Francisco:

 

 

Francisco, el Bicentenario de la Independencia, la injusticia social y la Patria; esta y el sentido patriótico y, finalmente, la apelación a la Patria Grande, a la Unidad Continental y al sueño de una sociedad libre de toda injusticia en manos de abuelos y de jóvenes soñadores. Un reclamo justo y necesario.


Decía el Gral. Perón en Panamá, en noviembre de 1955 ante un reportaje de la Agencia Asociated Press y poco después de la caída de su gobierno que, “…eso nos deja a nosotros una enorme enseñanza: ningún país latinoamericano podrá liberarse sino se libera el continente y sino se integra el continente para mantenerlo y consolidarlo. Lo difícil no es liberarse. Liberarse es fácil, lo demostramos nosotros. Lo difícil es consolidar esa liberación. ¿Por qué?  Porque es algo que crea el poder inmenso de la sinarquía internacional que se le hecha encima. Entonces, ese camino es el que nosotros hemos demostrado y esa lección vale. Vale bien lo que hemos hecho y lo que nos ha pasado y todo lo que quieran.”


La coincidencia entre la carta de Francisco y la enseñanza de Perón es más que significativa. Lo resaltamos, porque son horas para los argentinos en que es menester e ineludible asumir conscientemente los peligros que nos acechan y asumir la imperiosa necesidad de retomar el rumbo del que se nos quiere apartar.

 

 

 

 

 

 

 

CARTA DE FRANCISCO A LOS ARGENTINOS CON MOTIVO DEL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA

 

 

Ciudad del Vaticano, 8 de julio de 2016.

S.E.R. Mons. José María Arancedo

Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Buenos Aires

 

Querido hermano: En vísperas de la celebración del bicentenario de la independencia quiero hacer llegar un cordial saludo, a vos, a los hermanos Obispos, a las Autoridades nacionales y a todo el Pueblo argentino. Deseo que esta celebración nos haga más fuertes en el camino emprendido por nuestros mayores hace ya doscientos años. Con tales augurios expreso a todos los argentinos mi cercanía y la seguridad de mi oración.

De manera especial quiero estar cerca de los que más sufren: los enfermos, los que viven en la indigencia, los presos, los que se sienten solos, los que no tienen trabajo y pasan todo tipo de necesidad, los que son o fueron víctimas de la trata, del comercio humano y explotación de personas, los menores víctimas de abuso y tantos jóvenes que sufren el flagelo de la droga. Todos ellos llevan el duro peso de situaciones, muchas veces límite. Son los hijos más llagados de la Patria.

Sí, hijos de la Patria. En la escuela nos enseñaban a hablar de la Madre Patria, a amar a la Madre Patria. Aquí precisamente se enraíza el sentido patriótico de pertenencia: en el amor a la Madre Patria. Los argentinos usamos una expresión, atrevida y pintoresca a la vez, cuando nos referimos a personas inescrupulosas: «éste es capaz hasta de vender a la madre»; pero sabemos y sentimos hondamente en el corazón que a la Madre no se la vende, no se la puede vender… y tampoco a la Madre Patria.

Celebramos doscientos años de camino de una Patria que, en sus deseos y ansias de hermandad, se proyecta más allá de los límites del país: hacia la Patria Grande, la que soñaron San Martín y Bolívar. Esta realidad nos une en una familia de horizontes amplios y lealtad de hermanos. Por esa Patria Grande también rezamos hoy en nuestra celebración: que el Señor la cuide, la haga fuerte, más hermana y la defienda de todo tipo de colonizaciones.

Con estos doscientos años de respaldo se nos pide seguir caminando, mirar hacia adelante. Para lograrlo pienso -de manera especial- en los ancianos y en los jóvenes, y siento la necesidad de pedirles ayuda para continuar andando nuestro destino. A los ancianos, los «memoriosos» de la historia, les pido que, sobreponiéndose a esta «cultura del descarte» que mundialmente se nos impone, se animen a soñar. Necesitamos de sus sueños, fuente de inspiración. A los jóvenes les pido que no jubilen su existencia en el quietismo burocrático en el que los arrinconan tantas propuestas carentes de ilusión y heroísmo. Estoy convencido de que nuestra Patria necesita hacer viva la profecía de Joel (cf. Jl 4, 1). Sólo si nuestros abuelos se animan a soñar y nuestros jóvenes a profetizar cosas grandes, la Patria podrá ser libre. Necesitamos de abuelos soñadores que empujen y de jóvenes que -inspirados en esos mismos sueños- corran hacia adelante con la creatividad de la profecía.

Querido hermano pido a Dios, nuestro Padre y Señor, que bendiga nuestra Patria, nos bendiga a todos nosotros; y a la Virgen de Lujan que, como madre, nos cuide en nuestro camino. Y, por favor, no te olvides de rezar por mí.

Fraternalmente Francisco

 

 

 

 

Joel 4,1 dice: “En aquellos días cambiaré la suerte de Judá y de Jerusalén”. Joel es uno de los profetas de la Biblia, que transmite las palabras d Dios al pueblo de Israel, que sufre una invasión de langostas que arrasa los sembrados y los pastos. Ante la desolación general, Joel transmite la promesa de Yahvé: “las eras se llenarán de trigo, los lagares desbordarán de vino y aceite virgen”. Y concluye refiriéndose a los últimos días en los que “derramaré mi espíritu sobre todos los mortales” JL 3.1) y “cambiaré la suerte de Judá y Jerusalén (Jl, 4,1) que Francisco cita.

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