Relato Histórico - Tercera Parte , por Alejandro Francisco Álvarez

RELATO HISTÓRICO

 

HISTORIA, VERDAD

Y COMPROMISO

 

Por Alejandro Francisco Álvarez

 

 

TERCERA PARTE  

LA CONTRACULTURA

 

CAPITULO IX  EL LOGOS

 

El nuevo logos

 

Hablar del hallazgo de un nuevo logos o de la búsqueda y aprehensión del sentido son, desde mi punto de vista, dos formas de decir lo mismo. Lo cual implica una interpretación, cierta desde el punto de vista de lo que expreso -no desde el punto de vista de lo que expresa- que para mí es la que se le da en este contexto, desde lo que yo digo.

 

Yo hablo del hallazgo o de la construcción, que en realidad son las dos cosas al mismo tiempo, del “nuevo logos” con minúscula y no con mayúscula. Y lo digo en el sentido de una civilización o de una cultura que es así como el motor fundamental, el principio y la meta a la vez, y también la forma en que se despliega una idea o grupo de ideas que son absolutamente fundamentales en el tiempo, no sólo en lo que son sino también en lo que pueden ser. Vale decir que la fundación de un logos es un acto de conciencia pero no es un acto de razón, en el sentido de que no se programa. Es el acto menos ideológico que existe, porque en rigor consiste en un enunciado que ni siquiera es tal, sino es el enunciado de algunas cuestiones que finalmente conforman el ser. Tomemos un ejemplo: algunos hablan del logos griego, pero ¿qué papel cumple ahí la paideia? La paideia es la enseñanza del logos, precisamente; la enseñanza de lo que es fundamental, a partir de la enseñanza de lo que es cotidiano. Al hombre se lo hace reflexionar sobre la cotidianeidad, porque ella contiene el origen, el presente y lo que va a ser el desarrollo futuro. Los contiene, pero no en la forma en que un libro contiene una lectura, sino de modo que este hombre tiene la libertad de ese desarrollo. Contiene los principios, algunos cauces, ejemplos, y contiene la vida misma que este hombre ejercita: por eso se enseña en lo cotidiano. Es una enseñanza en lo cotidiano de los niños y los jóvenes, y de los adultos también, porque la política forma parte de la paideia. En la polis es una enseñanza, y toda enseñanza es también un ejercicio, por eso está ligada a la cotidianeidad, a los actos simples que cada ser humano debe realizar para vivir todos los días: despertarse, comer algo, hacer un poco de gimnasia, hablar, no hablar, trabajar, descansar, las alternativas del día, en síntesis, que plantean estas acciones. Tales acciones se vuelven así una enseñanza.

 

El comer y el hambre

 

¿Dónde se aprehende, dónde se capta el logos? En esos hechos de todos los días. Difícilmente se podrá expresar después o, mejor aún, ¿cómo se expresa? Se expresa en la continuidad de esa acción, en una serie de actos que son esencialmente siempre los mismos: uno come, por ejemplo, sentándose a una mesa. ¿Qué quiere decir sentarse a la mesa? Quiere decir que para comer no hay que sentarse en el suelo (independientemente de que haya gente que come en el suelo, pero éste es otro problema). Hay un deber ser que generalmente dice que se pone un mantel, un cuchillo, un tenedor, una cuchara, unos recipientes para beber. Y eso ¿qué es? Suele decirse que mera costumbre, pero no es solamente eso. La costumbre no es nada más que el acto mecánico, pero el acto mecánico encierra otra cosa en su propia esencialidad, que no es mecánica: su significado verdadero. ¿Qué significa alimentarse entonces? Uno puede alimentarse por un tubo o igual que un chancho, sin que le falte nada desde el punto de vista biológico o químico; pero cuando se alimenta uno hace también otra cosa: cultura. Sacraliza el acto. No porque el acto de comer sea sagrado en sí mismo, pero sí lo son sus consecuencias. Y también su ausencia. En su presencia se festeja por su posible ausencia: que el alimento esté presente significa que no está ausente y, por tanto, que no hay hambre. Poder comer es una exclusión de lo que significa el hambre, y también todas sus consecuencias. Entonces esa ritualización, en apariencia meramente “costumbrista”, tiene un grado de sacralidad por estas razones y por otras que contiene, que no son sólo las negativas, o las positivas biológicas. Contiene también una acción de gracias por no ser el hambre.

 

Y hay algo más, aún: comer es un símbolo. Símbolo del pan del espíritu. Se suele comer diariamente por lo menos dos veces, hay un “momento de comer”, pero en la mayor parte del resto del día, en la vigilia, no se come, sino que se trabaja. De modo que el comer también es descanso y no trabajo. Es no trabajo. Vemos entonces que comer -como cualquier otro acto que se ejecuta- tiene una cantidad de significados. Cada acto que se hace tiene significados. Como hoy no se suele reflexionar sobre esos significados, cada acto que se ejecuta se convierte en mecánico, y por eso se termina comiendo un pancho tirado en cualquier lado y resulta lo mismo. ¿Se perdió la memoria del hambre y por esto no se puede ahora festejar? Sí, y aún los que tienen hambre. Porque los que “tienen hambre” no tienen hambre, sino otra cosa a la que llaman hambre.

 

En la Argentina de hoy sería muy raro encontrar a alguien que tuviera verdadera hambre. La verdadera hambre es una cosa tremenda, y terrible. ¿Existe hoy en el mundo? Muchísima: 500 millones de personas tienen hambre de verdad. Y no esta “hambre” de acá que es comer salteado o comer algo que no nos gusta o estar obligados a comer todos los días lo mismo; no digo que esté bien, pero eso no es hambre. Hambre es ausencia absoluta de comida durante días y días, y por meses. Hambre no es ayuno; es una condena: a morir de hambre, precisamente, y a tal grado que, pasados los diez días, el hambre no se siente; a tal grado que aún si se intenta darle de comer la persona ya no puede hacerlo, no lo acepta, le causa náuseas y vómitos. El organismo ya no funciona como debiera funcionar, está completamente dedicado a la autofagia, esto es a comerse a sí mismo.

 

Correspondencias del logos

 

En cada acto cotidiano está presente la dimensión del logos verdadero. Esto ya fue descubierto por Levy Strauss y los demás antropólogos estructuralistas materialistas, que empezaron su investigación por el lado de lo cotidiano. Independientemente de los resultados que obtuvieron -algunos bastantes estúpidos, otros incorrectos y algunos acertados, como cuando estudian la estructura del parentesco, que hace a la cultura- se les ha escapado una dimensión, la verdadera dimensión cultural, que es la del logos. El logos verdadero se va depositando en el espíritu bajo la forma de frutos de esa cultura, que después germinan y se desarrollan después, en el tiempo y en el espacio.

 

Cuando me refiero a la creación de un nuevo logos no estoy hablando de un acto de voluntad ni de racionalidad. No se puede decir “aquí está, éste es”, porque nadie lo ha hecho ni nadie lo puede hacer. Sí es posible, en cambio, allegar elementos y hacer un proceso que pertenece al espíritu, pero depende también de la práctica, de la enseñanza y de la participación. Se participa de ese proceso siendo portador de algunas cuestiones, que no son todas, ni van a ser completas ni nada por el estilo. Son sólo algunas cuestiones, porque frente a la contracultura quedan dos caminos:

 

– Aceptarla: Cuando uno acepta la contracultura se convierte en parte de ella, pasa a ser portador, porque la cultura no es cosa, no es objeto, vestimenta, sino que es parte del ser, y por tanto quien participa de la contracultura participa con su propio ser de la contracultura, es parte de eso, es eso. ¿Totalmente? No, gradualmente. En rigor ha aceptado, tanto en él -que es quien reparte, porque es lo único que tiene y lo único que da- el logos de la contracultura, si es que esto se pudiera denominar “logos contracultural” o, mejor aún, Antilogos. (Logos, además de saber, quiere decir palabra. De ser palabra razonada y dialogada, de contribuir a la aparición de la verdad -que es en realidad el discurso más completo acerca de su significado- también ha llegado a prosperar como concepto del ser, pero del ser expresado en la sabiduría del ser y no como mero ser mismo. Por eso los Padres de la Iglesia, y aún los griegos, cuando dicen “Logos” –con mayúscula- están diciendo “Dios Padre”. Logos es el todo ser, y también, obviamente, el Verbo. Por tanto, cuando hablo del “logos de la contracultura”, con minúscula, me refiero a una imagen de aquel Logos).

 

– Rechazarla: Pero al intentar asumir esta actitud nos encontramos frente a una primera dificultad: no se puede rechazar la contracultura in toto sin asumir otro ser, uno cualquiera, aunque sea provisional. Necesariamente tengo que resuscitar –volver a suscitar, llamar para que vuelva a la memoria, e incluso a la cotidianeidad- los restos, o la integralidad si la hubiere, de lo que considero cultura frente a la contracultura. E investigo y veo: ¿Cuál es el logos de esto que en parte conozco y en parte desconozco, de lo cual soy portador (y portador inconciente, porque no he reflexionado sobre eso, no he re-flexionado el pensamiento sobre esto mismo que desconozco pero que, aun siéndome desconocido, contengo y me contiene)? Para que esto que es desconocido para mí se convierta en un logos, aún con minúscula, debe ser conocido. Y esto tiene poco que ver con la conciencia, no debe ser conciente ni en primer lugar ni únicamente. Tampoco será racional en los comienzos sino con el andar del tiempo, en la medida en que empiece a tomar una forma y a adquirir una lógica. Esta lógica, como su nombre lo indica, depende de ese logos (porque también hay una lógica de la contracultura) y está constituida por las leyes de su funcionamiento racional, entendiendo por ley aquello que es coherente y congruente consigo mismo, su propio universo. Este otro ser tendrá su universo si es que yo puedo pensarlo y puedo hacerlo más allá de mi propio pensamiento; es decir, también puedo imaginarlo, que es una forma del conocimiento. Ha de tener entonces sus leyes, de lo contrario pensarlo sería imposible. Debo decubrir esas leyes, debo descubrir su lógica, y cuando logro aprehenderla comienza el proceso racional del nuevo logos. En este punto debo hacer una aclaración: racional no significa planificado, sino que frente a cada hecho de este logos, aun siendo un logos parcial o provisorio, lo reconozco o no lo reconozco. Si lo reconozco se como funciona, intuyo cuáles son sus formas de desarrollo, veo quiénes son sus portadores –aún inconcientes- y me veo a mí como portador, tanto conciente como inconciente. Es todo éste un proceso de descubrimiento del ser de sí propio y de la nación argentina, y aún del hombre, ya que es universal por eso. Un descubrimiento y una exposición, entonces. Y este descubrimiento no es individual; es en el individuo que se produce, pero no es individual –sería imposible- sino confrontable y confrontante, esto es, dialogante. Necesariamente. Y es ésta una necesariedad de principio o, de lo contrario, no es. Por lo tanto, mal podría ser algo planificado, ya que su propio descubrimiento depende de este diálogo y solamente de él en tanto historia. Esto no quiere decir que los elementos que intervengan sean sólo históricos, porque es en tanto historia en la medida que pasa por mí. Decir elementos “solamente históricos” es  -según se entiende hoy- decir “solamente físicos” (sociológicos, económicos, etc.), pero antes de todo eso, un elemento que se hace histórico por mí, por cada uno y por la relación que entablamos. Se hace histórico ahí, pero no es naturalmente histórico -no surge de ahí, ni del pasado, ni por este proceso de “recuerdo” (recurrir al corazón) ni por bucear en él- sino que es providencial. Su base de respuesta, de propuesta y de esperanza es la fe: una recepción y un despliegue en el mundo, que es lo que lo hace histórico. Porque nada de lo que el hombre hace deja de ser histórico; todo lo hace en la historia -así sea la no historia- que es en el tiempo, al que nadie se puede sustraer. Nadie se puede sustraer a su propio devenir. Este es el condicionamiento, el límite absoluto. El hombre es dentro de eso. Lo cual no quiere decir que el hombre haya surgido de allí; más bien ha surgido contra el límite, incluso. Apoyándose en él como si fuera una pared sólida pueden ocurrir dos cosas: o el hombre no se atreve –y entonces la angustia- o sí se atreve –y entonces la fe-. Y no hay más caminos. En esa apoyatura no se vence el límite –ya que es un límite invencible desde el punto de vista histórico- sino que se integra al límite, y en ese esfuerzo reside la conexión entre la historia y la profecía.

 

El nacimiento de un nuevo logos de la civilización, o de una nueva civilización, tiene que ver entonces con este proceso, que no es de un individuo ni de un grupo de dos, cien, mil o diez mil personas, sino de un conjunto enorme de millones de seres humanos. La impregnación, multiplicándose, sí corresponderá a cada uno de ellos. Es lo que Perón llamaba adoctrinar.

 

El logos y el sentido

 

En la construcción de un nuevo logos participan todos. ¿Con qué grado de saber que están haciendo eso? Muchísimos millones participan sin saberlo, pero lo hacen. Otros, sabiendo a medias, y también lo hacen. Otros, que no tienen la menor idea, no lo hacen. Otros, que sí saben, hacen lo contrario. Así me parece a mí que están las cosas. Entonces: ¿cómo se es portador de una impregnación? Esto es todo.

 

Por tanto, el hallazgo de un nuevo logos es lo mismo que la aprehensión o búsqueda del sentido. Logos quiere decir no sólo palabra, sino palabra racional, con sentido; no es mitoi, que es palabra también, la palabra de la tribu como decía Mallarmé, palabra poiética, no racional, no siempre portadora de la verdad. El mitoi también contiene verdad, pero es una verdad comprensible para algunos e incomprensible para muchos, o tiene un grado de comprensibilidad que es aceptable en un plano y en un momento del desarrollo: en un momento es suficiente, al momento siguiente deja de serlo. Tomemos a los eleatas, presocráticos: Parménides, por ejemplo, escribe una poesía sobre la naturaleza, o Heráclito decía sentencias, proverbios (Nietzsche también lo hizo). Pero después de Sócrates ya no se hace eso, no se escribe una poesía sino un tratado. En un sentido, por tanto, la nueva visión del mundo cobra racionalidad; es el tránsito –que señalan muchos- del mito al logos. Demócrito de Abdera, entonces, ya no escribe sobre la naturaleza por medio de la poesía sino que explica: “la materia está compuesta de esta manera…”. Aparece, pues, el razonamiento silogístico, que tiene que responder a determinadas leyes; una lógica formal del discurso que no es la lógica poética, la lógica pindárica, la de la oda. Aparece una escisión: unos hacen poesía y otros hacen ciencia, y cada obra de cada quien adquiere entonces una especificidad mayor. Para que así suceda concurren varios elementos:

 

– Aumento del número de hombres

 

-Aumento del espacio que abarcan y del tiempo que se tarda en recorrerlo. Esto obliga a otro tipo de pensamiento, puesto que el hombre deja de hablar con cuatro o cinco (los dialogantes, los que conversan, el banquete, el ágape), y ya debe hablar con cualquiera (el foro, el ágora). ¿Dónde aparecen los sofistas? En este otro nivel de relación; son los que defienden causas porque no hay abogados todavía. Es la construcción lógica de un pensamiento en función de un objeto, de una causa. Y esta construcción es anterior a lo que se conoce hoy como filosofía (a Platón, por ejemplo). ¿Quiénes enjuician a Sócrates? Los sofistas, que es lo que Platón no dice, aunque después acomete contra ellos diciendo que ellos “pueden demostrar cualquier cosa y la verdad no es eso”. Es cierto: el objeto de los sofistas no es la verdad, sino la demostración de una cosa que parezca la verdad, y nada más. Por eso sofistería ha llegado a ser sinónimo de falsificación. ¿Qué es un sofisma? Algo que parece verdad y no lo es. Un razonamiento lógico que tiende a mostrar una mentira como verdad.

 

Y para desgracia nuestra, el sofisma ha vuelto a ser actualmente el eje del discurso ideológico que se dirige a la gente común. Apunta fundamentalmente contra un pensamiento ligado a la cultura.

 

Programación e ideología

 

El discurso de la modernidad es un discurso que poco a poco va remontando hacia la programación. Es decir, se programa a sí mismo de tal forma que se mata. Y muere suicidado. Nadie lo mata: se mata solo. El otro pensar es un pensar donde la cosa, el objeto, está en movimiento junto con el que la piensa, que en vez de tender a la programación tiende a la comprensión y a la verdad; no a que los demás entiendan sino a entender. Porque uno de los problemas más graves es éste. Y es muy grave porque tiene pocas salidas. Y no sé si tiene siquiera salida. Me parece que es así: la tendencia ideológica está en relación con el número. Cuando se ha abandonado la cultura y la contracultura se ha posesionado –y esto en política significa la revolución protestante y el proceso de la revolución mundial, que es un proceso de desculturización, de liquidación de la cultura, de reparto de ignorancia en realidad- ese proceso es un proceso contra el saber, al cual reemplaza con esos ersatz llamados ciencias y demás. No quiere decir esto que no tengan un producto generalmente, o casi, solamente técnico, pero no tienen ningún otro producto en orden al hombre. O sí lo tiene: un producto negativo que supone convertir al hombre en un idiota que ignora absolutamente todo. Es más ignorante el hombre de hoy que el de hace 100 años, y éste mucho más ignorante que el de hace 200 y así sucesivamente, 500 años para atrás, cuando los hombres sabían cosas elementales que hoy no saben. No sabían leer ni escribir; sabían otras cosas para las cuales eso no era necesario. No estoy en contra de la lecto-escritura ni de la alfabetización; estoy en contra de que se crea que eso es suficiente y basta. Eso no sólo no basta sino que, si se deja así, es lo contrario, porque se cree que una cosa está y no está: una creencia falsa y un hecho perverso, que es lo que ha ocurrido.

 

Los sistemas ideológicos -que son una especie de fáciles resúmenes Lerú de la sabiduría de Occidente y del mundo- reparten esas simplificaciones, y hay entonces un “Lerú blanco”, un “Lerú negro”, un “Lerú rojo”, etc., que son los sistemas ideológicos. Están dirigidos a unos hombres -supuestos, por otra parte, ya que no existen en la realidad-: el “ciudadano”, el “nacional”, el “compatriota”, “la gente”, todas esas categorías abstractas e inexistentes que a uno también se le pegan, a los que paradójicamente se supone que saben una cosa y al mismo tiempo que son unos brutos. Digo paradójicamente porque si hubieran creído que la educación que ellos daban era una educación en serio, no hubieran necesitado hacer los “resúmenes Lerú”. Pero resulta que primero hicieron esto diciendo que en ello creían –y siguen diciendo que creen que esta es la educación- y por otra parte venden como saber un resumen abreviado que ni el Readers Digest aceptaría, porque piensan que los hombres son imbéciles. Los imbéciles de hoy son, precisamente, el resultado de esa “didáctica”: ignoran, por tal razón, muchas cosas necesarias para educarse y saber y sabe otras que son necesarias para nada, o para que le “vendan un tranvía” sin problemas ulteriores. A nadie le pueden vender un tranvía si no sabe qué es un tranvía ¿para qué le serviría? Es lo mismo que ir a Australia a venderle un tranvía, un bandoneón o un cuadro de Picasso a un maorí. Pero en el medio en que hoy vivimos, en primer lugar el individuo no debe saber nada, en segundo lugar debe creer que sabe determinada cosa, en tercer lugar debe desearla, y entones se la venden. Y esta cosa no es la cosa que dicen que es, sino su contrario. Tal es el comportamiento del mecanismo de desarrollo de la ideología y sus razones más profundas. ¿Cómo esto no iba a destruir el logos de una civilización, si tiene su lógica, una lógica interna que depende de las palabras creadas con el propósito de que la ingeniería de construcción de la ideología sirva, y nada más que eso? ¿Qué tiene que ver esto con el hombre? Absolutamente nada, salvo que este hombre sabe leer y eso está escrito en un idioma que él sabe leer. Pero saber leer no es comprender. Si llegó hasta

5º grado puede leer cualquier cosa, teórica y potencialmente, mas no comprender cualquier cosa. Puede comprender algunas, pero en cuanto se lo saca de ese ámbito de la lecto-escritura –el complejo dominante- este hombre sabe otras cosas que no las aprendió en la escuela, ni las podía aprender porque no las enseñan. Le obligaron a olvidarlas, incluso. Pero él no las olvida -no es tan fácil-: las retiene y las aplica. Y ahí reside –bajo formas de supervivencia clandestinas, subterráneas, ocultas- la parte que está viva del logos anterior a esta presencia de un antilogos de la contracultura. Y esto no significa “culto a los antepasados” ni estupideces por el estilo, provistas por el razonamiento de algunos arqueólogos y, sobre todo, de algunos “entomólogos de la humanidad” que se dedican al estudio del hombre como insecto. Esta clase de gente es la que suele decir, por ejemplo, que “es importante la pervivencia del paganismo”, pues participa del mismo mecanismo de todo el sistema: aquél que lo lleva cada vez más atrás. No al lugar donde el hombre está, sino más atrás, donde él no está. Pero al lugar donde está el hombre verdaderamente no va nadie. Y así aparecen los gnósticos modernos, los que hablan frivolidades y estupideces, y desparraman ideología. Su ideología es la ideología de los orígenes: del mismo modo que hay una serie de principios de carácter ideológico para construir el conjunto de las ideologías dominantes –liberales, marxistas y por extensión todas las futuristas que fijan metas a conquistar por la humanidad- según la idea imperante acerca del hombre (absoluta animalidad y materialismo en todo), también domina esta idea en quienes investigan el pasado. Llegan por esta senda a aquel “paraíso” en el que los hombres se mataban y se comían entre sí: los mexicanos, que aun creen que las cosas siguen siendo de esta manera, se siguen matando entre ellos sin problemas, pero no como manda Dios sino Tlaloc.

 

Más sobre el nuevo logos

 

No hay ningún pensar sobre el hombre que pueda planear metas sin plantear los orígenes. Por eso Marx, o Hégel, o Nietzsche o cualquiera, cuando plantean metas siempre se refieren a un origen -que para cada uno es distinto- aunque todos coinciden en aquello de la “edad de oro”, incuestionablemente una perífrasis del Paraíso cristiano (de nuevo y además parecido, similia similibus). Por   su parecido, precisamente, también han intentado su directa suplantación. En ese mecanismo que los mueve está clara ya la intención de la meta: “no es el hombre el culpable”. Para algunos son los ricos, para otros la sociedad… En general, la existencia de la sociedad para ellos es grave, aún para Marx que la acepta como un mal necesario; Rousseau la rechaza porque reputa que ni siquiera eso es necesario, aunque también termina tolerándola y dando origen al romanticismo que llora sobre la leche derramada y es incapaz de cambiar nada: por eso es tísico.

 

En realidad lo que para todos ellos es un castigo -o un peligro- es la existencia misma del hombre. Cuando Sartre dice que “el infierno son los demás” termina cerrando la última puerta. Es que no se puede decir que el hombre está bien y la sociedad está mal sin caer en una estúpida incoherencia. De modo que queda perfectamente iluminada la escena: lo que todos ellos piensan efectivamente es lo que piensa el “acusador del hombre”, Satán, el Enemigo del Hombre.

 

De ningún modo decir esto es sacar la responsabilidad a los hombres. Siendo Dios la Causa, el hombre es la razón de esa causa. Si el hombre no dijera que sí no pasaría nada. Pero es aquí donde aparece claramente la existencia de la libertad. Si el hombre dice sí, a joderse, está de acuerdo.

 

Es evidente que el desarrollo -palabra más ajustada que creación (que suena como un acto ex nihilo, “sacado de la galera”, y no es así)- de un nuevo logos va a contener ciertos elementos de entre los citados. Elementos opuestos a los de la contracultura y positivos respecto de su propio desarrollo, es decir que le permitirán desenvolverse en este marco; elementos del pasado que están en el curso de su propio origen –es decir que pueden explicar su origen a partir de proponerse las metas o, a la inversa, que toda proposición de metas se corresponda coherentemente con ese origen-, curso que es preexistente ya y que también es nuevo (recuerda, pero construye). ¿Un marco nuevo de toda novedad? No, siempre mezclado: algunas cosas nuevas, algunas cosas viejas colocadas como nuevas y en un nuevo marco, y algunas cosas viejas reconocidas como viejas, que es como se compone en última instancia.

 

La construcción no es el armado de un rompecabezas, sino un desarrollo constante, aún no sólo en la relación interna que los materiales tienen entre sí en la disposición de los espacios (paredes, ventanas, etc.) sino también en la elaboración de los propios materiales. Los materiales también son combinaciones, algunas viejas y algunas nuevas: cuando los romanos comenzaron a construir con hormigón nadie lo hacía aún, porque en las colinas … abundaba la “tierra romana”, como aún se le decía cuando éramos niños.

 

Cuando enunciamos esto, tal vez no disponemos aún de la penetración necesaria para apreciar que requiere un mecanismo personal de aprehensión. Aprehensión no es aprendizaje; es un mecanismo que lleva al hombre a alcanzar la portación de nuevos elementos. Ya no hablamos del proceso sino de la participación de cada uno en él, independientemente de que esa participación sea diversa, pues lo que debe ser común es la aprehensión de este proceso profundo. Cada uno la elaborará después a través de su propio prisma y en su relación con los demás, que son diversos también. Pues bien: ese desarrollo no se puede programar ni racionalizar y, por tanto, será como sea.

 

Se dice “fin del trabajo”, pero la humanidad ¿puede vivir sin trabajar?

 

Existen en nuestros días augures que, ante la pregunta por el destino del trabajo humano sostienen que el trabajo es cosa del pasado, Pero lo que estamos viviendo no es “el fin del trabajo”, es el fin de los trabajadores. En un sentido, al menos. Con lo cual es también el fin de los que están del otro lado. Yo formularía la pregunta de otro modo: ¿La humanidad puede vivir sin trabajar?

 

Hay en el mundo un pequeño grupo de gente que se dedica a hacer cálculos y después dice: dentro de X años, el 2 por ciento de la humanidad, trabajando, sostendrá al 98 por ciento restante si continúa el proceso actual. Y no es verdad, son meros números sin ningún significado verdadero. Es una operación humorística con las cifras, como ellos las manejan. Bastante antes de llegar a eso, la humanidad se muere, desaparece, si se cumplen las condiciones de la premisa, es decir que el 98 por ciento “no trabaje” y el 2 por ciento “trabaje”. Pero ¿a qué llaman “no trabajo” y a qué llaman “trabajo”? Aquí está la razón de por qué digo que no es cierto. Porque tampoco es verdad que no haya trabajo, que la gente no trabaje. Lo que no hay es trabajo remunerado, y mucho menos trabajo bien remunerado. Lo que se ha degradado es el rol del trabajo productivo.

 

¿Qué se entiende por trabajo productivo? Trabajo en la producción de más bienes para que otros que trabajan a su vez en otro tipo de producción de bienes puedan comer, vestir, vivir, etc. El trabajo, en rigor, es “mutuo”. Cada uno consume los bienes que otro produce y aún los que él mismo produce en cantidades personales o familiares, no en cantidades masivas. Esto, proyectado al conjunto de la sociedad, da como resultado una organización productiva determinada.

 

Pues bien, lo que termina, o aquello con lo que los que dominan el mundo quieren terminar no es con la producción ni con el trabajo, sino con la capacidad económica del que trabaja. Lo paradójico de este asunto es que en la misma medida en que terminan con la capacidad económica del que trabaja -en bienes, en servicios o en lo que sea- terminan también consigo mismos, porque ¿de qué viven sino de vender a alto precio lo que otros hacen a bajo precio? ¿A quién se lo venderán en adelante? El problema central, la crisis fundamental desde el punto de vista estrictamente económico, es que ellos tendrán cada vez más mercancía para vender y menos compradores. La inmensa mayoría tiene cada vez menos poder adquisitivo y en ella son cada vez menos los que compran, y ellos tienen más mercancía, cada vez más barata, pero no la pueden vender. Sus beneficios, que son beneficios ingentes, se los comen los servicios de las deudas que tienen que pagar. Es decir, de toda la mercancía que tienen parada deben pagar intereses, por más barata que sea -una hora, un día, treinta días, diez años, el tiempo que la tengan en depósito- hay que pagar. Y eso es peso muerto. Y también hay que pagar sobre otro peso muerto: las inversiones fijas. Pero ¿a quién pagan? A aquéllos que han tenido una concentración de numerario suficiente como para prestárselo, en última instancia a los tenedores de esas deudas, que conforman la estructura financiera. La estructura financiera se apodera de la economía de esta forma.

 

Las finanzas no pertenecen al orden económico, sino al orden político

 

Las finanzas no pertenecen al orden económico, sino al orden político. El orden económico pertenece a aquéllos que participan de algún modo –primaria, secundaria o terciariamente- de la realidad del orden del hogar, del sostenimiento del hogar, que es lo que economoi quiere decir: pacto de sostén del hogar, de la casa. Lo que no pertenece a este orden no tiene nada que ver con la economía, no es económico. ¿Qué es entonces? Es político. ¿Por qué? Porque esta apropiación política de la economía, ya sea bajo la forma de bienes, de servicios y, sobre todo, de dinero o signos que representan dinero, lo único que encarna en realidad es poder político, y ninguna otra cosa. No es capacidad de comprar, transformar, obtener, sino sólo capacidad de obligar, de reprimir y de imponer, y por lo demás no tiene ningún otro interés.

 

El objeto que tienen las finanzas no es económico -si lo fuese estaría cumplido hace mucho tiempo, aún en el caso de un avaro ambicioso y desaforado-; su objeto es político y por eso sigue. Es un partido o una organización que no es más que la organización política de los apropiadores. Por eso en nuestros días desaparece la propiedad y por eso en el escenario político están los expropiadores, que trabajan para los apropiadores. Expropian a la gente de mil modos diferentes, para entregar el producido a estos últimos, que no quieren propiedad, sino apropiación.

 

De los atributos que los romanos asignaban a la propiedad –propietas, dominio y usufructo- a los apropiadores les interesa nada más que el usufructo, y el dominio a veces, pero nunca la propietas, que para ellos carece de interés. ¿Por qué? Porque están por encima de la ley, no tienen ni se ajustan a ley alguna, y la propietas no existe sin ley. De modo que en los enormes cementerios urbanos de hormigón y máquinas abandonadas que son las ciudades modernas, ellos toman, dejan o abandonan las cosas, según se dé, bajo la artimaña verbal consistente en decir que “es antieconómico”. Pero ninguna actividad, nada de lo que el hombre crea o construye, es antieconómico; sí es, en todo caso, antifinanciero. A ellos les conviene más favorecer la importación de alfileres que recuperar una industria productora de máquinas-herramienta: no quieren nada de capital ni de inversiones fijas. Todo se vuelve entonces flotante y desaparece, totalmente o en parte, pero siempre como organización. Puede no existir una desaparición física absoluta, porque la organización productiva y el trabajo siguen existiendo -en forma larvada, clandestina, en talleres chicos, abriendo uno nuevo cuando se debe cerrar el anterior, trabajando en negro, conformando una “economía paralela”- en medio de ese caos en el que ha desaparecido del horizonte la organización industrial.

La organización industrial fue progresivamente anárquica, anarquizante y anarquizada ex profeso, y finalmente destruida. Aquello que dotaba de orden y también de sentido -al menos psicológico- al capitalismo de los siglos XVII, XVIII y XIX desapareció. Por eso yo señalo que no hay más capitalismo. No hay actualmente nada que pueda ostentar ese nombre; lo que hay es meramente una política de expropiación combinada con otra de apropiación. Dicho de otro modo, no hay ni siquiera “capitalismo salvaje”; sólo hay salvajismo ejecutado por verdaderos salvajes.

 

Pero la función del trabajo es inevitable para el hombre y para la humanidad, ya que caminar es trabajar, lo mismo que respirar, comer y también qué comer. Aun dormir o vestir es trabajar, a partir del dónde dormir y qué vestir.

 

Hoy pueden fabricarse 1.000 camisas por minuto, todas distintas y de todas las medidas, con el trabajo de tres personas que manejan computadoras y aprietan botones y varios robots que ejecutan todas las faenas cumpliendo un programa. Eso no significa el fin del trabajo, porque a los que las van a usar prácticamente  se las tienen que regalar (o las tienen que pagar).  Entonces  habrá en poco tiempo más fábricas automatizadas produciendo cien mil o cien millones de camisas gratis, que es lo que ya están diciendo que va a ocurrir. Será de nuevo el paraíso, donde nadie habrá de preocuparse por vestir ni por comer ni por nada. ¿A qué se dedicarían entonces los hombres? A matarse sistemáticamente entre sí ¿o a qué se van a dedicar? Como la mayoría no emplearía su tiempo en morir lentamente tirada en jergones, ejecutarían un trabajo, a un gasto de energía, aunque no fuera productivo. A una inversión energética y a una reposición de la inversión energética mediante el alimento, el sueño y la respiración.

 

¿Existe el ocio?

 

El ocio era el ideal paradisíaco de la época del capitalismo verdadero, la del capitalismo manchesteriano del siglo XVIII, porque los hombres trabajaban 12, 14 ó 16 horas sin descanso y trabajaban las mujeres y los chicos mayores de 12 años, todo el mundo en ese período llamado escocista, y al ocio ni siquiera lo conocían. Sólo podían saber de ocio los dedicados a las faenas rurales, fueran las que fueren, pues las fases del trabajo y descanso se intercalan tanto en el día como en los períodos; el trabajo agrícola, si bien puede ser pesado, no exige una operación constante, con un horario inflexible, al pie de una máquina. El campesino tiene una organización de su trabajo de acuerdo con el día, que se corresponde con el sistema astronómico, y con los ritmos de mucho, poco o casi ningún trabajo a lo largo del año. Por eso el hombre de campo, en esas etapas de menor trabajo, trabaja y lo ve como ocio: trenza cueros, fabrica herraduras, arregla los techos… siempre “algo hay que hacer”, como dice cualquiera. Porque el hombre no puede estar mano sobre mano todo el día, so pena de caer en el aburrimiento más espantoso.

 

En el orden urbano un trabajo racionalmente organizado –aún de carácter industrial, como fue en la época peronista- permite también el ocio, en su medida, progresivamente mejor adaptados entre sí y con relación al orden astronómico también: a la sucesión de las estaciones y a la sucesión noche-día. Este modo permite a los hombres una vida más armónica y un ocio mejor organizado.

 

Pero lo que sí se puede afirmar es que es absolutamente imposible la eliminación del trabajo.

 

El problema del trabajo es un problema político, no económico

 

El problema del trabajo y el problema económico no existen, no hay tal problema, no es político. Esos tratamientos son tratamientos fenomenológicos que evaden el tratamiento de lo principal. El problema del trabajo es un problema político. Del mismo modo que dijimos antes: la estructura financiera no es económica, es política, del mismo modo este problema no es económico, es político -aunque tenga forma económica, para la economía popular sobre todo- porque tanto el tratamiento, el análisis como la solución pertenecen al orden político. Económicamente no puede haber solución alguna, ya que la economía está en manos de otra política.

 

En rigor habría que abrir aquí un paréntesis, para ver si existe algo llamado economía, más allá de determinada contabilidad de cosas o de gente. Más allá de esto no creo que exista una economía, y eso que ellos llaman “ciencia económica” es una virtualidad absoluta llena de palabras sin sentido, todas ellas retroalimentadas por su propia semántica. Pongamos atención en el hecho de que primero hacen los gráficos, después los analizan, y ulteriormente discuten ese análisis de gráficos. Vale decir: lo primero que hacen es cuantificar, armar los gráficos. Y este trajín nada tiene que ver con la economía, aunque podría servir, acaso, para discutir un partido de ajedrez.

 

Se puede tomar la definición física del trabajo (qué es trabajo en Física): cuando hay una diferencia de potencial es posible la inversión de la diferencia de potencial –que se llama “trabajo”- en producción o destrucción de algo, sea lo que sea. Porque trabajo también es demoler, por ejemplo. De última el trabajo es todo eso. Esta inversión de energía apoyada en una diferencia de potencial, del potencial mayor al potencial menor, en la búsqueda de su igualación física, es el proceso por medio del cual se cumple el trabajo. Por eso la alimentación es reposición de energía para que el hombre pueda invertir su energía muscular o mental en cualquier orden de trabajo. Aún el ocio es también trabajo. La única forma de “no trabajo” sería entonces la muerte, la igualación absoluta de potencial, la no diferencia de potencial en el orden del universo humano. Pero igualmente hay trabajo en el nivel subalterno de los procesos de putrefacción, que producen calor: el paso de mayor a menor temperatura implica trabajo, porque todavía hay vida, aunque ya en otro nivel. Y cuando en ese nivel todo queda reducido absolutamente a polvo, todavía hay trabajo en el horizonte químico o molecular. Descendiendo aún más, eppur si muove: también prosigue el trabajo atómico. De modo que el de «eliminación del trabajo” me parece un concepto totalmente absurdo.

