LA HORA DE LOS PUEBLOS
Juan Domingo Perón
Texto de la edición de
Editorial Norte
Madrid, agosto de 1968.
PROLOGO
Durante casi todo el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX en que el sistema capitalista impuso su ley y se ha ufanado en destacar sus conquistas técnicas y científicas, se ha guardado muy bien de confesar que, aparte del empeño de los técnicos y hombres de ciencia, todo el esfuerzo material ha gravitado sobre las nobles espaldas de los trabajadores y de los pueblos sometidos, a los que jamás les han llegado, en proporción a sus sacrificios, los beneficios de tales conquistas que, en muchos casos, más bien han servido para la destrucción y la muerte.
El despertar de una nueva conciencia social en marcha hace pensar que si en la etapa industrial fue posible la explotación del hombre y de los pueblos sometidos al colonialismo imperialista, en la etapa posindustrial, que ya se anuncia, no será posible seguir con semejantes métodos y sistemas. En este 1968 ya soplan vientos de fronda para los contumaces reaccionarios de otros tiempos: comienza ya “la hora de los pueblos”, caracterizada por la liberación de las naciones del yugo opresor de los imperialismos como por la supresión de la injusticia social. Tal vez algunas personas que puedan leer este libro lleguen a pensar que se trata de un enemigo de Estados Unidos: nada más lejos de la verdad. Yo no ataco, critico, y esa critica no es al país ni al pueblo, ni siquiera a la nacionalidad, sino a los hombres, a quienes la casualidad ha puesto en situación de decidir, que en la política internacional han equivocado el camino de la grandeza, que en otros aspectos han acertado. Hace pocos días, Arnold J. Toynbee, en un artículo del A.B.C. de Madrid intitulado «Estados Unidos en Crisis», decía textualmente: «Los Estados Unidos han tenido durante muchos años una falsa sensación de seguridad, una falsa euforia, que ahora ha quedado destrozada y no creo que Toynbee sea un enemigo de EE. UU.
Para nosotros, los latinoamericanos, nada sería más placentero que unos Estados Unidos evolucionados, fuertes y ricos, encabezando al Nuevo Continente por derecho propio, siempre que ello se realizara sin detrimento de los demás, sin métodos imperialistas de dominio y explotación, sin insidiosos procedimientos y sin la prepotencia del avasallamiento. En tales condiciones, la defensa solidaria, del Continente sería un hecho y hasta se justificaría en cierta medida la Doctrina de Monroe. Pero nadie podrá imaginar semejante conducta en países sojuzgados y menos aún para «atacar a Cuba», «ocupar la Republica Dominicana» o cooperar en el genocidio de Vietnam del Norte.
Esta misma opinión es compartida por numerosos norteamericanos. No hace mucho, un general estadounidense, manifestaba que «Al Capone» murió en la cárcel por aplicar sus métodos en cuatro distritos de Chicago y, a renglón seguido se preguntaba ¿que merecerían los EE. UU. si los aplicara en el mundo? En el senado de la Unión se oyen todos los días juicios y críticas parecidos. Yo sé que no tengo derecho a meterme en los asuntos internos de ese país, pero tampoco ignoro que me asiste el más legítimo derecho de enjuiciarle cuando sus hombres se inmiscuyen en los de nuestros países o cuando sus maniobras provocan los graves perjuicios que señalo.
El senador Fulbrigth ha manifestado en un debate sobre la guerra del Vietnam, que Estados Unidos está siguiendo el mismo camino que los imperialismos griegos y romanos. A lo largo del texto de este libro el lector encontrara varias veces una afirmación semejante, pues los imperialismos tienen un destino al que, por determinismo histórico, no pueden escapar como lo viene confirmando la historia a lo largo de todos los tiempos. No valen ni la riqueza ni la fuerza para sostenerlos: ni Cartago sobrevivió a Escipión El Africano, ni Roma, el imperio más fuerte que ha producido la humanidad, pudo hacerlo ante su propia decadencia: es que a los imperialismos nadie los tumba de afuera, se pudren por dentro.
Si Roma, en la época de la carreta, tardó más de un siglo en derrumbarse y desaparecer, los imperialismos modernos, en los tiempos del cohete, están ante un proceso más peligrosamente rápido. Roma acentúa su caída con el asesinato de Julio Cesar. Marco Aurelio la detiene merced a su sabiduría y su prudencia; durante los años de su gobierno consigue apuntalarlo, reuniendo en Roma a los hombres más importantes de las diversas provincias romanas que, al final de las ceremonias reciben con tal beneplácito sus paternales palabras que regresan a sus lares al grito de «Viva Roma». Su hijo que, si heredó el imperio no heredó su talento, disconforme con la presunta «debilidad» de su padre, opto por los métodos violentos y cuando los naturales de las distintas regiones pretendieron discutir sus arbitrarias decisiones, no titubeo en mandar una Legión para que le trajera la cabeza del culpable.
También al actual imperialismo podríamos escribirle los «Idus de Marzo». Su decadencia puede haber comenzado con el asesinato de Kennedy. Hoy las «Legiones» se llaman «Marines» pero el espectáculo no ha variado. Cuando señalamos un peligro no es porque nos sintamos enemigos. He deseado más que nada ser veraz y sincero en cuanto trato de enjuiciar. No me ha interesado tanto la dialéctica ni la retórica como la verdad y, la verdad, como dicen los árabes, «habla sin artificios». La política suele tener sus características originales; una de ellas es la necesidad de llamar a las cosas por su nombre. Como José Hernández, en su inmortal «Martín Fierro», anhelo decir con propiedad:
Más naides se crea ofendido,
pues a ninguno incomodo:
y si canto de este modo
por encontrarlo oportuno,
NO ES PARA MAL DE NINGUNO
SINO PARA BIEN DE TODOS.
Madrid, agosto de 1968
INTRODUCCIÓN
A mucha gente le llama la atención ese estado permanente de perturbación del orden y a menudo de la paz en los países iberoamericanos. Este hecho aparentemente inexplicable para los que no conocen a nuestros países, aparece como hasta natural para los que sabemos cómo se desarrolla la vida real de esos pueblos explotados por el imperialismo, con la complicidad de las oligarquías nativas que medran con ello, amparadas en sus guardias pretorianas, que no titubean en convertir en fuerzas de ocupación cuando peligra «la colonia» o los intereses creados.
