abrigó, con toda su generosa y tradicional hospitalidad de hermana rioplatense, la presencia del enviado del gobierno argentino, D. Roque Sáenz Peña.

 

Voluntad superior de los pueblos

 

Páginas cargadas de historia me permiten recordar su esclarecida palabra, precursora de circunstancias que a nosotros nos toca hoy protagonizar: Suscribir el protocolo de la fraternidad uruguaya y argentina decía Sáenz Peña- no es crear una política distinta de la que nos viene impuesta por nuestra tradición y el vivo anhelo contemporáneo; eso sencillamente confirmaría, refrendado con el sello de las dos Cancillerías, la voluntad superior de estos pueblos que alientan una misma alma sensible a los calores y al genio de la raza y representan una sola sociabilidad asentada sobre dos soberanías.

Yo me permitiré otorgar a esas palabras la calidez de su vigencia, de su hondura y su valor trascendente. Suscribir este Tratado de hoy es consagrar, para siempre, la fraternidad uruguaya y argentina; es dar vigencia a una política que emana de la tradición, el anhelo y la voluntad superior de nuestros dos pueblos, informados de una misma alma y el genio de su raza, representantes de una misma sociabilidad asentada sobre dos soberanías.

 

Abrazo simbólico

 

Un mismo cielo cubre nuestras dos orillas, su azul se refleja en nuestro paisaje, en nuestras aguas y en nuestras banderas. Aceptemos ese simbólico abrazo de la naturaleza como un signo de fraternidad que nos convoca a la paz, al trabajo en común, a la prosperidad y a la felicidad de nuestros dos pueblos.

Por que así sea, ruego a Dios que permita que un día podamos decir que al haber acordado los principios justos en que se asientan nuestros Tratados, construimos la fraternidad que todos anhelamos desde ~ más profundo de nuestro corazón.

No quiero terminar estas palabras sin hacer llegar a todos los señores, con mi más profunda emoción, el agradecimiento de un argentino más que eso es lo que soy- frente a lo que he presenciado del pueblo de Montevideo, que quedará para mí grabado mientras viva, no solo en mi recuerdo sino también en mi gratitud.

  


 

ANEXO XV

 

CARTA AL GENERAL PRATS

Buenos Aires, 20-11-1973

 

Señor Gral. Don Carlos Prats

 

Mi estimado amigo:

 

He recibido su grata carta en momentos de hacerme cargo de la presidencia. Con viva y sincera emoción le agradezco sus cálidas felicitaciones y sus buenos deseos de éxito en mi difícil misión. Le ruego me perdone el haber demorado en contestarle, asuntos impostergables me lo impidieron. Hoy con sumo placer me dispongo a reanudar nuestro diálogo.

Tiene usted toda la razón cuando afirma que la historia habrá de ofrecernos más de una sorpresa como la de Chile. Una de las causas de la derrota de una revolución radica en que muchas veces los revolucionarios creen que puede realizarse incruentamente. ¡Craso error! Los ejemplos de México, Argentina, Santo Domingo, Bolivia y últimamente Chile demuestran lo contrario. En todos los países mencionados la reacción demostró a los revolucionarios lo caro que debieron pagar por su humanitarismo.

El Presidente Allende me escribía que permanentemente sentía como un contacto físico los tentáculos del imperialismo, que día a día iban paralizando con mayor brutalidad el cuerpo ya enfermizo de la economía nacional, amenazando con asfixiarlo. Esto es corriente en América Latina.
Usted me decía que el destino de un país, como o confirma lo sucedido en Chile, en mucho depende de la coordinación y unidad de las diferentes organizaciones y partidos distantes entre sí por sus idearios políticos. Nada más cierto. Desgraciadamente constatamos en América latina, aunque parezca anacrónico, una abundancia de dirigentes empeñados en un mismo objetivo, que no atinan a ponerse de acuerdo para lograrlo, entran en conflicto entre sí, se pelean, siembran la desunión y la discordia debilitando a sus países en beneficio del imperialismo. Es una pena el que tales dirigentes no quieran o no puedan comprender el carácter popular de la revolución y se dediquen a acciones que perjudican a la misma, provocando al pueblo a manifestaciones que acarrean desórdenes e incidentes sangrientos.

Estoy plenamente de acuerdo con usted que tanto en Chile como en la Argentina no podrá detenerse el movimiento revolucionario si las masas presionan con firmeza y decisión para que asi sea. Se observa algo semejante en otros países del continente, lo que atestiguan numerosas declaraciones de dirigentes políticos y sindicales y los comunicados de los acontecimientos que a diario suceden. En las circunstancias actuales esto no es suficiente, todos sabemos que la lucha depende en mucho de las posibilidades materiales y financieras del movimiento revolucionario y del apoyo moral del exterior. Basta recordar que en 1969 nos dedicamos a la tarea de constituir un fuerte movimiento de solidaridad con la revolución boliviana. Hoy vemos la necesidad de unificar las fuerzas revolucionarias, especialmente las latinoamericanas, en un potente movimiento de solidaridad con la lucha del pueblo chileno, movimiento, que a no dudarlo, aportará una contribución importante al triunfo definitivo de las fuerzas populares en ese país.

