Patzer, Pedro

YO NO LO INVENTÉ
A PERÓN

 

Por Enrique Santos Discépolo
Programa “Pienso y digo lo que pienso
A mi me la vas a contar!!!???”

1951-Radio Nacional
10 de Noviembre – 20 hs

 

Fotografía publicada por Todotango.com

 

A quien había escrito en la década del 30 el tango “Cambalache”, paradigma del pesimismo y la desesperanza, “Que el mundo fue y será un porquería, ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también…”, lo encontramos en 1951, en su más brillante reivindicación del optimismo, la fe y la esperanza. Justamente lo contrario de su propio “Cambalache”. Es que para un sentir sabio, caben las rectificaciones y el mirar hacia delante.

El programa era una lúcida y excepcional defensa del gobierno del Gral. Perón, precisamente cuando se acercaban las elecciones presidenciales de noviembre de 1951, teñido por la prosa irónica y aguda de quien desenmascara la ceguera del antiperonismo.

 

Publicado por peronvuelve 09-02-2011

“YO NO LO INVENTÉ A PERÓN”
10-11-1951

 

“Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo inventé a Perón. Te lo digo de una vez, así termino  con esta pulseada  de buena voluntad que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte  un poco de tanto  macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón, la milagrosa.

Ellos nacieron como una reacción a tus malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían  enterrado en un largo camino de miseria.

Nacieron de vos, por vos y para  vos. Ésa es la verdad. Porque yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón. Los trajo esta lucha salvaje de gobernar creando, los trajo la ausencia total de leyes sociales que estuvieran en consonancia  con la época. Los trajo tu tremendo desprecio por las clases pobres a las que masacraste, desde Santa Cruz a lo de Vasena, porque  pedían un mínimo respeto a su dignidad  de hombres  y un salario que les permitiera salvar a los suyos del hambre.  Sí, del hambre  y de la terrible promiscuidad de sus viviendas en las que tenían que hacinar  lo mismo sus ansias que su asco.

No. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. ¡Vos los creaste! Con tu intolerancia. Con tu crueldad.  Con la misma crueldad  aquella del candidato a presidente  que mataba peones en su ingenio porque  le pisaban  un poco fuerte las piedritas  del camino a la hora de la siesta.

Sí, yo sé que te fastidia que te lo recuerde. Es claro, pero vamos a terminarla de una vez. Porque yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. Los trajo la injusticia que presidía  el país. Porque a fuerza de hacer un estilo de tanto  desmán, terminó  por parecerte  correcto  lo más infame. Claro,  a vos no te alcanzaba esa injusticia.  Ten- drías, como un señor que yo conocía y que iba todos los meses a cobrarlo, un puesto de ama de cría para  cubrir sus gastos, que se lo pagaban oficialmente,  y un sueldo para  salir con el Klan [Habla  del Klan radical,  organización de choque que actuó  a principios  de 1930].   Yo me acuerdo  del Klan. Y vos también.  Aquella mafia siniestra que salía sólo para aterrorizar gente y mataba una vez a gomazos,  otra  vez a tiros y a veces con el camión para hacerlo más divertido. No, si la memoria fastidia. Pero yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. Los trajo  la estulticia que manejaba el país. Mirá,  si vos hubieras  estado en la Semana Trágica como yo y como tanto en Cochabamba y Barcala, y hubieras visto morir primero a aquellos cinco, luego a cien- tos y hubieras  visto masacrar judíos por una «gloriosa» institución que nos llenó de vergüenza [Se refiere a la Liga Patriótica de Manuel  Carlés], no hubieras  formado  nunca  más parte  de ese partido que integrás  por amor propio  y quizás por ignorancia de tantos  hechos delictuosos  que son los que empezaron a preparar la llegada de Perón y Eva Perón. En un país milagroso  de rico, arriba  y abajo  del suelo, la gente muerta  de hambre. Los maestros  sirviendo  de burla  en lugar de hacer llorar porque  estaban  sin cobrar  un año entero.  ¡No! ¡Y todo vendido! ¡Y todo entregado!

Yo sé que te da rabia que te lo repitan  tantas  veces, pero es que entristece también pensar que no lo querés oír. El otro día en un discurso oí que decías refiriéndote a un gobierno de 1918: «Ya por ese entonces los obreros gozaban…» ¿De qué gozaban?  ¡Los gozaban!,  que no es lo mismo. Y sí, Mordisquito, ¡los gozaban!

La nuestra es una historia  de civismo llena de desilusiones. Cualquiera fuese el color político  que nos gobernó,  siempre la vimos negra. Aspiramos  a gozar y al final nos gozaron.  ¡Todos! ¡Siempre!