Este estado de cosas tiene su origen en los mismos comienzos del siglo XIX y simultáneamente con nuestra independencia, cuando sobre los despojos del Imperio Español, se comienza a montar su reemplazante: El Imperio Inglés que, con una gran inteligencia, no utiliza la fuerza para dominar, sino los medios económicos convenientemente empleados, gravitando sobre los intereses de la incipiente clase dirigente de esta naciente comunidad. Es así como nacen nuestras «Repúblicas», con una aparente independencia política, pero en realidad de verdad sometidas por otros medios en los que, si no entra la fuerza de la armas, se emplea la habilidad que suele ser infinitamente superior.
Cuando en España desaparece Fernando VII para dar lugar a las Cortes de Cádiz que enfrentan a la dominación napoleónica, en el Virreynato del Río de la Plata desaparece también el poder virreynal, reemplazado por la «Primera Junta». Es desde allí que parten ya dos líneas históricas que han de acompañarnos en toda nuestra existencia: la primera hispánica y nacional, la segunda antinacional y anglosajona. Esas dos líneas, perfectamente definidas a veces y en otras ocasiones desvirtuadas consciente o inconscientemente, se prolongan a través de la anarquía que precede a la organización nacional, influenciada siempre por las condiciones geopolíticas de su conformación virreynal desde 1776, que caracteriza luego un enfrentamiento dentro de la Confederación Argentina, entre Buenos Aires (la absorbente ciudad Puerto) con el interior, celoso defensor de las autonomías de las provincias confederadas. En las luchas por la organización nacional está el germen de lo que habría de ser con el tiempo la verdadera «guerra nacional»: de un lado, el poder absorbente y centralizado de la oligarquía bonaerense, del otro el pueblo representado por las fuerzas «montoneras» de los caudillos provinciales del interior. Tales líneas, con pocas variantes, han subsistido a través de esas luchas políticas y del tiempo como Federales, unitarios, radicales, conservadores, justicialismo, Unión Democrática, «Gorilas», etc. De éstos, los que han pertenecido a la línea nacional, han tenido lógicamente el apoyo popular: en cambio, los que pertenecieron a la línea antinacional tuvieron el favor imperialista y su apoyo.
La personificación de estas líneas en los mandatarios argentinos no hacen sino reflejarlas: los nacionales recibieron invariablemente el espaldarazo popular; los antinacionales, desde los primeros Directores Supremos surgidos por orden del imperio de las decisiones de la Logia Lautaro de Buenos Aires (Posadas y Alvear) recibieron, en cambio, la bendición de los agentes del Rito Celeste, en Alta Mar de manos de un príncipe consorte, como Rojas en 1956 o con la visita y partido de polo con el mencionado príncipe, el año 1966.
La dispersión y pérdida de poder colonial del Imperio Inglés ante el avance del Imperio Yanqui, no se hace sentir mayormente; han cambiado los amos y, con ellos, las formas y el trato de «guante blanco» los primeros, insidioso y violento el segundo, pero las grandes líneas han subsistido tanto en lo profundo como en lo superficial en lo que respecta al elemento nativo. Hoy como ayer y como siempre la puja es entre los libertadores y los colonialistas, los nacionales o los antinacionales, los que resisten la penetración y los que la favorecen.
Trasládese este trasfondo político a la situación del mundo actual, tan profundamente convulsionado por ideologías encontradas y tan permanentemente influenciado por la evolución y se comprenderán muchas de las cosas aparentemente incomprensibles de los graves problemas que agitan a Iberoamérica y especialmente a la Argentina de nuestros días en que se han enfrentado allí, además de las tendencias históricas tradicionales, las actuales ideologías, la evolución, el reaccionarismo contumaz, el sectarismo, etc., todo influenciado por la acción de los imperialismos en permanente disputa por influencia o predominio, como también sucede en los demás países del mundo de nuestros días.
No ha sido nunca, ni es ahora, mi intención incursionar en terrenos ajenos, aunque los problemas no disten mucho de ser los mismos en los demás países hermanos del Continente, azotados por los mismos males: EL IMPERIALISMO Y LAS OLIGARQUÍAS. Trataré de exponer en cambio nuestras ideas justicialistas, que muchos han pretendido por todos los medios deformar insidiosamente, sin percatarse que la falsedad “tiene las piernas cortas» y que, el hombre, podrá decir un millón de mentiras, pero no puede en cambio hacer verdad a una sola de ellas.
En nuestra Argentina actual, como sucede en muchas otras partes, los que intentan resolver la situación a que han llevado al país, carecen de la sensibilidad y de la imaginación necesarias, cuando no de los conocimientos y de la capacidad indispensables. Creen que se trata de un problema intrínsicamente argentino, como muchos de los que produjeron en el pasado y pretenden resolverlo con sus viejas recetas muy acordes con su mentalidad, cuando no con sus intereses. Piensan que se trata de un nuevo pleito político entre las tendencias y los partidos tradicionales y que todo ha de arreglarse con «poner orden», reestructurar las fuerzas políticas, anular la influencia social de las organizaciones sindicales y volver la economía nacional a los cauces indicados por el imperialismo capitalista, volviendo así a las concepciones decimonónicas como si el tiempo hubiera transcurrido en vano. En cambio, la evolución nos lleva, queramos o no, hacia estructuras y formas más acordes con las necesidades del mundo y del hombre de hoy. Para inspirar esos cambios estructurales y esas formas de ejecución existen, por lo menos por ahora, sólo dos tendencias: un socialismo nacional cristiano o un socialismo internacional dogmático. Todos los países se dirigen perceptible o imperceptiblemente a ellos, porque el demoliberalismo no puede ofrecer ya más que esquemas ampliamente superados por el tiempo y la evolución. Por eso existen hoy monarquías con gobiernos socialistas en Europa, estados socialistas nacionales como en el Medio Oriente y África, estados intermedios como Francia, Alemania, Italia, etc., el resto, al Este de la Cortina de Hierro son marxistas, atemperados como Yugoslavia o Albania, dogmáticos como los de la Europa Oriental o liberados como la China Popular, etc.