Comparto su juicio de que el destino de un país dependerá principalmente de las relaciones del gobierno con las Fuerzas Armadas, en una palabra de la tendencia que predomine dentro de éstas. Es muy justo lo que usted menciona sobre el proyectado plan de los Estados Unidos de modificar el estatuto de la OEA. Si los altos mandos de las Fuerzas Armadas latinoamericanas lo apoyan, tendremos que afrontar duras pruebas, ya que estas modificaciones tienden a la formación de bloques militares en América latina. Traerían como consecuencia la desunión y permitirían a los yanquis instaurar en el hemisferio su anhelado teatro de títeres políticos. Si llegara a suceder, ni imaginarlo quiero. América latina se atrasaría un siglo en el camino de su desarrollo económico y su progreso social. Esta perspectiva debe impulsarnos a poner al descubrimiento los pérfidos planes de los Estados Unidos, sus intenciones inconfesables de «pentagonizarnos», de convertir nuestros territorios en polígonos destinados a probar armas, en plazas de armas que servirían a sus fines estratégicos.
Es indudable que el verdadero contenido de la política norteamericana en América Latina debe ser analizado a la luz de los fines globales de su gigantesca maquinaria bélica. En realidad todos los planes de ayuda a nuestros países, la política de exportaciones, el sistema de financiación del desarrollo industrial están sometidos a los intereses de los planes estratégicos del Pentágono. Esto explica el gran interés del Pentágono en el perfeccionamiento de nuestro sistema de comunicaciones, en la adquisición de materias primas estratégicas, en el desarrollo acelerado de ciertas industrias, etc.

Reconozcamos que una de las causas principales de los duros reveses sufridos por las fuerzas democráticas de América latina reside en no apreciar debidamente el rol de los Estados Unidos, responsables de la mayoría de los golpes de Estado. Sus manos están manchadas con la sangre de miles y miles de latinoamericanos caídos en la lucha por la libertad y la independencia. No hay un sólo país latinoamericano que no haya sufrido la intromisión descarada de los monopolios norteamericanos, verdaderos ejecutores de la política exterior de su país.

Se equivocan los que afirman que respecto a Estados Unidos estamos viviendo un período de calma. Y qué calma es ésta cuando están realizando toda clase de actividades secretas, soborno de políticos y funcionarios gubernamentales, asesinatos políticos, actos de sabotaje, fomento del mercado negro y penetración en todas las esferas de la vida política, económica y social. Sobre nuestros países vuelan los aviones militares norteamericanos, mientras nuestro suelo permanece en poder de sus monopolios, con bases militares. Y a esto se añaden centenas de establecimientos menores, como estaciones meteorológicas, o sismológicas, capaces de convertirse en centros de terrorismo y agresión.

No estamos suficientemente bien informados de las actividades del imperialismo en el derrocamiento de los regímenes democráticos de Brasil, Chile, Bolivia, Uruguay y otros países. Pero poseo informes detallados de la actual arremetida del imperialismo americano en la Argentina. Los yanquis se preparan para un «nuevo diálogo después de Perón». Claramente les decimos que les espera el fracaso. La Nación entera se pondrá de pie. Todos los argentinos se levantarán en defensa de la soberanía nacional. Todos los pueblos hermanos de América nos apoyarán.

Un gran abrazo.

 

Juan Perón

 


 

ANEXO XVI

 

ES LA LEY DEL EMBUDO

 

Entrevista con periodistas panameños Olivos, 16-1-1974.

 

Sr. Presidente: Han venido muchos periodistas panameños.

Periodista: Si; señor Presidente, hemos venido muchos. Señor Presidente ¿Nos puede decir, para la televisión y prensa panameña, algo referente a los temas tratados con el General Torrijos?

Sr. Presidente: Hemos hablado de todas las cuestiones y problemas latinoamericanos, porque estamos preocupados de la situación de América Latina. Conversamos largamente sobre generalidades referidas a las cuestiones latinoamericanas, que son tan importantes para nosotros.
Pensamos que Latinoamérica debe tener conciencia de sus responsabilidades frente a lo futuro. irse integrando en forma de llegar a una organización que nos permita hacer frente al destino, unidos y solidarios.

Periodista: ¿Usted cree que la política del nuevo diálogo anunciado por el Secretario de Estado Norteamericano, Henry Kissinger, puede representar un nuevo nivel de relaciones entre Latinoamérica y los Estados Unidos?

Sr. Presidente: Dios lo quiera así. Yo no creo ni dejo de creer, pero deseo que sea así. Porque en el tren que hemos venido dialogando hasta ahora nada ha sido constructivo. Esperamos que en el futuro sea más constructivo, tanto para los americanos del Norte como los americanos del Sur.