 

Lo que viene disminuyendo constantemente desde que comenzó este zapateo de la globalización es el empleo, así como la debida remuneración de los que aún lo tienen. Cae el empleo y se abandonan las necesidades de trabajo, que son cada vez mayores. Digo necesidades de trabajo no en el sentido de que cada hombre necesita trabajar, sino en el de que la sociedad necesita del trabajo y se le niega. Así se producen los agujeros negros de la destrucción que cada vez más nos rodea y nos asedia: hambre, miseria, fragmentación y devastación urbana, desertización de la naturaleza, por falta de empleo de esta energía, que es sobrante y se disgrega, que se pierde en lugar de ser empleada. No es que no exista la diferencia de potencial, no es que no exista la necesidad; lo que no existe es la voluntad de emplear esa energía, y esta voluntad es una voluntad política, no económica. Hay que señalarlo con mucha insistencia: para ser cumplida, esta voluntad tiene un objeto político y dispone de medios políticos, y debe ser destapada la mentira economicista, sea liberal o marxista, de que esto depende de una voluntad “económica”.

 

Economía y alienación

 

Liberalismo y marxismo son hermanos siameses y han producido este diseño ideológico que hizo que los hombres, en lugar de pensar en el trabajo, pensaran en el empleo. Embadurnados durante dos siglos por esta creencia, los hombres de hoy -en medio de la catástrofe- aún piensan en el empleo en lugar de pensar en el trabajo necesario para su supervivencia, no sólo como sociedad o comunidad, sino también como personas. ¿Cómo es posible creer, como muchos creen hoy, que se puede vivir sin trabajar? No hace mucho y ante los insistentes reclamos de vecinos por las inundaciones que asuelan la ciudad con cada tormenta, respondió: “Dentro de cinco años hablaremos de eso”. Y una de sus principales funcionarias replicó ante las quejas: “¿Y qué quieren que haga con el agua? ¿Qué me la tome?”. Pongo este ejemplo, entre millares que se dan hoy en día, para mostrar el grado de alienación al que se ha llegado.

 

¿Qué quiere decir alienado? Enajenado, dislocado, fuera de lugar. Estas gentes que así piensan están entonces “fuera de lugar” y “enajenados” a un sistema de pensamiento y a una lógica que desconoce en absoluto la existencia de la sociedad y de la humanidad. Se manejan en otro universo. Trabajan para los apropiadores.  Son parte de una política única de la organización  de la Usura, que es una organización política, el único partido verdadero que existe y, a la vez, una de las columnas de la Logia. La otra columna es

la que se encarga de convencer a los seres humanos de que no son nada para que se droguen, se bestialicen y se maten. Estas son las dos palancas de la política y, por tanto, ¿de qué “economía” puede hablarse?

 

En el mundo globalizado la economía ha desaparecido definitivamente. Si no hay economía del “hogar del hombre” (del hogar nacional, del hogar comunitario y del hogar personal de la familia), mienten los que aún declaman su existencia, y no lo hacen por ignorancia, sino a sabiendas. Lo hacen porque cobran. Así de simple.

 

Resumiendo: eliminación del trabajo es eliminación de la diferencia de potencial, esto es, la muerte. Con justa razón Su Santidad señala que “ésta es la cultura de la muerte”. Es así no sólo desde el punto de vista del espíritu, de la psiché y del soma, sino también desde el de la vida social y el de la cultura. Es la cultura de la muerte porque ellos no quieren morirse solos, quieren que todos los acompañemos a la bóveda. Pero la única manera que veo de que podamos acompañarlos es llevándolos en el féretro: los dejamos en el cementerio y nos vamos.

 

Esto que llaman “la historia” se encarga de enterrar a los que se destruyen a sí mismos. Cuando no existe ninguna posibilidad de destruirlos, no es porque uno haya fracasado, sino porque ellos mismos se autodestruyen.

 

El problema político de nuestro tiempo

 

Cuando todas las opciones políticas aparecen cerradas es cuando están más abiertas. ¿Por qué? Porque lo que está cerrado totalmente es el universo que ellos han acotado, que es un universo minúsculo. Allí adentro se van a destruir. La incógnita está afuera, no ahí. Afuera hay otra cosa, que ni siquiera es esa misma en “versión mejorada” (las “versiones mejoradas” de lo malo suelen producir lo espantoso). Afuera hay otro camino. Y en esto consiste el problema político de nuestro tiempo. Al enfrentarse a la incertidumbre que conlleva, aún existen estúpidos que, por ambición ignorante, búsqueda frenética de poder, figuración, placer o supuesta seguridad, prefieren entrar en el pequeño universo de los que mueren para encadenarse a él.

 

Hay un cuento de Leonidas Andreiev, llamado El Príncipe Próspero o La máscara de la muerte roja, que es aleccionador al respecto. El Príncipe Próspero vive en la Edad Media y tiene un castillo en un lugar hipotético. Es un despiadado criminal y a la vez un “play boy” que ha programado una gran fiesta para todos sus amigos en el castillo, pero le avisan que se aproxima desde una comarca cercana una peste aterradora, llamada “peste roja”, que produce la muerte irremisible en 24 horas. Decide entonces cerrar herméticamente el castillo con todos sus amigos dentro y niega ese favor a centenares de desesperados campesinos que se lo suplican. Llegada la primera noche se inicia la gran bacanal, pero al día siguiente, cuando despiertan, todos se descubren ensangrentados: la peste también había entrado con ellos en el castillo…

 

Pues bien, el universo minúsculo al que me refiero es el castillo de La máscara de la muerte roja, donde murió el malvado Príncipe Próspero. Han hecho lo mismo: se dijeron ¡Viene la peste! e, incapaces de aprender, se han encerrado en la gran fiesta permanente del castillo. Y esto nos lleva a otra consecuencia: son absolutamente incapaces de reflexión. Nadie estudia ya porque piensan: Lo sé todo. Piensan, como fariseos que son, que en todo caso, los que tienen que cambiar son los demás porque “nosotros somos los santos de Israel”, aprendiendo únicamente de la propia experiencia. Entonces miran y no ven, escuchan y no oyen.

 

Es preciso aprender de la experiencia ajena, porque la experiencia propia cuesta cara y llega tarde. Cuando el burro se acostumbró a vivir sin comer, se murió.

 

La tecnología

 

La tecnología no es un problema. Puede serlo para algunos, pero yo pienso que cuestionarla es lo mismo que cuestionar a la llave inglesa. En última instancia, la tecnología necesaria es la que en cada lugar y tiempo el trabajo necesita para llenar su objeto. La superabundancia tecnológica, en cambio, el único efecto que produce es el de que no haya en realidad ninguna tecnología.

 

Como la tecnología también está en el mercado, hay cientos de miles de opciones para un mismo trabajo, de diferentes máquinas que hacen la misma cosa de manera distinta, y es absolutamente imposible para nadie, sea trabajador, empleador o empresario, elegir qué es lo correcto o incorrecto. Por tanto, todas las opciones son incorrectas: cuando hay muchas no es ninguna. ¿No pasa eso con las computadoras, por ejemplo? Están la MX38-A, la NH23-8, la 3-XT-27-4… y ¿cuál es la diferencia? Ninguna. Es todo un artificio por el cual para cumplir un trabajo simple se hace una cosa complicada.

 

Cualquier herramienta ha tenido hasta ahora, hasta este período final, el atributo de ser lo más simple posible, de cumplir su función con simplicidad y eficacia, adaptada a los dos términos de la tecnología: el término humano y el término de la cosa o objeto al cual es aplicada la herramienta. Ahora ese atributo no se cumple. La polifuncionalidad aparente de las herramientas actuales hace que carezcan de funcionalidad. De nuevo tenemos aquí el sofá-cama. En vez de estar adaptadas al objeto, las herramientas actuales están adaptadas al mercado, y así vemos destornilladores con cama adentro, globos digitalmente programables que se inflan de 7 maneras diferentes, pilas “larga vida” con medidor digital de carga que duran menos que las comunes de antes, lavarropas con 25 programas de los cuales todos terminan usando siempre uno solo y calculadoras con radio, reloj, brújula y detector de mentiras. Nada de eso es útil en ningún grado. Además, los materiales de construcción de toda herramienta son cada vez peores y lo que hasta hace poco se llamaba “obsolescencia programada” fue “evolucionando” hasta las herramientas con “ruptura asegurada” e “infuncionalidad absoluta” que hoy nos venden, y que en el futuro próximo ya serán totalmente descartables, como en amor en la M-TV. Yo no creo que los materiales deban ser durables o descartables según el criterio ideológico previo de que es mejor lo durable y peor lo descartable. Depende de qué se trate. Si yo soy mecánico de automóviles y necesito las herramientas comunes de todo taller de automóviles, quiero herramientas buenas, eficientes y que me duren porque estoy todo el día con ellas. Pero si me dedico a aplicar inyecciones preferiré, por otra serie de razones, las jeringas descartables y no las de vidrio esmerilado con bordes niquelados. Otro tanto ocurre con los aparatos electrónicos, que son aparentemente poco durables desde el punto de vista de su manufactura, pero en rigor eso es necesario: ¿para qué se necesita un gabinete de madera de roble de Eslavonia? Provienen de una industria altamente normalizada que ya no fabrica malos productos porque no le conviene y, de acuerdo a su función, el material con que son construidos suele ser suficiente; además, la duración de tales aparatos depende del cuidado que se les prodigue. No existe diferencia alguna, por ejemplo, entre computadoras con marca y sin ella, porque el microchip es Intel en ambos casos y lo mismo ocurre con el rack, la placa madre y otros componentes. Ahora hacer bien o mal estos aparatos cuesta lo mismo al fabricante o al armador y hasta diría que es más barato hacerlos bien, pues de lo contrario tendrían que desarrollar todo un nuevo universo específico de máquinas- herramienta para hacerlos mal. Allí donde la densidad de inversión es muy alta, la calidad es uniforme. Por esta misma razón, si bien se pueden fabricar periféricos de computadora de baja calidad, nadie va a producir un automóvil que no funcione. Lo “chanta” o lo “berreta” se da en aquellas manufacturas en las que la densidad de inversión es muy baja.

 

Pero ni siquiera aquí existe problema tecnológico y, siendo aparentemente económico, es en realidad un problema político. El problema no es de la tecnología en sí misma ni de la producción de tales artículos: reside en la cabeza de los usuarios. ¿Qué piensan éstos hoy? Que la duración carece de importancia porque lo que compra es “use y tire”. Y lo piensa porque le han dicho que es así. Generalmente no es cierto, pero como el fabricante no puede hacer algo bueno y “berreta” a la vez, se le ha suministrado al consumidor la idea de que todo producto es de “use y tire”, tras la cual se encadenó una serie de argumentaciones (vgr: “la tecnología cambia cada vez más rápido”, “el próximo modelo va a venir mejorado”, “sale uno nuevo todos los años”, etc.) que llevan al usuario a cambiar aquello que compró, no porque esté obsoleto sino porque él mismo lo arruinó con toda clase de zarandeos, creyendo en el sistema ideológico que le vende el mercado tecnológico.

 

Tecnología y mercado

 

El negocio del mercado tecnológico es hoy la sustitución, como el negocio de los fabricantes de automóviles es la venta de repuestos y dinero, para cuyo logro se generó todo el nuevo sistema ideológico. A tal grado es así que hay empresas, por lo general de origen asiático, montadas únicamente para producir repuestos copiados de peor calidad, pero más baratos,   mediante el consentimiento -previo pago- del fabricante original. Y tales repuestos son usados hasta en los talleres de los concesionarios de la marca original, tal el caso de la empresa Renault argentina.

 

La tecnología actual está pensada para este tipo de negocios. No es que se “adose” este negocio a cualquier tecnología, sino que la tecnología misma es concebida en estos términos, en función del mercado y de los negocios del mercado, que no son otros que éstos. La investigación y el desarrollo de las empresas están ligados a lo que venden y no venden, no a la búsqueda de una “verdad tecnológica” para ellas inexistente. Y esto demuestra, de paso, que las causales de la exclusión no residen precisamente en el desarrollo tecnológico, sino en una clara voluntad política. Sus ejecutores excusan su responsabilidad desviando las miradas hacia el terreno de la tecnología. Es el mismo mecanismo de la “obediencia debida”: el responsable es siempre otro. ¿quién? No se sabe. Nadie. La tecnología. Cuando son ellos los responsables absolutos, pues es con estas maniobras que se enriquecen. En todos los órdenes está ocurriendo lo mismo, y en el orden científico, con la llamada “investigación básica”, más aún.

 

Cada vez más la investigación básica, como parte del mercado, está orientada en un único sentido, enfocada en él. No hay ninguna investigación básica que sea búsqueda de la verdad científica, ni es posible y, además, ¿quién la pagaría? Por el contrario, se han gastado ingentes sumas en sintetizar drogas alucinógenas y estupefacientes, con la vista puesta en mejorar sus ingresos y lograr su independencia política respecto de la producción primaria.

 

La tecnología, pues, no es neutra. Desde el punto de vista de la pureza técnica podría serlo, pero desde el mismo momento en que se desarrolla empieza por no ser neutra sino “parte de”, estar “al servicio de”, “servir para” y ser “empleada como”, y todos éstos son determinantes, aparentemente económicos pero, en rigor, de carácter sustancialmente político.

 

Tecnología y trabajo humano

 

Pero volviendo a la vinculación de la tecnología con el trabajo humano, ya dije que su papel es siempre el de la herramienta. Su incremento tiene, obviamente, un límite, pero carece de seriedad decir que en sí misma es la culpable del desempleo. No obstante, la técnica o de la tecnología son empleadas por una determinada política, como base para producir el desempleo. ¿Cómo? ¿Por qué? Veamos:

 

Se conduce políticamente a la tecnología para que produzca desempleo, porque desde el punto de vista financiero aminora los gastos produciendo deflación y, por tanto, depresión. Pero no se deflacionan los bienes que ellos tienen, que los tienen en signos. De modo que la producción de desempleo por determinado uso de la tecnología es un mecanismo de defensa del dinero en tanto tal. ¿Por qué están ellos en contra de la producción? Porque producir bienes y dar trabajo aumenta el consumo, y al aumentar el consumo se incrementa también la “fricción” -como la llaman-, se “calienta” la economía y produce, lógicamente, inflación. Hay mayor necesidad de crédito, aumentan los bienes y por tanto puede aumentar la cantidad de signos monetarios que representan esos bienes, y en la medida en que esto toma velocidad el signo monetario empieza a crecer de acuerdo a las tendencias futuras, no a la cantidad actual sino a la futura de bienes: eso es el crédito. Bajan entonces los intereses… y el negocio financiero se derrumba. ¿Qué defienden entonces?

 

 

 

El signo monetario tal cual está, altos intereses y el control político para lograr ambos objetivos. Y éste es todo el secreto de la “economía” que se viene desplegando en esta etapa de la historia, es este tipo de “economía” el que produce el desempleo y no la presencia de una tecnología más o menos avanzada de robots y computadoras.

 

¿Quiénes hacen aparecer a los bytes y a los robots como los grandes culpables? Aquéllos que ocultan detrás de ese telón o espejismo sofístico su verdadera finalidad: la defensa del dinero que tienen en el banco… o la propiedad del banco, es decir, la potestad de determinar la vida y la muerte de la humanidad. Es esto es lo que defienden de esa manera.

 

El llamado “no trabajo”

 

Ya dije que no hay hombre, mujer, niño ni anciano que no trabajen.

 

Pero por lo general, se habla de que alguien no trabaja cuando no recibe determinada cantidad de dinero a cambio del trabajo que realiza. Que siempre realiza.

 

Ahora bien: también existen hoy los que, por no pedir limosna, para poder recibir algún dinero deben matarse en trabajos sin dignidad.

 

¿Qué ocurre entonces? Que el que trabaja sin recibir dinero a cambio o el que lo hace en condiciones indignas por unos pocos centavos se cree un miserable, que suele ser peor que serlo realmente porque es mucho más importante lo que cree él que lo que crean los demás. Hasta que finalmente no se cree ya nada, le importa todo un rábano, y entonces es mucho peor aún porque ha descendido un peldaño más en su degradación social. Pero ¿no es éste el punto en que el hombre deja de ser persona y pasa a ser cosa? Es en ese momento que se convierte en cosa y no cuando trabajaba en la industria y era -según Marx- “cosificado”, “alienado” y no se cuántas cosas más en la máquina por ser la enajenación del producto. Ahora es la enajenación de sí mismo. La droga y la delincuencia ¿no son parte de eso, acaso? Algo, por otra parte, absolutamente lógico pues ¿qué va a hacer alguien que dejó de sentirse persona? Si tiene que robar va a robar, si tiene que matar va a matar, si se tiene que drogar se va a drogar y si tiene que vender droga va a vender droga. Todo eso, combinado, es lo que ocurre hoy. Y además lo que ellos necesitan, para que todo siga ocurriendo.

 

No quiero decir que les convenga sólo para defender el signo monetario que ellos han acumulado: lo hacen. Además, para que siga siendo así. Y su efecto, funcionalizado al máximo, es devastador.

 

Del mismo modo que antes se juzgaba a los animales domesticados como conversores de energía, el hombre como conversor de energía es ineficiente para este sistema. No lo necesitan para eso, extraen energía de otra cosa, de algo que se consume a sí mismo.

 

El trabajo en los tiempos de la devolución ecosistémica

 

Una economía sin trabajo es ciencia ficción. Además, es ciencia ficción de capa y espada. Sólo Lord Dunsany podía pensar eso a fines del siglo pasado. Nadie más. Y un amigo de Lord Dunsany, que era Conan Doyle, imaginó a Sherlock Holmes sin trabajo. Pese a todo, Sherlock Holmes trabajaba y Watson también, y aún la señora que los atendía.

 

Si empezamos por decir que no hay ninguna economía sin trabajo, evidentemente no será posible inaugurar una etapa histórica de devolución ecosistémica sin trabajo. Será con trabajo y, además, con mucho trabajo por lo que señalé antes -hoy lo que no hay en realidad es empleo– y porque hay una necesidad de trabajo enorme, no ya de quienes necesitan trabajar, sino porque la sociedad misma necesita ese trabajo y no puede llenar ese bache en las actuales condiciones. Hay una verdadera necesidad acumulada.

 

¿En qué consiste esa necesidad? En la organización de la sociedad y en el dominio de la naturaleza.

 

¿De qué carácter ha de ser este dominio de la naturaleza? ¿Será “dominio” en el sentido que le da la modernidad anglosajona, de destrucción y aniquilación? ¿O será en el sentido de la coexistencia con el orden natural y dentro del orden de la naturaleza? En este último caso la aplicación técnica sí habrá de ser útil, al permitir cuidar mejor de la naturaleza, lejos de lo que se viene haciendo hoy, en que se la somete al beneficio de un grupo de piratas. No quiero decir con esto que no aparezca un grupo de piratas más grande: es posible y ya los hay ¿o qué son las denominadas mafias, que en rigor son nada más que el resultado de la destrucción del orden?

 

Roma, en tiempos de Diocleciano

 

La destrucción del orden genera puntos de orden anómicos, sin ley. O con su propia ley, que es lo mismo. A eso en realidad llaman hoy mafia pero ¿cómo sobrevivían los hombres en el bajo Imperio Romano después de Diocleciano? ¿Por qué se desmorona el Imperio? Se desmorona porque se hunde la sociedad urbana. Los romanos de la civitas urbana fueron tomados repentinamente por la imbecilidad de pensar que ellos eran “los únicos” y, en lugar de seguir extendiendo la lengua latina, la cultura y el desarrollo que habían sostenido hasta ese momento, se encerraron en sus ciudades. Excluyeron a la civitas agraria, y fue en esa época (siglo III D.C.) que apareció, por primera vez en el mundo, el conflicto campo-ciudad, del que fueron los creadores. La consecuencia inmediata fue la barbarización del campo, que no estaba aún totalmente romanizado y lo que estaba se destruyó. Un proceso paralelo fue, desde el punto de vista político y administrativo del Imperio, la asunción del poder absoluto por parte de los emperadores. El primero de ellos fue Diocleciano, que liquidó el Senado (y con él los restos de la República), cambió toda la administración organizando un enorme aparato “soviético” y creó la primera economía dirigida de la historia. Había una tabula de precios máximos para todos los productos, que se extendió a todo el Imperio, y se creaban nuevos impuestos prácticamente cada semana. La intención de todas estas reformas había sido el retorno al orden de tiempos anteriores, pero lo que se logró fue exactamente lo contrario: ninguno de los pequeños propietarios pudo sobrevivir en el ager, en el campo. Los campesinos y después los grandes latifundistas se hicieron cada vez más independientes de la administración o cambiaban sus propiedades rurales por algún negocio o trabajo “protegido”, y así nació el feudalismo.

 

Por un lado los bárbaros, por otro la decadencia de las grandes urbes (los 3 millones de habitantes de Roma eran alimentados gratuitamente y disponían de toda clase de diversiones y espectáculos sin cargo mediante una especie de “programa socialdemócrata” a costa del erario público), más este anquilosamiento y gangrena de la administración imperial, el aumento progresivo e infinito de los impuestos y la presencia de las pandillas de bandidos que recorrían los caminos viviendo de asaltos y robos (se trataba de ex-campesinos, sin tierras a causa de una exacción impositiva que terminó destruyéndolos), tal era el panorama de la Roma de Diocleciano. Sus rasgos no nos resultan ajenos a los argentinos de hoy. El crecimiento de la delincuencia obligó a una sociedad supérstite cada vez más reducida a construir grandes muros, concentrándose en el burgo o en las mansiones de los latifundios. Por entonces nadie llamaba mafia a ese fenómeno: preferían emplear la palabra señores, pero ¿cuál es la diferencia, salvo que ahora usan ametralladoras? En el comportamiento no había ninguna. Y dos siglos después Roma sólo tenía 16.000 habitantes

 

En lo que respecta al trabajo, en la Roma de Diocleciano quedó definitivamente liquidado. El ejército dejó de hacer obras públicas porque se hizo provincial (y ahí comenzó su disgregación). Obviamente, se traía el trigo de Egipto y de Sicilia porque ya no se labraba la tierra. Nadie trabajaba y hasta los esclavos simulaban cumplir sus tareas (había esclavos gordos y amos enflaquecidos a fuerza de tribulaciones), pero todos recibían gratuitamente comida y vino; no obstante, los artesanos se iban de la ciudad por no tener a quién vender lo que producían. No ocurría así porque la sociedad no necesitara del trabajo; el motivo era otro. El trabajo supone toda una organización social, y en Roma esa organización había desaparecido, de modo que no tenía cómo ni en qué emplear a la gente. Sólo sobrevivieron algunas pequeñas comunidades urbanas y algunas pequeñas comunidades campesinas, que se autoalimentaban y podían autodefenderse, y disponían de un orden interno jerárquico. Allí todas las relaciones políticas se habían convertido rápidamente en relaciones personales; había desaparecido el estado porque las relaciones que eran de carácter social, estatal, jurídico y legal quedaron vacías de contenido: “Yo estoy con Fulano porque es mi amigo, o me ayuda, o me consiguió esto o lo otro, o simplemente porque me cae más simpático”. Las pequeñas comunidades se basan en la cadena de los favores, y están también hoy en el mercado.

 

Feudalización

 

No podemos, pues, hablar de mafia. Hablemos más bien de feudalización, tanto del poder como de los tratos políticos, o de lo que queda de la economía… Y por encima de todo esto la corrompida administración imperial, cuya única función es reunir dinero para el erario. Con ese dinero no pasa nada y a nadie le importa que pase algo. Para enfrentar una crisis económica imparable de la que no existían antecedentes ni mucho menos estudios, el ilirio Diocleciano atinó una defensa levantando un censo de todo (bueyes, casas, árboles, niños, muebles, todo era contado como no se hizo jamás en el orbe conocido); con esa estadística en la mano planificó la economía apretando sus estructuras a un punto de gran rigidez, asignó por primera vez y según los números obtenidos impuestos directos (que originaron la aparición del siervo de la gleba o campesino, hombre libre pero atado a la tierra que pagaba tributo, en reemplazo del esclavo, que ya no era negocio porque a éste era preciso cobijarlo, alimentarlo y vestirlo) en reemplazo de los viejos impuestos indirectos e hizo acuñar el solidus de oro, con el que cambió incluso el patrón monetario de Roma. Dos siglos después Constantino lo volvió a cambiar. En los dos casos la influencia de ese cambio duró lo que un suspiro, porque la solución del problema no era monetaria. La gente optó por escapar de tal sistema, ya sea emigrando, colocándose fuera de la ley o encapsulándose en pequeñas comunidades autoabastecidas, de modo que todo siguió igual que antes, pero peor. Si bien fue un craso error, resulta atenuado al considerar que eran las primeras veces que ocurría y que los responsables de aquel primer estado mundial ignoraban la existencia de la inflación o la deflación y sus efectos, pero los que deciden hoy, economistas, banqueros o funcionarios, saben de sobra que no es así y sin embargo insisten en seguir el mismo camino. ¿Sin querer o queriendo? Después de casi dos mil años de tales experiencias en la historia de la humanidad, la respuesta es obvia y sólo existen dos explicaciones: mala intención o perversidad.

 

El trabajo es un derecho

 

Sobre el trabajo humano habría que agregar que, de por sí, genera derechos políticos. En rigor, trabajar no es sólo un deber o una obligación: es también un derecho. Y no un derecho económico, sino un derecho político, que deviene consecuencia de carácter jurídico político e institucional. Ya en este orden, se entiende por trabajo no sólo el manual o el industrial sino también el intelectual y todo otro tipo de trabajo. Decía el general Perón que cada uno debe producir al menos lo que consume: eso significa contribuir con la comunidad al menos en ese mínimo porcentaje; en caso contrario es obvio que no puede existir nación que funcione.

 

Gremios y sindicalismo

 

En la época de la que venimos hablando ya había sindicatos: los collegia. En realidad no eran sindicatos sino gremios, porque una cosa es el gremio y otra el sindicato. El sindicato es una creación de la modernidad paralela y pareja con el desarrollo del capitalismo moderno. Pero el gremio es una creación antiquísima, una forma constante que acompaña el trabajo humano en toda la historia, con diversos nombres y tipos de organización. Cuando el trabajo era de carácter artesanal y el conocimiento se transmitía de la generación anterior a la posterior –a veces de padres a hijos y a veces no porque eran aprendices que se cooptaban de acuerdo a necesidades- eso estaba organizado. ¿Qué organizaba? El desarrollo de la enseñanza y la normalización del producto. El gremio tenía esa función, además de otras de carácter social, e incluso político, como fue en toda la Edad Media: en los burgos, en las urbes, todos los gremios tenía acción en la conducción de su ciudad. Tal dicen que fue el primer Capeto, Hugo Capeto, carnicero y rector del gremio de carniceros de París. Y no sería extraño, ya que Cosme de Médici era una especie de “Framini” de Florencia, el confaloniero (persona que llevaba el estandarte) del gremio del arte calimala, el arte de los tejedores.

 

El sindicato es una organización moderna, posterior a la revolución francesa, que tiene aproximadamente un siglo y medio de existencia en el mundo, con estructuras que también fueron cambiando desde su origen hasta hoy. Es una forma histórica colocada sobre una pulsión constante (que es el gremio): la relación que existe entre todos aquéllos que hacen un mismo tipo de trabajo, no sólo en una empresa sino en todas las que actúan en determinado sector, esto es, la relación de oficio.

 

En el mismo sindicato hay un aspecto solamente orgánico, que es (o más bien era) en la base. El aspecto organizativo es el institucional. El sindicato no tiene por qué ser eterno, pero los gremios van a permanecer. Ya no hay un gremio de carpinteros, no es necesario en esta época, pero sí hay gremios de metalúrgicos. Con el paso del tiempo han variado los oficios y han ido variando los gremios, pero siempre los que se asocian son los que trabajan en el mismo tipo de oficio.

 

Podemos decir que los sindicatos de hoy van a desaparecer, por estas mudanzas del tiempo pero también porque se están autodestruyendo. Instituciones sin base, árboles sin raíz ¿de qué viven?. Están colgados, en rigor, de lo que queda del estado y son parte de ese andamiaje en ruinas. Pero gremios va a seguir habiendo y el problema, o la pregunta, es sobre cómo se van a organizar esos gremios.

 

Los gremios del futuro

 

Los nuevos gremios no van a tener una organización meramente profesional, que nunca lo fue. Ni siquiera en Roma era meramente profesional, pues formaban parte de los collegia de augures o de los senados municipales y eran políticos, sociales, culturales, además de profesionales. Y siempre ha sido así. Con el andar del tiempo estas características no se diluyen, sino que se acentúan. En su momento de mayor desarrollo en la Edad Media, los gremios financiaban obras, por ejemplo: iglesias, partes de las universidades, puentes, acueductos… La ciudad de Venecia la hizo íntegramente el gremio de los albañiles, porque no se podía construir como las demás: había que poner todos los pilotes parejos, entre otros métodos que se desarrollaron para normalizar específicamente todas las construcciones.

 

Acerca de cómo será el gremio del futuro, se pueden extraer entonces algunas premisas o algunos principios:

 

Debe ser territorial porque debe abarcar al hombre donde está, ya que por lo menos la alta concentración de trabajo prácticamente ha desaparecido. La búsqueda de su propio poder va a estar en el terreno donde el trabajador vive, y no donde trabaja. Por lo tanto esa organización va a tener que ser de carácter cultural, social y político, además de taxativamente gremial. Y esto será inevitable, porque si va a luchar por aquéllos que reúne luchará también por el trabajo, y luchar por el trabajo va a ser luchar por la construcción de la comunidad en el lugar en que el trabajador vive; no en una abstracción que se llama hoy en día “política” sino en el lugar concreto donde los problemas pueden ser resueltos. Y el único lugar donde pueden ser resueltos es en la pequeña comunidad, que es donde está también el trabajador. O el no trabajador, el que no tiene trabajo y lo necesita, que es lo mismo.

 

Por otra parte, la comunidad ¿no necesita del trabajo? Sí, y de dos maneras: como sus miembros lo necesitan y como comunidad para desarrollarse. Por estas razones creo yo que el gremio puede ser un importante agente de organización popular, a la inversa de la conciencia sindical, que contradice totalmente esa finalidad por ser exclusivista, competitiva, abstracta, institucional y organizativa. El gremio es en cambio orgánico –no organizativo-; social y político -no sindical-; no debe buscar ni puede una reivindicación individual sino reivindicaciones globales por estar inserto en una comunidad concreta en la que el trabajo no es el único problema; para triunfar deber hacerse cargo de todo eso (y al hacerlo debe dejar el sindicalismo a un costado y pasar a ser una organización política, social, cultural, etc., que abarca un conjunto mayor que el de aquéllos que trabajan o necesitan trabajo o que fueron o van a ser trabajadores: el conjunto de la comunidad. Esta será una empresa inevitable.

 

Los sindicatos hoy

 

La conciencia sindical es, frente a este ancho cauce que se abre a la actividad gremial del porvenir, una conciencia retrasada: espera del estado o espera de los patrones, y espera para poder intervenir en el medio, entre el estado y los patrones, entre los patrones y los trabajadores, entre los trabajadores y el estado; es, en suma, un mostrador donde todos deben dejar un “deje”, un “percento”, del que viven los actuales dirigentes sindicales y malvive la estructura sindical, y así se agota. Y es tan retrasada aquella conciencia que todavía piensa en términos políticos, proceso al que llegó después de un largo período, y cuando llegó –como le pasó a Teodorico- ya no había nada. El ejemplo, Lorenzo Miguel.

 

Un refuerzo importante a esta limitación terrible, a esta estrechez de la conciencia de los dirigentes sindicales argentinos, llegó con el clasismo. No sólo el clasismo ideológico de la izquierda, sino el ambicioso, avaricioso y miserable clasismo de esos dirigentes: “Lo que no podemos controlar -decían- no nos interesa, lo que no está bajo nuestro control no nos importa”. Y querían decir: “sólo nos importan los trabajadores a los que podemos apretar, nombrarles los delegados, llamar al patrón y decirle: ‘con esos sí’; con los que no podemos hacer eso, nada”. Así es por ejemplo el clasismo metalúrgico, aunque se confunda a veces, y se disfrace incluso, con el clasismo ideológico. En realidad el efecto es el mismo. En lugar de pensar en términos de pueblo, pensar en términos de clase, del mismo modo que los marxistas. Como no tenían la opción del estado fuerte de un Stalin, los marxistas eran la presión, aparentemente de izquierda, sobre el gobierno peronista.

 

¿En qué situación caen esos dirigentes sindicales? Vemos como poco a poco se restringen porque no abarcan el gremio, cuando cualquier estructura u organización histórica debe abarcar lo orgánico. Si la organización no abarca lo orgánico, es la propia organización la que deja de existir, mientras lo orgánico sigue su propio camino. De modo que muere la organización, en este caso la sindical en tanto institución, cada vez más restringida, con cada vez más trabajadores excluidos y dirigentes cada vez más encerrados. Sus dirigentes abarcan cada vez menos de la actividad de cada trabajador, incluso del agremiado, hasta que, llegado el momento, son la nada. ¿Para qué va a estar sindicalizado un trabajador? ¿Para pagarles la vida a quienes no lo defienden nunca, son ineficaces y encima no saben de qué se trata?. Cierran las empresas, echan a los trabajadores, imponen leyes de flexibilización laboral y ningún dirigente dice nada, salvo juntar ocasionalmente al Tula con tres bombos delante del Congreso, o sea delante de quienes promueven esas medidas. Cada vez mueven menos, obviamente, pues “se puede engañar a un hombre durante un tiempo pero no a todos los hombres siempre”. El engaño cae por sí mismo

 

Debemos hablar de una organización popular global

 

Cuando se habla del trabajo se habla del que trabaja, del que necesita trabajo y de la sociedad que necesita del trabajo socialmente organizado para sobrevivir. Por tanto debemos hablar de organización, y de organización popular global, local y en toda su escala. Pero fundamentalmente global, total. Difícilmente podamos hablar seriamente de otra cosa si no tratamos ésta, que es prioritaria. Sería pura cháchara teórica. Lo concreto y lo práctico es asumir esta urgencia.

 

Así es como va a ser. No ordenadamente, en el sentido del orden “racionalista”. Va ser así de la manera como es la vida, es decir un orden biológico, ramificado, aparentemente caótico, pero un orden profundo al fin, que no puede ser de otro estilo.

 

Ya hemos señalado, entonces, el elemento cultural cultual, el elemento político y el orgánico. No hay necesidad de más nada. Lo demás, el resto, es únicamente misión, compromiso, trabajo, construcción del futuro, y la superación de la crisis también. Obviamente, eso está en potencia y no se puede decir nada por ahora.

 

Pero también es poder real, verdadero. El problema es que no se ve así,  porque el poder es visto hoy en relación a la capacidad de influir en este asunto. Pero hoy este poder que aún es semilla no puede influir en nada, para nada. Puede influir sobre sí mismo, nada más, y éste es su desarrollo verdadero. Si yo tomo una bellota de roble y la planto después de romperla, y la riego, la cuido, le pongo un tutor, le quito las plagas, llega un punto en que de ser una pequeña plantita ha pasado a ser un roble. Cuando es un roble ya está logrado el objetivo: solamente hachándolo se lo puede eliminar. Pero ¡ojo!, primero hubo que cuidar su germinación y crecimiento, porque los robles no nacen ya terminados. Quiero decir que fue necesario un trabajo intenso, cotidiano e invisible de diversos factores adulto como producto.