Una curiosa adoración, la que vos sentís por los paja-rones, hizo que el país retrocediese  cien años. Porque vos tenés la mística de los pajarones y practicás  su culto como una religión. Cuanto más pajarón él, más torpe y más crédulo vos. Te gusta oír hablar  a la gente que no le entendés nada; la que te habla claro, te parece vulgar. Yo también  entré como vos y, ¿por qué no confesarlo?,  me sentía más conmovido frente a un pajarón que frente a un hombre  de talento.  El pajarón tiene presencia,  tiene historia,  larga, la que casi siempre empieza con un tata- rabuelo  que era pirata. Yo también  me sentía dominado por los pajarones cuando  era chico. Ahora, ¡no! Cuando era chico, sí. ¡Pero no ahora,  Mordisquito! Salváte de los pajarones. El fracaso —por no decir la infamia— de los pajarones fue lo que trajo como una defensa a Perón y a Eva Perón. Pero no fui yo quien los inventó.

A Perón lo trajo el fraude,  la injusticia y el dolor de un pueblo  que se ahogaba de harina  blanca  y una vez tuvo que inventar  un pan radical  dé harina negra para no morirse de hambre.  Tampoco te lo acordabas. ¡Ay, Mordisquito, que desmemoriado te vuelve el amor propio!

Te dejo. Con tu conciencia. ¡Perón es tuyo! ¡Vos lo trajiste! ¡Y a Eva Perón también!  Por tu inconducta. A mí lo único que me resta es agradecerte el bien enorme que sin querer le hiciste al país. Gracias te doy por él y por ella, por la patria  que los esperaba  para  iniciar su verdadera marcha  hacia el porvenir  que se merece. ¡A mí ya no me la podés contar, Mordisquito! Hasta  otra vez, sí. Hasta  otra vez.”

Texto publicado por: http//aribaric.blogspot.com.ar


Discépolo un artista con todas las letras y todos los silencios de su pueblo

 

Por Pedro Patzer / Jueves 24 de noviembre de 2016 | 08:51&lt
Publicado por: https//www.diarioregistrado.com

 

 

Pedro Patzer estudió letras en la UBA. Guionista recibido en el ISER, dicta allí clases de guión de radio. En la folklórica, de Radio Nacional se desempeña como guionista (contenidos) desde 2003. distinguido con el 3º premio nacional 2014 (rubro guión radio y tv) con el galardón Santa Clara de Asís y con siete premios Argentores por escritura en radio: por «pequeños pueblos…grandes universos» (2006); «biblioteca popular» (2006) y «cancionero del pan» (2009) , “la canción desesperada” (2010) , “bicentenario” (2010); “facundo, un libro que sarmiento escribió con amor a sus odios”(2011) y “en el gran cielo de la poesía” (2011) “sagrado corazón del chagas” (2012)
Tiene publicados tres libros: «aguafuertes provincianas» (editorial corregidor, 2o13) «artefactos de mar» (2000) y «efectos secundarios» (anaya, España)
Su primera obra de teatro, «epígrafes» fue ganadora del concurso de dramaturgia del ciclo teatro x la identidad, de las abuelas de plaza de mayo, y fue representada en todo el país.
Desde octubre de 2013 forma parte del consejo de radio de Argentores.
 

 