Periodista: El General Torrijos conversó, me imagino, e informó a usted sobre e¡ estado actual de las negociaciones entre Panamá y los Estados Unidos respecto del Canal.

Sr. Presidente: Hemos conversado sobre eso, y pienso que Panamá tiene toda la razón del mundo. Si no se tomaran medidas para hacer lo que Panamá quiere, sería injusto y una arbitrariedad, que algún día tendrá que enfrentar Latinoamérica como un problema de todo el continente.
Periodista: Nosotros, los panameños, dada nuestra situación geográfica, consideramos que el Canal de Panamá es un recurso natural igual que es el petróleo para Venezuela, el estaño para Bolivia y el cobre para Chile. ¿Qué puede decirnos sobre esa concepción?

Sr. Presidente: Es natural. El Canal está en territorio panameño, y el que se haya hecho una cesión en algún momento anterior, puede ser cosa que responda al pasado histórico de Panamá. Pero las necesidades de Panamá en el presente no pueden ser las mismas que hace un siglo. De modo que Panamá tiene todo el derecho de reclamar la soberanía absoluta y total del Canal y disponer de él, porque es una parte de su territorio. Ya en el mundo las Naciones Unidas han dicho que todas las colonias deben ser liberadas; ¿O no? Más todavía, porque el Canal representa un recurso natural de Panamá. Si se han liberado las demás colonias, porque no se va a liberar el Canal. Es decir, allí están haciendo la justicia del fuerte y no la justicia del honesto, que es la que hay que hacer. Hay que proceder con honestidad; si los Estados Unidos proceden con honestidad tendrán que devolver el Canal sin absolutamente ninguna condición. Es un territorio que hay que descolonizar. En realidad, ese es un sector colonial. Es así como lo vemos nosotros, los latinoamericanos, el problema; creo que no habrá dudas: todos lo vemos igual.

Periodista: ¿Qué significación le ve usted a organizaciones como las Naciones Unidas o la Organización de Estados Americanos para dirimir esta clase de situaciones?

Sr. Presidente: Las Naciones Unidas ya han dado su palabra, diciendo que hay que liberar todas las colonias. Ahora es cuestión de que se cumplan las decisiones de las Naciones Unidas, porque aquí está pasando una cosa curiosa: los débiles cumplen lo que dicen las Naciones Unidas, mientras los fuertes no. Es la ley del embudo. Quiere decir que los fuertes tienen que cumplir también. Inglaterra debe liberar las posesiones que no le corresponden y que tiene por allí, lo mismo que los Estados Unidos. Si ellos, porque son fuertes, resisten a la justicia y a las decisiones de las Naciones Unidas, ¿qué podríamos pensar de dicho organismo?

Periodista: ¿Qué significado atribuye usted a la visita del General Torrijos a la Argentina?

Sr. Presidente: Todas estas visitas entre nosotros los latinoamericanos, sobre todo los que estamos en defensa del Continente, son para estrechar las relaciones y ponernos de acuerdo en muchas cosas en las que es importante que nos pongamos de acuerdo. El futuro del mundo está cambiando de una manera trascendental. Los grandes países superdesarrollados, con la crisis del petróleo, están demostrando que tienen los pies de barro. Cuidado.

Ellos, que han consumido las grandes reservas ecológicas, están en condiciones de tener que recurrir a nosotros que no las hemos destruido. Este mundo cambia y es muy probable que los pobres de antes seamos los ricos del futuro, porque tenemos todas las grandes reservas que son las verdaderas riquezas de la comunidad humana. Debemos pensar que las grandes reservas están en Latinoamérica, y hay dos elementos críticos que se van a presentar como amenaza grave en un futuro inmediato, es la comida para un mundo superpoblado y la materia prima para un mundo superdesarrollado. Esos dos son los elementos críticos de los cuales tenemos grandes reservas.

Todos estos países superdesarrollados han destruido totalmente es-tos dos elementos y ya no tienen tierra, agua potable y casi oxígeno. Porque todo eso lo han despilfarrado de la manera que han querido.

En nuestro caso parece que la providencia es la que nos ha permitido que conservemos esas grandes reservas.

En consecuencia, debemos pensar cómo será el problema del futuro. La historia prueba que cuando los fuertes y poderosos han necesitado esas dos cosas, comida y materia prima, las han ido a tomar donde estén, por las buenas o por las malas. Eso es una lección que la historia nos da a nosotros y que debemos aprovechar. Hace 30 años dije que el ario dos mil nos iba a encontrar unidos o dominados.

Sigo pensando que cada día eso parece más probable. Entonces ¿qué esperamos para unirnos, organizarnos, para una defensa que el futuro hará indispensable? Esa es la misión que nos cabe a nosotros. Es un mandato histórico que nos lleva a eso. Latinoamérica debe estar unida, organizada y lista para defenderse, porque si no -como digo yo- nos van a quitar todo «por teléfono».