 

 

CAPITULO X EL REGIMEN

 

La contracultura: una cosa que parece y no es

 

Suele hablarse todavía de una “evolución de la humanidad”. Podríamos decir que dicha evolución consiste en que hasta una ó dos generaciones anteriores a la nuestra no se mataba a los niños y ahora sí. Aunque 2.500 años atrás los griegos despeñaban en el monte Taigeto a los recién nacidos malformados y hace sólo 500 los aztecas les arrancaban el corazón aún vivo y latiendo. Pero aún así puede hablarse de “evolución”, dado que hoy se los mata antes de nacer. De todas maneras no entiendo qué significa esta palabra.

 

También se habla de “transnacionalización de la cultura”. Pero en esta cuestión, de lo que podemos estar seguros es de que la contracultura no tiene nacionalidad. Su esencia consiste precisamente en no pertenecer a nadie y pretender pertenecer a todos, a una entelequia llamada “humanidad” de un modelo llamado “hombre” (sería el “hombre ideal”) que es la idea del hombre que tienen los verdugos y se corresponde con la víctima. O la idea del esclavo que el amo tiene. De modo que no hay ninguna “transnacionalización” de nada, aunque en todas partes está esto metido como privativo de “ninguna nacionalidad”, de ninguna nación. Es lo mismo que, por ejemplo, el ersatz materialista mágico de una religión como la de los “neoageros” o “neoeristas” (la New Age): como la contracultura, no es de ningún lado. Por eso no tiene un origen, es un ersatz, una fabricación. En realidad, una negación con el aspecto de una afirmación. Porque nada es más peligroso que lo similar y lo más parecido es lo más opuesto. Pensaban los dialécticos que “lo más opuesto es lo más opuesto” y decían esa vieja simpleza de “o blanco o negro”. Pero en la realidad lo más opuesto al negro es cualquier color, porque el negro es ningún color. Y un color que tiende a negro es más opuesto al negro que cualquier otro.

 

Una cosa que parece y no es, es más peligrosa que otra que claramente no es. Toda la metodología de la contracultura es la metodología “homeopática”. Alopatía es lo opuesto a la enfermedad, homeopatía es igual o similar a la enfermedad (similia similibus). Los homeópatas pretenden curar con la propia enfermedad suministrada en otras dosis, a la manera de las vacunas. Pero la contracultura ni siquiera pretende una cura; su objetivo es enfermar, con dosis de una cosa similar o parecida a aquello que pretende destruir. El ejemplo más inmediato vendría a ser Menem, que simula al peronismo del mismo modo que la New Age tiene el aspecto de la verdad, o que la “democracia” tiene el aspecto de la democracia. En el ámbito de la contracultura todo tiene el “aspecto de” pero es en realidad “lo contrario de”, a la manera del Demonio, que es el mono de Dios. Toda una imitación en la cual los incautos caen.

 

La contracultura, si tomamos a Orwell como ejemplo, es el discurso de los chanchos de Rebelión en la granja, que se parece al de los conejos, las gallinas y las ovejas pero sólo para ganarlos como aliados, porque en realidad significa lo contrario de lo que dice decir.

 

El truco de la New Age

 

La contracultura no tiende a ninguna transnacionalización ni homogeneización del planeta. Es homogénea de entrada porque es una prefabricación apoyada sobre elementos contraculturales anteriores. Aquí hablo de sus elementos actuales, que aprovechan elementos ya presentes como contraculturales en la realidad en la cual se implantó este proceso: la globalización, el nooi kenooi y la Nueva Era. Esta Nueva Era procura revivir una era o edad antiquísima, un viejo gnosticismo con la cara lavada proveniente de los neoplatónicos del siglo II, que entendieron asimilar la enseñanza de Cristo a un sistema filosófico, cuyo molde es el que dejó Plotino41 . La llave de su esquema estaba en el conocimiento, por lo que recibió el nombre de gnosis. Los seguidores de la gnosis, los gnósticos, formaron rápidamente una organización sectaria apoyada en la magia, la canalización, el espiritismo, las astrología, el tarot, los cristales y piedras y otros elementos de “prestidigitación” ideológica para fascinación y posterior manipulación de los profanos en una época también de angustias e inseguridades, como gancho para la iniciación de nuevos adeptos en los denominados “secretos arcanos” del pensamiento dualista, o maniqueo en el sentido moderno del término. El arsenal gnóstico no sólo es una patraña: también tiene eficacia. Sólo que a la inversa. Cuando se comunican con un espíritu o ectoplasma, como dicen, la pregunta es con quién lo hacen. ¿Es lo que dicen que es o es otra cosa? Pienso que son manifestaciones del mal. Verdaderamente son, pero son eso y no lo que ellos dicen, que lo dicen al revés. Todas las mancias -todas- son formas de la adivinación y, por consiguiente, todas ellas son obras de Satanás. Los gnósticos constituyen, así y siempre, una figura que parangona la de Simón el Mago entre los primeros cristianos. Simón inició una escuela de personajes que producían aparentes milagros: se podía constatar físicamente, incluso, que habían alterado algo: Deus ex Machina, aquello que vulgarmente se llama tramoya en el teatro, máquinas que ya los griegos empleaban y que hacían aparecer nubes, pájaros volando o cosas insólitas en el escenario. Falsificaciones o trucos, para decirlo en una palabra. Pero no está de más recordar aquí que Simón pagó con su vida su soberbia.

 

Lo que en realidad intentan no es la homogeneización, sino una emulsión de la cultura del hombre, en todas sus variables, y su reemplazo por la contracultura, que sí es homogénea. Suele decirse que “es parte de la evolución de la humanidad”, responde a una estrategia que no es de la humanidad; se trata de una estrategia del mal, que sin duda podemos calificar de satánica. No hay ahí ninguna evolución, sino involución. Un retroceso cada vez mayor y a niveles cada vez más inferiores. Las cosas más infames se generalizan -en nombre de la libertad de expresión- y por esto aparecen hoy las aberraciones y los crímenes más violentos.

 

Aún hoy se puede hablar de cultura, pero si se dice la verdad

 

Para hablar realmente de cultura es preciso decir en primer lugar que lo que se ve no es la cultura. Lo que se ve es la contracultura; los productos son todos contraculturales, ya que son cosas fabricadas en una usina, o en varias. No hay que verlos como fabricaciones ex nihilo de un grupo de malvados ingeniosos y hábiles, sino que está en el curso mismo de la civilización occidental que camina hacia su ruina y la de toda la humanidad.

 

Hoy ya no es posible hablar de cultura, si en realidad se quiere decir algo, sin hablar de estas cosas, sin decir por lo menos que los subproductos que presenta la contracultura se parecen a los de la cultura. Ya he dicho que no hay nada más enemigo que lo similar y en este sentido la contracultura es lo más opuesto que existe a la cultura, el elemento fundamental de su destrucción, del mismo modo que la New Age se parece formalmente, en algunas cosas, a la verdad, siendo su más abominable adversario porque es la mentira más oculta.. La contracultura está fundada en una crítica al mundo que consiste en fugarse de él, así como en dar una imagen del mundo ad usum delphini, desde el punto de vista de una minoría dominante. ¿A qué dominio me refiero aquí? No a lo que hoy se pone en primer plano -el dominio económico- sino al verdadero dominio de la maldad y la perversión, una cuestión en la que sería preciso profundizar. ¿Por qué? Porque la perversión de la verdad es asunto gravísimo.

 

La perversión del pensamiento occidental

 

En una etapa anterior, no muy lejana, Occidente apelaba al “humanismo racionalista”. Hoy son el orientalismo y la New Age, fabricados en Occidente a partir de aquellas reminiscencias gnósticas, los que se han puesto en boga, poniendo sobre el tapete una cuestión no menos grave: la concepción del hombre como Dios, disimulada bajo el velo del “humanismo espiritualista”, antagonista tanto de la humanidad como del espíritu. No existe un responsable de carne y hueso de tal “humanismo”, y por eso le llamo una fabricación, a partir no de una causa primera sino de “causas segundas”, por ejemplo la desaparición de la política como se conocía por la preeminencia económica que se ha ejercido sobre ella. En el pensamiento materialista marxista (fundado en la idea de la materia) y en el pensamiento materialista liberal (fundado en la idea de la idea y por esto llamado falsa y vulgarmente idealista), desde el punto de vista del origen y el destino que se dieron a sí mismos, la economía apareció como elemento preeminente, destinado a la apropiación de la política por los llamados poderes económicos. Una vez ocurrido esto, aparecieron dos fenómenos paralelos:

1º la desaparición de toda economía y 2º el reemplazo de la política por otra política que se llama finanza y no es economía sino su contrario. Cualquier estructura financiera es naturalmente antieconómica. Mientras las

finanzas estuvieron sujetas a la necesidad económica, en la medida que la política las ordenaba, los diversos sistemas se mantuvieron. Han existido finanzas desde hace por lo menos 3.000 años, pero recién cuando la economía subrogó a la política, esta quedó en manos de otros personajes, que desarrollaron otra estructura política apuntada estrictamente al poder político: la estructura financiera. Simplemente por esta razón la finanza, habiendo destruido la política, absorbe y destruye también la economía. Por esta razón hoy no existe más economía sino esto que presenciamos, una cosa incomprensible que es, en realidad, la política, toda y única. Cometen un error, por tanto, aquéllos que hablan de “economía y finanzas”: o se habla de una o se habla de la otra. Cuando se habla de finanzas se habla de política y desaparece, de hecho, lo económico, que es lo que está pasando. La exteriorización de tal política no es otra que la desocupación o la deflación, que se hacen presentes pura y exclusivamente por de la succión financiera del numerario, de los medios de pago. Y en esto consiste estructuralmente la globalización.

 

41 Plotino: (208-270). Filósofo alejandrino, Egipto. Enseño en Roma y su filosofía se caracterizó por ser neoplatónica, monista y panteísta. Según él, existe el UNO como principio de todo, del cual proceden, por emanación y degradación, el mundo, el alma y los hombres. Su doctrina fue recogida por Porfirio en 6 eneadas o grupo de 9 libros.

 

 

Los subproductos

 

Detrás de esta globalización hay una realidad fundamental, por eso hasta ahora me he referido, como dije, a causas segundas. La causa primera es aquélla que lleva a ciertos y determinados grupos o personas a desarrollar este proceso destructivo, aún de ellos mismos. Se llama satanismo.

 

Un subproducto secundario, excrescencia de aquél, es el proceso contracultural. La contracultura se ha formado como se forman los grandes ríos: primero son hilos de agua, en los bajos se juntan en arroyos de montaña que al reunirse forman afluentes del gran río; éste se convierte en un ancho río de llanura que finalmente muere en el mar, en la nada desde el punto de vista del río mismo. Lo que vemos en este momento es a ese gran río llegando a su desembocadura.

 

Pero no era así antes, como las fuentes del Bermejo o las aguas del Paraná y el Uruguay no son el Río de la Plata antes de llegar a él. Desde el punto de vista histórico, el desarrollo de la contracultura es así también una cuenca que, desde su origen, lleva las mismas aguas con el mismo destino, aunque fuera ignorado en sus etapas anteriores. Ignorado pese a que hubo advertencias constantes a lo largo de toda la historia, en las que nadie echó amarras. Finalmente, ahora es tarde.

 

En rigor no hay entonces una estrategia de la globalidad, sino una mera utilización de todos los medios a su disposición para sobrevivir, digamos, diez minutos más, de la manera que venimos observando. Pero su hundimiento no es el hundimiento del globalismo -ante el cual quizá rezaríamos para que ellos se convirtieran y comprendieran- sino el de la humanidad. ¿Por qué? Porque esto cuenta también con la estupidez, la ignorancia y la falta de advertencia de gran número de gente en todo el mundo, y las cosas han llegado a un punto desde el cual es imposible un retorno. En cien años ellos cerraron a los hombres las puertas del cielo -como dice la profecía- y les abrieron las del infierno; lo único que se le muestra a le gente son prodigios y entonces la gente sólo cree en los prodigios, sin los cuales la vida resulta desabrida y reseca.

 

La tecnología que se consume, por ejemplo, es uno de esos prodigios, un engañabobos capaz, además, de hacer daño (genoma humano) y en ciertos casos (sida) también una condena. ¿Por qué? Porque en realidad la eliminación del sida es muy simple: hacer vida sana, pero es lo que menos se recomienda. Mientras cada enfermo de sida en Estados Unidos cuesta al estado federal 70.000 dólares, éste gasta 3.500 dólares por cada enfermo de cáncer, hecho que nos da la pauta de que, en el primer caso, se trata de una enfermedad provocada primero y subsidiada monetaria y culturalmente después. La perversión llegó a tal punto que hoy se subsidian las enfermedades y no la salud. El objeto de todas las organizaciones de medicina privada consiste en la enfermedad y no en la salud. En este terreno encontramos de nuevo lo similar: hablan de salud y financian una amplia gama de enfermedades, como educan deseducando e informan desinformando.

 

En este último caso, en efecto, cuanta más información hay menos información hay y cuantos más medios hay menos medios hay. Y lo señalo porque relación con la verdad, no con lo que pasa. Porque “lo que pasa”, así entre comillas, es similar a lo que Platón decía de la doxa, de la opinión: que en ella está ausente la verdad; la única verdad que tiene es que “pasa”, y ninguna otra. ¿Qué quiere decir, entonces, toda esa avalancha informativa? Absolutamente nada.

 

La verdad, en cambio, habla por sí misma, no requiere explicación alguna.

 

Información sin inteligencia no es información

 

Pero eso que “pasa” tampoco tiene explicación. Parece la verdad, pero es lo contrario. Es mentira. Entre millones de hechos diarios entresacan 15, 20 ó 32 cualesquiera, dicen “esto es lo que pasa” y todos los medios del país -o del mundo- lo repiten como loros, al unísono. Pero ocurre que pasa eso y pasan millones de otras cosas, razón por la que cualquiera de las cosas que pasan carece en absoluto de relevancia alguna y es sólo un ruido ambiente más. Desde este punto de vista ni siquiera es información. ¿Por qué? Porque información sin inteligencia no es información. Veamos una semejanza: si yo tomo absolutamente todas las letras de la Sagrada Escritura, las meto en una bolsa y las mezclo ¿eso es la Biblia? No, sólo es una enorme bolsa llena de letras sueltas y sin correspondencia unas con otras. Casos de la esta índole son los diarios y los comentaristas radiofónicos matutinos: todos ellos tratan únicamente el mismo mosaico de 10, 15 ó 20 hechos que “la prensa” considera “noticias”, totalmente separadas unas de otras. Por la tarde habrá 8 emisoras de radio de Buenos Aires y varios canales de TV transmitiendo el mismo clásico de fútbol, que a la noche y a la mañana siguiente será nuevamente tratado por las radios y la TV y saldrá en primera plana en todos los diarios y será publicado en los dos o tres días subsiguientes por todas las revistas semanales de deportes o de interés general.

 

Nada de eso tiene que ver con lo que realmente ocurre, que es otra cosa más profunda y que requiere de una inteligencia, un patrón de interpretación, relación e ilación: “esto está en función de algo y ocurre por algo, y tiene raíces, procesos, desarrollos y desemboques”, en cualquier tipo de visión, aunque sea una interpretación con la cual puedo no estar de acuerdo. En cambio esto no es nada o, a lo sumo, se trataría del nuevo “opio de los pueblos”. Es, por tanto, contracultura en estado puro porque, de nuevo, lo similar entra en contradicción con lo verdadero. Los medios dan una imagen de que como eso es “lo que pasa”, es la realidad. Que es verdad simplemente porque ocurre, y ahí se esconde la mentira. ¿Por qué? Porque por más que eso ocurra, eso no es lo que ocurre. La pretensión de resumir en 10 ó 30 minutos lo que ocurre en 24 horas o sintetizar en 60 páginas los hechos de una semana es absolutamente imposible. Lo que ocurre es, en verdad, todo lo que ocurre. ¿Cuál es el criterio de la información? ¿Dar cuenta de todo lo que ocurre? Imposible. ¿De lo que es significativo? Pero entonces ¿según quién? La conclusión que podemos desprender es que hay, ciertamente, un patrón de manipulación informativa, una pauta interpretativa, que está oculta.

 

Esa pauta interpretativa oculta es la que guía, desde ad intra de los medios de comunicación y de este poder totalmente anónimo, las sensaciones que se producen en el público. Entresacan determinadas cuestiones y otras no, ya que aquello que se expone es significativo una vez expuesto. El medio de comunicación no opera como un cristal condensador de un haz de luz, al que puede tomar y transformar en un espectro o, como dos cristales, hacer las dos cosas: convertirlo en espectro y reconvertirlo en haz de luz. Hace lo contrario: lo descompone y es quien recibe el mensaje el que tiene a su cargo poner el cristal recomponedor. Pero ese cristal recomponedor no contiene todos los colores sino sólo aquéllos que los que manipulan los medios quieren. Por tanto, cualquier recomposición que el sufriente de los medios de comunicación haga va a ser una recomposición invariablemente contracultural. No puede hacer otra, pues ha sido excluido todo color que tenga algún elemento que pueda llevar a la verdad de lo que ocurre. A aquello que es verdad -que no es lo que ocurre-, a las razones y la ligazón entre los hechos que nos facilitan el acceso a una verdad superior, o sea a la intelección del mundo. Ellos no proporcionan una intelección del mundo sino otra cosa: una intelección interesada, no del mundo sino de una imagen del mundo preformada. En esto consiste la contracultura en todos los medios de comunicación. Éste es su mecanismo, fuera del romanticismo estúpido de la primera época de los Mac Luhan, la aldea global y el “¡qué bien que estamos todos más cerca!”. Los hechos demuestran cotidianamente que eso no era cierto y que, en principio, estamos todos más lejos entre nosotros, pero también más lejos de la verdad, que es mucho peor. La “teoría de la comunicación” es en realidad teoría de la incomunicación, teoría del reforzamiento del mensaje de la mentira.

 

Los medios de comunicación son medios de incomunicación

 

El mensaje de los medios redunda de esta suerte en incomunicación entre las personas que, cuando quieren entablar una relación en torno de este asunto, entablan una relación en torno a la mentira. Y cuando quieren comprender la realidad por medio de él se encuentran con que no es así. Resultados: 1. Quien recibe el mensaje se retrae respecto de la realidad; 2. Las relaciones interpersonales se resienten constantemente.

 

Vemos, pues, cómo la contracultura es un elemento de división, de aislamiento, de atomización. De individualismo, en suma. Y, más aún, de oposición de todos contra todos, de competencia salvaje por la nada. Esto es lo que incentivan los medios de comunicación, y lo hacen con los estímulos más bestiales, los mismos que se usan con los animales en los laboratorios. ¿Por qué? Porque la conciencia que está detrás supone, sin decirlo jamás abiertamente, que el hombre es un animal. Y hay una parte importante de la conducta de la humanidad que pareciera darles la razón. Pero no es cierto: esto ha sido planificado y desarrollado cuidadosamente.

 

El teorema del cambio de era

 

Un cambio de era no es un simple paso más de algo que llaman “evolución”; se trata de un cambio civilizatorio fundamental. Tan fundamental que tienen que cambiar los hombres, tiene que cambiar cada uno de ellos porque de lo contrario no puede cumplirse, como está demostrado. ¿Cómo se consigue? Si hemos seguido el razonamiento hasta aquí, esto es como la demostración de un teorema y deben irse dando los pasos sucesivos. ¿Cuál es la hipótesis? Depende de si nosotros decimos “la historia tiene principio y tiene fin” o de si decimos “la historia no tiene principio ni tiene fin”. Dicho de otra manera: el hombre ¿es una criatura increada o creada? O mejor dicho, para plantearlo mejor: ¿el hombre es un ser increado o creado? (porque al decir criatura asume otro sentido, afirma lo mismo que pregunta). Y esta es la cuestión fundamental. Hipótesis entonces: El hombre es criatura, la historia tiene principio y tiene fin. Después viene la tesis de este teorema de la historia de la humanidad: si es como dice la hipótesis, la tesis de este momento (que hay que demostrar) dice: Estamos en el fin de un proceso y de una era y en el principio de otra. En el final de la demostración, refiriéndonos a la hipótesis, deberíamos confirmar la tesis según el razonamiento matemático, que es un razonamiento totalmente estúpido, lineal, simplemente para que las cosas se entiendan… Pero esta cuestión pertenece a otra geometría.

 

A esta altura del problema, podríamos ponernos en la búsqueda de algún medio, no extrahistórico, para resolverlo. ¿Los ovni, quizá? Parece que no. ¿Qué o quién podría ser entonces? ¿La autodestrucción mutua asegurada? ¿Cuál es la solución?

 

Para mí el problema del cambio de era no tiene solución sin una intervención extrahistórica. Como el que habla soy yo, lo digo de esta manera. Si habla otro que diga otra cosa, lo que se le ocurra. Preferible sería que encontrara una solución, pero no la hay en el marco de la fuerza histórica real (y está prohibido sacar conejos de la galera). No se puede demostrar que dos triángulos son opuestos por el vértice diciendo “pero el círculo, vea…”, “resulta que a mí me contaron…” o “hicimos una encuesta y salió otra cosa”. El problema es otro. Que nos dé justo para otra peste negra no indica nada, puesto que ésta forma parte de calamidades de otro carácter, que ya están. La solución del problema también es otra, es la solución de este problema, no la desaparición del problema. La desaparición de un problema no es su solución, son dos cosas distintas. De modo que sólo un elemento extrahistórico puede resolverlo. ¿Cuál es? Insisto: ¿los ovni, las Naciones Unidas…? No. Es la Providencia.

 

Hay un elemento sin el cual no se puede resolver el enigma

 

Y aquí aparece un elemento que es histórico por su inserción en la historia, aunque no es naturalmente histórico o propiamente histórico. Es el Señor de la Historia. Sin este elemento no hay resolución a este problema, en absoluto. Todo seguirá así, se desenvolverá así, en su naturaleza de destrucción también, de aniquilamiento. Aniquilar quiere decir hacer volver nada a algo. Entonces nos quedan dos soluciones: o el aniquilamiento absoluto, la reducción a la nada, el río que desemboca en el mar, o la intervención extrahistórica. Que deja de ser extrahistórica en la misma medida en que interviene en la historia. Se convierte en histórica ahí mismo. Es ese momento es en la historia nuevamente, porque ya lo fue. Lo fue primero por hipótesis (le dijimos Creación), y lo fue después en Cristo, la Humanización, la Encarnación. Ésta sería, pues, la tercera intervención.

 

Aquí aparece nuevamente lo similar. ¿Por qué? Pensemos en dos líneas que jamás se cortan y son paralelas durante un período, curvas, y luego se separan nuevamente. ¿Qué dice la New Age, el gnosticismo? El discurso del gnosticismo respecto de esto es como el discurso de Melina Mercouri en Nunca en Domingo, cuando le preguntaban cómo era la tragedia Medea, que ella había ido a ver junto con el francés que la acompañaba. Había visto un drama, no una tragedia. Cuando el amigo le recuerda que la protagonista había salido con un cuchillo después de matar a sus hijos, ella responde: ¿Cómo matar a sus hijos? Lo que quería era engañar al otro. Después se fueron todos juntos a la playa.  La New Age piensa de la historia esto mismo que Melina Mercouri pensaba de Medea: que termina todo bien porque ¿si no cómo mienten? No es así. La Mercouri lo hacía para bien, pero los newagers lo hacen para mal. Siendo en rigor lo inverso, el mecanismo es el mismo: ver el final que uno quiere ver, para engañar en este caso. Lo real es que no tiene salida dentro del medio histórico.

 

Cuando Su Santidad dice “nueva civilización” está señalando un nuevo eón, una nueva era, pero no dice cómo. Siendo cierto lo que dice, no muestra cómo se producirá ni cómo será. Solamente enuncia los principios señalando dos cosas: 1) el problema es así; 2) hay que hacer esto y esto y entonces habrá nueva civilización. No hay ninguna cosa en el medio porque no es magia. Esa cosa que falta es el elemento desconocido que une ambos puntos: si esto se cumple, esto otro también, pero pasa por una cuestión que, por el momento, desconocemos. ¿Qué cuestión es ésta?

 

El paso previo debe ser una Purificación y Conversión de la humanidad

 

Antes de llegar al tema, que alguien podría calificar de teológico, manteniéndonos en un plano de razonabilidad (y no quiero significar con esto que lo teológico no sea razonable), puede decirse que sin catarsis no es posible descubrir el elemento faltante en la ecuación. Porque ese elemento es la Purificación. Para que haya una nueva edad hay que hacer todo esto, pero debe transformarse. ¿Cómo? Creo que algo dijimos ya, refiriéndonos a la Argentina. ¿Es posible que la Argentina salga de la situación en que está sin un proceso catártico profundo, de purificación? No, en absoluto.

 

Ahora bien: los ideólogos adocenados conciben la catarsis como un “baño de sangre” en el que ellos serían los verdugos y otros, las víctimas, o sea un baño de sangre… ajena. Pero ¿es posible purificar mediante el crimen? Sería lo mismo que dijésemos: si todos los presos que están en las cárceles matan a los guardias se van y a partir de ese momento son inocentes. ¿No suena ridículo? No parece ser ésta la vía de purificación. En cómo es, entonces, reside la incógnita.

 

Cuando yo hablo de una intervención extrahistórica estoy hablando de cómo es el proceso catártico. Hemos venido señalando algunos signos en lo que pasa; juntémoslos y veremos que conducen a una situación en la que sólo mediante una purificación será posible saltar a otro eón, a otra era; a nuevos cielos, nueva tierra, y nuevo hombre también. El mismo, pero nuevo. Podríamos hablar de “conversión”, pero hay 6.000 millones de habitantes en la Tierra. ¿Se van a convertir los 6.000 millones? Sería deseable, pero no va a ocurrir. Más probable es que ocurra al revés, pues lo que abunda son conversiones a la inversa. Muchas más que las otras. El proceso va hacia ahí. Por otra parte todos los factores lo impulsan a eso. Aquí se verifica el nudo de la cuestión. No es para nada el “fin de la historia”, sino el comienzo de otra historia, el fin de esta porción de historia que vivimos.

 

Desde 1531 hasta ahora ha habido más de 500 apariciones de la Virgen, un noventa y pico por ciento en este siglo, desde 1917 en adelante. En todos los casos el discurso es el mismo, en lo esencial. La fecha del comienzo de las apariciones: Guadalupe, 1531, tiene también un aire de querer decir algo. Mirando los hechos con una visión objetiva, ese año empezó un período determinado, que parece ser el último tramo. Puestos a analizar qué dijo aquí y allá, en todos los continentes y en casi todos los países del mundo, incluso durante apariciones poco conocidas o directamente desconocidas, a medida que avanza el tiempo el contenido de los mensajes resulta cada vez más claro. Como si se tratase de un proceso.

 

Elementos de juicio para personas de buena voluntad

 

Volvemos a afirmar la hipótesis o no. Pero para aquél que no afirma esta hipótesis primera todo esto es estúpido, carece de sentido. Pero si se afirma la hipótesis (“Sí, es”) y ésta es correcta, al pensamiento lógico necesariamente se convierte en lo fundamental. No hablo aquí de fe; simplemente ataco la cuestión desde el punto de vista científico, objetivo, masmediático si se quiere: esto pasa, esto ocurre así. Que cada uno interprete lo que quiera, pero no sin antes leer… leer la mayor cantidad posible de mensajes y comparar, entre sí, con el proceso histórico y con su gradualidad, su proyección en estos 500 años. Entonces aparecerá al entendimiento un anomalía embarazosa, un “gato encerrado” cuyo escondite ignoramos. Podríamos decidir ignorarlo, pero nos cargaremos la historia tal cual es, toda, porque estas cosas ocurrieron juntamente con Cortés, con San Martín y con la guerra mundial. Al mismo tiempo. Las apariciones y los mensajes son hechos concretos, históricos, reales. Es tan histórico lo de Fátima como los combatientes que se mataban en las trincheras de Verdún o la revolución del ‘17, menos de cuatro meses después.

 

Entrego estos elementos de juicio para personas de buena voluntad, capaces de reconocer qué cosas hay arriba de la mesa. Y qué componen en conjunto. Porque sale un cuadro, en el que después se podrá creer o no, otra cuestión. El cuadro histórico concreto –y comprobado- es el que intenté describir, teniendo presente que hay todavía personas que creen que nadie llegó a la Luna en 1969, sino que se trató de un trucaje televisivo.

 

Hay, por tanto, mérito más que suficiente para decir que la catarsis va a venir. Que va a haber inevitablemente un proceso catártico y que mientras no se desarrolle esto va a seguir cada vez peor. No hay aquí “mejor nada”, sino que cada vez será peor, no mejorará nada. El lector podrá comprobarlo por sí mismo si contempla cualquier cosa que pasa: el proceso, la estructura, la situación, etc.

 

Hay mérito también para decir “esto va a mejorar”, salvo en el caso del optimismo estúpido que del que quiere creerse seguro para no alarmarse en demasía. O para no cambiar nada de sí mismo, que es de lo que se trata. De última, la historia es de todos; todos vivimos en ella como vivimos en este planeta, que es mío como es de cualquiera. Me puedo evadir, volviéndome loco por ejemplo: en ese caso me disloco, salgo de este lugar y ya no estoy en el planeta Tierra, dejan de existir para mí esta vida y esta historia y creo que soy Napoleón o Nerón. Pero si no hago eso, no tengo más remedio que aceptar como real todo lo que ha estado pasando y pasa por este mundo. Que es lo que quería demostrar.

 

¿Qué hacer entonces?

 

¿Por dónde comenzar? ¿Qué abarcar? Yo respondería, ante preguntas como éstas -que puede estar formulándose el lector- que yo no comenzaría ninguna cosa, porque no estoy en condiciones de comenzar nada en este plano, ni yo, ni el mismo lector ni nadie, sino solamente de contribuir -y eso sí- al proceso de catarsis. Y hay dos contribuciones que son importantes:

 

Una es importante para cada uno, porque la primera contribución es uno mismo.

 

Y la segunda que es importante en tanto que cada uno de nosotros es parte de una cosa llamada humanidad. La segunda contribución es, entonces: Bueno, cuántos más pueden contribuir a ese proceso catártico. No se trata de “afiliar” ni “juntar firmas”. En el aspecto simbólico es la misma meditación de San Ignacio sobre las dos banderas. ¿Cuál es tu bandera? Primero tengo que definir yo qué bandera y después juntar “el tercio de esa bandera”, diría San Ignacio, que era capitán del tercio. Abarca, entonces lo que pueden abarcar nada más que esas dos acciones, que son acciones fundamentales tanto para cada uno como por cuanto pueda extenderse  en ese proceso, que es inevitable e irremediable, no por las profecías sino porque lo contrario es la nada. Tales son las alternativas.

 

¿Qué educación se puede ofrecer hoy?

 

Alguno podría intentar, llegado a este punto, sugerir acciones culturales o educativas, pero ¿qué educación se puede dar hoy? La única enseñanza que se puede dar, a ni criterio, es ésta. Otra no sirve para nada. Aunque todo va a seguir. Yo no planteo que no va a seguir; diga yo o cualquiera lo que diga todo va a seguir, hasta que ocurra. Los hombres son recalcitrantes, caprichosos, pese a las advertencias y los signos, pese aún a lo que ocurre ante sus propias narices. Son como la piedra aquélla que rompía el cardenal cuando confesaba a Mike Corleone en El Padrino III: dos mil años adentro del agua y cuando se la rompe, adentro está seca. La alternativa que nos resta es, por tanto, seguir siendo piedras o convertirnos en humanos. Si somos humanos es porque estamos impregnados, si no somos similares a la piedra, no por la firmeza sino por la impermeabilidad. La educación, en todo caso, ha de ser una parte mínima en todo esto.

 

¿Quién minó la educación? ¿Cómo se evaporó la transmisión? Ya nos hemos referido a esta cuestión al hablar de las primeras operaciones concretas de la contracultura: el feminismo, la juvenilia, el geriátrico.

¿Cómo no se iba a pudrir la educación? ¿Quién iba a transmitir algo en esas condiciones en los colegios o en las universidades, salvo gansadas o la ignorancia distintiva de las burradas que se enseñan? Los pobrecitos

salen burros, sí, pero no tienen la culpa. La responsabilidad recae sobre aquéllos que tienen la misión de educar y no educan. Y sobre los padres, que también tienen la misión de educarlos y tampoco los educan.

 

Las generaciones rebeldes perdieron el sentido de su misión

 

No son los chicos los responsables de eso: si no los educan los padres ni los educa la escuela, ¿se puede esperar que sean otra cosa que salvajes? ¿Por qué, de qué otra manera no lo serían? Para colmo los adultos, que han destruido todo, son los se quejan de las consecuencias: los asaltos, la droga… pero ¿no era eso lo que estaban buscando? Quejarse de los resultados es lo mismo que echarles la culpa a los africanos porque se querían comer a Stanley, el explorador.

 

Todo esto pasa porque hay una absoluta pérdida de la misión, no en esta generación sino en la anterior, y en la otra. Hoy los padres no saben ya qué es ser padres. ¿No hay acaso una revista que se llama “Ser padres hoy”? Vale decir: leen una publicación para saber qué tienen que hacer. ¿No implica eso un grado de locura? Hay otra revista que se llama “Uno mismo”, por medio de la cual nos enteramos que es útil respirar todos los días y cosas por el estilo; una especie de manual de supervivencia cotidiana. Claro que éste es el resultado también de un proceso de declinación: primero convencieron a los padres de que eran unos brutos con sus hijos y que éstos ahora entendían las cosas mejor que ellos; después les dijeron que los hijos no podían limitarles su derecho a “realizarse como individuos”, hasta llegar a lo de hoy: cada uno vive su vida. Hay quienes hablan del hijo como de una cosa e incluso mujeres que no quieren tener hijos porque éstos les impiden desarrollar su personalidad o lograr un nivel de vida más “light”. Por la misma época en que esto comenzó se puso de moda aquello de “renovarse es vivir” y todos empezaron a cambiar tanto los muebles de la casa como las ideas. Les vendieron, en suma, un tranvía, y lo compraron. Pero aún todo este proceso que nos resulta harto conocido por experiencia propia tiene una filiación histórica: primero fue el libre examen que llevó a no confiar más en el sacerdote y después Freud, un hijo del libre examen, como “tipo” representativo de una segunda etapa en la que los seres humanos pasaron a manos de los psicólogos, que le demostraron que la solución de su problema era dejar de confiar en “el padre”, en el más amplio sentido de la palabra.

 

Ha sido, como puede verse, una amplia rebelión, extendida en tiempo y espacio. Una rebelión que no se percibe porque no ha hecho uso de banderas ni barricadas, insidiosa, obscura, oculta, pero que avanza.

¿Sobre qué costados? Siempre en estos casos lo menor abarca lo mayor y lo más bajo abarca lo más alto. Por eso para Freud el determinante de la conducta, y aún del pensamiento, es decir de las funciones superiores del intelecto, son las funciones inferiores, un absurdo que rompe todas las leyes de la existencia de cualquier organismo. Y sin embargo se lo acepta (como por otra parte se acepta cualquier cosa), cuando es sabido que la función superior determina la inferior. La visión que se obtiene es, obviamente, desde abajo, desde la charca: una visión de sapo.