Pero, aun dentro del curioso esquema anterior, los grupos de naciones pertenecen a otros tres sistemas: los satélites del imperialismo yanqui, los satélites del imperio soviético y los del «Tercer Mundo». Los primeros, apoyados por las oligarquías y el cipayismo nativo y, en muchos casos, por guardias pretorianas al servicio imperialista; los segundos manejados por las fuerzas marxistas reclutadas en los propios países; los terceros, que tratan de integrarse en un «Tercer Mundo» con países libres o que se van liberando y que se colocan tan distante de uno como de otro de los mencionados imperialismos.
De cuanto venimos hablando se infiere que el problema argentino es un poco el problema del mundo, como lo es el de Brasil, Venezuela, Colombia, etc., y que consiste en la LIBERACIÓN EN LO INTERNACIONAL y en las REFORMAS ESTRUCTURALES EN LO INTERNO. Sin esas reformas indispensables no habrá paz interior estable y duradera como impone una convivencia creadora, y sin LIBERACIÓN no habrá ni justicia social, ni independencia económica, ni soberanía nacional, factores indispensables de la grandeza nacional, y no saldremos nunca de nuestra triste condición de «subdesarrollados», en tanto seamos tributarios de la explotación imperialista.
CAPÍTULO I
EL CONCEPTO JUSTICIALISTA
1. — Las Nuevas Estructuras.
Cuando los usurpadores del poder popular en la Argentina hablan de democracia, sólo logran evidenciar su ignorancia o su mala fe, pero cuando su insidiosa suficiencia resulta más irritante es al pretender erigirse en jueces que han de determinar lo que es o no democrático. Si la verdadera democracia no fuera tan difícil de desentrañar en medio de las circunstancias actuales y la maraña de simulaciones y falsedades, llegaríamos pronto a la conclusión de que el mundo moderno es mucho más democrático de lo que nosotros imaginamos.
Afirma el sociólogo don Jesús Suevos que «uno de los más perniciosos equívocos de nuestro tiempo radica en la identificación de los vocablos «democracia» y «liberalismo». Hay, sin duda, una democracia liberal, pero hubo democracias en el pasado y se postulan otras en el presente tan legítimas e importantes como ella. El comunismo soviético, los fascismos, el nacionalsindicalismo español, los nacionalcomunismos que se esbozan tras el telón de acero y los socialismos árabes son propuestas muy diferentes entres sí pero todas coincidentes en el deseo de conseguir una democracia a la medida de los hombres del siglo XX. Si por un momento nos liberamos de los yugos propagandísticos que uncen la cerviz del llamado -mundo libre-, comprobaremos que casi tres cuartas partes de la población mundial buscan su constitución democrática fuera de los cotos cerrados del liberalismo.
«Es que el reaccionarismo liberal, producto del gobierno de la burguesía que dominó al mundo durante más de un siglo, imagina haber alcanzado fórmulas invariables que sirvan a la convivencia humana en todos los lugares y para todos los tiempos. Según ellos, lo que fue bueno para el siglo XIX debe serlo también para el actual y para los venideros. Para ellos no son fórmulas temporales sometidas a las circunstancias, sino principios invariables y permanentes. No desean comprender que el desarrollo demográfico e industrial de los últimos cien años ha cambiado radicalmente la situación y que la presencia del «hombre-masa» ha producido una serie de problemas que presionan de tal modo la forma de vida que ya no es posible el individualismo de otros tiempos, reemplazado ahora por una conciencia y una acción mancomunada. El hombre ya no puede ser considerado como un ente aislado sino como un elemento integrante del conjunto. Esto explica lo que parece sorprender a muchos: la decadencia de los partidos políticos y su reemplazo por otras organizaciones mayores y más naturales tendientes hacía las democracias también más naturales, en las que el hombre opina y vive lo que conoce y no lo que conocen y viven unos cuantos intermediarios.
Por otra parte, la democracia de nuestro tiempo no puede ser estática, desarrollada en grupos cerrados de dominadores por herencia o por fortuna, sino dinámica y en expansión para dar cabida y sentido a las crecientes multitudes que van igualando sus condiciones y posibilidades a las de los grupos privilegiados. Esas masas ascendentes reclaman una democracia directa y expeditiva que las viejas formas ya no pueden ofrecerles.
Todo esto, tan evidente cuando se habla de buena fe, se vuelve incomprensible cuando intervienen la mala intención y el engaño. Para imaginarnos lo que pasa es preciso conjugar simultáneamente la incomprensión propia de la ignorancia, la soberbia del reaccionarismo contumaz y la falsedad de los grupos que sirven intereses inconfesables. Por eso, cuando los «gobiernos» o sus agentes hablan de imponer la democracia, nadie puede creerles, porque todos imaginan sistemáticamente la aviesa intención de engañar, porque la democracia que anhelan los pueblos está muy distante de ser la que pretenden imponer desde los centros demoliberales de las oligarquías manejadas desde el «State Departament» o desde el «Pentágono». Todos luchamos por una democracia, pero esa democracia no ha de ser impuesta ni por la Casa Blanca, ni por el Kremlin, sino por el pueblo y para que ello suceda debe dejárselo actuar libremente y no manejado por los agentes cipayos de uno u otro de los imperialismos dominantes.
La historia del demoliberalismo burgués es simple y casi reciente. Cuando hace veinte años el Justicialismo anunciaba desde la Argentina la «Hora de los Pueblos» y su doctrina, el mundo demoliberal y el soviético, apoyados por el imperialismo capitalista, lanzaban ya su ofensiva contra nosotros con la acusación de «antiliberalismo», «demagogia», «nazifascismo», etc. Sin embargo, ha pasado el tiempo y la evolución paulatina e irremediable ha ido alejándonos cada día más de los supuestos liberales que ya en la segunda mitad del siglo XIX comenzaron su fracaso, que se acentuó decisivamente con el desarrollo económico del siglo XX y se hizo efectivo e irreversible en la situación emergente de la Segunda Guerra Mundial.
En cierta medida es una evolución similar a la producida en la Edad Media, si bien con características distintas como diferentes eran las condiciones de vida y circunstancias. Entre los factores que gravitaron más decisivamente en ella se encuentran las Corporaciones que nacen inicialmente como necesidad orgánica de defensa del pueblo contra las extralimitaciones y abusos del feudalismo; luego se intensifican cuando el Estado Feudal entra en lucha con sus vecinos y se ve obligado a organizar su defensa y, en consecuencia, no tiene más remedio que ceder autoridad a algunos de sus habitantes. Así adquiere poder gremial y político. La aparición de los «condottieri» que alquilaban sus ejércitos mercenarios obligó a recurrir a la «leva en masa» con lo que las Corporaciones se fortalecieron extraordinariamente. Son estas Corporaciones las que impulsan a la Revolución Francesa y son ellas las que promueven la insurrección de la “gleba de la Tierra» que eran los trabajadores de esos tiempos eminentemente agrarios.