Periodista: ¿Cómo definiría el momento político que vive América Latina?

Sr. Presidente: América latina en este sentido está, en m¡ concepto muy avanzada. Ya estamos teniendo conciencia de esas necesidades. Los líderes populares de toda Latinoamérica están contestos en eso.

Los dirigentes políticos importantes, como el General Torrijos que está ahora en la Argentina, estamos totalmente de acuerdo. Me he encontrado con el Presidente de México en París y estamos también, totalmente de acuerdo. He estado en Lima y allí también estuvimos de acuerdo.
Es decir, que ya estamos empezando a entrar, a ponernos de acuerdo ante una amenaza que indudablemente debemos considerar para nuestro futuro. No estamos luchando para nosotros, estamos luchando para nuestros hijos, a quienes no debemos dejarle un presente griego.
Y esa organización debe ser la integración continental que hay que hacer cuanto antes, porque ahora el tiempo comienza a apremiar.

Periodista: Usted, en una ocasión estuvo con un grupo de periodistas hace ya muchos años en Panamá

Sr. Presidente: Ah, sí, ya me acuerdo, uno de ellos me escribió hace un tiempo.

Periodista: También quiero traerle el mensaje de un muchacho muy humilde, que lo quiere mucho, y representa el saludo del pueblo panameño. Se trata del morocho Álvarez, de María Chiquita.

Yo quería hacerle una pregunta. ¿Usted no piensa volver a hacernos una visita?

Sr. Presidente: Yo pensaba realmente no participar en este gobierno. Han sido sólo circunstancias especiales que se han presentado las que me han obligado a asumir el gobierno; por imposición de una masa popular a la cual no se puede decir que no. Yo deseaba quedar libre para viajar por toda Latinoamérica, cumpliendo una misión de acercamiento entre nuestros países y también de acuerdos.

Las tareas de gobierno son ahora aquí muy pesadas, porque estamos reconstruyendo un país que ha sido bastante desorganizado durante muchos años. Pienso que en el año 1974 ya podré tener la suficiente libertad de acción para hacer un viaje. Entonces tendré el inmenso placer de llegar hasta Panamá, donde tengo tantos amigos y buenos recuerdos. El pueblo panameño es-maravilloso. Le tomé un cariño muy grande en el poco tiempo que estuve allí. Tan es así que allí, en reuniones con sindicalistas, conversábamos sobre sindicalismo -con la autorización del gobierno, por supuesto-. Los sindicalistas panameños -los viejos- recordarán nuestras tenidas de los viernes a la tarde en mi casa.

Les ruego que haga llegar al pueblo panameño todo ese cariño inmenso que siento por él, así como también mi agradecimiento por los días que pasé allí, que fueron días muy felices para mí.

  


  

ANEXO XVII

 

UNIDAD SINDICAL LATINOAMERICANA

Fragmento del discurso pronunciado en Buenos Aires el 8-4-1974,

ante dirigentes sindicales argentinos y latinoamericanos.

 

Todo este proceso ha sido posible merced a una larga lucha. Hace treinta años que venimos luchando, pues las cosas, indudablemente, no se pueden obtener en días. Hace muchos siglos, también, que la clase trabajadora está luchando por obtener lo poco que ha podido alcanzar; sin embargo, es evidente que deberá seguir luchando a fin de mantener las conquistas logradas.

En todo este proceso la base fundamental es la organización; sin ella, toda lucha es inútil; vale decir, sin organización, es pelear prácticamente sin posibilidades. Esto lo digo yo, porque aquí hemos alcanzado una organización que evidentemente no será perfecta, que no será la ideal, teniendo en cuenta que muchos piensan de otra manera, pero lo indudable es que dentro del proceso político argentino la clase trabajadora representa uno de los pilares más fuertes y es uno de los factores más determinantes para las decisiones de la comunidad. Y este último aspecto, para aquellos que trabajamos para las clases obreras, sabemos que es positivo.

En lo que se refiere a nuestros puntos de vista respecto a la base continental, también tenemos nuestra idea. Pensamos que, así como se construyen las pirámides, han de construirse las organizaciones; es decir, hay que poner una base muy firme y, de ese modo, se puede construir cualquier cosa. No creemos en lo que se pueda construir desde arriba hacia abajo, sino que somos partidarios de una construcción de abajo hacia arriba.

 

Anhelamos la integración continental

 

En ese sentido anhelamos la integración continental, cosa que la historia nos está indicando y la evolución nos está imponiendo. Fíjense que en este mundo de 3.500 millones de habitantes la mitad está hambrienta. Ya estamos llegando a 4.000 millones y todavía hay gente que se muere de hambre. ¿Qué ocurrirá dentro de 25 años, en el año 2000, cuando la población del mundo sea de 7.000 u 8.000 millones de habitantes?