 

El señor de las moscas

 

Decíamos que ha sido ésta una declinación gradual, un descenso, por el cual se llega a la apoteosis de la estupidez. Son los maestros, y aún los profesores de nivel secundario de hoy, los que nos revelan que es ya prácticamente imposible que los alumnos mantengan concentrada su atención en determinado asunto por más de diez minutos y en algunos casos eso mismo se considera un logro. Obviamente, hay que tener en cuenta también que hoy día el profesor no existe, no es aceptado como tal, y el que intenta ejercer como tal se enfrenta a la rebelión. Para peor, si intentase recurrir a la jerarquía, encontrará que la jerarquía indefectiblemente les dará la razón a los alumnos, pues éstos tampoco existen ya como discípulos. ¿Qué ha desaparecido del medio de todo esto? La autoridad. No hay autoridad posible, porque ella es del “invisible”, del enemigo. Por eso nadie tiene autoridad. Es la autoridad de la negación. Pero ¡ojo!: no son los chicos los culpables. ¿O desde cuándo los jóvenes se forman a sí mismos? ¿Qué idea es esa? Es una secuela, y a la vez desenlace, del Emilio: “Si el hombre está solo, en una isla y aislado de la sociedad, es bueno”. O el mito de Sabú, el hombre lobo. No es así; no es bueno ni es nada, se muere. Hasta los 8 ó 10 años sería incapaz de la más mínima probabilidad de supervivencia. Como mito fundador podría funcionar y de hecho así ocurrió en Roma con la loba, Rómulo y Remo. Pero observemos que aún en ese caso se trataba ya de dos hermanos, el otro existía., y la loba era el tótem emblemático de un clan, probablemente el clan fundador. Pero en la realidad eso no ocurre ni ha ocurrido jamás. El Emilio no tiene padre ni madre, y si el Emilio hubiera sido Emilia, Rousseau no podría haber escrito eso. O si Robinson Crusoe en lugar de encontrarse con Viernes se hubiera encontrado con una mujer la historia hubiese sido muy otra. Pero ni Rousseau ni Defoe podrían haber escrito eso; ellos escribieron una postulación abstracta y absurda, igual que la que hoy pretende que los jóvenes se eduquen a sí mismos. El resultado final es el de El señor de las moscas, que es el verdadero  significado  del nombre de Belcebú,  el señor de la putrefacción.  En esta novela de William Golding los chicos, náufragos también en otra isla desierta, levantan como tótem la cabeza de un cerdo, que se va llenando de moscas a medida que se pudre, a imagen de lo que va ocurriendo en el fuero interno de la mayoría de ellos cuando, a medida que transcurren los días, van olvidando lo que a sus pocos años han aprendido de la civilización y se adaptan a otra forma de vida, en la que aquélla no existe.

 

El “pensamiento correcto” es un pensamiento estadístico…

 

El problema en boga de la “crisis del pensamiento” parece dar imagen de una palabra ya fuera de uso, pero a mí me lleva a la pregunta acerca de qué es el pensamiento. Para el paradigma dominante el pensar  ha  estado  en  manos  del  racionalismo  y  podríamos  preguntarnos  si  la  crítica  al  pensamiento racionalista que rebrotó con fuerza en Occidente luego de la posguerra no se ha convertido hoy en una crítica de todo pensar. La intención parece ser esa, al menos del pensamiento con cierta libertad, inestructurado, fuera de las estructuras paradigmáticas dominantes. Incluso los que están en contra de un pensar racionalista lo hacen desde otro racionalismo. Hay un racionalismo que es el de la racionalización de la crisis, y su producto es eso que llaman “política correcta”, que en realidad es un resultado estadístico de “la opinión”, o sea de la mentira: primero se ocupan en construir una opinión de determinada naturaleza y características y después toman, como valor de un supuesto pensar, esos elementos categoriales de esa opinión que es mentira. Se hace que los hombres piensen de determinada manera y después se toma eso como “pensamiento correcto” para producir “política correcta”. “Co-rrecto” no quiere decir aquí que un pensamiento es recto, justo, apropiado u oportuno, sino que responde a ese mecanismo, o sea ortodoxo de acuerdo de “la opinión”.

 

Más que abolición del pensamiento, este “pensamiento correcto” ha sido uno de los objetivos de la contracultura, ínsito en el conjunto de las categorías contraculturales. Se trata de un tipo de pensamiento ideológico, estructurado en torno de la opinión en lugar de ser estructurado en torno de un sistema ideológico determinado. La opinión es estadística, producto de la encuesta. No hay opinión sin encuesta. Pero ¿qué es la encuesta? El trazado de la estadística de la opinión media. La media mentira – media verdad, que es una mentira desde que la verdad tiene una cualidad: no puede ser a medias: ni por mitades, ni por cuartos ni por grados. La verdad es verdad. La mentira puede ser por grados, porque todo lo que es por grados mentira, es mentira. La aplicación más importante desde que se inventó la encuesta, que es el cálculo de probabilidades, es una cosa que se ideó para poder admitir las pólizas de seguros y después expandió su uso a otros ámbitos.

 

El uso de la mentira – media verdad se ha hecho necesario porque la contracultura es estéril. Es una mula, hija de una yegua y un burro: no puede dar vida a nada. No puede proyectarse a sí mismo, puede producirse.

 

… pero el pensar está ligado al libre albedrío

 

El tema del pensar está íntimamente ligado al del libre albedrío, por consiguiente en la “política correcta”, en la opinión media, está prohibido, no hay libre albedrío. En el campo de concentración el hombre no piensa sino que debe pensar según determinados parámetros y sólo puede sacar las conclusiones autorizadas por la corrección política. El resultado final debe ser un tipo humano que piensa sólo de determinada manera; si no, no come. La profecía lo dice de otra forma: “Serán marcados en la mano y en la frente, y no podrán ni comprar ni vender los que no lleven esas marcas”. En la frente y en la mano quiere decir en el pensar y en la acción. Y no es casual que la Biblia haga referencia al “comprar y vender”, porque está hablando del mercado, en realidad. En el hombre de ahora, aunque cuando la profecía se dijo o se escribió quien lo hizo pensara en otras cosas. Sólo ahora es más claro: el que no tiene CUIT, CUIL o lo que fuere, está afuera, no existe; no puede, efectivamente, ni comprar ni vender. Carece de existencia económica pero -tal vez por una gracia de Dios- por eso mismo no tiene la marca, ni en la frente ni en la mano.

 

En esa diferencia entre creencia (por la cual estamos, somos) e ideas (las tenemos y las cambiamos, e incluso podemos no tenerlas), las creencias están referidas siempre al pasado y las ideas, el pensar, al futuro. La disminutio del pensamiento no significa otra cosa que condenar a los hombres a la ausencia de futuro. Para mejor decirlo, ellos se autocondenan, están en la congeladora. Como el “pensamiento correcto” y la “política correcta” son entrópicos en la medida que son un promedio de la opinión común, una equiparación absoluta de potenciales, en realidad son la nada. Siendo pues la “política correcta” una nada, un pensar a partir de ella se vuelve imposible: lo único que puede hacer es repetirse a sí misma, en un permanente revival. Empieza, por tanto, a pensar en el pasado como presente, en una especie de hipnosis, también colectiva. Piensa el presente como pensó el pasado y el futuro como era el pasado. Es como si volviera siempre para atrás, un mecanismo evidentemente defensivo.

 

Sólo hay viejos gustos, presentados como nuevos

 

¿Cuáles son los gustos de hoy? Son casi todos de hace diez, veinte, treinta, cincuenta años o de principios del siglo XX. No hay nuevos gustos; sólo viejos gustos presentados como nuevos. Es todo congelar, congelar y congelar. Desde un punto de vista es todo entrópico; desde otro punto de vista, en esto se apoya este poder, o pseudopoder, que no es realmente tal aunque se coma a la gente. Aquello que la gente que “piensa correctamente” ve como poder es sólo un espejismo: el poder es una ausencia, una nada. El caos. Se trata del acto de negación casi absoluto. El proceso de negación es un proceso muy grande ya y donde aparece una afirmación cualquiera es negada, inmediatamente. La marca en la mano y en la frente significa que el hombre no puede pensar ni hacer nada que no sea esto, y esto es la nada. Cuando uno intenta pensar esta cuestión y saca algunas conclusiones se aterra y hace falta reunir gran valor para proseguir la reflexión sin caer en la locura.

 

Hace más de veinte años yo le decía a César Marcos:

 

César: cuándo los tipos niegan la metafísica pero sólo la metafísica puede dar razón de la historia, acá hay un enorme gato encerrado. Algo que no va, que no encaja.

 

Y César me daba la razón. Es que el problema era así hace ya más de veinte años.

 

Cuando ellos niegan el ser, pero sólo la existencia del ser puede dar razón del proceso, acá hay una contradicción flagrante: o bien existe o bien no existe. Pero si existe la razón que puede dar del proceso es sólo ésta y ninguna otra. Sólo puede afirmarse, quiero decir, y el proceso lo niega constantemente, no sólo en teoría, sino en hecho, en el acto. No tiene resolución, está aquí, parado en ese lugar, pero no hay más allá porque se trabó la máquina y se detuvo.

 

El único pensar posible es un pensar del ser

 

De esto se desprende que el único pensar posible es un pensar del ser, pero este pensar del ser es un pensar clandestino y negado constantemente en todo, no sólo en su existencia sino también en sus cualidades y atributos. Entonces no hay atributo del ser que pueda ser, ninguno que pueda realizarse. ¿Por qué? Porque no es “correcto”. Y, además, estadísticamente imposible (desde el punto de vista estadístico, el ser no puede existir y quien lo dude, que haga una encuesta: ¿El ser es o no es?). Es posible que la mayor parte de los que aún son sean los niños pequeños, algunos ancianos que quedaron sin marca y afuera y los centenares de millones que se mueren de hambre. Las víctimas, para hablar con propiedad. El resto está enfermo de esta enfermedad que venimos describiendo y, como en los campos de concentración, al que cruzó un límite lo mataron.

 

De modo que, intentando una proyección hacia unos pocos años más adelante, si no ocurriera la catarsis no quedaría nadie. Nadie siendo verdaderamente, quiero decir: sólo algunos miles de millones viviendo, sin pensar. Un zoológico, una reserva faunística. Entonces sí, el destino sería la nada.

¿Será así? No lo creo. En rigor, este comentario -del que se dirá: “es pesimista”- es en verdad optimista, al revés de cuanto pueda imaginarse. Porque es para salir, no para quedarse.

 

San Ignacio decía: “Hacer como si todo de mí dependiera, pero sabiendo que todo depende de Él”. Eso significa disciplina y trabajo.

 

Disciplina quiere decir obediencia, no es nada más que la forma de expresar el libre albedrío en un orden. Es responsabilidad también, por eso no hay disciplina en los que dicen actuar conforme a una “obediencia debida” que es un abandono del ser (la “obediencia debida” no es una afirmación sino una negación del ser y quien la practica ha dejado de ser un hombre; es más bien cosa o, a lo sumo, animal).

Se ha puesto de moda desde hace ya unos años el tema de la “abolición del pensamiento”, pergeñada como teoría para la práctica en la dèconstruction de Jacques Derrida y un grupo de sociólogos franceses.

 

Decir “rompamos todo” implica un pesimismo sin respuestas

 

En realidad es un eufemismo para decir “arruinemos todo y rompamos todo”. El problema es así: acá tiene que ver la esperanza. Y esas personas son en verdad unos pesimistas. No tienen respuestas para después porque no creen en ningún después. Es de nuevo el “ocaso de los dioses”, el goterdamerüng, lo mismo que Hitler en la Cancillería: “peleemos hasta el último hombre” y con los chicos en las trincheras de Berlín haciéndose matar inútilmente. Había que morir para nada y a eso le llamaban heroísmo, ese mismo heroísmo presente tanto en el héroe trágico como en Nietzsche, ese irremisible delirio de la muerte. Para los antiguos germanos eso se llamaba werkzerch, era la furia del guerrero, una fiebre de destrucción. La saga nórdica dice “el remolino de la espada” (o de “la sangre”). ¿Cuál es el paraíso? Aquél donde los guerreros luchan y mueren y al día siguiente reviven para volver a luchar. Una condena, la idea del Walhalla. Por eso tuvieron que pensar después el goterdamerüng, el ocaso de los dioses, para terminar con eso. Alguien dijo, para explicar a Hitler, que la mitología germánica es la única donde los dioses mueren. Pero para lo que ha servido, en realidad, ha sido para dar cuenta de unos fulanos enajenados que nos querían llevar a todos al abismo. Es, ciertamente, un grado considerable de locura. Pese a todo, esos son los modelos de Occidente: Hitler, Stalin… Stalin, verdugo máximo, le dice al delegado de Churchill en Moscú: “Al final lo único que triunfa es la muerte”, prácticamente una letra de rock and roll. Se trata de grados, casi abstractos, modélicos, de lo mismo.

 

El logos de Occidente y sus corrientes diversas

 

Hay un periplo del logos de Occidente, que se sitúa en el marco de la guerra cósmica y que no hay que confundir con la lucha entre dos principios porque no hay tal cosa.

 

El acto de negación no funciona a la manera “blanco o negro” sino como “sí-no-sí”. El “no” pivota sobre el predicado de la afirmación. No tiene iniciativa. Está subordinado desde el principio. Mal podría haber, pues, dos principios cuando uno de ellos depende del otro. Y está subordinado porque su acto de negación no es otra afirmación, sino la negación de la afirmación. De lo contrario serían dos afirmaciones, habría una “afirmación opuesta” y no una afirmación y una negación, un “sí” y un “no sí”. Es, por tanto, una insubordinación a esa subordinación de la cual no puede desligarse, a la cual está ligado irremediablemente, y de última el mal es eso.

 

Entonces por un lado el mal es ausencia de bien, pero por otro negación del bien preexistente. Y es ausencia de bien en la medida de la negación de ese bien. Por eso es ausencia. Si fuera otra cosa sería otra presencia, también imposible en el orden de los valores y en ese nivel de absoluto.

 

La subordinación del mal al bien está expresada, por esta razón, en su imitación del bien, en su similitud aparente y en su contradicción profunda: es lo más parecido y por eso es lo más opuesto. Porque niega lo mismo que se afirma; si afirmara otra cosa podría ser visto como alternativa, relevo, variedad, etc. Sin embargo no es así: este “no” sigue la condición de la afirmación y por tanto lo secundario sigue la condición de lo principal (principio fundamental de Derecho, por otra parte), como cosa secundaria que es. Por eso es un vacío y no un lleno, una ausencia y no una presencia, aunque esta ausencia termine usufructuando una “presencia” -un espejismo en el mundo- que la porta, que en y por sus efectos establece el vacío. El mal es el frío que, en algunos tramos recientes de la profecía, es denominado “la oscuridad brillante”42 .

 

 

42 Con estas palabras lo menciona un anciano ucraniano, católico uniato, que estuvo recluido veinte años en el Gulag por religioso -y así salvó su vida de uno de los signos más espantosos de esta época, Chernobyl, que dejó con el tiempo aproximadamente 100.000 muertos y aldeas enteras con sus habitantes operados de la tiroides, glándula en la que el yodo se había vuelto radiactivo- y logró escapar a Canadá. Después de visitar Medjugorje, en Yugoslavia, empezó atener visiones y a recibir mensajes de Cristo en los que éste alude al mal, en este tiempo que nos toca vivir, como “oscuridad brillante” y que algunos, quizá en forma burda, comparan con la “luz negra” que se emplea actualmente en los lugares de baile.

 

 

Yo digo que el logos de Occidente (como civilización, no como geografía) es un periplo, más que un ciclo o cicloide (que da idea de repetición), que tiene un origen, un desarrollo, un momento brillante y una decadencia, esta última bajo la apariencia de un “retorno” que es en realidad su muerte. Y las “novedades” que vino exponiendo durante los dos últimos siglos (el liberalismo, el anarquismo, el marxismo, el modernismo

-incluido Nietzsche-, el existencialismo) lo único que tenían de novedoso al momento de su aparición era la estructura, pero en todos los casos se trataba de viejas herejías (materialismo, irenismo, catarismo, etc.)

disfrazadas y presentadas según otra metodología de ordenamiento y como corpus ideológicos. En cuanto al posmodernismo y al “pensamiento débil” creo que, por ahora al menos, es imposible saber de qué se trata, más allá de que se diga que es un pensamiento no totalitario, democrático y horizontal, por tanto un “pensamiento acostado”, tal vez boca abajo. En cuyo caso no sería pensamiento, sino sueño.

 

Estas corrientes tienen todas el mismo origen. Desde el punto de vista de su presencia histórica tienen una cualidad que les es común: todas son anticristianas. Su centro es precisamente ser anticristianas. Su discusión es con la cristiandad, en casi todos los casos de manera directa, aunque el liberalismo ha sido más astuto al plantearla en forma indirecta. El anarquismo, en cambio, fue más imbécil; el marxismo más brutal, el existencialismo más tonto y el posmodernismo ya es la nada, es inidentificable.

 

¿Cuáles han sido las fuentes de todas estas “novedades”? Precisamente su anticristianismo, pero también su hipocresía: todas ellas dijeron exactamente lo contrario de lo que hicieron. Y podemos encontrar aquí una significativa correspondencia con el tema de la opinión que hemos tratado más arriba. ¿Por qué? Porque esta época de la opinión empezó también hace unos dos siglos, cuando la cultura ya era de carácter mular, estéril, con todavía una serie de cosas que decir porque la mula, pese a todo, come y caga hasta que se muere.

 

El origen de todo eso es el proceso de la revolución mundial. Y ya en la revolución francesa están presentes todos, sub species, bajo aspectos aparentemente diferentes. ¿Qué son los jacobinos? Liberales extremos de los cuales entre ellos y una parte de los ebertistas y los cordeliers dan origen al anarquismo. ¿Y no sale el marxismo de un análisis político de la comuna de 1848?

 

Y el origen del existencialismo es, como dice el general Perón, un fenómeno estrictamente francés y muy ligado al campesino francés, producto del agujero en la media. Perón decía que los campesinos franceses suelen poner sus francos ahorrados en una media y que él lo sabía porque una parte de su familia era francesa. Pero vino la guerra franco-prusiana del ’70 y les vaciaron la media. Cuando terminó empezaron a juntar de nuevo, pero al llegar 1914, cuando tenían la media casi llena, otra vez se la vaciaron por la guerra. Después de 1918 volvieron a juntar dinero en la media pero en 1939 vino una nueva guerra y nuevamente quedaron con la media vacía. Entonces desde 1945 los franceses se hicieron existencialistas. Terrible pero cierto.

 

La soberbia del modernismo

 

El modernismo abarca todo ésto, es el humanismo racionalista, espiritualista ahora (e ignoro por qué lo llaman posmoderno). La misma palabra modernismo implica una increíble estupidez y soberbia: observemos que, en efecto, su connotación significaba que todo lo que viniese después sería “antiguo” y tomado como tal, como efectivamente ha ocurrido, y ocurre aún hoy en el tropel del periodismo y los medios. Pero el modernismo es una herejía y sus diversas corrientes tienen todas el mismo origen, la misma filiación. Por lo general se piensa que en la revolución francesa había dos partidos, pero había cinco: jacobinos de París (dentro de los cuales había cuatro grupos: el de Saint Just y Robespierre, que se alió con el de Marat, los cordeliers de Danton y los ebertistas de Ebert y los iluminados de Baviera), y además, por fuera de todo eso, los federales o girondinos. Todos, sin excepción, hijos del ascenso de la burguesía y de su espíritu, que produjo nada más que materialismo. Del ebertismo salió Louis Blanc, uno de los fundadores del anarquismo. Cuando tanto los anarquistas como los marxistas hablan del “proletariado” se refieren a una categoría inexistente en la realidad: es la imagen teórica de un burgués con mono de mecánico y las manos con grasa, para la foto. Ellos conocían proletariados reales, pero ni a Marx le gustaban y decidió llamarlos lumpenproletariat o “proletariado harapiento” (feo, sucio, maloliente y con muchos hijos, no ilustrado e incapaz de leer El Capital), a fin de poder excluirlos con cierta tranquilidad de conciencia.

 

La resistencia de las culturas

 

Frente a todo este pensamiento en crisis, pero con ínfulas de “planetario” desde los años ‘60, existe una resistencia de las culturas afectadas por la globalización, que no es una “pasividad resistente” sino una actividad no intencionadamente resistente, sino naturalmente resistente. Sigue su propio curso, lo que de por sí implica resistencia. Ésta no tiene lo que llamaríamos un “plan de lucha” y lo único que puede hacer es girar sobre sí misma. Es una afirmación en círculos cada vez más restringidos -o más amplios- pero sin poder levantar una posibilidad diferente de la que ofrece el paradigma dominante, porque no hay nadie que lo exprese. Lo que ha ganado esto de la “cultura planetaria” o contracultura es, precisamente, a aquellos sectores de la sociedad -personas, grupos y capas- que hubieran tenido la misión de hacer aquello otro: los han comprado tirándoles unas migas de poder, dinero o algún modo de reparto de lo que le sacaron a todos. Pero también los encarcelan para cubrir apariencias (casos Bussi, Contartese, Dadone y otros “últimos monos”, el chiquitaje de los ladrones y asesinos, pues los encumbrados se mantienen en libertad).

 

No hay ningún “pensamiento planetario” salvo el pensamiento -si es que se puede llamar así- de lo que se autodenomina “nuevo orden mundial”. Perón lo llamaría el pensamiento de la sinarquía, que significa “concurrencia de poderes”, pero yo diría concurrencia de poderes oligárquicos de todo tipo. En esa confluencia, que es orgánica pero no organizada, hay algunos sectores más organizados que otros y hay también antecedentes como la Trilateral Commission, el Bilderberger Club, el Club de Roma… Ahora existe otra que viene a ser algo así como la Asociación Constitucionalista Mundial, que redactó una “constitución mundial” y ya fue aprobada por más de 300 delegados de  35 países; sus adherentes se han propuesto que eso reemplace a las Naciones Unidas del mismo modo que éstas reemplazaron a la Sociedad de las Naciones. Como estas cosas son de un altísimo grado de abstracción no se entera nadie, pero -aunque no con ese nombre- tienen un grado de penetración muy alto porque se trata de la política de las finanzas. Para decirlo mejor, la organización política son las finanzas, cosa que ya hemos mencionado.

 

La contracultura es una planta salvaje que no sabe lo que hace

 

Lo que afecta la globalización es absolutamente todo en un sentido. Sobre la resistencia de las demás culturas, de las culturas afectadas, podríamos decir que ellas tienen como una vida vegetal. ¿Qué quiere decir una vida vegetal? No es un acto de desprecio, quiere decir natural. Cuando se corta una parte, a los cuatro días está todo crecido de nuevo. La naturaleza, de algún modo, impone determinadas condiciones. Todas las cosas quedan como Angkor, la ciudad khmer en el río Mekong: un día se fueron los habitantes y la ciudad está hasta hoy intacta, pero invadida por la selva. O como las ciudades mayas: mientras los mayas vivieron en ellas mantuvieron constantemente a raya a la selva, pero en cuanto se fueron las ciudades quedaron cubiertas por la vegetación. La selva las cubrió y se las comió. De algún modo el tema cultural es así también; lo que ocurre es que en este caso se degrada.

 

En el proceso natural los perales dan peras, los naranjos dan naranjas y así de seguido. El proceso cultural no sigue este patrón: ahí los perales la primera vez dan peras, después peritas y después garduños, que ya no se pueden comer, porque a los perales hay que cuidarlos. Porque la cultura, quiero decir, es una planta domesticada. Cuando se la deja a la deriva se vuelve salvaje.

 

Pero a ellos no les importa porque la contracultura, en rigor, no es más que un elemento, precisamente, de inducir al salvajismo. No pretenden que “se imponga” ni nada de eso, sino simplemente que destruya toda otra posibilidad cultural. Nada más que eso. Tiene un objetivo negativo, no positivo; por tanto no podría pretender imponerse como lo que es, porque no es y sólo existe como refracción negativa de lo que es. En el único lugar donde se ha impuesto, que es en Norteamérica, en Estados Unidos pasan las cosas que pasan, se pudre todo cada vez más aceleradamente. La contracultura, entonces, no impone nada: es la salvajada y no pasa más nada. Pero esos salvajes son peores que los salvajes-salvajes porque éstos son ingenuos, e inocentes en general. En cambio los salvajes prohijados por la contracultura conocieron otras cosas: son, por ejemplo, salvajes tecnológicos. Se podrían citar ejemplos por millares, en todos los órdenes.

 

Entonces la cultura es todo resistencia y todo natural, como acabamos de ver que hacen las plantas. Pero, a diferencia de la naturaleza, no se puede mantener a sí misma siempre idéntica. Retrocede. Ese es el verdadero objeto, como su nombre lo indica, de la contracultura, que hace resurgir cosas verdaderamente atávicas, tanto que sus ejecutores no saben por qué hacen lo que hacen 43 .

 

Las ideas evolucionan. Las fuentes. El General Perón

 

¿Qué significa evolución? Esa palabra podría confundir a más de un lector, máxime en una época en la que ciertos personajes esgrimen permanentemente un progresómetro para calificar al prójimo. En realidad la palabra no sería evolución sino desarrollo, porque es el desarrollo de las mismas cosas que uno pensaba mal, poco, con formas más primitivas y a la vez más bastas, menos pulidas y trabajadas. Pero son ciertamente las mismas, más el desarrollo que uno ha hecho a lo largo de los años. Apoyado en la propia experiencia y en la ajena porque, como decía el general Perón, “la experiencia propia cuesta cara y llega tarde”. Hay que aprender de la experiencia ajena y eso hemos tratado de hacer. Si fuera por la experiencia propia sería muy limitada, además.

 

El pensamiento Perón

 

Mi pensamiento básico es el pensamiento Perón, con un largo trabajo de desentrañarlo, por un lado, y por otro de encontrar sus proyecciones, con un mecanismo parecido -no podría decir similar siquiera- al que él empleaba en discursos, declaraciones personales, cartas y libros, es decir tal cual ese pensamiento fue expuesto. Y sobre todo en los hechos que produjo, que es donde hay que leerlo a Perón mejor que en todo lo que él ha escrito y dicho. Ahí, en los hechos, está todo más claro y, sobre todo, están las cuestiones fundamentales.

 

Para establecer la existencia de categorías, su orden jerárquico y la forma de analizar la realidad y el curso del hombre -la historia- hay un método y, fundamentalmente, es necesaria la aceptación de la hipótesis del teorema que hemos mencionado más arriba y que conviene refrescar ahora: el hombre es producto de la evolución –darwiniana o cualquier otra que se pueda postular- o es un ser creado. Ella da una idea de la historia, que yo creo que Perón tenía, con un revestimiento racionalista y cartesiano por el período de su formación, pero muy impregnado por lecturas y estudios que realizó mucho después, en Europa sobre todo. Y más que lo que leyó y estudió, le han servido lo que vio y la reflexión sobre esa percepción. Por si fuera poco, Perón conocía la Argentina como la palma de su mano, toda y a caballo además, porque participó de la Comisión de Fronteras, estando en el Ejército estuvo destinado en varios lugares. Su condición militar le facilitó, asimismo, algo que fue determinante en él: la conducción de hombres. De manera que accedió a todo esto, ligado entre sí, y podía decir con fundamento: “Yo no soy un político; en todo caso soy un aficionado a la política, porque mi profesión es ser conductor”.

 

 

 

43 Las páginas policiales de este tiempo que vivimos están plagadas de este tipo de hechos y sobran ejemplos de gente que corta cabezas o guarda cadáveres humanos descuartizados en la heladera para irlos comiendo de a poco, de asesinos seriales (siempre como venganza de algo, real o imaginario, o como víctimas de “un día de furia”), de carnicerías humanas desatadas por la disputa de un “territorio” y aún de un objeto nimio, de millares de violaciones sexuales, de hurtos hechos por impulso y de robos al que es considerado un extraño o un enemigo, ejecutados a la manera de las tribus recolectoras o cazadoras…

 

 

Yo soy un aficionado en las dos cosas y profesional en ninguna. Nunca me interesó mucho la política; me interesaban más las razones de la política, el cómo y por qué y el qué hacer, pero sobre todo las personas, aquello que mueve a los hombres a hacer, bien o mal, determinadas cosas. Que en realidad es el misterio de uno mismo. No hay una “indagación científica objetiva” en el sujeto de estudio; por el contrario, la indagación es sobre uno.

 

Toda pregunta sobre otro es siempre una pesquisa sobre uno mismo, irremediablemente. Y Perón también practicaba esto. Su conocimiento de los hombres no devino de una ciencia infusa sino del intercambio dialogal constante con todo y con todos y a cualquier nivel, sin ninguna clase de soberbia ni de exclusión. Del interés por el hombre, por la especie, pero no como especie sino por los individuos, por las personas, por las familias y por los argentinos en particular. Esto le lleva a decir: “La doctrina yo la leí en mi pueblo”. Es cierto: la leyó en cada uno que hablaba con él, en las cosas que decía, que pensaba, que  podía o que soñaba. La captación del hombre argentino, así, es también la captación de sí mismo, porque él, Perón, también es el hombre argentino.

 

Si hay un enigma para uno, es uno mismo, porque los demás son misterio, no enigma. Y el misterio uno no lo puede revelar, a menos que se revele. El enigma, en cambio, uno lo puede descifrar, está al alcance de las posibilidades de desciframiento. Pero no por curiosidad, sino siguiendo una regla -que Perón expone cuando aborda el tema de la conducción política-: “No se puede conducir lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce”. Conocimiento, amor y conducción son elementos absolutamente fundamentales, con el agregado de que “la conducción es un arte y una ciencia”, es decir que tiene reglas pero en rigor las reglas se aplican de acuerdo a cómo el artista considera que debe hacerlo para configurar una obra.

 

A mí me tocó pintar con acuarela bajo el agua. Es un poco difícil. No es ninguna justificación ni acusación contra nadie, sino simplemente una exposición de cómo fueron las cosas en mi caso. Dadas las condiciones, uno ha hecho hasta ahora lo que ha podido.

 

El pensamiento de cada uno tiene además desarrollos propios, en consonancia con la experiencia vivida. Mi experiencia, por esto, no es la experiencia de Perón, que fue sólo de él. La experiencia de uno, en este nivel, es otra, en el mimo marco histórico e incluso táctico y estratégico, en el mismo marco conductivo también, pero es otra experiencia. ¿Por qué? Porque no es lo mismo la experiencia del comandante en jefe que la de un sargento. Ambas son útiles de manera diferente. Son diferencias de perspectiva y de nivel: no es lo mismo mirar el frente de batalla desde el cuartel general que verlo mientras se conduce una patrulla en el matorral o en la línea de fuego. Se trata del mismo campo, de la misma guerra, del mismo uniforme, pero se trata también de hombres en situaciones muy distintas. Eso engendra pensamientos también distintos, dentro de un mismo marco. Distintos no quiere decir opuestos, porque si tal fuera el caso no podría decir lo que digo, sino diferentes por ser producto de experiencias también diferentes, aunque en el mismo marco, sentido y direccionalidad.

 

A Perón le tocó la posibilidad -que él aprovechó magníficamente- de conducir vastas organizaciones y, fundamentalmente, a todo un pueblo, que en la materia de la conducción es muy importante. A mí, en cambio, me tocó conducir cuadros, un tipo de conducción cualitativamente diferente. Por tanto, he debido reflexionar sobre cosas en las cuales Perón no tenía por qué reflexionar ni le importaban, porque precisamente nos incumbían a nosotros. Creo que si todos lo hubiéramos hecho, como correspondía, las cosas hubieran sido distintas. Al comandante en jefe le corresponde la reflexión sobre la estrategia y su aplicación táctica, pero a nosotros nos correspondía más un pensar teórico que para Perón era circunstante: él sólo aplicaba los principios a la situación, oficio que no es nada fácil sino, por el contrario, el arte más difícil que existe. Y a nosotros nos tocaba la explicación, no sólo de lo que Perón pensaba, decía y hacía, sino de cómo lo aceptábamos y lo metabolizábamos, en un campo totalmente diferente que, por otra parte, era nuevo en el peronismo, no había existido antes.

 

La conducción de cuadros

 

Antes Perón conducía todo sin comandos subordinados, salvo algunos que eran accesorios. En cambio cuando se conducen cuadros surgen otros problemas: requieren no sólo una orgánica sino organización, por ejemplo. Y esto es importante porque da origen a un pensamiento organizativo; aquello que para Perón eran principios, para uno debían ser aplicaciones inmediatas. ¿Por qué? Porque Perón conducía el conjunto y uno lo hacía con una parte pequeña que tenía sólo incidencia, y relativa, en el orden táctico.

 

El problema de los comandos subordinados no consiste en que no piensen y que sólo cumplan “órdenes de arriba”; muy por el contrario, si uno es leal, muchas veces hay que pensar más y esforzarse más, porque tiene que hacer dos trabajos: comprender al comandante en jefe y aplicar correctamente. Esto, obviamente, no interesa para nada al que no es leal.

 

En lo único que piensa aquél que carece de lealtad es en hacer su propio juego… y que el comandante en jefe se las arregle. De esta manera pensaban los dirigentes gremiales y políticos: hacían los embrollos y después salían diciendo que “Perón lo arregla todo por la positiva. Y por la negativa me importa un carajo”. Pero cuando se forman oficiales no se puede obrar en provecho propio ni explicar después las cosas de este modo; por otra parte de nada se puede decir “me importa un carajo” porque todo es importante.

 

De todos modos, el proceso formativo que seguimos fue extremadamente corto. Se tardó años en llegar a iniciarlo y sólo duró 22 meses. Se interrumpió con la muerte de Perón y no fue posible retomarlo hasta hoy.

 

 

La Argentina, paradigma de Occidente

 

A lo largo de los años he venido pensando que lo que nos pasó en el movimiento ocurrió así porque la Argentina es, por lo menos en la historia contemporánea, paradigmática respecto de Occidente. Que las cosas ocurren primero acá. No después, sino antes, y que después se repiten de una manera extraña. Para mí es un misterio que no puedo develar: no entiendo sus mecanismos ni se si existen siquiera. Pero es “como si”: hay algunas cosas que sólo se insinúan y otras que se realizan. Que están presentes acá.

 

En Buenos Aires –cuenta en sus memorias (Tras los dientes del perro) el “Poroto” Botana- había tipos que desfilaban con el brazo en alto en 1930 y Hitler llegó al poder en 1933. Natalio Botana era amigo del general Justo, quien había puesto a Uriburu en la presidencia y era por entonces comandante en jefe del Ejército. El hijo menor de Botana era artista y poeta, y un antifascista rabioso, de modo que le fue a pedir a Justo que disolviera la Legión Cívica. Justo le contestó:

 

– Mirá, Poroto, los voy a hacer desfilar.

 

– ¡No, general! ¿Cómo…?

 

– Los voy a hacer desfilar. Si son menos de mil los borro del mapa; si son cinco mil les damos legalidad, pero si son quince mil ¿no habría que ir pensando cómo hacerse fascista?

 

Botana cuenta que los que desfilaron fueron algo más de seiscientos y que Justo los borró del mapa. Y bien: Perón tuvo esos maestros también; estuvo con Uriburu y después con Justo, pero con éste último en el ejército y nada de política porque –como él mismo lo explica en Tres revoluciones militares– cuando vio salir de la Casa de Gobierno a un tipo que se llevaba una máquina de escribir tapada con una bandera y gritando ¡Viva la patria! cayó en la cuenta de  que todo el juego era para robar y no quiso saber más nada con la “revolución”. Perón había sido uno de los oficiales de Uriburu porque era instructor en el Colegio Militar cuando Uriburu era su director.

 

Más allá de estas anécdotas, la Argentina era paradigmática ya en el siglo pasado. Nosotros entramos en la guerra con el Paraguay en el mismo momento en que ocurrían dos conflictos importantes en otros puntos de la Tierra: la guerra civil norteamericana y la guerra franco-prusiana. Hay que ver los uniformes para darse cuenta: fueron los mismos en las tres guerras (NdelR: como lo sabían los buenos historietistas y dibujantes de una generación atrás, como Oesterheld, Breccia, Freixas o Salinas). Claro que a raíz de la victoria de los prusianos acá comenzaron a cambiar las cosas y los generales argentinos dijeron desde entonces “no va más” al uniforme francés.

 

Paraguay, en cambio, conservó aquella influencia militar francesa por muchos años y siguió con el uniforme de ese origen, a tal punto que en la guerra del Chaco44  (1932) un verdadero genio que llegó a ser comandante del ejército paraguayo había sido formado en Francia y fue incluso alumno de Foch. Me refiero al mariscal Estigarribia45, uno de los más grandes talentos –obviamente desconocidos- de nuestras tierras. Ganó la guerra prácticamente sin medios y con muy pocos soldados, claro que paraguayos.

 

Volviendo al tema paradigmático de la historia argentina, hay algunas cosas que se pueden reflexionar. Por ejemplo, el único país del mundo, fuera de España, donde hubo krausismo fue la Argentina. Todo por Hipólito Yrigoyen. Krause, un belga profesor de Lovaina, era un teórico de la democracia social. Los españoles liberales iban a esa universidad y eran alumnos de Krause, y cuando volvieron a España iniciaron una discusión que escindió al partido Liberal. El partido Socialista nació de esa escisión, pero también Falange y una parte del carlismo. Los liberales no quisieron saber nada con la democracia social e hicieron un partido como quería Maura, Canalejas y en general los conservadores. Es una cuestión interesante, porque cuando en la Argentina se dice Krause todos preguntan quién es y nadie sabe nada. Pero por eso Yrigoyen no quería el partido, estaba en contra del partido radical. Y por eso también es el partido el que lo destruye.