Producida la Revolución Francesa, se habían cumplido las dos primeras etapas: la doctrinaria (obra especialmente de los enciclopedistas) y el golpe de estado producido en París. Restaban todavía dos etapas más de las que se realizan irremediablemente en toda revolución trascendente: la dogmática y lainstitucional. Producido el catorce de Brumario, Bonaparte encarna la etapa dogmática y luego, como Emperador de los Franceses, realiza también la institucionalización del sistema.
Napoleón no era revolucionario a la usanza de los enciclopedistas o las Corporaciones. El era monárquico y más que nada bonapartista, en consecuencia, si bien los monárquicos son sus enemigos porque lo consideran revolucionario, el pueblo llano lo ve como a un monárquico que ha sabido aprovechar las circunstancias para hacerse de poder. Así su situación puede volverse naturalmente difícil, lo que lo impulsa a recurrir a la burguesía que en la revolución no ha tenido parte activa y ha quedado casi intacta.
En tales condiciones, Napoleón recurre al arbitrio de ganarse a esa burguesía y lo realiza por el camino más corto: tocar su víscera más sensible, el bolsillo. Pone en venta las posesiones vacantes por exilio o muerte de sus dueños y las vende baratas. En esas condiciones las adquiere la burguesía pero no ignoran ellos que la consolidación de sus posesiones está condicionada a la continuidad del régimen surgido el catorce de brumario y del imperio que le sucederá.
Así surge en Francia el Gobierno de la burguesía que organiza el «estado nuevo» bajo las formas burguesas que llegan hasta nuestros días. En esa organización, las corporaciones fueron despojadas de su poder político que pasó a ser resorte de los partidos políticos, creación auténticamente burguesa, restando para las primeras una función puramente gremial, tal como la sostienen hoy los políticos demoliberales. Nacen así los sindicatos de trabajadores como herederos de las Corporaciones pero despojados de todo poder efectivo, desde que se les deja el derecho de discutir por unos centavos más de salario, en tanto la burguesía por medio de los partidos políticos orquestan las leyes que se encargan de establecer formas de ejecución que impiden todo progreso. Es en esta ficción, cada día más irritante, que se desenvuelve el gobierno de la burguesía en la explotación de las masas urbanas y rurales durante casi todo el siglo XIX.
En el último tercio de ese siglo el gobierno de la burguesía comienza a ser objeto de la lucha antiburguesa y un movimiento generalizado invade al mundo capitalista minando sus cimientos y amenazándolo gravemente con la evolución o la revolución, como siempre ha sucedido en este orden de cosas, pero lo que se puede afirmar es que el gobierno de la burguesía, surgido de la revolución bonapartista, está ya amenazado de muerte. Sin embargo, la tranquilidad pacífica del último tercio del siglo XIX no ofreció condiciones favorables para la ejecución de cuanto se planea en contra del mencionado sistema. Ha sido indispensable el advenimiento del siglo XX, con sus grandes convulsiones, para que esa revolución pudiera hacerse presente y fructificar.
Si bien el «microbio de la rebelión» estaba latente en todos los pueblos explotados en la iniciación del siglo XX, los estados burgueses eran demasiado fuertes aún para ser derribados por esta «infección revolucionaria». Los primeros que lo intentan son los rusos mediante la primera revolución comunista en 1907 que considera suficientemente debilitado al estado zarista con la pérdida de la guerra ruso-japonesa de 1905, lo que en realidad no había ocurrido y el fracaso de esa revolución, con la violenta represión que le sucedió, aseguró a Rusia otros diez años de gobierno burgués.
Sin embargo, el siglo XX se inicia con el signo de las grandes luchas y como tal impulsa el desarrollo frenético de la ciencia y la evolución, por eso la primera mitad de este siglo con sus dos grandes guerras mundiales y las revoluciones del comunismo, del fascismo y del nacionalsocialismo, han iniciado tanto la era atómica como han impulsado hacia «la hora de los pueblos».
En el orden de la evolución interna, cada pueblo tiene sus características originales y por eso cada uno de ellos trata de destruir al demoliberalismo capitalista mediante distintas formas de ejecución. El comunismo ruso, el fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán, como la evolución británica y aun estadounidense, son formas distintas de la revolución pero su fin es uno solo: destruir el demoliberalismo para instaurar en su reemplazo nuevas formas más acordes con las necesidades de las comunidades modernas o más convenientes a los intereses que dominan. Así como la monarquía terminó con el feudalismo, la república está terminando con la monarquía y la democracia popular terminará con la democracia liberal burguesa y sus distintas simulaciones democráticas de que hacen uso las plutocracias actuales.
Tanto los comunistas como los nacionalsocialistas realizan su revolución más o menos violenta y la primera medida es la supresión de los partidos políticos que, en realidad de verdad, constituyen el andamiaje demoliberal. El fascismo va más allá: restituye el poder de las corporaciones y marcha hacia el «estado sindicalista». Los ingleses, que no son ciegos, enfrentan a la evolución conformando su «democracia liberal» por evolución dirigida, porque ellos no son partidarios de la revolución violenta ni profunda. La solución la han buscado mediante la formación de dos grandes partidos, uno de izquierda y otro de derecha, ambos manejados desde la central masónica; en otras palabras, un solo partido dividido en dos alas, pero manteniendo las formas básicas del demoliberalismo, pero sólo para la exportación. Los norteamericanos dignos hijos de la Gran Bretaña, han ido mucho más allá: han organizado dos partidos de derecha que les permite mantener su sistema plutocrático y sostener teóricamente una simulación democrática para engañar a los tontos que tanto abundan en la política o estimular a los sinvergüenzas, que también abundan.