Indudablemente, en un mundo superpoblado y superindustrializado como lo será el del año 2000, la crisis gravitará sobre dos elementos fundamentales: la comida y la materia prima. Y ya se ha comenzado a sentir el hambre hace rato, y la necesidad de materia prima ya comienza a manifestarse violentamente. En consecuencia, esos dos elementos serán decisivos para el mundo del futuro.

Las mayores reservas de comida y materia prima del mundo están en Latinoamérica, y aquí nosotros ni hemos explorado el suelo, ni hemos comenzado a producir lo suficiente para alimentar las necesidades del mundo hambriento.

Nosotros tenemos 3 millones de kilómetros cuadrados, y 2 millones son aptos para producir comida; sin embargo producimos todavía una bagatela. Ese desarrollo silo llevan los demás países del mundo, y si dejamos la comida y tomamos el concepto de la materia prima en toda la América latina, todavía no hemos comenzado a destruirla, como lo han destruido en otros territorios los grandes países superdesarrollados, que han creado una tecnología que ha ido destruyendo al mundo y a su tierra.

Tenemos todavía todo eso que no se ha destruido, y ya nos comienzan a decir que en el futuro debemos vender barata la materia prima. Algunos dicen: «Si no, haremos sucedáneos». Yo les pregunto si algún día van a fabricar una vaca o trigo sintético. . . pero la política de los países superdesarrollados, que nos hicieron pagar sus manufacturas, ha llegado con eso a destruir sus grandes reservas de materia prima.

Los que ahora tenemos la materia prima somos nosotros y es probable que los ricos del pasado sean los pobres del futuro y nosotros, que éramos los pobres, pasemos a ser los ricos, porque tenemos lo que ellos ya no tienen, que es la verdadera riqueza.

 

Una Latinoamérica desunida no se podrá defender

 

Claro que eso, que es nuestra esperanza, es también nuestro peligro. porque la historia prueba que cuando los fuertes y poderosos han necesitado esos dos elementos los han ido a tomar donde estén, por las buenas o por las malas.

Una Latinoamérica desperdigada, como somos, no se podrá defender. Nos van a quitar las cosas por teléfono. Entonces, ¿cuál es el problema? Unámonos, organicémonos y preparémonos para defendernos. Me parece que eso es fundamental y básico, en un mundo cuya evolución actual lo lleva a la desaparición de todas las divisiones. ¿No está integrada Europa? ¿No está integrada Sudáfrica? Asia también está integrada. Nosotros somos el último orejón del tarro.

Por otra parte, estamos desperdigados en pequeños países y hacemos cuestiones entre nosotros con las fronteras.

Recuerdo que en una oportunidad en que conversaba con el presidente de la última comisión sobre la defensa ecológica de la Tierra, celebrada en Estocolmo, le pregunté: «Dígame, doctor, ¿qué es lo más importante que usted aprendió allí?». El me respondió: «Dos cosas fundamentales. Allí ya no se habló de los países, se habló de la Tierra».

Ahí me di cuenta de lo tontos que han sido los hombres. Seguramente, durante siglos se han muerto por millones para defender unas fronteras que sólo estaban en su imaginación.

Evidentemente, el mundo marcha hacia el universalismo; ahora vamos hacia esa etapa, porque los hombres se han dado cuenta de que todos somos hermanos y que, si no nos ayudamos para subsistir, vamos a morir todos. En este sentido, no hay término medio; los hombres tendremos dos posibilidades: que la humanidad se muera de hambre o que el hombre arroje la bomba de 100 megatones, hecho que también puede ser fuente de solución, si la insensatez de los hombres no busca el otro camino para solucionar el problema. Entonces, pensamos aquí que este aspecto es fundamental y que por esa unidad, para que sea efectiva y real, debe empezar por los pueblos. En realidad, ellos son los que deben tener ese sentido de unidad.

Las organizaciones sindicales deben ser la base esencial para el logro de ese objetivo. En este sentido, pienso que las organizaciones obreras de todo los países latinoamericanos deberán proceder como ustedes, es decir, deberán establecer conexiones a efectos de alcanzar esa unidad. Si los trabajadores de América latina se unen, alcanzarán realmente su destino. Si no lo hacen, las oligarquías, los poderes extraños, las burguesías mismas, se alzarán con el santo y la limosna en poco tiempo. Una masa latinoamericana organizada en sindicatos, unida y solidaria, es un freno para todas esas ambiciones desmedidas.

 

Los trabajadores deben estar unidos

 

Por eso, compañeros, los felicito; esta solución es posible siempre y cuando se establezcan conexiones entre todos los trabajadores. Es-tos deben estar unidos, cualquiera sea el país en que vivan, pues las fronteras ya van perdiendo su valor y el hombre debe comenzar a darse cuenta de esa circunstancia.

