Portada de la edición de 1958
LA FUERZA ES EL DERECHO DE LAS BESTIAS Capítulo I “LA DEMOCRACIA SE HACE CON URNAS Y NO CON ARMAS” I. PALABRAS PREVIAS En este libro, deseo presentar un panorama sintético de la situación argentina, mostrando simple y objetivamente el reverso de una medalla de simulación, falsedad y calumnia.
Frente al azote inaudito de la dictadura militar, deseo mostrar cómo la fuerza puesta en manos de marinos y militares sin honor, puede llegar a ser el mayor peligro para el orden constitucional y la seguridad de la nación.
Presentar también el triste ejemplo de la Argentina, en la cual se ha despojado al pueblo de sus derechos esenciales, abatido al gobierno Constitucional elegido por el 70% del electorado, masacrado a sus obreros y establecido un régimen de terror. Demostrar que yo, en diez años de gobierno no costé una sola victima humana al país, en tanto la dictadura lleva sobre su conciencia la muerte de millares de argentinos. Que mientras yo preferí abandonar el gobierno antes de ver bombardeadas las ciudades indefensas, estos simuladores han torturado a numerosos ciudadanos, de los 15.000 presos políticos, sin causa ni proceso, que llenan las cárceles.
Deseo asimismo mostrar la verdad de esta simulación, donde un general temulento y ambicioso se nombra Presidente por decreto, luego por decreto se declara Poder Legislativo y asume también por su cuenta el Poder Judicial. Cómo estos simuladores de la libertad ocupan con tropas la redacción de los diarios, encarcelado y reemplazando su personal, al día siguiente de ponderar la libertad de prensa. Y muchas cosas más que evidencian la tragedia del pueblo argentino bajo la férula de una banda de asaltantes, Bandidos y asesinos.
El tremendo mal que estos hechos arrojan sobre el concepto y buen nombre de las fuerzas armadas de la República, no tiene remedio. Sin embargo, no todos los jefes y oficiales tienen la culpa. Por fortuna el Ejército ha permanecido fiel al deber, salvo casos excepcionales.
Cuando me refiero a los jefes y oficiales, lo hago sobre los que faltaron a la fe jurada a la Nación y en manera alguna a la Institución que no tiene nada que ver con ellos. Espero en cambio la reacción institucional en defensa de los prestigios comprometidos por los ambiciosos que la usaron en su provecho y beneficio personal.
En estas páginas no encontraréis retórica porque la verdad habla sin artificios. La dialéctica ha sido innecesaria porque la elocuencia de los hechos la superan. Mi elocuencia es la verdad expresada en el menor número de palabras.
No dispongo en la actualidad de un solo dato estadístico anotado. He recurrido sólo a mi memoria y al profundo conocimiento que poseo de mi país. Por eso he preferido hacer un libro ágil, al alcance de todos, informativo y crítico.
II. INTRODUCCIÓN El arte de gobernar tiene sus principios y tiene sus objetivos. Los primeros conforman toda una teoría del arte, pero son sólo su parte inerte. La parte vital es el artista. Muchos pueblos eligen sus gobernantes convencidos de su acierto. La mayor parte de las veces se verán defraudados, porque el artista nace, no se hace.
Sin embargo, los objetivos son claros. El gobernante es elegido para hacer la felicidad de su pueblo y labrar la grandeza de la Nación. Dos objetivos antagónicos en el tiempo. Muchos obsesionados por la grandeza y apresurados por alcanzarla llegan a imponer sacrificios sobrehumanos a su pueblo. Otros preocupados por la felicidad del pueblo olvidan la grandeza. El verdadero arte consiste precisamente en hacer todo a su tiempo y armoniosamente, estableciendo una perfecta relación de esfuerzo para engrandecer al país sin imponer a la comunidad sacrificios inútiles. Es preferible un pequeño país de hombres felices a una gran nación de individuos desgraciados.
Al hombre es preferible persuadirle que obligarle. Por eso el verdadero gobernante es, además de conductor, un maestro. Su tarea no se reduce a conducir un pueblo sino también a educarlo.
Así como no podemos concebir un hombre sin alma, es inconcebible un pueblo sin doctrina. Ella da sentido a la vida y congruencia a los actos de la comunidad. Es el punto de partida de la educación del pueblo.
Sobre el concepto armónico de la relación, los gobiernos deben adoctrinar y organizar a las comunidades para reducirles en medio de la incomprensión de algunos y de los intereses de otros. Una legión de adulones lo influenciaron para desviarlo y otra de enemigos para detenerle. Esa es la lucha. Saber superarla no es cosa simple. Para lograrlo el pueblo es el mejor aliado, sólo él encierra los valores permanentes, todo lo demás es circunstancial.
La violencia en cualquiera de sus formas no afirma derecho sino arbitrariedades. Recurrir a la fuerza para solucionar situaciones políticas es la negación absoluta de la democracia. Una revolución aun triunfante no presupone sino la sin razón de la fuerza. El gobierno se ejerce con la razón y el derecho. Doblegar violentamente a la razón y al derecho es un acto de barbarie cometido contra la comunidad. Recurrir al pueblo es el camino justo. Un gobierno es bueno cuando la mayoría así lo afirma. Las minorías tendrán su influencia pero no las decisiones, que corresponden a la mayoría. Una minoría entronizada en el gobierno mediante el fraude o la violencia constituye una dictadura, arbitraria y la antítesis de todo sentido democrático.
Un flagelo político del que aun no estamos exentos, son las dictaduras militares. Producto de la traición de la fuerza, confiada a menudo a la ambición de los hombres. Su destino es siempre el mismo: llegan con sangre y caen con ella o por el fruto de su propia incapacidad prepotente. La soberbia de la ignorancia no tiene límites.
Hombres inexpertos, faltos de capacidad y a menudo de cultura, caen pronto en las demasías de la fuerza. No atinan a la persecución porque la consideran una debilidad. Una legión de ignorantes ambiciosos y venales ejerce el mando. Otra legión de adulones y alcahuetes les rodea y les aplaude para sacar ventajas: eso es un gobierno militar.
A menudo se cree que una dictadura militar es un gobierno fuerte. El único gobierno fuerte es el del pueblo. El de los militares es sólo un gobierno de fuerza.
La escuela del mando difiere totalmente de la escuela del gobierno. Un militar sólo puede ser gobernante si es capaz de arrojar por la ventana al general que lleva adentro, renunciar a la violencia y someterse al derecho.
Generalmente los gobiernos militares de facto son dictaduras, con masacres y fusilamientos. Es consecuencia del predominio del derecho de las bestias ancestralmente viviente en la subconciencia de los individuos que desconocen o desprecian al derecho de los hombres.
Normalmente esta clase de “dictaduras profesionales” por ambición de poder y de mando comienzan como el pescado, a descomponerse por la cabeza. Una serie de golpes de estado produce sucesivamente desplazamiento hasta que aparece un Marat, generalmente el peor de todos, encargado por la Providencia para producir el epílogo.
En la tarea de hacer feliz al pueblo y labrar la grandeza de la Patria, el gobierno debe empezar por equilibrar lo político, lo social y lo económico. Las dictaduras militares comienzan desequilibrando lo político con la revolución, luego en el gobierno, como un elefante en un bazar, lo destruyen todo. Las consecuencias aparecen pronto. El caos se presenta por desequilibrio, entonces el fin está cercano.
Los hombres de las dictaduras militares, están siempre “enfermos de pequeñas cosas”. Miran unilateralmente y ven sólo un pequeño sector del panorama. Ignoran que el éxito no es parcial ni se elabora sólo con aciertos. No saben que el éxito es un conjunto de aciertos y desaciertos donde los primeros son más que los segundos. Es que las “pequeñas cosas” constituyen los dominios del bruto.
La técnica moderna de la propaganda y la guerra psicológica ha puesto en sus manos un nuevo instrumento: la infamia. Así estos gobiernos han agregado a la brutalidad de la fuerza un nuevo factor, el de la insidia, la calumnia, y la diatriba. Con ello, si han descendido en la fuerza han descendido mucho más en la dignidad.
La revolución argentina del 16 de septiembre de 1955 y su incestuoso producto, la dictadura militar, no han escapado a ninguna de las reglas de esta clase de abortos políticos. Ellos necesitan explicar una revolución injustificable. Como no encuentran en los actos de gobierno ni en las acciones administrativas nada que pueda darle pie ni siquiera a sus falsedades, se han dedicado a denigrar a nuestros hombres mediante la calumnia personal.
Una escandalosa campaña publicitaria de calumnias y de injurias ha sido lanzada para destruir nuestro prestigio y vulnerar nuestro predicamento en las masas populares. Allí es donde comprobamos hasta dónde pueden descender los hombres cuando la pasión ciega su razón, el impulso anula su reflexión y la palabra llega a adelantarse al pensamiento.
Todo es ataque personal, preferentemente íntimo. Se investiga para la publicidad. No se han ocupado de nada que presupongan las anunciadas irregularidades administrativas. Todo se ha reducido a asaltar y saquear nuestras casas y mencionar lo que poseemos sin interesarles si es bien o mal habido.
Su afán de substraer toda investigación a la justicia demuestra el fin perseguido. Ellos saben que substraer un juicio de sus jueces naturales es un vicio de insanable nulidad por disposición constitucional. ¿Qué persiguen entonces con esas investigaciones inconstitucionales?, simplemente difamar, calumniar, destruir.
En nuestro país no lo conseguirán porque el pueblo conoce la verdad. En el extranjero es menester explicarlo, porque no se nos conoce. Lo hacemos a través de este libro aunque para ello debamos “chapalear en la inmundicia”. No siempre nos es dado elegir. Asombra que tanta infamia deba ser comentada, pero, a veces el corazón del hombre se impresiona en la falsedad cuando no encuentra la verdad para creer.
Asunción. Declaraciones del 5 de octubre de 1955 Formuló declaraciones a la United Press el ex Presidente Perón Nueva York, 5 (UP). – En el servicio central de New York la United Press transmitió el texto íntegro de las declaraciones que el ex presidente argentino, general Juan Perón, hizo al gerente de la oficina de la Agencia en Paraguay, Germán Chávez.
El siguiente es el texto de las preguntas hechas por el corresponsal de la United Press, y las respuestas del general Perón.
P. – ¿Puede, el señor general, dar una información sobre los sucesos político-militares argentinos, que culminaron con su renuncia a la presidencia de la Nación?
R. – Estallada la revolución, el día 18 de septiembre la escuadra sublevada amenazaba con el bombardeo de la ciudad de Buenos Aires y de la destilería de Eva Perón, después del bombardeo de la ciudad balnearia de Mar del Plata. Lo primero, de una monstruosidad semejante a la masacre de la Alianza; lo segundo, la destrucción de diez años de trabajo y la pérdida de cientos de millones de dólares. Con ese motivo, llamé al Ministro del Ejército, General Lucero, y le dije: “Estos bárbaros no sentirán escrúpulos en hacerlo, yo no deseo ser causa para un salvajismo semejante”. Inmediatamente me senté al escritorio y redacté la nota que es de conocimiento público y en la que sugería la necesidad de evitar la masacre de gente indefensa e inocente, y el desastre de la destrucción, ofreciendo, si era necesario, mi retiro del gobierno. Inmediatamente la remití al General Lucero quién la leyó por radio, como Comandante en Jefe de las fuerzas de represión, y la entregó a la publicidad. El día 19, de acuerdo con el contenido de la nota, el Ministro Lucero formó una junta de generales, encargándole de discutir con los jefes rebeldes la forma de evitar un desastre. Esta junta de generales se reunió el mismo día 19 e interpretó que mi nota era una renuncia. Al enterarme de semejante cosa llamé a la residencia de los generales y les aclaré que tal nota no era una renuncia sino un ofrecimiento que ellos podrían usar en las tratativas. Le aclaré que si fuera renuncia estaría dirigida al Congreso de la Nación y no al Ejército ni al Pueblo, como asimismo, que el presidente constitucional lo era hasta tanto el Congreso no le aceptara la renuncia. La misión de la junta era sólo negociadora. Tratándose de un problema de fuerza, ninguno mejor que ellos para considerarlo, ya que, si se tratara de uno de opinión, lo resolvería yo en cinco minutos. Llegados los generales al Comando de Ejército según he sabido después, tuvieron una reunión tumultuosa en la que la opinión de los débiles fue dominada por los que ya habían defeccionado. Esa misma madrugada, del 20 de septiembre, fue llamado mi Ayudante, Mayor Gustavo Renner, al comando, y allí el General Manni le comunicó en nombre de los demás que la junta habían aceptado la renuncia (que no había presentado) y que debía abandonar el país en ese momento. En otras palabras, los generales se habían pasado a los rebeldes y me imponían el destierro.
Las causas a que atribuye el estallido revolucionario
P. – ¿A qué causas atribuye el estallido revolucionario? ¿Cree usted que influyó para ello el conflicto con la iglesia? ¿Y el contrato sobre la explotación petrolífera?
R. – Las causas son solamente políticas. El móvil, la reacción oligarco-clerical para entronizar al “conservadorismo” caduco. El medio, la fuerza movida por la ambición y el dinero. El contrato petrolífero, un pretexto de los que trabajan de ultranacionalistas “sui generis”.
P. – ¿Estaba en gobierno del señor general en antecedentes de la conspiración dirigida por el General Lonardi y otros jefes militares? ¿Es exacto, que la marina de guerra, prácticamente, estuvo en actitud de rebeldía desde el 16 de junio último?
R. – El gobierno estaba en antecedentes desde hacía 3 años. El 28 de septiembre de 1951 y el 16 de junio de 1955 fueron dos brotes abortados. No quise aceptar fusilamientos y esto les envalentonó. Si la marina fue rebelde desde el 16 de junio, lo supo disimular muy bien, pues nada lo hacía entender así.
P. – El señor general en su carta renuncia del 19 de septiembre, decía que quería evitar pérdidas inestimables para la nación. ¿Con las fuerzas leales a su gobierno, podría haber prolongado la lucha? ¿Con probabilidades de éxito?
R. – Las probabilidades de éxito eran absolutas, pero para ello, hubiera sido necesario prolongar la lucha, matar mucha gente y destruir lo que tanto nos costó crear. Bastaría pensar lo que habría ocurrido si hubiéramos entregado las armas de nuestros arsenales a los obreros que estaban decididos a empuñarlas. Siempre evité el derramamiento de sangre por considerar este hecho como un salvajismo inútil y estéril entre hermanos. Los que llegan con sangre con sangre caen. Su victoria tiene siempre el sello imborrable de la ignominia, por eso los pueblos, tarde o temprano, terminan por abominarlos.
P. – Se ha publicado que la Alianza Nacionalista constituía una especie de fuerza de choque. ¿Qué hay de cierto en esto?
R. – La Alianza Nacionalista era un partido político como los demás, combativo y audaz; compuesto por hombres jóvenes, patriotas y decididos. Eso era todo. El odio hacia esa agrupación política no difiere del odio que esta gente ha demostrado por los demás. El espíritu criminal, cuando existe voluntad criminal, es más bien cuestión de ocasión para manifestarse. Por eso la masacre de la Alianza es producto de un estado de ánimo y de una ocasión.
No está en condiciones de ir a Europa. Quedará en el Paraguay P. – ¿Exactamente a las 8 del martes 20 buscó usted refugio en la embajada del Paraguay? ¿Es verdad que el señor general pasó la noche anterior y toda la madrugada del 20 en la residencia presidencial?
R. – Es exacto.
P. – ¿Considera usted que en la actual situación política argentina el partido peronista podrá desarrollar sus actividades? ¿Cree usted que la CGT mantendrá su anterior estructura y organización? ¿Qué opina el señor general de la orientación futura de los sindicatos obreros?
R. – El partido peronista tiene a todos sus dirigentes presos, perseguidos o exiliados. En esta forma está proscripto. La masa sigue firme y difícilmente podrá nadie conmoverla.
P. – ¿Qué planes tiene usted para el futuro? ¿Es verdad que proyecta ir a Europa, y radicarse temporalmente en España, Italia o Suiza? Si es así, ¿cuándo proyecta viajar a Europa?
R. – Permaneceré en el Paraguay, primero, porque amo profundamente a este pueblo humilde pero digno, compuesto de hombres libres y leales hasta el sacrificio. Segundo, porque entre mis honores insignes tengo el de ser ciudadano y General del Paraguay, y tercero, porque me gusta. A Europa no pienso ir porque no es necesario y porque no tengo dinero suficiente para hacer el turista en estos momentos, a pesar de la riqueza que me atribuyen mis detractores ocasionales. Si volviera a actuar en política regresaría a la Argentina
P. – Lógicamente hay gran expectativa sobre sus futuras actividades, señor general. ¿Piensa usted permanecer al frente de la jefatura del partido peronista?
R. – Dicen que un día el Diablo andaba por la calle se descargó una tremenda tormenta. No encontrando nada abierto para guarecerse, se metió en la iglesia que tenía su puerta entornada y, dicen también, que mientras el Diablo estuvo en la iglesia se portó bien. Yo haré como el Diablo, mientras esté en el Paraguay honraré su noble hospitalidad. Si algún día se me ocurriera volver a la política me iría a mi país y allí actuaría. Hacer desde aquí lo que no fuera capaz de hacer allí no es noble ni es peronista. El partido peronista tiene grandes dirigentes y una juventud pujante y emprendedora ya sea entre sus hombres como entre sus mujeres. Han “desensillado hasta que aclare”. Tengo profunda fe en su destino y deseo que ellos actúen. Ya tienen mayoría de edad. Les dejé una doctrina, una mística y una organización. Ellos la emplearán a su hora. Hoy imperan la dictadura y la fuerza. No es nuestra hora. Cuando llegue la contienda de opinión, la fuerza bruta habrá muerto y allí será la ocasión de jugar la partida política. Si se nos niega el derecho de intervenir habrán perdido la batalla definitivamente. Si actuamos, ganaremos como siempre por el 70% de los votos.
P. – El gobierno provisional argentino ha hecho declaraciones diciendo que implantará un régimen de libertad y democracia. ¿Cree usted que todos los partidos políticos inclusive el peronista, podrán actuar libremente?
R. – La libertad y la democracia basada en los cañones y en las bombas no me ilusionan, lo mismo que las declaraciones del gobierno provisional. Yo ya conozco demasiado de estos gobiernos que no basan su poder en las urnas sino en las armas. La persecución despiadada y la difamación sistemática no abren buenas perspectivas a una pacificación. De modo que creo lo peor. Dios quiera que me equivoque. Ello sólo sería, si esta gente cambiara diametralmente, lo que dudo suceda.
P. – Cualquier manifestación del señor General, la United Press tendrá mucho gusto en difundir en más de 5.000 diarios y estaciones radiotelefónicas que en todo el mundo tiene el servicio de esta Agencia de noticias.
R. – Por lo que hemos podido escuchar, cuanto sostiene el gobierno de facto es falso por su base. No podrían justificar su revolución ante el Pueblo. Ya en sus declaraciones comienzan por confesar ingenuamente que harán lo que nosotros hemos hecho y respetarán nuestras conquistas sociales. Si son sinceros es un reconocimiento tácito, si no lo son, peor aún.
Nosotros representamos el Gobierno Constitucional elegido en los comicios más puros de la política argentina en toda su historia. Ellos son sólo los usurpadores del poder del Pueblo. Si llamaran a elecciones libre, como las que aseguramos nosotros, las volveríamos a ganar por el 70% de los votos. ¿Cómo entonces pueden ellos representar la opinión pública?
Esta revolución, como la de 1930, también septembrina, representa la lucha entre la clase parasitaria y la clase productora. La oligarquía puso el dinero, los curas la prédica y un sector de las fuerzas armadas, dominadas por la ambición de algunos jefes, pusieron las armas de la República. En el otro bando están los trabajadores, es decir el Pueblo que sufre y produce. Es su consecuencia una dictadura militar de corte oligarco-clerical y ya sabemos a dónde conduce esta clase de gobierno.
Que es una democracia y que enarbola banderas de libertad, sólo el gobierno uruguayo y a sus diarios y radios alquilados puede ocurrírsele semejante barbaridad.
Si la democracia se hiciera con revolucionarios para burlar la voluntad soberana del Pueblo, yo sería cualquier cosa menos democrático. El tiempo dará la respuesta a los insensatos que puedan aún creerlo. Conozco a la gente ambiciosa desde hace muchos años y yo he de equivocarme fácilmente en el diagnóstico.
Yo hubiera permanecido en Buenos Aires, si en mi país existiera la más mínima garantía, porque no tengo nada de qué acusarme, pero, frente a hombres que el 16 de junio intentaron asesinar al Presidente de la Nación mediante el bombardeo aéreo sorpresivo sobre la Casa de Gobierno, ya que fueron capaces de masacrar a cuatrocientas personas bombardeando e incendiando el edificio de la Alianza, donde había numerosas mujeres y niños, ¿qué podemos esperar los argentinos?
Desea aclarar el asunto, su testamento, donaciones En presencia de la vil calumnia que ya comienza a hacerse presente, como de costumbre, desde Montevideo, deseo aclarar el asunto de mis bien para conocimiento extranjero, porque en mi Patria saben bien los argentinos cuales son.
Mis bienes son bien conocidos: mi sueldo de Presidente, durante mi primer período de gobierno, lo doné a la Fundación Eva Perón. Los sueldos del segundo período los devolví al Estado. Poseo una casa en Buenos Aires que pertenece a mi señora, construida antes de que yo fuera elegido por primera vez. Tengo también una quinta en el pueblo de San Vicente, que compré siendo coronel y antes de soñar siquiera que sería Presidente Constitucional de mi país. Poseo además los bienes, que por la testamentaría de mi señora me correspondes, y que consisten en los derechos de autor del libro “La razón de mi vida”, traducido y publicado en numerosos idiomas en todo el mundo y un legado que don Alberto Dodero hizo en su testamento a favor de Eva Perón. Además, los numerosos obsequios que el Pueblo y mis amigos me hicieron en cantidad que justifica mi reconocimiento sin límites. El que descubra otro bien, como ya lo he repetido antes, puede quedarse con él.
A mí no me interesó nunca el dinero ni el poder. Sólo el amor al Pueblo humilde, a quien serví con lealtad, me llevó a realizar cuanto hice. Con los bienes de mi señora, que, por derecho sucesorio me corresponden íntegramente, instituí la Fundación Evita, nueva entidad destinada a dar albergue a estudiantes pobres que debían estudiar en Buenos Aires. La mayor parte de los regalos que recibí, los destiné siempre a premios para pruebas deportivas de los muchachos pobres y de los estudiantes. Me complacería si el nuevo presidente de facto hiciera lo mismo, agregando que, en mi testamento, lego todos mis bienes a la Fundación Evita al servicio del Pueblo y de los pobres.
Durante diez años he trabajado sin descanso para el Pueblo y, si la historia pudiera repetirse, volvería a hacer lo mismo porque creo que la felicidad del pueblo bien vale el sacrificio de un ciudadano.
No piensa seguir la política. La situación cuando tomó el poder
Mi gran honor y mi gran satisfacción son el amor del pueblo humilde y el odio de los oligarcas y capitalistas de mala ley, como también de sus secuaces y personas que, por ambición y por dinero, se han puesto a su servicio.
Solo y a mis años, ya he aprendido el reducido valor de la demasía del dinero. Las investigaciones me tienen sin cuidado porque, sí se hacen bien, probarán mi absoluta honradez, y si se hacen mal serán viles calumnias como las que se lanzan hoy sin investigar nada. Yo estoy en paz con mi conciencia y no me perturbarán las inconciencias ajenas.
No pienso seguir en la política porque nunca me interesó hacer el filibustero o el malabarista y, para ser elegido presidente constitucional no hice política alguna. Me fueron a buscar, yo no busqué serlo. Ya he hecho por mi pueblo cuanto podía hacer. Recibí una colonia y les devuelvo una patria justa, libre y soberana. Para ello hube de enfrentar la infamia en todas sus formas, desde el imperialismo abierto hasta la esclavitud disimulada.
Cuando llegué al gobierno, en mi país había gente que ganaba veinte centavos por día y los peones diez y quince pesos por mes. Se asesinaba a mansalva en los ingenios azucareros y en los yerbales con regímenes de trabajo criminal. En un país que poseía 45 millones de vacas sus habitantes morían de debilidad constitucional. Era un país de toros gordos y de peones flacos.
La previsión social era poco menos que desconocida y jubilaciones insignificantes cubrían sólo a los empleados públicos y a los oficiales de las fuerzas armadas. Instituimos las jubilaciones para todos los que trabajan, incluso los patrones. Creamos las pensiones a la vejez y a la invalidez desterrando del país el triste espectáculo de la miseria en medio de la abundancia.
Legalizamos la existencia de la organización sindical declarada asociación ilícita por la justicia argentina y promovimos la formación de la Confederación General del Trabajo con seis millones de afiliados cotizantes.
Las construcciones realizadas; lo que ha dejado
Posibilitamos la educación y la instrucción absolutamente gratuita para todos los que quisieran estudiar, sin distinción de clase, credo y religión y sólo en ocho años construimos ocho mil escuelas de todos los tipos.
Grandes diques con sus usinas aumentaron el patrimonio del agro argentino y más de 35.000 obras públicas terminadas fue el esfuerzo solamente del primer plan quinquenal de gobierno, entre ellas el gasoducto de 1.800 kilómetros, el aeropuerto Pistarini, la refinería de petróleo de Eva Perón (que querían bombardear los rebeldes a pesar de costar 400.000.000 de dólares y diez años de trabajo), la explotación carbonífera de Río Turbio y su ferrocarril, más de veinte grandes usinas eléctricas, etc. etc.
Cuando llegué al gobierno ni los alfileres se hacían en el país. Los dejo fabricando camiones, tractores, automóviles, locomotoras, etc. Les dejo recuperados los ferrocarriles, los teléfonos, el gas, para que los vuelvan a vender otra vez. Les dejo una marina mercante, una flota aérea, etc. ¿A qué voy a seguir? Esto lo saben mejor que yo todos los argentinos.
Ahora espero que el Pueblo sepa defender lo conquistado contra la codicia de sus falsos libertadores. Esta será una prueba de fuego para el Pueblo Argentino y deseo que la pase solo y solo sepa defender su patrimonio contra los de afuera y contra los de adentro. Yo ya tengo bastante con estos diez años de duro trabajo, sinsabores, ingratitudes y sacrificios de todo orden. El Pueblo conoce a sus verdaderos enemigos. Si es tan tonto que se deja engañar y despojar, suya será la culpa y suyo será el castigo.
No se arrepiente de haber desistido luchar He dedicado mi vida al País y al Pueblo. Tengo derecho a mi vejez. No deseo andar dando lástima como les sucede a algunos políticos argentinos octogenarios.
Preveo el destino de este gobierno de facto. El que llega con sangre, con sangre cae. Y esta gente no sólo ha ensangrentado sus manos, sino que terminará tiñendo con ella su conciencia.
Yo acostumbro a perdonar a mis enemigos y los perdono. Pero la historia y el Pueblo no perdonan tan fácilmente, a ellos les encomiendo la justicia que siempre llega.
Yo no me arrepiento de haber desistido de una lucha que habría ensangrentado y destruido al país. Amo demasiado al Pueblo y hemos construido mucho en la Patria para no pensar en ambas cosas. Sólo los parásitos son capaces de matar y destruir lo que no son capaces de crear.
Al Gobierno y al Pueblo paraguayo mi gratitud por una conducta que ya le conocemos los que hemos penetrado la grandeza de su dignidad humilde frente a la soberbia de la insolencia.
En nombre del Pueblo humilde de mi Patria, la Argentina, que lucha todos los días por su grandeza, presento al Pueblo paraguayo mi desagravio por los actos insólitos presenciados durante mi asilo. Algún día el verdadero Pueblo argentino tendrá ocasión de reafirmarme. Capítulo II ANTECEDENTES I. LAS VEINTE VERDADES DEL JUSTICIALISMO Como un catecismo justicialista se extractaron las verdades esenciales de nuestra doctrina, las que fueron leídas personalmente por mí el 17 de octubre del año 1950 desde los balcones de la Casa de Gobierno. Ellas son las siguientes:
1. La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el Pueblo quiere y defiende un solo interés: el del Pueblo. II. LA TERCERA POSICIÓN DOCTRINARIA Para nosotros los justicialistas el mundo se divide hoy en capitalistas y comunistas en pugna: nosotros no somos ni lo uno, ni lo otro. Pretendemos ideológicamente estar fuera de ese conflicto de intereses mundiales. Ello no implica de manera alguna que seamos en el campo internacional, prescindentes del problema.
Pensamos que tanto el capitalismo como el comunismo son sistemas ya superados por el tiempo. Consideramos al capitalismo como la explotación del hombre por el capital y al comunismo como la explotación del individuo por el Estado. Ambos “insectifican” a la persona mediante sistemas distintos. Creemos más; pensamos que los abusos del capitalismo son la causa y el comunismo el efecto. Sin capitalismo el comunismo no tendría razón de ser, creemos igualmente que, desaparecida la causa, se entraría en el comienzo de la desaparición del efecto.
Esto lo hemos probado durante los ocho años de nuestro gobierno en que, el Partido Comunista en nuestro país, alcanzó su mínima expresión. Para ellos nos bastó suprimir los abusos del capitalismo procediendo por evolución en los sistemas económicos y sociales.
Es indudable también que esta revolución reaccionaria, al destruir parte de nuestras conquistas y volver a los viejos sistemas, traerá consigo un recrudecimiento del comunismo en la Argentina. El comunismo es una doctrina y las doctrinas sólo se destruyen con una doctrina mejor. La dictadura militar con su sistema de fuerza y arbitrariedad pretenderá destruir con la fuerza lo que es necesario tratar con inteligencia. Ni la policía, ni el ejercito son eficaces en este caso. Una justicia social racionalmente aplicada es el único remedio eficaz y, los militares entienden muy poco de esto. Menos entenderán aún estando como están en manos del más crudo reaccionarismo conservador y clerical.
Nuestra doctrina ha elaborado consecuentemente con la concepción ideológica toda una técnica de lo económico y lo social, como asimismo en lo político.
En lo económico abandonamos los viejos moldes de la “economía política” y los reemplazamos por la “economía social” donde el capital está al servicio de la economía y ésta al del bienestar social. En lo social el justicialismo se basa en la justicia social a base de dar a cada individuo la posibilidad de afirmar su derecho en función social. Se capitaliza al Pueblo y se da a cada uno la posibilidad de realizar su destino, de acuerdo a sus calidades y cualidades, dentro de una comunidad que realiza a sí mismo por la acción de todos. En lo político buscamos congruentemente, el equilibrio entre el derecho del individuo y el de la comunidad.
Yo puedo afirmar que el pueblo Argentino es justicialista y que las conquistas alcanzadas no pueden ser destruidas por la reacción. Nuestra doctrina sólo podría ser superada por otra doctrina mejor y, en la reacción, no veo hombres capaces de construir nada permanente.
En cambio creo que la lucha se ha desencadenado en el Pueblo argentino, a raíz del establecimiento de la dictadura militar oligarco-clerical, será una tonificación para nuestro movimiento justicialista. La historia prueba que las doctrinas, para triunfar, necesitan ser combatidas. Ello las fortalece y las extiende. Si los cristianos no hubieran sido arrojados al circo, quizá el cristianismo no habría llegado al siglo XX.
Nuestro movimiento es doctrinario. Podrán destruir nuestras estatuas y aun nuestras instituciones, pero, no lograrán neutralizar los sentimientos y la convicción de muchos millones de justicialistas convencidos, místicos y aun fanáticos.
III. EL GOBIERNO JUSTICIALISTA, SU DOCTRINA Y ORGANIZACIÓN El gobierno justicialista, realizado por nosotros durante ocho años que siguieron al caos provocado por la revolución del 4 de junio de 1943, de semejantes características a la actual, sin contenido político, económico ni social, ha dado a la República Argentina una fisonomía propia, con caracteres originales.
Alcanzamos el gobierno mediante las elecciones más limpias y puras de que haya memoria en la historia argentina. En ellas vencimos a una coalición de todos los demás partidos, conjuncionados en el más heterogéneo y abigarrado maridaje político, en el que marchaban del brazo por las calles los representantes de la más cruda oligarquía conservadora con los socialistas y comunistas.
Nuestra acción de gobierno constitucional desde 1946 hasta 1951 se realizó dentro de nuestra concepción doctrinaria y el primer plan quinquenal del gobierno arrojó un saldo tal que debí aceptar la imposición popular de presidir un segundo gobierno. Las elecciones se realizaron en 1951, contra las mismas fuerzas que se nos habían puesto en 1945, es decir, todos los demás partidos políticos unidos. Estas elecciones tan puras como las anteriores, controladas por el Ejército, fueron, como las anteriores, elogiadas en su pureza por los propios adversarios. En ellas obtuvimos el setenta por ciento de la totalidad de los sufragios. En algunas provincias llegamos a obtener hasta el noventa y cinco por ciento de los sufragios totales.
Así iniciamos el segundo período de gobierno ante una oposición enconada por la impotencia donde, como en el primer período, se mantenían unidos conservadores, radicales, socialistas y comunistas. Frente a la imposibilidad de vencernos en los comicios comenzaron a conspirar abiertamente. En esa conspiración fueron alentados por el Gobierno Uruguayo que descaradamente les ayudó para establecer en Montevideo su cuartel general, desde donde se dirigió todo el movimiento, utilizando los propios elementos del gobierno de ese país.
Abundantes fondos aportados por Bemberg, Lamuraglia, Gainza, Paz y otros, comenzaron a conmover la pasividad de los jefes de la Marina, Aeronáutica y Ejército, afortunadamente muy pocos del Ejército. Poniendo en práctica la afirmación napoleónica de que “todos los hombres tienen precio, es cuestión de encontrarlo” comenzó la difícil tarea de “conocerlos”. Poco a poco el dinero hizo su efecto y se consiguió conmover la disciplina, haciendo que los indecisos tomaran partido. No les importó el juramento prestado al país, ni el sagrado deber militar. Indudablemente, para ciertos hombres, hay factores materiales que gravitan más fuertemente que el honor, el deber y la conciencia. ¡Al fin hombres, nada más que hombres!
Esta es la simple y vulgar historia de una traición a la República, consumada como todas las traiciones móviles deleznables por hombres también deleznables. Entre ellos puede tal vez haber algún idealista engañado que constituya la excepción confirmatoria de la regla, pero, aún en ese caso, no se justifica la traición solapada.
El hecho es que se presencia aquí el insólito caso de un gobierno constitucional, elegido por la inmensa mayoría del Pueblo, derribado mediante un cuartelazo artero y traidor. Los que hablan de la democracia debían sentir rubor de nombrarla frente a semejante aberración. Sin embargo, tan poca es la vergüenza de cierta gente y tan grande su cinismo y su mala fe, que concientemente son portadores del encomio vergonzoso a una dictadura de ignorantes asesinos, en nombre de la justicia que escarnecen, de la libertad que humilla y de la democracia que pisotean.
Se ha traicionado a un país, se ha defraudado a un pueblo, se han escarnecido todos los principios y aún hay hombres tan malos y tan mentirosos que llenan hojas con el elogio a los malvados y las loas a una tiránica dictadura de hombres obscuros al servicio del sucio dinero de una traición. ¡Pobre justicia, pobre libertad y pobre democracia!
Otros “demócratas” callan con el silencio de la cobardía que es el peor de los silencios. Vivimos días de resignación silenciosa y de acomodamiento burgués. Los luchadores no son de estos tiempos, han pasado a dominar los simuladores y mentirosos. Hay que simular y mentir en este mundo de sepulcros blanqueados.
Sin embargo, nosotros no habíamos dejado de prever cuanto sucedió, tomando en el orden doctrinario de la organización las medidas dirigidas a neutralizar los efectos de una asonada militar y de una dictadura de este tipo que se seguiría. Conocedores de nuestro medio, accionamos durante ocho años para consolidar nuestra organización y darle caracteres de una institución permanente.
El primer trabajo fue dirigido a inculcar la doctrina. Cada justicialista no sólo conoce la doctrina sino que la siente y la practica. Así organizamos intelectual y espiritualmente a la enorme masa justicialista, haciendo que de una misma manera de ver los problemas, resulte un modo similar de apreciarlos y un mismo modo de resolverlos. Esa unidad de doctrina que “organizó” espiritualmente a cada hombre sirvió de base para la organización material de nuestro movimiento en sus diversos sectores: los hombres, las mujeres y los trabajadores.
Como es usanza de los tiempos modernos especialmente en nuestros países, azotados de tiempo en tiempo por las dictaduras militares, nuestra organización puede actuar en la legalidad y también en el campo ilegal, según las circunstancias. Si nos dejan, actuamos legalmente, si no tendremos la ventaja de hacerlo ilegalmente, donde nos agrandaremos.
En nuestro país sabemos a qué atenernos. En el orden político hay sólo dos tendencias: los justicialistas y los antijusticialistas. Los hombres y mujeres que actualmente están en esos bandos es difícil que cambien porque media profunda convicción. Sabemos que de los diez millones de votantes, en números redondos, siete son nuestros, y sabemos también, que son inconmovibles e inalterables. No hablan, pero votan.
Nuestro movimiento ha sido creado y organizado “de abajo hacia arriba”. Cuenta la masa más que los dirigentes. Al contrario de lo que sucede en los otros partidos que la masa depende de los dirigentes, en el nuestro los dirigentes dependen de la masa. Pueden, como sucede en estos momentos, encarcelarnos a todos los dirigentes y la masa sola sigue accionando. En el proceso eleccionado, cuantitativo por excelencia, no interesan dirigentes sino sufragios. Los dirigentes son necesarios recién en el Gobierno.
IV. ACCION SOCIAL, ECONOMICA Y POLITICA 1. Acción social Sería imposible, en el espacio y dentro del objetivo de este folleto, siquiera sintetizar la enorme tarea realizada en estos órdenes. Por eso sólo mencionaré en cada aspecto lo más fundamental y en forma muy general, sólo para dar una idea de conjunto.
Diez años de intensa obra social cambió la Argentina de la explotación y la esclavitud de 1945 en la comunidad justa y solidaria de la Argentina de 1955. Esta transformación es ya suficientemente conocida en el mundo. De una carencia absoluta de leyes de trabajo y Previsión Social que nos colocaba en el último lugar, hemos pasado en sólo diez años a estar a la cabeza del mundo en la materia.
El “estatuto del peón”, “los derechos del trabajador”, “los derechos de la ancianidad”, “los convenios colectivos de trabajo”, “la ley de previsión social”, “la ley de accidentes de trabajo”, “los regímenes de jubilación para la totalidad de los habitantes”, “las pensiones a la vejez y la invalidez”, “la ley de organizaciones profesionales”, “la ley de vivienda obrera”, “las reglamentaciones de las condiciones del trabajo y del descanso”, “la ley de sueldo anual complementario”, “la ley de creación de la justicia del trabajo”, “la participación en las ganancias”, “las cooperativas de producción en poder de los obreros”, “las proveedurías sindicales”, “la mutualidad sindical”, “los policlínicos obreros de cada sindicato”, “las escuelas sindicales”, etc., etc. Son tan sólo una pequeña parte de la enorme legislación promovida.
Debemos, sin embargo, hacer notar que, en la Argentina, estas leyes se cumplen en su totalidad bajo el control de las propias organizaciones profesionales. Algunas cifras darán una idea sobre la forma de su cumplimiento. Los salarios de 1945 a 1955 subieron el 500%; el salario real se mantuvo en un mejoramiento del 50% pues el costo de la vida sólo llegó, con el control de precios de primera necesidad, a un aumento de 250%. Así el costo de la vida en Argentina se mantuvo en un nivel correspondiente a la mitad de la mayor parte del mundo.
Mediante el “estatuto del peón” y sus sucesivos ajustes entre 1945 y 1955 los sueldos de estos trabajadores aumentaron el 1000% término medio.
En 1945 las leyes de jubilación no amparaban sino a medio millón de habitantes. En 1955 puede considerarse que todo el que trabaja de obrero, profesional y empresario tiene asegurado su régimen jubilatorio, amparo que cubre a más de quince millones de habitantes en la vejez y la invalidez.
Un sistema de pensiones a la vejez cubre asimismo la imprevisión y el olvido en que vivieron los trabajadores en los regímenes pasados, gobernados por los mismos que hoy quieren asumir el papel de libertadores sin que nadie los tome en serio.
Sólo durante el primer plan quinquenal (1946-1951) se construyeron 350.000 viviendas para obreros en toda la república. En el segundo plan quinquenal hasta 1955 se llevan construidas más de 150.000. Así los trabajadores que antes vivían en conventillos sucios y hasta de diez en cada pieza, comienzan hoy a ser propietarios de su casa y a vivir decentemente.
Más de diez millones de trabajadores argentinos reciben un sueldo anual complementario que les permite disfrutar de un mes de vacaciones en las sierras, en el mar o en los buenos hoteles de que disponen los sindicatos o les ofrece la “Fundación Eva Perón”.
Más del 25% de los trabajadores tienen participación en las ganancias de las empresas, ya sea porque son ellos mismos los dueños por sistema cooperativo o porque patrones inteligentes y justos así lo ha dispuesto.
El sistema mutual de los sindicatos ofrece asimismo la provisión barata de cooperativa para los artículos de primera necesidad, como asimismo un servicio asistencial completo mediante modernos policlínicos, maternidades, consultorios externos y odontológicos, etc.
Además, para la elevación cultural y social de la masa, una verdadera red de escuelas sindicales se extiende hacia todos los sindicatos. En ella se imparte enseñanzas de todo orden y se forman dirigentes capacitados.
En cuanto a la organización sindical diremos simplemente que en 1945 existían 500 sindicatos agrupados en tres centrales obreras (Unión Sindical Argentina, C.G.T. N°1 y C.G.T. N°2) con una cotización total de un millón de adherentes. En 1955 existe una sola Central Obrera (C.G.T.), 2.500 sindicatos, con más de seis millones de cotizantes. Esta es la Central Obrera que están empeñados en destruir los modernos libertadores, a la violeta, que en estos tristes días debe soportar nuestro pobre país. El tiempo les mostrará que se equivocan.
Podríamos escribir durante años sobre la ciclópea tarea realizada en lo social en estos diez años que la fortuna nos permitió estar al servicio de los trabajadores argentinos. Ese inmenso bien nos compensa de todos los sinsabores, ingratitudes y traiciones soportadas. Los trabajadores argentinos bien se lo merecen porque es lo mejor que el país tiene y precisamente por eso, porque son buenos y porque son los que todo lo producen; la oligarquía, personificando en sus actuales personeros el odio oculto al Pueblo, intenta volverlos a la esclavitud y a la explotación.
2. Acción económica Es indudable que, para soportar esta inmensa promoción social, fue necesario conseguir una economía apropiada. En 1945 el desastre económico era evidente, tanto por el desbarajuste de su desorganización cuanto porque carecía de independencia, figurando realmente como un país colonial.
Sometido a la “metrópolis”, poco interesaba a los argentinos su propia economía, total, se manejaba desde la City o desde Wall Street. El Pueblo argentino era explotado también en mayor o menor grado, según las necesidades o los caprichos de los imperialismos en acción. En lo económico, no se tenía ni vida, ni gobierno propio, o más o menos como cualquier dominio del África Ecuatorial, con la desventaja que teníamos que defendernos solos.
Era también costumbre que desde la City que se indicara quién debía ser el Presidente, generalmente un abogado de las empresas extranjeras, ellos decían quien, y “los nativos” se encargaban de preparar el fraude para “que saliera”. Y pensar que estos seudo libertadores son los mismos hombres traidores y vendepatria que hicieron posible semejante humillación. No habrá en el mundo un hombre que poseyendo un mínimo de ecuanimidad no los condene. Sin embargo, como los agentes imperialistas, por razones comprensibles, les cantan loas, muchos otros malos y mentirosos se convierten conciente o inconcientemente en agentes de un imperialismo que simulan condenar.
En 1944 todo permitía apreciar que la segunda guerra mundial llegaba a su fin. Era necesario prepararse para la post-guerra que suele ser, económicamente hablando, la etapa más difícil de la guerra. Fue entonces que, desde la Secretaria de Trabajo y Previsión, donde ejercía el cargo de Secretario, dispuse la creación del “Consejo Nacional de Post-Guerra”. Su misión era simple: “realizar los estudios necesarios y preparar al país de la mejor manera para neutralizar los efectos negativos y sacar la mayor ventaja posible en la postguerra que se veía próxima a iniciarse.