En resumen, tanto en uno como en otro caso, las revoluciones comunistas, fascistas y nacionalsocialista, como las evoluciones británica y norteamericana, toman el mismo camino: la supresión de los partidos políticos. La vieja Europa, con sus miles de años de cultura y tradición, ha seguido esa evolución y cuando habla de democracia quiere decir una cosa absolutamente distinta de lo que hace medio siglo significaba. Solamente nosotros, con un siglo de atraso, seguimos a la zaga de los simuladores de una virtud que no practican y tenemos multitud de parodias de formaciones políticas en las que todavía creemos; nos levantamos todos los días con el demoliberalismo en la boca y sostenemos la democracia capitalista y burguesa como de palpitante actualidad, cuando ha pasado a ser un artículo de museo en todos los países medianamente civilizados. Es la consecuencia del Gobierno en manos de unos cuantos intelectuales o tecnócratas ignorantes o que sirven otros intereses que no son los del país ni del Pueblo, a veces apoyados incomprensiblemente por una fuerza que ha olvidado sus deberes esenciales.
Sin embargo, la evolución nos llevará imperceptiblemente hacia la revolución y no habrá fuerza capaz de detenerla. Por el camino del Justicialismo o por el camino del comunismo (a pesar de su absoluta diferencia) se ha de realizar el fatalismo evolutivo.
Ha terminado en el mundo el reinado de la burguesía. Comienza el gobierno de los pueblos. Con ello el demoliberalismo y su consecuencia el capitalismo han cerrado su ciclo, el futuro es de los pueblos. Queda el problema de establecer cuál es la democracia posible para el hombre de hoy, que concilie la planificación colectiva que exigen los tiempos con la garantía de libertad individual que el hombre debe disfrutar inalienablemente. Los justicialistas hemos dicho nuestra palabra y hemos ofrecido la experiencia de diez años de gobierno que han sido reafirmados con otros diez años de desastres provocados por los cambios y reversiones que introdujeron los usurpadores del poder popular.
Las plutocracias imperialistas, que ya ni se animan a defender el sistema burgués, hacen hincapié en la democracia liberal que fue su creadora, porque comprenden que perimido el sistema, deben por lo menos salvar a su inventor como garantía para que en el futuro pueda inventarle algo semejante que les permita seguir colonizando a las naciones y explotando a sus pueblos con diferentes trucos, en los que no están ausentes ni las «alianzas para el progreso», ni las radicaciones de empresas privadas, ni las concesiones leoninas para la explotación petrolífera, ni la ayuda técnica o el despojo liso y llano mediante el engaño o la violencia si es preciso.
Hace ya tiempo, se reunieron en Punta del Este los representantes de las veintiuna repúblicas americanas para tratar lo referente a la penetración comunista en el Continente y arbitrar las medidas para evitarlo. Los resultados no pudieron ser más magros, pues se limitaron a la -recomendación- de impulsar la justicia social, dar acceso al pueblo a la cultura, asegurar la tierra para el que la trabaje, humanizar el capital, elevar la renta y mejorar el nivel de vida popular, cosas que, entre otras muchas, había ya anunciado hace veinte años el Justicialismo y realizado durante su gobierno con la oposición casi generalizada de los mismos que ahora resultan algo así como los inventores del paraguas.
Hace menos aún, se han difundido por el mundo las encíclicas «Mater et Magistra» y «Populorum Progressio» en las que el Vicario de Cristo, hace llegar a la cristiandad las palabras doctrinarias de la Iglesia. Esas sabias y prudentes encíclicas reafirman conceptos que también hace veinte años venimos sosteniendo los justicialistas argentinos, aunque con la oposición sistemática de algunos sectores del propio clero argentino que ahora han de haber comprendido su error si no desean colocarse frente a la palabra y la obra de tan extraordinarios Pontífices, empeñados en orientar a una humanidad que todavía no ha querido transitar por los verdaderos caminos del Evangelio de Cristo.
2. — El problema estructural en la Argentina
Muchas personas se preguntan: ¿qué pasa en el mundo que el interior de los países se agita violentamente y el exterior se presenta cada día más amenazador? Es que el mundo de nuestros días se encuentra abocado a la solución de dos grandes problemas, de lo que depende en gran medida lo que será el mundo del futuro.
1º) Los cambios estructurales a que nos viene impulsando la evolución acelerada desde hace más de medio siglo, frente a la resistencia suicida de una reacción tan contumaz como irreflexiva.
2º) La decadencia imperialista que ha comenzado ya marcadamente, con síntomas tan elocuentes como los que presenciamos cada día.
La Historia prueba que ni los cambios estructurales en los países ni la caída de los imperialismos se pueden realizar sin pelear. Ello explica en cierta medida el estado actual del mundo, caracterizado por una lucha en el interior de los países y el empeñamiento guerrero que viene amenazando todas las fronteras ligadas de una manera directa o indirecta a los intereses de los imperialismos dominantes.
¿Por qué se lucha en todos los países? La respuesta es simple: la evolución del mundo nos está llevando a cambios en lo político, en lo social, en lo económico, en lo cultural, etc., que, en sus actuales formas, ya no resisten a esa evolución que, invariablemente, llevan a una mejor satisfacción de las necesidades del hombre. Precisamente, uno de los milagros del Justicialismo, que algunos no han podido o no han querido comprender, reside en haber realizado los cambios estructurales incruentamente a través de una reforma racional, Y el desastre, que estos doce años han puesto en tan terrible evidencia, ha sido producido precisamente por una reversión inconsulta del sistema justicialista hacia formas que, ya perimidas por la evolución, han conducido al más rotundo fracaso. Pero, lo que hay que comprender, aun por sobre estas circunstancias, es que la lucha incruenta de la reforma justicialista, ha sido seguida por una cruenta en la reversión que intentaron y que es de esperar que el futuro nos ha de ofrecer también una lucha, tal vez más cruenta aún, para reimplantar las nuevas estructuras.
La decadencia de los imperialismos se evidencia en todos sus actos. Todo es a base de simulación e hipocresía, desde la «democracia» del «Mundo Libre» hasta la solidaridad del comunismo soviético. Nada se hace sino por procedimientos inconfesables, desde el asesinato de un Presidente hasta la ocupación violenta de una pequeña república que no quiere entregar su azúcar. LA ocupación militar de nuestros países a fuerza de golpes de estado que llevan a gobiernos obedientes, el intento de creación de fuerzas internacionales al servicio del imperialismo, la prepotencia como medio de dominación, etc., son otros tantos síntomas de descomposición. La historia de los pueblos, desde fenicios hasta nuestros días, ha sido la lucha contra los imperialismos, pero el destino de esos imperialismos ha sido siempre el mismo: sucumbir. Hoy el imperialismo capitalista en perfecto acuerdo con el imperialismo soviético, lucha por subsistir en un medio que ha comenzado a comprender la verdad y trata de alinearse en un tercer mundo decidido a no entrar en el juego a que quieren llevarlo los actuales imperialismos. Estas tres fuerzas en que se divide el mundo presente, pueden muy bien representar el agrupamiento guerrero del futuro. Todo parece confirmar que el futuro inmediato será de lucha. Lo dramático de esta situación está en que, frente a este mundo de simulación y falsedad, avanza otro con valores reales y decidido a tomar el mando en la historia.