Dije antes que marchamos hacia un universalismo en el que la tierra seré utilizada mediante acuerdos. Lógicamente, debemos estar atentos, porque si el arreglo lo hacen los imperialismos, estamos lis-tos, desde el momento que todo será para ellos y nada para nosotros. Por eso digo que también nosotros debemos estar organizados y unidos. Hay un Tercer Mundo que no obedece ni a uno ni a otro de los imperialismos dominantes, y ese Tercer Mundo es grande.

 

El Tercer Mundo ya está en marcha

 

Recuerdo que en 1945 lancé por vez primera la idea de un Tercer Mundo, es decir, la Tercera Posición. En aquella época «no estaba el horno para bollos», en virtud de que había finalizado la Segunda Guerra Mundial y los vencedores imponían condiciones. Pero han pasado mes de veinticinco años y hoy las dos terceras partes del mundo pugnan por colocarse en una Tercera Posición.

Cuando los imperialismos quieran imponernos cómo habremos de organizarnos dentro de la Tierra, será necesario que en ese Tercer Mundo haya una entidad que diga: «Señores: aquí las condiciones que ustedes proponen son éstas; en cambio, las que nosotros proponemos son tales y cuales». Entonces, cuando las dos terceras partes del mundo hagan sentir su voz en una entidad organizada, los imperialismos van a entrar en razón. Nadie se ha puesto nunca contra el mundo entero, y éste debe ser el camino que tendremos que seguir.

Ese futuro no está tan lejano como algunos creen; el siglo XXI lo tendremos dentro de 25 años y el año 2000, según lo han predicho grandes hombres como Spengler, Stuart Mill, y otros grandes filósofos que estudian estos problemas, será el año de las grandes soluciones o de las grandes catástrofes. Dios quiera que sea lo primero, pero para que eso suceda los hombres tienen que poner un poco de buena voluntad, unión, solidaridad, y renunciar al egoísmo que siempre han practicado.

Si los hombres, en vez de empeñarse en luchas y de haber practicado el estúpido egoísmo de los países y todas esas cosas, se hubieran dedicado a resolver los problemas de la humanidad, hoy el mundo sería otro. Se han gastado miles y miles de millones para oprimir a los pueblos. Vean ustedes Vietnam, o Corea, por ejemplo. ¿Puede ser eso tolerable en nuestro tiempo? Es decir, son cosas que verdaderamente hacen clamar al cielo; y si el hombre es tan estúpido que sigue en esa tesitura, desgraciadamente, las ha de pagar. Naturalmente que esto es injusto y no debe ser. Por eso sostenemos la necesidad de una unidad latinoamericana que representa ese Tercer Mundo que ya esta en marcha. No vayan a creer que no está organizándose. Ya se está organizando, comienza a pesar y pesará cada día más, en la medida en que seamos capaces de unirnos.

Llevar la unidad sindical a Latinoamérica

Por esa razón quiero cerrar mis palabras agradeciéndoles esta visita y felicitándolos por la tarea que ustedes realizan, que es mucho más trascendente de lo que ustedes se imaginan. Llevar la unidad sindical a Latinoamérica es comenzar la integración del continente. Se integran las ideas y los corazones, y ese trabajo es en el que hay que empeñarse.

Dios quiera que nuestros compañeros trabajadores, que también están empeñados en esa misma idea, puedan desenvolverse en todas partes para realizar estas reuniones de solidaridad y que puedan preparar todas las soluciones para una Latinoamérica del futuro y no de un futuro lejano, sino inmediato.
Les ruego que lleven nuestro saludo a todos los trabajadores de Latinoamérica y les digan que pensamos entrañablemente para ellos y por ellos, de la misma manera que lo hacemos por nuestros hermanos, los compañeros trabajadores argentinos. Para cualquier cosa que ustedes necesiten, estamos a su disposición. Si desean visitar el país, tienen todos los medios para hacerlo en la forma que sea. Aquí hay muchas cosas que todavía se pueden ver, que las estamos arreglando un poquito para que mejoren en el futuro, mediante nuestro trabajo y nuestro sacrificio.

Muchas gracias y buena suerte.

  


 

ANEXO XVIII

 

CUENCA DEL PLATA

Discurso pronunciado al inaugurar la VI Conferencia de Cancilleres de la Cuenca del Plata, en el Centro Cultural San Martín, Buenos Aires, el 10 de junio de 1974.

 

Señor Canciller de Bolivia, General D. Alberto Guzmán Soriano; Señor Canciller del Brasil, Embalador D. Antonio Azeredo Da Silveira; Señor Canciller del Paraguay, Doctor D. Raúl Sapena Pastor, Señor Canciller del Uruguay, Doctor D. Juan Carlos Blanco; Señoras y Señores:

Deseo dar, en primer lugar y como es costumbre tradicional, la bienvenida a los Señores Cancilleres a este país que también es de ustedes. No puedo llamarles «huéspedes» del pueblo argentino porque dentro de nuestra gran familia americana, en cualquier lugar de América en que estemos, debemos considerarnos como en la propia casa. Es, Señores Cancilleres, teniendo eso en nuestras mentes que debemos trabajar para el común beneficio regional. Así lo siento y así lo digo.