Se trataba de resolver, ayudados por las circunstancias, el más fundamental problema argentino: su independencia económica. La importancia de este paso se medirá en toda su proyección si pensamos que, liberados políticamente en 1816, habíamos caído en el vasallaje económico hasta nuestros días.
Esta independencia económica era indispensable si anhelábamos mantener y consolidar las conquistas sociales ya iniciadas en esos días desde Trabajo y Previsión. En un país colonial, como era el nuestro, toda conquista social no puede tener sino un carácter aleatorio.
Para realizar la independencia económica era necesario un inmenso esfuerzo, habilidad y un poco de suerte, pues era menester:
a) Recuperar el patrimonio nacional en poder de los capitales colonialistas. b) Realizar buenos negocios para “parar” la economía anémica de los argentinos. El Consejo Nacional de Post-guerra preparó las bases mediante un estudio completo de la economía argentina en los aspectos del consumo, la producción, la industria y el comercio. Mediante encuestas y estudios estadísticos establecimos la situación, la apreciamos y tomamos las resoluciones más adecuadas, esperando el momento oportuno para actuar.
Ya antes de nuestro ascenso al poder comenzamos a reformar, con el apoyo del gobierno de facto, lo indispensable para ganar tiempo. La primera reforma fue la financiera, mediante la nacionalización del sistema bancario, convirtiendo al Banco Central de la República en un banco de bancos en agencias del mismo. Esto permitió, por primera vez en nuestro país, un control financiero por el Estado, pues hasta entonces ese era resorte de los bancos extranjeros de plaza. Este fue el primer paso de la reforma económica que emprendimos: hacer Argentino el dinero del país.
Simultáneamente con esto comenzamos a estudiar la realización de la primera etapa de la independencia económica: la recuperación de la deuda y los servicios públicos.
La situación en este aspecto presentaba un difícil problema pues las sumas que se necesitaban para ello eran realmente cuantiosas.
Nuestra deuda externa ascendía en diversas obligaciones a más de seis mil millones de pesos, en ese entonces algo así como unos dos mil millones de dólares, por la cual pagábamos ochocientos millones de pesos anuales en amortizaciones e intereses (250 millones de dólares). Esto era nuestro primer objetivo.
La nacionalización de los servicios públicos, en poder de consorcios extranjeros, era el segundo objetivo de la recuperación. Se trataba de los ferrocarriles, transportes de la ciudad de Buenos Aires, el gas, los teléfonos, seguros y reaseguros, electricidad, comercialización y acopio de las cosechas, creación de una flota mercante y aérea, etcétera, etcétera.
Las relaciones del gobierno con los consorcios explotadores de estos servicios eran cordiales. No era que nosotros, por chauvinismo, quisiéramos nacionalizar y menos aún despojado a nadie. El caso era que, de mantener este estado de cosas, estaríamos sometidos a una descapitalización progresiva. Queríamos pagarles por sus instalaciones un precio justo y tomarlas a nuestro cargo para su funcionamiento como un servicio estatal.
En las siguientes cifras, se observará objetivamente las remesas financieras anuales que ocasionaban estos servicios explotados por compañías extranjeras:
La deuda pública 800 millones, los ferrocarriles 150 millones, la Corporación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires 120 millones, el servicio de gas 110 millones, los teléfonos 120 millones, seguros 150 millones, reaseguros 50 millones, electricidad 150 millones, comercialización de la cosecha 1.000 millones, transportes marítimos 500 millones de fletes en divisas, etc. Sólo en estos rubros las remesas financieras anuales visibles pasaban de los tres mil millones de pesos (1.000 millones de dólares entonces). Si se considera la necesidad de otras remesas financieras de diversas empresas establecidas en el país y las remesas visibles, siempre numerosas por la especulación, podíamos calcular aproximadamente una descapitalización anual por envíos y evasiones que pasaba de los seis mil millones de pesos anuales. Si consideramos que el monto de nuestra producción anual no pasaba de los diez millones de pesos, se tendrá la verdadera sensación de para quién trabajaban los argentinos.
Se me dirá que los capitales extranjeros con su radicación en el país aportaban un alto coeficiente de capitalización compensatorio del proceso inverso por remesas financieras. Desgraciadamente no era así. Un ejemplo lo aclara todo.
Un frigorífico británico se instaló en el país en 1905, trajo como inversión un capital de un millón de libras esterlinas (al cambio de ese entonces 11.250.000 pesos moneda nacional). Cuando hubo instalado su maquinaria y locales pidió al Banco de la Nación Argentina un crédito que fue sucesivamente aumentando hasta la suma de 100 millones de pesos. De manera que, sobre cien millones, el capital extranjero radicado era sólo el 10 por ciento y el 90 por ciento era argentino.
Ahora bien, el primer servicio financiero remesado a Londres, fue de una utilidad del 10 % calculado sobre los cien millones de pesos de capital y no sobre los once millones radicados. Vale decir que, con su primera remesa financiera, repartió el capital radicado y durante cincuenta años nos descapitalizó a razón de diez millones por año, en total, quinientos millones.
Este era el proceso común seguido por casi todas las empresas inversoras y que explicará, de manera simple y objetiva, la razón por la cual era indispensable a la economía argentina realizar cuanto antes la recuperación, para evitar su progresiva descapitalización.
Un cálculo “grosso modo” dará una idea aproximada del esfuerzo de que se trataba. Calculando comprar las empresas de valor histórico, pagando lucro cesante, crear los organismos y servicios nuevos, comparar los barcos y aeronaves necesarios, etc., debían calcularse como necesarios unos 300.000 millones de pesos.
Para no sentirme tentado y evitar los consejos fáciles, resolví “quemar las naves” declarando que me cortaría la mano antes de firmar un empréstito, porque, si la finalidad era la independencia económica, no era el caso de salir de las llamas para caer en las brasas.
En esos momentos se sumaba a ese tremendo esfuerzo, la necesidad de renovar la maquinaria industrial y todo el material ferroviario, tranviario y automotor que durante los cinco años de guerra, con el cierre de la exportación, no habían recibido ningún aporte. Se calculaba esto en un monto de 20.000 millones de pesos.
Estudiamos esto detenidamente y confieso que cuando compilamos las necesidades totales, una suerte de pánico se apoderó de mí, que sentía la terrible responsabilidad de estar al frente del país y la duda de poder superar su difícil encrucijada económica.
Con los estudios en mi poder llamé a una reunión privada a los técnicos en economía más calificados en el concepto de algunos asesores económicos. Me perdí diez horas explicándoles mis planes y dándoles todos los datos necesarios para encarar el problema. Se fueron a estudiar, y tres días después nos reunimos de nuevo para considerar soluciones. Confieso que quedé defraudado, pues conversaron mucho, no dijeron nada y lo poco que trajeron no lo entendí, porque lo hicieron en una terminología tan rara y tan confusa que dudo que ellos mismos se entendieran.
La reunión terminó un poco intempestivamente, pues uno de ellos me dijo: “Señor, usted debe gastar tantos miles de millones que no tiene. Si no tiene dinero, ¿cómo quiere comprar?, a lo que yo respondí: “Amiguito, si yo tuviera el dinero no lo habría llamado a usted, habría comprado”, y aquí terminó la entrevista.
Me convencí que no era asunto de técnicos, sino de comerciantes y llamé a mi gran amigo D. Miguel Miranda, el “Zar de las finanzas argentinas”, como algunos le llamaron. El había empezado como empleado con noventa pesos de sueldo y en diez años había levantado treinta fábricas.
Le conté el incidente con los técnicos y me dijo: “¡General!, ¿usted cree que si fueran capaces de algo estarían ganando un sueldo miserable como asesores?” –Pero Miranda, le dije, vea que hay que comprar mucho y no tenemos dinero! –Esa es la forma de comprar, sin dinero, me dijo. ¡Con plata compran los tontos! –Este es mi hombre, pensé para mí…
Miguel Miranda era un verdadero genio. Su intuición, su tremenda capacidad de síntesis y su certera visión comercial, hicieron ganar a la República, en un año, más que cincuenta años de la acción de todos sus economistas diletantes y generalizadores de métodos y sistemas rutinarios e intrascendentes.
Fue allí mismo que entregué a Miranda la dirección económica, creando el Consejo Económico Nacional y nombrándolo presidente. Él fue, desde entonces, el artífice de esa tremenda batalla que se llamó la recuperación nacional, que culminó con la independencia económica argentina.
Sería largo detallar la acción desarrollada por este hombre extraordinario que no descansaba ni dormía, abstraído por completo en la batalla que estaba librando. Allí aprendí que si bien un conductor puede cubrirse de gloria en una acción de guerra, esta acción anónima es también la verdadera gloria. Fuera de la Casa de Gobierno la gente maldiciente murmuraba sobre “los negociados de Miranda”, con una ingratitud criminal y los eternos simuladores de la virtud y la honradez se hacían lenguas de ello: ¡Miserables, estaba trabajando para ellos!
Sin embargo, no deseo pasar este capítulo sin ofrecer a mis lectores por lo menos un ejemplo, siempre ilustrativo, de la acción de este mago de la negociación.
Todo el mundo conoce la habilidad de los negociadores inglese, su gran astucia y su terrible pertinacia para persuadir u obligar. Con divisas acumuladas por provisión de cereales, armas, carne, etc., durante la guerra, Miranda comenzó a repatriar la deuda externa. Luego me dijo: -General, vamos a empezar por los ferrocarriles ingleses. Insinuó veladamente por distintos conductos que el gobierno estaba dispuesto a comprar los ferrocarriles. La respuesta no se hizo esperar. Poco tiempo después llegó una comisión del directorio de Londres de los ferrocarriles, dispuesto a ofrecer al Gobierno Argentino la venta de los mismos.
Fueron citados al despacho presidencial y allí, en mi presencia, se desarrolló el siguiente diálogo, después de los saludos y conversaciones de estilo: -¿Cuánto piden por los ferrocarriles? –les preguntó Miranda. –El valor de libros, o sea unos diez mil millones de pesos –le contestó uno de los ingleses. Miranda se limitó a sonreír, mirando al suelo. Siguió un largo silencio en el que estuve a punto de intervenir, pero me abstuve, porque entendí que era parte de su táctica. Después de un rato, el inglés volvió a decir: -¿Y ustedes cuánto ofrecerían? –Apenas mil millones –dijo Miranda-. Todo el hierro viejo no vale más, agregó.
Los ingleses se enojaron y se fueron a Londres. Parecía que las negociaciones habían terminado, pero no era así.
Cuando los obreros ferroviarios, que se habían entusiasmado con la perspectiva de nacionalización, se enteraron del fracaso de las negociaciones, iniciaron el “trabajo a reglamento”, que culminó en “trabajo a desgano”. Frente a la perspectiva de fuertes quebrantos, a los seis meses, retornó la comisión negociadora, Miranda había ya ganado la batalla. Sólo quedaba por ver cómo explotaría el éxito. Yo estaba seguro porque, para eso, él era un verdadero maestro.
Se iniciaron nuevamente las negociaciones en un juego de regateos por ambas partes para acordar el precio y la forma de pago. Se estaba aún muy distante, a pesar que los ingleses habían ya rebajado su precio a unos ocho mil millones de pesos, donde se mantenían firmes.
El justiprecio establecido por nuestros técnicos después de un laborioso proceso de valuación, establecía un valor aproximado a los seis millones de pesos. Se trataba de 40.000 kilómetros de vías, instalaciones, material rodante y de tracción, además de unas veinticinco mil propiedades de los ferrocarriles, que figuraban como bienes indirectos. Se trataba de bienes inmuebles en Buenos Aires, puertos, numerosas estancias, terrenos y hasta pueblos enteros. Estas empresas por la ley de concesión inicial, recibieron una legua lineal de campo a cada lado de la vía que construyeran. De ahí que sus propiedades sean casi tan valiosas como ferrocarriles mismos.
Mientras se negociaba, los ingleses cometieron un error que les fue funesto. Sostenían imperturbablemente que el precio debía ser de ocho mil millones. Una noche, al representante de los ferrocarriles ingleses en la Argentina, mister Edy, muy amigo de Miranda, se le ocurrió ofrecerle una comisión para repartir entre Miranda y yo, de trescientos millones de pesos, que se depositarían en Londres en su equivalente de entonces de cien millones de dólares, si la venta se hacía por seis mil millones de pesos. Miranda lo escuchó y al día siguiente, “a diana”, estaba en casa y me decía: “Presidente, vamos a comprarlos por mucho menos de seis mil millones, es porque, sin comisión, podemos sacarlos más baratos”. Así como antes había ganado la batalla de la venta, en esta ocasión había ganado la batalla del precio.
Se sucedieron las tratativas para fijar precio, pero los ingleses ya habían perdido la partida. Ellos son buenos perdedores porque están acostumbrados a vencer. La habilidad de Miguel Miranda hizo prodigios en esta etapa de la negociación hasta llegar a fijar un precio máximo por todos los bienes directos e indirectos de las empresas de 2.029.000.000 (dos mil veintinueve millones) de pesos moneda nacional. Esta sola cifra, comparada con los diez mil millones de pesos que era el pedido inicial de los ingleses, habla con indestructible elocuencia de lo que era Miranda como negociador. En esta sola operación hizo este hombre ganar a la República más de cinco mil millones de pesos. Se le pagó, como de costumbre, con ingratitud y maledicencia. Los parásitos, los incapaces y los ignorantes son precisamente los críticos más enconados.
Si bien se habían ganado las batallas del precio y de la venta quedaba aún el rabo por desollar: establecer la forma de pago y pagar. No era fácil, porque, como antes dije, no teníamos dinero para hacerlo. En cambio lo teníamos a Miguel Miranda que valía más que todo el dinero del mundo. En él estaban puestas todas mis esperanzas. Él me había dicho: “No se aflija, Presidente, pagaremos hasta el último centavo, sin un centavo.” Efectivamente, así lo hizo. ¿Cómo procedió para lograrlo?
Comencemos por establecer que un año antes el gobierno de S. M. Británica firmó con el gobierno argentino un tratado por el que se comprometió a mantener la convertibilidad de la libra esterlina que nos permitía el negocio triangular con Estados Unidos. Con habilidad, Miranda agotó los saldos acreedores argentinos en Inglaterra para repatriar la deuda. Al firmar el contrato de compra-venta de los ferrocarriles, estableció dos cuestiones fundamentales, en cuanto a la adquisición y la forma de pago.
a) Que se compraban en 2.029 millones de pesos los bienes directos e indirectos de las empresas.
b) Que la forma de pago sería al contado y en efectivo con disponibilidades de fondos argentinos existentes en Estados Unidos si se mantenía la convertibilidad de la libra que lo hacía posible, sino el pago sería en especies.
Fue precisamente mediante estas dos cláusulas que Miranda logró pagar “hasta el último centavo, sin un centavo”, como había prometido.
En efecto, me fijó un plazo de seis meses para tomar posesión de las empresas, luego de los cuales debía hacerse efectivo el pago. Durante los primeros meses de ese plazo me pasé pensando que si teníamos que pagar al contado nos quedaríamos casi sin fondos en Estados Unidos, en donde había urgentes necesidades de adquisiciones. Miranda me tranquilizó; él no sé dónde, tenía la noticia segura que los ingleses, a pesar del tratado, declararían la inconvertibilidad de la libra esterlina. Efectivamente, poco tiempo después lo hicieron y nos salvaron de desprendernos del único saldo acreedor en efectivo que disponíamos. Podíamos, de acuerdo con el contrato de compra-venta, pagar con especies. Eso no era ya un problema para nosotros.
Sin embargo, había que pagar 2.029 millones de pesos que no teníamos. ¿Cómo procedió Miranda? Pagamos con trigo pero, como quiera que fuese, ese trigo había que pagarlo a los agricultores. La elevación de precios en los cereales producidos en 1948, vino a favorecernos. El gobierno, por intermedio del IAPI, compró el trigo a los chacareros a un precio de 20 pesos el quintal, los que quedaron contentos, pues antes lo vendían a 6 pesos. Luego de un tiempo ese mismo trigo lo vendió a los ingleses, en pago de los ferrocarriles, a razón de sesenta pesos el quintal, ganando en la operación un 66%, con lo que el precio de 2.029 millones de los ferrocarriles quedó reducido a un 33%, es decir, unos 676 millones.
Ahora bien, ¿cómo pagó los 676 millones? De manera muy simple: emitió 676 millones de pesos, con lo que pagó a los chacareros. De las veinticinco mil propiedades raíces adquiridas como bienes indirectos, bastaba vender una parte para obtener casi mil millones de pesos. Con ello se retiraban de la circulación los 676 millones y el resto se incorporaba al Estado conjuntamente con los ferrocarriles y pagado hasta el último centavo, y aun ganando dinero, sin un centavo.
¡Cuánto me reí en esos días de los técnicos tan pesimistas como inoperantes e intrascendentes!
Hoy, el valor de esos ferrocarriles con sus 40.000 kilómetros de vías e instalaciones, se calcula en nuestra moneda actual, a razón de un millón de pesos por kilómetro, todo incluido. El país había incorporado al haber patrimonial del Estado, 40.000 millones de pesos sin un centavo de desembolso. Los imbéciles siguen pensando que nosotros no hemos hecho nada durante el tiempo que ellos pasaron gastando perjudicialmente lo que tanto le cuesta al Pueblo producir y a nosotros cuidar. Por eso ellos se proclamaron libertadores. Soñar no cuesta nada.
En forma similar se compraron luego los teléfonos, el gas, seguros, etcétera, y se llegó a cumplir la etapa de la recuperación nacional, comprando y pagando los servicios públicos que en época pasada vendieron estos mismos que ahora vienen a libertar la República.
La etapa siguiente consistía en formar una marina mercante, pues sin ese medio de transporte de ultramar, la independencia económica sería sólo una ficción. Aparte que hoy los precios los fijan los transportadores, en nuestro país, vendedor de carne, estábamos sometidos al monopolio inglés de barcos frigoríficos. Si no le vendíamos a ellos la carne y al precio que querían, ¿quién nos la transportaría a los mercados de consumo? Otro tanto podría ocurrir con las demás materias primas si seguimos sometidos a los transportadores foráneos.
En ese momento (1948) el estado de la flota mercante del Estado, manejada por jefes de la Marina de Guerra, era incipiente y calamitosa. Se disponía aproximadamente de unas 200 mil toneladas de barcos viejos, chicos y muchos de ellos alquilados o tomados en uso por pertenecer a los países en guerra que debían ser devueltos.
Pedí informes a la Flota Mercante del Estado sobre la conveniencia de hacer construir barcos nuevos, de arriba de diez mil toneladas, para formar una marina mercante por lo menos de un millón y medio de toneladas, que calculaba yo necesario para sacar nuestra producción. Además, hacerlos mixtos para pasajeros, carga y frigoríficos.
Sin excepción, los informes de los marinos fueron desfavorables. Según ellos, no convenía comprar todavía, que los fletes se vendrían abajo, que había exceso de barcos por los que quedaron de la guerra, etc. En consecuencia, decidimos con Miranda comprar una marina mercante y para ello nos pusimos en contacto con don Alberto Dodero, el más fuerte armador de nuestro país.
Se encargó la construcción en los astilleros entonces parados en Inglaterra, Holanda, Italia, Suecia, etc. Así comenzó la verdadera historia de nuestra marina mercante, que hoy redondea el millón y medio de toneladas de barcos nuevos, veloces y utilizables para sacar nuestra más variada producción hacía los mercados de consumo y para mantener los precios.
Con ello no sólo ahorramos sino que producimos divisas y nuestra bandera mercante individualiza a la cuarta flota del mundo.
El costo medio de estos barcos no pasó de cuatro millones de pesos; sólo el seguro del Maipú, hundido en un choque en Hamburgo llegó a veintidós millones en nuestros días.
Para comprar estos barcos se utilizó el oro que dormía en los sótanos del Banco Central, de acuerdo con el aforismo de Miranda, que oro es lo que produce oro. Efectivamente, esos barcos en cuatro travesías traen de vuelta el oro que costaron. Hoy están todos pagos y siguen trayendo oro.
Menos mal que los marinos aconsejaron no comprar barcos, pues si hubieran aconsejado comprarlos, tal vez no nos hubiéramos decidido a hacerlo. Pero ellos son los “libertadores”.
En marcha y con franco éxito la recuperación nacional, en 1948, se nos presentó un difícil momento de la economía: la industria en pleno desarrollo comenzaba a carecer de maquinarias y de materia prima. Era necesario buscar los arbitrios que condujeran a la solución. En los primeros días de este año resolvimos encerrarnos por el tiempo que fuera necesario y estudiar la situación, apreciarla y encontrar una solución, y así lo hicimos. Durante casi diez días permanecimos totalmente dedicados a ello.
Llegamos finalmente a una muy simple conclusión. Pensamos que habiendo terminado la guerra se había iniciado su etapa más difícil: la post-guerra, durante la cual es necesario “pagar los platos rotos”.
La guerra es un drama individual amplificado. Es como un hombre que súbitamente tiene un ataque de demencia y rompe toda su casa. Pasado el ataque, debe reponerlo toda para seguir viviendo. Debe pagar su locura. La guerra no es sino una locura colectiva. Durante cinco años cientos de millones de hombres, provistos de instrumentos de destrucción, se habían dedicado a destruirlo todo. Pasado el ataque, ahora había que pagarlo.
La experiencia histórica demuestra que los países después de la guerra pagan de una sola manera: emitiendo y desvalorizando la moneda. Aun no se había producido este fenómeno en 1947, pero todo hacía prever que se produciría.
Cuando las monedas se desvalorizan, los bienes de capital se valorizan en forma inversamente proporcional.
Allí precisamente estaba el negocio. Era menester comprar bienes de capital que se valorizarían y desprenderse de las monedas que se desvalorizarían. Fue entonces cuando comenzamos a comprar sin medida. Se trataba de que cuando la desvalorización llegara no nos tomase con un peso en el bolsillo.
Se compraron casi veinte mil equipos industriales para reposición e instalación. Un día, por teléfono, se compraron sesenta mil camiones. Mil Tornapull llegaron al país. Se acopió gran cantidad de materia prima y se adquirieron todas las maquinarias y elementos necesarios para los trabajos del Primer Plan Quinquenal, especialmente tractores para la mecanización del campo.
El Director del Puerto de Buenos Aires venía todos los días a pedir que paráramos, pues ya no cabían las cosas en las playas y los depósitos. No importa, le decíamos, ponga unos arriba de otros. Los idiotas de siempre criticaban al gobierno y los “moralistas libertadores” veían negociados por todas partes, menos los que ellos podían hacer.
Pasaron los días y en uno de 1949 comenzaron las monedas “a venirse abajo” catastróficamente. La libra esterlina bajó, por decreto, en un día el 30% de su valor. Así llegamos a 1950.
El negocio fabuloso realizado por el país podrá juzgarse con sólo pocos datos: los veinte mil equipos industriales comprados aproximadamente a un dólar el kilo en 1947, valían ahora diez dólares el kilo; los camiones comprados en cinco mil pesos en 1948, costaban ahora cien mil pesos; las Tornapull adquiridas en veinticinco mil pesos en 1948, tenían ahora un precio superior a los trescientos mil. Esta sola mención dará una idea de las ganancias obtenidas.
Los “libertadores” seguían pensando que todos estos eran negociados nuestros. Pobre Patria si tuviera que esperar algo de estas sabandijas.
Sólo he deseado presentar algunos ejemplos de nuestra gestión económica para demostrar cómo me fue posible en 1949 trasladarme a la ciudad de Tucumán, y allí, donde nuestros mayores declararon la independencia política, declarar también nuestra independencia económica.
La recuperación nacional se había cumplido en todas sus partes mediante el genio de Miguel Miranda. La segunda parte: levantar de su postración a la economía, se cumplió mediante buenos negocios para el país. Que en ello alguno se haya beneficiado en mayor medida, qué nos importa, nuestro trabajo tendió a beneficiar al país. Esa era nuestra obligación.
Y pensar que, después de todo lo que hemos hecho, nos vemos calumniados y vilipendiados por esos piojosos que en su vida no hicieron más que derrochar y malgastar los dineros que se amasan con el sudor y el sacrificio del Pueblo que ellos se atreven a masacrar con las propias armas de la Nación.
No deseo seguir sin puntualizar dos aspectos de lo tratado. La recuperación de los servicios públicos no era para los argentinos sólo una cuestión de independencia económica, era también una reparación a la dignidad nacional. La concesión leonina que entregaba una legua a cada lado de la vía que se construyera y permitía la importación libre de derecho a las empresas ferroviarias fue obra de Mitre (así se llamó esa ley). La venta de los ferrocarriles argentinos existentes, fue realizada por los gobiernos conservadores de la oligarquía argentina, que siempre actuaron de testaferro de los colonizadores. La entrega de los demás servicios fue también uno de los tantos ruinosos negociados para el país, realizados por estos argentinos que no merecen llamarse así.
Las últimas infamias cometidas, que citaré a continuación, sólo a título de ejemplo, evidenciarán a nuestros lectores cómo las gastaban los “libertadores”. Se trata de la concesión a la empresa de electricidad de Buenos Aires, CADE, y la entrega de la Corporación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires a una compañía inglesa.
El asunto de la CADE Durante el último gobierno radical funcionaba el Consejo Deliberante, algo así como un congreso comunal, compuesto por un centenar de concejales que, con sabrosas dietas, se dedicaba a todo, desde enjuiciar la política internacional hasta establecer la cantidad de repollo que debía venderse en cada puesto de las ferias municipales. Algo así como un bálsamo de Fierabrás, que servía para el dolor de cabeza como para los callos.
Esos ediles son los mismos que hoy encabezan las jerarquías de los partidos que apoyan la dictadura militar que ensombrece al país y los mismos que entonces cobraron “coimas”, desde el modesto “colectivero” hasta la poderosa empresa de electricidad.
Para esos tiempos vencía la concesión de la empresa CADE y el Consejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires tenía que tratar la prórroga o la terminación. Estos ediles “libertadores” no encontraron nada más natural que ponerse de acuerdo y exigir a la empresa una gruesa suma de millones para no caducarle la concesión. Esa suma se repartiría después, por partes iguales, entre todos. La compañía, colocada entre la espada y la pared, decidió pagar la suma exigida y consiguió así una concesión hasta el año 2000 y tarifas aumentadas.
Esto produjo en Buenos Aires un escándalo tremendo pero, al producirse la revolución del 4 de junio de 1943, se ordenó una investigación y se pretendió sancionar a la empresa por corruptora de funcionarios, pero la empresa pudo comprobar que los corruptos eran los funcionarios y no la empresa.
Hoy, esos mismos señores hacen discursos sobre la moral pública y privada, en nombre de los “libertadores” que empeñaron al país en una triste aventura mediante una paga no menos infamante que la de aquellos.
El caso de la Corporación de Transportes de Buenos Aires Es de otra naturaleza no tan delictuosa pero igualmente ruinosa para el país. En 1933, Inglaterra, compradora única de la producción argentina de carne, habían firmado el Tratado de Ottawa por el que se comprometía a comprar toda la carne a sus dominios.
Es así que la República Argentina, sin el mercado inglés sin los barcos ingleses para transportarla, debía reconocer una situación sumamente grave, ya que el 80% de su carne era de exportación, mientras solamente el 20% se consumía en el país.
Se resolvió enviar una misión a Londres para tratar este importante asunto y negociar. Fue enviado como plenipotenciario extraordinario el entonces vicepresidente de la Nación, Dr. D. Julio Roca, que llegó a Londres a mediados de 1936. Allí esperó largos días y finalmente fue recibido. A pesar de todos sus argumentos los ingleses se negaron a comprar. Luego de otra larga espera, le recibieron nuevamente y le propusieron comprar la carne a un precio menor que a los dominios, siempre que la ciudad de Buenos Aires entregara todos sus transportes a un monopolio que se formaría a base de la Compañía Tranvías Anglo-Argentina de capitales ingleses, asegurando al capital resultante un beneficio bruto del siete por ciento.
El doctor Roca aceptó y volvió a Buenos Aires, como si hubiera sido un vencedor en las Termópilas.
Una vez en Buenos Aires, el Congreso aprobó una ley-contrato en que aseguraba hasta el siete por ciento de beneficio anual al monopolio inglés. Se había consumado el más inaudito latrocinio de que haya memoria en el país, con tal de vender la carne de la oligarquía vacuna de Buenos Aires. Estos también son los actuales “libertadores”.
Esto trajo el despojo liso y llano de todo el material de las empresas particulares y los micro-ómnibus que manejaban sus modestos propietarios. Con todo ello el monopolio formó un capital, tremendamente aumentado en la evaluación y cobró anualmente el siete por ciento bruto, con lo que sacaba ochocientos millones anuales de beneficio. Como la carne exportada por el convenio importaba anualmente unos setecientos millones, venía a resultar un brillante negocio; para que los ingleses comieran nuestra buena carne le pagábamos anualmente cien millones de pesos.
¡Estos son los “libertadores”!
Estos dos botones de muestra los he querido presentar como ejemplo, para que el lector aprecie la diferencia de nuestro procedimiento ante una tentativa de soborno y la coima organizada por los “libertadores”, como asimismo, la diferencia de cómo negociamos nosotros para el Estado y cómo lo hicieron ellos a su hora.
Los justicialistas creemos que la independencia económica, no tiene ningún valor si no ha de servir a la felicidad del Pueblo y a la grandeza de la Nación.
En este sentido se ejecutaba ya, desde 1946, el primer plan quinquenal que no ha sido, como muchos creen, un simple plan de obras públicas. Contenía una profunda reforma en lo político, en lo social, en lo económico, en lo cultural, en lo jurídico, en la legislación, etc. Comenzaba, pues, con la reforma constitucional. Era la puesta en acción de la doctrina justicialista largamente meditada y elaborada a la luz de las aspiraciones populares y dedicadas especialmente a conquistar las aspiraciones de los trabajadores explotados y escarnecidos, durante todos los gobiernos que nos habían precedido.
En lo económico, el plan quinquenal aspiraba a promover una economía de abundancia que reemplazara a la economía de miseria que hasta entonces, los políticos y la oligarquía, habían impuesto al Pueblo argentino. Para ello era menester cambiar totalmente el fondo y las formas de la economía argentina.
Comenzamos por establecer como base que, en la Nueva Argentina, el capital dependía de la economía y ésta del bienestar social y que en consecuencia el consumo fijaba la producción que debía esforzarse por satisfacerlo. Inmediatamente lanzamos las grandes obras del plan hasta obtener la plena ocupación. Con esto, los salarios alcanzaron un nivel jamás sospechado en nuestro país. Con ello la clase trabajadora comenzó a vivir, por primera vez, como gente.
El aumento del poder adquisitivo de la masa popular produjo un acrecentamiento súbito del consumo y comenzó así la verdadera promoción de la economía. Simultáneamente, como era de esperar, con el aumento de la demanda empezó también la especulación que dio motivo a la creación de la política económica y al control de precios y abastecimientos.
Lo importante es que la reactivación económica fue un fenómeno real. Los volúmenes del consumo se multiplicaron y obligaron a multiplicar la producción con efecto directo y en el mismo sentido en la transformación y distribución. Así la industria y el comercio recibieron un impulso inusitado.
La insistencia en el sistema, permitió ir consolidando la nueva economía hasta hacer inconmovibles las nuevas estructuras, que resistieron todos los ataques internos y externos, defendidos por el propio Pueblo que las había hecho suyas. Resistimos con ellas aun la excepcional crisis de 1951 y 1952, que perdimos dos cosechas enteras, sin que se hicieran sentir, sin embargo, grandes efectos.
El objetivo perseguido en forma inmediata por este sistema es la capitalización del Pueblo. El sistema capitalista consiste en capitalizar a un cinco por ciento de la comunidad, mediante la descapitalización absoluta del otro noventa y cinco por ciento, que es el Pueblo. Para lograrlo comenzamos por aumentar los sueldos y salarios, controlando los precios para evitar la especulación y frenar la espiral inflacionaria, lo que hemos logrado en forma absoluta.
El pueblo se capitaliza por el ahorro. Ahorrar sólo es posible cuando se gana lo suficiente, porque ahorrar el alimento y la salud no es ahorro, es suicidio; ¿cuál ha sido el resultado? Unos cuantos números podrán decirlo: la Caja Nacional de Ahorro Postal, que es el banco de los pobres porque allí depositan ellos sus ahorros, tenía en 1946 depósitos por unos 300 millones de pesos. En 1955 pasaban de los tres mil millones. En diez años de nuestro gobierno el Pueblo ahorró diez veces más que en los veinticinco años anteriores de la existencia de la Caja.
Otra forma de ahorro es la adquisición de viviendas en propiedades. Entre 1946 y 1955, de nuestra gestión gubernativa, quinientas mil familias obreras recibieron alojamiento en todo el país, en casas construidas por el gobierno o con préstamos hipotecarios. De esas, más de la mitad lo hicieron en casas de propiedad, que deberán pagar en cómodas cuotas que no superan en caso alguno a un alquiler común.
Las cajas de Previsión Social, que representan un ahorro obligatorio, han capitalizado indirectamente al Pueblo en forma insospechada. Solamente una Caja de Jubilaciones, la de los Empleados de Comercio, ha reunido ya un capital social que pasa de los doce mil quinientos millones de pesos. Existen más de quince grandes Cajas de jubilaciones, lo que dará una idea de la importancia de este sector del ahorro popular.
La capitalización del Pueblo mediante el ahorro, la jubilación y el acceso a la propiedad privada, ha cambiado al proletariado argentino el concepto de su vida. Antes, privados de todo, se sentían parias en su propia patria. Hoy, ligados a la comunidad por sus ahorros, su jubilación, su casa y la previsión social, comienza a sentirse parte de ella. Los que luchan contra el comunismo en América no tienen idea de lo que representa esta comunidad justa y solidaria como factor defensivo contra esas doctrinas extrañas. La defensa de la comunidad sólo se concibe cuando hay también interés personal en su defensa.
El capitalismo, incapaz de desprenderse de nada y demasiado egoísta para ofrecer algo concreto, creó las palabras y los signos. Luego se dedicó a hacer discursos patrióticos para crear una suerte de fetichismo sobre la comunidad y sus signos representativos. El amor a la patria, como todos los amores del hombre, se siente o no se siente. Los discursos arrimarán poco al corazón del hombre que no ama. La comunidad es como la madre. Así también una comunidad injusta, egoísta y sin solidaridad social no merece ser amada. Una comunidad justa y solidaria en la que todos seamos iguales, e igualmente ayudados por ellas, se defenderá instintivamente por solidaridad y por conveniencia, sin necesidad de discursos ni tonterías por el estilo.
Creamos comunidades de este tipo y ninguno de sus hijos defeccionará en su defensa. La producción El agro fue una de nuestras permanentes preocupaciones. El régimen de la tierra Argentina era en 1945 casi medieval. Dictamos la ley de arrendamientos rurales y aparecía ya el fruto en los comienzos de mi primer gobierno. Con esa ley fijamos una situación que impidiera el aumento de los precios y los lanzamientos.
Dado este primer paso de protección de los agricultores se anunció la reforma agraria y se declaró que el justicialismo sostenía que la tierra no es un bien de renta sino de trabajo y que, en consecuencia, la tierra debe ser del que la trabaja. Acto seguido se propugnó el acceso a la propiedad rural de los agricultores. El aumento de los precios del cereal en los años 1948 y 1949, permitió que algunos chacareros compraran los predios que arrendaban con el producto de una cosecha. Así, en el primer quinquenal se entregó en propiedad más de un millón de hectáreas de tierras útiles.
En la reforma agraria, deliberadamente no hemos querido cargar las tintas porque conocemos los inconvenientes que presentan los procesos artificiales acelerados en la entrega de la tierra.
Desde Licurgo, tal vez uno de los primeros reformadores racionales del agro, hasta nuestros días, la reforma agraria ha traído siempre grandes perturbaciones y sangre en su ejecución. En Rusia se fijó la población rural mediante ametralladoras en los caminos, que impidieron el éxodo campesino. En México costó la vida de cientos de miles de habitantes. Nosotros pudimos también haberla hecho en esta forma drástica, pero, enemigos de los procedimientos cruentos, preferimos realizarla lenta y racionalmente.
En estos tipos de reformas es necesario pensar en primer término en formar unidades económicas porque si no, del latifundio se pasa al minifundio, no menos perjudicial para la economía social del agro.
El problema de latifundio en nuestro país es serio, pero es necesario distinguir bien lo que es realmente un latifundio. Algunas personas superficiales, especialmente los políticos, consideran latifundio toda gran extensión de tierra de un solo propietario, aunque en esa tierra exista una buena y racional explotación. Es un gran error, el latifundio se configura cuando no se cultiva o se cultiva mal. Precisamente, las grandes explotaciones racionales son las más convenientes y económicas. Así como es mejor y más racional poseer una fábrica con diez mil obreros y no diez talleres con mil obreros, también en el agro es más apropiado emplear las grandes explotaciones.
Esto no quiere decir que en nuestro país no existan grandes y pequeños latifundios, pero, el mayor de todos, lo constituye la tierra fiscal. Por eso, mientras el proceso de ocupación de la tierra en poder de privados se va realizando lentamente, dispusimos que se entregara aceleradamente la tierra pública.
Queríamos una reforma lenta pero segura, a realizarse en veinte años para que no resultara el remedio peor que la enfermedad.
Mediante esta y la política de precios de estímulo, hemos aumentado considerablemente la producción agraria. El estado social del campo argentino ha mejorado en la misma proporción que en las masas urbanas. Este equilibrio fue posible establecerlo y consolidarlo mediante una política permanente y cuidadosa en la acción gubernamental.
El proceso, ya acelerado, de mecanización, complementado con la preparación del personal idóneo, preparado en escuelas y en el Ejército, para bien emplear y conservar la maquinaria, completará en pocos años un aumento apropiado de una producción más intensiva y de menor costo.
El agro evoluciona sólo mediante planes a largo plazo muy inteligentemente ejecutados y controlados.
Durante nuestro gobierno la producción extractiva ha sido grandemente impulsada. Las minas de carbón de Río Turbio en plena explotación y los altos hornos de Zapala en plena producción son dos ejemplos de la preocupación estatal. La minería privada, mediante estímulos especiales del Banco Industrial (creado por nosotros) ha tenido un impulso considerable.
Dejamos al país en marcha con las mejores provisiones y en condiciones de alcanzar en poco tiempo una suficiente y eficiente producción, con tal que estos “libertadores” no metan mucho la mano.
En el estado de producción alcanzado y con los programas establecidos, lo que los productores argentinos necesitan no es que los ayuden sino más bien que no se les moleste. Mucho me temo que esta gente inexperta e interesada del gobierno de facto, pueda cometer alguna “barrabasada”, perjudicial, por ignorancia o por intereses.
La industria He leído algunas informaciones y declaraciones de los “próceres” de la revolución que, en lo referente a la industrialización del país han hecho a la prensa extranjera. Ellas me confirman en la idea que tenía: esta gente no sabe nada de nada.
Llegan al gobierno con la misma desaprensión que llegaban todos los días a su cuartel para recibir, casi sin oír, un sin número de novedades intrascendentes.
En 1945, el Consejo Nacional de Post-guerra, del que yo era Presidente, después de un largo y juicioso estudio de la industria argentina, llegó a la conclusión de que la post-guerra plantearía un grave problema de existencia a la actividad industrial, si el gobierno no tomaba medidas adecuadas para defenderla. Así lo hizo notar también una gran delegación de industriales de todas las ramas, que se apersonó al entonces Presidente Provisional, General Edelmiro J. Farell.
En efecto, durante los cinco años de la Segunda Guerra Mundial, que no llegó al país ninguna manufactura, la industria argentina se desarrolló extraordinariamente para reemplazar la carencia, especialmente de maquinaria de procedencia extranjera. Es indudable que los costos de producción eran mayores y difícilmente, en un mercado abierto, pudieran soportar la concurrencia de la manufactura norteamericana y europea.
Este mismo fenómeno se había presentado ya en 1918, después de la primera guerra mundial. El gobierno de entonces abrió el mercado a la importación y poco tiempo después, los industriales, que habían servido mal o bien al país, se vieron arruinados de la noche a la mañana, con el tremendo impacto que esto presuponía para la economía argentina.
Este fue el origen, que ocasionó un largo estudio de la situación argentina, pues en la economía los problemas no son nunca aislados ni parciales. El consumo, la producción, la industrialización y la distribución sin actividades estrechamente conexas. Fue así que un problema de protección se transformó, a poco de considerarlo, en un problema de industrialización.
La evolución natural de las comunidades nacionales, marca en la historia de las naciones, etapas de superación. De pueblos pastores, pasan a pueblos agricultores para, finalmente, llegar a comunidades industriales. Las etapas no se aceleran pero tampoco pueden detenerse. De modo que si un pueblo debe o no industrializarse no depende de que a un “héroe” de éstos se le ocurra o no hacerlo.
La necesidad de la industrialización surge de las condiciones generales de la evolución y se impone en particular más por necesidades demográficas que por otras consideraciones, además de las necesidades de la economía colectiva.
El caso de nuestro país es de una elocuencia incontrastable. La República Argentina, con una población cercana a los veinte millones de habitantes, ha llegado a un alto grado de su evolución técnica y cultural, como asimismo en su aspecto económico, ha creado el problema de la alta concentración demográfica.
Abstrayéndonos de otras consideraciones en beneficio de la síntesis, podemos afirmar que las tres cuartas partes de su población es ya de carácter urbano y una cuarta parte rural. En otras palabras, que mientras cinco millones de argentinos producen la comida y los márgenes de explotación, quince millones que pueblan las ciudades y los pueblos deben dedicarse a otras actividades.
Considerando que, cinco millones en las ciudades, se dediquen al comercio, a actividades profesionales, etc., nos quedarían unos diez millones de habitantes, de los cuales, por lo menos cinco millones, son adultos útiles para el trabajo industrial.
Si no industrializáramos al país en estas circunstancias, quince millones de habitantes tendrían que vivir a expensas de la producción agropecuaria, mientras cinco millones útiles, por falta de trabajo, tendrían que pulular ociosos en las ciudades y pueblos.
Este problema será cada día más grave con el aumento de la población y la disminución de necesidad de mano de obra que la mecanización del agro trae aparejada.
En cambio, nada más justo ni conveniente, que las masas rurales provean a las ciudades, en tanto las masas urbanas mediante la producción industrial provean al agro. Esto establece un verdadero equilibrio y permite cerrar un ciclo interno de economía tonificada en la complementación, que estimula la producción, la transformación, la distribución y el consumo.
Si estas consideraciones imponen la industrialización argentina, el actual estado de cosas en el intercambio de materias primas por manufacturas, aconseja acelerar el proceso.
En efecto, actualmente se paga por la materia prima que exportamos precios insuficientes, en cambio, se nos cobra precios abultados por la manufactura que recibimos en pago. Esto, sin considerar que no exportamos nuestro trabajo manufacturado y sobre ello importamos el trabajo manufacturero extranjero manteniendo así a los obreros de Nueva York o de Detroit o de Francia, o Italia, mientras privamos de trabajo a nuestros trabajadores.
Finalmente, aun por razones de defensa nacional, la industrialización se impone. En el mundo moderno la industria es el único factor decisivo de fuerza que no puede improvisarse ni reemplazarse. La independencia estratégica es inseparable de la independencia industrial.
Por eso, dan ganas de llorar cuando se leen algunas declaraciones desaprensivas e incoherentes, sobre la preeminencia de la producción sobre la industria, que indican ligereza o incomprensión irresponsable. Nadie discute la importancia de la producción agraria, siempre que no sea en detrimento de la industrialización del país, como aparece en las peregrinas ideas de estos ignorantes.
Es dentro de estas ideas y conceptos que ya en 1945, decidimos colocar en el primer plan quinquenal, todo un programa de industrialización que comprendía:
Primer plan quinquenal: proteger la industria instalada, consolidarla y extenderla lo necesario para completarla.
Segundo plan quinquenal: desarrollo integral hasta la industria pesada y de materia prima en volumen limitado a las posibilidades financieras y técnicas.
Tercer plan quinquenal: expansión industrial hasta las necesidades nacionales y perfeccionamiento integral.
Estos planes se han ido cumpliendo con matemática exactitud con empresas nacionales estatales y privadas y con el concurso de numerosas y prestigiosas firmas extranjeras radicadas con abundante capital financiero y técnico. Mediante esta acción ha evolucionado la industria en forma portentosa. En 1946, cuando tomé el gobierno, no se fabricaban en el país ni los alfileres que consumían nuestras modistas. En 1955 los dejo fabricando locomotoras, camiones, tractores, automóviles, motocicletas, motonetas, máquinas de coser, escribir y calcular, etc, y construyendo vapores.