Es dentro de esta situación general donde debemos apreciar la nuestra, porque la vida de relación en el mundo moderno es de tal intensidad que nada puede producirse ya en compartimientos estancos. Nosotros fuimos libres y soberanos durante los diez años de Gobierno Justicialista, pero coligadas las fuerzas internacionales y los cipayos vernáculos, terminaron por despojar al Pueblo de su Gobierno legal y constitucional para implantar en su reemplazo gobiernos títeres que sirvieron al imperialismo con la presión violenta de verdaderas fuerzas de ocupación. Ello ha demostrado que la liberación de un país, frente a la prepotencia imperialista y la traición cipaya, no puede ser insular. De lo que se infiere que la liberación no ha de ser un acto aislado sino una tarea general y coordinada. Es lo que se está produciendo en la actualidad. En ese concepto, los que luchamos por la liberación tenemos dos posibilidades: Una a cortó plazo, por una acción directa, y otra a largo plazo, por la acción coordinada en el orden internacional.
Hace veinte años el Justicialismo había ya fijado estos objetivos y declarado ante el mundo su «Tercera Posición», pero el mundo de entonces era aún incapaz de comprenderlo. Han sido necesarios estos veinte años de atropellos, en los que el imperialismo ha desmontado a casi todos los gobiernos legalmente constituidos para reemplazarlos por sirvientes, para que los patriotas de todos nuestros países comenzaran a comprender y a actuar. Por eso, hoy se lucha por la liberación tanto al Este como al Oeste de la famosa cortina y todos los que se empeñan en la liberación se sienten compañeros de lucha, poco importa la ideología que los distingue, porque el tiempo y los sucesos van superando todas las ideologías: ¿acaso los Estados Unidas y la URSS hicieron cuestión ideológica en 1938 cuando se coligaron para aniquilar a Alemania y a Italia, o cuando se repartieron el dominio y la explotación del mundo al terminar la Segunda Guerra Mundial?
Los que ahora se declaran campeones de la lucha anticomunista no pasan de ser unos simuladores indecentes y, a nosotros los peronistas, es difícil que la oligarquía, los gorilas o los políticos nos hagan entrar con el cuento de esa lucha, porque hace veinte años que los venimos viendo aliados con ellos, desde la «Unión Democrática» de 1945 hasta la «Revolución Gorila» de 1955. El problema que encara el peronismo es otro muy distinto que el de empeñarse en una pelea con los molinos de viento, cuando contempla su Patria ocupada, su Pueblo miserable y hambriento, sus riquezas entregadas a los más oscuros intereses, sus hermanos sin trabajo y su país sumido en una inercia suicida.
Dentro de esta dramática situación del mundo, la de la Argentina presenta un panorama desastroso por el grado de atraso político en que se la pretende hacer vivir. El demoliberalismo burgués con sus caudillismos y sus partidos políticos, no podrá jamás superar al Peronismo. Para nosotros organizar es adoctrinar, porque la doctrina es el único caudillo que resiste a la acción destructora del tiempo, y nosotros trabajamos para el porvenir. Los partidos demoliberales pertenecen ya al siglo XIX y han sido superados por la evolución que con el tiempo, ha de hacerlos desaparecer en nuestros países, como ya han desaparecido en casi todo el mundo civilizado. La fuerza del Peronismo radica en gran parte en que constituye un gran movimiento nacional y no un partido político. Lo moderno, que obedece a las nuevas formas impuestas por la evolución y las necesidades actuales, es una idea transformada en doctrina y flecha ideología, que luego el Pueblo impregna de una mística con que el hombre suele rodear a todo lo que ama. Ese es el único caudillo que puede vencer al tiempo a lo largo de las generaciones.
Por eso el Peronismo ha podido resistir a la violencia gorila, como a la insidiosa «integración» que intentó el gobierno que le sucedió y está resistiendo con éxito a todos los esfuerzos de disociación de la actual campaña que intenta el «Gobierno». Nuestros enemigos, que vienen del sistema demoliberal, traen con ellos, de una época política que ha sido superada por el tiempo, los viejos esquemas de una escuela caduca y por eso se sienten superados por el peronismo que representa una etapa nueva: la de los grandes movimientos nacionales que estamos viendo surgir en todas partes donde existe progreso y evolución.
Lo que en realidad existe en el panorama político argentino es un atraso evidente con referencia a las formas que vienen caracterizando al mundo moderno. Estamos casi un siglo detrás de la evolución y cuando el demoliberalismo va muriendo, nosotros lo estamos presentando como de palpitante actualidad. El Peronismo (exceptuando al Comunismo) es lo único evolucionado en las formas actuales de la política argentina y de allí su éxito. Las demás formas políticas del demoliberalismo decimonónico han sido superadas por la evolución y tienen fatalmente que morir como en todas partes. Sus hombres declaman todavía en el lenguaje del siglo XIX y pretenden atarnos a su atraso imponiéndonos las caducas formas en que ellos, por ignorancia, todavía creen.
La influencia del Peronismo, que ha promovido la politización del país y con ello elevado la cultura política argentina, obligará a nuestros enemigos a concentrar todas sus fuerzas, reeditando la «Unión Democrática». Con ello habremos prestado al país un nuevo servicio, haciendo desaparecer la multitud de pequeños remedos de formaciones políticas que han sido la rémora que ha azotado por muchos años a la ciudadanía argentina. Así también, no habrá más que peronismo, porque unos seremos peronistas y otros antiperonistas, lo que en cierto sentido es parte de un éxito que alcanzamos. Volvemos, después de veinte años al punto de partida: Peronismo versus Unión Democrática, pero esta vez con la experiencia y la realidad de los diez años de felicidad que dimos al Pueblo Argentino, que; luego han sido confirmados con otros diez años de miseria, arbitrariedad, persecuciones y caos, que le han brindado nuestros sucesores.