Esta VI Reunión de Cancilleres de los Países de la Cuenca del Plata que hoy se inaugura tiene una tarea muy importante que cumplir.
Las inmensas riquezas naturales de esta región deben y pueden explotarse intensamente para beneficio de los pueblos que la habitan. Si lo hacemos en forma racional, ello nos permitirá convertirnos en las naciones ricas del futuro, a lo que justamente aspiramos para bien de nuestros pueblos. En un mundo donde la solidaridad no es ya más un compromiso sino una imperiosa necesidad, el contar con ese verdadero emporio de riquezas es una bendición de Dios que asegura la participación de nuestros países en las grandes soluciones que deberá- tomar la humanidad en el porvenir. La región que comprende la Cuenca del Plata es el corazón de América. Tiene, como dijimos, grandes riquezas naturales y una población aproximada a los sesenta millones de habitantes, que al finalizar el siglo se habrán transformado en más de cien millones. Población ésta que ha surgido del feliz encuentro de hijos de españoles y portugueses con los autóctonos habitantes de esta significativa zona del continente americano.

 

Contrastes de la región

 

Pero si es una región con inconmensurables riquezas es también una región de grandes contrastes, donde hay lugares que tienen al-tos índices de mortalidad, donde hay sitios en que la asistencia médica es casi inexistente y donde se necesita luchar sin descanso para combatir el analfabetismo. Por otra parte, también en la Cuenca del Plata están situados los dos más grandes polos de desarrollo de la América Latina. Al lado de espacios económicos vacíos, hay conglomerados humanos que son de los más grandes del mundo. Los centros urbanos del Gran Buenos Aires y de San Pablo, que ahora se acercan a los 16 millones de habitantes llegarán en el año 2000 a cerca de 32 millones, es decir, se habrán prácticamente duplicado. Conseguir el desarrollo armónico de la región, teniendo en cuenta los intereses de los cinco países a que pertenece el territorio de la Cuenca, conseguir que esas larguísimas fronteras vacías se dinamicen y se pueblen con habitantes que vivan en paz y seguridad, debe ser, en mi concepto, el propósito y el objetivo del programa a cumplir. Y esto constituye el desafío más grande que se haya hecho en nuestra época a la capacidad y a la imaginación creadora del hombre.

 

Comprender los mutuos anhelos

 

Para enfrentar este desafío necesitamos, no sólo los más modernos conocimlento9 técnicos, el conocimiento acabado de la tecnología de nuestros días, sino también una especial aptitud moral y una especial actitud espiritual que nos permita ver los problemas y buscar las soluciones con una gran comprensión para nuestros mutuos anhelos y aspiraciones, y con gran perspectiva histórica.

Estimo que el camino recorrido en estos siete años de institucionalización del programa de desarrollo de la Cuenca puede considerarse como positivo. Posiblemente, hayan sido también los años más difíciles en que la tarea versó sobre el inventario de problemas por resolver que venían de antes y no de coincidencias sobre tareas futuras.

 

Soluciones para los cinco países

 

Quiero hacer una reflexión sobre lo que considero debe ser el contexto en que debieran desarrollarse las relaciones internacionales en la Cuenca del Plata. Hasta nuestros días la forma más clásica de las relaciones internacionales ha sido la bilateral, la que contrapone los intereses de un Estado con los de otro Estado, de un gobierno con los de otro gobierno. No creo que la suma de esas relaciones bilaterales entre nuestros cinco países pueda ser el marco adecuado en que deban desarrollarse las relaciones económicas, sociales y culturales del área. Esas relaciones políticas, económicas y culturales deben coordinarse en función de los intereses de los cinco países, en su conjunto y no como el resultado de los acuerdos bilaterales de los países que componen la Cuenca del Plata.

 

Los grandes objetivos

 

Aún hoy en día existe la preocupación de lo que podemos ganar o perder en nuestro quehacer económico diario. Es lógico y natural que así sea. Pero en un programa de desarrollo multinacional no debe interesarnos lo inmediato sino cuál va a ser la rentabilidad de nuestras inversiones en un plan a mediano o largo plazo. Si con ello contribuimos a que la región se desarrolle en forma gradual y armónica como se pretende en el Tratado dé la Cuenca, a que se eleve la capacidad adquisitiva de otros sectores de la población, o que no se produzcan tensiones sociales que tienen un fuerte impacto en la economía, habremos contribuido eficazmente a consolidar la posición de todos los países de la Cuenca.