 

Perón abrevó en otras fuentes más modernas: Santo Tomás, el tomismo de una parte del nacionalismo católico, que era partidario también de la democracia social, y después Carlos Astrada, influido por Heidegger, que tuvo que ver con la redacción de La comunidad organizada. Nunca Astrada –autor de El mito gaucho, un libro importante pero ya agotado y no vuelto a reeditar- hubiera podido hacer política: era un tipo seco como un sarmiento de vid, pensador importante pero de la Argentina. Después del 55 se hizo marxista y murió, supongo yo que porque ya no tenía geografía de escape, desde el punto de vista del pensamiento. En esto no fue el único y hubo muchos en ese período.

 

Somos mestizos. Por eso Perón representa una síntesis

 

En realidad Perón hizo una amalgama o, mejor, una síntesis, de algunos elementos del tomismo, del fascismo, del socialismo, de la doctrina social de la Iglesia, todo leído con la plantilla puesta sobre el pueblo argentino.

 

Nosotros, por ser mestizos de toda mestización -y universalmente mestizos- tenemos comportamientos que no podemos descifrar de dónde nos vienen. Por dar un ejemplo, tenemos por parte de padre un abuelo checoslovaco casado con una paraguaya y una madre que es hija de una abuela vasca que se casó con un italiano. Como el rastreo se vuelve imposible, adherimos a la Argentina porque en rigor, aunque tengamos otro pasado, no lo podemos recuperar más que de esa forma. Y esa combinación es una nueva forma de ser; de lo contrario quedaríamos desarraigados y no es así en la inmensa mayoría de los casos. Aunque pueda serlo en la ciudad de Buenos Aires, con ciertas limitaciones aunque menos que en otros lados.

 

 

 

44 Conflicto bélico entre Bolivia y Paraguay por la posesión parcial del Chaco (1932-1938). Paraguay obtuvo la mayor parte de la zona del litigio, unos 225.000 km2.

45 Estigarribia, José Félix: (1888-1940). Militar y político paraguayo. Presidente en 1939. Murió en un accidente aéreo.

 

El montevideano, por ejemplo, no tiene nada que ver con el resto del Uruguay, no es oriental: es uruguayo, pero la “uruguayidad” es una categoría inexistente en absoluto, una ficción total, y por eso ellos tienen tres banderas; dos son orientales, una de Artigas y una de Lavalleja, y la tercera (la de bandas) es la “uruguaya” que es sólo montevideana…

 

… El país no les importa. Si hay algo por lo que ellos “tiran la bronca” contra Buenos Aires es por lo que ellos son. Buenos Aires no es eso. Ellos sí lo son. Basta recorrerlos para ver. El Uruguay es mestizaje puro, ahí son indios, negros y españoles. Pero allí no hubo inmigración italiana, son otra cosa, inviable en el actual marco histórico, como los cubanos y otros pueblos. Donde no está la sangre italiana mezclada hay rigidez, y esa rigidez carece de morigeración.

 

En la Argentina todo el mundo tiene por lo menos una gota de sangre italiana, y esa gota es determinante: si bien tiene sus contras (la “piolada”, el “enjuague”, etc.) el argentino es gracias a ella menos extremista y más culto, en el sentido de más civilizado o más aplacado. Con 3.000 años de historia a sus espaldas los italianos están de vuelta de muchas cosas y eso, en un país joven, contribuye a su maduración.

 

Esta importante particularidad distintiva de la Argentina también la reflejó Perón. Ese rostro de indio que tenía de viejo (la cara de doña Juana Sosa, no del rubio don Tomás Perón; el gen criollo lo marcó) no era el mismo de cuando era joven, cuando era un dandy sin plata. Como le dijo una vez Elvio Botana (Carlos de la Púa): “¿Para qué se dedicó a la política? Con la pinta que tiene ¿sabe que cafisho sería?”.

 

La búsqueda de la Verdad

 

Concibo todo esto que voy diciendo como aportes para comprender la realidad de mi gente. De este mestizaje. No me puedo quedar con una sola cosa, no porque sea amante de novedades sino porque mi “tema”, mi tropismo fundamental, es la búsqueda de la Verdad, no la novedad. Pero eso era así también para Perón: él encuentra lo que encuentra porque lo busca. Y hablo aquí de Perón como modelo de persona, no de político ni de conductor…

 

¿Cuál es la preocupación de Perón? La búsqueda de la Verdad, y todo lo demás son formas para descubrirla: métodos, indagaciones, etc. Es una búsqueda que no se agota nunca en la vida de una persona, porque no se encuentra. O, mejor dicho, se encuentra una parte. Y esa parte que se encuentra exige su búsqueda. Encontrarla consiste, precisamente, en buscarla.

 

El tema de la búsqueda del Grial no consiste en hallar el Cáliz de la Última Cena, que por otra parte está en la Catedral de Valencia y yo lo he visto. La búsqueda del Grial, que ha sido una forma descriptiva del periplo de la búsqueda de la Verdad, no consiste en hallar el Cáliz, sino en buscarlo. “El Camino, la Verdad y la Vida”: todo está ahí. Es la vida del peregrinante, móvil o inmóvil es lo mismo. Probablemente sea más angustioso ser un peregrino sin moverse que moviéndose, pero de última esa sería la única diferencia. Y es, como en Fierro, una ida y una vuelta, porque la búsqueda también consiste en el retorno. Y ésta es la incitación -la espuela- de la civilización occidental. ¿Qué impulsó a Alejandro a ir hasta la India? ¿Volver a los orígenes de los griegos? El tropismo del retorno es en Occidente también una constante, que es nada más que una imagen del retorno a Dios, al Padre.

 

¿Y fuera de Occidente? Ocurre lo mismo. La única diferencia ha sido que Occidente pudo interpretarlo, puede leerlo -aún cuando los hombres piensen que se trata de otra cosa-, y el resto no. Hay un hogar ancestral, que no es físico aunque se identifique a veces -provisoriamente- con un lugar físico. Ese lugar ancestral es la aspiración de volver al seno del Padre.

 

Los escritores argentinos

 

El más grande escritor argentino, si es que la palabra encierra tanto al prosista como al poeta –dejado de lado a Hernández, que está “fuera de concurso” y por encima de todos- para mí es Lugones. Si es sólo un escritor, Marechal. Y si es sólo un poeta, Borges. Pero Lugones es más grande, más vasto, más poderoso, más multiforme, más terrible también en sus amores. Lugones, como hemos comentado antes sobre Astrada, tampoco tenía geografía de escape ya, y había perdido la fe también; por eso termina mal sus días en este mundo. Sabiendo todo lo que sabía debió haberse quedado muy solo y hasta su último amor -como se ha dicho- por una adolescente, le era imposible: Lugones era un hombre serio y todo lo que hacía era serio. Nada le era más lejano que la frivolidad.

 

Si me refiriese a escritores rioplatenses nombraría, por supuesto, a otros: Horacio Quiroga, también un desesperado.

 

¿Por qué digo que Hernández está por encima de todos? No por la escritura del Martín Fierro, sino por haber sido una naturaleza diferente de poeta y por lo que significa su poema. Por él convirtió al mito en logos46 y construyó una Patria: ésa que describe, completa, y que, a partir de ese momento, fue así.

 

De todos los que acabo de nombrar probablemente haya sido Marechal el único que influyó en mí. No así Lugones. Tampoco Borges, pese a que en una época de mi vida me interesó mucho y lo he leído todo; después le perdí el gusto, tal vez porque siempre me resultó ajeno el contenido de sus obras. Prefiero leer a Gálvez en Jornada de agonía, Humaitá y Hombres en soledad, el Tríptico de la Guerra del Paraguay, que es una obra dantesca por lo pavoroso de su contendido. Borges es un escritor cuyo mérito es imposible negar, pero se proyectó no porque quisiera, quizá, sino porque lo hicieron, hicieron con él un negocio en todo el mundo y hoy lo citan en todos los países, como si fuera Joyce. Pero era un solitario, pese a que tuvo a la mamá, a la sirvienta durante 40 años y después a la japonesa. Borges tuvo dos problemas en su vida, además de la ceguera: el primero de ellos, no llamarse ni haber sido José Hernández (y eso no se lo perdonó jamás al autor del Martín Fierro), y el segundo no llamarse Juan Domingo Perón, y eso le rompió la cabeza para siempre. Hernández y Perón eran las dos figuras que él hubiera querido ser. Y en eso, paradójicamente, es más argentino que en ningún otro escritor. Tal vez ningún dirigente peronista hubiera querido ser Juan Perón, pero él hubiera dado cualquier cosa por serlo, aunque obviamente le importaba mucho más Hernández, se creía -y probablemente así fuera- en capacidad de hacer lo que Hernández. A Borges, que dedicó parte de su obra a los guapos y “enganchó” a Edmundo Rivero para que cantase sus poemas, no le importaba el Perón político, sino la figura de Perón vista por él como un guapo, aunque el verdadero Perón era la antítesis del guapo. La tragedia de Borges ha sido, entonces, no haber sido el creador del gran mito argentino, pese a no haber estado tan lejos como se piensa del pueblo argentino.

 

La veta inglesa

 

Hay, efectivamente, una veta en los argentinos, desde la cual piensan de manera semejante a Borges. Esa veta no está suficientemente indagada, no en Borges sino en la Argentina, y responde a una pregunta difícil: ¿qué tenemos que ver los argentinos con los ingleses? Digamos que no nos gusta, pero

¿dónde vivió Rosas sus últimos veintipico de años? ¿Por qué? ¿Será porque los ingleses son los únicos tipos que son capaces de hacer lo que hizo aquí Hudson o su amigo …? Tipos capaces de irse a escribir en medio

de la pampa, vestirse de gauchos y montar a la perfección sin ningún problema. ¿Por qué? Pienso que porque los ingleses no tienen patria: venían acá y ya eran de acá, como los Paris Robertson, que vivieron

toda su vida pensando en la Argentina y que lloraban cuando tuvieron que irse de ella. Hudson lo mismo:

tiene un libro que se llama At foot in England (A pie por Inglaterra), porque era más pobre que una rata y viajaba a pie, salía de Londres y pasaba dos o tres días caminando por el campo: mira así los pájaros, describe las aldeas, habla con la gente… pero siempre el tema es la pampa. Nunca se fue de acá. Uno lee La tierra purpúrea y no lo puede creer: cuenta cómo fue a buscar a caballo a una mujer para raptarla y recibió a

cambio una paliza fenomenal; cómo se escapó a Montevideo, cómo iba al bardo por el medio del campo y

llegó a un rancho habitado por unos paisanos que, como él, eran ingleses, pero calzaban bota de potro y lo invitaron a comer, pero sacando del arcón su platería inglesa. De esta clase de ingleses estuvo y está lleno el sur argentino. Y algunos de los mejores amigos de Perón eran ingleses o escoceses, al punto que unos días antes de ir preso, en 1945, estuvo unos días con una familia de escoceses acriollados al pie de la cordillera de los Andes. Acá, quiero decir, hay por un lado odios y problemas con los ingleses, pero por otro no es así. Y llegado a este punto, me permito observar que los ingleses gustan de tres países con paisajes desérticos algo similares: Australia, Canadá y la Argentina.

 

Después de 1807 hubo una enorme cantidad de soldados ingleses que prefirieron quedarse en nuestras tierras. Uno de ellos, Campbell, era una bestia pelirroja que montaba en pelo o estribaba con el dedo gordo del pie, como los indios, estuvo con Artigas y después fue uno de los más terribles montoneros federales en Entre Ríos. Así lo cuentan Paris Robertson y Bompland, que tuvieron que negociar un ganado vacuno con él. Y el pelotón que fusiló a Liniers, según algunos cuentan, también estaba integrado por ingleses.

 

En cuanto a Marechal, es un escritor muy raro. Una flor de invernadero, diría. No tiene ni precedentes ni continuadores, pero dice Vintila Horia que es el fundador de la novela latinoamericana. Estaba solo, pero no era un solitario: tuvo dos esposas y aquélla a quien él llamó Elbiamor fue la última y definitiva.

 

 

 

46 Logo: lenguaje de alto nivel, lo suficientemente sencillo que pueden aprenderlo hasta los niños.

 

CAPITULO XI  

El FARISEÍSMO

Mayorías y minorías

Es de hacer notar la existencia, en la actualidad, un elemento mecánico que tiene, por un lado, un objetivo político pero, por otro, un objetivo fundamentalmente contracultural, apoyado en una relectura de sí misma de la contracultura, sacando conclusiones de esa lectura, que es por tanto una lectura ideológica de su propia ideología. Este “rulo”, según la Teoría de la Comunicación, es un rulo de reforzamiento del mensaje. En realidad, es de pulimento del mensaje para dejarlo en los huesos, sacándole todos los ropajes que lo encubren. Por esto cuando ellos dicen “democracia”, “mayorías” y todo eso, dicen también: “pero… derechos de las minorías”, y en ese “pero” es donde las mayorías desaparecen, porque ni siquiera pueden hacer o recibir eso que se autoriza a hacer y recibir a las minorías. Las minorías reemplazan a las mayorías como centro de la escena y sobre ellas se orienta toda la atención pública de los medios. Lo curioso es que a nadie se le haya ocurrido todavía tachar a este proceder de corporativista.

 

Lo que han obtenido de este modo es disolver a las que ellos llaman “corporaciones”, que son en realidad las organizaciones e instituciones de los pueblos, para crear estructuras nuevas en base a minorías fabricadas ideológicamente: “las feministas” (un grupo muy pequeño de las mujeres), “los jóvenes” (un grupo muy pequeño de entre los verdaderos jóvenes), “los indigenistas” (un puñado de descendientes presuntos o reales de pobladores precolombinos), “las prostitutas” y “los travestis” (también pequeños grupos entre quienes sufren tales perversiones), etc. Con todos estos pequeños grupos se ha montado un “algo” virtual que, en la medida que se entrecruza, es superior a cualquier mayoría de cualquier carácter y tiende a disolverla en la idea, no en la realidad, ni siquiera la numérica. Solamente en la idea, es decir en la conciencia que el masificado opinador y opinante tiene de la realidad respecto de este asunto.

 

La teoría británica del poder y sus orígenes

 

Este montaje ha sido copiado (o transvasado) de una vieja teoría espacial, que es la teoría espacial del Imperio Británico y explica cómo ese imperio, con enclaves generalmente en las costas, podía controlar el hinterland y progresivamente, en ese proceso de control, qué significan las islas de minorías, los estados tapones, el control de los puntos geopolíticos fundamentales (en el espacio físico). Inglaterra practicó amplísimamente este método en todo el mundo. Mezcló una geopolítica del Imperio, una geopolítica del globo y una geopolítica racial y de minorías insertada en la geopolítica espacial. Por esta razón, cuando se da el proceso de independencia de la India, por ejemplo, son los ingleses los que arman Pakistán y dividen la India. Y son quienes matan a Gandhi porque éste decía que la India era una sola y en ella podían convivir musulmanes e hindúes. En la India los ingleses siguieron usando constantemente, durante dos siglos, a las minorías religiosas distintas de las hindúes, empleándolas unas contra otras.

 

El viejo “divide et impera” fue utilizado por los romanos hasta cierto momento del desarrollo de las colonias, con el fin de imponer el derecho, la cultura y la organización en ellas, pero una vez lograda la estabilidad lo dejaban de lado porque Roma no se gobernaba sobre esa base.

 

En cambio el Imperio Griego tenía como su fundamento el “divide et impera”.

 

Y con este mismo concepto gobernaron también los turcos, que eran una ínfima minoría en un perdida en un enorme mar de cristianos, musulmanes e idólatras, totalmente dividido en términos raciales. El ejército turco se hizo con cristianos conversos capturados de niños (el quinto hijo de cada familia) y esclavizados, los jenízaros. No había turcos en ese ejército y, más aún, eso estaba prohibido. Pero este proceder no fue una invención turca, sino griega, porque quienes gobernaron el imperio bizantino siguieron gobernando con los turcos en segundo nivel, pero permanentemente: los visires, primeros ministros y gran parte de los funcionarios del imperio turco eran griegos; los turcos fueron incapaces de creación alguna; vivieron de lo que los romanos habían dejado y por eso, cuando cayó el imperio otomano, no quedó nada y ellos siguieron siendo como siempre una minoría ínfima; aún hoy lo son, aunque la mezcla de siglos los haya convertido en algo indistinguible. Quedó, eso sí, aquéllo que los pueblos destruidos y humillados por ellos pudieron hacer.

 

Pero esta teoría -a la que denomino “teoría del poder segundo” o poder detrás del trono- también la han empleado acá dirigentes sindicales como Cavallieri o el “Gorrión” Giménez. Consiste en exponer una careta y colocar detrás de ella el poder. Cuando esa careta, que es la que recibe los cachetazos, se cae, simplemente se coloca otra en su mismo lugar, manteniendo como permanente lo único que interesa: el poder sobre los demás. Es, en rigor, una teoría defensiva del enroque, destinada a asegurar el poder independientemente de lo que se regale. En el caso de muchos dirigentes políticos y gremiales, pese a todo, han seguido siendo peones, de disfracen de lo que se disfracen. Por eso Menem no es nadie. Lo que se desconoce es quién es el Gran Visir.

 

La teoría británica del poder en la Argentina

 

Pero en el caso argentino, quien empezó a emplear esta teoría fue Martínez de Hoz. Él era el poder y no la junta militar del 76, que ha sido hasta hoy la que recibió todos los cachetazos. Porque la junta militar era la careta que usó y movió como quiso Martínez de Hoz, a quien nadie mencionó jamás como responsable de algo en este país. Porque la junta militar, por entonces, convenía a su plan, que no es otro que el que implementó Menem hasta nuestros días.

 

Esta teoría, que empieza siendo una teoría espacial, se convierte después en teoría del poder y termina siendo una teoría contracultural global, aplicada en la esfera geopolítica tanto como en la cultural, siempre con el objeto de la defensa del control mediante el enroque. Pero cuando aparece y es puesta en marcha, significa que algo está podrido. Es, en efecto, una muestra de debilidad: ellos saben que no pueden enfrentarse seriamente con ninguna mayoría verdaderamente cohesionada. La rompen, por tanto; la destruyen íntimamente y crean en su reemplazo estas minorías (o pseudo minorías) ideológicamente inventadas. Cuando tales minorías no responden a los incentivos de carácter ideológico -el caso de la comunidad judía es paradigmático- se produce el atentado para poder operar sobre ellas mediante el terror.

 

El terror que se ejerce no es el terror sobre la sociedad sino el terror sobre la minoría. El régimen no emplea el terror en conjunto sobre la sociedad sino a través de aterrorizar a un grupo minoritario. Absolutamente todos los racismos y todos los atentados sobre las minorías provienen de la misma fuente. Ninguno de ellos es auténtico, todos son inventados (ideológicamente o en la práctica) mediante la formulación de un atentado y de una firma. Difícilmente se encuentra después a los responsables, y cuando alguna vez se encuentra alguno se le carga todo el mochuelo.

 

El asesinato presidencial en Estados Unidos forma parte del mismo método. Para decirlo mejor, la técnica del golpe de estado en Estados Unidos es el asesinato del presidente. Ha ocurrido con Lincoln, con Coolidge y con Kennedy, pero siempre ha sido un golpe de estado. Siempre aparece un subnormal (en el caso de Lincoln, John Wilkes Booth, y en el caso de Kennedy, Lee Harvey Oswald) al que se fabrica como autor, cuando en realidad lo que se fabrica es una víctima más para encubrir a los verdaderos autores, siempre segundos, siempre en las sombras… Este es el poder en las sombras. No se trata de complots ni de nada parecido, sino de una forma, y a la vez una conducta, que reside en la naturaleza misma del régimen. Se trata de los “ideales” políticos y operacionales de la contracultura en acción. En otras palabras, la perversidad y el crimen, porque tienen todos los elementos agravantes que se puedan encontrar en el Código: premeditación, nocturnidad, escalamiento, asociación ilícita por supuesto, alevosía… absolutamente todos, más algunos que ni siquiera se podían pensar en el momento de redactarse la legislación.

 

Anulación de los derechos de todos

 

Siguiendo esta misma ilación, los pretendidos derechos de las minorías se extraen de  los verdaderos derechos de la mayoría, como si dijéramos: “Vamos a quitarle a la vaca nada más que los bifes, el asado, el matambre, el lomo, la marucha…” ¿Qué queda? Nada. Se le han quitado sus elementos parte por parte, porque no es cierto que ninguna de aquellas minorías pueda o quiera ejercer esos pretendidos derechos. Y cuando se ejercen se lo hace en contra de la mayoría, en contra del pueblo: por eso el aborto (lo exigen grupos sostenidos desde fuera), el feminismo (¿quién selecciona los hoy denominados “derechos de la mujer” sino grupos feministas también sostenidos desde afuera?), el lesbianismo y la homosexualidad (reivindicada por individuos que se cuentan con los dedos de las manos, sostenidos también desde afuera y con los cuales ni siquiera los supuestos interesados están de acuerdo), la drogadicción (¿se necesita al respecto alguna aclaración?), el indigenismo (grupos, también sostenidos exteriormente, cuya pelea es mantener las etnias en contra de todos, incluídos los propios indios verdaderos no entregados al sistema), etc.

 

Todos esos grupos ínfimos actúan -con masiva difusión en los medios- en detrimento de los derechos de todos y, más todavía, sobre la base de anular los derechos verdaderos de todos y someter a todos a sus montajes artificiosos. De lo contrario, les sería imposible. Con el paso del tiempo se comprueba cada vez más y mejor que para gozar de poder, dinero o fama “en el sistema” es preciso participar de tales grupos y su prédica, so pena de exclusión. No hay más habitantes ni ciudadanos ni argentinos que éstos.

 

De todo esto se extraen dos consecuencias:

 

  1. Respecto de la oligarquía.

 

  1. Respecto de la colectividad judía en la Argentina y en el mundo.

 

Vamos a tratarlas por orden, aunque estos asuntos están íntimamente ligados por un hilo no tan sutil, una maroma invisible, diríamos.

 

La oligarquía

 

Respecto de la oligarquía, es menester aclarar en primer lugar que no es ni una forma típica argentina ni de ningún otro lugar del mundo ni de ningún momento histórico. Muy por el contrario, es una enfermedad endémica de la especie humana.

 

Para la tradicional ciencia política es una forma degenerada de todas las formas clásicas conocidas, fijadas por Luciano de Samosata, Platón, Tito Livio, Maquiavelo y otros: monarquía, aristocracia y democracia. La oligarquía, en efecto, deforma a la monarquía, deforma a la aristocracia y deforma también a la república. La deformación oligárquica de la democracia, siguiendo esta misma concepción, se llama demagogia.

 

Pero en política nunca hay formas puras. Lo que los teóricos llamados clásicos determinaron como formas puras jamás existieron en la realidad; siempre fueron abstracciones de carácter ideológico. No hay ningún lugar donde la democracia sea “la democracia”, por ejemplo. En principio, monarquía, aristocracia y democracia no son lo que indican:

 

– Monarquía es “gobierno de uno” y no ha habido jamás gobierno de uno porque no es posible.

 

– Aristocracia: Tampoco ha habido un kratos de los aristoi, un “gobierno de los mejores”. ¿Quiénes son los mejores? Los que son superiores por tener más fuerza o mejores capacidades en un determinado momento (por ejemplo los que sabían leer y escribir al comienzo de la Edad Media) y por tanto merecen honores. Platón escribe La República para determinar quiénes son los mejores (para él los sabios, los filósofos) que no resulta una definición ni de la república ni de la aristocracia, sino de quiénes son los mejores, para después fundar sobre esa base. Otros han pensado que los mejores son los más hábiles, o los más ricos, o los más poderosos o los más malvados. En la Italia del Renacimiento se dieron todas estas formas:

lugares donde gobernaban los más infames, como Malatesta, por ejemplo.

 

– Y democracia, que es “gobierno del pueblo”…

 

En rigor, siempre existe una mezcla. El reconocimiento de esta realidad no lo hicieron los teóricos, sino los grandes políticos y estadistas, en la antigüedad y en la actualidad. Primero lo hizo Ciro, y después Alejandro.

 

Ciro, Alejandro, Julio César y la Cristiandad

 

Ciro fue llamado “el Grande” no porque abarcara mucho espacio, sino porque conquistó un imperio del tamaño del persa sin librar una sola batalla. Ciro (Kira, en persa) quiere decir “pastor” y era en verdad el pastor. La gente que habla hoy de los derechos humanos y de los pueblos quizá ignora que Ciro el Grande, hace 2.700 años, publicó un edicto después de conquistar Babilonia -la última que hizo, y también sin derramamiento de sangre- que se llamó “Decreto de la libertad de los pueblos” y permitió que los judíos, que eran esclavos en Babilonia, volvieran los que así lo quisieran a su tierra y, más aún, financió y ordenó que se proporcionaran los materiales para la reconstrucción del templo de Jerusalén. Flavio Josefo, que es quien cuenta esto con detalle, añade que Ciro dotó a ese templo de todo lo necesario, como si fuese un creyente.

 

Y Ciro hizo una mezcla: gobernaba con el Consejo de los Persas y los Medos (su madre, Mandanu, era hija del último rey medo). Pero también con el resto de los pueblos. Cuando Creso, un hombre amable, se rindió al millón de persas que lo rodeaban, Ciro lo dejó gobernando la Lidia, de la cual era rey y lo convirtió en su mejor amigo hasta que murió de viejo. Lo mismo hizo con las ciudades asiáticas de la Jonia, a las que permitió se autogobernaran. En tiempos de Ciro había, entonces, una mezcla de la democracia, la aristocracia y la monarquía, equilibrada para ese momento histórico, independientemente de que después de él el imperio persa se convirtiera en otra cosa.

 

Cuando llega Alejandro, unos 400 ó 500 años después, lo primero que hace es imitar, no a Darío como dicen algunos historiadores imbéciles, sino a Ciro. La prueba de que éste fue quien lo inspiraba es la peregrinación que Alejandro hizo a la tumba de Ciro, una tumba modesta que todavía existe. Pero también fue Alejandro quien puso a todos los demócratas en el poder y echó al partido oligárquico en todas las ciudades de Grecia. Los oligarcas griegos -digámoslo de paso, pese a que los argentinos conocemos sobradamente este tipo de actitudes- fueron quienes reunieron a los hoplitas griegos que pelearon al lado de Darío contra el ejército griego. Y así y todo Alejandro los perdonó. El famoso Rodio Menón, enemigo declarado de Alejandro, a quien persiguió, murió tras este perdón. Este proceso de equilibrio que llevó adelante Alejandro en el imperio que creó duró sólo mientras él vivió. A su muerte los diádocos se dedicaron a dividirlo -también en ésto los argentinos podemos decir que conocemos historias parecidas-. Crearon, en efecto, cuatro reinos y cada uno siguió una pauta diferente de acuerdo a la cultura más fuerte que había en cada lugar: Tolomeo en Egipto, Seleuco en Siria, Antíoco en la zona del Mar Negro y el restante en la parte griega.

 

Lo mismo vuelve a ocurrir con Julio César. La creación del imperio romano no es, en rigor, una forma política en sí misma, pura, sino una mezcla de todas las formas políticas, adaptadas también a las circunstancias. Esa mezcla termina su proceso de construcción a fines del siglo I, ciento y pico de años después, dando lugar a una forma absolutamente nueva. En la época de Augusto, culminando ese desarrollo, la ciudadanía romana fue extendida a toda Italia, otorgándoseles a todos aquéllos que hubiesen mostrado destacarse en algo, además de a todos los curiales (senados municipales), que también creó Augusto. La ciudadanía romana global -para todos los miembros del imperio- recién se otorgó en el siglo III, con Caracalla, un antonino.

 

Y vuelve a pasar con la Cristiandad, ya en otro tipo de orden. En el Sacro Imperio Romano Germánico conviven el Imperio, la Iglesia con el Papa, y los reyes. La estructura no era sólo monárquica, también era aristocrática y se sentaban ya las bases de la democracia con el comienzo de las libertades de las ciudades (burgos), que los reyes se preocuparon de proteger porque eso les permitía controlar a los aristócratas, a los señores feudales. Entre el Bajo Imperio, los bárbaros y la creación de la Cristiandad se desarrolla un proceso de desplazamiento de la ciudad al campo.

 

Las dos formas de ver el mundo y la política

 

El mecanismo de relación de tres capas es tan viejo como el mundo. Existe siempre una capa superior por lo general aliada a una inferior, y la del medio busca a la inferior para enfrentarse a la superior y la superior a la inferior para pelear con la del medio. Pero ese es también un mecanismo objetivo –no institucional- de participación.

 

Cuando liberales y socialdemócratas claman horrorizados contra alguna “tiranía” lanzan coces al aire, porque nunca aquello que atacan es “tiranía” a secas. No quiere decir ésto que, por contrapartida, todo lo que atacan liberales y socialdemócratas sea bueno; simplemente quiero dejar en claro que lo que ellos exageran y llevan a términos absolutos, resulta ser generalmente mucho mejor que como ellos lo pintan, y que el extremo al que ellos se encaminan es, por contrapartida, bastante peor. La intolerancia liberal-socialdemócrata que nos rige actualmente ha engendrado una conciencia que automáticamente emplea los bordes contra el centro y las parcialidades (étnicas, culturales, religiosas, etc.) contra la totalidad.

 

Existe una forma natural de ver las cosas y una forma contracultural de apreciarlas. Vistas de afuera son similares, pero no es así. Una es producto del proceso de equilibrio de una forma política muy vasta y compleja y la otra es la búsqueda estricta de la dominación. Paradójicamente, la búsqueda de la dominación se encubre bajo un sistema ideológico de cobertura que dice lo contrario de lo que es, mientras la visión natural, que no tiene ese problema, prescinde de tal sistema y dice simplemente lo que es. La visión natural es realista, no en el sentido de que la realidad se le imponga, sino en el sentido de que la política debe conducir la realidad, aún transformándola, tal cual ésta se presenta. De este modo la política es el arte de lo que es posible y no un producto de la imaginación, como piensan aquellos señores.

 

Si tomamos la línea que hemos estado reseñando desde Ciro hasta nuestros días, que incluye al movimiento nacional en la Argentina en todas sus formas sucesivas, comprobamos que es completamente a- ideológica, porque es el tratamiento de las circunstancias objetivas hecha por hombres que tenían buena intención, perseguían el bien común y empleaban medios correctos adecuados a las circunstancias. No partían de ideas sacadas de un modelo que prescribía o dictaba cómo “deben ser” las cosas; querían solamente abarcar lo que era para mejorarlo.

 

En el período en que no existían estructuras masivas de carácter ideológico, sí las había en ciertas capas de la sociedad. Demóstenes en un ejemplo, Cicerón es otro, y ocuparon roles similares, el uno frente a Alejandro y el otro respecto a César. Hablaban del “deber ser” de la República, de algo que ya no era. Y aunque César estuviera de acuerdo con Cicerón en cuanto a que las cosas “deberían ser” como éste decía, su deber de conductor era hacer frente a un presente en el que hacía ya muchos años -ciento cincuenta- que la República había perdido vigencia. De lo contrario habría compartido con Cicerón la hipocresía… Tanto a Demóstenes como a Catón terminaron llamándolos “los conservadores”, pero ni siquiera eran eso.

 

Pasó lo mismo, aunque de modo más confuso, con Napoleón en el nuevo orden europeo de su época. Y es más confuso porque a Napoleón le toca actuar ya en pleno período ideológico. La lucha fundamental que libra Napoleón consigo mismo es entre los sistemas ideológicos y lo que él veía que era necesario. A veces obra como un ideólogo, y se equivoca; y a veces obra como lo que es verdaderamente – un conductor y un político de la circunstancia- y entonces no se equivoca. Por eso Napoleón despotrica contra los ideólogos y en el Memorial de Santa Elena dice “los responsables son los ideólogos”. Parece Lavalle cuando, hablando con su secretario, le dice: “Los responsables del fusilamiento de Dorrego son los hombres de la levita negra”. Pero Lavalle era una espada sin cabeza y Napoleón no hubiera podido serlo nunca, no sólo por la vastedad del escenario en el que actuó, sino por su misma personalidad responsable. Lavalle era verdaderamente bruto, pero Napoleón fue el hombre más inteligente de su tiempo.

 

Valga todo esto como prolegómeno, porque de lo que estamos tratando es de la oligarquía.

 

El mundo está enfermo de oligarquía

 

La oligarquía es una enfermedad. Todas las formas políticas aparecen siempre mezcladas, como acabamos de ver: les pasó a los griegos, a los romanos, a la revolución francesa… y también al movimiento nacional. En los gremios, en el orden político, en el estado y en todo lo demás. ¿No advertía Eva Perón que lo más peligroso no era la oligarquía vacuna terrateniente de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe o Córdoba, de la llanura, sino “el espíritu oligárquico en nosotros”? “Si algún peronista se convierte en oligarca, ése va a ser el peor oligarca”, advertía. Era obvio que fuese así, porque su actuación sería la de todo nuevo converso. ¿No tenemos ante nosotros a Menem y a toda su ralea como ejemplos paradigmáticos?

 

La oligarquía es una enfermedad endémica y global de todas las formas políticas humanas en la historia. En la cultura occidental tiene una trayectoria particular, aunque en las demás también existe, porque fue en Occidente que se la identificó. El hecho de que pudiera ser aislada del universo de lo inconsciente y se volviera algo conciente no fue casual, a tal grado que hubo gente que se orientó específicamente a hacer oligarquía y ser oligarca. Occidente tuvo que fabricar eso. ¿Qué determino ese diferencial en la cultura occidental? La presencia de Cristo. Cristo no fue la causal de la conciencia oligárquica, pero en Occidente, frente a Él, la única posibilidad para sus enemigos era esta otra, obviamente encubierta con la hipocresía. Porque desde Cristo en adelante las formas oligárquicas adquirieron, en primer lugar, una virulencia particular (su anticristianismo), pero también métodos y sistemas ideológicos provenientes de los enemigos fundamentales de Cristo: los fariseos, que dieron forma a algo que ya existía y que ya era también contracultural.

 

Los fariseos, dado su anticristianismo natural, reestructuraron las formas oligárquicas. La presencia de Cristo vino a vigorizar la presencia del Dios vivo en el mundo y, en consecuencia, también la presencia de su enemigo.

 

A tal grado es la oligarquización una enfermedad endémica que requiere de un tipo especial de hombre. Un hombre que debe romper con todo lo que su propio espíritu le dicta, incluso respecto de sus semejantes; diferenciarse al grado de dejar de pertenecer a la misma raza, a la misma especie que los otros. Los otros sólo son inferiores, sus esclavos, sus empleados, sus siervos. Para ese tipo de hombre, él y los como él son los únicos seres humanos. ¿No expresaban los fariseos su desprecio por los galileos, por los samaritanos, por los pobres, no se llamaban a sí mismos “los santos de Israel”?

 

Los judíos vivieron en diáspora desde hace 5.000 años, porque siempre habitaron en “otro lado” y siempre formaron colonias. La diáspora judía posterior a la destrucción de Jerusalén del año 70 fue en realidad una nueva Diáspora, que repartió un nuevo elemento: el fariseísmo. De los partidos existentes en Israel en la época de Cristo -desaparecidos los esenios por haber perdido su objeto con la aparición del cristianismo (muchos dicen que se hicieron cristianos), los nacionalistas zelotes en Masada (Judas era zelote) y los ricos saduceos- el único que había quedado en pie fue aquél que Cristo denominó, durante el último año de su predicación, la Sinagoga. Y el control de la Sinagoga lo ejercían los fariseos, de modo que todas las comunidades de la Diáspora fueron conducidas por ellos.