El problema argentino es eminentemente político porque sin el concurso del Pueblo, ningún Gobierno puede desenvolverse en la Argentina. El desastre económico y la anarquía social son sólo consecuencias. Los que pretenden solucionar este problema con empréstitos o arreglos económicos y sociales, sin ir a las causas fundamentales del mismo, se pasarán la vida «gastando en aspirina» en una tarea inoperante e intrascendente, como resulta toda acción que intente solucionar las consecuencias, dejando subsistentes las causas que las ocasionan. De los cuatro gobiernos que sucedieron en estos diez años al Justicialismo, tres han sucumbido ya por causas políticas y uno está fracasando políticamente y se encuentra expuesto a seguir su misma suerte. Ninguno ha caído por causas económicas ni sociales, a pesar de que han vivido en pleno caos en tales aspectos. De lo que se infiere que lo que hay que arreglar es lo político, buscando soluciones justas y ecuánimes porque nada estable se puede fundar en la simulación ni en la injusticia.
Lo económico tendrá solución a poco que alguien se ocupe con inteligencia y sin intereses espurios que lo presionen. Cuando en 1946 el Justicialismo llegó al Gobierno se encontró con un país descapitalizado, endeudado y con servicios financieros en divisas que le llevaban anualmente casi todo el producto del trabajo del Pueblo Argentino. Era un país «subdesarrollado», adjetivo que se aplica comúnmente a los países descapitalízados por la acción expoliadora del imperialismo y a los que se quiere, presentar poco menos que por incivilizados. Nuestros países, faltos de capital, no pueden impulsar su desarrollo porque en el negocio de los países pasa lo que en todos los demás negocios: el desarrollo se impulsa a base de inversión. Siendo ello así, nuestra solución estaba en capitalizar al país. Un país se capitaliza de una sola manera: trabajando, porque nadie se hace rico pidiendo prestado o siendo objeto de la explotación ajena. Todo consistía entonces en organizarse para trabajar, crear trabajo y poner al Pueblo Argentino a realizarlo, porque el capital no es sino trabajo acumulado. Esto no era difícil en un país donde todo estaba por hacerse.
A poco de andar nos percatamos que las organizaciones internacionales imperialistas tenían organizados todos los medios para descapitalizarnos mediante los famosos servicios financieros que ocasionaban anualmente la deuda externa, los servicios públicos, la comercialización agraria, los transportes marítimos y aéreos, los seguros y reaseguros, etc., y aparte de ello, gravitaban ruinosamente las evasiones visibles e invisibles de capital. De esta manera, de poco valía trabajar si el producto de ese trabajo iba a parar a manos de nuestros explotadores. Era preciso recurrir a dos medidas indispensables para evitar esa descapitalización permanente:
1º) Nacionalizar los servicios en manos extranjeras que imponían servicios financieros en divisas.
2º) Crear una organización de control financiero que impidiera la evasión de capitales.
La compra de los servicios públicos, la repatriación de la deuda externa, la creación del Instituto de la Promoción del Intercambio (I.A.P.I.), la nacionalización de los seguros y reaseguros, la creación de una flota mercante y aérea, etc., etc., permitieron realizar lo primero. Lo segundo ocasionó la reforma bancaria y la promulgación de la Ley Nacional de Cambios. Recién entonces se pudo comenzar a cumplir el más viejo principio fenicio de la capitalización: peso que entra, no debe salir.
Fue mediante la organización de la economía interior lo que nos permitió después pasar de economía de miseria que recibimos en 1946 a una economía de abundancia que dejamos en 1955. Los que sucedieron al Gobierno Justicialista encontraron estas estructuras que, buenas o malas, impedían la descapitalización del país y del Pueblo Argentino, mediante una organización financiera y una estructura económica, los que entraron al Gobierno en 1955, lo hicieron como un elefante en bazar: suprimieron estas estructuras y no se ocuparon en crear las que debían reemplazarlas y provocaron un tremendo desequilibrio, seguido de una crisis estructural cuyos efectos se han hecho sentir catastróficamente en estos últimos diez años.
Pocos datos estadísticos nos mostrarán en números lo anterior: En 1946, cuando nos hicimos cargo del Gobierno, existía una deuda externa de 3.500 millones de la misma moneda, créditos 1.500 millones de la misma moneda, pero bloqueados, con un servicio anual en divisas que se acercaba a los 1.000 millones de dólares para el pago de los beneficios de las empresas extranjeras que explotaban nuestros servicios públicos y otras radicadas en el país, seguros, reaseguros, comercialización agraria, pago de la deuda externa, fletes marítimos, aéreos, etc. Los balances de pago al exterior eran desfavorables.
En 1955, cuando caímos: no teníamos deuda externa, disponíamos de una reserva financiera en oro y divisas del orden de los 1.500 millones de dólares. La balanza de pagos nos era favorable (que era otro medio de capitalizarnos). Habíamos incorporado al patrimonio nacional los servicios públicos y los seguros y reaseguros, etc. Los servicios financieros de divisas para el pago de los beneficios a las empresas extranjeras radicadas en el país, no pasaban del diez por ciento de los que existían en 1946.
En 1968, después de doce años de «Gobiernos Democráticos» el estado actual es el siguiente: el país ha contraído en esos doce años una deuda externa del orden de los 4.000 millones de dólares (sin contar los documentos descontados en empresas norteamericanas con el aval de los bancos oficiales y los servicios financieros que se adeudan a las compañías extranjeras radicadas en el país), se carece de toda reserva financiera real en divisas, los balances de pago vienen siendo invariablemente desfavorables y el Estado Argentino se encuentra prácticamente en cesación de pagos al exterior.