En estos días me enteré que estos bárbaros han dejado sin efecto el Segundo Plan Quinquenal. Lo lamento por la secuela de terribles inconvenientes que ello acarrearía a los hombres encargados de la ejecución de toda obra contenida en ese plan, y también por la desocupación de mano de obra que esta paralización acarreará. Sin duda esa desocupación es lo que se quiere producir para “tirar abajo” los salarios.
3. Acción política No es un secreto para nadie que hasta 1945, en que se realizó la elección presidencial que me llevó al poder, controlada por el Ejército y elogiada por los propios adversarios, todos los actos electorales fueron fraudulentos.
La nuestra ha sido siempre una democracia asentada sobre una infamia: el fraude. Es que la democracia a fuerza de ser “amada” y “manoseada” por todos, ha terminado por prostituirse.
En la República Argentina se ha tecnificado el fraude electoral. Hay varios tipos y sistemas. Los que se realizaban en el Correo, los que se realizaban en la mesa, la cadena, el voto marcado y el de prepotencia (voto cantado). En todos ellos se trataba de sacar los votos y reemplazarlos por otros preparados de antemano y hasta se dio el caso, de encontrar, durante un escrutinio los votos atados con un piolín dentro de las urnas. El más usual y moderno, cuando ya se habían ya agotado en absoluto la vergüenza y el pudor, fue el “sistema de prepotencia”. Consistía en firmarle la libreta al elector y antes que éste sufragara le decían “ya votó”. Si preguntaba por quién, siempre habían un malevo de comité que, con voz aguardentosa le contestaba: “no sabés que el voto es secreto”.
Parecerá un cuento, tan terrible ha sido la situación argentina que cualquier hombre civilizado se resiste a creer que puedan aún suceder semejantes cosas. Sin embargo es real, de toda realidad.
Por lo que se ve, estos “libertadores de opereta” instaurarán de nuevo sus sistemas, esta vez, como antes, en nombre de la libertad y la democracia.
Han comenzado a declarar que el Partido Peronista es totalitario y que en consecuencia no está de acuerdo con las ideas democráticas del Pueblo Argentino que lo repudia. Por eso ellos lo declaran fuera de la ley y no le permiten concurrir a elecciones. Si el Pueblo lo repudia, ¿por qué no lo dejan? No sacará ni un voto.
Se ve claramente que todo es una inicua simulación, ni a ellos les importa un rábano la democracia, ni el Partido Peronista es totalitario. Lo que sucede es que si vamos a elecciones libres y sin fraude, le ganamos a todos los partidos juntos por más del 70% de los sufragios, como lo hemos hecho antes. Quizá hoy, con esta acción “inteligente” de los “libertadores”, obtuviésemos el 80 ó 90%.
Lo que se desprende claramente de toda esta tramoya, es que se prepara una reedición de los famosos fraudes electorales. Nosotros desterramos los sistemas y dijimos que “la era del fraude había terminado”. Se equivocan estos señores si piensan que al Pueblo argentino de hoy aceptará una elección fraudulenta. Pobre el gobernante que hoy llegara al gobierno como producto del fraude.
Nuestra acción política durante los años 1945 hasta 1955 se dirigió a afirmar la soberanía del Pueblo, haciendo lo que el Pueblo quería y no defendiendo otro interés que el Pueblo. Esta gente, realmente enemiga del Pueblo, hará lo necesario para entronizar de nuevo a la oligarquía conservadora clerical tratando de destruir las instituciones populares creadas por nosotros para defender los derechos y las reivindicaciones alcanzadas por la masa popular.
Nosotros apoyamos nuestro gobierno en los trabajadores, que actuaron en el Poder Ejecutivo y en el Congreso Nacional, además de participar en todas las ramas de las administraciones provinciales. Más de tres mil dirigentes obreros participaron permanentemente en el gobierno y la legislación argentina, durante el régimen justicialista.
Ellos han desenterrado una legión de “animales sagrados” que ya dormían el sueño senil de los olvidos, para ponerlos al frente de una evolución hacia atrás que propugna. Se trata, según han declarado, de volver todo al año 1943, como si la historia tuviera la reversibilidad de un par de calzoncillos.
El movimiento justicialista ha dejado al país una constitución moderna y popular y le ha inculcado al Pueblo una doctrina política que nadie podrá ya destruir, a pesar de las calumnias y mentiras que lanzan todos los días. Para persuadir hay que estar convencido y esta gente nada tiene ni en el cerebro ni en el corazón, por eso no se convencen ni así mismos. La mística emergente de una doctrina justa, libre y soberana ha hecho presa al hombre del Pueblo, encarnándose profundamente en las masas. Podrían destruir a Perón, pero lo que les dejé en el alma de cada peronista, eso no lo destruirán jamás, ni con discursos, ni con sermones, ni con mentiras, ni con calumnias.
V. OTRAS ACCIONES DEL JUSTICIALISMO En la enseñanza Hasta el advenimiento del justicialismo, la enseñanza estaba sólo al alcance de la oligarquía. El hijo de un hombre del Pueblo no podía nunca llegar a la enseñanza secundaria y menos aún a la universitaria, por la simple razón del dinero.
Al establecer nuestro gobierno la absoluta gratitud de toda la enseñanza, abrimos las puertas de la instrucción y la cultura a todos los hijos del Pueblo. Se terminó así con la odiosa discriminación y se dio acceso a todos por igual, para que de acuerdo con sus aptitudes, pudieran labrarse su porvenir.
La creación del Ministerio de Educación de la Nación, posibilitó asimismo dedicar una gran actividad y los fondos necesarios para encaminar y costear las diversas disciplinas escolásticas, científicas y técnicas.
En 1945 las personas que estudiaban en la República Argentina no pasaban de los dos millones. En 1955, cuatro millones de estudiantes poblaban las aulas en la enseñanza primaria, secundaria, universitaria, técnica y especial.
Los fondos dedicados a la educación pasaron de quinientos millones en 1945 a tres mil millones en 1955.
Recibimos el país con casi el 15% de analfabetos entre niños y adultos y, todos los años, más de doscientos mil niños no podían concurrir a la escuela primaria por falta de asientos en las escuelas del Estado. Lo devolvemos con sólo el 3% de analfabetos adultos y hoy todos los niños, sin excepción, pueden cumplir sus estudios primarios, secundarios, universitarios, técnicos y especiales.
El estado de los edificios escolares era calamitoso cuando en 1946 nos hicimos cargo del gobierno. Se había dado el caso del derrumbe del techo de una escuela, hiriendo a numerosos niños. En otros casos, las escuelas funcionaban en ranchos inapropiados.
En 1945 el déficit de edificios para escuelas de todo tipo pasaba de los diez mil. Nosotros en los ocho años de gobierno construimos ocho mil escuelas confortables y grandes. (Casi a razón de tres escuelas por día). Sólo en los primeros años del primer plan quinquenal, se construyeron más escuelas que en todo el resto de la historia argentina.
Ya en 1945, siendo Secretario de Trabajo y Previsión, creé las Escuelas de Aprendizaje y Orientación Profesional, destinadas a formar operarios, técnicos y profesionales. Hasta entonces los niños pobres aprendían sus oficios como aprendices en las fábricas y talleres y en medio del dolor de la injusticia y explotación que allí existía. No era esa la mejor escuela para formar operarios de la Nación.
Este régimen permitió encarar la enseñanza de grandes núcleos de población constituida por los niños que habiendo terminad el ciclo primario, por diversas causas, no seguían el secundario. Este contingente resultaba, en todo el país, casi el setenta por ciento de la población escolar. Hoy, después de ocho años, estas escuelas dan un total de casi cien mil operarios anuales altamente capacitados, para todas las actividades manuales, después de haber cursado los tres años en las escuelas de la Dirección Nacional de Aprendizaje y Orientación Profesional.
De estos mismos operarios egresados, luego de algunos años de práctica en las fábricas y talleres pueden seguir los cursos en las escuelas técnicas para egresar como “técnicos de fábricas” y luego pasar a la Universidad Obrera para obtener el título de Ingeniero Técnico.
Con esto hemos terminado con un estado de cosas que evidenciaba una fragante injusticia: había escuelas para los que podían costearse los estudios en las profesiones liberales; para los pobres, en cambio, no sólo no las había, sino que ellos eran arrojados, aún niños, a los talleres para formarse en el trabajo y el resentimiento. ¡Linda manera de hacer Patria! Estos son los “libertadores”…
Creamos asimismo y con objetivo similar numerosas escuelas y centros tecnológicos en todo el país que actualmente escalonan en el territorio nacional verdaderos centros de irradiación formativa.
Ampliamos y extendimos la acción de las universidades argentinas llevando de veinte a cien mil la población estudiantil universitaria y dando lugar a que numerosos latinoamericanos se incorporaran a ella. Sólo en la Universidad de Buenos Aires, quince mil estudiantes de Latinoamérica, siguen los cursos de las diferentes profesiones. En 1945 no pasaban de mil en todas las universidades reunidas. Algo ha de haber pasado en estos ocho años en las Universidades argentinas para que así sea.
El espacio de esta síntesis no me permite extenderme en numerosos aspectos de la extraordinaria obra realizada en esta rama del gobierno pero, si algo fue extraordinario en esta obra, fue precisamente la nueva orientación nacional dada a la enseñanza para destruir la colonialista que existía.
En la libertad de cultos En la Argentina, por disposición constitucional, si bien el Presidente debe ser católico, tiene la obligación de hacer respetar la libertad de cultos. Esta simple y justa prescripción tiende a asegurar una libertad esencial que nadie se atreve ya a discutir en el mundo, por lo menos en público.
Sin embargo, puedo afirmar, con la experiencia dura de los hechos, que es menester poseer un gran carácter y una fuerte energía para imponerse a los sectarios y poder cumplir el juramente empeñado a la Constitución y a la Patria.
Son muchos los que en nombre de la religión vienen a inducirle a uno a la persecución. Un día es a los judíos, otro a los protestantes y luego a los masones, como si un presidente, por ser católico, debiera pasar a ser instrumento de persecución, en reemplazo de la ineptitud o incapacidad moral de los pastores encargados del culto.
La primera cuestión que se me trajo fue la invasión protestante a Formosa, donde algunos pastores inculcaban su culto. Yo contesté que en la República Argentina había libertad de culto y que mi deber era ampararla y que así como no me parecía bien que los sacerdotes se metieran en política, tampoco creía prudente que los políticos nos metiéramos en los cultos. Luego se nos insinuó la inconveniencia de que se hicieran espectáculos en las plazas y las calles con motivo que algunos cantaban y tocaban el acordeón. Yo dije que mientras otras religiones hicieran procesiones en la calle, yo no podía impedir que ellos lo hicieran a su manera.
Al hacerme cargo del Gobierno tuve un serio problema con la persecución de los judíos. Se había dado el caso, en Paraná, Entre Ríos, que desnudaron en la calle a un israelita y corriéndolo a golpes dando un espectáculo bochornoso. No había día que alguna sinagoga no fuera dañada con bombas de alquitrán o que en las calles apareciese algún letrero ofensivo. Siempre he creído que estos son signos de barbarie. La culpa recayó invariablemente en los nacionalistas. Un día llamé a los dirigentes de esta agrupación y les hablé francamente. Ellos me manifestaron que era totalmente falso que su movimiento cometiera esos desmanes y tomaron contacto con las organizaciones judías. Se estableció después, que las inscripciones eran de los nacionalistas de la Acción Católica.
Con referencia a la masonería se me planteó también un problema similar. Se me aseguró que en nuestro movimiento había masones infiltrados. Yo respondí que no sabía, ni que me interesaba, porque mientras fueran buenos peronistas no me importaba si pertenecían a una u otra sociedad. Recuerdo entonces que uno me dijo: “-Pero, Señor Presidente, ¿qué piensa usted de un masón?” “-Lo mismo que de un socio de Boca Juniors”, contesté, y terminó la entrevista.
Durante mi gobierno recibí indistintamente a los jefes de la iglesia católica apostólica romana, como a los rabinos judíos, al representante del Patriarca de Jerusalén y jefe de la iglesia ortodoxa de Oriente, a los ortodoxos griegos, a los protestantes, a los mormones, a los adventistas, a los evangelistas, etc., porque creí de mi deber no hacer diferencias entre los pastores de los diversos sectores del Pueblo Argentino. Jamás tuve inconveniente con ninguno de ellos, excepto los católicos romanos, que no perdieron nunca la ocasión de pedir, imponer, cuestionar las leyes, realizar negocios, armar escándalos y hasta, durante mi gobierno, tuve la desgracia que el crimen más horrendo cometido en los últimos veinte años, lo fuera por un sacerdote católico apostólico romano, llamado Mazzolo, secretario del Arzobispo de Santa Fe, Señoría Ilustrísima y Reverendísima Monseñor Fasolino. Este cura se había casado en Rosario (Santa Fe) ocultando su condición de sacerdote. Luego se instaló en una pequeña propiedad en un pueblo suburbano. Con su mujer tuvo dos hijos. Un día asesinó a su mujer, la descuartizó, la llevó en el cajón de su automóvil y arrojó sus fragmentos en diversos lugares del Río de la Plata, después de destruir los posibles elementos de identificación.
En la organización del Pueblo Una de las mayores preocupaciones del movimiento justicialista en el gobierno, fue la organización del Pueblo. Siempre he considerado que una turba es una masa inorgánica.
Por eso, desde mi ascenso al poder me dediqué con verdadero ahínco a organizarlo todo. Traté de crear un gobierno centralizado para concebir y planificar, un Estado descentralizado para ejecutar y un Pueblo libremente organizado para producir.
Confieso que no tuve inconveniente alguno para conseguirlo, pues persuadí a la gente poco a poco de la necesidad de que, dirigentes representativos de las distintas actividades, pudieran colaborar con el gobierno haciendo escuchar sus opiniones y defendiendo los intereses de las organizaciones que representaran.
Comencé por las organizaciones obreras. Encomendé a sus dirigentes que me redactaran un “Estatuto Legal para las Asociaciones Profesionales” donde su larga experiencia estuviera volcada en su texto, mediante prescripciones sabias y prudentes. La tarea no era fácil.
La historia del sindicalismo argentino era trágica. Por una parte, por la acción injusta y prepotente de los gobiernos reaccionarios; por otra, por la propia desunión de los dirigentes, ocasionada por la gravitación política, especialmente de los socialistas, que, con dirigentes burgueses, hacían un juego de engaño y traición a la clase trabajadora.
Los gobiernos reaccionarios no habían previsto nada sobre organizaciones profesionales porque así tenían libertad para actuar como poder de policía. Se aducía para ello la prescripción constitucional que establece que “todo argentino tiene derecho a asociarse con fines lícitos”. Dejado así, en forma muy general y sin reglamentar, la defensa de los intereses profesionales pasaba a ser un derecho muy aleatorio, dependiente de la justicia que los reaccionarios manejaban a su antojo.
En esas condiciones los sindicatos y centrales obreras funcionaban con “espada de Damocles” pendiente sobre sus Comisiones Directivas. En efecto, cuando se producía una huelga, la justicia las declaraba “asociaciones ilícitas”, la intervenía y todos sus componentes iban a dar con su humanidad a la cárcel.
Nosotros pusimos especial cuidado en el Estatuto Legal de Asociaciones Profesionales que redactamos, en forma de neutralizar esta injusta y abusiva maniobra para el futuro. Para ello establecimos que una institución gremial de trabajadores no podía ser intervenida sino por otra organización obrera de mayor jerarquía. Con esto le dimos un privilegio indispensable para defenderla contra los gobiernos prepotentes y malintencionados.
Su efecto no se ha hecho sentir frente a estos bárbaros de la dictadura militar que masacraron a miles de obreros en Rosario, Avellaneda y Buenos Aires y se animaron a intervenir la C.G.T. Es claro que el móvil de esta gente subalterna al asaltar la propiedad privada e intervenir la Sociedades Anónimas, no es político, sino simplemente es robo; es una especie de saqueo organizado. Ello se hace notar en la previsión con que descubren “donde hay dinero” o algo que lo represente para lanzarse sobre ello.
La violación de la ley por la dictadura dará lugar a su hora a un juicio en el que la Nación deberá resarcir los daños ocasionados.
En 1945, cuando se puso en vigencia el Estatuto Legal de las Asociaciones Profesionales, existían tres centrales obreras. Mediante sabias disposiciones de este estatuto se llegó a la central única que representa también la única forma que los trabajadores tengan fuerza y dejen de depender de los caudillos políticos que siempre simulando servir a los obreros, en la realidad se sirven de ellos.
En 1950 la organización obrera era ya un baluarte inexpugnable con C.G.T. y sus dos mil sindicatos capitalizados y potentes. Era una organización temible para la reacción y aún para los políticos de todos los partidos, incluso el peronista, porque su única política consistía en la defensa de los intereses gremiales y profesionales. Tenían sus diputados, sus senadores, sus ministros, tanto en el poder federal como en los gobiernos provinciales, en los cuales varios gobernadores hicieron honor a su condición de dirigentes sindicales con gobiernos que fueron ejemplo de capacidad y honradez.
Otra de mis preocupaciones fue organizar la Confederación General Económica, en la que se agrupasen los productores, los industriales y los comerciantes. El objeto principal era que las fuerzas vivas pudiesen llegar al gobierno con sus inquietudes y necesidades generales y mantener con las organizaciones del trabajo una relación constructiva a base de un trato justo y ecuánime.
Una de las conquistas más decisivas obtenida ya en 1945 en la Secretaría de Trabajo y Previsión fue precisamente la oficialización de los convenios colectivos de trabajo. Ellos podrían ser realmente efectivos cuando su origen fuera una decisión conjunta de la C.G.T. y la C.G.E. (Confederación General del Trabajo y Confederación General Económica).
Los empresarios al principio un poco desconfiados y remisos, decidieran ya en 1951 la organización de la Confederación General Económica a base de una federación de la producción, otra de la industria y la otra del comercio.
Desde entonces, los convenios colectivos de trabajo pasaron a ser acuerdos bipartitos por dos años, con lo que se consiguió una estabilidad general de salarios, que con la congelación de precios y su control, frenó la inflación y estabilizó el costo de vida, quizás como una excepción en el mundo actual. Ello merced a los beneficios que siempre trae aparejados la organización.
Recién entonces, los empresarios se dieron cuenta de las ventajas que el sistema comportaba, cuando llegaron a olvidarse de las ruinosas huelgas que siempre habían soportado. En la producción, una huelga suele compararse a un incendio; tales son sus perniciosos efectos. Con nuestro sistema hemos llegado a abolir totalmente las huelgas sin ninguna intervención estatal, por la persuasión y acuerdo de las partes.
Obtenida esta base comenzó la organización de la Confederación de Profesionales, que encontró alguna dificultad por carencia de una conciencia social solidaria que caracteriza a esta clase de actividades.
Las organizaciones estudiantiles llegaron a un alto grado de eficiencia con la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), la Confederación General Universitaria (CGU), la Confederación de Estudiantes de Institutos Especializados (CEDIE), la Federación Americana de Estudiantes (FAE) y la Organización Mundial Universitaria (OMU). Estas organizaciones totalmente prescindentes de la política tenían por misión: la defensa de los intereses estudiantiles y el desarrollo de la acción deportiva en la juventud estudiosa.
Las instituciones mencionadas constituían, en el aspecto deportivo, la Liga Estudiantil y, casi toda la organización era a base de clubes donde los estudiantes podían incluso hospedarse para resolver el difícil problema de su alojamiento, hasta nuestro tiempo, de un aspecto calamitoso moral y materialmente considerado.
Las instalaciones, construcciones, alimento, alojamiento, etc., de estas instituciones fueron pagadas por el Estado desde que los estudiantes pobres que las utilizaban no podían costearlas por sí. Por otra parte la gimnasia y los deportes forman parte de la cultura física que con la intelectual y la moral completan los estudios modernos que dejamos al país.
Ahora he visto en los diarios la crítica a los gastos que hicimos para dar un poco de salud, alegría y felicidad a nuestros muchachos. Yo sé que estos “libertadores” hubieran preferido que ese dinero fuera a sus manos, así ellos lo derrochaban en algo que justifica las substracciones.
Sé también que todas estas instituciones han sido intervenidas y sé también por qué. Las instituciones religiosas católicas de la República Argentina, empeñadas en comprar nuestra juventud para sus fines, se opusieron pertinazmente a que la juventud se organizara por su cuenta. Ellos pretenden dirigirlas. Los muchachos son reacios a sus procedimientos y a su sectarismo. Entonces los curas prefieren que, si no son de ello, no existan organizaciones juveniles, ni estudiantiles. Lo mismo nos ocurrió con los Campeonatos Juveniles e Infantiles Evita, organizados por la Fundación Eva Perón.
Lo más probable es que estos “campeones de la libertad” traten de destruirlas. Con ello conseguirán añadir un nuevo baldón a los muchos que ya cargan sobre su conciencia un tanto desaprensiva, más por inconsciencia e irresponsabilidad de lo que hacer, que por otras razones. Un bruto suele ser peor que un malo, porque el malo tiene remedio.
Sería largo enumerar las numerosas instituciones profesionales, sociales, deportivas, etc., que apoyamos e impulsamos desde el gobierno con una idea definida y una intención decidida en la organización del pueblo. Creemos firmemente que la peor masa es la ignorante porque puede ser fácil instrumento de los audaces y de los malintencionados. En la organización, la comunidad encuentra su autodefensa.
En la salud pública Aunque parezca increíble, hasta 1946 no existía en la República Argentina un organismo estatal encargado de velar por la salud de su población. Existía en cambio un Ministerio de Agricultura que tenía una Dirección de Sanidad Vegetal y Animal. Interesaba más la salud de los animales porque éstos tenían buen precio, en cambio un hombre no se cotizaba ni en ferias, ni en mercados. Esta era la Argentina que nosotros encontramos.
Se combatía la garrapata y la langosta en el norte, pero el paludismo, que diezmaba su población, no había llamado la atención de los poderes públicos. La lepra, en el litoral, era un problema serio. La tuberculosis y la sífilis eran verdaderos flagelos nacionales ayudados por la incuria de las autoridades. El tifus exantemático, la brucelosis, el quiste hidatídico y numerosas enfermedades iban tomando formas crónicas en sectores de población regional.
Una de las primeras medidas de nuestro gobierno en 1946, fue crear el Ministerio de Salud Pública, el que recibió la misión de organizar la sanidad argentina, establecer normas generales de profilaxis, estudiar los problemas planteados por las enfermedades endémicas, lanzar una acción decidida para terminarlas y organizar las medicinas preventiva y curativa en el país.
Sería largo historiar la acción proficua y decidida de este Primer Ministerio de Salud Pública pero algunos datos estadísticos serán elocuentes reflejos de esta acción. Mediante un nuevo sistema de “dedetización” sistemática, se terminó con el paludismo en el país en sólo dos años de acción intensa. En la actualidad hace cinco años que no se conocen nuevos casos. En 1946 el índice de mortalidad por tuberculosis era de 130 por cien mil, en 1954 ese mismo índice era de 36 por cien mil. La sífilis y las enfermedades venéreas han desaparecido en su casi totalidad con el empleo adecuado de los modernos antibióticos. La lepra ha sido circunscripta a los leprosarios preparados y habilitados que han permitido el aislamiento conveniente, evitando los transmisores ambulativos.
De la misma manera se ha terminado con las epidemias de tifus exantemático, brucelosis, etc., etc.
La organización sanitaria asegura ahora una vigilancia estatal sobre toda epidemia propio o emigratoria, de modo que podemos afirmar que, por primera vez, la población argentina está realmente protegida contra ese peligro siempre latente.
En la medicina asistencial se ha dado un paso gigantesco. En 1946 no se disponía sino de siete mil camas en todos los hospitales existentes tanto una población de casi quince millones, requería una existencia mínima de quince mil camas.
Para subsanar este grave problema de carácter asistencial iniciamos una política decidida de apoyo a la construcción de modernos policlínicos. Los gremios más numerosos, las asociaciones mutualistas y otras organizaciones recibieron el estímulo y el apoyo financiero del Estado para llevar a cabo las construcciones. Para no cansar con datos estadísticos de esta naturaleza, sólo deseo dar algunas referencias generales. Sólo la Dirección General de Acción Social del Sindicato Ferroviario construyó en estos ocho años: un gran policlínico central de mil camas, veinticinco policlínicos menores regionales, etc. La mayor parte de los gremios disponen ya de modernos policlínicos o consultorios externos, según su capacidad económica.
La “Fundación Eva Perón” en un esfuerzo admirable desarrolla un plan de habilitación de veintiocho policlínicos modernos en todo el país, de los cuales cinco está ya funcionando con un total de tres mil setecientas cincuenta camas, sin contar otros centros de salud y readaptación que atienden una población de más de dos mil quinientas personas alojadas.
Los viejos hospitales de la Capital Federal y de las provincias, dependientes de las autoridades comunales, han recibido también el aporte de numerosas mejoras en sus servicios, como asimismo las Facultades de Medicina de las distintas Universidades construyeron o mejoraron los hospitales escuelas correspondientes.
En este sentido, tan grande ha sido el impulso impreso a la sanidad asistencial que, en la actualidad, se encuentran instaladas más de quince mil camas en servicio, es decir, nosotros en ocho años hemos habilitado en modernos y confortables policlínicos, más camas que en toda la historia de la sanidad argentina.
La medicina preventiva ha recibido un impulso extraordinario. Las revisaciones periódicas, los catastros pulmonares permanentes, desconocidos en nuestro país, mediante sistemas económicos, van siendo generalizados en casi todo el territorio. Solamente la Sanidad Escolar y la Fundación Eva Perón, revisan y catastran anualmente a más de un millón de niños que son seguidos atentamente en su desarrollo. Este mismo proceso preventivo se extiende aceleradamente a la población obrera de fábricas y talleres.
Cada día estamos más lejos de la orfandad legárquica, porque pensamos que la conservación del material humano, es el índice de la mayor riqueza en lo material y en lo humanista.
Podrán morir argentinos por miseria fisiológica, pero ya no mueren más por miserias sociales. Los médicos nos han ayudado a nosotros los estadistas, curando, pero no hemos nosotros ayudado menos a los médicos con las medidas sociales de mejoramiento en la alimentación y profilaxis que un mejor Standard de vida trae aparejado.
Estos “libertadores” no ven nada de esto. Total ellos recibieron del Pueblo todo lo necesario para vivir gordos y ociosos. Hay una conciencia que sólo vive en los conscientes. Los irresponsables, a menudo sólo ven lo que nosotros no vemos, por eso suelen ser felices a su manera.
En los deportes En la doctrina justicialista se considera al hombre como un ente susceptible a la cultura, pero de acuerdo al viejo aforismo griego todo en su medida y armoniosamente. Por eso, en la educación consideramos como indispensable que el Estado influyera para formar un individuo de perfecto equilibrio en sus cualidades y calidades esenciales, mediante una cultura intelectual, una cultura física y una cultura moral.
Sólo un individuo con un alma buena, con su cuerpo sano y vigoroso y una mente desarrollada e inteligente, satisfará, en nuestro concepto, una educación completa e integral.
Pensamos nosotros que un hombre sabio, si es un malvado, adquiere mayor grado de peligrosidad para sus semejantes, de donde en la educación es decisivo formar hombres buenos y prudentes, que grandes eruditos al servicio del mal.
Para alcanzar los altos fines perseguidos por esta orientación se organizó un sistema escolástico que permitiera, en la escuela, colegios y universidades, cultivar la inteligencia y el alma mediante una enseñanza intelectual y moral adecuada. En las palestras deportivas, complemento de las anteriores, se debía, en cambio, fortalecer y desarrollar el cuerpo y ejercitar con las virtudes viriles el espíritu individual, la solidaridad y cooperación colectivas, mediante ejercicios y pruebas apropiadas.
La antigua gimnasia aburrida y en general imperante debía ser reemplazada por la práctica deportiva, entusiasta y activa, consubstancial con el Pueblo en sus manifestaciones propias.
Dentro de estos conceptos, establecimos que los niños de escuela primaria debían dedicarse a los juegos deportivos propios de su edad y las escuelas disponer de pequeños campos deportivos, donde dos veces por semana, los niños pudieran pasar por lo menos una tarde o una mañana jugando al aire y al sol. Las escuelas y colegios secundarios debían iniciar a los niños mayores de doce años en la práctica deportiva, disponiendo al efecto de campos de deportes cercanos propios o de los clubes existentes en las cercanías. Esta acción era completada por los clubes de la “Unión de Estudiantes Secundarios” (UES), organizados en todo el territorio de la República, donde las muchachas y los muchachos podían dedicar las tardes y las mañanas para cultivar los deportes de su preferencia y completar su cultura general.
Con esa finalidad, el Estado construyó un gran club de varones en Núñez con más de cien mil socios entre los estudiantes secundarios y otro de mujeres en la Quinta Presidencial de Olivos, que contaban con casi noventa mil niñas de los establecimientos secundarios. En esos clubes además de la totalidad de los deportes se enseñaban danzas clásicas y folklóricas, canto, arte escénico, pintura, etc. En las provincias se habían organizado establecimientos similares. Estos clubes eran gobernados y dirigidos por los mismos estudiantes con el asesoramiento de profesionales.
En la rama universitaria, técnica y especial, organizada en forma similar, funcionaban también en las confederaciones correspondientes organizaciones similares.
Todo este personal deportivo se agrupaba en la Liga Estudiantil Argentina (LEA) que anualmente debía realizar campeonatos propios. Para niños y jóvenes que no fueran estudiantes, la Fundación Eva Perón, mantenía sus clubes y anualmente organizaba los campeonatos infantiles y juveniles, movilizando en todo el país, a casi medio millón de niños y jóvenes deportistas.
El deporte en los adultos era dirigido y gobernado por la Confederación General de Deportes que, reuniendo a todas las federaciones de las distintas especialidades y el Comité Olímpico, formaba una entidad privada, donde sus autoridades eran designadas por elección.
Este sistema dio resultados tan extraordinarios que el programa actual de formar en el país cinco millones de deportistas, era ya un objetivo asegurado. En estos ocho años la Argentina ganó varios campeonatos mundiales y sus deportistas fueron mundialmente conocidos.
Se construyeron grandes estadios en toda la República y se iniciaron en la práctica deportiva millones de jóvenes argentinos. En el homenaje que los deportistas hicieron al Gobierno en agradecimiento que su apoyo y su ayuda, delegaciones de todo el país desfilaron durante cuatro horas ininterrumpidamente.
Por noticias de estos días me entero que todas las organizaciones deportivas, por primera vez en la historia argentina, han sido intervenidas por el gobierno. Tal medida, de una violencia y arbitrariedad sin precedentes, evidencia la clase de gobierno que soporta el país.
Sin duda una cantidad de advenedizos tratarán de destruir las organizaciones deportivas con grave perjuicio para el deporte argentino.
Igualmente han intervenido las organizaciones estudiantiles que con tanto cariño levantamos nosotros, pero tengo fe en los jóvenes y allí no conseguirán sino hacerse odiar por los muchachos y las muchachas que no entienden ni soportan supercherías y son aún suficientemente idealistas como para no pensar en conveniencias insignificantes.
El saldo de la “revolución libertadora” en este aspecto, anuncia desastres como en lo demás; debemos esperar días mejores en que nos sea dado poder seguir trabajando para el Pueblo Argentino. La noche negra de la dictadura habrá quedado atrás, su triste memoria será un incentivo para no volver ni la vista. El estigma de la traición y el genio del mal habrán sido una vez más una lección para todos.
VI. LA AYUDA SOCIAL “FUNDACION EVA PERON” Cubiertos todos los riesgos por nuestra previsión social y legislación laboral, nos dimos cuenta que aún algunos sectores y riesgos no habían sido alcanzados por nuestras meditadas previsiones. Es que la comunidad es tan heterogénea en sus diversos componentes y problemas, que difícilmente puede ser integralmente defendida en su conjunto y en sus individuos por la simple previsión social.
Dentro del Pueblo mismo siempre hay familias y hay individuos (ancianos, mujeres, niños y aún hombres) que no tienen derechos pero tienen necesidades y miseria. En muchos casos ellos mismos son culpables por sus vicios y sus disipaciones, pero ni aún esas causas disminuyen las necesidades ni evitan las miserias. Culpables o no, necesitan la ayuda humana de solidaridad que la comunidad está en la obligación de atender.
Desde que el problema existe, una sociedad justa y provisora debe atenderlo y resolverlo. Con este concepto altamente humanista nació la “Fundación Eva Perón”. Se formó de la nada, como generalmente se forman las grandes cosas cuando un corazón las anima y una fuerte voluntad de bien las impulsa. La fuerza motriz fue Eva Perón; los medios, la bondad y la generosidad infinita de nuestro pueblo; el fin, aliviar un dolor o enjugar una lágrima allí donde existieran.
El precio pagado fue desproporcionado porque representó el sacrificio de la propia vida de Eva Perón que la inmoló concientemente en beneficio de los pobres y de los necesitados de todo orden, cualquiera fuera la parte del mundo donde estuvieran.
Mandó miles de paquetes con comida y ropas a los niños alemanes y japoneses en 1945, concurrió a Ecuador, Bolivia, Chile, Turquía, Italia, en terremotos, inundaciones, etc. Vistió a los bomberos de Londres en días difíciles. Llegó con obsequios a los niños pobres del mundo sin excluir los Estados Unidos de Norte América, ni a Checoslovaquia, a pesar de las diferencias.
En nuestro país millones de personas han recibido la ayuda oportuna y necesaria que nadie le hubiese prestado a no ser la Fundación. Sus hogares de tránsito, sus hogares escuelas, sus proveedurías, sus policlínicos, sus colonias de vacaciones, su ayuda social directa, su servicio médico integral, sus campeonatos deportivos, sus juguetes, sus panes dulces y sus sidras, marcan una etapa en la vida argentina suficiente para inmortalizar a esa extraordinaria mujer que fue Eva Perón.
La ciudad infantil y la ciudad estudiantil son sus monumentos, donde los niños de todos los tiempos recordarán que “al lado de Perón hubo una humilde mujer que el Pueblo llamaba cariñosamente Evita”, que dio su vida por verlos felices y mirarlos reír.
“Los libertadores” de esta revolución de criminales mandaron destruir sus monumentos que el Pueblo levantó. Intervinieron la Fundación Eva Perón, profanando sus locales con uniformes deshonrados, de una marina sin gloria, cargada con el deshonor de la “Rosales” y que en un siglo la primera página de historia que escriben es ésta de asesinatos, destrucción y profanación.
El mundo entero conoce a Eva Perón y el mundo entero sabe de su obra y de su acción. No son precisamente estos anónimos filibusteros de la revolución los que pueden empañar su gloria. Hay ataques que honran. Este es uno de ellos.
La Fundación surgirá potente y pujante de esta prueba y un día cuando ya ni se sepa que estos bandidos han existido en nuestra Patria, la figura de Eva Perón surgirá serena y señora para indicar a las generaciones argentinas el sendero del amor y la solidaridad.
VII. EL CASO “LA PRENSA” El caso del diario “La Prensa”, de Buenos Aires, es una simple evasión de impuestos. Lo complejo está precisamente en su existencia, su administración y dirección.
En Buenos Aires no es un secreto para nadie que este diario hace ya muchos años no pertenece a la familia Paz. Gainza es simplemente un testaferro.
Si cuando este diario era de Paz fue una calamidad para el pueblo argentino por representar la más cruda reacción oligárquica, desde el momento que intereses extranjeros lo adquirieron pasó a ser un puesto avanzado del colonialismo. Gainza Paz, fue simplemente una pantalla para hacer creer que allí “no ha pasado nada”.
La dirección de “La Prensa” ha estado siempre en otras manos. El ex embajador de Gran Bretaña, Sir Nelly, dice en sus memorias que mientras estuvo en Buenos Aires (1945-1946), él personalmente redactó los artículos de fondo del diario “La Prensa”.
En 1946 este diario estaba procesado administrativamente por la aduana nacional, acusado de haber hecho uso indebido del papel de diario que, como tal, estaba liberado de impuestos. Este proceso databa ya de algunos años, de modo que cuando yo me hice cargo del gobierno, me encontré ya con el proceso en marcha.
Además existía otra denuncia de otras evasiones impositivas ocasionadas por simulaciones de servicios informativos a fin de defraudar al Fisco en los impuestos a los réditos y eludir las disposiciones cambiaras del Banco Central. A tal efecto, “La Prensa” había celebrado contrato con una importante agencia informativa extranjera (U.P.), contratando con carácter exclusivo sus servicios en la suma de quinientos mil pesos mensuales. Esta suma, evidentemente exagerada, había llamado la atención de la Dirección General Impositiva, ya que servicios similares nunca pasaban de diez o quince mil pesos mensuales. Se suponía que mediante este procedimiento doloso “La Prensa” giraba sus beneficios evadiendo así la ley de cambios y defraudando al fisco el impuesto a los réditos.
En los primeros meses del año 1946, el diario provocó un conflicto con su personal que pedía mejoras semejantes a las acordadas en los demás diarios de la Capital Federal. Era indudable que “La Prensa” no se había distinguido nunca por su sentido social y era considerada por todos sus obreros como un baluarte de la explotación capitalista de los trabajadores.
Los vendedores del diario le exigieron asimismo mejores condiciones para la venta ya que todos los otros diarios las habían acordado. “La Prensa”, firme en su intransigencia, se negó a todo. Su personal se declaró en huelga y el diario no salió. Era la primera vez en muchos años que ello le ocurría. Con un grupo de “crumiros” se pretendió hacer una demostración de fuerza en los talleres, los obreros resistieron y hubo muertos y heridos.
Para evitar que se difamara al Poder Ejecutivo con el pretexto de la libertad de prensa, decidí permanecer prescindente en el problema y, mediante un mensaje al Congreso, le pasé el asunto a su consideración y solución.
Comisiones de las Cámaras intentaron arreglar el conflicto sin resultado, pues la intransigencia patronal era irreductible. Del mismo modo el personal obrero exigía las mejoras que consideraba justas o en su defecto no trabajaba.
Después de muchas gestiones y consideraciones, las Cámaras votaron una ley expropiando el diario, ordenando pagar su valor y liquidarlo en forma de asegurar el mejor provecho social.
El Poder Ejecutivo se limitó a cumplir la ley. Para ello fue necesario, previamente, resolver los procesos pendientes por evasión de impuestos, la justicia luego de largos y laboriosos diligenciamientos condenó a la empresa al pago de las multas correspondientes, que debían deducirse del precio para resarcir al Estado.
Hecho lo anterior, se liquidó la empresa; la compraron a medias la Confederación General del Trabajo y el Sindicato de Vendedores de Diarios.
“La Prensa”, que hasta entonces representaba los intereses contrarios al Pueblo y a menudo de la Nación, comenzó a salir con una orientación eminentemente popular. El mismo personal siguió en su puerto, pero ahora como propietario.
Es indudable que este asunto dio mucho que hablar. Los “libertadores” de la dictadura militar, prometieron devolverlo despojando a la C.G.T. y al Sindicato, pero ellos compraron y pagaron de buena fe. El fallo en firme ampara su derecho.
Veremos qué hacen “libertadores” que han de haber recibido dinero con el compromiso de devolverla. No sería difícil que así como traicionaron al país y a la fe jurada a la Nación, traicionen también a los capitalistas que los financiaron y dirigieron hasta el momento de tomar el poder. Ahora es más conveniente andar bien con la C.G.T. El traidor no cambia, cambian los traicionados. VIII. EL CASO BEMBERG La familia Bemberg en la Argentina es algo así como un inmenso pulpo venenoso que todo lo va emponzoñando y ocupando.
La corrupción de funcionarios públicos fue su especialidad. La “coima” es una institución bembergiana. Penetró el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial. No hubo rincón de la Administración Pública donde Bemberg no llegara con su corrupción.
Mediante este procedimiento delictuoso llegó a amasar una gran fortuna; como Al Capone, se dedicó a la cerveza y constituyó el más extraordinario monopolio, para estar también fuera de la ley en este aspecto. Sus abogados fueron también famosos como lo son en el foro los que se dedican a esta clase tan torcida del derecho.
Bemberg fue tomando todas las cervecerías del país después de arruinar a sus legítimos dueños por la competencia desleal. Tomó todas las fábricas de levadura y monopolizó las malherías. Era desde ese momento el “Rey de la Cerveza”; como tal, había terminado con todos. Obtenido esto, se dedicó a la yerba mate y tal vez habría creado otro inmenso monopolio si las cosas no hubieran cambiado con la muerte de “Don Otto”.
A la muerte de este señor sus herederos iniciaron juicio sucesorio, de esto hace casi veinte años, y con gran sorpresa para el fisco, su fortuna se reducía sólo a seiscientos mil pesos. Terminado el juicio, frente a tan insólita y absurda simulación, el Consejo Nacional de Educación denunció la evasión de impuestos y el asunto pasa a la justicia federal. Allí el juicio durmió el suelo de las cosas olvidadas durante quince años, en los que los herederos Bemberg han de haber movido algunas “influencias” para que “no se hablara más del asunto”. “Hijos de tigre, tenían que salir overos”.
En 1946, cuando recibí el gobierno y no tenía ni noticias del “caso Bemberg”, un señor José Luis Torres inició una campaña en los diarios y por folleros, sobre esta defraudación al fisco.
En ese entonces se había creado el Ministerio de Educación, en reemplazo del antiguo Consejo Nacional de Educación, que era quien percibía los impuestos a la herencia y las herencias vacantes. Pedí al ministro que estudiara el asunto y cumpliera la ley. Desde entonces el juicio marchó.
Sería largo historiar todo lo que se comprobó en ese juicio que, por otra parte, ha sido publicado en extenso:
Las demandas eran de dos caracteres: una por defraudación al fisco y otra por monopolio. Eran tan abrumadoras las pruebas que ambos juicios aunque largos y laboriosos, terminaron condenando a la sucesión Bemberg y ordenando la liquidación de sus bienes en rebeldía porque todos los Bemberg habían desaparecido del país. Se comenzó la liquidación pero mientras se estaba en ello, se comprobó que algunos testaferros actuaban para adquirir para Bemberg lo que el mismo Bemberg vendía. Esta superchería hizo que el Congreso tomara cartas en el asunto y dictara una ley especial sobre cómo debía hacerse la liquidación.
Mediante esta ley, dictada en resguardo de la justicia misma, fue posible que el Estado tomara cartas en el asunto y procediera a una real liquidación de los bienes. Mediante ello también fue posible que el Sindicato de Cerveceros y afines de la República Argentina, que agrupa a todos los obreros de Bemberg, pudieran comprar las cervecerías y los establecimientos afines, pagando un precio justo y convirtiéndose en propietarios, mediante el sistema cooperativo. Tenemos más cerveza y es del Pueblo.
También en este caso los “libertadores” prometieron devolver a Bemberg, que los “financió”, sus bienes, despojando a los obreros que compraron de buena fe, mediante un fallo definitivo de la justicia y una ley nacional que dispuso la liquidación.
Aunque estos “libertadores” han dado muestras de desconocerlo todo, imagino que entre ellos habrán algunos que tengan algo de juicio y conozcan algo de derecho, aunque generalmente en las dictaduras militares el derecho suele ser la cosa más olvidada, más desconocida y más aborrecida: los dictadores son el derecho. Por eso Cicerón afirma: “La fuerza es el derecho de las bestias”.
IX. EL CASO DEL URUGUAY Lo que la familia Bemberg fue en la Argentina, el Uruguay es en Sur América. Aquélla acaparó cerveza, éste acapara democracia, pero en mentalidad y procedimiento, no hay diferencias.
Yo nunca he sentido sino afecto hacia este pequeño país tan vinculado al nuestro por lazos de sangre; tal es para mí así que, una de mis abuelas era uruguaya, de la Banda Oriental como le llamábamos entonces.
Pero de un tiempo a esta parte, sus gobiernos se han puesto insoportables por su mala educación y sus malas costumbres. La buena vecindad la entienden siempre que nosotros seamos los buenos y ellos los vecinos.
Cuando en 1946 me hice cargo del gobierno, el señor Batlle Berres, que entonces era Presidente de la República Oriental del Uruguay, me pidió una entrevista que dispuso fuera en el Río de la Plata, donde nos encontraríamos el día y la hora que él también dispuso. Yo creí que, con tanta exigencia, nos iría a dar algo, pero no fue así.
