Lo más remoto de nuestra raíz hispánica

 

 

LO MÁS REMOTO DE NUESTRA RAÍZ HISPÁNICA

   Pensar que nuestra historia comienza en 1492 con Colón arribando a la futura América, es hacer un corte arbitrario e inapropiado en la evolución de nuestra genética cultural. Es un punto de partido inexistente.

   Siglos hacia atrás del siglo XV, en Europa y en nuestro continente, han tenido lugar desarrollos culturales que, por mestizaje, darán como resultado la estirpe (como familia) hispanoamericana, con distintos caracteres según la ubicación, pero con visibles comunes denominadores, los que serán en definitiva nuestra identidad cultural.
   Dos se distinguen claramente entre muchos otros: el sentido de libertad, como base para la práctica de la democracia directa, esencialmente diferente a la democracia formal, liberal y burguesa  y la religiosidad popular católica, de las que nos ocuparemos en este ítem.

 

Afirmación de la identidad

   Por lo pronto, permítasenos afirmar la necesidad de proclamar nuestra identidad cultural y de una política continental que la exprese y canalice,  reclamo hecho desde José Vasconcelos, Manuel Ugarte, Juan Perón, Pedro Morandé, Pedro Henríquez Ureña, Methol Ferré, Carlos Sanz,  hoy Alberto Buela, entre muchísimos otros, desde nuestra propia América, con nuestra propia mirada, con nuestra experiencia de siglos,  con la propia expresión y no con la interpretación equívoca de que somos hispanos o indoamericanos. No somos hispanos ni indoamericanos, somos hispanoamericanos, porque ese es el nombre de la síntesis y de la fusión de mil culturas autóctonas y de la cultura hispánica trasplantada a América, o dicho por Morandé, que América Latina sería, literalmente, un Nuevo Mundo. Los elementos culturales provenientes de las culturas amerindias, africanas y europeas – hispano lusitanas -, habrían generado un horizonte propio, donde cada componente ya no podría ser separado de la nueva unidad. (Subrayado nuestro)
   Mucho menos dar lugar a la claudicación y al renunciamiento y reniego de lo propio, que, con su brutal pero sincero estilo, propone Sarmiento en “Conflicto y armonía de razas de América: En qué se distingue la colonización del Norte de América?” En que los anglosajones no admitieron las razas indígenas, ni como socios, ni como siervos. ¿En qué se distingue la colonización española? En que la hizo un monopolio de su propia raza que no salía de la edad media al trasladarse a América y que absorbió en su sangre una raza prehistórica servil. Están mezcladas a nuestro ser como nación razas indígenas, primitivas, destituidas de todo rudimento de civilización y gobierno. La inmigración sola bastaría de hoy en adelante para crear una nación en una generación, igual a cualquiera de las que más poder ostentan en Europa occidental. Alcancemos a Estados Unidos. Seamos Estados Unidos”. No Don Domingo, por suerte somos lo que somos.

   Dice nuevamente Morandé en su obra “Cultura y modernización en América Latina” lo siguiente, según el comentario aparecido en bodegadeveron.files.wordpress.com :“durante la conquista y la colonia – siglos XVI y XVII – se habría constituido una síntesis cultural única a partir de los componentes derivados desde la cultura española – especialmente el catolicismo – y las culturas autóctonas. Ahí radica el núcleo de nuestra identidad cultural hasta hoy. La identidad cultural permanece, pese a que los pueblos la olviden y persigan otros modelos culturales.  Siempre es posible explicitarla y recuperarla. Morandé entiende la identidad esencial como una vocación que debe ser conservada en el futuro, de acuerdo al principio ético de la fidelidad al propio ser. Concretamente afirma en su libro: es “necesario reencuentro con el origen para rescatar la identidad y el sentido histórico perdido”. Agregamos, no perdido, latente o no visible por momentos. Al igual que en un eclipse, los planetas están, solo que  no se ven, pero vuelven a aparecer. (Subrayados nuestros) 
   Continua el comentario sobre la obra Morandé de este modo: “el autor plantea que para entender la síntesis cultural – entre indios y españoles – hay que relevar las relaciones de participación y pertenencia, por sobre las relaciones de diferencia y oposición. A modo de ejemplo, el autor nos indica que el énfasis católico en los ritos y la liturgia se encontraron y amalgamaron con las prácticas de culto y rituales en la vida en las culturas indígenas. Ambas formas de prácticas de culto se basaban en el sacrificio ritual llevado a cabo o representado en templos. El interés en la danza; en la liturgia; en el teatro y en los ritos – acompañamiento esencial de las fiestas y festividades religiosas alrededor de las cuales se organizaba el año – es también una característica en que coincidían ambas culturas. En España y en América, el ciclo anual – ciclo agrícola – se organizaba en torno a un calendario litúrgico, a un calendario religioso”.  (Subrayado nuestro)