 

La oligarquía no es una forma política, sino una degeneración de cualquier forma política. Y no hay forma política, mucho menos en Occidente, que no esté sujeta a esta enfermedad. Y ella genera otro tipo de  enfermedades  personales,  de  las  que  Viktor  Frankl  ha  tipificado  con  toda  claridad  su  etiología,  su comportamiento y también su terapéutica: las psicosis y neurosis de carácter neógeno. Son todas ellas de origen contracultural y todas generan, necesariamente, formas políticas oligárquicas. ¿Por qué? Porque estas neurosis y psicosis con origen en una enfermedad del espíritu -de ahí lo de noógenas– alienan, enajenan al ser humano frente a la comunidad y frente al otro. Lo individualizan al grado de ponerlo en el camino del autismo -que también es una enfermedad, pero de carácter psicológico-, puesto que implican su aislamiento y su enfrentamiento respecto del mundo que lo rodea. El llamado “espíritu competitivo” significa que toda colaboración es solamente con el pie en el cuello del vencido, siempre y cuando acepte ser siervo, o cliente si se trata de cuestiones políticas o, en el plano masivo, consumidor final. No hay ya un “otro mi igual”. Y es la generalización de estas conductas la que determina la política.

 

El conjunto de la etiología de lo que Frankl describe es la pérdida del objeto, la pérdida del sentido de la vida. Nos muestra de qué manera la conciencia oligárquica exige la modificación de la persona, al punto de perder el sentido de la vida. Sólo así puede ser asimilado a un sistema de carácter oligárquico, y a la contracultura, por consiguiente.

 

Todo esto se liga íntimamente entre sí: hay varias cuestiones que son sine qua non una respecto de la otra. Quiere decir que la forma política oligárquica, la enfermedad de las formas sanas de la política o del gobierno en torno al bien común, que propone la contracultura (un subproducto de la oligarquía misma como forma), busca el bien parcial de un grupo, y nada más que eso. Para esto se tiene que apoyar, no en un poder que no tiene en número, sino en otro tipo de poder: el desarrollo contracultural.

 

La contracultura exige un hombre enfermo

 

Este desarrollo contracultural a la vez engendra y exige un tipo de hombre que sea capaz de asumirlo, o sea de enfermarse. En el orden personal esta enfermedad es una neurosis o una psicosis noógena, es decir una pérdida de sentido de la vida, bien porque el único sentido de la vida que se ofrece en el mercado es ganar más dinero, tener más cosas y practicar el hedonismo -todo aquéllo que procura placer-. Entender que ese es el “sentido” es una pérdida de sentido aunque la víctima no lo vea como pérdida. La víctima se plantea en el fondo que “nada tiene sentido” y le da lo mismo hacer cualquier cosa. Y como da lo mismo hacer cualquier cosa, “hagámosla con el poder, que es más cómodo”.

 

La flecha del sentido que señala Frankl, que lleva desde donde la persona está hasta la meta, y tiene un camino, es lo que queda perdido. La pérdida de sentido es eso. No sólo se refiere al “sentido” en el término de “flecha”, sino al sentido en términos no de meta sino de “finalidad” teleológica, esto es, aquélla que responde a la preguntas ¿Para qué estoy acá? ¿Por qué vine al mundo?.

 

El pensamiento oligárquico dice:

 

– “Viniste a una fiesta, pero hay que pagar la entrada”.

 

– ¿Y cuál es la entrada?

 

– “¿A cuántos podés acorralar, robar o matar para poder estar en este banquete?”.

 

Es el banquete opuesto al ágape. El ágape es lo que propone Jesús; ellos proponen este banquete. Porque, como siempre, aparece lo similar que, parecido a la verdad, es lo más opuesto de la verdad. La similitud es la que oculta la contradicción más profunda. Algo que parece verdad pero es mentira. Por eso Marechal escribió El banquete de Severo Arcángelo, como oposición precisamente, para decir: ésto es lo que no es.

 

Al hombre se le reemplaza, entonces, el sentido por otro sentido. La flecha, en lugar de encaminar al hombre hacia su finalidad, lo lleva hacia la meta que se ha propuesto el grupo oligárquico, cualquiera que éste sea, o la oligarquía como enfermedad.

 

Precisamente por eso Frankl pudo clasificarlo como enfermedad, con una terapéutica -la Logoterapia- que es eficaz además, porque cura. ¿Qué es curar? Si bien Frankl no tuvo tiempo de generalizar su método a nivel cultural global, siempre lo hizo a nivel de consultorio, de terapeuta a paciente 47 . Cuando Frankl comenzó a atender en Estados Unidos, hace casi 40 años, decía que el 20 por ciento de las enfermedades de carácter psicológico era neógenas; hacia el final de su vida modificó ese cálculo y sostuvo que se trataba del 80 por ciento de los casos.

 

Pero Frankl también tiene una cura colectiva, que es la lucha contra la contracultura. Implica expulsar la contracultura, que es el origen y fuente constante de esta enfermedad fundamental. En este sentido la contracultura es originaria, porque originalmente deviene de ahí, y originante porque sigue manando constantemente.

 

La recuperación del sentido

 

La recuperación del sentido lo es en la acepción de lugar, camino y meta, y también como sentido de las cosas ¿dónde estoy?, ¿qué soy?, ¿para qué estoy? Recuperar el sentido como lo hace quien está desmayado o como un hombre dormido se despierta. ¿Qué otra forma hay de recuperarlo sino ésta? Por eso es tan difícil: porque sin recuperar este sentido es imposible hacer nada. Evita diría, en este caso, expulsar de nosotros el espíritu oligárquico, y no era un problema político sino cultural y a la vez un problema espiritual de primer orden. Y todos lo leían -lo leíamos- como un problema meramente político. Ella, que era terciaria franciscana, sabía que esto no era así.

 

Evita no combatía a la oligarquía de Fulano de Tal o Mengano de Cual sino a la oligarquía como espíritu. Como su diatriba era también contra los hombres, es obviamente difícil decir esto, pero es tan difícil como pensar -cosa que ya he dicho varias veces- que Evita se llamaba María Eva.

 

Y ésta era su contradicción, entre María y Eva. Muchas veces era Eva y algunas otras María. Esta pulsión contradictoria fue la que produjo su muerte. Esa asunción, quiero decir, no el mero nombre. No es un problema nominalista. Pero el nombre es un símbolo, en este caso bastante claro. Y un destino contradictorio entre la primera Eva y la “segunda Eva”, que es lo que es María, la mujer “vieja” y la mujer “nueva”. Entre el pecado y la salvación.

 

Y esto afecta al Adán y al “segundo Adán”, que es Cristo según las Escrituras y según todos los teólogos, desde los Padres hasta acá. Porque este es el símbolo verdadero, la causa profunda de su presencia. Y Perón sufrió esto de dos maneras: de manera humana, en el orden de la tragedia, y de la otra manera y por eso el exilio.

 

La tentación de Eva a Adán está reflejada en la tentación en que Eva Perón cayó: ser vicepresidente de la república. Fue un momento, como lo fue la tentación de Eva en el jardín del Edén. Después se arrepintió. Pero el error ya había sido consumado, porque la obediencia nunca es a otro sino siempre a sí mismo, y la desobediencia también. El que desobedece se engaña creyendo que desobedece a otro, cuando en verdad se desobedece a sí mismo, aun cuando formalmente, exteriormente, desobedezca a otro. Esta última es sólo la forma de exteriorizar la desobediencia íntima consigo mismo. Por esto la disciplina -como enseña Perón también- debe ser enseñada, asumida y aprehendida (adquirida por aprehensión, no por aprendizaje). Lo único que se puede aprender en materia de obediencia es a obedecerse a sí mismo: ser sí mismo (el sí mismo que debe ser, no cualquier sí mismo) y obedecerse. De última es la obediencia al espíritu, pero al de uno… Obviamente, en una sociedad que niega la existencia de este espíritu ¿cómo se va a obedecer algo que “no existe”?

 

 

47 En 1947 ya había escrito, en “El análisis de la existencia y los problemas de la época”, que “Si hay una responsabilidad colectiva, ésta sólo puede ser una responsabilidad planetaria. Una mano no debe presumir de que no es ella sino la otra la que está afectada por un absceso, pues siempre es todo el organismo el que ha caído enfermo”.

 

 

Es aquí que aparece la conciencia. Y la conciencia es un sector organizado del pensamiento, mas no es el espíritu. Pero en una sociedad que lo niega, en una cultura que es la contracultura que niega su existencia, la conciencia se confunde con el espíritu y aparece la contradicción: María y Eva están juntas, siendo opuestas. Son similares, siendo opuestas.

 

Recapitulando: ¿qué relación hay entonces entre oligarquía, contracultura y este hombre light, como se dice hoy, este individualista acérrimo, enemigo de todos los que lo rodean por definición: “Ser hombre es ser enemigo”? Porque esta es la definición efectiva de los hombres inmersos en la contracultura: por eso pueden ser racistas, terroristas, oligarcas, liberales, cualquier cosa dentro de ese campo.

 

El mecanismo es siempre el mismo, no otro en cada instancia; la justificación sí es otra para cada caso. Salvo, entre Manuel Fresco y Stalin, a favor del primero; o entre esta oligarquía vacuna de la pampa argentina y cualquier otra oligarquía, incluso la griega en el Imperio Turco, una sucesión sin interrupciones de hijos de puta que duró cientos de años. No quiero decir con esto que en la Argentina no se sufriera bajo la intervención de la oligarquía vacuna, que por ese solo hecho está condenada, por lo menos por la historia, aunque individualmente hayan ofrecido algunos aspectos bastante distintos, cosa que no se ha visto en otras latitudes. Los oligarcas argentinos de entonces, como los de España, poseían todavía verdaderas virtudes personales (no de grupo) que podían exhibir, aún participando del régimen oligárquico.

 

Desaparición de la virtud, incremento de la rigidez

 

Hoy ya el proceso contracultural -el proceso de formación de esta oligarquía a nivel global, con sus agentes en todos lados como pequeños seudópodos- está tan desarrollado que no ofrece ya la posibilidad, siquiera personal, individual, a sus miembros, de ser otra cosa más que esto que vemos: no mostrar ninguna virtud. La exigencia contracultural es cada vez mayor. La absoluta pérdida de sentido y la asunción de esa contracultura es la exigencia absoluta. Sencillamente no puede haber una cosa distinta, una “debilidad” en ellos, porque los expulsan. El modelo es, por supuesto, el soviético. Antes dijimos el modelo del campo de concentración. Es el mismo, el modelo soviético. Es tan cerrado, tan sólido, tan aislado, que es granítico: cuarzo, feldespato y mica. ¿Qué más? Nada más que eso, porque en eso estriba su solidez y su permanencia. Una autosuficiencia, pero ésta lo único que indica es también su debilidad. Una aparente fortaleza intrínseca y una debilidad cada vez mayor en relación a la realidad global. A cada vez mayor concentración corresponde cada vez mayor debilidad, no mayor fortaleza. Ellos creen que es mayor fortaleza, pero en realidad es mayor defensa. Es el problema de la defensa estática.

 

Desde que el hombre descubrió la defensa, en cualquiera de sus formas (fortificaciones, trincheras, etc), el problema de la defensa estática estuvo siempre presente. Durante diversas épocas de la humanidad y por muchos años hubo líderes que apostaron a la defensa estática (la muralla china, las fortificaciones, los castillos, la línea Maginot). Todos fracasaron porque no es posible. Sin embargo el hombre vuelve a caer en ese error. Y en el orden concreto de la organización humana ¿no es así también? El partido ¿qué es el partido? Es el partido, es la secta, es la mafia, organizaciones que tienden a ser defensivas, cada vez más estáticas y sólidas, y también más rígidas, porque piensan que rigidez y solidez son la misma cosa. Tienen razón. Por eso expulsan los elementos débiles. Pero al expulsarlos resulta que son cada vez más débiles también. Es una contradicción que no se puede resolver. Es lo que pasó con la Maginot.

 

La línea Maginot era infranqueable, salvo en un punto. Pero una vez que fue franqueada en ese punto no sirvió nunca más para nada. Era infranqueable cuando nadie la quería franquear: la rodearon y se acabó. La muralla china, que tiene más de 2.000 km de extensión, ofrecía al enemigo la posibilidad de golpear en cualquier punto a lo largo de esos 2.000 km. ¿Cómo se hacía para custodiarla toda, siempre y al mismo tiempo? Era obvio que la perforarían, habida cuenta también que siempre toda fortificación se toma de afuera… y de adentro. Cuando se llega a estas situaciones, siempre hay traidores adentro. Ahora pareciera no haberlos, pero a medida que el tiempo avance también los va a haber: van a abrir las puertas, van a voltear murallas o van a entregar las llaves, aunque nadie desee siquiera entrar ahí para nada. Porque ese es el otro problema: ¿quiere alguien entrar? No, en rigor no. Primero, porque no cabrían, y aquellos que quieran entrar -que sí los hay- será sólo para hacer lo mismo que los otros diciendo “nosotros los vamos a defender mejor”. Pero de entrar la inmensa mayoría se rompería todo, de modo que en verdad no necesita entrar a ninguna parte y es mejor para ella quedarse afuera.

 

La oligarquía es como el cáncer

 

La oligarquía como forma de enfermedad o endemia es relativamente viable mientras tiene capacidad de inclusión. Pero cuando su capacidad de inclusión se vuelve ninguna, y además da comienzo a un proceso de exclusión de los mismos que estaban puertas adentro, camina irremediablemente hacia su muerte. Es como el cáncer: incorpora permanentemente tejido sano, pero cuando termina de hacerlo muere el paciente y muere el cáncer. En el fondo ¿no es una estupidez? Sí, como es también un símil perfecto del Demonio: incorpora a una no-vida, a una vida no viable, la vida viable. Modifica la organización celular y hace que sea viable solamente si vive de la otra, que sí es viable, pero al par transforma cada vez más células viables en no viables. Al final de este proceso ninguna es viable y sobreviene la muerte.

 

En este punto conviene no confundir al cáncer de la acción de los parásitos. El parásito tiende a la homeostasis, a vivir en un ecosistema. El parásito, en términos biológicos, es “conciente” de su parasitismo, pero el cáncer no, carece de esa “conciencia biológica”. Es simplemente cáncer y, mirado desde este mismo punto de vista, es totalmente “autista”, carece de toda “conciencia biológica”.

 

Del mismo modo, la oligarquía carece de ese tipo de conciencia en relación al medio y a la vida que la circunda. De cualquiera de las otras formas políticas mixtas -en las que todos saben que la estabilidad depende de lo que se hace, se dice, se negocia, se intercambia o incluso se entrega- la oligarquía se diferencia en que nada de ésto le importa ya. Ha comenzado el proceso de exclusión -de sí mismos- que sólo termina en la muerte. Como el cáncer, obviamente, quiere que el cuerpo general de la humanidad muera con ella.

 

Esta pérdida de la relación con el mundo, que es producto del autismo, o sea de la misma enfermedad, los hace cometer cualquier locura, les da lo mismo… Ven los signos, pero no les importa, porque esa es su “conciencia”, su visión del mundo. Nadie mejor que ellos para decir que “vieron el mundo por un agujerito y el agujerito estaba tapado”, un viejo refrán español. Su perfección consiste en su ruina. Porque la perfección (realización) del mal consiste en su ruina, como la perfección (realización) del cáncer es su muerte. La consumación de su propia naturaleza.

 

En el caso de la oligarquía también pasa lo mismo: la consumación de su esencialidad es su muerte. El sentido de su “vida” es un sentido de muerte. ¿Por qué Juan Pablo dice “ésta es una cultura de la muerte”? ¿Es ésta para los demás? No, es para todos: también para aquéllos que la esgrimen y son sus principales sostenedores. Pero no les importa, no está en su visor. Son ciegos, verdaderos ciegos.

 

La desaparición de la oligarquía sólo será posible si el hombre cambia

 

La oligarquía siempre fue ciega. Por eso fue un fenómeno, aunque persistente, relativamente esporádico, que aparecía y desaparecía por este proceso. Pero ahora ya no puede desaparecer más que muriendo, más que desapareciendo definitivamente. No obstante, esta desaparición definitiva sólo es posible si el hombre cambia. Si no será imposible, por aquéllo del espíritu oligárquico. Si desaparece ésto para volverse a representar en otro grupo que piensa lo mismo, la oligarquía va a perdurar, porque sólo habrá sido una renovación de lo mismo. ¿O no va a pasar eso acá con la Alianza respecto del PJ? ¿Qué hay de distinto en ellos? Nada. Será simplemente un relevo de guardia del mismo ejército, con las mismas razones y en las mismas condiciones, nada más, como pasó antes entre el grupo militar y Alfonsín, y entre el alfonsinismo y el menemismo.

 

El problema judío

 

Cuando hablábamos de mayoría y minoría, hablábamos de un método. Cuando hablamos del tema de la oligarquía hablamos del origen y el empleo del método. Ahora, cuando hablamos del tema éste que muchos, a lo largo de la historia, han caratulado como “el problema de los judíos”, “los judíos” -no hay ningún “los judíos” que se pueda generalizar de tal forma, porque es lo mismo que decir “los rubios”, “los morochos”, “los que tienen pie plano” o “los odontólogos” como decía Borges: es una estupidez- lo que existe es otra cuestión. Es el empleo que el fariseísmo ha hecho del sistema oligárquico preexistente en Occidente, en el cual se ha insertado y al cual ha dotado de nuevos métodos y de un arma nueva. Nueva en su empleo, porque antes del siglo I la empleaban de otra forma, con otros. ¿O no lo hacían los espartanos con los ilotas?

¿O en toda Grecia no se trataba así a los metecos, o sea a los extranjeros en la polis? El sistema de exclusión es un sistema naturalmente oligárquico y contracultural, siempre, en todos los casos (y ésto no quiere decir que cualquier sistema de inclusión sea correcto porque, por ejemplo, aparentemente el método de mayoría y minoría es un sistema de inclusión de los excluídos, cuando en realidad es excluyente). Esto es anterior a que el fariseísmo se desplegara por el mundo, o sea a la última Diáspora.

 

¿Qué hace el fariseísmo? Incluir como arma a las colectividades judías de la Diáspora. Como arma del sistema oligárquico, del cual ellos son parte. Son parte desde los puntos de vista ideológico, metodológico y de a qué enemigo se enfrentan. Ellos se enfrentan a Cristo y a todo aquello que lo signifique. ¿En qué se convierten entonces las colectividades judías? En un elemento más de control -con el método de minorías- mayorías- de la gobernabilidad del sistema oligárquico contracultural, en todos lados y mundial ahora. Mucho más aún después de la aparición del estado de Israel, que a sí mismo se convierte también en eso, independientemente de la voluntad de aquéllos que lo habitan, como es asimismo independiente de la voluntad de quienes forman parte de la colectividad judía, que lo único que son verdaderamente es víctimas. Víctimas fundamentalmente del sistema oligárquico y de los fariseos, que son lobos, no pastores. No lo digo yo, lo dijo Él. Meten a los lobos entre las ovejas para comerlas y alimentarse.

 

Como bien dijimos antes, todas las provocaciones de carácter racial, terrorista, etc., provienen de un mismo lugar: el sistema global oligárquico-farisaico. Y la comunidad judía se ha mantenido -y ellos se han preocupado por mantenerla- como un elemento arqueológico desde el punto de vista cultural, aunque haya dejado en el proceso de los últimos dos siglos de ser ese elemento arqueológico, pretendiendo liberarse de tal cualidad liberándose de la religión, es decir, haciéndose ateos (salieron así de una prisión chica para meterse en una prisión grande). Aunque se convirtieran el dirigentes, en líderes o en lo que fuera, todo era para que, bajo otras apariencias, el mismo sistema los siguiera gobernando, como está demostrado. Lo que no gobernaban en la comunidad, en el gueto que inventaron ellos, lo gobernaban desde los gobiernos oligarquizados o desde el sistema oligárquico global, bien ideológicamente o bien físicamente. Por tanto ¿qué fueron siempre los judíos? Lo que son hoy: rehenes de los fariseos, que son entregados sistemáticamente al matadero -como lo fueron en Alemania-, constantemente al holocausto, por sus propios dirigentes. Y por el sistema contracultural, que configura a esta comunidad como culturalmente arqueológica.

 

Todo por la no conversión.

 

El pretexto de “mantener la propia cultura” es lo que los aísla, lo que los “guetifica”, lo que los convierte en víctimas, no a la inversa, no como lo explican los fariseos: “Nos aislamos porque nos persiguen”. No es cierto: ellos los persiguen y los hacen perseguir para que se aíslen y poder seguir empleándolos como prenda de poder y como prenda de sostenimiento del conjunto del sistema contracultural y oligárquico al cual pertenecen indisolublemente desde hace 2.000 años. Por eso la operación en las sombras, y no son “los judíos” sino determinados judíos. A esta altura de la soirèe la parte judía de la oligarquía mundial es ínfima.

Su sistema ideológico ha transmigrado a través del protestantismo, a través de la revolución inglesa (el Israel británico), a través de la “conciencia” estadounidense del “american way of life” y a través de los mormones.

 

Los mormones

 

Los mormones piensan que son parte de las 12 tribus perdidas de Israel y que, por tanto, son “judíos no reconocidos”, pero “judíos” en estos términos, no judíos verdaderos. Los mormones son los judíos más adaptados al sistema oligárquico y farisaico contemporáneo, y ellos mismos son prueba y testimonio de que es así. Ellos no son Israel (y los otros tampoco); son la Jerusalén terrestre, Salt Lake City – Utah, una invención que la oligarquía no en vano ha inventado.

 

Nadie ha hecho el análisis ideológico de lo que significan verdaderamente los mormones: la espina dorsal de la oligarquía norteamericana. No desde ahora, sino desde el fin de la Guerra Civil. ¿Qué marca ese origen? El asesinato de Abraham Lincoln. Ahí termina una época y empieza otra. No digo esto por creer que Lincoln fuera un santo, pero él no pensaba esas cosas: era un jeffersoniano, liberal, masón, al que evidentemente tenían que sacar del medio. Con Lincoln vivo no podían haber hecho lo que hicieron después, como no podían con Kennedy. Kennedy creía que era César. Lo tenían que eliminar. ¿Emperador? ¿Alguien con la suma del poder? Por lo que dijimos antes, el poder nunca es un solo hombre sino un reparto, naturalmente antioligárquico, pero justamente eso es lo que la oligarquía no admite; entonces Kennedy estaba loco. ¿El poder detrás del trono y un imbécil adelante? Entonces sí, no hay problema siempre que el poder “esté donde debe estar”, según ellos. Entonces necesitaban un Johnson.

 

Pero ¿no son estas mismas las causales del asesinato de César? ¿Qué pensaban Bruto, Casio y los conjurados de los “idus de marzo”? Lo mismo que pensaron 2.000 años después los que estaban detrás del asesinato de Kennedy, y de todos los que lo siguieron: sus hermanos, Luther King, etc., que eran los que decían “Bueno, pero… ¿seguimos con ésto, no?”. La oligarquía dijo su “No, ni hablar” a balazos.

 

El papel del Consejo Judío  Mundial

 

¿Qué función cumplieron fariseos, mormones, “wasp” y los dirigentes del Consejo Mundial Judío estadounidense, en todo esto? Cumplieron juntos la misma función. El Consejo Mundial Judío estaba, además, y estuvo siempre en contra de la creación del estado de Israel, porque era un riesgo. Se decían: ¡Si seguimos cantando la Jatik-bat (?) y hablando de Sión y después todos nos vamos para allá se pudre todo, perdemos el poder! Ellos necesitan la Diáspora, porque necesitan los enclaves de ovejitas para matar y el estado de Israel les resulta una complicación: por ésto no es verdad que estén a su favor. Y ellos detienen el aflujo de migrantes a Israel, además del otro elemento que es la integración.

 

¿Por qué el Consejo Mundial Judío detiene la integración? Porque, pese a todo, hay un flujo de integración constante, que sale de la comunidad, un hilo de gentes que dicen: “¿Campo de concentración?

¡Basta para mí!”, y se van. Desgraciadamente la mayoría se va hoy al ateísmo, a la izquierda, a lo que el mismo sistema oligárquico les propone, pero algunos, muy pocos, toman el único camino liberador que hay, que es la conversión. Viktor Frankl, que en el campo de concentración nazi tenía el número tatuado en el brazo, lo ha hecho, así que con él el Consejo Mundial Judío encontró la horma de su zapato. Por eso la orden de silenciarlo en todo el mundo: su pensamiento y su método, la Logoterapia, son desconocidos para el periodismo e ignorados en todas las universidades y en todos los colegios de médicos y psicólogos del planeta. Simplemente no puede existir, es una imposibilidad matemática desde el punto de vista de ellos. Ahora bien: como decía el creador de la Termodinámica: “El abejorro, de acuerdo a las leyes de la Termodinámica, no puede volar. Pero el abejorro no sabe Termodinámica y entonces vuela”. Frankl no puede existir, pero como él no sabía que no podía existir, existió. Y muchos como él.

 

En cuanto a Israel, se dedican a apretarlo con el conflicto permanente de Medio Oriente. ¿Quién ha bancado el conflicto con los árabes? Los dirigentes de las colectividades del exterior, el fariseísmo en general.

 

 

Decíamos que el modelo global es el campo de concentración. Mirado desde esta perspectiva particular, el modelo es el gueto. El gueto también es un campo de concentración, como la villa miseria, y también como el country o el barrio vigilado, a los que por elegancia no les dicen guetos pero lo son objetivamente, pues tienen todas sus características.

 

El modelo policial sudafricano

 

¿No era así como vivían los blancos en Sudáfrica, en los barrios y los hoteles autosuficientes, y aún con Mandela, no sigue siendo así? ¿Quién mantiene aislada, separada a la comunidad blanca en Sudáfrica? Están los propios elementos de provocación dentro de la comunidad blanca (hugonotes franceses, holandeses, británicos y algunos ginebrinos que antes funcionaban en el ejército y en la policía) y el Inkata, partido zulú manejado por Inglaterra, que continúa sus atentados contra los blancos. El mecanismo funciona igual que con la comunidad judía en el resto del mundo y a los ingleses les ha dado un resultado formidable. Los hugonotes, radicados en Sudáfrica durante generaciones, son afrikaner, y los afrikaner se muestran como enemigos de los holandeses y los ingleses, pese a que De Wirtz, el gran monopolio sudafricano del diamante, creado por el inglés sir Cecil Row, tiene su sede central en Amsterdam.

 

En cuanto a los hoteles autosuficientes para blancos, los “resort” como los del Club Mediterraneé francés, que tienen grandes extensiones y todo adentro (hasta playas, lagos y montañas) para que sus huéspedes no salgan (no necesiten salir) de ellos, fueron inventados en Sudáfrica pero hoy se han multiplicado en todo el mundo (por ejemplo en Brasil) gracias al dinero proveniente del lavado de dólares: venden a los blancos “de alto nivel” un paquete (pasajes, transporte, alojamiento, servicios, excursiones, deportes, entretenimiento para niños y hasta prostitutas y vírgenes nativas) para que pasen sus vacaciones o realicen sus convenciones en contacto con la naturaleza, sin descender a la convivencia con los “natives” de los distintos países. Y en el caso de que a algún turista se le ocurriese hacer uso de su libertad incursionando fuera de los límites del “resort”, le será prohibido o quizá le digan que lo hace bajo su exclusiva responsabilidad; si de todas maneras lo hace, lo más probable que sufra por lo menos una vejación o un asalto, seguramente por parte de efectivos o allegados de la policía local, que actúa con total impunidad. También aquí aparece, pues, el campo de concentración, el gueto, que es a la vez un verdadero submundo virtual especialmente diseñado para eludir la realidad. Pero la cuestión ha progresado, porque se paga, y hasta en cuotas, por residir en él.

 

Hablando de la policía, tanto en Sudáfrica como en el resto de los países funciona, o la dejan funcionar, según sus propias motivaciones, generalmente inconfesables. Pero en el campo global no se trata de motivos propios, sino de éste mismo, ya que la policía es el órgano de encuadramiento del campo de concentración. En todo el mundo se sabe que los miembros de la policía roban y cometen otros delitos (al resto de los delincuentes los matan para eliminar toda competencia), pero por esto mismo constituyen el elemento de gobernabilidad fundamental. Son los “kapos”, la policía interna del campo de concentración. Cuando necesitan ayuda viene desde fuera la SS, o sea los marines, el grupo Delta, etc. Y ésta es la organización, por lo demás a la vista y paciencia de todo el mundo. Obviamente, hay que “verlo”, puesto que la contracultura se encarga de ocultarlo con sus diversos trucos de prestidigitación.

 

El narcotráfico

 

En cuanto al narcotráfico, es con su dinero convenientemente lavado que se multiplica en nuestros días esta hotelería turística internacional, así como grandes tiendas, hipermercados, casinos, bingos, hipódromos, discotecas y puertos de yachting monumentales. Enormes monstruos arquitectónicos siguen construyéndose permanentemente con lo mejor, aún en lugares “muertos”, y muchos de estos espacios permanecen vacíos la mayor parte del tiempo. Esto también se sabe y se comenta públicamente, pero nadie se inmuta. Cuando se inquiere a las autoridades, aparece el recurso economicista como justificación: la respuesta, en efecto, es que “traen un beneficio porque dan trabajo”.

 

Se podría ahondar más, si se desea, pero pienso que la estructura íntima del sistema queda claramente señalada con estas referencias.

 

Oligarquía, ingleses y judaísmo

 

Ya algunos marxistas judíos, partícipes de la colectividad como Abraham León, por ejemplo, se habían dado cuenta de esto. Terminó sus días como trotskista y minero y lo mataron los alemanes en un campo de concentración. León comprendió como era lo que les tocaba vivir a la colectividad judía. Como era marxista buscó una explicación en esa ideología, que resultó bastante aproximada. Obviamente, los marxistas la ocultaron siempre y a León lo convirtieron en trotskista, que no lo era, porque su acertada indagación atentaba contra el sistema soviético, que procedía así no sólo con los trotskistas sino también con los judíos, con los chechenos y con todos, hasta con los propios rusos. Durante todo un período, quien no estaba de acuerdo con el sistema soviético era automáticamente demonizado como “trotskista” (en otro período los opositores fueron motejados de “antipartido”, y en otro de “traidores a la patria soviética”). Un método típico de la oligarquía es la demonización del enemigo, pero el problema no es la demonización, sino el demonio. Según este esquema, todo oponente es un demonio: eso deja el campo libre para ser ellos los ángeles. Aunque casi siempre todo resulta al revés.

 

Cuando los oligarcas demonizan no necesitan hablar de sí mismos: ya que todo aquéllo que se les opone es el mal, ellos sólo pueden ser el bien. Esto es lo que hicieron los Aliados en la primera y en la segunda guerra, pero Inglaterra lo hizo con todos. ¿No lo hizo en la India? ¿No lo dicen las películas? Todos los que estaban contra el dominio inglés eran unos salvajes sin instrucción o unos hijos de puta. La película perfecta del cipayo perfecto fue Gunga Din. Pero los ingleses, hoy primerísimos defensores de los derechos humanos y primerísimos promotores de la llamada “justicia globalizada” (obviamente a favor de los intereses anglosajones y de su claque en Europa, puesto que son ellos quienes se proponen administrarla, y desde sus centros de poder), jamás dicen que cortaban la mano derecha a las mujeres hindúes que hilaban, para obligarlas a comprar hilo y lana de Manchester. ¿Era eso civilizado? Para los ingleses era, por lo menos, educativo.

 

Los ingleses hicieron lo mismo con Gandhi, cuando apareció el tema de la sal. Gandhi fue al mar, donde estaba la sal, y dijo a sus compatriotas: Sírvanse. Los ingleses quisieron impedir este hecho elemental haciendo uso y abuso de las armas, o “de la violencia”, como se dice hoy. Las cosas fueron en realidad mucho más “pesadas” que como las narra la película inglesa Gandhi, que es obviamente pro británica. Antes de esto, los ingleses pagaban por el cuero cabelludo de los indios en los Estados Unidos, y sus epígonos en nuestra tierra cortaban y compraban las orejas de indio en la Patagonia, sobre todo en Tierra del Fuego, después de la experiencia que hizo Fitz Roy de llevar tres de ellos a Inglaterra, educarlos durante un año y volver con la Beagle para soltarlos ahí donde los había recogido. Dos hombres muy de corbata y caballeros y una mujer que, cuando volvieron a tomar contacto con su gente se sacaron la ropa y no los volvieron a ver nunca más (el Pigmalión y My fair lady no funcionan mucho que digamos en la Argentina). Después de esta frustrada experiencia de querer hacerlos “gente” por la fuerza, los ingleses montaron en cólera y se dedicaron a matarlos, cumpliendo con el viejo principio oligárquico de que “uno es hombre y los demás no quieren serlo”. El método que emplearon deja a los nazis a la altura de niños de pecho: durante días y días impidieron a los indios, en medio de las borrascas de nieve, probar bocado alguno, y cuando ya estaban exhaustos los exterminaron a palos, como a las focas. En otras ocasiones procuraron el exterminio de los indios con el primer experimento conocido de guerra bacteriológica, entregándoles mantas infestadas con viruela. Como se ve, los nazis no inventaron nada; a lo sumo, sólo hicieron una síntesis metodológica, científica, bien alemana. Pero ahora, curiosamente, son los ingleses los que promueven el indigenismo.

 

El nacionalismo

 

El nacionalismo, en la Argentina, ha sido hijo del proceso oligárquico, tanto por acción como por reacción.

 

Una reacción impensada a un incentivo da como resultado el mismo incentivo multiplicado. El nacionalismo argentino es hijo, no del abate Chauvin sino de todo el nacionalismo francés, el más exclusivista, reaccionario y estatista de Europa, encabezado por Charles Maurrás, un ateo que, absurdamente, arrastró tras sí a la resistencia católica y no tan absurdamente adhirió al nazismo.

 

El nacionalismo en la Argentina, que es meramente estatismo, creyó, como los franceses y junto con Hégel, que nación y estado son la misma cosa o, para decirlo en términos hegelianos, que “el estado es la realización del espíritu de la nación, que en él está encarnado”. Una forma evidente de oligarquizar todo sistema. No contra la democracia, sino contra la participación, aunque ellos dijeran que estaban contra la democracia.

 

Ni los nacionalistas franceses ni los de la Argentina revelaron, en efecto, la verdadera esencia de esto que llaman democracia, salvo en algunos detalles. ¿Por qué no? Porque si hubieran revelado esa esencia verdadera, tendrían que haber hablado de la participación real. Y ellos no querían la participación real, sino que proponían “todo por el pueblo, todo para el pueblo y todo sin el pueblo”. Una idea del estado que es la misma que, por otra parte, tuvo el estado alemán desde el principio de la época de Bismarck.

 

Se daba entonces la contradicción descabellada de que hubiese católicos que pensaban lo mismo que Bismarck, cuyo plan -claramente dicho- era anticatólico y anticristiano. El propio Bismarck se atrevió a decirlo; él era de origen luterano, obviamente ateo en los hechos, y propuso a la nación alemana el sturm und drang (fuerza tormentosa y deseo, algo así como la necesidad de un asalto urgente). Y Marx, un industrial textil, en esa época se movía en estos círculos y discutía con los bismarckianos sobre el sexo de los ángeles, no sobre la profundidad del problema, porque él también formaba parte de la misma corriente, con la única diferencia de que le pagaban los ingleses y lo sostenía económicamente una logia masónica de los Estados Unidos.

 

¿Qué hizo el nacionalismo en la Argentina? Oponerse siempre a la Nación. Su constante fue estar contra la Nación y a favor del estado. Por estar a favor del estado, creyendo -no con mala intención- que el estado es la nación, finalmente terminan estando a favor de cualquier estado. Lo importante es el estado, lo demás no importa; así participaron en cuanta experiencia imbécil se le ocurrió hacer a la oligarquía mundial, y a la local, en la Argentina. Participaron colocándole su cuota, según ellos, de salvoconducto: “Esto es nacional porque estamos nosotros”. Pero era precisamente al revés: porque ellos estaban era que tales experiencias tenían carácter antinacional. Así ocurrió con Lonardi y con Onganía, y volvió a pasar con el “Proceso”, aunque cada vez en un escalón inferior. Y había pasado antes con Uriburu, que es el origen del nacionalismo en la Argentina.