Yo acepté y un día nos encontramos en el Río de la Plata cerca de Carmelo, donde concurrí en el pequeño barco de la Presidencia y él lo hizo en un barco grande pintado a rayas. La entrevista fue relativamente cordial. Yo me acompañaba con Don Miguel Miranda, Presidente del Consejo Económico, por si había “algo que recibir”. Se trataron de algunos temas naturalmente “democráticos” y Batlle Berres me leyó una declaración que haría de carácter también democrático dirigida al Uruguay. Después fuimos al asunto. Se trataba que el gobierno argentino permitiera pasar al Uruguay ganado sin cobrar en dólares y que se hiciera una política cambiaria que permitiera a los argentinos ir a veranear a Montevideo.
Con referencia al ganado, en ese año habían pasado ya en esas condiciones, ochenta mil cabezas y el Presidente pedía cuarenta mil cabezas más con la palabra que serían empleadas en el consumo y no en la exportación. Consultado Miranda encontró inconvenientes porque en ese momento había carencia de ganado en los frigoríficos. Sin embargo, tratando de tener un gesto amistoso con el Uruguay, accedimos y prometimos disponer lo necesario para hacer efectiva la entrega, siempre que fuera para consumo y no para competidor en los precios con la exportación argentina.
Prometimos ocuparnos de favorecer el turismo argentino a Montevideo en lo que nos fuera posible, sin perjudicar nuestros balnearios.
Este fue el comienzo. Estábamos lejos de imaginar lo que ocurriría después.
En el año 1947 comenzamos a padecer. Una campaña insidiosa se inició en los diarios del Uruguay contra el gobierno argentino. Nadie le hizo caso. Todos nos limitamos a exclamar, Va, es el Uruguay. Poco tiempo después se inició por la radio la misma campaña, pero entonces ya supimos que era Bemberg quien la financiaba y también agentes de los Estados Unidos. Dijimos entonces, Dios los críe y ellos se juntan.
Hasta entonces el gobierno disimulaba su intervención, aunque nosotros sabíamos bien a qué atenernos.
En esa oportunidad explotó una bomba. Resultó que, quebrantando su palabra, el Presidente Batlle Berres, con alguno de sus allegados, había realizado un negociado con las cuarenta mil cabezas de ganado, pedidas en nombre de su pueblo. Las habían hecho faenar en el Frigorífico Nacional y las habían exportado en competencia con nuestras carnes, lo que trajo una disminución en los precios.
Hicimos saber este hecho a la Embajada y como era natural, no recibimos ni contestación. Dada la naturaleza de la cuestión, era lógico que así fuera, pero desde ese momento no se autorizó más ventas de ganado al Uruguay en esas condiciones.
La República Argentina compraba toda la arena para construcciones en Carmelo, favoreciendo así a numerosos areneros y al intercambio comercial entre los dos países. Mi acuerdo fijaba que ese intercambio se produciría siempre por créditos recíprocos, a cubrir siempre con mercaderías. En el año 1949 terminó el convenio y el Banco Central de la República Argentina fue condenado a pagar en cuarenta y ocho horas el saldo, que importaba unos tres millones de dólares. Esto dio lugar a gestiones ante el gobierno uruguayo que contestó que eran cuestiones del Banco Central, desentendiéndose del asunto. Fue necesario pagar los tres millones de dólares en un día. Pero, bien valía esto la experiencia.
Nosotros no podíamos, ni queríamos seguir pagando la arena en dólares. Se organizaron las compañías areneras argentinas y hoy ciento cincuenta barcos y casi diez mil obreros argentinos viven de esa actividad. Uruguay ha perdido definitivamente el mercado.
Tan pronto esto sucedió, arreció la campaña radial y publicitaria contra nuestro gobierno. El gobierno uruguayo tomó a sueldo a todos los exiliados y traidores argentinos que encontró y sin el menor reparo se organizó un comando revolucionario al que puso a su disposición fondos y otros medios. Uruguay pasó a ser refugio de facinerosos y un porta-aviones de los que huían después de sus fracasados golpes criminales.
Política peligrosa para el Uruguay, porque eso puede quedar como un recuerdo, para devolver el favor cuando sea oportuno. A mi me han visitado varias veces algunos uruguayos para hacer una revolución. Yo los convencí de no hacerla y dije que no me prestaba para intervenir en los asuntos internos de otros estados. ¡Francamente, hoy estoy arrepentido!
El comportamiento miserable del Uruguay en 1947 con el Paraguay, se ha repetido en 1955 con la Argentina, con la misma falsedad y la misma hipocresía.
Se han quejado del cierre de la frontera, ocasionada porque estos señores vivían del contrabando y de paso, nos inundaban de panfletos. La misma queja debe sentirse entre los ladrones y criminales cuando les cierran las casas.
Señores uruguayos: han perdido el derecho de invocar el honor porque su gobierno ha conspirado contra un vecino y ha participado en la lucha por el mismo móvil que los revolucionarios argentinos: el dinero. Ellos lo cobraron en efectivo; ustedes en vacas, turismo y radios. Dios los perdone. Todavía algún día hablaremos.
Capítulo III LA TRAICION AL PUEBLO I. LA REACCION PARASITARIA Los parásitos conforman un sector definido en todas las comunidades animales o humanas. Están en la naturaleza misma, como una maldición. Siempre en todas partes, han existido los que producen y los que sólo consumen.
El gobierno del Pueblo y la justicia social son dos cosas que el parásito no tolera. Ellos viven del trabajo ajeno y además quieren que ese trabajo sea despreciado, miserable y doliente. Esta es la mentalidad del parásito.
La clase trabajadora, incluidos en ella los trabajadores intelectuales y técnicos, son los que conciben, crean y producen: forman la clase útil.
En la República Argentina se ha producido el choque entre la clase parasitaria y la productora. La oligarquía, el clero, los sectores parasitarios de los profesionales y de las fuerzas armadas, se han lanzado, en reacción violenta contra la clase productora, utilizando las armas, los soldados del pueblo.
Para posibilitar semejante traición al Pueblo ha sido necesario el dinero de la oligarquía, la prédica de los malos curas y la agitación de los políticos profesionales. Tres sectores netamente parasitarios. Los hombres de las fuerzas armadas que traicionaron la fe jurada a la Nación, han sido doblegados por el interés. Son mercenarios que a la usanza de los antiguos «condottieri» cedieron a la presión de su codicia. Si sus designios fueran los ideales que invocan, estarían a su frente hombres de ideales. En cambio ellos actuaron dirigidos, financiados y controlados por capitales internos e internacionales. El Comando de Montevideo contaba a Bemberg, Gainza, Lamuraglia y otros que nunca se han distinguido por otra “virtud” que su sórdida avaricia y su dinero. “Dime con quién andas y te diré quién eres”.
El régimen justicialista había lanzado una “consigna negra” para los parásitos: “cada argentino debe producir, por lo menos, lo que consume”. La organización del Pueblo, el trabajo organizado irá cerrando el cerco alrededor de los que consumen sin producir. Ese fue uno de los motivos de la reacción. La imposición de una real y efectiva libertad de cultos, que nunca existió en la Argentina, fue otra de las causas. La impotencia de los políticos para deshacer al Pueblo organizado y someterlo a sus negros designios interesados, completa el cuadro de esta reacción parasitaria.
Recurrieron a la fuerza, «el derecho de las bestias», para dilucidar un problema de opinión, utilizando para ello a las bestias mismas. Los sectores de las fuerzas armadas que sirvieron los móviles y realizaron las acciones de sus mandantes, no sólo deshonraron las armas de la Nación, sino que cometieron un crimen de leso patria al traicionar al Pueblo que creía en ellos. Ellos fueron el sucio instrumento de una mala causa porque las causas que enfrenta al Pueblo, son siempre malas.
II. LA CUESTION CLERICAL Desde los tiempos de la Inquisición el poder temporal ha sido un sentimiento arraigado en el sector político del clero. Este sentimiento ha sido apaciguado cuando el palio de San Pedro cubrió a un Papa piadoso y se exacerbó cuando un Pontífice político ocupó dicho cargo.
Actualmente vivimos un período de la segunda característica. La existencia de los partidos demócratas cristianos en el mundo occidental, demuestra tal afirmación y la política dirigida, en este sentido, desde el Vaticano, la confirma. El apoyo que los Estados Unidos prestan a esta orientación, como un medio de su lucha con el comunismo, ha fortalecido su posición provocando no pocos conflictos políticos.
El caso de la Argentina es uno más que, con caracteres agudos, ha explotado una difícil situación política. Allí los curas no sólo han tomado parte activa en la lid política, sino que han luchado abiertamente en la revolución contra el Pueblo. La Iglesia recogerá sin duda los frutos materiales entre los revolucionarios, pero, en la cosecha moral, habrá perdido hasta el último de sus frutos. Es una victoria “a lo Pirro”.
Dentro de la obra social realizada por el justicialismo, el clero recibió también su aporte proporcional, materializando mejoras de todo orden.
El Congreso aprobó la ley de enseñanza religiosa, aunque para lograrlo fue necesario un intenso trabajo ante los legisladores que se oponían con fundamento. Condicionada a que no se nombrarían sacerdotes a las cátedras, que la enseñanza sería facultativo y voluntaria, ya que, en esas cátedras sólo se tratarían temas religiosos, la ley fue sancionada.
Entre las medidas de apoyo al clero se dictó una ley que disponía que en las escuelas y colegios particulares (90% de curas) el Estado pagaría el 75% de los sueldos de los maestros, para que éstos no estuvieran como hasta entonces, con sueldos de hambre.
Aquí comenzaron nuestros padecimientos. La enseñanza religiosa fue desvirtuada y convertida en una cátedra política para el Partido Demócrata Cristiano. Aparte de ello, se hacía desde allí una campaña violenta contra la “escuela laica”, institución fundamental del Estado en la enseñanza argentina y finalmente se realizaba, por todos los medios, una persecución despiadada a los niños y niñas que no concurrían a la clase religiosa o no se mostraban entusiastas para ir a misa o incorporarse a las asociaciones religiosas correspondientes.
En contra de lo prometido, que no se nombrarían sacerdotes en la clase de religión, ocultando su condición de tales en las ternas de propuestas, el mayor número de las cátedras fueron adjudicadas a curas, mediante este subterfugio. Al descubrirse la superchería, debieron ser separados de sus cargos, lo que se aprovechó para hacer aparecer esta justa medida, como una persecución al clero y un ataque a la religión.
Con el pago del 75% de los sueldos a los colegios religiosos pasó una cosa aún más grave, que hasta se denunció en los diarios de Buenos Aires. Falsificando documentos, con firmas falsas y aun firmas simuladas, se defraudó al Estado ingentes sumas. Una idea de esas sumas está dada por los montos: la partida de pago de estos sueldos que era de 13.000.000 en 1947, llegó a 100.000.000 en 1954. Por otra parte, en 1947 el 80% de los profesores de estas escuelas religiosas eran particulares en tanto sólo el 20% eran sacerdotes. En 1954, en cambio, el 80 por ciento eran profesores sacerdotes y el 20% particulares. El asunto estaba en que los religiosos firmaban y no cobraban, con lo que se desvirtuaba por completo el espíritu y la forma de una ley dictada con finalidad social.
Sería largo enumerar la serie de contrariedades y molestias que éstos y otros numerosos asuntos de dinero ocasionaron al Gobierno y a la Administración Pública, que siempre dieron lugar a acusaciones de ataque a la religión, porque cuando se sanciona a un ciudadano delincuente que vista sotana, se trata de un ataque a Dios.
El justicialismo es un movimiento cristiano no tanto dogmático cuanto doctrinario. Pensamos que el dogma es obra de los hombres, en tanto la doctrina es obra de Dios. Por eso practicamos la doctrina, aun cuando el rito no nos interese tanto como algunos quisieran. Somos cristianos. No hacemos como si fuésemos cristianos. Somos cristianos en las obras, no en las “demostraciones”. Tratamos de estar cerca de Dios sin interesarnos de estar vecino de los que explotan su santo nombre.
Por eso no nos interesan las sanciones de los hombres que no nos llegan al alma. Esperamos las verdaderas sanciones que serán iguales para ello que para nosotros.
Eva Perón, perseguida y calumniada por los curas argentinos, hizo más obra cristiana en un día, que todos los sacerdotes de mi país en toda su vida. El Pueblo argentino puede y lo dice todos los días. Por eso, las mujeres, y los hombres del pueblo, cubrieron con su pecho los bustos de Eva Perón que los sacerdotes mandaron destruir con los jóvenes de la Acción Católica y los chicos de sus colegios. Eva Perón era un peligro para ellos, porque el pueblo humilde le levanta altares y le prende velas. A ellos nunca les hicieron lo mismo. Sería que no lo merecieron.
En 1948 el Poder Ejecutivo decidió premiar a un Obispo virtuoso, decretando la entrega de un pectoral de oro a Monseñor Decarlo, que se había distinguido en el Chaco por su obra social y religiosa. Nada pudo ser más ofensivo para el resto del Episcopado argentino que se negó a concurrir a la ceremonia. Se había confundido su acto de verdadera justicia con parcialidad gubernativa. El gobierno estaba en la obligación de hacerlo, desde que un Obispo es un funcionario del Estado argentino.
A pesar de todas estas incidencias desagradables, ocurridas siempre por arbitrariedades cometidas, fue siempre posible, merced a nuestra prudencia, mantener relaciones cordiales con la autoridad eclesiástica, hasta que su intervención abierta en la política los colocó violenta y beligerantemente frente a fuerte sectores del Pueblo.
Junto con la aparición del Partido Demócrata Cristiano en la Argentina, comenzaron a aparecer asociaciones de médicos, maestros, abogados, industriales, ganaderos, obreros católicos, etc. Esto promovió un sentimiento de inquietud entre los dirigentes de las más diversas organizaciones gremiales, hasta que un día se presentaron a mi despacho los Secretarios Generales de la Confederación General del Trabajo, Economía, de Profesionales, de Estudiantes, etc. En esa reunión me hicieron presente su inquietud por la intervención de la Iglesia en sus actividades gremiales. Ellos entendían que la Iglesia podía asociar a los católicos, pero no a los obreros, profesionales, estudiantes, etc., como entes gremiales y, en consecuencia, pedían una solución al conflicto por parte del gobierno.
Llamé entonces a la autoridad eclesiástica y le hice presente las demandas de las organizaciones sindicales y como me aseguraron que sólo eran instituciones religiosas que por razón de organización lo hacían en sentido profesional, llamé a los interesados y allí mismo se trató el asunto. No fue esta segunda parta tan pacífica como la primera, pues los concretos traídos a colación exacerbaron un tanto los ánimos y debí intervenir para evitar un diálogo demasiado animado o una discusión tumultuosa. Con mi intervención se llegó a un acuerdo: nombrar una comisión por ambas partes, para tratar el asunto y luego hacer los correspondientes comunicados en los que se diera “al César lo que era del César y a Dios lo que era de Dios”.
Pasaron los días sin que se nombrara la comisión, ni se dieran los comunicados, hasta que la situación hizo crisis con demostraciones populares contra las actividades mencionadas.
Yo, que en todo ese “match” actuaba de referee, tuve que dar un veredicto, dando la razón al que la tenía, después de una minuciosa investigación, y la comparecencia de numerosas autoridades y personas. Como generalmente sucede con los malos perdedores, el “referee” sacó la peor parte, porque al final le cargaron toda la culpa de la pelea y del fallo.
Desde ese momento la ciudad se vio inundada de panfletos difamatorios que se hacían en las iglesias y en los colegios religiosos, en los que se incitaba abiertamente a la rebelión, de la misma manera que los curas en los púlpitos se transformaron en oradores políticos de barricada, incitando a los fieles a la revolución y al desorden.
Lo que más desazonó a los curas fueron dos leyes aprobadas por el parlamento, que daban los derechos a los hijos naturales y adulterinos y la que acordaba el divorcio.
La primera de estas leyes era la reparación indispensable de una tremenda injusticia que por largo tiempo ha gravitado sobre los hijos adulterinos y naturales que, según la ley argentina, no tenían padres ni derechos.
El legislador justicialista sostuvo que no había hijos adulterinos ni naturales, que había padres adúlteros y que, en consecuencia, era inhumano y cruel cargar la culpa y el estigma sobre inocentes, liberando a la vez a los culpables. Esta ley fue discutida y repudiada por los curas, que mirando más a la familia que a la justicia, la impugnaban.
La ley del divorcio no fue menos combatida y resistida por los curas; por razón de dogma. Sin embargo, la existencia de más de trescientos mil matrimonios irregulares en el país, llevaron al legislador a la consideración del caso. La ley argentina consideraba nulos los matrimonios entre divorciados en otros países, de modo que ese matrimonio legal en el mundo entero, era un concubinato en nuestro país, perdiendo en consecuencia las esposas y los hijos todo derecho legal. Esto, producido en gran escala, era menos moral y perjudicaba más a la familia. Se trataba de resolver un problema existente y no de hacer doctrina, de modo que las cámaras, entendiéndolo así, sancionaron la ley.
Esto contribuyó más a irritar a los curas que desde entonces actuaron abiertamente en la insurrección, provocando desórdenes en los que lanzaban a la Acción Católica y a los chicos de sus escuelas a la perturbación callejera.
Desde ese momento se tuvo la absoluta evidencia de que los curas tomaron parte activa y directa en la revolución. En Buenos Aires comenzó a agitarse a la Acción Católica y a los muchachos de los colegios religiosos, empezando a sucederse los actos de provocación dirigidos por sacerdotes. El gobierno nunca quiso actuar violentamente para evitar desgracias personales, que era precisamente lo que buscaban los tumultuosos. Hacer algunas víctimas hubiera sido darles la ocasión de invocarlas después.
En ese estado de perturbación llegaron hasta el día jueves 9 de junio (día de Corpus Christi), que autorizados para hacer la tradicional procesión se negaron a ello, postergándola para el sábado 11 de junio, día que no estaba autorizada. A pesar de ello, en forma de un verdadero alzamiento contra la autoridad policial, se reunieron en la Plaza de Mayo donde los arengó el cura Tato y luego por la Avenida de Mayo se dirigieron hacia el Congreso con la intención de quemarlo, por las leyes que poco antes habíanse votado allí.
La policía pudo haber dispersado a los manifestantes pero indudablemente se hubiera producido una refriega, pues había entre los manifestantes gente armada; ya sabíamos que en algunos conventos y seminarios se habían descubierto distintas armas.
Los manifestantes llegaron al Congreso y en los mástiles de las cámaras que están en el frente del edificio enarbolaron sendas banderas amarillas del Vaticano, pretendieron forzar las puertas con palancas de hierro llevadas al efecto, y como no lo consiguieron, se dedicaron a arrancar las placas del frente del edificio y a apagar las lámparas votivas que allí arden permanentemente.
Terminado el desorden con la destrucción de los vidrios y algunos destrozos en el exterior del palacio, se retiraron en grupos, provocando desorden y rompiendo vidrieras y vehículos estacionados.
En el lugar de los hechos, según informó la policía, apareció una bandera argentina quemada en partes y según se informó, era con lo que los revoltosos pretendieron apagar las lámparas.
Luego se pretendió echar la culpa de este hecho a la Policía Federal y se inventó una fábula para inculpar de ello al Ministro del Interior y aun al Gobierno y a los cronistas, como si fuera posible que en una manifestación clerical pudieran actuar impunemente los demás.
Esta manifestación, supimos después, era un acto preparatorio para la tentativa de asesinato al Presidente de la República que se realizó desde aviones por el bombardeo de la Casa de Gobierno ocurrida cuatro días después: el 16 de junio a la mañana.
Es indudable que estos hechos estaban encadenados y que el director del movimiento de la Capital era el cura Tato, conocido como un elemento inmoral y capaz de cualquier acción innoble y reñida con su profesión y apostolado. Como la indignación pública crecía en el Pueblo al tener noticias de los desórdenes, comenzó a temerse que el Pueblo indignado tratara de hacerse justicia por sus propias manos. Es así que se le comunicó el día 15 de junio (día del ataque a la Casa de Gobierno), que debía abandonar el país. Si no se hubiera tomado esta prudente medida, quién sabe cómo habría salido este mal sacerdote el día siguiente.
Todos estos actos realmente revolucionarios ejecutados por los curas y sus secuaces los hacían aparecer como defensa de una persecución religiosa que en ningún momento existía sino en la hipocresía y la falsedad de estos individuos.
De la misma manera en el exterior se difundían noticias desde el Vaticano, con Falsedades sobre la persecución religiosa en Buenos Aires. Ellos estaban en plena rebelión preparando la revolución, y, según ellos, los perseguíamos. El 16 de septiembre y subsiguientes los vimos después en la calle y en camiones gritando y alentando a la rebelión. Ellos eran los “angelitos” dispararon sus armas, vestidos de sotana contra obreros indefensos en Córdoba en la noche del 18 de septiembre, después de tomar la ciudad, según testimonio de los propios revolucionarios que encomiaron tan sacrílega acción.
Esto no es nuevo. México lo presenció ya en su revolución. En cuanto al intento de asesinar al Presidente tampoco es nuevo. El General Obregón pagó con su vida los sórdidos manejos de sacristía.
Se ha dicho, y con razón, que el clero de la República Argentina es el peor del mundo. Los argentinos no quieren ser curas para reemplazar a los que vienen de Italia, lo peor que tiene, y de España los curas rojos de la revolución que, en esa época, invadieron literalmente el país. Con esta emigración bien se puede esperar lo que nuestro país ha tenido la desgracia de preciar. El pueblo argentino odia profundamente a su clero, ese clero se conforma con lo que podrá sacar de beneficio en esta emergencia.
III. LA TENTATIVA DEL 16 DE JUNIO DE 1955 Con los hechos que venimos comentando, producidos por los curas en Buenos Aires, está ligada una tentativa de asesinar al Presidente de la República y producir el caos en el país, del que debían sacar provecho un grupo de oficiales de la Armada dirigidos por un oficial de Infantería de Marina de apellido Toranzo Calderón. En esa intentona está también comprometido el entonces Ministro de Marina, Vicealmirante Olivieri, quien, fingiendo una afección cardiaca se hospitalizó dos días antes, a fin de dejar las manos libres a los complotados y no comprometerse prematuramente.
Siempre había repetido a los ministros que si ellos no estaban de acuerdo con la orientación del gobierno, me lo hicieran saber, porque yo escuchaba a todos por igual y aun en el caso de desacuerdo yo consideraría cualquier renuncia como un signo de carácter y de sinceridad. Me llamó después grandemente la atención la defección de este Ministro que, en vez de plantearme cualquier disidencia, esperó pasarse al enemigo. Tantas veces me repitió que era mi amigo que yo no esperé de él una traición semejante. Sin embargo, al ver después de la revolución su designación como Embajador en la ONU, me he explicado muchas cosas que antes ni imaginaba. Pero los hombres son así y hay que tomarlos como son.
El día 16 de junio de 1955 amaneció nublado. Como de costumbre, me levanté a las cinco de la mañana y a la seis y quince llegué a mi despacho de la Casa de Gobierno. Allí el oficial de informaciones me enteró que esa noche se había producido una alarma y que el Ministro de Ejército había pasado la noche aprestado con todo el personal de comando en el Ministerio debido a noticias que poseía.
A las siete tenía concedida audiencia con el Embajador de los Estados Unidos, míster Buffer, con quien venía el Agregado Militar para hacerme entrega de un obsequio de parte del Comandante de las Fuerzas del Caribe, que poco antes nos había visitado.
A las ocho terminó la audiencia y recibí al Ministro de Ejército, General Franklin Lucero, hombre leal y realmente un amigo de casi toda mi vida. Él me enteró de sus inquietudes y me pidió que me trasladara al Ministerio de Ejército, donde estaría más seguro ante cualquier evento, ya que la Casa de Gobierno podría ser objeto de un ataque en caso de un atentado por medio de una operación tipo “comandos” como se llama en la jerga militar.
Como tenía algunas cosas que hacer le prometí que iría en seguida y lo dejé partir solo al Ministerio. Permanecí en mi despacho hasta las nueve y treinta horas, en circunstancias que el General Jáuregui, Jefe de la Coordinación de informaciones, me comunicó que el aeródromo de Ezeiza había sido tomado por aviones sublevados. Mientras se notaban movimientos raros en el Arsenal de Marina y en el Ministerio de la misma, muy cercanos a la Casa de Gobierno. Ante tales noticias me trasladé al Ministerio de Ejército, precisamente en el momento que se iniciaba el fuego contra la Casa de Gobierno.
A las diez y treinta horas comenzó el bombardeo de la Casa de Gobierno, sobre la que se arrojaron más de cien bombas, muchas de las cuales no explotaron, al mismo tiempo que el Batallón de Infantería de Marina abría fuego y atacaba la Casa Rosada. El combate duró varias horas en que, al intervenir los Granaderos a Caballo General San Martín y el Batallón Buenos Aires, quedó terminado con la retirada de los insurgentes.
En el Ministerio de Marina quedaban encerrados y rodeados los jefes de la tentativa. El pueblo y especialmente los trabajadores al conocer la noticia del levantamiento, como otras veces, se lanzaron hacia Plaza de Mayo, junto a la Casa de Gobierno, mientras otros, obedeciendo las indicaciones que se hicieron por radio se concentraron en la C.G.T. a fin de no exponerse inútilmente al efecto del bombardeo. Sin embargo, las bombas y las ametralladoras de los aviones produjeron doscientos muertos y varios miles de heridos entre la población civil.
Gran indignación causó el fuego de los aviones a reacción sobre las calles atestadas de público que además de no ser un objetivo militar, estaban llenas de mujeres y niños, que venían a presenciar ese día un desfile aéreo programado. Los aviones antes de huir hacia Montevideo, una vez fracasada la intentona, descargaron sus armas y sus bombas sobre la población indefensa.
Cuando llegó la noche comenzó a llover torrencialmente y el Pueblo indignado y acongojado se encontraba aún en los lugares de los luctuosos sucesos, presenciando los arreglos y la evacuación de los muertos durante el día.
Yo hablé por radio, en cadena general a todo el país, porque temía una reacción popular violenta. Llamé a la calma pidiendo no unir a la infamia de los atacantes, nuestra propia infamia.
Me enteré después que se habían quemado algunos edificios entre ellos cuatro iglesias y dos capillas. Luego que pasó la confusión de las primeras horas, el Comando Militar de Represión tomó la medida de custodiar los edificios amenazados y dar seguridad a los sacerdotes que estaban extraordinariamente excitados y temerosos.
Se constituyó el Consejo Supremo de Guerra y los culpables fueron juzgados y condenados de acuerdo con la ley.
Como regía el Estado de Guerra Interior, cuya ley en su artículo segundo autorizaba el fusilamiento inmediato de los cabecillas, muchos vinieron a pedirme que los fusilaran y aun algunos de ellos habrán pensado que fui débil al no hacerlo. Yo creo lo contrario; en esos casos es más fácil fusilar que someterse a la justicia establecida. No me ha gustado nunca mancharme con sangre, ni aun de mis más enconados enemigos. Yo puedo decir hoy, a pesar de toda la infamia de mis enemigos, que ellos son unos asesinos y la historia no puede cargar sobre mi conciencia la muerte de un solo argentino por defender mi situación personal.
El peronismo se ha llenado de mártires y entre ellos no hay un sólo hombre que, como nuestros enemigos, pueda ser tildado de asesino con fundamento, como podemos llamarlos a ellos con razón. La sangre generosa de estos compañeros caídos por la infamia “libertadora” será siempre el pedestal de nuestra grandeza futura. Para nuestros enemigos, será el índice acusador de Abel, que los seguirá hasta su tumba, llenándolos de remordimiento y de vergüenza.
El caso del Almirante Olivieri En el mundo entero ha producido un asco irrefrenable la actitud del Almirante Alberto Teisaire. Sin embargo, la conducta del Almirante Aníbal O. Olivieri es de las que hacen cumplido honor a su conmilitón. Estos dos Almirantes no han desmentido en ningún instante la ejecutoría de la institución que traicionó al Pueblo. Ellos han sido fieles a la tradición que recibieron.
Aníbal O. Olivieri, nuevo Embajador de la Argentina en las Naciones Unidas, ha declarado a I.N.S. cosas que arrojan sobre sí el deshonor, la ignominia bajo el estigma infamante de la traición. La mentalidad de pajarito de este felón, no alcanzará jamás a comprender el daño que se ha inferido.
Decía una de las leyes de Licurgo, que el delito más infamante para el ciudadano, era no estar en uno de los bandos cuando se luchaba por la suerte de la Nación. Yo agrego que estar en los dos bandos es unir la traición a la infamia. Aníbal O. Olivieri era de esta clase de infamantes. He aquí sus declaraciones:
“Ningún hombre fue más enemigo de las libertades que J. D. Perón, declara en Nueva York el Almirante Olivieri, nuevo embajador de Argentina ante la O.N.U.”
Nueva York, noviembre 9 (INS).- El Almirante Aníbal O. Olivieri, nuevo Embajador ante las Naciones Unidas, dijo hoy que su gobierno está “comprometido a devolver una democracia completa para el pueblo argentino”.
Olivieri, quien fue Ministro de Marina del depuesto régimen de Perón, fue una figura de la revolución contra el gobierno peronista aunque fue encarcelado por Perón por su participación en el frustrado levantamiento de la marina de guerra en el mes de junio.
Después de que la segunda revolución logró expulsar a Perón, Olivieri se convirtió en una de las figuras claves del nuevo Gobierno argentino. Comentando sobre el régimen de Perón, Olivieri dijo: “Cuando el general Perón apareció como político en 1945, trazó un plan de gobierno que era bueno. Era un plan dirigido principalmente a ayudar a los trabajadores y a los necesitados en la Argentina”. “Pero el hecho real”, agregó el Almirante, “fue que tras bastidores, Perón desarrolló una verdadera dictadura y estableció un régimen que era contrario a las ideas más importantes de la humanidad”. “Ningún hombre fue más firmemente opuesto a las ideas de libertad de palabra, de prensa o del derecho de reunión pública”.
Olivieri continuó: “Y lo más grave es que Perón fue contra los más elevados ideales y símbolos de la nacionalidad argentina”.
“Ningún verdadero argentino”, dijo el Almirante, “podía apoyar a un presidente que se quedó con los brazos cruzados y permitió que quedaran impunes los altos funcionarios que quemaron la Bandera Patria; ningún patriota argentino podía apoyar a un presidente que nada hizo por impedir la quema de nuestras iglesias y que pronunciara discursos dirigidos solamente a lograr su propia gloria y ningún verdadero argentino podía apoyar a un presidente que resultó ser un extraviado moral”.
“No tengo dudas”, dijo Olivieri, “que el pueblo argentino finalmente se ha dado cuenta de que fue engañado por un gobernante que abandonó su puesto de mando en vez de encarar su propia responsabilidad”. Respondiendo a preguntas sobre las presentes condiciones económicas de la Argentina, el Embajador dijo que “el presente Gobierno tendrá algunos importantes problemas que resolver que son consecuencia de esa gran traición económica, política y social que son los diez años de gobierno de Perón”.
Olivieri se negó a contestar sobre el presente “status” económico de Perón, así como la situación del Lejano Oriente o la conferencia de Ginebra.
¡Y este canalla fue ministro del gobierno que critica, desde el 28 de septiembre de 1951 hasta el 16 de junio de 1955! Es decir, solidario con el hombre que él cree era enemigo de la libertad. ¿Qué era él entonces?
Olivieri no puede engañar a nadie. Él fue siempre un traidor y como tal un jesuita. Siendo Ministro conspiró con los revolucionarios contra su propio gobierno y dos días antes del atentado del 16 de junio se declaró enfermo del corazón y se internó en el Hospital Naval. Así los otros actuaban y él esperaba los resultados. Cuando le informaron que la revolución había triunfado, que Perón había muerto en el bombardeo de la Casa de Gobierno y que todo salía bien, apresuradamente, con toda seguridad, se trasladó al Ministerio de Marina para tomar el mando. Allí se enteró de la verdad y habló plañideramente al Ministro Lucero para decirle que le expresara al General (Perón): “que él no tenía nada que ver, que había sido sorprendido por los acontecimientos y que daba su palabra de honor”.
Este es el “pundonoroso” embajador de la Argentina en las Naciones Unidas. Un reptil que para llegar a ser Ministro se arrastró ante los pies del que hoy critica, derramando a caudales elogios que ha olvidado y declaraciones de una amistad que no sólo traicionó sino que hoy escarnece con la actitud más baja que un hombre puede ostentar. ¡Miseria, pura miseria!
IV. LOS PROLEGOMENOS DE LA TRAICION El 16 de junio puso en evidencia que el “estado de guerra” estaba justificado desde que existía latente la conspiración en las fuerzas regresivas.
La clase parasitaria, representada por la oligarquía contumaz y resentida, unida a los curas que abiertamente intervinieron en la lucha del 16 de junio, como asimismo a los dirigentes políticos de la “Unión Democrática”, comenzó ya desembozadamente a minar al Ejército, la Marina y la Aeronáutica.
El sistema para descomponer la disciplina de las fuerzas armadas fue diversos en cada caso. Se utilizó un panfleto insidioso en que la calumnia y la falsedad alcanzaron límites insospechables. La técnica del rumor completó el cuadro, creando un clima de engaño uniforme entre los elementos adversarios. Sin embargo, el ejército no fue influenciado por esta perturbación, merced a la acción permanente del General Lucero, Ministro de Ejército, que adoctrinó a su gente en el fiel cumplimiento del deber militar. La Marina, que obedecía al comando revolucionario de Montevideo, compuesto por Bemberg, Gainza y Lamuraglia, verdaderos financiadores de la revolución, fue minando la disciplina de la aeronáutica y contaminando sus cuadros. El dinero “corría” en abundancia y el efecto comenzó a notarse; se le fue encontrando el precio a cada uno. Esto es la triste verdad. “Poderoso caballero es Don Dinero”.
Del ejército sólo algunos generales retirados, de ambiciones insatisfechas y eternos conspiradores de todas las horas, estaban comprometidos en esta inaudita traición contra el Pueblo y la Nación. Sin duda ellos, consiguieron la adhesión de otros elementos activos en los comandos, pues para eso disponían de abundante dinero. Prueba de ello es que las únicas fuerzas del ejército que defeccionaron en Córdoba y Mendoza fueron las que estuvieron en contacto con los intermediarios de los financiadores. El resto del ejército permaneció incontaminado.
La aeronáutica por su modalidad especial y la clase de vida de sus oficiales fue siempre campo fértil a la corrupción, de modo que allí, el “trabajo” fue simple y fue rápido.
La marina es campo fértil para sembrar esta clase de cizaña. Reclutados fuera de los elementos populares, educados en la modalidad un tanto internacionalista, carecen de índice patriótico como institución. Sus oficiales, alejados del sentido de nacionalidad, constituyen una casta aparte, preocupados más de la suerte de la marina que de los intereses de la Patria. Herederos de tradiciones ajenas, pues nuestra marina carece de tradición, se siente siempre inclinada a despreciar lo propio. Ignorante en general, con un barniz de sociabilidad mundana, viven al margen de la profesión. Son más bien empleados de la profesión que profesionales.
Navegando cuando están obligados a ello. Lo normal es que el 80% viva en tierra en puestos burocráticos en los numerosos comandos y organismos que hacen de la marina una burocracia peligrosa y perjudicial para la Nación. Algunos hechos salientes de la Actividad marinera no le son tampoco favorables como institución. El famoso “caso de la Rosales”, un naufragio de una nave de guerra en que sólo se salvaron los oficiales, fue el comienzo de una triste tradición marinera. El final de esa tradición, a través del choque de otras unidades en pleno mar, sin sanciones sino para algún subalterno, culmina en esta traición al Pueblo. Triste experiencia para la República que tantos sacrificios realizó para enarbolar un pabellón en barcos con honra. Este pueblo que trabajó y luchó para sostenerlos debe sentirse muy defraudado.
La descomposición de la marina de guerra alcanza límites inconcebibles en algunos casos que son índices de un estado de generalización. Durante mi gobierno se sancionó severamente el contrabando y en esta actividad delictuosa estuvieron incursos numerosos oficiales de la marina que prestaban sus barcos para el transporte clandestino de mercaderías al país.
Es indudable que una sanción semejante no hizo simpático al gobierno en el ambiente de la marina, pero, era necesario terminar con este tipo de delincuencia descubierta, pues se había llegado a límites intolerables. La Dirección de Aduanas denunció en su oportunidad la existencia de una cadena de negocios para la venta de heladeras, aparatos de televisión, lavarropas, medias de nylon, etc., que era surtida por oficiales de la marina, dirigidos por el Contraalmirante Rojas y un socio testaferro de apellido Jiménez, con negocios en la Avenida Cabildo y otras arterias. La revolución frustró estas investigaciones, pero los hechos determinan un estado de cosas ilustrativo.
Estos eran los “idealistas libertadores” que venían a salvar a la fuerza a un Pueblo que los repudia siempre.
El Gobierno conocía la conspiración y, enemigo de la violencia, evitó siempre aplicar sanciones sangrientas o medidas de seguridad exagerada. A favor de esa conducta, que muchos calificaron de debilidad, las acciones de los conspiradores se fueron haciendo más visibles. La seguridad que los ministros militares dieron sobre la actitud de sus fuerzas tranquilizó al gobierno, pues no interviniendo las fuerzas armadas, no sería posible la alteración del orden.
Sin embargo, ya en los primeros días de septiembre se comenzaron a conocer algunas noticias de la descomposición disciplinaria en la Marina y en la Aeronáutica.
Nuestra seguridad fue un factor negativo, pues persuadido de la fidelidad de algunos felones, que habían empeñado su palabra de honor, los ministros no tomaron mediadas más efectivas para asegurar el orden.
En Montevideo, desde el 16 de junio de 1955, funcionaba un verdadero comando revolucionario. El presidente del Uruguay, Batlle Berres, mantenía permanente comunicación con Lamuraglia (su futuro consuegro), que actuaba como órgano adelantado en la Embajada uruguaya de Buenos Aires, al mismo tiempo que instruía y ayudaba al comando revolucionario constituido por los que después del 16 de junio fugaron a Montevideo.
El gobierno del Uruguay, quebrantando todas las normas del derecho internacional en abierta violación de la Carta de la Organización de los Estados Americanos, no sólo amparó, ayudó y cubrió la acción revolucionaria en la persona de los conspiradores sino que puso a su disposición dinero, medios y aun el Estado para el logro de sus designios.
Las estaciones de radio del Uruguay fueron permanentes agentes de perturbación y propaganda contra el Gobierno argentino y durante la revolución constituyeron el medio de comunicación de los distintos grupos y focos de la rebelión. Política peligrosa para este pequeño país, pues algún día puede sufrir las consecuencias de su imprudente y desleal proceder. La intromisión de los grandes países en los asuntos internos de los otros Estados, implica un avance contra su soberanía. A menudo, conduce a una situación de inamistad y preocupación. Los pequeños países se exponen, en cambio, a una reciprocidad futura muy peligrosa para su propia soberanía.
Simultáneamente con la acción uruguaya, la Acción Católica y los niños de los colegios de curas, comenzaron a provocar desórdenes en las calles a altas horas de la noche. Esas reuniones eran organizadas por la Curia de Buenos Aires que dispuso la realización de misas en la noche, después de las cuales se provocaban desórdenes en las calles. Algunos curas en los púlpitos se comportaban como verdaderos desaforados e incitaban abiertamente a la rebelión. Algunos fanáticos les seguían y el clima se generalizaba en pequeños sectores y en determinadas circunstancias.
El Pueblo, acatando las disposiciones del gobierno, permanecía tranquilo, riendo a veces de las actitudes descompuestas de los provocadores de los desórdenes. Nadie en Buenos Aires tomó en serio estas manifestaciones pues se trataba de los que allí llaman “fifí”, una suerte de tipos indefinidos en todo, especialmente en el sexo.
En la Capital Federal nada había que pudiera hacer peligrar la estabilidad inconmovible del gobierno. Ello fue también un factor para restar importancia al resto de la subversión que se preparaba desde el Uruguay y se gestaba en el interior del país, mediante la conquista de los comandos y oficiales, por los métodos ya mencionados.
En los primeros días de septiembre se realizó una reunión de gabinete en la que se trató la situación, seguida de otra con la participación sólo de los ministros militares. En ésa recibí la absoluta seguridad de la lealtad de las fuerzas, aun más, las dudosas no disponían de armamento ni munición.
Como un reaseguro, propuse a los ministros movilizar parte del Pueblo, de acuerdo con la ley, para la defensa de las instituciones, pero no encontré acogida favorable por consideraciones secundarias, referidas al efecto que una medida semejante podría ocasionar en los comandos que, siendo leales, se sentirían objeto de una desconfianza injusta.
Creí en esto y confieso que cometí un gran error. Es la consecuencia de considerar al ejército más respetable que las necesidades fundamentales de la Nación, la ley y la Constitución una verdadera “enfermedad profesional”. Habíamos sido inconscientemente traicionados por la consideración que el honor debiera merecer, pero que no merece. Ha habido jefes muy dignos, pero al lado de ellos, los hubo muy indignos.
Descartar la dignidad de todos sería injusto, pero tampoco es justo fincar el destino de un Pueblo en una dignidad que no se realiza.
V. LOS ACONTECIMIENTOS Las fuerzas armadas argentinas están distribuidas en su territorio de casi tres millones de kilómetros cuadrados, de acuerdo con las necesidades estratégicas. Así el Ejército tiene una gran agrupación central en Córdoba, otra en la frontera oeste (Mendoza, San Juan, Catamarca y La Rioja), otra guarnece la frontera norte (Salta y Jujuy), una tercera cubre la frontera noroeste (Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes, con fuerzas en Chaco y Formosa), mientras varios destacamentos estacionan en la Patagonia (Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz). La Capital Federal está guarnecida por una división del ejército y la provincia de Buenos Aires por otra de Caballería.
La Marina tiene su base naval en Bahía Blanca donde estaciona la escuadra y una base menor en Río Santiago, guarnición de la Escuela Naval y Liceo (algo así como un colegio nacional con régimen militar. En la Capital Federal se encuentra la Escuela de Mecánica y el Arsenal de Marina.
La Aeronáutica tiene su núcleo principal en Córdoba donde funciona la fábrica de aviones, escuela militar de aviación y escuela de suboficiales especialistas. Un grupo de bombardeo compone la guarnición de la base General Pringles en San Luis, otro de caza en la base de Tandil (provincia de Buenos Aires), un grupo de observación en Mendoza y otro de observación en la base de Resistencia (Chaco) y el grupo de transportes en la base de “El Palomar” (Buenos Aires).
El día 16 de septiembre de 1955, a primera hora, se tuvo conocimiento de que en el interior se habían producido algunos levantamientos.
En Córdoba habían secuestrado al Director de la Escuela de Infantería durante la noche. La Escuela de Artillería sublevada había emplazado los cañones en la tarde anterior con el pretexto de un ejercicio del día siguiente y, con las primeras luces, había abierto el fuego contra el casino de oficiales donde dormían los jefes y oficiales de la Escuela de Infantería. Esto había producido una gran confusión, repuestos de la cual, se combatía en los alrededores del cuartel de esta última unidad contra efectivos rebeldes de la Escuela Militar de Aviación.
En Río Santiago unidades de la Escuela Naval sublevada habían pretendido salir de la base y atacar la ciudad de Eva Perón siendo detenidos por la policía de Buenos Aires, pero permaneciendo en posición en el linde de la base.
En Curuzú Cuatiá (Corrientes), habíase producido un conato de sublevación en la Escuela de Blindados, siendo sofocada y dominada inmediatamente.
En Puerto Belgrano, base naval de Bahía Blanca, no había novedad, aunque se supo que la Aviación Naval estaba en movimiento.
La Escuadra efectuaba ejercicios en la zona de la República (Golfo Nuevo-Chubut) y no se tenía noticias sobre su actitud. En la Capital Federal como en las demás guarniciones militares la situación era tranquila.
Desde las primeras horas del día 16 permanecieron en el Comando en jefe de las fuerzas de represión en el edificio del Ministerio de Ejército, con el Ministro Lucero, el Comandante en Jefe del Ejército, General José Domingo Molina, y el Jefe de operaciones, General Ymaz (este nombre lo hallaremos más adelante).