   Sin duda, la evidencia de la realidad expresada por el mestizaje, como fusión y síntesis, no sincrético donde cada componente tiene igual peso,  étnico y cultural, cimienta esta identidad.
   Ningún análisis que busque la esencia de nuestro ser puede omitir este dato. Es insoslayable.
   No obstante, múltiples dificultades hacen a su realización plena, lo que sería en otros términos la unidad continental americana. Esa es la dirección en la que se proyecta el reconocimiento y la defensa de la identidad cultural. Por eso el valor de comprender a la luz de la historia ese patrimonio. Ese es, además, el valor intrínseco del estudio histórico: comprensión, afirmación y direccionalidad. Algo que nos pone en realidad, a  las puertas de una utopía, la de la unidad. Utopía que, como todas las utopías, no es sinónimo de imposibilidad de realización, sino, simplemente y de acuerdo con la raíz griega del término, lo que no tiene lugar, aún, solo aún…. y nada implica imposibilidad. Si cada utopía fuese de imposible realización, de seguro estaríamos en las cavernas sin siquiera poder manejar el fuego.

   Dejemos que de este modo lo exprese Henríquez Ureña: …”Dentro de nuestra utopía, el hombre llegará a ser plenamente humano, dejando atrás los estorbos de la absurda organización económica en que estamos prisioneros y el lastre de los prejuicios morales y sociales que ahogan la vida espontánea; a ser, a través del franco ejercicio de la inteligencia y de la sensibilidad, el hombre libre, abierto a los cuatro vientos del espíritu. ¿Y cómo se concilia esta utopía, destinada a favorecer la definitiva aparición del hombre universal, con el nacionalismo antes predicado, nacionalismo de jícaras y poemas, es verdad, pero nacionalismo al fin? No es difícil la conciliación; antes al contrario, es natural. El hombre universal con que soñamos, a que aspira nuestra América, no será descastado: sabrá gustar de todo, apreciar todos los matices, pero será de su tierra; su tierra, y no la ajena, le dará el gusto intenso de los sabores nativos, y ésa será su mejor preparación para gustar de todo lo que tenga sabor genuino, carácter propio. La universalidad no es el descastamiento: en el mundo de la utopía no deberán desaparecer las diferencias de carácter que nacen del clima, de la lengua, de las tradiciones; pero todas estas diferencias, en vez de significar división y discordancia, deberán combinarse como matices diversos de la unidad humana. Nunca la uniformidad, ideal de imperialismos estériles; sí la unidad, como armonía de las multánimes voces de los pueblos……
…Nuestra América se justificará ante la humanidad del futuro cuando, constituida en magna patria, fuerte y próspera por los dones de la naturaleza y por el trabajo de sus hijos, dé el ejemplo de la sociedad donde se cumple la emancipación del brazo y de la inteligencia…

 La unidad de su historia, la unidad de propósito en la vida política y en la intelectual, hacen de nuestra América una entidad, una magna patria, una agrupación de pueblos destinados a unirse cada día más y más”. (6)(Subrayado nuestro) 

   Bien dicho por Henríquez Ureña, unidad de lo diverso, de lo contrario, en lo enteramente homogéneo no habría nada que unir. Ahí está el desafío y la utopía.