Hay un agujero negro en la cultura oficial argentina, esa cultura que Jauretche señalaba como una construcción de la oligarquía nacional y el imperio extranjero. Ese agujero negro impide que dialoguen los cuchilleros de Borges con los mamados de velorios de Landriscina. Ese agujero negro en la cultura oficial argentina no admite que convivan las obras de Leopoldo Lugones con las de Horacio Guarany; ese agujero negro que impulsa la necesidad de aprender inglés, y por supuesto inglés británico, para defenderse en la vida, pero no promueve el conocimiento, aprendizaje y difusión de las lenguas originarias de nuestra Argentina indoamericana. Por tanto hay muchas argentinas culturales, que los radares de la cultura oficial no registran, así, tenemos que reconocer la importancia del chamamé cuando nombran Caballero en artes a Barboza en Francia, pero seguimos despreciando al chamamé maceta. Por supuesto, estamos a la espera de que se reconozca a la Mona Jimenez en París, para que el artista cordobés sea tapa de los suplementos culturales y protagonista de una senda muestra en el Palais de Glace. Leonardo Favio nos enseñó que podía hacer canciones para tías solteronas y a la vez hacer películas que nos cambiaron, para siempre, la mirada de la vida. En este marco, en medio de este cambalache cultural, es donde aparece Discépolo con su Mordisquito, aparece sin advertir que la máquina de despreciar de la “alta cultura”, no tolerará que un poeta consagrado por obras indiscutibles, se pare desde la cultura del obrero, la cultura del vino con soda, del escarbadiente, de los hombres que se despiertan a las cinco y media de la mañana para “ganarse la vida”, del “grasa”; porque ante todo, la mirada de Enrique Santos Discépolo recupera la mirada del mundo de los trabajadores, de los que miden los sueños de aguinaldo en aguinaldo, de los que calculan las horas extras del día, de los que vacacionan en los hoteles del sindicato, porque aprendieron que esas son conquistas que sus padres no tuvieron, que en la devastadora década infame eran impensadas, y que todas esas conquistas los hermanan con una manera de entender la vida, la vida según el trabajador. Un artista con la sensibilidad de Discépolo, capaz de preguntarse: “¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste?”; y de ver el parecido del cafetín de Buenos Aires con su madre: “si sos lo único en la vida/ que se pareció a mi vieja…” o de tener una ternura tan inteligente para definir la mezcla de mundos opuestos con versos magistrales como :“ves llorar La Biblia/ junto a un calefón” ¿Cómo un artista con semejante sensibilidad no se iba a conmover ante el fenómeno de ese peronismo que fue un sentimiento genuinamente popular? “Me ofrecieron la posibilidad de discutir desde este micrófono, y yo soy capaz de discutir hasta con un glóbulo solo, porque para tener razones no hace falta más que un glóbulo en las venas, pero lleno de convicciones” Hubiera sido más cómodo, menos problemático para Discepolín, hacerse el distraído, si él ya era un consagrado, si él no había caído en el agujero negro de la “alta cultura”; sin embargo pudo más su consecuencia con la dramaturgia de su espíritu, con los que rajaron los tamangos buscando ese mango que los hiciera morfar, con los que secaron las pilas de apretar tantos timbres, con los que “manyaron” que a su lado se probaban las ropas que iban a dejar, lo hizo comprometerse. En junio de 1951 es invitado por Subsecretaría de Prensa y Difusión del gobierno de Perón, a participar del microprograma en Radio Nacional “Pienso y digo lo que pienso”. Enrique Santos Discépolo se resiste al principio, por considerar el espacio como una audición de mera propaganda, pero luego acaba por aceptar aunque impone una condición: él hará la redacción definitiva de los libretos. Bautiza al espacio «¿A mí me la vas a contar?» y construye a Mordisquito, el “contrera” al que le habla: “Resulta que antes no te importaba nada y ahora te importa todo. Sobre todo lo chiquito. Pasaste de náufrago a financista sin bajarte del bote” Su lirismo no le hizo calcular que el mundo de la cultura y del espectáculo argentino estaba colmado de “mordisquitos” que reaccionarían ante sus audiciones. De modo que empezaron los desprecios y las agresiones, las salas vacías y los paquetes con mierda que llegaban a su casa. El escupitajo que un reconocido actor le espetara en la cara, a quien tan sólo le había ofrecido un abrazo.  El denuesto que un candidato a presidente, Ricardo Balbín, representante de los “mordisquitos”, lanzara a Discepolín, en el acto de cierre de su campaña: “…hay un autor de tangos que un día escribió “Quien más, quien menos, pa´malcomer/ somos la mueca de lo que soñamos ser” Estos versos son hoy su condena, hoy que se ha vendido a la dictadura convirtiéndose en su vocero…” Discépolo no tarda en contestarle: 

“¿Vendido yo?

¿Vendido yo? ¡Inocente! Si sabés que comprarme a mí es un mal negocio. Desde que nací hasta ahora vivo de mí y de mis obras. Por fortuna  – o por desgracia – no hay nadie que pueda ayudarme. Sólo mis obras y el pueblo…No hay gobierno que pueda darle más éxito o menos éxito a una canción mía, a un obra mía…a una película mía. Tengo el orgullo de mi independencia…Lo que yo le debo a este gobierno es mucho más de lo que vos te creés. Le debo, desde mi soledad, la enorme dicha que goza el pueblo…”  Los que le dieron vuelta la cara, los que se cruzaron de vereda al verlo venir, los que no respondieron sus llamadas, los que dejaron de saludarlo, los que gesto a gesto fueron vulnerando el corazón del poeta, los que compraron la entrada al banquete que se hizo en su honor, sólo para ocupar localidades y no asistir; todos ellos desconocieron que Discepolín intercedió a favor de los presos políticos, liberados gracias a su gestión ante el mismísimo Perón. ¿Era necesario que un poeta que le había dado letra a Gardel, que compuso el himno moral del siglo XX, que puso en los escenarios obras imprescindibles, adoptara semejante compromiso con un gobierno? ¿Era consecuente que el poeta que describiera como pocos la pobreza de los sin esperanzas, le diera la espalda a un proyecto que él genuinamente consideraba como el abrazo a los desposeídos? “¿Te asusta la palabra? ¿Te parece exagerada la palabra? ¡Miseria, sí! ¿O no te acordás que en este país tuyo, el más rico por sí mismo y el mejor dotado para un millón de aventuras comerciales, siempre había habido miseria? ¡Desde la miseria orgullosa de la pobre clase media, que para no ahogarse de vergüenza gastaba en hacerse planchar el cuello los centavos que le hubiesen pagado el café con leche, hasta la miseria del peón en las estancias o del obrero en las fábricas! …Claro, vos no sabías esto. Vos nunca anduviste por las chacras o por los barrios. ¿Verdad que no?… ¿Y dónde andabas? ¿Por el corso? ¿O en el Colón? ¿O estabas bailando en la Lago di Como? ¡Claro! Por eso no te enteraste. Por eso no sabías que en el norte andino las criaturas –ángeles como tu hijo o como tu hermanito– crecían raquíticas y morían hambrientas, sin haber probado en su vida –mirá lo que te digo–, en su vida, ¡ni carne, ni pan, ni leche! Y esto pasaba aquí, en tu país. Te asombra, ¿verdad?”

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