Tanto el Ministro de Ejército como el Comandante en jefe eran de opinión que se trataba de una acción descabellada que sería conjurada en pocas horas, pues fracasado el intento de Curuzú Cuatiá se luchaba en Río Santiago y en Córdoba en buenas condiciones, la concurrencia de otras tropas hacia esos focos, aseguraba el éxito para los días siguientes.
El día 17 de septiembre la situación general era absolutamente favorable, si bien continuaba la lucha en Córdoba, en Río Santiago se había detenido. Durante el día se tuvo la noticia de que la escuadra se había puesto en marcha, saliendo de Puerto Madryn hacia el norte. La observación aérea era imposible debido a las condiciones climáticas.
Ya este día se conoció también la noticia que en Puerto Belgrano (Bahía Blanca) se habían producido disturbios entre fuerzas de marinería y la población civil. En la base de submarinos de Mar del Plata se mantenía el orden y era leal al gobierno.
El día 18 en la noche la situación era clara para el comando de represión y lanzadas las unidades concéntricamente hacia los focos de la rebelión, no quedaba más que esperar su llegada para someter a los rebeldes. La enorme superioridad de fuerzas no deja dudas sobre los resultados. Este mismo día se tuvo conocimiento de la defección de los Destacamentos de Montaña de Mendoza y San Juan, pero ello se reduce a que sus jefes se han negado a marchar sobre Córdoba.
En Río Santiago la intervención de la Aviación de Bombardeo ha despejado la situación. La Escuela Naval derrotada por la policía de Buenos Aires y el Regimiento de Infantería, se ha embarcado en un avión y unos lanchones y ha huido. Allí no hay enemigos.
En Bahía Blanca las fuerzas de Infantería de Mariana han ocupado la ciudad, pero avanzan hacia allí las fuerzas de represión, muy obstaculizadas por las fuertes lluvias y hostigadas por la aviación rebelde. Sin embargo, todo es cuestión de tiempo.
La escuadra, según las noticias que se tienen, ha bombardeado la ciudad de Bahía Blanca, destruido las plantas compresoras de gas, las usinas y parte de la población. La ciudad está sin agua, sin gas y sin luz.
La ciudad de Mar del Plata también ha sufrido los efectos del bombardeo intenso de la escuadra y la aviación rebelde.
El día 18 de septiembre a la noche la escuadra sublevada amenaza con el bombardeo de la ciudad de Buenos Aires y la destilería de Eva Perón. Lo primero de una monstruosidad sin precedente, y lo segundo, la destrucción de diez años de trabajo y la pérdida de cuatrocientos millones de dólares.
La situación militar era ampliamente favorable, pues desplegadas las fuerzas sólo era cuestión de tiempo y de lucha para someter a los focos rebeldes de Córdoba y Bahía Blanca. En la Capital Federal quedaba aún sin emplear toda la primera división de ejército motorizada, las fuerzas blindadas de Campo de Mayo, el Batallón Buenos Aires y muchas otras fuerzas absolutamente leales.
Sin embargo, me preocupaba la amenaza de bombardeo de la población civil en la que seguramente perderían la vida miles de inocentes que nada tenían que ver con la contienda. Ya había Buenos Aires presenciado la masacre del 16 de junio de 1955, cuando la aviación naval bombardeó la Plaza de Mayo y ametralló las calles atestadas de gente, matando e hiriendo a mansalva al pueblo indefenso. Era de pensar lo que ocurriría en un bombardeo indiscriminado, sobre una ciudad abierta, sometida a la acción combinada de los cañones navales y las bombas aéreas. Las condiciones climáticas eran desfavorables para toda acción defensiva, pues la intensa lluvia hacía imposible toda exploración y acción sobre los barcos.
Me preocupaba también la destrucción de la destilería de petróleo de Eva Perón, una obra de extraordinario valor para la economía nacional y que yo la consideraba como a un hijo mío. Yo la había puesto en funcionamiento. Es indudable que para los demás no podía tener el mismo valor que para mí.
Influenciaba también mi espíritu la idea de una posible guerra civil de amplia destrucción y recordaba el panorama de una pobre España devastada que presencié en 1939. Muchos me aconsejaron abrir los arsenales y entregar las armas y municiones a los obreros que estaban ansiosos de empuñarlas, pero eso hubiera representado una masacre y, probablemente, la destrucción de medio Buenos Aires. Esas cosas uno sabe cómo comienzan pero no en qué terminan.
Siempre he pensado que la misión de un gobernante es la custodia de la Nación misma. Su objetivo deberá ser siempre el bien de la Patria. Todos los demás objetivos son secundarios frente a éste. Se trataba entonces de elegir la resolución que mejor conformara a ese principio.
En nuestra doctrina habíamos establecido claramente que la escala de valores justicialista era: primero, la Patria; luego el movimiento y después los hombres. Se trataba simplemente de cumplirlo.
Algunos generales y jefes amigos y leales, se empeñaron en convencerme para que continuara la lucha que, desde el punto de vista militar, era ampliamente favorable. Recuerdo que uno me dijo: “Si yo fuera el Presidente, continuaba”. “Yo también si fuera general continuaría”, le contesté.
Otros ensayaron persuadirme con el argumento de salvar la Constitución y la ley afirmando el principio de su acatamiento. Argumento justo pero sofístico. La ley, la Constitución, son para la República y no ésta para aquéllas. Nada hay superior a la Nación misma. Lo que hay que salvar siempre es el país. Lo demás es secundario frente a él.
Después de una madura reflexión llamé al Ministro de Ejército, General Franklin Lucero, jefe de las fuerzas de represión, y le dije: “Estos bárbaros ya sabemos que no tendrán escrúpulos en hacerlo. Es menester evitar la masacre y la destrucción. Yo no deseo ser factor para que un salvajismo semejante se desate sobre la ciudad inocente, y sobre las obras que tanto nos ha costado levantar. Para sentir esto es necesario saber construir. Los parásitos difícilmente aman la obra de los demás”.
Es indudable que para resolver este difícil momento de la situación debí recurrir a mis últimas energías, pues es más fácil para mí dejar hacer a mis comandos que oponerme a sus inclinaciones de lucha y a las mías propias. Ya una vez me había encontrado en situación similar, siendo Ministro de Guerra, en 1945. En esa ocasión resolví lo mismo: renunciar. Los hechos posteriores me dieron la razón y los mismos camaradas que entonces me instaban a pelear debieron reconocer mi acierto. Espero que en esta ocasión suceda lo mismo. En ese concepto procedí a hacer efectiva mi resolución con la siguiente comunicación:
Nota pasada el señor Ministro de Ejército, General de División Don Franklin Lucero, en su carácter de Jefe de las Fuerzas de Represión.
Buenos Aires, 18 de septiembre de 1955.
Hemos llegado a los actuales acontecimientos guiados sólo por el cumplimiento del deber. Hemos tratado por todos los medios de respetar y hacer respetar la Constitución y la Ley. Hemos servido y obedecido sólo los intereses del Pueblo y su voluntad.
Sin embargo, ni la Constitución ni la Ley, pueden ser superiores a la Nación misma y sus sagrados intereses.
Si hemos enfrentado la lucha ha sido en contra de nuestra voluntad y obligados por la reacción que preparó y la desencadenó.
La responsabilidad cae exclusivamente sobre ellos desde que nosotros hemos cumplido el mandato de nuestro irrenunciable deber.
Hace pocos días intenté alejarme del gobierno si ello era una solución para los actuales problemas políticos. Las circunstancias públicamente conocidas me lo impidieron, aunque sigo pensando e insisto en mi actitud de ofrecer esta solución.
La decisión del Vicepresidente y legisladores de seguir mi decisión con las suyas impide en cierta manera la solución constitucional directa. Por otra parte, pienso que es menester una intervención un tanto desapasionada y ecuánime para encarar el problema y resolverlo.
No existe un hombre en el país con suficiente predicamento para lograrlo, lo que me impulsa a pensar en que lo realice una institución que ha sido, es y será una garantía de honradez y patriotismo: el ejército.
El ejército puede hacerse cargo de la situación, el orden y el gobierno, para construir una pacificación entre los argentinos, empleando para ello la forma más adecuada y más ecuánime.
Creo que ello se impone para defender los intereses superiores de la nación. Estoy persuadido que el Pueblo y el Ejército aplastarán el levantamiento, pero el precio será demasiado cruento y perjudicial para sus intereses permanentes.
Yo, que amo profundamente al Pueblo, sufro un tremendo desgarramiento en mi alma presenciando su lucha y su martirio. No quisiera morir sin hacer el último intento por su tranquilidad y felicidad.
Si mi espíritu de luchador me impulsa a la pelea, mi patriotismo y mi honradez ciudadana me inclinan a todo renunciamiento personal en holocausto a la Patria y al Pueblo.
Ante la amenaza de bombardeos a los bienes inestimables de la Nación y sus poblaciones inocentes, creo que nadie puede dejar de deponer otros intereses o pasiones.
Creo firmemente que ésta debe ser mi conducta y no trepido en seguir este camino. La historia dirá si había razón de hacerlo. Juan Perón. Inmediatamente le remití al General Lucero, quien la leyó por radio y la entregó a la publicidad.
El día 19 de septiembre, de acuerdo con el contenido de la nota, el Ministro Lucero formó una junta de generales, encargándoles discutir con los rebeldes la forma de evitar la masacre y la destrucción, para lo cual, si ello era una solución, el Presidente ofrecía su retiro.
La Junta de Generales se reunió el día 19 de septiembre en una larga sesión, interpretando que la nota presidencial era su renuncia. Llamaron a algunos auditores y les solicitaron un dictamen al respecto. Según me informaron luego, alguno de ellos interpretó que se trataba de una renuncia y la Junta intentó constituirse en gobierno y hasta expidió un decreto.
Al enterarme de semejante cosa llamé a la Presidencia a los generales de la Junta, el mismo día 19 en la noche, y les aclaré que la nota no era una renuncia sino un ofrecimiento que ellos podían usar en las negociaciones. Le aclaré que si fuera una renuncia estaría dirigida al Congreso de la Nación y no al Ministro de Ejército, que era un Secretario de Estado. Les reafirmé asimismo que el Presidente Constitucional lo era hasta tanto el Congreso le aceptara su renuncia, en el caso de presentarla.
La misión de la Junta de Generales era sólo negociadora. Tratándose de un problema de las fuerzas, nadie mejor que ellos para considerarlo y resolverlo, ya que si se tratara de un asunto de opinión, yo lo resolvía en cinco minutos. Los generales aceptaron y salieron de la Presidencia dispuestos a cumplir su misión. Algunos de ellos me merecían confianza.
Llegados los generales al Comando de Ejército, según he sabido después, tuvieron una reunión tumultuosa en la que la opinión de los débiles e indecisos fue dominada por los que ya estaban inclinados a defeccionar por conveniencia.
Supimos luego que el Comando en Jefe del Ejército de represión estaba minado de enemigos. Su propio jefe de operaciones, el general Ymaz, fue nombrado jefe de las Fuerzas Motorizadas de Campo de Mayo por los rebeldes, inmediatamente después de la revolución.
Esa misma madrugada del 20 de septiembre fue llamado al Comando en Jefe mi ayudante, mayor Gustavo Renner, a quien el general Manni le comunicó en nombre de los demás que la Junta constituida en gobierno había aceptado la renuncia (que no había presentado) y que debía abandonar el país.
La revolución quedaba con el país en sus manos. Me temo que no sepa qué hacer con él. Los días dirán que una dictadura militar más se ha producido; los meses mostrarán un nuevo fracaso de este gobierno enemigo del Pueblo y los años condenarán la ambición, la incapacidad y la deshonestidad de un grupo de hombres de armas que no supo cumplir con su deber y que produjo tremendos males en el país.
VI. MI VIAJE AL PARAGUAY El día 20 a la mañana tomé contacto con el Embajador del Paraguay, doctor Chávez, quien personalmente, en su automóvil, me trasladó primero a su casa y luego, en el mismo vehículo, al cañonero Paraguay, arrimado al dique B, de Puerto Nuevo, donde fui recibido por la oficialidad como General del Ejército de este glorioso país.
Inmediatamente el señor Embajador inició las gestiones para obtener el salvoconducto correspondiente a fin de poder viajar al Paraguay. Estas gestiones se convirtieron en una verdadera odisea porque la confusión primero, la falta de gobierno después y la mala voluntad y prepotencia luego, obstaculizaron toda gestión. Así pasaron cinco días de espera en los que se produjeron toda clase de demostraciones por parte de la marina argentina. Sólo la serenidad y la prudencia del comandante y tripulación del cañonero pudieron evitar un incidente desagradable.
Como argentino me avergonzaba la “payasería” de los marinos de mi país que armados hasta los dientes se habían instalado en el muelle frente al cañonero. En el interior de éste reinaba la mayor tranquilidad y tanto los oficiales como la tropa miraban con curiosidad tranquila y no exenta de sorna la agitación temerosa que reinaba en el muelle.
La decisión a bordo era absoluta. En caso de ataque se defendería el barco con todos los medios. Entrarán a él sólo con buzos, había dicho el Comandante. Se distribuyeron las armas y municiones, con fuerte dotación de granadas de mano, se reforzaron las guardias y se esperó.
La falta de combustible que se negaron a proveer en los primeros días impidió que zarpáramos antes. El 25 de septiembre salimos a la rada. Allí esperaba el cañonero Humaitá con los fuegos encendidos y listos. Para nosotros fue una alegría verlo fondeando a mil metros de nosotros, fuera de las aguas jurisdiccionales.
Teníamos víveres y no se aceptó ninguna ayuda de la marina argentina, que se portó con evidente insolencia y descortesía con el barco de la nación hermana.
La llegada de un avión “Catalina” de las fuerzas aéreas paraguayas puso fin a esos tristes momentos de vergüenza para los argentinos, después de permanecer una semana en la rada.
Llegué a Asunción del Paraguay y allí fui recibido por ese maravilloso pueblo de valientes como si se tratase de un paraguayo. Yo no olvidaré nunca ese afecto y esa grandeza. Si hasta entonces me ligó al Paraguay un cariño muy sincero, de ahí en adelante mi gratitud será eterna y me considero como un hijo más de esa tierra maravillosa y de ese pueblo insuperable.
Ya el día 21 de septiembre un oficial de aeronáutica se había dirigido a la Cancillería Paraguaya solicitando el reconocimiento del gobierno revolucionario. Eso había causado allí un pésimo efecto y ni siquiera se le había contestado. Cuando surgieron dificultades para la entrega de mi salvo-conducto, se paralizó todo reconocimiento y se condicionó éste al cumplimiento de las obligaciones argentinas a la ley de asilo. En esto la dictadura se portó con una supina ignorancia.
El derecho de asilo es amplio y no admite interpretaciones casuísticas. Durante mi gobierno se aplicó y cumplió sistemáticamente.
El artículo 17 (2° párrafo) de la Convención sobre derecho de asilo dice: “Dicho asilo será respetado con relación a los perseguidos por delitos políticos, pero el jefe de la legación está obligado a poner inmediatamente el hecho en conocimiento del gobierno del Estado ante el cual está acreditado, quien podrá exigir que el perseguido sea puesto fuera del territorio nacional dentro del más breve plazo posible”.
“El mismo principio se observará con respecto a los asilados en los buques de guerra surtos en aguas territoriales”.
El texto claro y terminante no da lugar a dudas ni a “chicanas”[i] de ninguna naturaleza. Sin embargo, la dictadura, durante quince días se negó a conceder el salvoconducto ocasionando gastos y molestias de todo orden a un gobierno amigo por el delito de haber cumplido con su obligación. Sin embargo, obligados por las circunstancias no tuvieron más remedio que “aflojar”. La firmeza del gobierno del general Stroessner fue ejemplar.
Ya en Paraguay fui literalmente “asaltado” por las agencias noticiosas. Para evitar inconvenientes al Paraguay resolví no hacer inicialmente declaraciones. Luego ante la insistencia, pregunté al gobierno si había inconveniente en hacer algunas declaraciones para que me dejaran tranquilo. El gobierno me contestó que eso dependía de mí, que me encontraba en un país libre, donde no existían limitaciones en la emisión de las propias ideas. Fue entonces, el 5 de octubre de 1955, que hice las declaraciones que figuran en el Capítulo I de este libro.
El revuelo que esas declaraciones levantaron en Buenos Aires, no son de contar y eso que no se permitió su publicación en ningún diario, sino que se conocieron por algunos diarios paraguayos, que se “filtraron” a través de la censura.
Al día siguiente la Cancillería Paraguaya fue sorprendida con una insólita comunicación de la dictadura que, en términos desusados, me acusaba de haber violado el asilo y al gobierno paraguayo de haberlo permitirlo. Exigía además que yo abandonara el Paraguay y me trasladara a un país fuera del continente. La primera reacción fue de sorpresa, luego la hilaridad. Que el Paraguay dispusiera del mundo no había entrado nunca en los cálculos de esa noble gente.
La Cancillería Paraguaya contestó la nota, con gran dignidad, pero haciendo notar las extralimitaciones de la dictadura, cuya férula sólo podía llegar a su frontera.
En conocimiento de esto pasé al señor Ministro de Relaciones Exteriores del Paraguay, doctor D. Hipólito Sánchez Quell, la siguiente nota:
“Habiéndome enterado del contenido de las notas cambiadas por las Cancillerías del Paraguay y de la Argentina, me dirijo a S.E. con el fin de ofrecer de mi parte una solución quizá adecuada para obviar, el entredicho.
Por la inmensa deuda de gratitud que he contraído con el gobierno, el Pueblo y cada uno de los nobles hijos de esta tierra, no desearía yo ser motivo de inconvenientes para las buenas relaciones entre el Paraguay y la República Argentina.
La decisión de permanecer en este noble país, por las causas que he hecho públicas, estaba afirmada en razones sentimentales y de apego a este pueblo que he aprendido a querer como a mi propio pueblo. Sin embargo, si razones superiores lo aconsejan estos decidido a viajar a otro destino donde no ocasione las molestias que antes apunto.
A pesar de haber manifestado anteriormente mi decisión de no viajar por razones diversas, entre ellas las económicas, deseo informarle que estoy decidido a hacerlo recurriendo a cualquier sacrificio.
Asimismo, como carezco de documentación argentina, indispensable para viajar y teniendo el honor de ser ciudadano y general del Paraguay solicito a S.E. el señor Ministro quiera tener a bien disponer se me informe si puedo hacer efectiva mi documentación correspondiente a los efectos exclusivos de viajar”.
Al día siguiente recibía contestación a la nota anterior en el tenor que se transcribe a continuación:
“Asunción, 10 de octubre de 1955. – Señor General de Ejército don Juan Perón. Capital. – De mi consideración más distinguida:
Tengo el agrado de acusar recibo de su atenta nota de ayer 9, en la que expresa que, habiéndose enterado “del contenido de las notas cambiadas por las Cancillerías del Paraguay y de la Argentina”, ofrece soluciones que quizá fueran adecuadas para evitar un entredicho.
Agrega el señor General que, por la deuda de gratitud que él considerar haber contraído con el Gobierno y el Pueblo de esta tierra, “no desearía ser motivo de inconvenientes para las buenas relaciones entre Paraguay y Argentina”.
Expresa seguidamente que, “a pesar de haber anteriormente manifestado la decisión de no viajar”, por razones económicas y sentimentales, entre las segundas por el “apego a este pueblo que he aprendido a querer como a mi propio pueblo”, está decidido a trasladarse a otro país si razones superiores lo aconsejan.
Y termina solicitando, en su calidad de ciudadano y General del Paraguay, la correspondiente documentación paraguaya para viajar ya que carece de documentación argentina.
En respuesta a su nota precitada, cumplo en informar que el Gobierno paraguayo aprecia su altruista gesto, pero asimismo que nosotros no defendemos sólo al General Perón, sino también la posición jurídica del Paraguay.
En efecto, al exigir que el Derecho de Asilo a bordo del cañonero “Paraguay” sea respetado en toda su amplitud, es decir que el salvoconducto sea otorgado con todas las garantías y sin condición alguna, no sólo defendíamos al ilustre argentino y noble amigo de mi patria al que hizo justicia social en su tierra y justicia histórica en el Paraguay, sino defendíamos también un principio de Derecho Internacional al cual siempre supimos hacer honor a través de nuestra historia de nación soberana.
Y así también defenderemos el Refugio Territorial. Como “la concesión del refugio no comporta para el Estado que lo otorga, el deber de admitir indefinidamente en su territorio a los refugiados” (Art. 11, in fine, del Tratado sobre Asilo y Refugio, Montevideo, 1939), sólo es el Paraguay en este caso quien puede poner fin a esa situación cuando juzgue que el refugiado no cumple sus obligaciones. Pero ningún estado extranjero puede exigirnos poner fin al refugio.
Lo único que puede solicitar es esto: “a requerimientos del Estado interesado, el que ha concedido el refugio procederá a la vigilancia o internación hasta una distancia prudencial de sus fronteras, de los emigrados políticos” Art. 13 del referido Tratado).
De modo, pues, que el señor General puede quedar tranquilo que el Gobierno Paraguayo, leal a la amistad y cumplidor de sus compromisos, obrará siempre dentro del camino recto que acostumbra transitar.
Hago propicia la oportunidad para reiterar al señor General mi distinguida consideración.
(Fdo.): H. Sánchez. Con prudencia y sabiduría se había dado una lección a la prepotencia e ignorancia de la dictadura.
Pero, dentro de sus métodos de violencia, el gobierno provisional argentino cerró su frontera con el Paraguay, impidiendo todo tránsito de personas y mercaderías. Este gesto inamistoso y violento fue seguido por el pedido de mi internación. Así me trasladé a Villarrica donde se me había preparado alojamiento en una hermosa quinta de Don Rigoberto Caballero, hijo del ayudante del Mariscal Francisco Solano López.
Tanto en Asunción como en Villarrica se desarrolló por los curas una campaña de verdadera persecución contra mí. Sus sermones ofensivos y los panfletos, como las escrituras en las paredes, me recordaban las intrigas e infamias de sacristía ya presenciadas en Buenos Aires contra otras personas. Nunca, como entonces, recordé aquello que “la canalla escribe en la muralla”, tan antiguo como verdadero. Luego he sentido igual en otras partes, lo que me ha dado lugar a experimentar igual satisfacción al comprobar, por lo que me dice la gente, que el cura es coma la goma de mascar, todos la mastican, pero ninguno los traga.
Da pena pensar que estos “pastores de almas” hayan descendido al nivel de los fariseos, abandonando la doctrina y haciendo escarnio de las palabras del Maestro. Alguno podrá encargarse algún día de convertir al cristianismo a la Iglesia Católica de Roma.
A pesar de los deseos manifestados por las autoridades y el pueblo paraguayo para que permaneciese entre ellos, viendo las represalias que la dictadura aplicaba a este país en el orden económico, en violación abierta al tratado de complementación económica, pensé que podría prestarles un servicio con mi salida y así lo resolví. La amabilidad del Excmo, señor Presidente, general Stroessner, me permitió hacerlo en su propio avión, un Douglas DC3.
En él salí de Asunción para Brasil, tocando Río, San Salvador, San Luis y Amambá, donde fui atendido deferentemente. Seguimos luego a la Guayana Holandesa y Caracas. En Venezuela encontré una acogida extraordinaria por parte de las autoridades y pueblo. Son gente verdaderamente admirable por su hospitalidad, por su bondad y su dinamismo. Permanecí tres días y luego seguí viaje a Panamá. Había decidido seguir viaje a Nicaragua donde me esperaba mi buen amigo, el Presidente de ese país, General don Anastasio Somoza. Sin embargo, encontré en este privilegiado país una acogida tan cordial y una bonhomía tan magnífica que decidí permanecer aquí, por lo menos, hasta terminar mi libro.
Panamá es uno de esos países privilegiados por la naturaleza. Si algún lugar de la tierra pudiera ser el Paraíso, yo no dudo que sería éste no sólo por su clima y el prodigio de su naturaleza, sino por la nobleza y bondad de su gente.
Después de permanecer breves días en Panamá me trasladé a la ciudad de Colón, donde en la tranquila quietud de su Hotel Washington, di fin a estas relaciones de mi “odisea”.
Una circunstancia penosa me ha seguido en mis viajes. La noticia del dolor de mi pueblo que gime bajo la bota de la dictadura.
En Paraguay detuvieron a ocho individuos merodeando alrededor de mi residencia de Villarrica. Después supe que eran agentes de Rojas que llevaban la misión de asesinarme allí.
Ahora, en Panamá, recibo información de Buenos Aires, confirmada desde el Paraguay, que nuevos asesinos contratados por Rojas lo intentarán aquí. Veremos cómo salen o cómo salgo, el riesgo es mutuo.
Lo denuncio desde este libro para que mis lectores tengan una idea más de cómo las gastan estos libertadores.
Capítulo IV LA TIRANIA MILITAR I. EL CAPITULO DE LA INFAMIA Las dictaduras militares son ya una costumbre del continente latinoamericano. Provienen exclusivamente de la traición al servicio de las ambiciones bastardas de hombres obscuros, generalmente ignorantes e incapaces, a quienes la oportunidad de ejercer el mando en las fuerzas militares encargadas del orden, les brinda la ocasión de asaltar el poder. Son, en consecuencia, “cuartelazos” que representan la negación más absoluta de todo sentido institucional y democrático. Es simplemente una manera bestial de burlar la voluntad del pueblo y subvertir el orden legar, reemplazando al derecho con la fuerza. Este azote inaudito pesa sobre nuestros pueblos dentando un estado de barbarie que aun gravita sobre nuestras comunidades.
Estas dictaduras castrenses tienen una ejecutoria fija en la historia de la infamia. Los hombres que las ejercen, generalmente subalternos, recurren a gente inescrupulosa e inexperta para escudarse en ella, pero todos no persiguen otro fin que medrar a costillas de la Nación.
Son hombres incapaces para el gobierno, porque su oficio es el mando. Normalmente no saben lo que quieren, ni tienen orientación alguna. Unilaterales y estrechos, se encandilas con las pequeñas cosas. Obligan, no persuaden; atropellan, no educan; acechan, no conciben; terminan insensiblemente en el caos y entonces recurren a la violencia para luego ser desacreditados y odiados.
A menudo, la primera función del gobierno consiste en equilibrar lo político, lo económico y lo social. Las dictaduras militares, atraídas por las apariencias superficiales, quieren arreglarlo todo y comienzan sin meditar, una serie de reformas que terminan por desequilibrar integralmente la nación. La crisis que termina con estos gobiernos incestuosos es normalmente de desequilibrio.
A estas circunstancias se suma el juego de la ambición que despierta virulento y tenaz en esta clase de gobiernos. Cada uno de los jefes cree que la revolución se debe a él y que su talento lo califica para ejercer el mando. No hay ningún revolucionario que no se sienta capaz de gobernar al país. La lucha se enciende rápidamente entre “los de arriba” y se suceden las críticas y las intrigas hasta conformar los bandos que terminan disputándose la supremacía a balazos si es preciso. Por eso he dicho que las dictaduras militares, como el pescado, comienzan a descomponerse por la cabeza.
Sin apoyo popular, su vida es generalmente efímera, porque se debaten en el vacío. Cuando inicialmente tienen alguna popularidad, ya se encargan los militares de terminar con ella llegando inexorablemente a la unanimidad del repudio. Sin embargo, ellos siguen firmes. Se sienten salvadores de la Patria hasta caer en el ridículo y cuando ya no saben qué hacer, le “encajan” el gobierno a cualquiera con tal de salir del atolladero. El país es, al fin, quien termina pagando las consecuencias de las fantasías de estos irresponsables.
1. La dictadura militar argentina Una de las cosas más difíciles para los vándalos que asaltaron el poder en la Argentina el 16 de septiembre será justificar la revolución. Es algo así como justificar lo injustificable.
Por eso han recurrido a todo lo bajo, a todo lo innoble, en la desesperada empresa de aparecer como salvadores cuando en realidad de verdad son salteadores.
Estos usurpadores del poder buscan en vano un justificativo a su tremendo crimen y, como todos los criminales, encuentran la explicación cargando a la víctima las culpas de su propio crimen. ¿Cómo puede justificarse ese crimen de lesa patria? ¿Cómo podrían explicar que hayan derrocado por la fuerza a un gobierno constitucional, elegido hace tres años por el 70% del electorado argentino y que si hoy se llamara a elecciones sería nuevamente elegido por ese mismo 70% o más? ¿Es que puede llamarse libertad o democracia el acto de traicionar al Pueblo anulando por la violencia su voluntad soberana y reemplazándola por la de una ínfima minoría?
¿Cómo podrán justificar jamás semejante enormidad y tamaña afrenta a la Constitución y a la ley? ¿Es que ellos consideran que sus ideas y decisiones son superiores a las del Pueblo? ¿Es que se consideran sobre la Nación misma?
¿Cómo pueden hablar de democracia semejantes transgresores y cómo pueden mentar la libertad si ellos han comenzado por privar al Pueblo de su más elemental derecho de elegir a quién lo debe gobernar? Si les quedara duda de su usurpación, que llamen a elecciones libres y verán el repudio general a ellos y a su conducta.
Si fueran hombres de honor contestarían que representan una dictadura que ejercen por la fuerza y con la violencia. Pero, a la infamia agregan el escarnio, simulan, mienten, calumnian. ¿Cómo el pueblo argentino va a respetarlos y menos obedecerles, si han demostrado ser, además de hipócritas, asesinos?
Esta es la peor de las dictaduras porque es ejercida por incapaces, es criminal y es injusta, pero además es jesuíta y falsaria porque combina la arbitrariedad y prepotencia de los cuarteles, con la hipocresía y las intrigas de las sacristías.
Su rasgo característico es la simulación. Comienzan simulando ideales que no sienten ni defienden. Una revolución idealista está dirigida y realizada por idealistas. Esta es una revolución financiada. Su verdadero comando (Bemberg, Gainza Paz y Lamuraglia), es una jefatura financiera, compuesta de hombres cuyos ideales están en las cajas fuertes.
Los jefes militares de esta inicua traición no podrán jamás explicar al Pueblo el enigma de su actitud que los sindica como mercenarios al servicio del capitalismo corruptor. La mayor parte de estos jefes habían jurado o habían empeñado su palabra de honor de acatamiento a la ley y fidelidad a los poderes constituidos.
Esos compromisos y esa lealtad se quebrantan sólo por dinero. La traición es siempre producto del interés, nunca del ideal.
¿Qué confianza puede depositar el Pueblo en estos hombres que quebraron su juramento y faltaron a la lealtad?
2. La infamia en acción He recorrido casi todo el continente latinoamericano y no he encontrado un hermano de los países de nuestra raza, que no condene acerbamente los métodos subalternos y asqueantes de la propaganda de la dictadura. Bolsas de cartas y telegramas he recibido; en ellos la condenación es unánime. Ha sido tan perversa y tan baja que el efecto ha sido precisamente contrario a sus mezquinos designios. El desprestigio ha alcanzada también a las agencias que, como la United Press (U.P.), han servido de vehículo distributivo a tanta inmundicia.
Entre los miles de editoriales publicados en diarios imparciales he tomado uno, de “El Mundo”, de Colombia, en su edición del día 6 de noviembre de 1955, para transcribirlo. Representa la opinión unánime de la gente libre, sin prejuicio, sin intereses.
“Apuntes Editoriales”. Perón Juan Domingo Perón ha caído victima de la traición de sus subalternos en el ejército argentino: esa es la escueta realidad. Lo demás es tema para que cada cual lo examine, lo aprecie y lo juzgue como a bien tenga. Una celada hábilmente tendida, ha llevado al gobierno del noble y digno país del Plata a un grupo de ambiciosos, no pocos de ellos ignorantes de lo que significa una responsabilidad tan grande como es la de encauzar la vida de un país, estructurar su economía, garantizar la paz, resolver todos los problemas inherentes a situaciones como ésta que se ha planteado en la Argentina.
Nosotros no tenemos por qué disimular siquiera que fuimos simpatizantes del Gobierno del Presidente Perón, en cuanto éste tenía de fiel interpretación de los anhelos de un pueblo sediento de justicia, deseoso de trabajo, aburrido del estado de sometimiento que vivió por muchos años a poderes extraños bajo las riendas de gobernantes por cuyas mentes nunca pasó la idea de hacer de la Argentina una nación poderosa, próspera, libre de extrañas influencias en los derroteros de su propia existencia. Perón sí supo comprender aquella necesidad y muy pronto la hizo realidad espléndida. Dignificó la vida de las gentes de la clase media y del vasto conglomerado social, que hasta entonces, no habían conocido otra garantía que la de saberse inferiores al ambiente y apegado a un yugo que nunca les permitía una vida mejor. Perón llegó al ejercicio del poder saturado de buenas intenciones, animado del hondo propósito de darle un vuelco a su patria, de conquistar para los hombres del pueblo, para los humildes, una vida menos azarosa, más de acuerdo con las urgencias de las nuevas modalidades del mundo moderno. Perón entendió muy bien que su política de mejoramiento de salarios, de concesiones a los obreros, de plenas y amplias garantías sociales, le acarrearía una pesada atmósfera en las altas esferas de las oligarquías, le llenaría de odios en ciertos sectores, y ante esa que sería más tarde una realidad –como en efecto fue-, organizó a sus “descamisados”, fortaleció a sus huestes de simpatizantes de los populosos barrios de trabajadores, y cuando menos lo pensaban quienes empezaban a odiarse, el hombre ya tenía resuelto su problema con base en las grandes masas que serían su respaldo y le ayudarían a sacar triunfante su política, que nunca fue otra que el anhelo de ver grande a su pueblo, fuerte, valeroso, con establecimientos de carácter social dignos de ser envidiados. Al lado de su inolvidable esposa, hizo la verdadera revolución social que por ser tan vasta, de tan extraordinarias proyecciones continentales despertó siempre admiración y también no pocas ojerizas. ¿Volverá a dar la humanidad una mujer de las condiciones, de la sagacidad, del talento ingénito de Evita? ¿Ha conocido alguno de los países de América, un caso semejante, de la esposa de un presidente que logre encumbrarse como Evita Perón por la sola razón de su propia obra? Y sin embargo ahí tememos que esos bárbaros, que pretenden hacer creer que van a ser los salvadores del pueblo argentino, los líderes del orden y de la moral, los restauradores de la jerarquía oligárquica, se dedican ahora a destruir monumentos que se erigieron y otros que se estaban erigiendo para honrar la memoria de esa gran mujer que tan noblemente sirvió a su pueblo y a su patria. Han llegado hasta la profanación de la tumba y de los recuerdos más sagrados de esa extraordinaria mujer que honró con el brillo de su personalidad y por sus mismas acciones inspiradas siempre en el bien, el puesto de Primera Dama de la Argentina. Sembradores de discordia, creadores de odios e inspiradores de las más bajas pasiones, quienes ahora se hallan encastillados en el poder, han asumido una pobre y ridícula misión: la de contarle a todos los pueblos de la tierra, a través de radiodifusoras y de periódicos, cómo transcurría la vida íntima de Perón; con quién conversaba; a qué muchachas cortejaba; cuáles eran sus aficiones, como ser del género masculino; a dónde iba; qué hacía en la noche; con quién se acompañaba en determinados momentos; y una serie de detalles cuya sola enunciación dejan al desnudo la prestancia moral y el equilibrio mental de quienes se han tomado por tarea escudriñar la vida íntima del Presidente derrocado y hoy en el destierro. Ha sido ésta una campaña vulgar que no nos explicamos en nuestra ingenuidad, cómo ha hallado acogida y estímulo en periódicos serios y respetables de todos los países. Pero las pasiones y el sectarismo suelen imponerse por sobre la decencia, la sensatez y el simple sentido de la dignidad.
Está bien, nos parece lógico, que se haga tanto por el gobierno implantado en la Argentina como por toda la prensa del mundo dentro de su leal saber y entender, un severo análisis desapasionado y honesto de la obra del Presidente Perón; que se establezcan sus errores, que se juzgue su conducta como funcionario público, pero que también se midan sus muchos aciertos y se deje constancia de su portentosa obra social. Que era demagógica dicen algunos, pero que era una obra real. ¿Cuántos demagogos hay en el mundo que no son sino eso: simples demagogos, que nada concreto realizan, que ninguna huella dejan en bien de la Humanidad? Está bien, decimos, que se haga un examen de las actuaciones de Perón como Gobernante, pero ni es correcto que se saquen a luz pública detalles de su vida privada, porque ello implica un atropello precisamente a esa moral que creen estar defendiendo los que tal cosa han hecho. Un hombre, que por el solo hecho de haber ocupado la primera magistratura de su Patria, es digno de respeto, cualquiera sea la suerte que haya corrido en un momento dado dentro o fuera de la órbita de su tarea de gobernante. ¿Qué Perón cometió errores como jefe del Gobierno Argentino? Pues eso nadie se atrevería a discutirlo. Como humano que es, tenía que cometerlos. Uno de tales errores, sin duda el mayor, fue el de haberse enfrentado a la Iglesia Católica de su país, donde el clero representa una fuerza incontrastable. Y otro el de haberle cerrado el camino a diversos voceros de la opinión pública. La clausura de los diarios le restó popularidad a su Gobierno y lo debilitó en alguno de sus influyentes sectores. Pelearse con la prensa no es inteligente. ¡¡¡Es descabellado!!!
Los nuevos huéspedes del Gobierno Argentino andan bastante equivocados en su política. Se están comprometiendo en una empresa de odios, de persecuciones, que nada bueno les reportará ni a ellos ni a su país. Pretender que por el camino de la humillación y del despotismo contra todos los que fueron y siguen siendo amigos de Perón van a llegar al éxito, es una soberana equivocación. Están apagando el fuego con candela. Y si siguen jugando con candela, terminarán por quemarse. No sólo le escarban la vida íntima al ex Presidente, sino que lo persiguen en el exilio. Buscan a dondequiera que vaya, le nieguen el agua, la luz, la sal. ¿Así van a reconstruir lo que ellos mismos destruyeron durante los días de la celada contra el gobierno?
Nosotros no vacilamos en defender al general Juan Domingo Perón en los términos en que lo estamos haciendo porque nos parece de elemental justicia. Hoy, cuando está caído. No lo conocemos personalmente. Nos ha inspirado respeto, admiración y aprecio por su obra a favor del Pueblo. A su esposa –muerta cuando escalaba la cumbre de la popularidad-, le hemos rendido en todo momento el homenaje un profundo respeto y un gran recuerdo.
Como así es la humanidad, tenemos que hoy lanzas apóstrofos y denuestos contra Perón, muchos de los que ayer lo adulaban. Porque tenía qué darles. Porque era dueño del poder. Hoy, en la adversidad, los que no lo insultan, lo lanzan a las tinieblas del olvido. Pero no se atreven a estar con él. Y Perón, ayer como Presidente y hoy como derrocado por un golpe de cuartel, siempre honrará a cualquier país que lo tenga como huésped.
La vida da muchas vueltas, y quién sabe si mañana retorna a su silla, sobre la cual, por mucha fuerza que hagan, no lograrán afianzarse sus “sucesores”.
Hasta el lugar de su obligado exilio, “El Mundo” hace llegar un saludo de amistad al general Juan Domingo Perón.
Las calumnias y las infamias de la dictadura, además de encerrar en sí la confesión de una mentalidad y una idiosincrasia, evidencian un designio inocultable: Buscan, mediante la simulación investigativa, disminuir el prestigio de Perón y restarle predicamento en las masas populares, apropiarse de todos sus bienes y “levantarse con el santo y la limosna”.
Me satisface empero que esta gente descargue sobre mí toda su infamia, así la historia sabrá algún día con qué clase de canallas tuve que vérmelas. Me apena en cambio, la persecución injusta y despiadada de los hombres de mi movimiento.
La deshonestidad de la dictadura, llega a límites inconcebibles en las investigaciones que simulan realizar. No han titubeado en falsificar o alterar el texto de cartas y documentos, como asimismo ocultar otros.
Cuando se trata de un documento dan a publicidad fragmentos del mismo en la parte que puede prestarse a comentarios peyorativos, ocultando maliciosamente el resto. En otros casos lo han simulado todo para lograr efectos publicitarios.
Afirmo que esta dictadura militar es un gobierno de hipócritas. El gobierno provisional de facto juró “cumplir y hacer cumplir la Constitución Nacional” y al día siguiente destituyó por decreto a los Ministros de la Suprema Corte Nacional y atropelló al Poder Legislativo ofendiendo y escarneciendo a los legisladores, a quienes detuvo sin causa ni discriminación, para ponerlos a disposición de un paranoico analfabeto que los investigara.
Comenzaron declarando que “no había vencedores ni vencidos” y que ellos representaban a la “libertad” y en las cárceles, en los buques y en campos de concentración, se encuentran más de quince mil personas detenidas sin causa ni proceso, carentes de toda garantía. La forma de sus investigaciones son medievales: se detiene a la persona y luego se investiga.
Hablaron luego de su “respeto a la majestad de la justicia” y a renglón seguido expidieron un decreto destituyendo a la Corte y formando “a dedo” una nueva, al tiempo que expulsaban a los jueces y los reemplazaban por otros “a piacere”.
La mención de la “democracia” no fue más feliz, pues a poco de invocarla, el presidente provisional, por decreto, se declaró, a sí mismo, Congreso y Poder Legislativo, es decir se colocó por sobre la Constitución Nacional.
Enfáticamente invocaron “la sagrada libertad de prensa” y al día siguiente ocuparon con policía y tropas todas las redacciones de diarios y revistas, como asimismo las estaciones de radio y televisión, donde colocaron oficiales del ejército como interventores. De todas ellas sale hoy “la voz del amo” en formación de parada, a paso de desfile, perfectamente uniforme y enérgica, a gusto de la dictadura militar.
“El respeto a la propiedad privada” fue uno de sus temas, pero ellos designaron en seguida unos cuantos tenientes que, al frente de bandas armadas se dedicaron al saqueo de nuestras casas, violentándolo todo, para apoderarse de algo con qué justificar después lo que agregaron, para esas exposiciones con que ridiculizaron su propaganda.
El “respeto a las conquistas obreras” fue su “caballito de batalla” y al día siguiente las atropellaron a todas, especialmente en lo que éstas tienen de más esencial: sus organizaciones. Asesinaron a los obreros en Avellaneda, Rosario, Córdoba y Buenos Aires, para finalmente intervenir la Confederación General del Trabajo, poniendo a su frente a un general de ejército y apropiándose así de los bienes y la administración de esa central obrera. Un día dijeron: “haremos respetar la libertad de trabajo” y para ello no encontraron nada mejor que ocupar las fábricas con tanques y ametralladoras.
A la liberalidad invocada por estos hipócritas han correspondido bien sus secuaces del Barrio Norte y de la Acción Católica que, así como antes se dedicaban a asaltar sinagogas y apalear judíos, hoy practican el deporte, muy acorde de acuerdo con su mentalidad, de destruir estatuas de Eva Perón, tarea en que colaboraron los del gobierno que se encargan entre tanto de asesinar a los que pretenden protegerlas.
Hablaron de “moralidad” y se lanzaron ciegos hacia donde hay dinero o algo que lo represente. En el allanamiento de la casa particular del Presidente de la Mercedes Benz Argentina, los dos tenientes que encabezaban la comisión se dirigieron primero al garaje, de donde salieron en sendos Mercedes Benz que, según dijeron, los incautaban en uso.
En fin, esta dictadura militar, además de la ignorancia prepotente de esta clase de tiranías tiene la hipocresía, la falsedad y el cinismo de la simulación.
Comprenderán muchos así la fábula de las “joyas de Eva Perón” y “los tesoros de Perón”. ¡Todo teatro! Simulación pura, falsedad en todo. Una especie de truco contra la dignidad ajena, realizada por los que no conocen la dignidad.
Pero, sus trucos comenzaron mal porque los “investigadores” resultaron unos ignorantes. Así, al día siguiente de ocupar la Casa de Gobierno, salió en los diarios dirigidos por la Secretaría de Informaciones y Prensa de la Presidencia de la República, la primera bomba: “Perón había dejado olvidados en el cajón de su escritorio 20.000.000 de dólares en billetes”. Es de imaginar cómo sería el cajón de ese escritorio, que contenía nada menos que 200.000 billetes de cien dólares (porque los de mil dólares son de muy escasa circulación). Para tener una idea, bastaría imaginar lo que es un libro de 200.000 hojas: un volumen aproximado a los dos metros cúbicos. ¡Flor de cajoncito!… Este es el inconveniente, que los “investigadores” no hayan visto nunca un millón de dólares en billetes.