 

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Dibujo publicado por Agenda de Reflexión el 11-05-07 
Nuestro comentario: En el espacio interestelar, ¿Quién dijo  l que el Norte está arriba y el  Sur abajo?
Un tema impuesto culturalmente, sin lugar a dudas. (7)

  Alberto Buela lo expresa de este modo: “De igual manera la identidad americana no se debe buscar en el mestizaje a partes iguales sino en la aproximación a las fuentes clásicas de cultura occidental pero, eso sí, vistas y vividas desde América…
 Es más, creemos que el fruto más logrado de ese colosal abrazo que se dan, durante tres siglos, tanto en la lucha como en el lecho peninsulares y aborígenes es la América criolla, la América morena. Lo que nosotros negamos es que seamos el producto de un “igualitarismo cultural” en donde la cosmovisión bajo medieval que traían españoles y portugueses haya aportado por partes iguales con la cosmovisión indiana en la constitución de lo que somos. No. De ninguna manera. El mestizaje que se dio en América, y hay que decirlo con todas las letras, no es un entrecruzamiento por partes iguales, pues en los aspectos superiores de la vida del espíritu – lengua, religión, filosofía, instituciones, etc.- el aporte ibérico fue incomparablemente mayor que el indiano. Y es por este aporte que nosotros, los americanos, somos herederos legítimos de las tres grandes figuras cosmovisionales que ha producido Occidente: la greco-romana, la heleno-cristiana y la hispano-portuguesa… 
…Nuestra conciencia hispanoamericana, y esta es una de nuestras principales tesis, surge de la simbiosis de dos cosmovisiones: la bajo medieval o arribeña y la indiana o precolombina”.
   Concluyendo Buela que:Repitámoslo, nuestra exigencia es doble, por un lado tenemos la obligación de pensar y actuar a partir del enraizamiento a la tierra americana y sus tradiciones telúricas, pero en la medida en que nuestra expresión americana se aparte de lo heleno, romano, hispano, cristiano tanto menos tendrá validez universal nuestra cultura y tanto menos será nuestra dignidad y nobleza. Un ejemplo emblemático, tomado del arte, acerca de lo que queremos decir es la Misa Criolla de Ariel Ramírez o los imagineros de nuestro norte argentino o la platería y tejeduría pampa”. (8) (Subrayados nuestros)

   El resultado entonces, es lo hispanoamericano que incluye lo hispano, lo criollo, lo mestizo, lo puramente indio y el aporte de tantas inmigraciones como las que pueblan el continente, o sea el fruto de la síntesis cultural.
    Es más, “Renunciamos a ser solo reivindicadores de lo hispano. No desdeñamos nuestras raíces”, como dice Carlos Sanz, pero es preciso  afirmarnos en la “nueva visión hispano-mestiza” (9), que, como venimos afirmando, es nuestra utopía.
   En nuestro caso lo que no ha tenido lugar aún, es la unidad política continental que la exprese, que de el marco para el desarrollo de esa conciencia histórica.
   Citado por Carlos Sanz, aún Borges, con toda la carga extranjerizante de su pensamiento y de su obra literaria, no deja de señalar que, “nuestro europeísmo era más europeo aún, pues mientras que aquellos eran miembros de una nación, nosotros éramos solo eso: europeos.” y agrega Carlos Sanz que la América Mestiza ha sido la gran ausente de nuestras preocupaciones. Hemos leído más a los libros que a las cosas. Hemos abordado el estudio de la cultura desde la opción sarmientina de la civilización europea contra la barbarie hispano-criolla”,(10) opción de la cual, agregamos, es heredera y funcional buena parte del indigenismo.

De lo que se trata entonces es de mirar hacia adentro, asumir lo que somos y realizarnos continentalmente ocupando en el mundo el lugar que el destino nos ha deparado.

 

 

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