Por eso el desarrollo de esta región exige que todos los países actúen con un sentido de grandeza. Siempre he dicho que los pueblos que tienen que desempeñar un papel por sus riquezas naturales o sus recursos humanos tienen una especial obligación de actuar con ese sentido de grandeza. Y a todos nos corresponde también una tarea fundamental en ayudar a encauzar, dirigir y armonizar posibles dificultades que se presenten en esta gran familia de países hermanos.

 

Año 2000: unidos o sometidos

 

Sé también que, principalmente, e programa de desarrollo de la Cuenca es un programa de integración física, que consiste en construir caminos, puentes, utilizar los ríos, construir represas, mejorar y facilitar todos los medios de comunicación. Pero creo que en nuestros días, eso ya no es suficiente. He dicho y repetido varias veces que el año 2000 nos encontrará unidos o sometidos. Es ésta una realidad que se impone al mundo americano y nosotros debemos actuar conforme a ella con la decisión y prontitud que la celeridad del proceso requiere.

No debemos olvidar y sí tener en cuenta que para los países americanos en desarrollo estos años de fin del siglo van a ser de fundamental importancia.

 

Defender a los pueblos

 

Es un hecho indiscutible el que en las distintas regiones del mundo las naciones se aglutinen y se unan no para hacer la guerra en el sentido clásico sino para defenderse y defender a sus pueblos de los peligros inminentes de una superpoblación y de una superindustrialización. Se están consumiendo aceleradamente nuestros recursos naturales no renovables, se está contaminando el planeta, algunos países enfrentan el problema de la superpoblación y otros, como nosotros, la falta de mano de obra para impulsar su desarrollo. Y ese consumo indiscriminado o extinción de nuestros recursos naturales no lo hacen los países americanos sino otras naciones que los utilizan en propio beneficio. De allí la necesidad de unirnos para defenderlos y para que su aprovechamiento redunde en beneficio de sus legítimos propietarios y de la región que los circunda. Necesitamos integrarnos, necesitamos participar de nuestros problemas, de nuestras necesidades, de nuestras aspiraciones culturales y sociales. Con esto quiero decir que la integración de la que hablo no se agota en el simple intercambio o compraventa de bienes de consumo. La integración económica es un aspecto muy importante, pero no es, en absoluto, toda la integración. Lo que debemos hacer es estudiar los procedimientos, analizar los métodos, las distintas formas en que podemos avanzar en el proceso de la integración s9cial, cultural, laboral, técnica y política de nuestro continente. Debemos poner énfasis en esos aspectos no-económicos de la integración. Sé que los Señores Cancilleres conocen perfectamente estos problemas, y que en una y otra medida comparten estas ¡deas. Me he permitido hacer referencia a la integración porque creo que allí está el porvenir de América. Es mi principal anhelo que nuestros países comiencen cuanto antes una tarea efectiva en ese sentido.

 

Ritmo más dinámico

 

Debiéramos preguntarnos por qué se han dejado de hacer en la Cuenca del Plata diversas cosas de beneficio mutuo y tratar de imprimir al proceso un ritmo mucho más dinámico y efectivo. Para ello creo que es muy importante que se analicen las instituciones y la forma en que pueden ser perfeccionadas para cumplir los fines que nuestros pueblos se han propuesto. Para analizar y perfeccionar esas instituciones mi gobierno y mi país están abiertos a todas las sugerencias, a todos los proyectos, a todas las formas posibles que se propongan para ir haciendo crecer el programa de desarrollo de la Cuenca.

 

Avanzar sobre lo que nos une

 

Además del aspecto institucional, creo que podemos y debemos impulsar el programa si ponemos énfasis en aquellos aspectos no conflictivos, en aquellos proyectos en que existe un verdadero «interés Común». Muchas veces nos empeñamos y nos quedamos años discutiendo los problemas que nos separan, en vez de avanzar sobre aquellos objetivos que nos unen. Es natural y lógico que los países defiendan decididamente lo que creen ser sus derechos. Pero eso no debe impedir que se siga trabajando en otras cuestiones que no sean conflictivas, con amplio espíritu de colaboración fraternal y de grandeza que debe caracterizar al hombre americano, y que pongamos en esta gesta por nuestra liberación de todo sojuzgamiento, las energías que el apoyo de nuestros pueblos nos proporcionan para satisfacer sus ansias de mejoramiento, justicia y libertad.

 

Recorrer juntos el camino

 

Señores: En esta VI Reunión de Cancilleres de los Países de la Cuenca del Plata se deberá responder afirmativamente al juicio de la historia. No dudo que la buena voluntad que ha privado en las reuniones anteriores y el espíritu de colaboración que ahora nos une hará fácil el recorrer juntos el camino que hemos elegido para obtener los resultados positivos que todos anhelamos.

Señores Cancilleres: Lo repito, esta es vuestra casa; no solamente este recinto o la ciudad de Buenos Aires que os recibe con entusiasmo sino toda la Argentina. Así es como mi pueblo lo siente y para mí es un placer y un honor transmitir ese sentimiento.

 

 

 

 

Comments are closed.