Después se denunció algo que no resultó menos ridículo: el departamento subterráneo del edificio de A.L.E.A., que se puso en exposición pública y resultó ser al final un modesto refugio anti-aéreo, vulgar y “silvestre” como los disponen las nuevas disposiciones para las construcciones en las grandes ciudades. Ellos, militares, no lo sabían y creyeron que se trataba de una moderna catacumba destinada a encerrar allí quién sabe qué clase de tesoros. Los curiosos que concurrieron a visitarlo, con la idea de encontrar allí algo miliunanochesco salieron defraudados. Indudablemente estos militares no tienen imaginación para mentir, fue el comentario.
Luego, esa misma pobre prensa amordazada por la dictadura, lanzó una nueva bomba “Perón acaparaba oro” y se puso también en exposición las numerosas medallas y plaquetas de oro que el Pueblo regaló al “Dictador” por intermedio de sus organizaciones, sin duda porque era un tirano y se le aborrecía. ¡Cincuenta kilos de oro! Dijeron sin aclarar, es claro, que se trataba de medallas.
La cosa es calumniar, que siempre algo queda.
La colección de marfiles fue una cosa que les quitó el sueño a los de la dictadura durante una semana. ¡Perón tenía marfiles! No sé por qué les habrá llamado la atención un pequeño elefante de marfil de factura hindú, con piedras falsas, que un capitán de la marina mercante regaló hace cinco años a Eva Perón, a su regreso de su viaje a Shanghai. No vale ni aparenta. Cosas de los “investigadores”. Se encandilaron también con algunas piezas grandes, regalo del Cónsul Argentino en Japón, señor De Souza, cuyo valor no era sino el de su tamaño. En cambio no atrajo su ignorante atención una pequeña pieza negra y rajada, la más valiosa de la colección por su factura y su antigüedad, regalo de un armador japonés agradecido de Eva Perón que, en 1945, hizo llegar a su Fundación alimentos y ropas a los niños japoneses.
Es indudable que estos “investigadores” no saben tampoco nada de marfiles. Esa colección regalo de mis amigos argentinos y extranjeros que conocen mi afición no es tan valioso como imaginan. Una colección no tiene valor cuantitativo como cualitativo.
No he visto publicado nada de mi colección de armas antiguas: los “investigadores” habrán juzgado que se trata de “chatarra”. Hay allí cosas valiosas, entre ellas las de la Polinesia, regalo del Príncipe Bernardo de Holanda y una colección de prendas y armas japonesas en las que se destaca un traje de guerrero “Samurai”, regalo de la Embajada Japonesa en Buenos Aires, que perteneció al Museo Imperial y data del siglo XVI. ¿Quién sabe qué habrán pensado de ello los “investigadores”, que no lo han puesto en exposición?
Las joyas de Eva Perón De toda la propaganda de escándalo provocada por estos “investigadores” desaprensivos, sobresale con características propias, cuando se refiere a las alhajas que pertenecieron a la extinta señora de Perón. En su afán de denigrarlo todo, no se han detenido ni ante los sepulcros.
De acuerdo con lo dispuesto en su testamente, las joyas de la señora de Perón estaban destinadas a un fin propio, provenían de obsequios de los gremios, de los amigos, etc. Ni ella ni Perón, compraron jamás una joya y eso se averigua pronto en las joyerías de Buenos Aires que no son muchas y conocidas por todos.
Esas joyas estaban guardadas y a disposición de la “Comisión del Monumento a Eva Perón”, designada y costeada por suscripción popular, para servir de garantía a préstamos para la vivienda obrera según lo dispusiera Eva Perón en su testamento que fue leído en la Plaza de Mayo , ante un millón de personas, el 17 de octubre de 1952. A esos fines, las alhajas fueron inventariadas y valuadas por técnicos designados por la Joyería Ricciardi de Buenos Aires. De ese inventario y valuación, un ejemplar estaba con las joyas y otro obra en poder de la “Comisión Del Monumento” (ambos han sido ocultados por los “investigadores” con fines inconfesables). Según la valuación aludida, esas joyas podrían representar un valor máximo de trece millones de pesos. Ahora ellos han hecho una exposición de alhajas atribuidas a Eva Perón por un valor de cuarenta a cien millones, según se ha publicado. El truco es simple: se agregaron joyas por un valor de 27 a 87 millones. Hemos visto algunas fotografías de la exposición y no reconozco en ellas a las joyas pertenecientes a Eva Perón que conocía perfectamente. Quién sabe qué joyerías habrán cooperado en esa superchería.
Luego expusieron los trajes, los botines, las camisas y los calzoncillos del ex presidente constitucional. Esto también era fabuloso. Medio millar de botines (ni que el ex presidente fuera un ciempiés); otro medio millar de trajes; dos o tres millares de camisas (según el diario que daba la noticia, otros millares de camisetas y calzoncillos. Todo Gath y Chaves, Harrod’s y Albion House asociados.
Los trajes de la Señora de Perón fueron expuestos por otras casas, más distinguidas. En esto no se equivocaron los “investigadores”.
Luego les llegó el turno a los automóviles de ex presidente nos dicen que eran siete, otros que eran diecisiete.
Según datos de estos expertos “tenientes investigadores” se había informado, según declaraciones de un guardia aduanero ya fallecido, que los autos que encontraron por la aduana serían veintisiete (parece que lo único inconstante es el siete).
Los autos que mostraron en la Residencia Presidencial fueron retirados de la Unión Estudiantes Secundarios, Confederación de Estudiantes e Institutos Especializados y Yacimientos Petrolíferos Fiscales, en cuyos locales de exposición se encontraban, destinados a pruebas deportivas y de aplicación estudiantil para los mejores estudiantes del año 1955, como se hacía todos los años. Las motocicletas y motonetas estaban en los depósitos para ser repartidas en las organizaciones estudiantiles del interior del país.
Los automóviles habían sido regalados a tal fin por las casas Mercedes Benz, Ford Armando, Alfa Romeo, Lancia, Kaiser, Ferrari, Fiat, Tricherri, etc. Las motonetas eran obsequio de las casas Siambretta, N.S.U., Vespa, Paperino, etc.
Lo notable es que los investigadores los expusieron en mi casa y se “olvidaron” de decir que los retiraron de los locales sociales antes mencionados. También faltan en esa cuenta más de diez automóviles que en los años anteriores entregué como premio de pruebas deportivas y a los mejores estudiantes y que habían sido obsequiados por las casas importadoras.
Ellos no comprenden esto porque si hubieran caído en sus manos los habrían vendido en vez de regalarlos, como vendieron con enormes ganancias los que recibieron a precio de costo.
Después le tocó el turno a mis casas. Según se dijo eran fabulosas. Una quinta en San Vicente de 28 hectáreas a 75 km de Buenos Aires, que compré en 1944 (antes de que ni siquiera soñara en ser Presidente Constitucional de los argentinos por decisión del 70% del electorado) en la suma de 30.000 pesos y que siendo ya Presidente la hipotequé para a construirle un muro que la cercara, hipoteca que termine de pagar en 1950.
Una casa en la calle Teodoro García que heredé por disposición expresa de mi señora Eva Perón, edificada por ella en 1934, con los ahorros de su trabajo de artista. En esa casa hay cosas lindas y algunas valiosas (esto es lo que llama la atención a los » investigadores»). Hay objetos de arte obsequiados a Eva Perón en Europa, los cuadros atribuidos a Rubens, apuntes sin duda del célebre maestro, de unos veinticinco centímetros cuadrados, que le obsequió a Eva Perón una marquesa española y que debieron ser introducidos por la embajada argentina previo permiso del gobierno de España; otro cuadro de Roivet y varios españoles obsequiados a la señora en la exposición de pintores españoles en Buenos Aires.
Sobre mis depósitos en el Banco de la Nación no se ha dicho nada, sin embargo hay un depósito de la «Fundación Evita», a orden de Juan Perón, proveniente de los derechos de autor del libro «La Razón de mi Vida», escrito por Eva Perón y otros fondos de la testamentaría de la misma, terminada y fallada por el juez doctor Borda de la Capital Federal, dentro de cuyo juicio sucesorio entró también una casa en Biarritz, (The Glack Panter) que don Alberto Dodero legó a la señora Eva Perón por disposición protocolizada en el registro del escribano Gaucherón. Los herederos de Alberto Dodero llegaron luego a un acuerdo con los abogados ante el mencionado juez y escribano para un trueque del inmueble de Biarritz por otros en Buenos Aires. Terminado el juicio en el que yo no intervine precisamente por escrúpulos personales, el juez adjudicó los bienes de acuerdo a derecho. Yo no he visto ni a los herederos, ni al juez, ni al expediente. Yo no podía tener interés personal porque según la voluntad de Eva Perón, que yo respeté, con esos bienes debía constituirse en un fondo para dedicar sus réditos a la ayuda de niños hijos de obreros que desearan estudiar. Esta «Fundación Evita» estaba ya en pleno funcionamiento en la casa de Gelly Obes, de donde los «investigadores» arrancaron las placas que decían: «Fundación Evita», «Hogar Estudiantil Alberto Dodero«, para así adjudicármela como «garconniere«. Sin embargo, «omitieron» decir que allí había instalaciones para alojar a cuatrocientos estudiantes pobres que saldrían de las moralmente malsanas pensiones en que se alojan hoy día.
Ahora sé que comienzan a aparecer estancias. Es la primera noticia que tengo. Sin duda han de hacer también una exposición con la colaboración de algunos de la «oligarquía vacuna» que los acompañen.
Lo que han descuidado estos «investigadores» es que aún, para mentir, se necesita alguna inteligencia y a ellos no parece acompañarles, por lo menos en esto, la paloma del Espíritu Santo. Siempre he sostenido que un bruto puede ser peor que un malo, porque un malo puede tener remedio. Nada de cuantos estos tontos han mencionado puede ser comprobado como doloso por cuanto nada incorrecto hay en todo ello. Si hubiese tenido intención de ocultar algo, como jefe de Estado, me hubiera sido fácil hacerlo; como si hubiera querido robar no lo iba a hacer con automóviles, motocicletas ni fundaciones sociales, me hubiera bastado con una de las «comisiones» que tanto me ofrecieron, para tener hoy cincuenta millones de dólares en cualquier parte del mundo. Si hubiera querido ocultar las joyas de Eva Perón, no las habrían encontrado los tenientes en la caja fuerte de mi casa, que ellos abrieron «con soplete», como los ladrones.
Toda esta simulación tiene sin embargo su objeto: robarme los objetos de valor que hay en mi casa. Un simple caso de asalto. Algún día habrá justicia en la Argentina y los culpables comparecerán a ella. El ladrón deja siempre algún rastro.
Mi prestigio personal en mi país, donde los conocen y me conocen no me preocupa. Mi casa estuvo siempre abierta al Pueblo y éste sabe lo que tenía tan bien como yo mismo. En cambio, me interesa explicar esto en el extranjero donde no me conocen y donde alguna prensa interesada ha divulgado malignamente todas las calumnias.
¿Puede concebirse nada más subalterno ni más bajo que un gobierno se dedique a escarnecer, con las más miserables calumnias, la memoria de los muertos? Que se ensañe en la destrucción de los bustos privados de Eva Perón, que entregó su vida para ayudar a los pobres, a los niños y a los ancianos del mundo entero. Es posible publicar y aún encomiar acciones tan infames que ningún hombre de honor puede concebir como posibles. Para los hombres bien nacidos, luchar con los vivos puede ser un honor, pero luchar con los muertos, es siempre una infamia. Aún en un mundo podrido, siempre habrá algo que respetar. Estos dictadores han demostrado haber perdido hasta el respeto a sí mismos.
Por eso sostengo, que entre los militares hay pocos hombres de honor, como entre los curas hay pocos virtuosos y muchos simuladores de la virtud. Si pudiéramos estar en el alma de todos sabríamos que el honor y la virtud están en todas las bocas pero ausentes de la mayoría de los corazones.
El que miente, no sólo suele ser infame por lo que dice; a menudo lo es por lo que calla.
Según los «investigadores», que a Rojas tienen por Capitán, se me atribuye la propiedad de la organización A. L. E. A., que la conforman empresas publicitarias en sociedades anónimas, con su correspondiente personería jurídica, de las que se han incautado estos forajidos tomando «manu militari» todos sus diarios, revistas y emisoras. No es un secreto para nadie en Buenos Aires, como se ha declarado repetidas veces en actos públicos, que esa organización fue iniciada por Eva Perón con el aporte financiero de Alberto Dodero y Miguel Miranda, según consta en la documentación de las sociedades, destinadas a ser en el futuro de la Confederación General del Trabajo del Sindicato de los Gráficos y Periodistas.
Una administración impecable, un origen insospechable y un desempeño correcto en lo legal, ético y periodístico, no ha sido obstáculo para que estos bárbaros lo atropellaran.
Al ponerlas en manos de las organizaciones de los trabajadores les entregamos al Pueblo, seguros que no podrían estar en mejores manos a los fines de su acción publicitaria y la defensa de los intereses nacionales y profesionales. Esto ha sido publicado varias veces en todos los diarios de la Capital.
Esas sociedades anónimas pueden atestiguar fehacientemente en una administración que nadie, que no sean las empresas mismas, ha dispuesto ni de un solo centavo que les perteneciera, ni para fines políticos, ni personales. Nada de esto ha sido publicado en los diarios usurpados violentamente por la dictadura. Han atropellado la ley, han llevado por delante la propiedad, han encadenado la libertad de prensa; y hay algunos canallas de la Sociedad Interamericana de Prensa que lo ven muy bien y pretenden todavía que defienden principios.
Tampoco se ha dicho nada de la «Fundación Evita», constituida con los bienes de Eva Perón, que legalmente me pertenecían, como tampoco se menciona el atropello a la «Fundación Eva Perón», que a pesar de estar amparada por la ley, ha sido intervenida por el gobierno, como un insólito caso único de intervención a una sociedad privada, levantada con el sacrificio de la propia vida de su creadora, donde fueron a parar gran parte de sus legítimos bienes, de mis sueldos y los inmensos sacrificios y fatigas. Si cuando dijo que este moderno malón de farsantes no respeta nada me quedo corto, lo atropella todo.
Muchas otras calumnias han sido arrojadas de ese «tacho de desperdicios» que es la dictadura. Las hay hasta de carácter íntimo que me niego siquiera a comentar porque, aunque obligado por las circunstancias y los circunstantes a «chapalear en la inmundicia», no deseo salpicar a personas inocentes que nada tienen que ver con estas porquerías.
Yo me pregunto, en cambio, ¿Por qué en vez de lanzar tanta infamia no dan a la justicia estas investigaciones? ¿Qué valor puede tener lo que se investiga fuera de la órbita de los jueces naturales, cuando la Constitución la prohíbe expresamente?
Yo podría destruir una a una toda esta cadena de infames patrañas inconscientes, pero no vale la pena adelantarse al tiempo. Sería empeñarse un en una polémica interminable al rebatir todas las mentiras que pueden inventarse en una etapa de publicidad escandalosa. Ya se ha dicho que «quien se mete en política arroja su honra a los perros», y que me perdonen los perros.
A mano con mi conciencia, pienso con el escritor colombiano Santiago Pérez Triana, que en su libro «Desde Lejos» dice: «La diatriba, el insulto y la calumnia son tributos que se le rinden a algún mérito o algún valor…». Hasta ahora estos «libertadores» e «investigadores» farsantes y calumniadores, no han podido hacer un solo cargo serio a nuestra gestión de gobierno. Por eso se han dedicado a calumniar a nuestros hombres con la pretensión de justificar su acción injustificable. 3. El asunto de la bandera El día 11 de junio de 1955 una manifestación de clericales de unas diez mil personas (Acción Católica, oligarcas, curas y niños de los colegios religiosos) llegaron hasta el palacio del Congreso Nacional, arriaron la Bandera Argentina del mástil de la Legislatura y enarbolaron en su reemplazo la bandera amarilla del Vaticano. Arrancaron las placas de los muros del palacio, intentaron sin resultado violentar las puertas, al mismo tiempo que rompían los vidrios de las ventanas y se esforzaban por apagar la lámpara votiva que allí arde a permanentemente.
Se había ordenado a la policía proceder con cautela porque lo que deseaban los revoltosos era precisamente alguna víctima para explotarla, especialmente algún chico de los colegios que formaban la mayor parte de los manifestantes.
Cuando cesó el tumulto, la policía pudo dejar lentamente el lugar, encontrando en las escalinatas del palacio una bandera argentina abandonada que presentaba algunos agujeros con signos de haber sido quemado. Estos son los hechos, tal como los conocí el mismo día.
El ataque de los clericales, encabezados por algunos curas, contra el Congreso Nacional, se debía a que días antes los legisladores habían sancionado la Ley del Divorcio.
¿Quién quemó la bandera? En una manifestación de diez mil personas es tan difícil establecerlo como encontrar una aguja en un pajar. Cuando la policía denunció el hecho, los verdaderos culpables afirmaron: «fue la policía», una linda manera de echar la culpa a la que, en cumplimiento de su deber, denunció el hecho.
Se ordenó juntar los antecedentes y pasarlos al Juez Federal de la Capital, Dr. Gentile, a los efectos del proceso que correspondía. Desde ese momento el Poder Ejecutivo no tenía nada que ver ya con las investigaciones.
Comenzaron entonces las intrigas de sacristía y la circulación de panfletos, culpando a la policía, para lo cual se presentó el consabido testigo, que declaró primero una cosa y después otra, como asimismo se detuvo a uno de la Acción Católica que frente a las pizarras de un diario afirmó haber quemado la bandera, lo que después negó.
Al poco tiempo, la policía pasó de moda y el que había quemado la bandera era el Ministro del Interior, Angel Borlenghi, que en esos momentos se encontraba a cien kilómetros de Buenos Aires. Ahora, pasado más tiempo y embarullados suficientemente los hechos, resulta que el que quemó la bandera fue Perón. Así lo ha afirmado una junta de Generales a quienes parece aún quedarles todavía algo de vergüenza por cuanto justifica la ofensa a su ex camarada diciendo que no está probado pero… ellos cumplen vergonzosamente una orden, como cabe a los simuladores del honor y del deber.
La parodia del tribunal de honor, realizada por estos decrépitos generales, ha expedido un fallo que será una linda lápida para su sepulcro, que es lo único que les queda digno de ellos y de su actitud. Yo, en cambio, tengo el alto honor de seguir siendo general de un pueblo de hombres viriles, el Paraguay, donde los generales son generales, no obispos.
San Martín, el Libertador, que aseguró la independencia política de la Patria, también fue privado de su grado por hombres malvados y mentirosos, simuladores del deber y del honor, pero el Perú le dio el grado que sus detractores, que le llamaron ambicioso y ladrón, le habían quitado.
Me siento en muy buena compañía de destinos. Yo aseguré a la Patria su independencia económica y, salvando las distancias, como el Libertador, me quitan el grado y me llaman ambicioso y ladrón, pero como en el caso de San Martín, aparecen los hermanos paraguayos y con su hidalguía y generosidad, colman el honor de este humilde soldado con sus palmas ennoblecidas y glorificadas, tanto en el sacrificio glorioso de la «Guerra Grande» de 1870 como la victoriosa epopeya del Chaco.
Por cada canalla, hay un hombre de bien. Para cada injusticia, hay otro acto justiciero. Si no fuera así, la vida no merecería la pena de ser vivida.
4. Conclusiones He tratado deliberadamente este capítulo de la infamia, no con el fin de justificar mi conducta ni rebatir la calumnia. En ese aspecto, mi conciencia es para mí suficiente. Pero he deseado que se conozca la mentalidad de los sátrapas y los sistemas que emplean. Nada puede concebirse más bajo ni más indigno. Nos queda, en cambio, la satisfacción de saber que los que proceden mal, sucumben víctimas de su propio mal procedimiento.
Se han puesto en juego todas las falsedades, se han utilizado todas las simulaciones y se han evidenciado todas las supercherías. Es que «la mentira tiene las piernas cortas». El resultado de tanta calumnia, de tanta diatriba y de tanta hipocresía ha sido poner en evidencia su propia indignidad y su propia bajeza.
Se ha pretendido minar un prestigio personal ganado en cuarenta años de servicios honrados a la Nación. Era empresa superior a la capacidad y a la dignidad de los detractores. No ofende ni denigra quién quiere, sino quién puede. Los advenedizos suelen verlo todo fácil porque a ellos no les costó llegar; su desilusión es comprobar después que para fracasar, más les hubiera valido no llegar.
Hay un trecho cierto en toda esta maraña de simulaciones y falsedades: se ha cargado la mano es la calumnia hacia las personas y su vida privada, porque no se lo puede hacer en su desempeño público ni administrativo. Han sentido la necesidad de justificar la revolución más inaudita y más canallesca de que haya memoria en el país y para ello sólo han recurrido a la falsedad porque no encontraron verdades para explotar.
Se dedicaron a destruir estatuas porque son incapaces e impotentes para destruir las instituciones que nosotros creamos. Se han dedicado a reformar superficialmente las formas, porque no llegan ni llegarán jamás al fondo de las cosas. Hace dos meses que usurparon el poder y las medidas que han tomado los han conducido al caos en que comienzan a debatirse.
Incapaces de concebir, son impotentes para realizar. Todo se reduce a hablar y proponer. Han abandonado el lema peronista: mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar. Ellos dicen, no hacen. Prometen luego hacen todo lo contrario. El país está a la deriva, la anarquía avanza, el peso se desvaloriza, los valores de bolsa caen, las fuerzas se indisciplina más cada día y ellos se pelean entre sí por más poder y más inercia. El cuadro lógico de la dictadura en plena descomposición.
II. LA FALSEDAD EN LA ECONOMÍA 1. La mentira internacional En los capítulos anteriores hemos patentizado la falsedad y la calumnia en todas sus formas y sus deformaciones. Antes de entrar a considerar las declaraciones de la dictadura militar sobre la economía argentina, deseamos ofrecer a nuestros lectores «una perla», para colocarse, en ánimo de juzgar las nuevas supercherías que, en lo económico, nos ofrecen estos nuevos «Cacasenos» de Buenos Aires.
En el diario «La Tribuna», de Asunción del Paraguay, de fecha 27 de octubre de 1955, se publicó transmitido por la United Press (UP), el siguiente informe, con el título: «La Argentina enfrenta la peor crisis económica de su historia».
«Argentina se halla en la peor crisis económica de su historia, mucho más grave que las sufridas en 1890 ó en 1931, dice el economista argentino doctor Raúl Prebisch, secretario general de la CEPAL, en un estudio presentado al gobierno. El informe dado a conocer esta noche representa la primera parte del estudio y se refiere sólo a la situación económico-financiera en que el ex presidente Perón dejó al país. Los remedios propuestos se publicarán mañana. Prebisch subraya que es éste sólo un informe preliminar relativo a los problemas más urgentes de la nación en que desea escuchar las sugerencias de la iniciativa privada antes de hacer las recomendaciones previas al general Lonardi para la recuperación del país. Básicamente, Prebisch considera que ha sido casi arruinada la producción agropecuaria del país por el desarrollo demasiado apresurado de la industria. Señala al respecto que en la crisis económicas de 1890 y 1931 la agricultura y la ganadería se mantuvieron intactas, mientras que ahora se hallan en muy malas condiciones. A continuación se dan algunas revelaciones contenidas en el informe sobre la grave situación por que atraviesa la Argentina. Al terminar este año el país tendrá un déficit de 186 millones de dólares en su balanza comercial, mientras en 1954 tuvo un saldo acreedor de 354 millones de pesos y 70 millones de dólares. Argentina debe 757 millones de dólares más 700 millones a otros países con los que tenía firmados acuerdos comerciales bilaterales, por importaciones contra pago diferido y 579 millones al Banco de Exportación e Importación. Dicha suma de 757 millones de dólares debe ser salada entre 1956 y 1960. Además, hay 2.000 millones de pesos, algunos de los cuales desde hace varios años».
Ante todo es menester hacer notar que la United Press en toda su información se ha caracterizado por una parcialidad absoluta hacia la dictadura. Ello se explica porque hay esperanzas que este gobierno de facto favorezca la devolución de «La Prensa».
Como quiera que ello sea, tanto la dictadura como la Unidad Press, ponen en evidencia una falta absoluta de sinceridad y seriedad, al asociarse en la falsificación de noticias que reparte la segunda para engañar al mundo.
En el afán de hacer aparecer un mal estado económico que no existe, llegan a falsear el concepto de las obligaciones y hasta alterar y abultar las cifras de manera grosera.
Véase a continuación como se engaña al lector desaprensivo.
a) Según los datos de este informe de la UP, Prebisch había afirmado que la deuda externa argentina era de 2.222 millones de dólares y 2.000 millones de pesos moneda nacional. Contra ese informe, yo afirmo que todo esto es falso y que la República Argentina no debe un sólo centavo al exterior en concepto de «deuda externa», lo que probaré a continuación, además de poner en evidencia la mala fe de Prebisch y de la UP como asimismo su irresponsabilidad para asesorar a un gobierno serio y responsable.
b) Se comienza por sostener que la República Argentina tiene una deuda de 579 millones de dólares en el Banco de Exportación e Importación de los Estados Unidos. Es totalmente falso. Cualquiera que sepa lo que es el Banco mencionado, sabe que no acuerda préstamos semejantes a los Estados. Lo que ocurre es que, habiendo la empresa «Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina» solicitado un crédito de 60 millones de dólares al Banco de Exportación e Importación, para la instalación de una planta siderúrgica en San Nicolás (República Argentina), ése solo le acordó la suma de 57.000.900 de dólares, siempre que mediara una garantía del Gobierno Argentino. Este crédito aún no se ha hecho efectivo y el gobierno de facto puede retirar la garantía si así lo desea.
En el informe, intencionalmente, se le ha agregado un 9 a la derecha a la cifra real de 57 millones de dólares, aumentándola a 579 millones. Esto solamente es ya bastante para descalificar a los asesores de la dictadura y a las agencias noticiosas que sirven a sus obscuros designios. Averiguar esto es fácil, bastaría preguntarlo al Export Import Bank de los Estados Unidos.
c) Ya lo anterior evidencia y anticipa la seriedad del informe. Simulando un error, lanzan al mundo la noticia en la que se aumenta una cifra en más de diez veces su valor. Esto bastaría para que ya no comentáramos lo demás, pero deseo considerar el resto del informe para que mis lectores sepan hasta dónde pueden llegar la inescrupulosidad y la falsía de los hombres irresponsables al servicio de móviles inconfesables.
En el balance de pagos, se calcula un déficit de 186 millones de dólares para el balance comercial argentino del año agrícola de 1955, que termina en marzo de 1956, sin saber a ciencia cierta los resultados de la cosecha de 1955-56, y, en consecuencia, los saldos exportables.
Aun en el caso hipotético que se perdiera todo y que, de acuerdo con la negra predicción de estos economistas tan inescrupulosos, se produjera un déficit en la balanza de pagos, ¿qué representaría para la República Argentina cien o doscientos millones de dólares? ¿Es que no ha tenido nunca déficit semejantes?
La real intención de este informe es el empeño de hacer aparecer una situación de crisis que no existe, para poder imponer a la población sacrificios inútiles y cumplir objetivos inconfesables, destinados a sumergir a los trabajadores argentinos en una economía de miseria en beneficio de la clase oligarco-capitalista.
d) Una consideración atribuida a Prebisch sobre la ruina de la agricultura por el impulso rápido de la industria, no resiste el menor análisis. Este técnico hace más de diez años que falta del país y «está tocando de oído» porque desconoce la nueva realidad argentina. La agricultura y la ganadería nunca han estado mejor en nuestros días, tanto el volumen de su producción como el de sus precios. Se marcan records de producción y, en precios. Se ha elevado casi diez veces lo cobrado por las cosechas argentinas de los tiempos de 1931 que añoraban estos sospechosos economistas.
El ataque a la industrialización del país no es nuevo para nosotros, que hace diez años sufrimos el mismo ataque. La industrialización perjudica a demasiada gente del exterior para que no sea así. Por eso, este informe de neto «corte colonialista» reedita a muchos otros que conocemos en defensa de exportadores extranjeros e importadores argentinos.
e) «Argentina debe 757 millones de dólares, más 700 millones a otros países con los que tenía firmados acuerdos comerciales bilaterales por importaciones contra pago diferido», dice el informe difundido por la United Press. Agrega que los 757 millones deben ser pagados entre 1956 y 1960. Esta información es ya suficientemente capciosa y confusa, como para que nadie se detenga a analizarla, así la superchería pasa inadvertida y las cifras quedan. Por eso diré de qué se trata para revelar el misterio.
Ignoro si estas cifras no han sido aumentadas como en el caso del Banco de Exportación e Importación. Sin embargo, sin dar fe a ellas, diré con claridad cuál es el sentido de estas cifras consideradas como deuda pública con evidente mala fe y en forma suficientemente obscura como para poder confundir.
La República Argentina, como casi todos los países, intercambia sobre la base de créditos recíprocos. Dentro de ellos pueden existir saldos deudores y saldos acreedores, sin que ello signifique una deuda. En todo caso el saldo deudor se cubre entre 1956 y 1960 con productos, de manera que considerar esto como una deuda externa es entrar en el terreno capcioso de los fines inconfesables. Por eso se habla de deuda para los saldos en contra, pero en parte alguna, se mencionan los créditos de los saldos acreedores.
Aun en el caso de estas «deuda» tan discutible, que como digo antes, puede estar arbitrariamente aumentada, la Argentina no está en bancarrota como se aventuran a insinuar estos «pilotos de bonanza», ya que se están ahogando en un vaso de agua.
Con referencia a los 700 millones de dólares de convenio contra pagos diferidos por importaciones de diferentes países, se trata de un asunto muy simple y en caso alguno puede considerárselo como una deuda sino más bien como una economía de divisas.
En efecto; el país está en plena industrialización. La carencia de dólares es notoria en el mundo entero, de manera que para la radicación de industrias es menester recurrir a los pagos diferidos. En otras palabras: pagar las importaciones de las maquinarias para las fábricas con los dólares que ellas mismas ahorrarán al país es el momento en que comienzan a producir. Por ejemplo: el país que hasta anualmente cien millones de dólares en la importación de tractores para la agricultura. Se instalan, por ejemplo, dos fábricas que a partir de 1958 producirán la totalidad de los tractores que el país necesita por año. A esas fábricas se le abre un crédito para la importación de maquinaria, pero el pago de la misma a la nación de origen comienza en 1958 con el ahorro de divisas que esas fábricas producen (es decir, una parte los 100 millones de dólares) hasta saldar la deuda.
En primer lugar no es deuda porque se cambia un crédito de pago diferido por bienes de capital, y en segundo lugar, porque el pago diferido el país ahorrará 100 millones anuales de divisas en este ejemplo presentado.
Esto también ha sido cargado como una deuda cuyo pago fuera exigible en la actualidad. Esto es usual en los técnicos, con criterio más de contadores que economistas que no entienden nada de negocios porque si entendieran no estarían como asesores a sueldo. Por eso, no he visto nunca a un comerciante que tenga técnicos de asesores. Esta especie se desarrolla y aún florece sólo en los organismos estatales.
f) Podríamos seguir comentando este informe, pero «para muestra basta un botón». Sería una ingenuidad de nuestra parte comentar de buena fe todo esto plagado de falsedad y mala fe.
Hemos demostrado que el país no tiene deuda externa. Esto es lo que no quiere confesar la dictadura que azota al país, que ya habla de «empréstitos». Yo afirme «que me cortaría la mano antes de firmar un empréstito» y lo cumplí. Ellos lo harán en cambio y será un mal negocio para el país porque se lo robaran en su mayoría y, para el prestatario a será peor, porque nosotros nos negaremos a pagarlo. Si ellos colonizan de nuevo al país, nosotros lo independizaremos de nuevo.
Los hubiera querido ver estos «economistas a la violeta» en 1946, cuando el país tenía una deuda externa de dos mil millones, por lo que pagaba anualmente casi doscientos cincuenta millones de dólares en amortización e intereses y que, sin embargo, pagamos totalmente y además comparamos y pagamos los ferrocarriles, los teléfonos, el gas, la flota aérea, los seguros, los reaseguros, importamos más de 20.000 equipos industriales, camiones, tractores, locomotoras, y desarrollamos el primer plan quinquenal con más de 35.000 obras de interés nacional, entre ellas once grandes diques y usinas, ocho mil escuelas, trescientas cincuenta mil viviendas, el aeropuerto, el gasoducto de 1.800 km que impidió seguir arrojando a la atmósfera más de un millón de metros cúbicos diarios de gas natural (el consumo de la ciudad de Buenos Aires) con la consiguiente economía de divisas. Sin embargo, para todo ello, no fue necesario imponer sacrificio alguno, por el contrario, se elevó el nivel de vida, se racionalizó el trabajo, se acordaron enormes mejoras sociales y se aseguró la previsión social y la felicidad del Pueblo.
Ellos hay, sin deuda externa exigible, en plena producción y con un porvenir brillante, en plena independencia, se sienten perdidos. Según ellos, «salvaron» al país de la bancarrota quince días antes de que quebrara, como si el país fuera el almacén de la esquina. ¿Por qué no esperaron quince días? No hubiera sido necesario tener en las cárceles más de quince mil personas, ni hubieran sido asesinados los miles que asesinaron.
Yo aseguro que el país no tenía problemas económicos que nos inquietaran. Si ellos los tienen es porque los han creado o porque son incapaces de resolver los problemas comunes a toda economía.
2. La mentira para consumo interno El 27 de octubre de 1955, a las 20 y 30 horas, hemos escuchado durante 17 minutos al temulento Presidente de facto de la Argentina leyendo balbuciente un informe que le habían preparado para asustar a los tontos y engañar a los ignorantes.
Por el tono de su voz y el estilo deletreante de su lectura, parecía más bien una oración fúnebre de un niño acosado por la incertidumbre de si podría terminarla sin llorar.
Comenzó con la deuda exterior: era «catastrófico», 757 millones de dólares de saldos deudores en los créditos recíprocos de las cuentas de más de diez países a cubrir con mercaderías entre 1956 y 1960. Este economista olvidó por supuesto los saldos acreedores de otras cuentas y de otros países a cubrir también con mercaderías en los mismos años. Olvidó también que se trata de «Dólares de convenio» y no de «dólares libres». Total, para él es lo mismo.
Muchas veces la felicidad de algunos estriba precisamente en ignorarlo todo.
Hizo, como era de esperarlo, una defensa temerosa de los empréstitos exteriores y mencionó que mi gobierno había hecho «repatriaciones de capital extranjero por 764 millones de dólares» y afirmó que ahora la situación era peor porque debíamos 757 millones de la misma moneda. Si la lógica aun sigue siendo lógica, este señor ha dicho un soberano disparate o de lo contrario, las matemáticas han cambiado tanto desde que salí de la Argentina, que ya es difícil que podamos entendernos con este señor Lonardi.
Otra cosa que ha cambiado en Buenos Aires es al parecer la terminología técnico-económica financiera. Según parece, «pagar la deuda» se llama ahora «repatriación del capital extranjero».
Es claro que este dictador militar ignora lo que este «capital extranjero» representaba en la independencia económica y en la soberanía de la Nación. Ignora también que era, mediante este capital extranjero, que los presidentes de la República se elegían en las Cámaras de Comercio también extranjeras, que funcionaban en Buenos Aires. Pero estos son detalles que poco interesan a un dictador militar como Lonardi.
Las reservas de oro y divisas parecen interesarle sin embargo. Apenas tenemos, dice, 450 millones de dólares (sólo se han computado dólares para disminuir la cifra, pues hay saldos acreedores en pesetas y otras monedas), cuando al terminar la guerra, afirma, estas reservas habían ascendido a un equivalente de 1.680 millones de dólares.
Desde que comenté, en el párrafo tercero de este capítulo, la repatriación de la deuda, los 764 millones de «repatriaciones de capital extranjero», según Lonardi, estaba ansioso por saber de dónde habían sacado semejante cifra. Ahora me doy cuenta que la han tomado «a ojo», porque según yo recuerdo, lo repatriado pasaba de dos mil millones de dólares (seis mil millones de pesos de aquella época).
Es cierto que ahora tenemos sólo 450 millones de dólares de reserva y en 1946 teníamos 1500. Pero no es menos cierto que en 1946 teníamos servicios financieros a cubrir con divisas que representaban más del 46% del presupuesto y hoy no representan ni el 3%.
Lo que han olvidado estos señores economistas desaprensivos es que durante mi gobierno compramos y pagamos todos los servicios públicos que erogaban normalmente en cada año miles de millones de pesos en servicios financieros que hoy no deben asombrarse. Sólo a título aproximado: La deuda pública, 800 millones, los ferrocarriles, 150 millones (visibles); la Corporación de Transportes, 120 millones; el servicio de gas, 100 millones; los teléfonos, 120 millones, los seguros, 150 millones; reaseguros, 50 millones; electricidad, 150 millones; comercialización de la cosecha, más de mil millones; transportes marítimos, 500 millones, etc.. Sólo en estos rubros las remesas financieras anuales visibles pasaban de los tres mil millones de pesos (1000 millones de dólares entonces).
Todo esto, merced a la acción patriótica del «dictador depuesto», no lo tiene que pagar ahora el señor Lonardi. Esos 1.680 millones de dólares que afirma disponíamos como reserva 1946 eran cero, porque ha de saber el señor Lonardi que estaban bloqueados en el Banco de la Reserva Federal que se negó a remitir el oro. Que estuvieron en esa situación casi dos años y que cuando lo liberaron habíamos perdido más del cien por cien de su valor adquisitivo por el aumento desconsiderado que se operó en las manufacturas, máquinas y vehículos precisamente en estos dos años.
Hoy que lo veo tan trémulo y tan asustado se me ocurre pensar cuál sería su cara si hubiera tenido que enfrentar en 1946 la situación que nosotros resolvimos sin llorar, sin pedir «esfuerzos», «continencias» ni «sacrificios» inútiles.
Nosotros durante 10 años de dura lucha, hemos incorporado al haber patrimonial del Estado Argentino más de 300.000 millones de pesos en bienes recuperados y producidos, mientras Lonardi y sus secuaces dormían su siesta provinciana y no se preocupaban siquiera ni de leer los diarios. ¿Con qué derecho han de venir ahora criticarlos y a lamentarse plañideramente de una situación que ni conocen ni comprenden? Para tener ese derecho, por lo menos tienen que hacer algo, porque hasta ahora no han hecho otra cosa que malgastar el dinero del Pueblo en su vida militar, y en la revolución, asesinar a gente y dilapidar en «macanas»[i] lo que nos costó mucho acumular en largas vigilias y esfuerzos.
Lo primero que debió decir en su informe económico, fue que ellos mediante su acción insensata, han producido el más grave mal a la economía y al crédito del país y agregar que su pesimismo inconsciente gravitará negativamente en la economía cuyo factor psicológico juega tanto como la compulsa de los números.
La situación económico-financiera del país es absolutamente normal de acuerdo a su desenvolvimiento industrial. La producción es excelente. Cuando la dictadura dice que no exportamos sino la mitad del quinquenio anterior a la guerra se refiere a cereales, pero oculta maliciosamente la exportación de manufacturas que en 1954-55 ha sido diez veces más. Tampoco dice que las importaciones son ahora la cuarta parte, porque lo demás lo produce nuestra industria.
El que ha redactado este informe vive todavía en 1938. Por eso no está en condiciones de valorar a la Nueva Argentina, justa, libre y soberana de nuestros días. Él sigue pensando en el país de pastores y agricultores que conoció, productor de materias primas que negociaba a vil precio, para comprar manufacturas a precio de oro. Que exportaba su trabajo mientras sus obreros urbanos desocupados se morían de hambre y de miseria. Él está juzgando a la colonia que conoció y ansía de nuevo volver al colonialismo.
3. El asunto del petróleo En este aspecto prefiero ni siquiera referirme al informe del señor Lonardi que raya en la inconsistencia. Tan superficial e insustancial es.
La historia del petróleo argentino es simple. Se descubre en Comodoro Rivadavia (Chubut) a principios de este siglo, mientras se hacían perforaciones en busca de agua potable. Sin ninguna legislación en la materia y en la mayor imprevisión gubernativa comienza su exploración libre. Llegan al país numerosas compañías extranjeras que comienzan las explotaciones, obtienen concesiones y se dedican a la prospección y cateo. cuando la explotación está en pleno desarrollo, en medio de la mayor liberalidad se produce en el país una reacción política contra las compañías particulares. El resultado de esta compañía es la Ley de petróleos que instaura la explotación a base de un monopolio del Estado. Así, a la amplia libertad sucede la limitación absoluta.
El resultado de esa política está la vista: en cuarenta años Yacimientos Petrolíferos Fiscales ha alcanzado a producir sólo el 40% de las necesidades nacionales en petróleo.
Durante nuestro gobierno es cuando YPF ha aumentado más su rendimiento, duplicando su producción, pero el ritmo de aumento de las necesidades ha seguido parejo a su progreso. Asimismo se ha mantenido la misma proporción y con el mismo incremento la necesidad de importación.
En números redondos, la necesidad actual por año es de 9.000.000 de metros cúbicos, de los cuales YPF produce 4.000.000 y el país importa 5.000.000 de metros cúbicos.
El problema energético argentino es simple. Posee como fuentes naturales de energía hidroeléctrica toda la zona cordillerana, es decir la periferia, mientras esas necesidades de consumo están en el centro ( Buenos Aires-Córdoba-Rosario). Otras fuentes podrían aprovecharse en el N.E. (ríos Paraná y Uruguay), no menos periféricas que las anteriores.
La experiencia indica que en esta clase de energía debe calcularse como permanente sólo el 50% de lo instalado, por las variaciones del régimen de las aguas y, cuando su transmisión por línea de alta tensión, supera los mill kilómetros, debe apreciarse una pérdida del 25% más. En estas condiciones, la producción y utilización de la energía hidroeléctrica en la Argentina queda reducida al ámbito local de las fuentes de producción. Para las necesidades generales y en general para los grandes centros de consumo, es menester recurrir a la termo-electricidad.
Las necesidades termo-eléctricas pasan a ser así lo fundamental y el petróleo su elemento esencial. De allí surgen las necesidades de una explotación intensiva y la consideración de cómo debe encarársela.
Nadie discute, lo que dice Lonardi, que los argentinos no sean capaces de sacar petróleo, pero es que no sólo depende este hecho de que los argentinos quieran y puedan producir los hidrocarburos necesarios al país. Hay muchas otras circunstancias que Lonardi ignora. Por ejemplo, la disponibilidad de maquinaria. Los monopolios correspondientes de las grandes empresas petrolíferas no dan su maquinaria a quienquiera comprarla sino a los que ellos autorizan y en la medida que convenga a sus intereses, mercados, etcétera.
Que el señor Lonardi quiera sacar petróleo nos parece bien, ahora que pueda, nos parece ya más difícil. Precisamente dicen que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Por eso también un gobernante puede ser cualquier cosa, menos tonto.
De acuerdo con el ritmo de crecimiento de la necesidad argentina de hidrocarburos, debe considerarse que su volumen se duplica cada cinco años. Es decir, que actualmente se consumen 9 millones de metros cúbicos; en 1960 se consumirían 18 millones y en 1965, 36 millones.
Yacimientos Petrolíferos Fiscales, que en 40 años sólo ha alcanzado a producir 4 millones de metros cúbicos al año, ¿Podrá en 10 años alcanzar a producir 36 millones de metros cúbicos por año? Este es el interrogante a contestar antes de hacer cálculos alegres.
Yo creo que YPF no tiene capacidad organizativa ni capacidad técnica, ni capacidad financiera para un esfuerzo de esa naturaleza.
Los sistemas empleados en la Argentina distan mucho de los modos método de exploración, prospección, cateo y explotación racional de los yacimientos modernos. Es menester reconocer que no estamos en condiciones de explotar convenientemente los pozos de grandes profundidades que se terminan de descubrir en Salta. Como tampoco de encarar la explotación en gran escala sin crear una organización eficiente y económica. Los costos de producción de YPF son absolutamente antieconómicos. Hacer de esto una cuestión de amor propio es peligroso y es estúpido.
Si la capacidad organizativa de y técnica de los Yacimientos Petrolíferos Fiscales son insuficientes, la capacidad financiera es tan limitada, para encarar la producción en gran escala, que podemos afirmar «a priori» su absoluta impotencia. Descartando la posibilidad de la provisión de materiales y maquinaria (solo hipotéticamente, porque sabemos que no es así), ni el Estado Argentino está en condiciones de un esfuerzo financiero semejante.