 

Es por todo esto que los nacionalistas entienden a la cultura argentina como folklore, al grado de disfrazarse de gauchos, por ejemplo. Y hay en ellos, como hubo ya en Lavalle y en la mayoría de los militares unitarios, una tendencia a participar del mundo de los señores, del que no eran parte. Fueron parte a partir de la traición, como Paz, más que Lavalle, porque no era un botarate y sabía de qué se trataba. Y como muchos otros, a quienes nombrarlos es darles lustre cuando lo mejor que merecen es el olvido. Creían que había un mundo en el que tenían que estar, que era el de los salones, la inteligencia y esas cosas. Por esta razón el afrancesado Alberdi sacó una revista, en tiempos de Rosas, que se llamaba “La Moda”, para la misma gente que después, emigrada, hizo la Asociación de Mayo, donde también estaba Alberdi. Y siendo embajador argentino en Francia, fue Juan Bautista Alberdi quien propuso a Napoleón III la invasión a la Argentina para implantar la monarquía. Competía así con el embajador de Méjico. Pero esa competencia la ganó el mejicano y se hizo la operación de Maximiliano. Todo ésto está en un libro suyo Sobre la monarquía en América, en el que expone los motivos “ilustrados” -que hoy llamaríanse “progresistas”- acerca de por qué consideraba necesaria la intervención de Napoleón en nuestras tierras con el fin de implantar un sistema de unidad, en países asolados por guerras intestinas, contra la anarquía de los morochos salvajes que poblaban con abundancia el continente. Independientemente de que después Alberdi haya comprendido algunas cosas -no todo- ellos eran en verdad los “hombres de la levita negra” de Lavalle. Hoy trocaron la levita por la camisa de Armani y la galera por el Movicom, pero éstos también instigan y asesinan.

 

En rigor, sólo el pueblo puede ser nacionalista porque sólo la Nación puede ser nacionalista. Es absurdo que quienes viven separados de la nación, de la que sólo pueden hacer una caricatura cuando pretenden imitarla, sean nacionalistas sólo porque se disfrazan y se hacen los brutos (y cuanto más brutos, mejor) y creen que la gente se reduce a empanadas, un asado, vino y alguna guitarra. Esa sólo es la idea que del pueblo tiene patrón de estancia o el comerciante de Buenos Aires, Rosario o Córdoba.

 

Aquí también aparece el tema de la similaridad porque, como venimos diciendo, no hay enemigo peor que el que más se parece. Uno de los elementos de confusión fundamentales en el seno del peronismo ha sido ese, el de los que se decían “nacionalistas peronistas”. ¿Qué quiere decir? No se puede explicar; se trata de algo que, en rigor, encierra una contradicción grave (vgr. el lonardismo). Es gente que quiere un estado que, desde el punto de vista ideológico, aparenta estar al servicio de “de la Nación”, aunque en rigor lo ponen servicio de sí mismos cuando lo ocupan. Cuando están fuera de él, el estado es “antinacional”, que es lo que decían cuando Perón era presidente y aunque muchos de ellos fueran sus funcionarios. Porque, sacristanes de cuartel casi todos ellos, conspiraban desde la conciencia más “berreta” de las existentes en las fuerzas armadas: por el lado de la ambición, de la corrupción y de la creación de una oligarquía militarizada (en realidad policial).

 

En el conflicto de Malvinas de 1982 esta realidad quedó palmariamente demostrada: desde 1904 en adelante los argentinos no dispusimos de un ejército, sino de una policía grande. El mismo hecho de llevar al conflicto de la manera que lo fue indica una mentalidad policial: arreglar con los patrones para poder robar. Pero los patrones dijeron: No, querido, así no es. Llamaron a “la cana” (la task force) y los obligaron a sacar las manos de ahí. Y ésto, que se dio en los niveles de la alta conducción, es independiente de los hombres que se sacrificaron verdaderamente por una idea correcta llevada a cabo con una política incorrecta y con métodos incorrectos. Los que no tenían la responsabilidad, soldados y oficiales que dieron su vida por la Patria, fueron sacrificados -siguiendo el método oligárquico- por los que desataron el conflicto. Los mandaron a un matadero que, con su llegada a la Argentina, frenó finalmente Su Santidad. La Iglesia, en efecto, tuvo mucho que ver con la terminación del problema, al menos en este aspecto. Caso contrario hubiese seguido, porque unos altos mandos ya desbordados por la locura, maldiciendo al Papa por lo bajo, estaban en continuar la guerra. ¿Por qué? Porque el ideal heroico, encarnado en un “nabo”, no produce héroes: produce nabos que, además de ser nabos, no son heroicos sino suicidas, al par que asesinos al punto de llevar a otros a la muerte gratis. A lo mejor ésto no se puede publicar, pero está dicho. Esto es lo que pienso y lo que pensé siempre, cuidado. Porque hay un manifiesto del 26 de abril de 1982, que yo escribí y que firmaron muchos, en el que no está dicho así pero está dicho. Marcaba no sólo errores estratégicos y políticos, sino que era para que lo entregaran, con la finalidad de salvar a los que creen y se sacrifican. A los padres de esos chicos y de esos oficiales les vendían el tranvía del heroísmo, cuando ellos sabían que los llevaron a la muerte nada más que por un problema de guita, como lo demostraron. ¿O cuando terminó el “proceso” no se vio quiénes eran los que conducían? ¿No conducía Martínez de Hoz, Aleman y otros grandes “nacionalistas”? No creo de ningún modo en la actitud de desmerecer a los que allí murieron; muy por el contrario, deben ser enaltecidos porque además han sido víctimas de estos hijos de puta, tanto como los desaparecidos. Igual, de la misma forma. Y porque mostraron su valor y combatieron muy bien en esas condiciones, que eran las peores porque tenían tres frentes delante de sí: los ingleses, los propios superiores y encima una Argentina que miraba el “proceso” militar y decía de quienes lo conducían: “Estos hijos de mil putas ¿qué carajo están haciendo?”. A pesar de todo, algunos de esos conductores consiguieron hacerse con alguna fortunita: las joyas y demás bienes que puso la gente para ayudar a los combatientes, unos cuantos palos verdes, desaparecieron por completo.

 

Los nacionalistas, por último, no le han dado al país un sólo elemento que sirviese para algo. Sólo algunos escritores (Ibarguren, Galvez, Irazusta) que no son, por otra parte, aquellos nacionalistas a los que me he referido. La connotación de “católicos” y la cruz que acompañó a estos nacionalistas, desde la Legión Patriótica de la época de Uriburu, fue un agregado, producto de la copia de Maurrás, que tampoco era católico. El supuesto catolicismo era para cubrirse, en coincidencia con la Logia (la Logia está afuera pero también está adentro de la Iglesia desde sus comienzos). Eso no quiere decir que la Iglesia estuviese de acuerdo, aunque algunos prelados actuaban con ellos, empujados por su propia razonabilidad relativa respecto a la política argentina, y un cierto desprecio por el pueblo argentino, también a partir de un europeísmo que pretendía evadirse de Europa y llegar a otro lugar: todavía eran coloniales, incluido el mismo Castellani, hijo de inmigrantes nacido en Reconquista, Santa Fe, y educado en Europa. Aunque yo sea un devoto de Castellani por haber sido verdaderamente una auténtica gloria de la Argentina en muchos sentidos, sostengo no lo es en términos políticos. Ni hablar de otros peores, más afuera todavía después del seminario.

 

En cuanto al abate Chauvin, cuya historia no conozco a fondo, tiene que ver en Francia con el galicanismo, que es una semi-herejía y en algunos casos directamente herejía, porque del galicanismo salió el jansenismo, una especie de norma mosaica para los cristianos elucubrada por el abate Jansenius, del monasterio de Port Royal, que creó ahí una escuela. Ambos tienen que ver con el tema de la “iglesia nacional” de Francia. Es una cosa parecida a la idea de Enrique VIII en Inglaterra. Para ser claro, se trataba de una idea antipapal, permanente en Francia desde Felipe el Hermoso (el “cisma de Occidente”, Avignon, etc.).

 

La construcción de la monarquía francesa ha sido muy dificultosa porque Francia es una llanura abierta, es un poco el cul de sac de la llanura europea, o eurasiática. Tuvieron que aplicar constantemente el torniquete y aún así, después de 600 años de existencia, la monarquía sólo gobernaba L’Ille de France, los condados del norte de Francia. La ocupación de Normandía por los ingleses, a lo largo de varios siglos, terminó recién con Juana de Arco y los Armagnac, quienes a partir de una idea aún nebulosa de la nación francesa, la apoyaron contra los Borgoñones flamencos, que eran el feudalismo (Carlos V era borgoñón y en España, como ya hemos visto, debió aprender mucho antes de ser aceptado). Pese a esta actitud, los Armagnac -situados en una región privilegiada con capital en Dijon y ciudades como Reims y Orleans- tenían mucho más poder que el Rey y por esto graves conflictos con la monarquía, a tal grado que Felipe el Hermoso hizo allanar sus castillos volteando las murallas.

 

A raíz de tantas dificultades en su “gobernabilidad”, como se diría hoy, Francia fue una hija conflictiva para la Iglesia, frente a una España que, por naturaleza, siempre le fue leal. No hay en la historia, por ejemplo, ninguna herejía que haya tenido origen en España, salvo la de Priscilio, que de todos modos no era español: el priscilianismo prendió sólo en Galicia y fue destruido por San Isidoro.

 

En España la cuestión del nacionalismo fue igual, porque cuando en España se plantea el problema del nacionalismo, vemos que uno fue el carlista y después otro el de Falange. Pero ninguno de los dos quería ser estatista, y Falange planteaba nada menos que el Movimiento. Por este motivo fueron destruidos. Paradójicamente, eran los del otro lado, liberales y comunistas, los que querían el estado: fueron los organizadores del ejército republicano y del estado español y, por esto, adversarios de los anarquistas, que terminaron aceptando incluso ministerios en el gabinete Negrín, y aún antes.

 

Lo que no fue concebible durante todo el siglo XX fue un nacionalismo sin estado. Por eso el sionismo termina con un estado (Israel) en la mano.

 

Los nacionalistas piensan lo mismo que los liberales, con la única diferencia de que los liberales sólo usan al estado cuando les conviene y, cuando no, lo destruyen. Los nacionalistas jamás harían eso porque se quedarían sin nada, desnudos en la vía pública, cosa que no les permitiría su pudor. Y esto demuestra que no sólo quieren al estado, sino que son dependientes de él. En este orden, la mentalidad es la misma que la del funcionario bolchevique. Nacionalistas y comunistas, en efecto, divergen en los términos ideológicos pero piensan en los mismos términos reales: ¿qué diferencia había entre un funcionario del Tercer Reich y un funcionario de la Unión Soviética? No creo que hubiera ninguna. Como después, ¿qué diferencia había entre un funcionario de la Unión Soviética y un funcionario estatal norteamericano o francés, cuando el origen es común? Porque se trata de emanaciones de la misma contracultura en países diversos.

 

Es por esto que el nacionalismo es también contracultural. ¿Puede haber mayor aberración, acaso, que estar con el estado contra la Nación? En Europa tenía una justificación: después de 600 ó 700 años de existencia del estado se podía pensar, con alguna dosis de validez y muchos argumentos, que -aunque no sea cierto- era el estado el que había forjado a las naciones. En la Argentina no. Los nacionalistas son los enemigos de Mitre pero a la vez los primeros mitristas. Igual que los comunistas. Unos y otros escribían en “La Nación”, fundada por Mitre como “tribuna de doctrina”. Es en la estructura contracultural donde todos se encuentran. Si no, no podrían encontrarse jamás.

 

Pero ¿por qué ni nacionalistas ni comunistas se encontraron nunca con el peronismo verdadero, ni se pudieron entender jamás con él? No por un problema político solamente, ya que a ese nivel es posible lograr acuerdos. El problema es entonces más profundo: se trata de principios totalmente opuestos. Perón hacía arreglos circunstanciales con comunistas y nacionalistas, pero nunca pudo acordar (estar de acuerdo de corazón) con ellos. Sin embargo, lo que era una cuestión circunstancial y táctica derivó en la penetración (el “marmolado”) de la ideología dentro del peronismo, o del movimiento nacional. Transitaron de la situación táctica de fuerza que se dio en un comienzo a la situación, ya de carácter estratégico, de reemplazar la doctrina con la ideología.

 

El justicialismo hoy

 

Y este de la ideologización es uno de los motivos esenciales de la desaparición de la forma peronista en el movimiento nacional. Porque a la ideologización corresponde una situación objetiva del estado por un lado, una situación objetiva del pueblo (el desarrollo de la contracultura en el seno del pueblo) por otro, y esta conciencia. Eso produce la partidización dentro del peronismo y el aislamiento de las organizaciones sindicales (también infectadas, por supuesto) porque empieza la interpretación ideológica del peronismo. Cuando esto ocurre el peronismo ya está muerto, desde que ha comenzado a estudiarse su anatomía, a hacerse su autopsia. ¿Dónde se estudia anatomía o se hace una autopsia? En un cadáver.

 

Esto ocurrió porque los peronistas permitimos que ocurriera. Y los que hemos peleado contra eso fuimos llamados “fascistas”, “trotskistas” o “hijos de puta”. Siempre el método típicamente oligárquico: la demonización. Esa enfermedad abrasó a la Juventud Peronista entre 1955 y 1976: estaban el slogan “SI” y el slogan “NO”; el que estaba de acuerdo con cualquiera de ellos no necesitaba explicar nada, porque era una “contraseña”, un tótem, y el que no estaba de acuerdo (no llevaba el tótem) era destruido: era un extranjero que no formaba parte de la tribu. El resultado fue la sectarización -y sectorización- y la disolución. Su forma final es el partido, una forma ya agónica, ya sin posibilidad de que la doctrina lo renueve porque ni siquiera hay posibilidad de doctrina. Sólo el slogan ordenado, primero, y después el slogan meramente desordenado, que es lo que queda hoy (menemistas, duhaldistas, orteguistas, etc., etc., etc.).

 

El proceso no es complejo si se descubren las claves. Estos hilos van dando forma y determinando el conjunto del proceso. Las etapas del peronismo son solamente las etapas de estas cosas. Frente a estas cosas está la cultura Perón, mientras está Perón. Vale decir: está Perón contra ésto. ¿Quiénes son sus enemigos? Éstos. Después están también los enemigos de afuera, pero son menos importantes.

 

Perón no cayó en el error de la defensa estática. Él abrió, constantemente abrió. Porque en el abrir él ganaba fuerza, aunque perdía. En el balance, ganaba más de lo que perdía. Mientras esto ocurriera, el circuito seguiría funcionando aunque cambiaran los bornes para restablecerse. Pero ya en una situación donde lo único que podía hacerse fue lo que se hizo. Dejar sentada una cosa, definitivamente y para siempre, y decir: Bueno, a partir de acá hagan lo que quieran, yo me voy. Yo terminé, de esta manera. Yo cerré. Todo lo demás es una sobrevida de un cadáver. O la animación demoníaca de un cadáver: un zombie. Hemos vivido eso, sin saberlo. Sin darnos cuenta que ya en 1975 el peronismo había muerto. No queríamos, porque cada uno de nosotros era el peronismo. Era como convocar la propia muerte, una especie de suicidio. Además innecesario, porque no era cierto, pero uno lo vivía así. ¿Y cómo lo viven los que hoy todavía siguen y animan…? Lo viven así, si no se mueren. Y no se les puede exigir semejante barbaridad mientras piensen y sientan así. ¿Por qué digo que el partido Justicialista es un campo de prisioneros? Porque son estos prisioneros. Todos buena gente, pero son presos comunes, víctimas inocentes de ese gueto. Y los malos son los kapos. ¿Pueden salir estos presos? Sí, pero no lo saben. Y hasta hay algunos que ahora quieren volver a entrar, porque en el gueto o en el campo de concentración por lo menos se come, cuando afuera hay que cazar, pescar o trabajar, y arriesgarse buscando de alguna manera la forma de procurarse la comida. Todos ellos buscan también “no perder”, cuando ya perdimos porque ya perdió el pueblo argentino. Se ha iniciado un período de retroceso, es así y ya está. Y los que intentan “no perder” un poco terminarán perdiendo todo, “hasta las orejas”, como decía Perón. Aunque parezca ridículo, ahí está y ocurre.

 

Toda esta interpretación podría no ser cierta, pero hay algo que no se puede negar en absoluto: está apoyada en hechos y experiencias concretas que ocurren hoy, ocurrieron antes y además ocurren todos los días y a todos. La periodización queda entonces en un lugar secundario; lo complejo del problema es la determinación de los factores, sobre todo su interrelación en su curso:

 

  1. La aparición de una nueva generación en el Movimiento.

 

  1. La ideologización progresiva y el abandono de la doctrina.

 

  1. La desorganización como era y la adopción de organización más adaptada a los sistemas ideológicos.

 

  1. Una política independiente de la estrategia, que siempre es táctica, enfrentada a una estrategia con fines, medios y objetivos.

 

Esta ha sido la dialéctica de los 18 años, y yo diría que de veinte. Entonces todo lo demás han sido diferentes respuestas a esto. Nosotros respondimos de una manera: creo que ortodoxamente, de acuerdo a una idea que ya no existía en la realidad pero que uno veía que era posible todavía: la capacidad de transformación del Movimiento. Hubo 18 años en los que esto estuvo totalmente ausente, porque la ausencia de Perón fue una ausencia en la formación. Ahí se formó una nueva generación y se deformó otra, anterior, que no había terminado de formarse en el peronismo y fue contagiada por el régimen.

 

Otra cosa es lo que pasó con el estado. El régimen fue inteligente: no transformó el estado justicialista como lo hizo después el “Proceso de Reorganización Nacional”. Primero convirtió al estado justicialista en un estado del welfare o estado del bienestar. Con esto modificó la conciencia de la gente, colocándola en dependencia del estado. Y después destruyó el estado. Es coherente: la Argentina no podía soportar el welfare state, como no lo puede soportar nadie en el mundo. Entonces no se perdieron conquistas; entre 1955/57 y 1970 se ganaron conquistas y fueron volteados varios gobiernos. No lo hicieron los militares, o lo hicieron sobre una realidad preexistente que era la realidad de la lucha de la resistencia popular. ¿O qué pasó cuando Vandor fue a firmar el acuerdo con Onganía, y una serie de actos por el estilo? De modo que había más ventajas para ciertos ámbitos del peronismo, no menos. ¿Quiénes eran los beneficiados? Las conducciones, los aparatos, en la medida de su ideologización, es decir, en la medida de su desnaturalización. El estado -teniendo en vista (sólo algunos) su futura desaparición- podía entregar, porque los que pagarían serían estos mismos aparentes beneficiarios y eso contribuiría a la destrucción del propio estado. Para el régimen ¿no estaba bien?

 

Los grupos más acérrimamente enemigos del peronismo y del movimiento nacional son los que gobiernan hoy, con Menem, pero son también los que aprovecharon esta circunstancia. Eran los que estaban en ACIEL en 1956 y no eran nada ni tenían ninguna significación por entonces desde el punto de vista económico, puesto que eran todo política, todo ideología. Ahí estaban la Cámara Argentina de la Construcción y Pérez Companc (que junto con Martínez de Hoz había fundado el Partido Demócrata Cristiano poco antes de 1955).

 

La Iglesia y la Profecía

 

¿Por qué se da el golpe del 55? ¿Cuál es su causa eficiente, el grupo organizador que le dio nervio? La jerarquía católica en la Argentina, para poder desplegar el recién fundado Partido Demócrata Cristiano, ya que con Perón en el poder no podía. Y así fue y ahí está ahora: un partido de “forros”, salvo unos pocos que sabían a dónde iban. Estos últimos eran de la Logia, y no lo digo yo, lo dice Nuestra Señora y yo lo repito: el problema es la Bestia Negra del Apocalipsis, la Pantera, la Logia masónica dentro de la Iglesia. Unos formaban parte de eso, otros (nacionalistas y otros tontos útiles) actuaban engañados. Con eso armaron la provocación de la Bandera y de la quema de las iglesias: era exactamente el mismo método farisaico que emplean con las colectividades judías y, con esta maniobra, convirtieron a casi todos los católicos de la Argentina en judíos y “atacados”… por el único gobierno argentino que era cristiano.

 

No es que la historia se repite. Es que disponen de un arsenal de maniobras, muy limitado debido al escaso poder numérico que tienen y a la necesidad del secreto. Las repiten, siempre en nuevos escenarios y con nuevos personajes, y nadie se da cuenta. Pero la maniobra es siempre la misma.

 

Se cubrían diciendo Perón esto, Evita aquello, los funcionarios roban… ¿Y ahora? Ahora están todos de acuerdo, ahora es el robo incalificable, el asesinato incalificable sobre el que se asentó todo ésto. Y el señor Laguna, que es obispo católico, escribió un libro con Marcos Aguinis, un ideólogo del fariseísmo, uno de los escribas del Templo. ¿Quién los lleva a eso?

 

Entonces actúan, actúan, actúan. Están ocultos, como el Demonio, pero actúan, tan en secreto como él. Y han llegado casi a la cúspide de la Iglesia ya. Por eso la Profecía dice que éste es el último Papa verdadero. Se lo dice Nuestra Señora a varios videntes: lo dijo en Medjugorje, se lo dice al padre Gobbi, lo dice en Canadá, en Akita (Japón)… Lo viene diciendo desde Fátima (1917). En realidad empezó antes, porque en 1638 había una vidente en Ecuador y los mensajes que recibió ya anticipaban todo lo que habría de ocurrir, pues le dijo: “Pese a que tu país va a ser independiente y pese a que va a ser consagrado al Divino Corazón de Jesús, igual va a pasar…” ¿Quién lo consagró? El presidente García Moreno, asesinado el siglo pasado a causa de esa consagración, de quien Manuel Gálvez escribió una biografía.

 

Quiero decir con esto que hay sobrado material para desentrañar todos los pormenores de esta “guerra del tiempo”, saber cómo son los enemigos, etc. Como cualquier guerra, esta es una guerra total, integral, claramente entre el Señor del Universo y el Rey de este mundo, y abarca todas las armas que los contendores, según su naturaleza, tienen a su disposición. Y ésto, que es cada vez más claro, ya había sido escrito por San Juan en el siglo I, aunque la inmensa mayoría no le preste la menor atención. ¿Quién lee el Apocalipsis hoy? Además ¿quién es ya capaz de entenderlo, cuando a más de uno le resulta difícil leer “Upa”?

 

El pensamiento político argentino

 

Hay un rasgo que me parece importante en nuestra modernidad. No en la modernidad del norte, anglosajona, blanca y protestante, sino en la nuestra, que es ibérica y mestiza. Esto implica variantes también respecto de cómo nació, en España, con la reforma católica, esta modernidad. La contracultura se han encargado de hablar de una “contrarreforma católica” que jamás existió. Se llamó Reforma y así lo dijeron los teólogos, los doctores, los sacerdotes y los papas en su época. Frente a la Reforma protestante hubo, pues, una Reforma de la Iglesia que era, de por sí, el reconocimiento de la necesidad cierta de reforma.

 

El primero en saltar, Martín Lutero, era sacerdote católico en el momento de clavar las tesis en la puerta de la catedral de Wittemberg, e incluso muchísimo después Roma creyó que lo podía reenganchar en las filas de la Iglesia. Hubo un cardenal que fue a discutir con él, dándole razón en algunas cosas y no razón en otras, porque obviamente Roma estaba en contra del cisma. La acentuación posterior de las tesis fue otra cosa, y fue ella la que separó a Lutero. El proceso de éste no fue el mismo de Calvino, que no era sacerdote ni monje, sino uno de los tesoreros de la Curia al que habían procesado por malversación de fondos.

 

La Reforma católica fue una respuesta que venía incubándose desde antes de la pregunta, porque el clamor por la reforma de la Iglesia tal cual era no empezó con Lutero sino que terminó con él. Había empezado en la Universidad (católica por entonces) de la Sorbona de París y en otras universidades católicas, en el siglo XIII. Y San Francisco, en lugar de hacer un manifiesto, la había propuesto con una actitud personal que era su sugerencia expresada en la acción. El tema se venía discutiendo, además, entre el Concilio y el Papa, y fue el origen del Cisma de Occidente. Durante el posterior proceso de unidad se dio otro conflicto, entre el Concilio y el Papa Luna, que residía en España porque Roma había sido ocupada. De modo que en un mismo momento hubo tres papas: el de Avignon, el de Roma y él. Los cardenales se habían juntado, lo habían nombrado Papa y dijeron: Bueno, acá hay otro, para hacer la unidad. Frente a esto los demás formaron una especie de “agrupación unidad”, pidiendo la renuncia de los tres y la elección de otro.

¿Qué hizo el Papa Luna? No renunciar. Decía que había sido elegido correctamente y que no tenía por qué hacerlo. Además era español. Y estaba protegido por los aragoneses, por entonces una potencia en el

Mediterráneo, de quienes era candidato. Luna nunca renunció y  terminó sus días en España, en un lugar de Peñíscola que aún hoy conserva su escudo. A su muerte se eligió a Martín V, que fue el Papa de la unidad: trazó el plan completo de reorganización de la Iglesia y se murió. Sólo vivió 33 días como Papa, igual que Luciani en 1978. Los Papas que siguieron después ejecutaron el plan de Martín V. Y Luciani, que fue Juan Pablo I, iba a rezar a la tumba de Martín V y formuló el plan que después aplicó Juan Pablo II.

 

La Reforma católica, que fue el origen de nuestra propia modernidad, era también una adecuación no sólo de la estructura de la Iglesia sino de lo que la Iglesia pensaba de la Cristiandad misma, en reconocimiento de que había muchas cosas que habían cambiado: el crecimiento de los burgos, la expansión del comercio, la existencia de la mayoría de las coronas como estados, Francia por ejemplo, y España con Carlos V. Desde el punto de vista político, es Carlos V quien preside la Reforma, aunque ya el cardenal regente Cisneros la había hecho en España, recorriéndola toda arriba de un burro ¿o una mula?.

 

Pero la Reforma implicó una gran cantidad de otras cuestiones. Entre otras cosas, desde el punto de vista político, el tema de la participación, ya entre los siglos XV y XVI, en pleno Siglo de Oro español. La Reforma es entonces contemporánea de Lope de Vega, Calderón de la Barca, Cervantes, del levantamiento de los comuneros de Villalar y también de la aparición de la Virgen de Guadalupe. Y el levantamiento de los comuneros del Paraguay ocurre también en el siglo XVI, poco después del de Villalar. Y los comuneros del Paraguay llevarán preso rumbo a España al adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca en una carabela a la que rebautizarán con el nombre de “Comuneros”, cumpliendo al pie de la letra aquéllo de “del Rey abajo, ninguno”. El movimiento de los comuneros no era, en efecto, antimonárquico, sino antiseñorial. Y al mismo tiempo y con este mismo signo antiseñorial, surgen las germanías (hermandades, de germano = hermano) valencianas  y se escribe  Fuenteovejuna.  Hay  quienes  dicen  que  éste  de  “Viva  el  Rey  y  muera  el mal gobierno” es el grito de trescientos años de España y América. Ese mal gobierno era el de los burócratas, los señores y ciertos alcaldes, en una palabra, el gobierno oligárquico. El problema de la gente era con los personajes que lo integraban, no con la monarquía. Y entonces yo pregunto: ¿son, todos éstos, elementos que aparecen al mismo tiempo por “casualidad”?

 

Hay incluso más: durante el reinado de Carlos V aparece el reconocimiento de que debe devolverse la independencia a los países de América después de su evangelización y organización. Y también un tratado con Portugal de neutralidad permanente y eterna de América. Ambos fueron invocados por los comuneros en La Paz, en 1809, en lugar del cese de Fernando VII como rey de España, para “reasumir nuestra independencia” en América. ¿Por qué las Leyes de Indias? Porque los españoles entendían que era una cuestión de organización y no político. “Y muchos proponemos como vos y  todos juntos más que vos”, se decía en aplicación del Fuero Juzgo. Esto estaba ínsito, presente y mestizado con las instituciones precolombinas. La mestización contribuyó enormemente, según mi criterio, porque sin modificar la esencia se insertó en ella. Nadie se puede insertar, en cambio, en la modernidad del Norte: su concepción binaria de la realidad sólo admite que allí “se es o no se es”. La organización española era abierta y la inserción no sólo estaba admitida de antemano sino que era, además, bienvenida.

 

España

 

Si bien no hay nación ni cultura que, en principio, no lo sean, España es un país mestizo hasta el tuétano. ¿Por qué la mestización más reciente se dio en América? Porque fue una continuidad de lo que había pasado en España con los visigodos, antes con los celtas (y estoy refiriéndome a los siglos IV-V A.C.) y recién después con los árabes. España ha sido un país mestizo y abierto desde el vamos. A tal grado que se puede decir, por ejemplo, junto con Ludvik Milosz, un poeta y antropólogo, que los judíos son, étnica y lingüísticamente, originarios de Iberia, desde donde pasaron después a la primera Babilonia, antes de Abraham. Milosz tiene una interpretación de la Biblia vista desde esa perspectiva –Origen ibérico del pueblo judío– y también una interpretación del Apocalipsis de carácter lingüístico. Desconozco esta última, ya que el autor, que murió por los años 30 ó 40, la editó privadamente y sólo la envió a obispos y cardenales de la Iglesia Católica.

 

Milosz sostiene que la descripción del Paraíso que hace el Génesis no coincide con las características del sitio en que se lo ubica habitualmente, en Oriente Medio, pero si nosotros lo sacamos de ahí y lo ponemos en la antigua Bética (al sur de Andalucía) coincide exactamente en el orden geográfico: el Ebro es entonces uno de los cuatro ríos que en aquel tiempo partía aguas con otros tres (que también existen) en el centro del Paraíso, algo que no se puede encontrar en el norte de la Mesopotamia. Aunque finalmente se demostrase que Milosz estaba errado, un hecho es innegable: si hubo un pueblo con el que los judíos se mestizaron casi totalmente, ese pueblo fue el de España. ¿Quién de origen español no tiene una gota de sangre judía, o árabe, o visigoda? Creo que nadie.

 

Entonces la mestización es una continuidad y es una constante, tanto en España como en América. Y en la Argentina esa constante está potenciada, porque además de la mestización de la Conquista, que venía de la mestización allá en España, nosotros seguimos después mestizándonos con la inmigración y volvimos a retrocruzarnos. Por esta razón se afirma con fundamento que la Argentina es poseedora del banco genético más amplio del mundo. En 1910, en Buenos Aires, los que hablaban castellano -incluidos los inmigrantes españoles que se expresaban en esa lengua- eran una minoría. Una enorme masa de españoles hablaba gallego, vasco, catalán y otros dialectos. Y llegaron además, por entonces, verdaderas masas de polacos liberados y de judíos de Europa Central.

 

Mestización y contracultura

 

Los rasgos, por tanto, del pensamiento político argentino, se han apoyado en la vertiente del movimiento nacional sobre esta mestización. Por eso el rechazo de la otra modernidad, que no ha sido un rechazo premeditado sino natural, como cuando uno rechaza algo que no le es propio mientras habla de lo propio.

 

Cuando se extraen los rasgos del movimiento nacional desde el proceso libertador, y aún desde bastante antes; los rasgos permanentes que perviven aún a través del avatar de la mestización son los rasgos de lo que la Argentina es. Lo demás es la contracultura.

 

Pero también de la contracultura se ha hecho mestizaje, puesto que el proceso no ha sido simple. No se trata de dos partes que no se ven, ni se oyen, ni se tocan, sino que también se mezclan. Y con ello se ha nutrido también la propia modernidad. Es algo que los jefes del movimiento nacional han hecho en todos los casos. Ver este proceso como cosa maniquea -lo bueno y lo malo- es una estupidez, independientemente de que su naturaleza sea intrínsecamente buena una y para ésta intrínsecamente malo el otro. En la realidad ocurre otra cosa: las dos partes se “infectan”, mutuamente. Y a la contracultura de aquí le ha costado mucho más que en otros lugares imponer sus rasgos: recién ahora puede decirse que su proceso infeccioso se ha vuelto grave. Antes no era así, al punto de que aún nuestra generación ha vivido bajo la irradiación del movimiento nacional.

 

En el ápice de su desarrollo, en su momento agónico, es cuando la contracultura termina imponiéndose en la Argentina. El grado de resistencia ha sido alto, y el de mestización de contracultura y cultura también lo ha sido. Pienso que ese proceso no ha resultado en contra de la Argentina, sino a favor. Porque todo lo que la cultura adquiere, proveniente de la contracultura, se culturiza. No es a la inversa, sino de esta manera.

 

La contracultura, por el contrario, es incapaz de culturizarse. La contracultura toma elementos de las culturas nativas y los transforma en otra cosa (ha creado artificialidades ampliamente difundidas, como por ejemplo el hinduismo o el orientalismo, y de la Argentina la imagen del gaucho, el asado, las boleadoras, el facón y últimamente un tango psicodélico de alto lujo para consumo turístico) pero no los integra ni gana partícipes. En cambio la cultura, en nuestra propia modernidad, gana partícipes, los integra mestizándolos.

 

La contracultura es fundamentalmente excluyente.

 

La cultura tiene, en cambio, un rasgo fundamental: es incluyente.

 

Y en el caso de los nacionalistas -que responden a la contracultura- ellos creen que se es argentino sólo de una manera y que es pureza mantenerlo de esa manera. Si a una hija le gusta un negrito, la echan de la familia. Son, pues, excluyentes y lo que hacen es falso, porque así se muere. Copian al fariseísmo, que siempre ha convertido a una cultura en un elemento cristalizado.

 

La cultura es todo lo contrario de un elemento cristalizado: es un elemento vivo y así funciona. En última instancia, entonces, también hay que confiar en la potencia de nuestra propia modernidad para transformar esos elementos; de lo contrario se seguiría de ésto que la contracultura en este momento cubre todo, cuando en realidad sólo aparece como cubriéndolo todo, sin cubrir nada porque es un andrajo. Y muchos de sus hilos y filamentos son tomados y metabolizados por la cultura popular, por la cultura del pueblo argentino, por la cultura de la nación argentina, y transformados. Por esta razón va cobrando un perfil y, para un pensamiento creado en torno de la contradicción móvil, troquelado en torno de Hégel, como es el conjunto del pensamiento político no nacional -o de la otra modernidad- en la Argentina, es muy difícil pensar en este tipo de compromiso, de entrecruzamiento, de simbiosis, de coexistencia no constante (una primacía pacífica): también es una guerra, pero pacíficamente se va adaptando y adoptando. Por eso se habla de la “política criolla”.

 

Pero ¿qué es la “política criolla”? Es una mezcla, no una lucha de contrarios. Por eso ellos mismos le han puesto “criolla”. Por eso, no podemos rasgarnos las vestiduras, recogernos las enaguas y salir corriendo como una señorita del siglo pasado frente a esta “cosa”. Sería una estupidez. Hay que enfrentarla como es: ahí hay rasgos propios y no propios, y por más que haya mentira y verdad, hay que destacar el tema de la mentira para que la verdad camine. Este es un problema práctico, concreto, sobre todo en el contacto con la gente, con nuestro pueblo, donde ésto está mezclado y siempre lo estuvo. Esto no quiere decir que la gente se confunde.

 

Nuestros hombres no se confunden, porque eligen, porque son libres y porque la cultura básica, fundamental, del pueblo argentino es la de nuestra modernidad. Y esto es inamovible. Por eso, independientemente de lo que pase con la jerarquía de la Iglesia, con la política o con la mar en coche, nuestro pueblo tiene fe y lo demás le importa verdaderamente muy poco. Está asentado así. Y sobre ésto están las manchas, desde luego. Las salpicaduras de colores varios. Pero cuando el tipo tiene que elegir fundamentalmente (no un presidente o un diputado) elige lo fundamental. Aflora lo que es esencial.

 

 

CAPITULO XII

LA ESPERANZA

Nuestra Señora de San Nicolás

Si no fuera de este modo ¿por qué Nuestra Señora de San Nicolás dijo “Yo he elegido a tu pueblo; es el único lugar donde he tenido una respuesta como la que esperaba”? ¿Hace política? ¿Es menemista, o alfonsinista? No, lo que hay es, obviamente, una percepción, un conocimiento verdadero de todo esto -que no es el nuestro- y puede decirlo perfectamente con toda la autoridad que posee por ser Madre de Cristo. Y esta es la verdad pues si no, no lo diría.