Sólo la red de oleoductos y gasoductos necesarios de la Patagonia hasta Buenos Aires y desde Salta hasta Rosario imponen una erogación superior a toda posibilidad financiera estatal o privada de la República Argentina. Si a ello se suma la necesidad de inversiones cuantiosas para la explotación intensiva, se llegara a la conclusión de la imposibilidad material absoluta.
Pretender que los inversores extranjeros inviertan su dinero en compañías argentinas de petróleo es simplemente angelical.
Seguir transportando petróleo por ferrocarril como hasta ahora es la peor manera de encarecer el producto y abarrotar las vías de vagones y tanques.
Por eso, cuando la dictadura militar promete sacar petróleo y un «vigoroso desarrollo» de su explotación con el «aporte del capital privado y público extranjero», nosotros sabemos que no sabe lo que dice.
Una cosa es leer un informe de los contadores que nada saben de petróleo ni de su explotación y otra enfrentar y resolver los problemas emergentes de la realidad argentina. Sostener hoy que la Argentina sólo puede realizar el esfuerzo, es simplemente sostener un soberano disparate.
Si ha de resolverse el problema energético argentino por el único camino posible, el del petróleo, es necesario contratar su extracción por compañías capacitadas por su organización, por su técnica, por sus posibilidades financieras, por la disponibilidad de maquinarias, etc. De lo contrario, será necesario detener el ritmo de crecimiento del país para subordinarlo a las posibilidades de combustible, es decir, atar los caballos detrás del carro.
A este respecto el señor Lonardi ha dicho en nombre de la dictadura militar: «para salvar esta situación al gobierno depuesto entró en tratos inadmisibles que el país entero ha repudiado y que han consternado a la opinión pública». Estos «tratos inadmisibles» fue un contrato con la Standar Oil, de California, que el Poder Ejecutivo sometió a la aprobación del Congreso, por el cual se contrataba con esta compañía la locación de servicios para la extracción de petróleo para YPF, mediante el pago de 1% de beneficio justo. Esta misma compañía se encargaría de la construcción de los oleoductos correspondientes a amortizar con el transporte del combustible. Estos son los «tratos inadmisibles» que desean insinuar la entrega del petróleo al extranjero. Como si la locación de servicios diera algún derecho de posesión. Es el mismo caso que sucede cuando uno encarga la construcción de una casa a un arquitecto y luego algún tonto afirma que le ha entregado su casa y su familia.
Estos «nacionalistas de opereta» ha hecho tanto mal al país con sus estupideces como los colonialistas con su viveza. Unos negativos y otros excesivamente positivistas, representan dos flagelos para la economía del país.
Este representante de la dictadura militar gira al pueblo y al país por su cuenta y riesgo. Es mentira que la «opinión pública» se haya consternado ni que el país entero haya repudiado nada, desde que sus representantes legales (los legisladores) debían resolver. Lo que pasó es que los políticos revolucionarios tomaron esto como propaganda y trataron, sin conseguirlo, de agitar la opinión pública. Los peronistas estábamos concordes y, si mal no recuerdo, somos en el país una inmensa mayoría.
El compromiso contraído con la Standard Oil de California era llegar a satisfacer en tres años las necesidades del país trabajando conjuntamente con YPF. Es decir, llegar a producir los 9 millones de metros cúbicos que hoy importamos, liberando casi 300 millones de dólares que hoy gastamos en combustible. También se comprometía a incrementar su producción en los años sucesivos en forma de mantener el abastecimiento interno y aun comenzar la explotación del petróleo y sus derivados, para poder aumentar así la disponibilidad de divisas.
Yo desearía preguntar a estos dictadores de la revolución argentina cómo piensan resolver este problema. Ellos han dicho que lo resolverán pero se han cuidado mucho de no decir cómo. Así es fácil resolver todos los problemas, criticando a los demás y no haciendo nada.
Pero sería preguntarle más: ¿Qué haría la República Argentina si en 1956, por ejemplo, se produjera la tercera guerra mundial y el país quedara privado del 60% del petróleo que consume merced a la importación actual?
El cuadro sería: la paralización del 60% de sus actividades, con 4 o 5 millones de desocupados en sus poblaciones urbanas. El hambre, la miseria y luego la lucha interna.
Esto ya pasó en 1918 cuando la impresión de estos mismos » libertadores», que estaban entonces en el gobierno, condujo a una situación semejante. Los desocupados deambulaban por los campos, «Villa Desocupación» en Puerto Nuevo albergaba en sus chozas de lata a más de 20.000 argentinos hambrientos; los salarios habían descendido a límites inauditos y cuando los obreros pidieron mejores salarios, salió el ejército a la calle y arregló el asunto matando varios miles de obreros inocentes, por el delito de reclamar un poco más de pan para sus hijos. Ésta se llamó la «Semana Trágica». Pero lo más trágico es que estos «libertadores» no han aprendido aún la lección de la experiencia.
Seguro que ellos, ocupados en ver cómo van a hacer para usufructuar el poder, no han tenido tiempo de pensar en esto, de todos modos si la situación llega se pueda arreglar cómo en 1918, matando unos cuantos miles de obreros, total ellos tienen armas y municiones.
Pero, aun en el caso de que la guerra no se produzca la situación ha de presentarse más tarde. Dentro de 10 años, si se mantiene el ritmo de crecimiento actual, la importación de petróleo alcanzará una cifra cercana a los 8.000 millones de dólares.
¿Cómo piensan los dictadores militares que podrán pagarla?
Estando en mi país, por reflexión, habíame persuadido de la necesidad de buscar cooperación en las compañías extranjeras para resolver el problema argentino del petróleo. Hoy, que me ha sido dado visitar Venezuela e interiorizada en detalle de su sistema de explotación petrolífera y de los beneficios que obtiene, he quedado absolutamente convencido que la solución argentina, propuesta por mí, es la única y la más conveniente.
Venezuela explota su petróleo con compañías norteamericanas al 50%, similar a lo que nosotros proponíamos realizar con la Standard Oil de California. Los resultados son excelentes y la consecuencia, la riqueza y el florecimiento de este país hermano, rico y potente.
Los dictadores de mi país, ignorantes e inexpertos, creen que resolverán la financiación con YPF mediante empréstitos. Es que ignoran lo que esto representa.
De cada empréstito se pierde casi el 50% del valor adquisitivo. Primero porque el dólar, cuyo valor fija Wall Street, en relación al oro, está sobrevalorado. Si no, es suficiente la Reserva Federal y preguntar cuánto vale una onza troy. Le dirán que 25 dólares, pero si la desea adquirir, le dirán que ellos no la venden. Tendrá que comprarla en el mercado negro donde le cobrarán 35 ó 40 dólares. Esto significa que el valor fiduciario del dólar es un 25% más que su valor adquisitivo, o que en cada dólar del empréstito perderemos 25 centavos. Las mercaderías que se compren con el empréstito deberán adquirírselas en Estados Unidos y transportárselas en barcos americanos. Los porcentajes de beneficios de la mercadería y el transporte sumaran aproximadamente un 35% que sumados a los anteriores sean casi a un 50%.
Con este empréstito disminuido y nominal llegaran a YPF sólo los materiales, ellos deberán encarar todo el trabajo y sus altos costos. Yo me pregunto: ¿No es más conveniente traer las compañías especializadas, darle el trabajo, dividir las ganancias por mitades y dedicar esas ganancias al bienestar del pueblo argentino?
La incongruencia de estos «improvisados salvadores de la Patria» resalta cuando afirman que es necesario aumentar la producción de divisas y cifran sus esperanzas en el agro, en estos momentos en que los excedentes agrícolas suman sólo en Estados Unidos más de 100 millones de toneladas y los cereales se regalan. En cambio no le dan importancia a la necesidad de extraer petróleo en gran escala y por cualquier medio conseguir explotarlo. Venezuela, con menos esfuerzo, tiene divisas en abundancia proveniente de su petróleo.
La República Argentina, según los informes técnicos americanos, representa una de las cuatro grandes cuencas petrolíferas del mundo. Su enorme riqueza petrolífera duerme en el seno de la tierra el sueño de los siglos, esperando que el desarrollo de la energía nuclear destruya gran parte de su valor. Estos modernos «libertadores», asesorados por intelectuales ignorantes, asisten indiferentes a la perdida de esos grandes valores, anulados en su acción por estúpidos prejuicios de comité que tanto mal producen al país.
4. El asunto de la deuda interna Una de las cosas que más parece impresionar a estos economistas de pacotilla, es la deuda interna, como si un país de potencialidad financiera de la Argentina, con un patrimonio nacional cuantiosa y en pleno desarrollo de su producción y de su industria, debiera vivir al día con criterio de contador en día de balance.
El proceso de industrialización del país impone invertir y la inversión, cuando no se dispone de dinero contante y sonante, sólo es posible mediante el crédito. El crédito en este caso es la deuda interna. A esa inversión sobrevendrá el desarrollo industrial y luego aparecerán los beneficios. Como todo individuo comercialmente incapaz, estos dictadores militares que en lo relativo a la economía no han aprendido sino a gastar, creen que la industrialización del país debe hacerse juntando antes la plata.
Nosotros invertimos y nuestros hijos obtendrán los beneficios de esa inversión. No sería equitativo que todo el sacrificio recayera en nosotros que no recibiremos beneficios. En cambio es justo que nuestros hijos que se beneficiarán con nuestra inversión paguen también parte en su momento. Esa deuda interna que le dejaremos será su participación en el esfuerzo para hacer una nación como nosotros aspiramos.
¿O es que creen los militares de la dictadura que es posible que el país siga siendo un pueblo de pastores y agricultores?
Ya lo he dicho y repito, los países siguen un ciclo en su evolución: pastores, agricultores, industriales. De una etapa pasan a la otra a su tiempo. El proceso puede acelerarse pero no puede detener. No depende de nosotros el que quisiéramos no industrializar la nación. Cuando las masas urbanas alcanzan la importancia que actualmente tienen en nuestro país, no hay más remedio que industrializarse, porque si no, la existencia de una gran masa parasitaria gravitando sobre la producción agraria no llevaría a la ruina progresiva. Por otra parte, el problema demográfico argentino, con una cuarta parte del campo y tres en las ciudades y pueblos, hacen que su población busque en estos últimos los medios de vida indispensables para subsistir, y aunque nos opusiéramos a ello, no lo podríamos evitar.
Lo lógico es que las masas urbanas produzcan en las ciudades para el campo y para ellas lo necesario de producción industrial, mientras las masas rurales producen también para ellos y las ciudades lo necesario de producción rural. Los excedentes exportables de ambas producciones (urbana y rural) constituyen la economía y capitalización progresiva.
Digo esto tan elemental porque aún hay quienes creen que se puede ser partidario o no de la industrialización, como hay quienes creen que tiene alguna importancia ser partidarios o no, de la fatalidad histórica o geográfica.
Dice el señor Lonardi en el informe leído, preparado por quién sabe qué técnico a sueldo del Estado, que la deuda interna alcanza a 70.000 millones de pesos, cuyos intereses y amortizaciones tendrá que soportar el pueblo durante muchos años. ¿Le parece injusto la señor Lonardi que ese pueblo que va a recibir los beneficios de nuestro trabajo, hay también algo a su turno? ¿Le parece mucho el señor Lonardi 70.000 millones de pesos de deuda interna para un país como la Argentina? ¿Sabe el señor Lonardi que en 1946, cuando recibí el gobierno, la deuda interna era de casi 100.000 millones de pesos de nuestra moneda actual? ¿Conoce el señor Lonardi que la deuda interna actual de los Estados Unidos (el país más rico del mundo) de 12.000.000.000.000 de pesos de nuestra moneda aproximadamente.
Es indudable que a esta gente, acostumbrada a que la señora le maneje el sueldo, le han asustado los técnicos con las cifras y los anuncios siempre «funerarios» de ese señor serio, que simula preocupación para que creen que sabe mucho, aunque en realidad de verdad no sabe nada.
Decía siempre Miguel Miranda cuando se le acercaba un técnico funcionario gobierno para traerle algún problema o alguna preocupación: «Si éste supiera algo de economía sería millonario y no cagatinta». Yo también he llegado a pensar como Miguel Miranda en estos momentos que veo al señor Lonardi tembloroso por el susto que le han dado los técnicos que, de economía no saben más que él, que no sabe nada.
Lo que más admira en este balance realizado por la dictadura y sus «economistas» asesores, es precisamente que no tiene «haber» sólo tienen «deben». Indudablemente, o estos señores creen que la gente es tan ignorante que no se dará cuenta o ellos se han olvidado de compulsar el activo. No me extrañaría esto último, tan poco respeto me merece esta gente al cabo de tantos años de lidiar con ellos.
Se han olvidado de las viviendas que en números de más de cuatrocientas mil está pagando al Estado sus adquirentes, con el correspondiente interés; se han «comido» los millones que en el mismo concepto ingresan anualmente en el Banco Hipotecario Nacional, omitieron los millones de la plusvalía de las tierras cercanas a los diques que hay que vender; se olvidaron también de los millones que se cobran por la venta de las propiedades pertenecientes a los ex ferrocarriles ingleses; a los puertas de Buenos Aires, Rosario, San Nicolás, Santa Fe, etc.. Ni se han dado cuenta que de las 35.000 obras del primer plan quinquenal, por lo menos 20.000 eran reditivas que están produciendo diariamente miles de millones de pesos.
Recordando todo esto, uno no sabe si estos individuos son unos farsantes o realmente no saben hacer un balance. Todo el informe producido es a base de apreciaciones subjetivas. No hay un dato objetivo que permita pensar por sí mismo: ellos ya nos dan todo pensado. Pero al final no damos cuenta que se han olvidado del activo en producción y del activo patrimonial. ¡Linda clase de economistas! ¡Menos mal que Prebisch alcanzo a «salvar la ropa» con la expulsión del señor Lonardi! 5. Las emisiones Donde verdaderamente se evidencia la mala fe o la incapacidad de los teóricos informantes de la dictadura, es precisamente en la consideración del problema monetario. Ellos hablan un idioma distinto al nuestro y en cuanto a la realidad argentina, se ve que la que desconocen en absoluto.
Dicen textualmente: «Todas estas emisiones inflacionarias han llevado a la circulación total del dinero a la cifra a fantástica de 54.800 millones de pesos a mediados del año en curso, cuando hace diez años llegaba solamente a 7.000 millones. Por cada habitante había entonces 430 pesos de dinero, en tanto que hoy la cantidad ha subido a 2.870 pesos. El aumento de dinero por habitante resulta así de 500% en los últimos 10 años, mientras que la producción del país, también por habitante sólo ha crecido en 3,0% en todo ese periodo. Aquí está la razón principal del alza de precios, por esta creación exuberante de dinero se ha aumentado en 500%, la demanda de bienes, mientras que los bienes disponibles solamente se acrecentaron en 3,5% por cada habitante».
En esta confesión de parte está precisamente el argumento en que se afirman después todos los sofismas del resto del informe. Por eso, destruyendo esto, no consideraremos más del rosario de disparates que este informe contiene.
Comencemos por decir que lo transcripto es todo mentira, porque en este momento, uno de los países del mundo menos inflacionario es precisamente la Argentina. En todos los países del mundo, en que conozco sus datos, la vida es tres veces más cara que en la Argentina. De modo que si ellos miden la inflación por el circulante, demuestran no saber lo que dicen, desde que la realidad comprueba lo contrario.
Lo que ocurre es que estos técnicos viven aún con Adam Smith, en el siglo pasado. Aferrados a métodos y sistemas anacrónicos para una economía totalmente distorsionada por numerosos factores nuevos y originales. Ellos son todavía hijos de la «receta», que aplican rutinariamente a todos los casos, venga o no venga bien. Si la economía pudiera manejarse con sistemas, ser economista sería una cosa muy fácil. Cada caso y problema concreto de la economía moderna requiere una solución distinta y también concreta.
Comencemos por decir que los 7.800 millones de pesos circulantes hace diez años, cuando un dólar valía tres pesos, corresponden a una cantidad mayor que los 54.800 millones de pesos del actual circulante, cuando un dólar vale treinta pesos. De ello se infiere que todos los cálculos porcentuales que el informe contiene son falsos en lo relativo a una comparación de valor adquisitivo, como también en todo lo referente a precios y salarios o sueldos. Por eso se equivocan los que pretenden conocer la situación argentina por los papeles. Esa realidad hay que compulsarla en la calle y en los hogares si no se quiere afirmar, como en este caso, un soberano disparate.
Conocemos bien los trucos de la economía capitalista, uno de los cuales es la moneda cara. Le dicen al pueblo: es necesaria no emitir, así tenemos una moneda fuerte. Con un peso usted podrá comprar para vivir una semana, pero lo que no le dicen es que para agarrar ese peso tienen que correr un mes detrás de él. Sin poder de acceso al dinero, ¿De qué puede servir su valor? Eso mismo lo dicen todos los obreros argentinos hoy: «Antes cuando el peso valían mucho no teníamos ni 10 centavos para comer; hoy que vale poco, a ninguno de nosotros le faltan 100 pesos en la cartera». Eso es lo que no se puede ver en los archivos del Banco Central, ni en los papeles que compulsan los técnicos unilaterales que no ven sino los números, como si el pueblo fuera para la economía y no la economía para los pueblos.
El régimen justicialista posee una teoría económica propia, en la que el capital está al servicio de la economía y ésta al del bienestar social. El principio edénico de la economía pura del siglo pasado, no tiene aplicación en la economía social de este siglo. Eso es lo que no han comprendido estos técnicos ignorantes de mala fe. Los generales de la dictadura, que no tienen ni noticias de estas cosas, resolverán como digan los técnicos unilaterales: ¡Así les irá tan bien!
Los técnicos miden la inflación por el circulante, porque para ellos la economía depende del capital. Nosotros medimos la inflación por el costo de la vida, porque para nosotros lo fundamental es el bienestar social, al que está subordinado la economía y el capital.
Cuando se produjo la revolución, el costo de la vida hacía cinco años que estaba prácticamente estabilizado mediante el control de precios y los convenios colectivos de trabajo. En esta forma la espiral inflacionaria fue detenida la República Argentina, en tanto continuaba su desarrollo en los demás países. Por esta razón hoy nuestros precios son los más bajos del mundo y nuestra vida la más barata. De ello que el nivel de vida del trabajador argentino sea de los mejores del mundo en la actualidad aunque, con las medidas que están tomando estos «libertadores», no pasará mucho tiempo sin que nuestros obreros vuelvan a la economía de miseria de 1943 y reciban como entonces salarios de hambre.
Cuando dice el informe: al «Aquí está la razón principal del alza de precios, por esa creación exuberante de dinero se ha aumentado en 500% la demanda de bienes, mientras que los bienes disponibles solamente se acrecentaron en 3,5% por cada habitante». Este señor se ha olvidado que el valor adquisitivo ha variado hace diez años en el peso argentino en una proporción diez veces mayor, y que el control de precios de artículos esenciales no ha permitido la especulación. De modo que este argumento es falso, porque comparar el peso de 1945 con el de 1955, sería algo así como parangonar a la Reina Victoria con Gina Lollobrígida. Y pensar en la oferta y la demanda o la especulación cuando hay control de precios, es como compulsar lo que hubo de haber habido.
Evidentemente, el autor de este informe es un sofista o un ignorante, o bien ambas cosas a la vez. Para demostrarlo, ha deseado comentar algunos aspectos en los que se evidencia esa ignorancia y mala fe. Todo el resto se reduce a barajar datos y números insidiosamente combinados, para hacer aparecer una mala situación, que sólo existe en la mala intención del que preparó este informe con antojadizas afirmaciones, y en la ingenua y perversa incomprensión de la dictadura.
Se han preparado tres informes diferentes: uno para el exterior, en el que se alteraron las cifras, aumentándolas hasta en 500 millones de dólares algunas de ellas y desvirtuando o tergiversando las partidas o rubros; otro para el país, que leyó por cadena radiofónica el señor Lonardi, en el cual se hacen afirmaciones falsas y temerarias sin ningún fundamento; otros el informe presentado al gobierno por Prebisch, que, a pesar de su mala fe, como tiene que dar números, ni puede mentir sino en los aspectos subjetivos. Comparados entre sí, estos tres informes son diferentes: el primero para engañar al mundo a través de la UP., el segundo para confundir al país a través del señor Lonardi, y el tercero, para servir a los obscuros designios de la dictadura.
Esta es la moral que evidencian estos mistificadores. Por eso no deseo seguir comentando estos informes. Con lo evidenciado es suficiente para juzgar objetivamente la irresponsabilidad de la dictadura y de los técnicos a su servicio.
Terminado este capítulo, la Agencia Internacional News Service (INS) con fecha 14 de noviembre comunica: «La casa de gobierno (de Buenos Aires) informó a la prensa que el doctor Raúl Prebisch, economista de reconocimiento internacional, ha negado ser el autor del plan financiero-económico que le atribuyera Lonardi, Prebisch dijo que él se concretó simplemente a someter un plan a Lonardi, junto con algunas recomendaciones».
Es lamentable que este técnico reaccione recién veinte días después que el señor Lonardi leyera sus numerosos disparates por la radio y precisamente al día siguiente que Lonardi fue arrojado de la Casa de Gobierno por sus camaradas revolucionarios. Nos imaginamos que el señor Prebisch podrá ser mejor técnico que caballero.
6. El informe de Buenos Aires El diario «El Líder», último reducto de la prensa libre en Buenos Aires, hoy ya clausurado e «intervenido» por la dictadura, publicó una serie de editoriales de los cuales he tomado cuatro, que agrego para que el lector vea con sus propios ojos y aprecie cómo piensa el pueblo sobre este famoso informe:
«Esto ya parece cosa de magia negra…» Ya ha sido anunciada y tendrá formas legales cuando ésta casi póstuma nota se publique, la primera y fenomenal concreción desprendida del informe del doctor Prebisch, a quien alguien ha ungido con el óleo mágico de la infalibilidad, puesto que sus supuestas sobrenaturales aptitudes, sin visible contralor ni pública discusión, se le ha confiado ciegamente el futuro del país en condiciones tales de impunidad y de irresponsabilidad que no se le hallará parangón ni antecedente en la historia de país civilizado alguno.
Este excepcional economista, cuya misión primordial -según se proclamaba- era la de contener la inflación, cuya característica más relevante y dañosa es la desvalorización de la moneda, ha iniciado su cometido desvalorizándola a casi la mitad de su promedio anterior.
El dólar, que al importador le costaba cinco, siete cincuenta o quince pesos, según el grado de prioridad de la mercadería que iba a importar, prioridad preestablecida de acuerdo a un plan de las necesidades vitales e industriales de la nación, costará, uniformemente, dieciocho pesos. Su consecuencia directa será un alza inmediata del costo de la vida. Sino se aumentan los sueldos y salarios, el nivel de vida argentino descenderá, y eso es justamente el propósito desembozadamente expuesto en la segunda parte del informe.
La lógica, simple y mortífera como una bala, es la siguiente: Hay un déficit en el «balance de pagos», lo cual no es cierto, porque el único balance de pagos negativo es el inventado por el doctor Prebisch para el aún inconcluso año de 1955. Para enjugar ese déficit y los anteriores-que en su mayor parte no son exigibles por ser de pago diferido-es urgentísimo aumentar la exportación. Para aumentar la exportación es preciso estimular la producción agropecuaria. Para estimular la producción agropecuaria, la ganadería ante todo, hay que mejorar los precios internos. Para mejorar los precios internos, conservando o disminuyendo los precios externos, no hay otra solución que desvalorizar la moneda.
Esto acarreará un alza del costo de la vida, pero los salarios no deben ser modificados, salvo para los muy depauperizados, porque de otra manera mantendrían su alto consumo y la exportación -de carne sobre todo- no se incrementaría en la medida deseada. En una palabra: comamos menos y gastemos menos, para que los extranjeros puedan comer y gastar más.
El doctor Prebisch usa otro lenguaje, no técnico sino anfibológico, en que la aristas tajantes están finamente limadas. «Las medidas inmediatas son apremiantes. En primer lugar, hay que dar un fuerte incentivo a la producción agropecuaria, elevando apreciablemente los precios, mediante el desplazamiento de los tipos de cambio». «Por supuesto que tendrán que subir los precios de los artículos importados». «El alza de los precios internos tiene, pues, que ocurrir en una forma o en otra… incluso algunas de consumo popular». «Si para compensar los efectos de esta alza de precios y de la que sobrevendrá a raíz del desplazamiento de los tipos de cambio, se hicieran aumentos masivos de sueldos y salarios, no tardarían en ocurrir nuevas elevaciones de precios» y se caería en la errónea orientación económica que la Argentina ha seguido hasta ahora, en la que «ha sacrificado a la producción para favorecer el consumo». ¡Fenómeno!
En el empobrecimiento colectivo que planifica el doctor Prebisch van hermanados los asalariados y los rentistas. «En este sacrificio tienen que participar precisa y activamente los grupos de altos ingresos», y también ‘desaparecerán’ los beneficios que la inflación ha provocado». Es necesario que también en esta emergencia contribuya al resto de las categorías de altos ingresos que derivan sus entradas de actividades económicas normales», para lo cual recomienda «la elevación del impuesto sobre aquella parte del rédito que se dedica al consumo por encima de ciertos niveles».
Como esta parte del plan Prebisch ha tenido un tan fulmíneo comienzo ejecutivo, tenemos que santiguarnos con apuros en los otros temas, porque estos no son refucilos, sino rayó los de veras.
En materia de energía eléctrica nos reprocha su insuficiencia y nuestra falta de previsión. Pero no le echa la culpa a la CADE ni a la y Italo, sino a la falta de rapidez en terminar las conexiones de la superusina de San Nicolás, que el estado argentino está terminando de construir. Con referencia al petróleo, nos aconseja incrementar la producción por nuestra propia cuenta y dice que «en lo que atañe a los recursos que moneda nacional que requerirán las inversiones petroleras, podrían cubrirse con la venta de ciertas empresas comerciales e industriales que el estado ha creado o tomado en sus manos y que podrían pasar a manos privadas, pues no hay ningún interés colectivo que aconseje mantenerlas en explotación oficial. Pero si lo hay en el caso del petróleo por razones obvias».
Problema irresoluble casi es inducir la índole de las razones a las que el doctor Prebisch llama «obvias». No es la simple tendencia de la propiedad petrolera en la órbita nacional, porque en materia de ferrocarriles-que con respecto al patrimonio nacional son tan importantes como el petróleo-el doctor Prebisch nos reprocha los fondos invertidos en la nacionalización casi como un despilfarro punible. «Después de la guerra podría presentarse la oportunidad de resolver mundo la ineficiencia impresionante de la gestión oficial» en materia ferroviaria, dice: «que una parte considerable de los recursos de oro y divisas acumuladas durante la guerra… se dedicó a repatriar inversiones extranjeras de capital ya existentes en el país en vez de emplearlos en su acrecentamiento». Es evidente que el gobierno argentino no le hubiera sido posible acrecentar las inversiones extranjeras si no asociándose a ellas en sociedades mixtas. Y en ese punto el doctor Prebisch concuerda con aquellas recomendaciones que en nota del 11 de febrero de 1943, haciéndose eco de los deseos de sir Montague Eddy, nuestro embajador en Londres, doctor Miguel Ángel Cárcano, formulaba en los siguientes y bien rotundos términos: «después de la guerra podría presentarse la oportunidad de resolver este intrincado asunto, sometiendo al gobierno argentino un plan de comunicaciones aéreas, ferrocarrileras y automotores que transformara en una gran empresa de transportes generales a las actuales compañías, incorporando al gobierno argentino como asociados en una gran empresa mixta».
Como la empresa de sir Montague Eddy y el doctor Miguel Ángel Cárcano se parece horriblemente a la actual Empresa Nacional de Transportes , organizada como una sociedad privada, con un directorio de gerentes y que sin embargo se maneja con «una ineficiencias impresionantes», no se ha dado en temer en que el día menos pensado amanezcamos atónitos con la noticia de que la «ineficacia impresionante» ha sido corregida -como súbitamente fue corregido el valor del peso- con la intervención de algunos distinguidos caballeros que representan a los aportadores futuros del material que permitirá enaltecer los transportes hasta hacerlos dignos de esta paciente nación.
Y el temor está dentro de cierta lógica, porque en esta tenebrosa oscuridad en que germinan de pronto súbitas, terroríficas e inesperadas apariciones, nos parece estar bajo el agobio opresor de una pesadilla en que nos alucina la presencia de un superhombre que sin esfuerzo visible arrasa los hombres, los hechos y las cosas que nos eran más queridas y que la parálisis de la pesadilla nos impiden defender. ¡Pero si es cosa de no creerlo!
«El gato es mal guardián de las sardinas» En el centro de la tromba desencadenada contra los hombres providenciales, la orquestación periodística ha creado súbitamente en el árido terreno de la economía y de la finanzas un nuevo hombre providencial. La dosificada expectativa con que se prolonga el informe del doctor Raúl Prebisch y que tiende a darle de antemano el carácter de cosa juzgada y definitiva, concuerda con los elogios que a su idoneidad prodigan los generalmente mesurados periódicos británicos como un anticipo -suponen los desconfiados- de los encomios que para ellos merecerá el informe, sus conclusiones públicas y su recomendaciones reservadas.
Hay hombres que alcanzan el a veces venturoso y a veces halago privilegio de caracterizar una época y determinar una orientación con su nombre. El doctor Raúl Prebisch comparte ese destino con el doctor Federico Pinedo. Él empuñaba el centro del comando en la gerencia del Banco Central durante el desarrollo de esa tragedia nacional ocurrida en el decenio 1930-1940, en que la inteligencia política británica nos hundió sin contemplaciones en la ciénaga sin horizontes de una factoría, con una red de leyes consecutivas complementarias y coincidentes en su objetivo de cercenar las posibilidades argentinas de autonomía y orientar las subsistencias en el mejor servicio de las conveniencias británicas.
No retaceamos los méritos técnicos, ni la amplitud de conocimientos ni la ductilidad de inteligencia del autor de la «Introducción a Keynes», que en conjunto hacen de él un técnico de primer orden. Pero el gato es mal guardián de las sardinas por más ágil y de buena raza que sea el gato. La técnica es en sí misma tan inoperante, anodina y falta de misterio como el revólver sin balas que está en exhibición en la vidriera del armero. La técnica es un arma de la política y el problema es saber lo antes posible quién va a empuñar el arma y a quién se va a apuntar. Desde un punto de vista nacional -y aún personal- es, creo, preferible el rudimentario cañón que nos defiende a la más perfecta arma dirigida por radar en contra nuestra.
Asimismo aún estoy atónito a la prodigiosa tentativa de extirpar veinte años enteros de la historia universal. Es un vuelco de tierra arada, 1935 y sus hombres, se superponen a 1955 y sus realidades. La vida larval que estaba debajo de la gleba y repta en la superficie que iba cubriendo la tierna pero promisoria lozanía de la hierba y de las esperanzas nuevas.
Y puesto que de retornar a 1935 se trata, encontramos en aquellos lejanos años en que todos los órganos de difusión y publicidad gozaban de la más amplia libertad de prensa para silenciar las opiniones y reclamos que se oponían a la paulatina implantación de estatuto legal del coloniaje, tuvimos el honor de encontrar en el senador y actual embajador, doctor Alfredo L. Palacios, el auspicio de su valor cívico y de su patriótica vocación. En desesperada, cuanto inútil oposición a la Ley de Coordinación de Transportes en el Senado de la Nación en septiembre de 1936, el doctor Palacios emitió unos conceptos que resultaron -y mucho tememos que puedan volver a resultar-, proféticos. Dijo el doctor Palacios: «Basta inclinarse un momento sobre un mapamundi para observar que de las cuatro rutas marinas que para abastecerse cuenta Gran Bretaña: la ruta a las Indias por el Mediterráneo, la ruta a las Indias por el Cabo, la ruta a las Antillas y la ruta al Río de la Plata, la única que no está amenazada por bases de potencias rivales ni interferida por otras zonas de influencia, y por eso Gran Bretaña quiere asegurarse las llaves de esa fuente insuperable de abastecimiento que es la República Argentina, aunque para ello deba destruir todas las energías nacientes y desintegrar las correlaciones de los diferentes intereses en que una verdadera nación se fundamenta. La coordinación de los transportes será seguida por una coordinación eléctrica y por una coordinación del petróleo, así como fue procedida por una coordinación de los cambios y del manejo del crédito, de la moneda y del comercio exterior».
Todo aquel agorero vaticinio que el doctor Alfredo Palacios se atrevió a formular en el recinto del Senado se cumplió con rapidez, descaro e impudicia. La coordinación eléctrica se denominó «Prórroga de las concesiones de la CADE y de CIADE”, la coordinación de los cambios, del crédito, de la moneda y del comercio exterior e interior se llamaba “Banco Central».
El conjunto de facultades, autorizaciones, delegaciones que constituyen el cuerpo legal del Banco Central convierte a esta institución en el regulador omnímodo incontrarrestable de casi toda la vida económica de la Nación. Maniobrando con los tipos de cambio, con los permisos de importación y exportación, con el acuerdo de divisas, con el redescuento, con las autorizaciones o restricciones de créditos, desde la cómoda indivisibilidad de la minucia burocrática, fragmentada en centenares de formularios, planillas y declaraciones, se puede incrementar o reprimir el comercio con cualquier nación extranjera, crear, estipular o extirpar cualquier industria, ayudar a zonas determinadas del territorio nacional o ahogarlas, habilitar o descapitalizar a determinadas actividades, fomentar la construcción o reprimirla, activar una rama del comercio o desanimarla, difundir un tipo de cultivo o hacerlo desaparecer. En una palabra, la estructura jurídica legal denominada Banco Central posee atributos que contrarían abiertamente a la constitución de una nación democrática y le permiten el manejo integral de toda su vida económica.
Esta institución de índole casi diabólica fue impuesta entre nosotros por Sir Otto Niemeyer, con el patrocinio del doctor Federico Pinedo. Su implantación en nuestro medio, ya muy corto de posibilidades, neutralizaba toda competencia, intromisión o interferencia extranjera que pudieran debilitar o amenazar el predominio británico siempre que fuese manejado por un hombre de cuya absoluta y total lealtad no pudiese caber la menor duda. Ese hombre fue el doctor Raúl Prebisch.
Lo que ocurrió después ya no puede ser historiado porque la voluntad central se disgrega en miles de expedientes, resoluciones e instrucciones, pero no es difícil ni exagerado concluir que gran parte de la causa del desánimo, chatura y desaliento que caracterizó la vida económica argentina y la extraordinaria expansión de la preponderancia británica que en conjunto caracterizaban ese período, tuvieron su origen en el Banco Central, en el que era factótum indiscutido por su capacidad técnica y su brillante inteligencia el doctor Raúl Prebisch.
Cuando el vendaval horrorísimo de la guerra asoló los campos y las ciudades de la vieja Europa, el Banco Central de la República Argentina arguyó medios para mantener en su plenitud la actividad productora de los abastecimientos que Gran Bretaña requería para subsistir y para luchar, liberándola de la preocupación subalterna de pagarnos, organizando al mismo tiempo una industria casera capaz de sustituir las mercaderías tradicionalmente británicas que Gran Bretaña no podía transitoriamente proveer. Y así como antes el mecanismo esotérico del Banco Central había mostrado su capacidad de sujeción, en esta emergencia desplegó una no menos extraordinaria aptitud de creación y aprovechamiento de las energías autóctonas.
Después vinieron los oscuros días en que Gran Bretaña acorralada debió recurrir a sus reservas de valor, inventiva, y de riquezas acumuladas. Asentadas en sus resistencias y en su aparente declinación y agotamiento, dos nuevos e inmensos imperios surgen sobre las ruinas de la desolada Europa. El instrumental humano que Gran Bretaña utiliza en los países subordinados comienza a indisciplinarse, a desbandarse y a desertar. «Gran Bretaña empobrecida no volverá a ser en la postguerra el gran comprador tradicional», Declara el doctor Federico Pinedo en un resonante discurso en que aconseja el ingreso de la economía argentina a la órbita rutilante del dólar americano.
Pero los observadores verdaderamente perspicaces saben que el cimiento de la grandeza británica no ha sido el oro ni el acero, sino su inteligencia política de excepcional amplitud imaginativa y sorprendente audacia ejecutiva, y esa inteligencia ha permanecido incólume y más bien fortalecida, afinada y perfeccionada en la imperiosa necesidad de reconstruirse. Percibir a tiempo este fenómeno directriz de los acontecimientos mundiales fue, suponemos, el fundamento de la invariable consecuencia demostrada por el doctor Prebisch en la emergencia.
Merecidamente, su perspicacia lo elevó del perímetro lugareño al ámbito continental. Como miembro conspicuo y decisivo de la CEPAL ingresó a una jerarquía de alcances y repercusiones mundiales, cuya función primordial fue la de precautelar las endebles economías de los países latinoamericanos, noble misión que impidió subsidiariamente, quizás, que el ímpetu expansivo del capitalismo norteamericano arrollara y absorbiera a las desguarnecidas, inermes y ávidas repúblicas sudamericanas, cuya tutela virtual y cuya explotación real, Gran Bretaña parece haberse heredado de la madre España como justo premio de su ayuda en la manumisión.
Este planteo duro y realista que aquí formulamos no pretende en manera alguna retacear la probidad ni la idoneidad ni el patriotismo de nadie. Pero el hombre político vale por lo que representa y por lo que en él se conjuga, no por lo que en sí mismo es. Por otra parte, los indicios augurales no son por cierto auspiciosos. La táctica es la del general vencedor. Sus allegados y discípulos se ubican en los puntos estratégicos y neurálgicos de la economía y de la finanzas, en un despliegue impresionante. El haber sido su colaborador en las horas iniciales del Banco Central es la ejecutoría más blasonada de los nuevos jerarcas.
Retroceder veinte años en la consideración de los asuntos públicos no es, por cierto, perspectiva que incite al optimismo. Gran Bretaña proyectaba entonces estructurar una inmensa sociedad mixta con los transportes argentinos, con petróleo, la electricidad, cada una con organización y fisonomías similares, pero distintas en su presentación. Pretextos para reactualizarlos no faltan jamás en la bolsa del ingenio de los buenos argumentadores y un estado de falencia virtual o posible o verdadero no está fuera de las posibilidades ejecutivas. La fábula del lobo y el cordero encierra una verdad que resiste hasta la amenaza de la desintegración atómica. Si el lobo hubiera sido un técnico einsteniano, hubiera podido argüir: «Te devoró porque la masa no es más que energía multiplicada por la velocidad de la luz elevada al cuadro». Hace veinte años no existía la bomba atómica, pero existían los mismos lobos y los mismos corderos.
Sentimos el resonar del taconeo que avanza a ocupar las posiciones recuperadas y lo mismo que hace veinte años no tenemos que oponer nada más que nuestra desinteresada prevención. Sabemos hasta qué punto es letal del tema, pero no nos permitimos arredrarnos, porque sabemos que de todas maneras el futuro será nuestro. Mientras tanto saludamos al vencedor. «Ave César, Moritorum te solutan«.
Señor Presidente: No firme usted nada Excmo. Señor Presidente Provisional de la República Argentina, General don Eduardo Lonardi: desde el fondo de mi angustia ciudadana, alentado por la envergadura de la operación que solapadamente se plantea en contra del destino nacional, saltando sobre los infinitos escalafones que separan mi humildad y su jerarquía, me dirijo sin protocolo a esa parte de su personalidad que se hizo presente en la plena embriaguez del triunfo, cuando con lúcida conciencia de su responsabilidad supo atemperar enérgicamente la inercia excesiva del combate imponiendo una consigna de resonancias fraternales. «Ni vencedores ni vencidos», ordenó usted para demostrar que sobre el fragor de la lucha continuaba flameando la misma bandera en que todos, réprobos y elegidos, y todos los tiempos, presente y futuro, están comprendidos. Me dirijo a esa parte de la personalidad-hoy un poco desvaída en el tumulto cotidiano por la sombra de los que van pasando- que ordenó el desfile de los vencedores en honor de los vencidos, quizá para que no se olvidara que el valor de ambos bandos y sus encontradas convicciones no eran sino el anverso y reverso de un valor y de un destino común.
Se ha dirigido usted al pueblo de la República en un mensaje henchido de conceptos pesimistas, en que usted ha hecho suyas consideraciones y cifras que en conjunto procuran dar una idea catastrófica del estado económico y financiero de la República y que para ese preconcebido propósito han sido preparadas-consideraciones y cifras- por una públicamente anónima comisión de técnicos, disciplinados por la inteligencia recién desembarcada del doctor Raúl Prebisch.
El estado económico financiero de la República no es el que ingenuamente puede deducirse del «informe», hábilmente preparado para desconcertar, descorazonar e inducir a conclusiones tan alejadas de la verdadera realidad como el trenzado de cifras y conceptos con que se procura alcanzar el objetivo final. Para el ducho a leer, esto es un informe hecho al revés, en que el propósito es anterior a la documentación y las cifras sólo son un sofisma aritmético en que los legos se alucinan. Conozco esa manera de operar porque soy un viejo descifrador de balances y memorias ferroviarias, con los que las empresas, con el pretexto de rendir cuenta, emitían argumentos para futuras expoliaciones tarifarias.
El señor Presidente no debe olvidar que casi todos los técnicos que intervinieron con el aporte de datos, son los mismos que pusieron su técnica el servicio de la orientación económica que nos ha conducido a esta encrucijada. Y también indispensable percibir que aquí no se trata de desconceptuar al régimen perimido del general Perón, sino de concertar un desesperado aspecto de falencia para apoyar en él una red de concesiones al extranjero disimuladas en la inocencia de sociedades mixtas de las más variada índole.
A tal punto es cierto lo que afirmo, que el «Informe», en su apuro de coleccionar números que revelen empobrecimiento, llega al colmo de inventar un «balance de pagos» para el año 1955, que aún no ha concluido. Ese imaginario «balance de pagos» del año 1955, es la única cifra negativa de los intercambios citados. Y la inventaron porque no había otra cifra negativa. En el correr de los días iremos disciplinando las cifras, reordenándolas y traduciéndolas al lenguaje de la realidad, para que se vea claramente que no es tan feo el cuco como quieren presentarlo. Los ojos se los han puesto donde debía estar la nariz. Eso es todo.
Pero la gravedad mayor del «Informe» es que en sus cifras han servido de base al mensaje del Sr. presidente y de esta manera se le ha hecho incurrir en gravísimos errores que tienen el agravante, para quien los elevó, de ser cifras imaginarias que quieren dejar sobreentendido que ha sido perniciosa la administración de los ferroviarios por los mismos argentinos, y que frente a la montaña de obligaciones y la ineptitud demostrada no hay otra puerta de escape que formar sociedades mixtas con los proveedores de material que, quizá, pudieran ser los ofertadores de material ferroviario británico, que casualmente están entre nosotros ahora
Dijo el señor Presidente: «El estado de los transportes es deplorable». Ese es indudablemente cierto, pero es menos deplorable que cuando fueron adquiridos en 1948, según lo demostraremos con los datos seleccionados por el Congreso Obrero Ferroviario del año pasado y las pocas estadísticas oficiales publicadas.
A renglón seguido, el señor Presidente dice: «La descapitalización alcanza vastas proporciones y sería necesario gastar 22.000 millones de pesos para renovar el material de tracción y de vías». Quien proporcionó esas cifras al Sr. Presidente incurrió en el delito de irreverencia y falta de respeto. Esas cifras, que ya fueron manoseadas por el ex diputado Nudelman, son el producto de una fantasía de algunos ingenieros dieron en soñar qué lindos serían los ferrocarriles si duplicáramos las vías de todos los accesos a la capital, si eliminamos todos los pasos a nivel, si renováramos todos los rieles y durmientes de manera de permitir a las vías soportar cargas y velocidades que ahora no soportan, y si adquiriéramos locomotoras capaces de correr a la velocidad y con la carga que esas vías podrían soportar… 11.700 millones para vías y obras, 9.000 millones en material rodante y de tracción, 2.300 millones en talleres… Esas cifras iban a servir de trampa parlamentaria, pero no significan de manera alguna «la descapitalización de los transportes». No son datos verdaderamente serios y fidedignos.
Tampoco se ajusta a la realidad el quebranto que se le ha hecho anunciar al señor Presidente, que dijo: «Hay un déficit de 3500 millones de pesos por año en el conjunto de los transportes administrados por el Estado». Evidentemente, se intentó abrumar al pobre auditor radiotelefónico con esa cifra, e infundir en su ánimo la imborrable impresión de que el Estado es un administrador pésimo y peligroso para el bolsillo del contribuyente. Y la verdad es absolutamente distinta. Ya el Congreso Obrero Ferroviario de 1954 demostró con cifras concluyentes, que el señor Presidente tiene la obligación de exigir a sus asesores, que jamás estuvieron los ferrocarriles tan ajustadamente administrados como lo han sido bajo la administración estadual, incluidos todos los despilfarros, abusos e inmoralidades que las comisiones investigadoras quieran descubrir.
Ya volveré a desenmadejar estas ringleras de números, pero mi propósito al dirigirme al señor Presidente y ofertarle estos ejemplos de la falacia que lo circunda, es demostrarle que tiene que ser extremadamente cauteloso y desconfiado de los prestigios que lo rodean, gran parte de los cuales han sido logrados al servicio de los intereses de la Patria. Y por eso, en súplica humilde, pero fervorosa, le pedimos que no firme nada definitivo que se deduzca de las informaciones, conclusiones y recomendaciones del «Informe», y menos aún si ellas no han sido publicadas y se mantienen en el nivel de la reserva. Acuerde tiempo suficiente para que el país despierte de su estupor y calcule la gravedad de lo que puede sobrevivir consecuencia de la impremeditación. Estamos rodeados de codicias aviesas que rondan a la espera de errores. No firme nada, señor Presidente, sin estar absoluta, total e indubitablemente seguro de que también en el campo de la economía y de la finanzas no hay vencedores ni vencidos. Porque el vencido pues ser el país».
«El obrero pagará la diferencia» Por resolución del Gobierno Provisional se ha procedido fundamentales reformas en materia monetaria, operando en las tasas de cambio. Con el nuevo sistema la República Argentina abandona el régimen cambiario para el comercio exterior. El objetivo aparente de la medida es el de mejorar la posición de los productos argentinos de exportación en el mercado internacional. La finalidad real, el resultado cierto, es un despojo en el valor de la moneda que habrá de repercutir en el valor del salario.
La técnica consiste en la siguiente: se han suprimido los distintos tipos de cambio, unificándose el precio del dólar, que se ha fijado en 18 pesos moneda argentina. Por vía de ello se ha reducido en más de la mitad el valor del peso en el mercado mundial. Cabe hacer notar que el sistema de las diferencias de cambio para las transacciones con el exterior, con tipos preferenciales para ciertos artículos, resulta de un largo proceso generalizado en el mundo hace más de dos décadas, como consecuencia, entre otros de los hechos trascendentales: el abandono del patrón oro por parte de Inglaterra, y la aguada crisis económico financiera que caracteriza ese período. Lo primero fue consecuencia de los segundo. Y el objetivo fue, también para los ingleses, el acrecentamiento de su comercio exterior. A lo cual respondieron los demás países con procedimientos parecidos.
Desde entonces acá han ocurrido muchas cosas. Incluso han variado la forma de tal procedimiento pero respetando siempre el método. Que en el fondo no es otra cosa que el manejo ágil del régimen aduanero. El tipo preferencial de cambio puede variar según las necesidades de cada momento y según sea la actividad que se trate de fomentar. Entre nosotros, al revés de Inglaterra, nació para defender la producción agropecuaria. Se sostiene ahora que se modifica radicalmente el régimen cambiario para facilitar la colocación de tales productos en el mercado exterior, estimulándose con ello a la intensificación del trabajo campesino y la consiguiente provisión de divisas para el país. Lo reputamos difícil por dos razones: la tendencia bajista en los precios agropecuarios se produce porque Estados Unidos de Norteamérica no tiene interés en mantenerlos, ya que posee saldos acumulados de varias campañas agrícolas. Hay allí 28 millones de toneladas de tipo que están gravitando en el mercado internacional. Si él cereal argentino baja de precio, nada impedirá a la poderosa nación hacer lo mismo, no obstante los convenios. Y si no, véase lo ocurrido con el Canadá, invadido por determinada mercadería japonesa pagada contenido norteamericana». Y en cuanto a las divisas, lo único que se conseguirá será vender el doble de trigo por la mitad de su valor.
La experiencia demuestra que este juego a la baja sobre el valor de la moneda, como igualmente la guerra de tarifas, del cual es sucedáneo, no facilita el intercambio ni la conquista de mercados, por el simple hecho de que los demás países pueden hacer lo mismo. Podrá computarse una ventaja inicial, especialmente para los países manufacturados, pero a poco andar la diferencia se conjura por la ley de las equivalencias. En el fondo, los únicos perjudicados son los colocados en el último grado de la escala económica -último en el orden actual de la economía, entiéndase- cuyo único patrimonio es el salario. Para evitarlo no queda otro recurso que un aumento compensatorio, en relación con la devaluación monetaria. Si tal principio rigiese, mediante el pago de salarios a otro, comprobaríamos que el procedimiento de la devaluación no seduciría a los economistas del capitalismo. Ya no sería solución. Y sería la mejor prueba de lo que decimos.
Fácil resulta explicar por qué. El precio es regulado en el mercado internacional por una medida estable de valor. En un tiempo esa función la cumplió el oro. Abandonado este como patrón monetario, esto es, como medida para relacionar el valor de las distintas monedas, esa tarea pasó a las monedas fuertes, convertidas así en divisas, en símbolos estables para medir los productos intercambiados. Una de esas divisas duras -tan dura como el oro, por la potencialidad del país de origen- es el dólar. por eso se la eligió preferentemente como índice para el pago de mercaderías en el comercio exterior.
Veamos un ejemplo: Una máquina agrícola tiene fijado su valor en 100 dólares. Si el dólar se pone a disposición del adquirente a 7.50 pesos moneda argentina, el comprador deberá entregar 750 pesos. Fijado el precio del dólar en 18 pesos, esa misma operación requiere 1.800 presos. no cabe duda que ese mayor precio incide en los costos de la producción. Repitiéndose el hecho en medicamentos, pongamos por caso, una droga que se podía comprar por 7,50 pesos conforme al cambio preferencial anteriormente vigente, ahora costará 18 pesos. Y así en todo. En síntesis, todo lo que se comparaba con dólares a 7,50 pesos se abonará de ahora en adelante a 18 pesos, de lo cual resulta un encarecimiento de las importaciones. De modo tal que si antes por una tonelada acero había que poner una tonelada de trigo, ahora hay que entregar por igual cantidad más del doble del cereal.
Esa diferencia alguien tiene que cargarla. Si los salarios quedan estacionarios, o no aumenta en la medida que se ha rebajado el valor de la moneda, es evidente que la carga recaería sobre las espaldas de los trabajadores. Porque el influir en el mercado interno de producción el precio de los materiales adquiridos en el extranjero con una moneda depreciada, aumentan los costos, se encarecen los artículos y se reduce el nivel de vida de las masas populares. Por eso hay que reclamar un aumento salarial equivalente a la baja experimentada por el peso».
III. MISCELANEA DE FALSEDADES Poner en evidencia todo el cúmulo de falsedades emergentes de la imaginación de estos simuladores sería un esfuerzo superior al objeto de este libro. Quien haya seguido los acápites anteriores habrá formado concepto de la veracidad de esta afirmación.
Nunca hemos sostenido nuestra infalibilidad. Hemos cometido errores como todo aquel que hace algo. Sobre un cinco por ciento, nuestros enemigos cargaron un noventa y cinco por ciento. Esa es la técnica de la calumnia.
Las organizaciones estudiantiles del continente han recibido un pseudo informe sobre la Universidad Argentina producido por la Federación Universitaria Argentina (F.U.A.).
Las Universidades Argentinas son autónomas y su administración y gobierno depende de los rectores y consejos. El gobierno tiene allí una función: suministrar los fondos.
En nuestro país la organización universitaria existente era la Confederación General Universitaria (C.G.U.) que agrupa en sus filas 120.000 estudiantes de las cinco universidades argentinas. Existía, además, la Federación Americana de Estudiantes (F.A.E.), filial de la anterior, que asociaba a los 15.000 latinoamericanos que cursan las distintas facultades de la Universidad de Buenos Aires.
La Federación Universitaria de Buenos Aires (F.U.B.A.), que luego se llamó Federación Universitaria Argentina (F.U.A.), dejó de funcionar hace ocho años y se ha reorganizado ahora con la dictadura militar, cuando las demás organizaciones estudiantiles fueron intervenidas por la dictadura. Está formada por elementos políticos y comunistas, de esos estudiantes que en la Argentina se denominan «crónicos» porque no terminan nunca sus estudios.
Por algo será que en la Universidad de Buenos Aires estudian 15.000 latinoamericanos y será precisamente porque allí no faltan garantías ni libertad, ni se persigue a los estudiantes. Si las organizaciones estudiantiles de América quieren saber la verdad deberán indagarla entre sus compatriotas residentes en Buenos Aires, y no entre los políticos que actúan en los ambientes universitarios.
Si algún estudiante, durante la rebelión, ha tenido algo que ver con la policía no ha sido por asuntos estudiantiles sino por delitos comunes o contravenciones como cualquier otro ciudadano. En épocas de revoluciones y conspiraciones, nadie que intervenga en ellas puede aducir impunidad para intervenir.
Las quejas de los «libertadores» porque algunos de sus compinches de conspiración y revolución estuvieron presos, me parecen simplemente ridículos. ¿No tienen ahora ellos más de 15.000 hombres y mujeres de nuestro movimiento en la cárcel sin que hayan cometido delito alguno? ¿No masacraron 400 muchachos y muchachas en la Alianza Nacionalista Libertadora, muchos de los cuales eran estudiantiles? ¿No han intervenido violentamente todas las organizaciones estudiantiles y detenido a sus dirigentes? ¿No han sacado de los cabellos a algunos profesores de la Universidad? Entonces, ¿de qué se quejan?
Pusieron el grito en el cielo cuando el Congreso, en uso de sus facultades legales y constitucionales expropió un diario sin dueño (véase el ‘caso de «La Prensa»‘) para venderlo a las correspondientes organizaciones sindicales. Ellos se incautaron por la fuerza de diez diarios y emisoras, ocupándolas con tropas e interviniéndolas con jefes y oficiales de las fuerzas armadas, después de detener al personal directivo de los mismos, en contra de la ley. Ahora resulta que las víctimas son ellos.
Se anuncia en estos días que, como ya lo había anunciado, «La Prensa» será entregada no sabemos a qué dueño, despojando a los obreros que la compraron de buena fe. Lo inaudito de este caso es no sólo el despojo a los trabajadores sino que se lo comete para entregar el diario a una empresa extranjera que lo usará contra el país. Los «libertadores» han cobrado ya, ahora deben cumplir.
El «sacrificio» cometido por nosotros de detener curas, que luego hicieron fuego como rebeldes contra las fuerzas del orden, no tiene perdon. En cambio ellos, acaban de detener a los mismos curas por igual delito, pero naturalmente, por la «libertad». No defiendo a los curas y creo que están bien presos, pero convengamos que cuando los detuvimos nosotros, también lo estaban. La sotana no es un elemento de impunidad para cometer delitos contra el orden y el Estado, pero que la ley sea pareja.
Nosotros cometimos el delito de dejar que los obreros se organizaran para la defensa de sus derechos e intereses profesionales, constituyendo una Central Obrera que era orgullo argentino tanto por su cantidad como por su calidad. Ellos en cambio tienen el mérito de destruirla, confiscarla y reemplazarla por algunos sindicatos comunistas, formados por cuatro o cinco dirigentes a sueldo y un sello.
Estos asaltantes y ladrones de los obreros argentinos, apoyados por las fuerzas obscuras de la reacción internacional, han de ser algún día desenmascarados ante los trabajadores del mundo, entonces de todas partes saldrán las lamentaciones, muchas de ellas por boca de los mismos tontos que hoy dan crédito a los envenenadores de la opinión.
Han criticado nuestra justicia constitucional y legal porque según afirman estaba influenciada por la política. Ellos la hacen mejor: Han dejado al margen a los jueces naturales provistos por la Constitución y la ley, constituyendo con jefes y oficiales de las fuerzas armadas una justicia «sui generis» encargada de juzgar a los funcionarios y legisladores, con la novedad jurídica que el Vicepresidente «de facto», pasa a ser algo así como un «presidente de corte», también «de facto». ¿Y la Corte Suprema de Justicia, los jueces federales y los jueces y Cámaras? Bien, gracias.
Nosotros fuimos arbitrarios e injustos porque separamos el servicio, mediante los juicios correspondientes por los tribunales militares, a los jefes y oficiales que atentaron contra las autoridades constituidas. Ellos en cambio, son justos y ecuánimes al arrojar del Ejército, la Armada y la Aeronáutica, sin proceso previo, a la totalidad de los generales, a la mitad de los jefes y gran cantidad de oficiales, por el delito de haber cumplido con su deber y defendido las autoridades constituidas.
Sería largo detallar las enormes contradicciones que la simulación y la falsedad tratan de disimular en los procedimientos de esa dictadura insidiosa y bruta. Sin embargo es tan enorme el cúmulo de ellas que un día u otro la opinión se persuadirá de la realidad. El tiempo suele ser en estos casos el mejor remedio.
IV. LA REACCION ANTISOCIAL El gobierno instaurado en Buenos Aires por la dictadura militar es de neto corte reaccionario. Basta conocer los hombres que componen el gabinete. Sin excepción son conservadores, clericales y «nacionalistas», vale decir del riñón de la oligarquía argentina.
Su primera y más profunda manifestación es su anti-obrerismo característico. Ellos, como cabales parásitos, no pueden aceptar que el trabajador argentino tenga otra participación en la comunidad que no sea el esfuerzo, la producción y el sacrificio. Se oponen sistemáticamente a considerar siquiera que el obrero tenga su representación legal en la vida de la Nación. Son contrarios a toda mejora social, y enemigos declarados de la posible capitalización del pueblo.
El informe económico que antes hemos comentado, lleno de afirmaciones temerarias y subjetividades deformantes, cargado de un pesimismo pernicioso y malintencionado, es un punto de apoyo para iniciar una política de limitaciones innecesarias, que impondrán al país sacrificios inútiles, en esfuerzos inoperantes. Como generalmente sucede en estos casos, los esfuerzos y los sacrificios recaerán en los trabajadores. Ellos deberán trabajar más y ganar menos. Renunciar a sus derechos y obedecer ciegamente los parásitos que pretenden gobernarlos.
Si esta dictadura militar fuera sincera y realmente considerada una situación económica difícil, antes de imponer sacrificios al pueblo, debería suprimir gran parte del Ejército, la Marina y la Aeronáutica, que insumen más del 30% del presupuesto de la Nación.
Estos son hombres de medidas indirectas y procedimientos insidiosos. Mediante subterfugios dirigidos a engañar a la opinión pública, tratan de someter al pueblo a sus designios e intenciones.
Comienzan manifestando que respetarán las conquistas obreras y provocan por decreto la desvalorización de la moneda. Con ello los trabajadores verán disminuir su poder adquisitivo en la misma medida que los precios aumentan. Con lo que, en poco tiempo, volverán a los salarios de hambre, frente a una nueva inflación intencionalmente provocada. Esto, en cuanto a los salarios.
La dictadura ha barrido con toda representación obrera en el Gobierno y en el Estado. El régimen justicialista consideraba un honor contar con dirigentes obreros en los ministerios, en el Congreso, en las provincias y en los municipios. Ellos representaban al pueblo en su más genuina expresión y garantizaban desde allí la defensa de los intereses de la clase trabajadora. Esa era su principal conquista de la que han sido totalmente despojados.
La garantía efectiva de la defensa de los intereses profesionales estaba afirmada en la organización sindical. La Confederación General del Trabajo con sus dos mil quinientos sindicatos y sus seis millones de trabajadores era el baluarte de la defensa de sus intereses.
La primera tarea de la dictadura estuvo dirigida a la destrucción de la Central Obrera. Para ello pretendió intervenirla pero desistió frente a la reacción de los dirigentes. Luego empleó el sistema indirecto de anarquizarla primero mediante el asalto a mano armada por bandas comunistas de los «Sindicatos Libres» inexistentes en nuestro país. Esta parodia dirigida y ejecutada por agentes de la dictadura militar en la que participaron oficiales y policías vestidos de civil, le dio ovación para «poner la mano» en algunos sindicatos, con lo cual provocaron la denuncia de una Comisión Directiva y consiguieron meter un «caballo de Troya» dentro de la organización. Luego vino la intervención lisa y llana, incautándose de los fondos y la administración de la Central Obrera. Inmediatamente se incautaron de «La Prensa», órgano de opinión de la clase trabajadora, continuando su obra devastadora en la organización sindical. Esta es otra demostración del respeto a las conquistas obreras que pretendieron estos simuladores y falsarios.
Reafirma esta afirmación el hecho de que ante varias amenazas de huelga por parte de la C.G.T., el gobierno ha cedido circunstancialmente, para luego tomar una actitud aparentemente contemplativa, pero en el fondo decididamente contraria a las conveniencias y aspiraciones de la Central Obrera.
Cualquiera que sea el rumbo que la dictadura siga y los cambios de hombres que los diversos incidentes puedan provocar, una cosa será siempre constante en su orientación: su anti-obrerismo. Tanto los conservadores como los curas y los militares, son anti-obreristas por antonomasia. Si alguna duda pudiera haber quedado, la revolución oligarco-clerical la ha despejado completamente. Tanto en la revolución misma como en la dictadura que le sucedió, los signos evidentes que se mostraron deben persuadir a los trabajadores argentinos que se encuentran frente a verdaderos enemigos.
Podemos anticipar algunas ideas sobre el método que emplearán en la dictadura para anular las conquistas obreras. En 1945, cuando desde la Secretaria de Trabajo y Previsión inicial una política social destinada a sacar a la clase trabajadora de la miseria y el dolor de la injusticia, mi principal preocupación fue el aumento de los salarios. Sin embargo debo confesar que poco pudo hacer efectivo en ese entonces debido a la existencia de grandes sectores de desocupados. Mientras hay desempleo, se licitan los trabajadores y el aumento de salarios es sólo una ilusión.
En 1946, con la aplicación del Primer Plan Quinquenal se alcanzó en seguida la plena ocupación, comenzaron a rematarse los obreros y los salarios subieron considerablemente. Fue entonces cuando se inicia la verdadera reforma social.
El aumento de salarios produjo enseguida un importante incremento en el poder adquisitivo de las masas populares y el consumo aumentó considerablemente en todos sus aspectos. Apareció también entonces la especulación, que fue frenada mediante el control de precios de los artículos de primera necesidad. La policía económica, mediante un trabajo activo y un proceder enérgico, congeló los precios, por lo menos de los artículos esenciales. Esto hizo que los comerciantes tratarán de obtener sus beneficios en el volumen de ventas y no en la especulación de los precios.
Con el incremento del consumo y las ventas se reactivó también la producción y la industrialización, completando así la reactivación integral de la economía en todas sus etapas de la producción, la transformación y la distribución.
Alcanzado lo anterior, los mismos obreros, mediante sus organizaciones sindicales, llegaron a la fijación de los salarios por medio de los convenios colectivos de trabajo de dos años de duración, al cabo de los cuales los sueldos y jornales reales eran reajustados de acuerdo con el incremento de los precios reales.
Así conseguimos frenar la inflación hacia el año 1954, desde cuando se ha estabilizado la vida popular argentina, en un equilibrio de precios y jornales que ningún otro país ha conseguido realizar. El elevado «standard» de vida alcanzado trajo la tranquilidad social y ésta permitió un trabajo continuado, sin conflictos, tan perjudicial como perniciosos a la economía.
Esto que costó tanto construir mediante la persuasión la organización puede ser destruida en poco tiempo por la dictadura militar. Primero, porque está decidida a hacerlo, y segundo, porque no entiende nada de equilibrio social. Ellos creen que es como en el cuartel, que todo anda mejor «a la baqueta» mediante la amenaza y el castigo.
Su primera medida de desvalorizar el peso por decreto, es el punto de partida para el desequilibrio. Disminuirán los salarios reales, aumentarán los precios, muchas industrias deberán cerrar, se detendrán las obras y se producirá una considerable desocupación. Entre las medidas peregrinas de la dictadura, una es especialmente importante: dejar sin efecto el segundo plan quinquenal. Esto aumentará el desempleo y los salarios comenzarán inmediatamente a bajar. Habrá huelga y conflictos, con lo que se agravará aún más la pérdida de valores económicos. Con todo ello, se llegara a una crisis, después de la cual será necesario empezar de nuevo.
Qué puede el país, en este orden de cosas, esperar de una dictadura militar que en dos meses ha tenido ya dos gobiernos, que no se ocupan más que promover intrigas y luchas entre ellos, que no entienden nada de lo que tienen entre manos y creen que el gobierno se hará solo, mientras ellos, ametralladora en mano, se dedican a encarcelar ciudadanos intervenir instituciones, amedrentar a la población y lanzar una tras otro manifiestos intrascendentes e inoperantes.
Entre tanto, los dirigentes políticos que los pilotean, de la famosa «Junta de Notables» (notables por los vividores), se ocupa de producir cada día un mayor caos en el campo político, pensando que «en río revuelto» ellos podrán obtener mejor pesca. V. LA POLITICA DE LA DICTADURA En el orden político, el objetivo de la dictadura es la destrucción del peronismo. Lonardi manifestó que su misión era «desperonizar el país». Establezcamos entonces que la función política que la dictadura se atribuye es destructiva y no constructiva.
Como neófitos en política suponen que poniendo presos a todos los dirigentes del Movimiento Justicialista, la masa peronista se les plegará y que les bastará poner algunos «tenientes interventores» para apoderarse de nuestras fuerzas.
Así como los políticos tratan de resolver todo con habilidad o con engaño, los militares lo arreglan todo con la fuerza. Por eso ellos sostienen que es necesario tener la fuerza de su política y subordinarse a seguir la política de su fuerza.
Mientras se sientan fuertes lo atropellaran todo, cuando se debiliten entrarán a tranzar. El poder es como la riqueza, para conservarla es menester no hacer derroche. Estos dictadores están derrochando su poder, poco tiempo pasará sin que lo pierdan. Esa será la Hora del Pueblo. Recién entonces comenzará la reconstrucción sobre los despojos que haya producido la dictadura militar que retornará a sus buques y a sus cuarteles desprestigiada, aborrecida y despreciada.
Ese ha sido siempre el final de estas dictaduras y éste no podrá ser una excepción. Vemos cómo está procediendo y, en consecuencia, podemos ya apreciar cómo se desarrollará y cuál será su epílogo.
Los partidos políticos, desde la «Comisión Asesora» como una bandada de buitres observa la presa que aún está en poder del león, que la cazó. Ellos ambicionan tanto la comida como temen y odian al león que la devora. Sin embargo tienen que esperar.
Esa legión de los que esperan, es el más abigarrado y heterogéneo conjunto que pueda darse: conservadores, demócratas, cristianos, radicales unionistas, intransigentes y sabatinistas, demócratas progresistas, socialistas y comunistas. Unidos formaron antes el contubernio que se llamó Unión Democrática. Ahora son competidores.
Entre tanto el movimiento justicialista está vetado por la dictadura. Si se piensa que este movimiento representa el 70% del electorado argentino se podrá deducir el aporte electoral que corresponderá a cada uno de los ocho partidos mencionados, como también podrá apreciarse el valor de la solución política auspiciada por la dictadura militar.
Las tendencias políticas más diversas juegan también su papel dentro del gobierno de la dictadura, lo que acelera el proceso de descomposición. La caída de Lonardi es consecuencia de la lucha de esas tendencias encontradas. Nacionalistas, católicos, liberales de tendencia democrática, merodeadores, oportunistas y aun peronistas ocultos, libran una batalla sórdida en el seno de la dictadura. Los militares manda, pero nadie obedece en el fondo. El caos avanza en lo político. La economía abandonada en manos de amanuenses se debilita día a día y el estado social se agita peligrosamente.
Capítulo V CONCLUSIONES I. LA SITUACIÓN Los capítulos anteriores fueron escritos antes de la primera crisis de la dictadura. Había previsto la expulsión de Lonardi, aunque no imaginé que sería tan pronto.
Cayó aplastado por el peso de su propia ineptitud, impulsado por los hombres de su propio gabinete y traicionado por las ambiciones de sus compañeros de aventura. Es lo natural en esta clase de gobiernos espurios. En ellos cada uno es un enemigo oculto de los demás, en medio de intenciones contradictorias y ambiciones contrapuestas. El menor error, a veces la menor vacilación, son utilizados para desplazar.
Estos hombres que han demostrado un grado de perversidad inconcebible con los peronistas, no serán menos malvados con los suyos. Ahora comienza el momento del reparto, la hora en que los bandidos suelen pelear entre ellos.
El primer episodio ha terminado. Fue a base de una obscura intriga con muchas pistolas, ametralladoras y muchos tenientes. Culminó con un nuevo gobierno, ni mejor ni peor que el otro. Así se seguirán sucediendo tras cada nueva fase de mezquindad y ambición. La dictadura militar tiene su técnica y su destino, aplicará la primera y no escapará al segundo.
Este nuevo gobierno seguirá enfrentando al peronismo, luchará con la C.G.T., se defenderá contra sus allegados, maniobrará con los políticos de la Junta Consultiva. Entre tanto, el país sin gobierno seguirá la deriva. Los nuevos ministros, inexpertos e indecisos, poco podrán hacer. La economía seguirá cayendo. Los técnicos ayudaran a ello. El orden social se anarquizará y las consecuencias ya parecen vislumbrarse. Con un hombre atemperado puede prolongarse, con uno violento acelerarse. Todo depende de que cuando Rojas toma el poder.
El apoyo político a la dictadura estuvo dado por los partidos que durante diez años se opusieron sin éxito al peronismo unidos en el contubernio que se llamó la » Unión Democrática». Sus dirigentes más conspicuos forman hoy la Junta Consultiva, algo así como un consejo áulico de la política.
Los conservadores con el nombre de Partido Demócrata Nacional, constituyen el sector reaccionario. La acción destructora del tiempo ha terminado con sus viejos dirigentes. Otro sin mayor arraigo los han reemplazado. Su aporte electoral es mínimo.
Los radicales muy divididos y peleados entre sí, representa la tendencia liberal un tanto declamatoria e inorgánica. Con todo, es el partido opositor con mayor arraigo, especialmente en la clase media.
Los demócratas progresistas, restos de un partido abortado y en franca decadencia. Su aporte electoral microscópico.
Los socialistas, antiguo partido popular, dirigido por viejos aburguesados, perdieron el apoyo popular de la clase trabajadora. Sus dirigentes octogenarios no son una promesa de recuperación.
Los comunistas, como en todas partes, constituyen una agrupación activa en la clase trabajadora. La dictadura, con los «sindicatos libres» (léase «comunistas»), realiza un juego peligroso para luchar con la C.G.T.. Los comunistas, excelentes «pescadores en río revuelto», pueden sacar, de este error de la dictadura, un gran provecho.
El clero, toma también parte activa mediante el «Partido Demócrata Cristiano», ordenado por Roma. Se forma a base de la Acción Católica Argentina, manejada por el cura Tato y los Nacionalistas clericales dirigidos por Mario Amadeo. El general Lonardi es hombre de esta agrupación. Su expulsión obedece a eso, la dirigió Rojas con la Junta Consultiva y los marinos y militares. El general Bengoa había sido antes eliminado por los clericales.
Los hombres que deciden en la dictadura son solamente los militares y los marinos. La expulsión de Bengoa fue obra de Lonardi y el grupo clerical, la de éste y su grupo fue obra de Rojas. Aramburu es sólo una transacción al Ejército. La «eminencia detrás del trono» es Isaac Rojas. Su enorme impopularidad no le ha permitido aún intentar «el salto». Sin embargo, los ministros militares controlan a Aramburu. Un gobierno controlado por éstos significa estar manejado por Rojas. El problema se planteará tarde o temprano entre el Ejército y la Marina. Será el principio del fin.
Cada día se desdobla más el heterogéneo conglomerado revolucionario. La pugna hace que cada día surjan nuevos enemigos de la dictadura. Ellos siguen encarcelando dirigentes, pero llegará un momento en que deban decidir. Ese será el «punto crítico».
Estos son los personajes y la tragedia. Su papel surge de los acontecimientos mismos. Hay que considerar que frente a los revolucionarios está una enorme masa que los repudia: el Movimiento Peronista y la Confederación General del Trabajo que, unidos se aproximan a los siete millones de personas. El partido Peronista, con todos sus dirigentes presos (unas 15.000 personas), ha «desensillado hasta que aclare». La C.G.T. en plena lucha contra la dictadura ha comenzado su resistencia pasiva con el «trabajo a desgano» y el «sabotaje individual» alternando con huelgas y perturbaciones sociales. A las armas de la fuerza, el pueblo opone sus armas.
II. EL JUSTICIALISMO El Movimiento Justicialista que durante diez años consecutivos ha influenciado profundamente la vida argentina, no es un simple partido político como algunos creen. Es todo un movimiento doctrinario nacional que levantando las banderas de la justicia social, la independencia económica y la soberanía política, ha creado un orden orgánico, estructural y funcional, mediante una profunda reforma integral que ha cambiado la vida argentina, dándole características propias y originales.
Diez años de intensa prédica y de constante superación ha persuadido a la clase trabajadora de su conveniencia y de los beneficios que su aplicación ha acarreado al pueblo humilde de la República.
Su doctrina, inspirada en las aspiraciones populares, ha sido inculcada profundamente en la masa. Sus dirigentes han recibido, asimismo, una gran capacitación técnica, política y doctrinaria.
Los sistemas, económicos y sociales propugnados por nuestra doctrina han conformado un sistema de vida y un módulo de acción. Nadie que no sea justicialista y aplique la doctrina podrá manejar al país sin enormes inconvenientes. Pretender retroceder sobre nuestros pasos, es imposible para la comunidad argentina del presente. Volver al año 1943, como desea la dictadura, sería algo como retrovertir la vida a la niñez.
Mientras sostengan semejantes objetivos y alientes tan descabelladas intenciones podemos asegurar su absoluto fracaso. Ellos no aceptan al justicialismo, pero sin justicialismo ya no es posible vivir en la Argentina.
Su empeño es tan vano como nadar contra la corriente. En la lucha entre el nadador y la corriente, a lo largo, ganará siempre la corriente. Eso ocurrirá también con la acción torrencial del justicialismo argentino. La dictadura podrá haber ganado la batalla de la fuerza. Los justicialistas hace rato hemos ganado la batalla de la opinión.
III. EL DESEQUILIBRIO SOCIAL Es indudable que hasta ahora el principal enemigo de la dictadura ha estado representado por la acción de los trabajadores y sus organizaciones sindicales. Es que ellos saben que el desastre provocado por aquélla lo habrán de pagar ellos con miseria y dolor.
La primera medida económica de la dictadura, al desvalorizar el peso, ha quitado el 50% del valor adquisitivo a los sueldos y salarios. La paralización del plan quinquenal traerá conjuntamente con la anterior un amplio sector de desocupación y bajarán los salarios. El conflicto está planteado.
La ocupación de la C.G.T. con tropas, el arresto de sus dirigentes, el despojo de su capital social y de sus diarios, el atropello de los sindicatos por agentes del gobierno en nombre de los «sindicatos libres» inexistentes, son todos «comburentes» que activarán la lenta combustión que arde dentro de las organizaciones sindicales.
El 28 de febrero de 1956 terminan los actuales convenios colectivos de trabajo. En los nuevos habrá que nivelar salarios y precios reales. Ese será el día de la iniciación del verdadero conflicto. Veremos entonces si es posible arreglar con los «sindicatos libres».
Los dirigentes obreros saben bien lo que hacen. La lucha va bien llevada. Las victorias de la dictadura son a lo Pirro. El éxito de la lucha sindical no se decide en una sola batalla sino en miles de pequeños combates. Es precisamente esa permanente alteración social la que ha de perturbar más profunda y perjudicialmente a la dictadura.
Esta lucha no está dirigida contra los patrones que también han sido grandemente perjudicados por las medidas inconsultas, sino contra el gobierno. Por eso no interesa un arreglo sino precisamente un conflicto. Es lo que se está produciendo.
IV. EL DESEQUILIBRIO POLITICO Si difícil es la situación de la dictadura para gobernar, mucho más difícil le será salir políticamente adelante de su gobierno.
El «peronismo» vetado políticamente por la dictadura representa la inmensa mayoría del electorado. De modo que una elección con su concurrencia no es posible dentro de los planes de la revolución. Una elección sin el peronismo resultaría algo así como un «guiso de liebre sin la liebre», porque lo que se guisará allí sería un gato. Al pueblo argentino es difícil «hacerle pasar gato por liebre».
Suponiendo que todos los demás partidos se pusieran de acuerdo, cosa muy difícil, ese electorado no pasaría del 40% del total, lo que demostraría una vez más la orfandad de su predicamento. Si no se pusieran de acuerdo, cosa probable, resultaría el caso de un «Presidente Constitucional», elegido por el 20% del electorado; ¡triste honor! para cualquier candidato.
Si al Movimiento Peronista no se le permite concurrir a elecciones se abstendría de votar, precisamente para demostrar su repudio a la dictadura y la orfandad de los adversarios. No sería sin embargo una actitud pasiva. Trabajaríamos por destruir para siempre toda posibilidad de una nueva dictadura antipopular.
La dictadura no tendrá una salida decorosa en ningún caso; o caerá envuelta en su propio desprestigio, odiada y despreciada, o dirá quien mal anda, mal acaba. Si pretendiera perpetuarse en el gobierno, su desenlace será aún más peligroso.
V. EL DESEQUILIBRIO ECONOMICO Quien haya seguido el capítulo IV -II- (La falsedad en la Economía), tendrá idea formada sobre la seriedad y honestidad de la dictadura. Sus procedimientos no difieren en nada de los métodos que emplearon antes en el gobierno. Para ellos, en estos últimos veinte años, no ha pasado nada en el mundo.
Sus sistemas económicos, de neto corte capitalista, conducen al pueblo, a través de una absoluta descapitalización, a una «economía de miseria». Capitalizan, en cambio, a los sectores del privilegio. Así el bienestar social está al servicio de la economía y ésta al del capital.
Invertidos así los términos de la «economía de abundancia» del justicialismo, presupone sin más la inversión de todo un sistema. Ello es lo que está produciendo actualmente un verdadero caos en la economía argentina.
Como ellos no confesarán, ni planificarán la reversión, porque no pueden decir al pueblo la verdad del despojo que están cometiendo, toda la etapa de esta inicua reforma estará sometida al ocultamiento de medidas inconfesables. Pero si bien el pueblo desconocerá las causas, no escapará a los efectos. Los humildes, no sabrán por qué, pero verán disminuir primero el poder adquisitivo de sus salarios, luego vendrá el encarecimiento de la vida, y, finalmente, los alcanzará la miseria con sus secuelas de hambre y de dolor.
La dictadura no está al servicio del Pueblo sino de los intereses capitalistas que la financiaron. Si alguna prueba faltara para juzgar el interés espurio de estos simuladores de la democracia y del ideal, sus procedimientos económicos no dejan lugar a dudas.
La desvalorización del peso asestará un rudo golpe a la industria de la cual muchos establecimientos no podrán subsistir. Las masas obreras urbanas sentirán el fuerte impacto de esta inconsulta y brusca medida. La desocupación cundirá agravada por la suspensión del plan quinquenal y los salarios y sueldos bajarán de inmediato, si los obreros no producen un grave conflicto de paralización. Para evitar esto último, ya la dictadura ha comenzado su trabajo destructivo en la Confederación General del Trabajo. Cuando llegue el momento, espera que las organizaciones estén tan desquiciadas y divididas, que no puedan presentar un frente de resistencia, en cuyo caso no tendrá más remedio que aceptar su pauperización.
El efecto no parará allí, disminución del poder adquisitivo del pueblo paralizará el consumo en un 50% y el comercio comenzará también a languidecer. La industria sufrirá así también el contragolpe y un círculo vicioso envolverá a la economía argentina por largo tiempo, castigándola fuertemente con bruscos y repentinos desplazamientos que sentirán todos por igual. Nada puede realizarse en una comunidad que no se realiza y la economía argentina, con la dictadura y sus «técnicos» retrocederá veinte años, después de un prolongado caos.
Las consecuencias sociales de esta locura son imprevisibles. Los obreros desesperados pueden tomar cualquier rumbo, hasta el comunismo. Ya los agitadores habrán preparado las medidas oportunas para cosechar lo que estos insensatos de la dictadura están sembrando. La aparición de los dirigentes comunistas como «sindicatos libres», son un indicio elocuente de que este trabajo ya ha comenzado. La ignorancia y la inexperiencia de esta gente es un grave peligro. Ellos lo querrán arreglar después de todo «a balazos», pero las armas en este campo, suelen ser inadecuadas.
Todo este proceso repercutirá desfavorablemente en las finanzas nacionales y estatales. La dictadura, como ya lo anuncia, recurrirá los empréstitos. De ellos perderá en la contratación misma el 50% y del otro 50% se robarán la mitad de ellos y sus intermediarios como sucede siempre con los empréstitos. Luego el pueblo tendrá que pagar el total. Así empobrecido y endeudado, asesinado y escarnecido, todavía el pobre pueblo tendrá que decir que estos simuladores llegaron para libertarlos.
No hará mejor negocio el prestamista, que dudo encuentren en esta ocasión de buena fe, pues él cobrará tarde, mal o nunca. Cuando preste, tendrá un amigo en la dictadura que espera sacar ventajas personales, pero cuando cobre, tendrá un enemigo en el gobierno que esté y otro más enconado en el pueblo que deba sufrir sacrificios para pagar al usurero.
Uno de los más grandes errores que cometen los grandes países es prestar dinero a los gobiernos, porque se lo roban en perjuicio del pueblo que después culpa al prestamista. Los empréstitos deben hacerse a las grandes empresas y no a los políticos que, en el mejor de los casos, los malgastan.
Durante mi gobierno recibí innumerables ofertas de empréstitos, siempre con la comisión correspondiente, de manera que yo sé de qué se trata cuando se demuestra, como en la dictadura, una aguda propensión a esta clase de operaciones.
Esta gente ha provocado el desequilibrio de la economía hace dos meses equilibrada. Ahora comienza a prever el caos, producto de su insensata conducta y de sus inconsultas medidas. Su signo monetario y sus valores bursátiles están entrando, con reflejo, en una espiral catastrófica de caída. La anarquía social amenaza con su acción destructiva toda posibilidad de recuperación. El gobierno ocupado en capear el temporal político y gremial no atina a nada. Los técnicos, teóricos, toman medidas apresuradas e inconvenientes. El pueblo sabotea, los jueces prevarican, los militares conspiran, los curas cuchichean, todo parece venirse abajo.
VI. CONSIDERACIONES FINALES Cuando se produjo la revolución, mi temor era que un hombre habilidoso tomará el gobierno, y mediante una conducta inteligente pudiera aprovechar el propio Justicialismo para desplazar a los hombres e imponerse poco a poco dentro de él o colateralmente. Un hombre desapasionado e inteligente pudo haberse alzado con el santo y la limosna. Todo consistía en que se diera cuenta que el Justicialismo había copado las banderas populares de la justicia social, la independencia económica y la soberanía, que ya nadie podría arriar en nuestro país, como asimismo que se había inculcado una doctrina al Pueblo para destruir la cual no valen ni los tanques ni los cañones, sino que sería necesario reemplazarla por otra doctrina mejor.
En cambio, la pasión cegó a nuestros enemigos y como tal los perdió, ellos entraron con innecesaria violencia, asesinando gente inútilmente, persiguiendo dirigentes gremiales y políticos sin necesidad, destruyendo monumentos e interviniendo violentamente para destruirlo todo con el fin de «desperonizar al país». Ello representaba colocarse en lucha activa contra el ochenta por ciento de la población. Llevaron su falta de tino hasta lo inconcebible, ofendiendo la memoria de Eva Perón que es adorada por el pueblo. Mandaron romper sus bustos (el busto de Eva Perón en la puerta de la C.G.T. fue mandado a destruir con un tanque del Ejército) y atropellaron la «Fundación Eva Perón» por ella creada. Es de imaginar lo que esto representa para el pueblo que levanta altares y prende velas a la memoria de la «Mártir del Trabajo», como se le llama.
Lo único que no se perdona es la ofensa a las cosas que nos son sagradas. En cada corazón existe un altar invisible pero poderoso, donde colocamos las cosas queridas y donde sólo llegamos nosotros. Nadie puede sacarlas de allí y menos aun por la violencia. Por eso a pesar de la amenaza de los buques, los tanques y las ametralladoras, aun hoy yo mando más que ellos en la Argentina porque lo hago sobre muchos millones de corazones humildes.
La política es un arte sutil y todo de ejecución y los errores cometidos en el comienzo ya no pueden ser subsanados en el curso de los acontecimientos. Dentro del cauce que han tomado los hechos, para nuestro Movimiento y para nuestra Doctrina, este golpe será beneficioso, pues la persecución lo fortalecerá y la lucha lo hará aguerrido, a la par que los groseros errores de la dictadura en lo económico y en lo social, reafirmarán y elevarán inusitadamente los valores de nuestra concepción doctrinaria. Para triunfar no basta que las doctrinas sean acertadas, sino que también es menester que se las someta a la prueba del combate. Si resiste la lucha es porque son buenas, si no son buenas es mejor que desaparezcan. Los males no se remedian solamente evitándolos, sino también enfrentándolos.
Si nuestros enemigos pudieran dejar al país una doctrina mejor que la nuestra, nos sentiríamos con ello pagado suficientemente de las calumnias, las penas y las persecuciones. Para nosotros, el país está siempre por sobre nuestros intereses personales. No nos interesa quién lo gobierna, sino quién pueda asegurar mejor la felicidad del pueblo y su futura grandeza.
Pero, ¿qué puede esperarse de esta dictadura de ignorantes y reaccionarios que no sea miseria, dolor y ruina?
Cuando en un país se produce un movimiento revolucionario, se conocen las causas y se aprecian las consecuencias. Esas causas explican o justifican la revolución y las consecuencias ponen remedio a los males que le dieron causa.
La actual revolución argentina no tiene causas porque sólo es una reacción, es decir un movimiento de fuerza anti-popular, reaccionario. El pueblo y la opinión pública están contra la dictadura.
Esta revolución no tiene causas porque no ha sido inspirada sino financiada. Por eso, les ha sido necesario buscar una explicación mediante la calumnia denigratoria de los hombres, ya que en el gobierno no existe nada que pueda dar siquiera asidero a la calumnia.
Su programa, según lo anunciado por ellos, es «volver al año 1943», es decir, destruir lo realizado por nosotros en los últimos diez años transcurridos.
Destruir la justicia social, lo cual ya está en marcha mediante los arbitrios económicos que hemos comentado.
Destruir la independencia económica mediante la vuelta al país a 1943, es decir, endeudado por empréstitos y con sus servicios entregados al extranjero.
Destruir la soberanía política mediante el fraude electoral en lo interno y la dependencia colonial en lo externo.
Ya han conseguido en gran parte destruir la felicidad del pueblo y van en camino franco hacia la destrucción de la grandeza del país.
He tratado de presentar un panorama de la situación argentina vista con los justicialistas y apreciada con corazón argentino.
Habiendo actuado desde 1943 y durante los nueve años que siguieron a ese gobierno «de facto» en el ejercicio del gobierno constitucional, puedo apreciar desde «el llano», con mi gran experiencia, cómo se desempeña la dictadura militar reaccionaria.
Nosotros luchamos durante diez años por incorporar el pueblo a la vida nacional. Ahora la reacción trabaja por desplazarlo nuevamente. Iniciamos en 1945 la marcha hacia el porvenir siguiendo las banderas de la justicia social, la independencia económica y la soberanía política, en busca de la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación. Ellos arriaron esas banderas y han renunciado a su destino.
Han pasado tres meses y dos gobierno. Aun estamos en la etapa de la persecución despiadada. El gobierno a tumbos recuerda al viajero que desconoce una región, que preguntando y preguntando, no llega nunca a destino. Estos dictadores inexpertos, como no saben a dónde van, de consulta en consulta, terminarán por perderse en un camino que al fin, no conduce a ninguna parte.
Dolorosa experiencia para el pueblo argentino que sufrirá y pagará las consecuencias. Una dictadura militar es una grave enfermedad que se pasa, pero que deja las terribles secuelas de sus males.
Panamá, 1956 |