 

Somos nosotros los que debemos descubrir cómo es y, además de decirlo en esos términos, también traducirlo en los otros. Tal es nuestro trabajo.

 

Nuestra Señora no dice una “a” inútil, una sola letra que no sea verdad o que no tenga que ver. Todo tiene su objeto. El mensaje está dirigido (como debería ser en cualquier persona que habla con otra). ¿Cómo se establece el diálogo? En la estructura misma del diálogo -porque hay necesariamente una historificación en ese diálogo- las cosas están dichas en términos que el interpelado pueda entender. A lo mejor podría decirlas de otra manera, ajena al tiempo, pero entonces el oyente no las entendería. En este “bajarse” al nivel del ser humano que escucha, todo lo que se dice es eminentemente práctico, absolutamente todo tiene un objeto. Yo no creo que se pueda “elegir” (“este mensaje me gusta y este otro no”) en ningún caso. Es todo o nada.

 

Muchos señalan contradicciones en esos mensajes -las cuales no existen- y una reacción humanamente lógica suele ser: ¿Y yo cómo hago para estar de acuerdo? Lo que Nuestra Señora nos señala a mí, a usted, lector y a todos es que tenemos una misión: cambiar este estado de cosas, darnos cuenta de que así no van más. Porque Ella lo dice, ES así, y si más arriba señalé que la obediencia y la disciplina no son respecto de otro sino respecto de uno, el que quiere verdaderamente obedecer tiene antes que cambiarse a sí mismo. Y siempre es así, puesto que de ese esfuerzo resulta una disciplina verdadera, que nada tiene que ver con lo formal ni con hacer la venia, aunque podamos hacerla sin ningún inconveniente. La disciplina no es mera formalidad, sino otra cosa: la conversión. La conversión es, en rigor, una cuestión simple, aunque para cada uno signifique muchas veces un cataclismo. Se pueden decir tres palabras y ya está dicho; todo lo demás es predicado.

 

En el origen y en el desarrollo del pensamiento político argentino están, pues, también todos estos elementos, más próximos o más lejanos. Más cerca de, o netamente, la contracultura, o más cerca de la cultura, y dentro de la cultura unos más veteados, otros menos y otros en estado casi puro. ¿Cuáles son estos últimos? El hombre que vive, por ejemplo, en el campo, allá en Santiago del Estero. Pero no es más puro porque es “mejor” (decir eso es una estupidez folklórica) sino porque no ha recibido la contaminación cultural que nosotros padecemos, aunque ese hombre también tiene menor grado de mestización, por lo menos en el sentido de que comprende menos cosas. Pero aprehende más cosas, y más fundamentales. Puede saltar: permanentemente tiene que cambiar menos cosas de él para estar de acuerdo. A lo mejor no es más obediente, ni más disciplinado, pero no es “más o menos”, sino que está más próximo. Y a lo mejor le es más fácil. Y a lo mejor, aún así, no lo hace, como ocurre. ¿Dónde está el culto de la Salamanca? En Santiago del Estero, y en el campo. Uno dice: ¡Pero este tipo está en mejores condiciones..! Y sí, pero agarra para el otro lado. Bueno, ahí está el obispo Sueldo, que derogó un decreto diocesano que impedía la actuación partidaria, y menos las candidaturas electorales de los sacerdotes, y ha autorizado a ocho curas que querían ser diputados para que presenten candidaturas.

 

Entonces el pensamiento de los partidos políticos está frente al movimiento nacional como la contracultura está frente a la cultura. Toda infección, o mejor (porque infección es una mala palabra) todo contagio de uno al otro redunda, en un sentido, en beneficio de la cultura de nuestra propia modernidad, bien sea por adhesión, por rapto de algunos de los elementos de la contracultura y su transformación, o por separación. Todo intercambio que ingrese en la contracultura, por el contrario, lo único que hace es crear más excluidos de la contracultura: al elemento que se infecta lo echan, no lo pueden tolerar. Porque ahí impera la ley de la homogeneidad, y acá la de la heterogeneidad. Ya dijimos antes cómo era. Y como ellos tienen el método homeopático de similia similibus, quieren a veces “parecerse a”. En este “parecerse a” pierden fuerza, porque hay tipos que no está en “parecerse a” sino en ser, y de golpe se abren.

 

Nuestra modernidad

 

Nuestra propia modernidad no quiere “parecerse” a nada, es como es. Tiene identidad, quiero decir. La otra es una identidad falsa. La nuestra no, porque no es un documento, no el hombre mismo; no es la huella digital, sino el dedo; no es la fotografía, sino el hombre.

 

Y hay otra cuestión, que ya también hemos señalado: la de la estirpe.

 

En nuestra propia modernidad el tema de la estirpe -de las raíces- es una cosa que en lo posible se custodia y se recuerda, en el inmigrante tanto como en el criollo.

 

En la otra modernidad la estirpe debe ser abandonada, porque su fundamento es el individuo, no la estirpe. Para ellos el individuo es ahistórico, es en el momento presente, es como aparece. Y así se lo toma. A esta otra modernidad no le importa que los individuos vengan de acá o de allá, pero no por voluntad de inclusión, sino por necesidad de brazos. Y con condiciones de admisión: el individuo tiene que olvidar. Olvidar lo que era y olvidar quiénes eran los que le precedieron, como tiene que terminar olvidando también a aquéllos que le van a suceder. No tiene padre ni madre y no tiene hijos. Ese es su ideal, ya inscripto en el Emilio de Rousseau.

 

También el problema en nuestra modernidad -en la cultura básica argentina y americana- es difícil de separar (discernir?), porque es típico de la ideología, o del sistema ideológico de la modernidad del Norte, el separar el hombre de la idea. Para eso hay un corpus que es ideológico, es decir, autónomo: no tiene nada que ver con los seres humanos. Un individuo se pone ese traje y desde ese momento es el traje que tiene, no él. Uno puede ser marxista, liberal, justicialista… Se dice: “¿Vos dónde estás?” Se responde: “Y, yo estoy en tal cosa…” ¿De dónde sale eso? ¿Qué es? Bueno, resulta que uno tiene que “posicionarse”.

 

En nuestra modernidad, por el contrario, la cuestión es inversa: lo que importa es la encarnadura, el hombre, no el sistema ideológico que adopte, ni su disfraz, ni nada de eso. Eso quizá tome relevancia después, en los hechos. Por eso han podido, al lado de grandes líderes y maestros como fueron Yrigoyen o Perón, figurar los caciques. Tanto, que Perón tuvo que hacer una distinción entre qué cosa es el caudillo y qué cosa es el conductor. Perón es el primero que, por necesidad objetiva, hace esta distinción, para terminar con la farsa.

 

El caudillo, decía Perón, camina entre los hombres como si fueran cosas, sin transformar nada”. Porque usa de las personas sin estar al servicio de nada más que de sí mismo. Es el “padre espiritual” -y a veces físico- de estos politicastros de ahora, porque las políticas no están separadas de las relaciones. Más aún, la política forma parte de las relaciones fundamentales. No es, según lo piensan los liberales, una “parte” (usted, la política; usted, la religión; usted el fútbol…). “¿Cómo usted, que es médico, habla de Dios y los santos?”. Ese mundo tabicado es algo estúpido.

 

La encarnadura

 

Nosotros nos asemejaríamos más a Leonardo da Vinci, al “hombre entero” del primer Renacimiento. El Papa Juan Pablo II apela siempre a “todo el hombre”. ¿No es eso Cristo, acaso? Los otros no, los otros son los ropajes que se ponen: el disfraz de “ingeniero” por la mañana que, después del mediodía, se cambia por el de “político” o “empresario”. En La Plata conocí hace ya muchos años a un militante de la FAP que decía: “Cuando un tipo hace mucho la guerra, nosotros lo sacamos y le decimos: Vos andá y hacele la política a aquél. Y cuando ya hizo mucho la política, entonces lo sacamos de la política y le decimos andá y hacé un poco la guerra”. Toda una idea, absurda, de un bruto que creía que no lo era pero, a la vez, reveladora de un tipo de conciencia. Porque este mismo ejemplar repetía constantemente: “Nosotros volamos como los cóndores, no como los gorriones que quedan enganchados en los alambres”. Yo jamás he visto un gorrión enganchado en un alambre y hasta creo que un cóndor sí se engancharía en los alambres; hasta pienso que en realidad se trataba de una idea referida más bien a la envergadura de un avión… de la FAP, sigla que este caso hubiera significado “Fuerza Aérea Peronista”. Las cosas con las que uno se ha encontrado a lo largo de la vida resultan en muchos casos cómicas, aunque uno haya tenido que enfrentarlas con la cara más seria posible.

 

La encarnadura, entonces, también obliga. Obliga a aquél en el cual se encarna esto para los demás y obliga a los demás para con él. Es un vínculo personal. Esto les ha hecho decir y pensar a los grandes “magos” y “maestros” de la contracultura que el peronismo y la conducción de Perón -y de Yrigoyen, y de Rosas- es “feudal”. Y hay una parte de razón, pues desde el Bajo Imperio Romano hasta el siglo XV, las relaciones políticas eran personales -por eso “feudales”-. El proceso de construcción del feudalismo consiste en transmitir las relaciones políticas del estado y las instituciones a las personas.

 

Esta personalización es la que permite la creación del feudalismo, donde todas las relaciones de los hombres son personales, todos los contratos son personales y las obligaciones son de carácter personal. El señor, tanto como los siervos, tenían obligaciones de carácter personal, no institucionales. Nada de institución. La monarquía, la Corona, en su disputa contra los señores, es la que institucionaliza y objetiva las relaciones: lo necesitaba, puesto que, de no haber quebrado esas relaciones personales, lo hubiera perdido todo. El monarca estaba arriba, por encima de todos ¿qué relaciones tenía? Los mismos que estaban enfeudados con él le hacían sucesivos cortes de manga.

 

Así ocurría con los gardingos, título otorgado a los hombres “de confianza” del rey, frente a la monarquía visigoda: ellos eran los promotores de cuanta sedición surgía. Hubo así muchos reyes visigodos que terminaron asesinados, pese a San Isidoro que condenó esos crímenes en varios concilios. Hubo trece concilios de Toledo durante el período visigótico, en dos ó tres de los cuales San Isidoro desempeñó un papel fundamental en orden a la consolidación del estado. La Iglesia estaba en el medio entre estas instancias y era la única institución que, valga la redundancia, institucionalizaba las relaciones personales. La que decía a los hombres: “Por más que tengas un contrato o convenio personal con Fulano, está remitido al bien común”. Lo hacía público y no privado.

 

Según lo veo yo, el proceso de tránsito, en el feudalismo, del derecho privado -el derecho feudal es todo privado- al derecho público, tuvo a la Iglesia como agente fundamental. Era la Iglesia la encargada de citar a las personas para recordarles que no podían hacer cualquier cosa y que tenían obligaciones; así, el rey era rey sólo si cumplía sus obligaciones, en caso contrario la abdicación se convertiría en lo mejor para todos. Obviamente, empujaba a la integración, porque no hay forma de conducción que no sea integrada e integradora. Entonces obligaba a aquéllos que eran salvajes, bárbaros en el sentido de no romanos -aún tratándose de grupos humanos y pueblos muy romanizados pero no romanos en su origen- a que construyeran institucionalmente, vale decir a que separaran lo que era público (la función) de lo privado (ellos como personas). Que el que debía hacerlo asumiera la función, acto que fue designado con el nombre de investidura. Y este fue el prolegómeno de las instituciones posteriores. Sin él, hubieran sido absolutamente imposibles.

 

Era la propia experiencia histórica de la Iglesia la que, en tal cuestión, marcaba el rumbo. Estas cosas ocurrían entre los siglos V y VII y ya la Iglesia las había puesto en práctica por lo menos tres siglos antes, con los emperadores romanos de Occidente, empezando por Constantino.

 

Hubo desde entonces un proceso de refinamiento, no en el sentido de la cortesía o de la frivolidad, sino de refinamiento de los principios: los reyes visigodos también presidían los concilios de Toledo. Todos. Los convocaban (a pedido del metropolitano, que era el arzobispo de Toledo) y los presidían. Si bien los reyes hacían a veces pedidos que los concilios les aprobaban, a resultas de alguna obvia negociación, el poder estaba claramente separado. En mi opinión, el principio de la separación entre la Iglesia y el poder político, que había estado confundido por mucho tiempo, comenzó en España, aunque después se confundió todavía más, en el siglo VIII, con la pretensión de Carlomagno, a la que los papas siempre respondieron con algo que sonaba como “más o menos”. Fue por entonces que surgió el tema de la coronación.

 

Hay entonces dos grados de encarnadura. Una es verdadera y otra es falsa. Como informa todo, están los caudillos y los conductores. Los caudillos son el aspecto falso, digámoslo así, de la encarnadura, aunque hubo caudillos que se convirtieron en conductores. Pero, en cambio, ningún conductor se convirtió en caudillo. No son, por tanto, grados o escalones necesarios, sino cosas de naturaleza diferente. Es realmente muy difícil pasar de ser un caudillo a ser un conductor, porque el problema principal -como dice Perón- consiste en que el conductor, primero, debe ser conductor de sí mismo. Y el caudillo no es conductor de sí mismo: lo conducen los intereses.

 

La conducción

 

La conducción no requiere ni de gente, ni de muchos, pocos o nadie, porque esencialmente el problema central es la autoconducción.

 

El caudillismo es el fenómeno de la ausencia de autoconducción.

 

         De nuevo caemos aquí en el tema de la contracultura, que es enemiga de la autoconducción. Porque ¿cómo sería la autoconducción si no es referida a lo que está impreso en el alma de todos los hombres, desde el principio? El derecho natural, la idea del bien y el mal, el orden de los valores: hay que referirse a

esto para pensar en la autoconducción, porque para ella también se aplican los mismos principios que en

toda conducción, que debe primero conocerse para poder amar lo que se puede conducir. Y ésto se aplica a uno mismo. Por eso Perón habla de conocerse a sí mismo. No como hablan los budistas o los esotéricos, sino de esta manera y en este marco. Y no hay otra manera de leerlo. Cualquier otra manera de leerlo es falsa respecto de Perón mismo. Está dicho por Perón en esta clara conciencia de lo que él pensaba sobre ésto. No pensaba dos cosas, sino una: “Conócete a ti mismo para poder amarte lo suficiente para poder conducirte”.

 

Amarse no es el “Uno Mismo” de la revista New Age. Es llevarse por la buena senda de lo que debe ser, el orden del bien, la verdad, la belleza y la justicia: el orden de los valores, que Perón llama ideológico, es decir el orden primero de la doctrina, que es axiológico, aplicable primero a cada hombre, antes que a los otros.

 

La política según la contracultura

 

Derivado de esto ¿qué hace la contracultura? Dice: toda encarnadura es mala. Toda encarnadura de la política es mala, todo desencarne de la política es bueno. La política viene a ser entonces una cosa objetiva que no tiene nada que ver con las personas, con aquéllas que la practican y con aquéllas a las que va dirigida y que también la practicarían. La “política-espectáculo”: libreto, actores, escenario, orquesta, separación de los espectadores, que son los que sufrirían esto aplaudiendo, silbando, tirando tomates o yéndose, pero ahí, del otro lado de la orquesta. El “público” no debe intervenir más que de esta forma, para decirlo en una palabra. Porque la desencarnadura de la política termina en el espectáculo, como termina toda acción de carácter social o general, que para la contracultura también es espectáculo. No puede no ser espectáculo, porque la esencia misma del espectáculo es el engaño. A tal punto es así que por eso se ha impuesto, en este “mundo” de la contracultura, la política por televisión, el show, donde no importan los actores: aunque haya unos actores más cotizados, otros menos cotizados, otros que quieren entrar en escena y no los dejan, otros a los que llaman para un primer “lanzamiento” a la “fama”, todo eso depende del mercado y del momento.

 

A mí me han llamado, creyendo que me iba a adaptar al espectáculo, pero como uno no se adapta a estas cosas, no me invitaron nunca más. Resulté, pues, un “impresentable”, puesto que, para nosotros ¿qué espectáculo habría? ¿Quién iría a verse a sí mismo tal cual es, cuando para eso mejor se mira al espejo?

 

Hay, por tanto, dos relaciones posibles: una la relación del espectáculo (actor-espectador) y otra la relación partícipe (persona a persona). Así sean millones y uno, la relación es persona a persona cuando en ella no hay espectáculo porque no hay espectadores ni escenario (aunque puede haber tribuna), ni libreto dictado para obtener determinados efectos, sino un verdadero discurso que participa de la naturaleza del diálogo, que no es la de quienes escuchan un monólogo en el escenario y luego tienen opiniones. Los que participan discurren, mediante el diálogo, respecto de la verdad. Tal es la diferencia fundamental.

 

Un Perón sería inimaginable en la modernidad del Norte, pero un Alsina, y hasta un Mitre (que era historiador y traducía al Dante), también lo serían. ¿Por qué? Porque el conjunto de la Argentina, aún independientemente de estas disquisiciones que creemos ciertas, es una total imposibilidad dentro de la modernidad actual, no puede existir, no puede ser. La Argentina sólo puede ser si esta modernidad desaparece. Recién entonces podría resolverse una lucha que lleva cinco siglos entre la modernidad blanca protestante centroeuropea del Norte y la modernidad ibérica mestiza católica. Esa lucha es reflejo, parte y también campo mismo de batalla de esta guerra del Mal contra el Bien de la cual hemos tratado en varias oportunidades en este trabajo. Es lo que nos cerca, nos rodea, y también nos informa; está adentro y está afuera. Y las armas de la guerra van portadas por estos vehículos, son vectores que portan un elemento o el otro, o ambos.

 

La Devolución

 

Frente a lo que la contracultura propone, que es la revolución, porque desde ellos la única opción es aceptación o revolución,  proponer la devolución es proponer una vía de acceso al cambio de esta situación eludiendo los elementos fundamentales de la contracultura, que son la violencia y la demonización. Entiéndase por demonización lo que la oligarquía hace con sus enemigos (demonizarlos): los demoniza a partir de su propio carácter demoníaco, desde la opinión llamada “pública”. Desde ellos es una falsedad, pues ellos son tan demonios como aquéllos que demonizan; deben hacerlo, obviamente, para que el dualismo que los caracteriza tenga eficacia como arma.

 

Tenemos, pues, que salir de la demonización y de la violencia. Pero no podemos renunciar a lo que es nuestro. Por eso surge el tema de la devolución, una vía ancha y pacífica -no pacifista- que rechaza la violencia pero no puede impedir que se ejerza, contra nosotros mismos incluso. Ni tampoco vamos a permitir que ellos la ejerzan hasta cuando quieran; que nos torturen, nos destruyan o nos maten. Porque existe la obligatoria legítima defensa, de la vida además.

 

La devolución es también una vía ancha porque tiene cabida todo aquél que tenga una cuenta que reclamar. Y absolutamente todos tenemos una cuenta que reclamar, desde las más esenciales hasta las más aparentemente inesenciales. Muchas veces depende esto del orden en que se disponga: están aquellos para los cuales es esencial tener trabajo y salario y hay otros para quienes lo esencial es que les sea reconocida la dignidad. Todas estas son en rigor esenciales, por su íntima ligazón. Y la devolución es devolución de esto, que es lo que es nuestro, que es lo que es del hombre.

 

La devolución no son los “derechos humanos”, sino una restitución de la humanidad negada. Este es el tema fundamental, sin las ramas, las hojas y los frutos, de esto que podemos visualizar como el árbol de la devolución. Porque es su savia misma: una rehumanización, no en el sentido del humanismo materialista ni del humanismo espiritualista, sino desde la teleología del deber ser del hombre en tanto humanidad: cuál es su destino, la flecha, el vector, de su sentido -como ya hemos dicho, si tiene un origen tiene un destino, si tiene un principio tiene un final- a fin de dirigirse hacia ese destino lo más rectamente posible, independientemente del qué, el cuándo y el cómo porque lo que importa verdaderamente es el camino.

 

Todo proceso de devolución, entonces, implica necesariamente que aquéllos que se quedaron con lo que no les pertenece, que robaron, mal administraron, defraudaron, dilapidaron, rompieron o destruyeron, lo reintegren. Pero con este reintegro también restituyen no sólo nuestra propia humanidad en su totalidad o integridad, sino su propia humanidad (torcida y deformada por la contracultura y por una teleología diferente de la de la humanidad en su conjunto: el abandono de Dios, que es el abandono de su propia naturaleza) a sí mismos.

 

La devolución, por tanto, no es a favor de unos y contra otros, sino a favor de todos porque contiene la justicia en la medida humana, o sea la equidad, y también la misericordia dentro que de lo que es humanamente posible. Y finalmente el bien, tanto común como personal, que es una de las aplicaciones de la misericordia, respecto de ellos también.

 

Devolución es entonces una restitución de la humanidad intrínseca de cada hombre, esté donde esté, haya hecho lo que haya hecho, haya sufrido lo que haya sufrido o haya gozado de lo que haya gozado. Porque la primera devolución es la del carácter de hombre, su reconocimiento como tal.

 

Por eso la devolución no es un “humanismo” y sería una imbecilidad o una tentación pensarla así. El llamado “humanismo” es un similar de humanidad, en realidad un opuesto porque ocultamente significa “el hombre como dios”, en el lugar de Dios, o el hombre deificado. Obviamente, estos “hombres como dioses”, entre los cuales si se admite a Cristo es sólo como “uno más”, han de ser siempre unos pocos, se trate de oligarquías dominantes o de vanguardias esclarecidas. La mayoría de la gente lee por “humanismo” otra cosa, simple y no necesariamente mala, aunque limitada: un sinónimo de mejor trato, de mejoría de la calidad de vida y de la condición humana, y no ésta, que está oculta en el corazón mismo de aquellos que crearon la palabra y lo conducen. Por eso digo que la devolución no es, en este sentido, un “humanismo” y sí, en todo caso, un humanismo verdadero que reconoce que el espíritu del hombre que alienta en cada uno su alma está dirigido hacia su Creador (como dijimos, lo más rectamente posible) y puede conducir al hombre a su destino, hacia el verdadero destino de la humanidad: la Gloria, el Reino, ser a imitación de Cristo -modelo de Rey, Sacerdote y Juez-, no a la esclavitud y la estupidez en el marco de “pobres hermanitos en la desgracia”.

 

Una restitución tal es una reintegración -o la posibilidad de una reintegración- en Dios mismo. Una reconciliación de todos y entre todos -no de algunos sí y otros no-, puesto que no se trata de juzgar a las personas, sino a algunas de las cosas que han hecho, que es lo único que como humanos nos corresponde. Una persona pudo haber cometido “hijodeputeces” sin ser necesariamente un “hijo de puta”. No se trata de ver al pecador sino al pecado y es por esto que la devolución, como dice Martín Fierro, “no es para mal de ninguno sino para bien de todos”.

 

La cultura frente a lo nuevo

 

Una fuerte tradición en el peronismo ha sido la de no tirar el agua con chico y todo. Nuestra propia cultura jamás se propuso arrasar con todo lo nuevo por creer que “lo que es nuevo es malo”, pero tampoco dijo que lo nuevo es bueno “simplemente por ser nuevo”. Sopesó, antes de desecharlo o incorporarlo, sus cualidades y su utilidad. Es el mismo tema del mestizaje: las razas no son buenas ni malas y lo que se busca incorporar, en todo caso, es lo mejor de cada una. El lunfardo, como el lenguaje gauchesco, también ha sido un proceso de incorporación de arcaísmos, actualismos, préstamos y cocoliche, todo mezclado porque básicamente siempre es lo mismo: castellano clásico. Lo demuestra todo el Martín Fierro: desde los octosílabos hasta las imágenes, la disposición interior del pensamiento que estructuró esta forma de expresarse es la misma que en el siglo IX utilizaron los autores de El Cid Campeador, El Cerco de Zamora o Los Siete Infantes de Lara. El verso en octava real, aunque no se lo llame más así, sigue siendo popular en Argentina y en todos lados. ¿Por qué? Porque el idioma es así, y el lenguaje, que es su expresión cotidiana, que cambia respecto del idioma, no altera esa su estructura íntima, salvo en los préstamos, muchos de ellos periféricos y circunstanciales. En este sentido, he aquí lo primario, el sello, el troquel fundamental, lo que no varía. Para que la musicalidad del castellano cambiara de la octava real a una quinteta tendría que variar todo el conjunto de la sintaxis. En inglés se escribe en cuartetas y el verso sale bien, pero para lograr eso en castellano sólo en octavas se obtiene el ritmo apropiado. Tenemos, pues, que en toda América y España el pueblo canta en octavas reales. Y en portugués también. Y es esto lo que determina los ritmos y hace que la música, y el baile secundariamente, y después la vestimenta y otra serie de detalles, empiecen a parecerse en la vida cotidiana, que es donde está la historia.

 

La historia no está en las batallas, los conductores, los hechos ni las fechas, que son producto final de un proceso metabólico profundo que ha durado días, a lo mejor siglos, para que se produzca un hecho que es su consecuencia y a su vez causa de otros, que también se metabolizarán “abajo”, quiero decir en la cultura.

 

El trabajo de la cultura es el de hacer la digestión y obtener por un lado excrementos y por otro nutrientes, rechazando algunas cosas y asimilando otras. Asimila las que el cuerpo puede asimilar. El hombre es omnívoro, pues no conozco a nadie que coma solamente alfalfa, o arcilla, que también se puede. Se moriría. Puede comer parte de esos elementos, aún durante toda la vida, pero necesita también otros. En cambio los animales son específicos. El hombre es inespecífico, trata de integrar todo.

 

Del mismo modo, la contracultura es específica y, en esta medida, es inhumana por serlo: tiene un organismo que sólo acepta aquello que le es posible digerir. Es un pollo de criadero, necesita una comida preparada especialmente de acuerdo a su plantilla genética. Lo que tratamos de hacer es descubrir su plantilla genética en todo ésto, puesto que necesariamente alguien -y no precisamente Dios Nuestro Señor- la creó. La configuración biológica de conjunto, la estructura misma de la contracultura, denuncia cómo es su plantilla  genética,  del  mismo modo  que  en  nuestro  caso  denuncia  que  somos  hombres.  Pero  a la  vez denuncia que son ellos los que han abandonado esta naturaleza de hombres por una segunda naturaleza, que determinamos como cáncer debido a que, al mismo tiempo que crece, mata a los seres que la adoptan – ya que estos han nacido, aunque no les guste, como seres humanos- y así también muere.

 

Este es el problema de ellos, irrefragable, pero es también el problema que tenemos nosotros. Porque cualquiera de nosotros también podríamos llegar a ser como ellos. En virtud del libre albedrío es posible, también de esta forma, y si hay en ésto justos y pecadores sólo lo decide Dios después. Que el justo es siempre justo y el pecador siempre pecador no es verdad. No sólo está el tema del perdón y el de lavar el pecado, sino que también existe el tema del justo que se convierte en pecador y el santo que deja de serlo. Mas aún, pensando que son santos -como decía San Francisco- es que los santos pecan como mínimo siete veces por día; imaginemos el resto de los mortales. Y cuando el padre René Laurentín habla en su libro María del Rosario de San Nicolás sobre las apariciones de la Virgen, tiene un capítulo referido a las apariciones falsas y a “algunas que yo creo que sin ser falsas, por algún motivo, el o la vidente falsearon y que han cesado desde ese mismo instante, aunque en su origen hayan sido verdaderas”. ¿Por qué puede ocurrir esto? Porque en un diálogo, uno de los interlocutores puede mal-entender o puede mal-decir el mensaje que ha recibido, o hacer de él un mal uso. Ha ocurrido y ocurre siempre, millones de veces. ¿Qué pasaba con los que iban a hablar con Perón? El General siempre decía lo mismo, pero los que volvían de verlo solían cambiar el mensaje, según sus conveniencias, diciendo que hablaban en su nombre e incluso mostrando las fotos que se habían tomado a su lado. Perón debía pagar siempre esos cheques sin fondos (a la manera de Judas, “para salvar a Perón”) girados al mismo banco.

 

El problema de la ciencia

 

A principios de los años ‘70 yo pensaba que los artífices de la contracultura desplegaban el esfuerzo de la conquista del espacio porque se querían fugar de la Tierra, dejando aquí abajo todo el desbarajuste que habían armado.

Además, no pocos de ellos pensaban que el negocio seguía en el espacio. Pero lo que después entró en crisis fue el sistema tecnológico, y fue la contracultura misma -que hasta ese momento lo sustentaba- la que provocó esa crisis. El caso del Hubble es la mejor demostración, entre muchos otros fracasos, y ahora la revolución de la NASA para el año 2000 es el “Proyecto Tierra”, que, siguiendo la lógica con la que ellos se manejan, debe consistir en matar 3.000 millones de personas para, aventando todo lo que fracasó arriba, hacer con poca gente en la Tierra lo que pensaban hacer en otros planetas.

 

A un nivel estrictamente humano pienso que tampoco funcionará, porque el problema que tienen es que todo esto que han creado ya no funciona. No tenían previsiones y ha comenzado a ocurrir cualquier otra cosa menos lo que pensaban que ocurriría.

 

Lo que hay que ver es cómo es la estructura completa de su sistema y dónde está apoyada, no una parte, no lo que se ve o lo que dicen. Los de la NASA, por más que lo deseen, no son distintos del saxofonista ni de los demás conductores de ese sistema, ni podrían serlo. Es preciso abandonar ese respeto cuasi sagrado por la organización del conocimiento en Occidente. Muchos suponen todavía que un físico que ha estudiado 30 años y desarrolla un proyecto es distinto de Lee Harvey Oswald, pero, aun siendo mejor no podría serlo dentro de este horizonte. No hay ninguna razón objetiva para que así ocurra. ¿Cómo sería eso? Si este hombre fuera distinto, ¿haría otra cosa por fuera de estas maquinaciones inhumanas? No, por dos razones: o bien porque lo echan o bien porque él mismo, obedeciendo a su conciencia, se negaría a participar.

 

La imagen del científico que está en contra de los contratos y de que lo manejen es una mitología absoluta. Están totalmente de acuerdo, no porque sean malvados sino porque eso les enseñan y así los forman. C. S. Lewis, en sus Cartas del Demonio a su sobrino, dice que el premio del Diablo a quienes cumplen con él consiste en devorarlos, absorberlos. Y el sistema funciona así, porque no está el Espíritu, que es el portador de la Persona. El sistema es la absorción, no el Reino que supone ciudadanos libres. El sistema es lo opuesto y así funciona.

 

La nueva ideología del “punto cero”

 

Cuando uno lee las noticias referidas a las discusiones actuales de los científicos, ahora con el tema de la manipulación genética, tal como vienen presentadas pareciera que algunos de ellos están verdaderamente bien inspirados. Ahora bien, a poco de analizar esa información uno cae en la cuenta de que todo es una búsqueda de justificaciones para seguir adelante, no para no seguir. El tema fundamental de la nueva ideología que pretenden imponer -apoyada en lo que ellos llaman “la ciencia”- es la búsqueda del punto cero. El punto cero de todo: de la temperatura, de la velocidad, de la luz, de la sociedad, de la historia, del poder, de la organización, del hombre, y de la biología y la sexualidad también. Por eso surge en estos años la manipulación genética. La recurrencia al punto cero consiste en erigir a la entropía -o sea, a la muerte– en la máxima aspiración del hombre. Porque el punto cero es la entropía absoluta, la equiparación absoluta de todo potencial, o sea la muerte.

 

Lo aparentemente paradójico es que los científicos propulsores de la idea del movimiento hayan llegado a este extremo. ¿Cómo pasó? ¿Cómo llegaron? ¿No hay nadie que mire, reflexione y diga que están locos?

 

La ciencia contra el espíritu

 

Y, sin embargo, es lo lógico. No obstante, esa es la lógica profunda y verdadera de la contracultura. Quiere decir que de principio estaba mal inspirada, porque es cuando las cosas llegan a su final que más se nota cómo fue su origen. ¿Cuál era, en este caso, el vicio de origen? ¿Galileo? ¿Copérnico? No, no era ese. Por eso el Papa no tiene ningún problema con Galileo. El problema era por qué y cómo, no que “se mueva”.

 

          Es claro, y debía serlo también en tiempos de Galileo, que la Tierra se mueve. El verdadero problema aparecía cuando el científico oponía su pretendido pensamiento al espíritu y a las necesidades verdaderas del espíritu del hombre. Partiendo de ese punto el científico rebelde sostenía: “En virtud de ésto yo niego eso”. Era una estupidez, una pretensión estrictamente político-ideológica y nada más. No había en ella ninguna necesidad a satisfacer: Lyndon Larouche lo demuestra con el Cardenal De Cusa, uno de los fundadores verdaderos de la ciencia, y con otros muchos. La aparición de una ciencia en oposición al espíritu fue una infección, algo externo inyectado en la ciencia, que la llenó de virus. Como en el juego de niños, unos jugaban a decir la verdad y otros a decir lo contrario a la verdad. Aparecieron entonces los que les hicieron el juego colocándose en el otro extremo: eran los que negaban toda la ciencia en nombre del espíritu. El resultado era el mismo. Si aquellos terminaban en el humanismo materialista, éstos caían en el humanismo espiritualista. Es lo mismo que hoy ocurre frente al aborto: por un lado los abortistas, por el otro los antiabortistas, que también dan ganas de salir corriendo. Hay un discurso de los años ‘50 del Dr. Ramón Carrillo al recibir a los estudiantes de Medicina, en el que desarrolla minuciosamente todo este tema de la ciencia y los extremismos que se asentaron en su interior e impiden el despliegue del verdadero saber.

 

El hecho auténtico es que la Iglesia jamás estuvo en contra de la ciencia, como una insistente prédica de los dos últimos siglos nos ha hecho creer, sino sólo en contra de aquellos principios científicos que avanzaban en oposición al hombre y a su saber. Si un fabricante de alfileres decide de pronto vociferar por todas partes que los que creen en Dios le impiden fabricar alfileres, y desarrolla toda una explicación para él coherente, es posible que muchos le crean aunque esté loco de remate. Y que algunos de los que creen en Dios decidan, en respuesta, prohibir los alfileres, reforzando así el número y la fuerza de los que piensan que el fabricante de alfileres tiene razón. Se trata de un mecanismo retroalimentado que funciona de este modo. Por algo Lewis, también en Cartas del Demonio a su sobrino, dice que el Diablo da siempre dos opciones, pero que las dos son mentirosas.

 

Un capítulo de la serie de TV Los Simpson abona este mismo concepto: trata de un candidato demócrata a presidente y un candidato republicano al mismo cargo, que desatan entre sus seguidores una batalla campal de muerte y destrucción en los EEUU a los que, al final, Homero Simpson logra sacarles las máscaras y descubre delante de todos que eran dos marcianos, disfrazados de Clinton y Bush, que habían llegado a la tierra para procurar la destrucción de la humanidad y quedarse con el planeta. Al ser descubiertos, los marcianos dicen mirando con odio a los humanos: “¡Igualmente ustedes están listos, porque el sistema es bipartidista!”.

 

También está Pavana, una novela de ciencia ficción del inglés Kit Roberts, en la que el autor desarrolla una ucronía: empieza diciendo que Felipe II invadió Inglaterra porque no hubo tormenta y la Armada Invencible llegó a sus costas. ¿Como cambió la historia entonces? La novela señala que hechos como la fusión del átomo y el motor a explosión han sido descubiertos, pero están archivados en el Vaticano hasta que llegue el momento en que la Iglesia aprecie que los hombres están en condiciones de conocerlos. Mientras tanto circulan camiones a vapor, pues una bula denominada “Petroleum Veto” impide la fabricación de vehículos a nafta. Cuando llega el momento “actual” de la novela, se abren los archivos, porque el hombre ya es otro y puede soportar la verdad y aún manejarla sin ser manejado por ella ni envilecerse. La misión de la Iglesia durante todo ese tiempo ha sido la de preservar al hombre de su autodegradación y finalmente su destrucción a causa de conocimientos para los cuales aún no estaba espiritualmente maduro.

 

Es notable, a través de la obra de C. S. Lewis, de Los Simpson y de esta novela de Roberts, cómo en el “primer mundo” muchos han comenzado a descubrir, y con mucha exactitud, como han ocurrido las cosas. Hasta las relaciones y los conflictos entre los hombres están siendo muy bien descriptos.

 

 

 

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