En el orden de la economía interna no procedieron mejor. Encontraron una economía de abundancia, dentro de la cual la economía popular era excelente y la economía privada estaba en franco progreso. El Pueblo tenía un alto poder adquisitivo que se traducía en un gran consumo defendido por el control de precios. Liberaron los precios y congelaron los salarios, provocando una inflación desenfrenada a través de la cual consiguieron arruinar a la economía popular, reduciéndose el consumo a límites inconcebibles. Cuando arruinaron a la economía popular, comenzaron a arruinarse también todos los que viven de esa economía (que somos todos). La economía estatal en estos diez años ha sido ruinosa: de un presupuesto nacional anual de 20.000 millones de pesos ha pasado a uno de 325.000 millones. Han acumulado déficit del orden de los 50.000 millones de pesos anualmente. Sólo en el año 1964 el déficit del presupuesto nacional fue de 120.000 millones de pesos (seis veces el total del presupuesto peronista). Así la deuda interna que en 1955 era de 11.000 millones de pesos, totalmente consolidada en títulos del Estado, ha pasado a convertirse en un pasivo inamortizable de tantos miles de millones que hasta resulta difícil de calcular, la mayor parte flotante. Como para obtener liquidez han debido emitir sin medida. El peso moneda nacional que valía el 17 de septiembre de 1955 a razón de 16,50 pesos por dólar en el mercado negro, ha pasado en la actualidad a 350 pesos por dólar.
Podríamos hablar días enteros sobre este tema pero, para muestra basta un botón. Hoy muchos argentinos se preguntan: ¿qué hay que hacer? La respuesta es muy simple: corregir de alguna manera tamaños desatinos y volver nuevamente a empezar, imponiendo nuevas estructuras financieras y económicas, a fin de evitar que este proceso de descapitalización se siga pronunciando, levantar la economía popular y crear confianza mediante un procedimiento serio y efectivo que vuelva a organizar y defender a la economía argentina.
Para detener la anarquía social que han provocado, se necesita también volver a la confianza perdida, porque si en el orden económico la confianza es indispensable, no lo es menos en el orden social. Gobernar en nuestros países es ante todo crear trabajo, porque todo está por hacerse. En este sentido, la paralización del Segundo Plan Quinquenal en 1955, no pudo ser más desastroso. Un millón y medio de desocupados y la falta de más de un millón de viviendas son sólo dos de sus más inmediatas consecuencias. Las fuerzas del trabajo organizadas son conscientes de cuanto hay que hacer, sólo que no lo harán hasta tanto la situación institucional y política del país no se regularice, porque entienden que mientras subsista este estado de cosas, no trabajan para ellos ni para el país sino para los explotadores foráneos y los especuladores vernáculos, y tienen razón. Para que ello se produzca será antes que nada necesario una pacificación, que no es tarea fácil de alcanzar en tanto medie la permanente provocación de algunos sectores interesados.
Sin embargo, no creo que el problema argentino sea siquiera difícil de solucionar si se encaran las cosas con la grandeza que la cuestión impone.
Pero el tiempo comienza a trabajar en contra porque ningún problema termina donde comienza. Este no es problema de fuerza como algunos piensan, sino de razón y habilidad. ¿Hay en el país quienes puedan solucionar los problemas que en síntesis brevísima hemos mencionado? Si hay, ¿por qué no los arreglan? Y si no hay, ¿por qué no dejan a los que pueden hacerlo? Funcionan más de veinte comisiones de estudio y organismos técnicos compuestos por sociólogos, economistas, industriales, dirigentes obreros, etc. La idea es teóricamente buena pero falla por la base, desde que el problema argentino más fundamental no es ni sociológico, ni económico, ni industrial, ni social, sino político y a todos esos organismos les está faltando la cabeza.
En esta clase de actividades la verdadera obra de arte no está en la concepción sino en la ejecución. Para ello se necesita más que nada experiencia (que es la parte más efectiva de la sabiduría). Sólo la experiencia permite penetrar profundamente los problemas para llegar a la «última síntesis», descartando la multitud de pequeños problemas que suelen ser al fracaso lo que las causas son a las consecuencias. Hay que estar en claro en las grandes cosas y dirigirse directa y decididamente a ellas para resolverlas. De otra manera, a menudo, el árbol no nos dejará ver el bosque.
Hay que tener en cuenta que el estadista tiene que realizar un «gobierno administrativo» y un «gobierno humano» que deben marchar coordinadamente de acuerdo, porque el primero sin el segundo no se puede realizar. El gobierno administrativo es simple y se realiza fácilmente con buenos equipos y una dirección experimentada, pero el gobierno humano es más que nada de conducción. El arte de gobernar, como todas las artes, tiene una teoría y utiliza una técnica, pero ambas cosas sólo conforman la parte inerte del arte; la parte vital requiere un artista. Muchos, con una gran técnica y un conocimiento profundo de la teoría, han pintado y han esculpido, pero nadie sino Leonardo ha sido capaz de crear una «Cena» y ninguno, sino Miguel Ángel, ha logrado una «Piedad».
La tecnocracia sirve en los sectores de su conocimiento, según sea la calidad de los tecnócratas que la forman, pero no hacen gobierno porque carecen del humanismo indispensable para gobernar lo fundamental: el hombre. Por eso, en este sentido, las comisiones de técnicos no llegan nunca a nada. Napoleón decía que conducir es un arte sencillo y todo de ejecución. Hay que persuadirse de una vez por todas que para gobernar se necesitan hombres de gobierno con la sensibilidad y la imaginación indispensables para conducir a los pueblos.
3. — Decadencia imperialista
Venimos sosteniendo que la situación actual de nuestros países no es un problema intrínseco que sólo a ellos les interese: es la situación del mundo. Desgraciadamente este mundo se debate en un clima de simulación e hipocresía impuesto por el ejemplo y la presión de los imperialismos que no pueden disimular de otra manera el estado de decadencia en que están cayendo. Este mundo occidental, que para mayor escarnio de la verdad se le ha llamado mundo libre, es sólo un cúmulo de simulaciones de valores inexistentes donde, la libertad que debía caracterizarlo se ha convertido en un sofisma insoportable.
Nuestros pobres países, azotados por las arbitrariedades de este mundo libre, sufre de las democracias creadas mediante un cuartelazo o asesinato de sus gobernantes, según la regla impuesta por la política imperialista desde el Pentágono, como si fuera posible la existencia de un pueblo o de un hombre libre en una nación esclava. Es que el mundo occidental esta enfermo de decadencia y lo amenaza una caducidad indetenible. Lo arrastra el imperialismo yanqui que está entrando en el período agudo de su caída en el que los síntomas se hacen más violentos e evidentes. Si el imperio Romano, en época de la carreta tardo sólo un siglo en decomponerse y desaparecer, los imperios actuales, en la época del los cohetes, sólo podrán tardar unos años. Sus valores ficticios los están ya carcomiendo y la destrucción imperialista se produce siempre por un proceso interno de descomposición porque, como el pescado, comienzan a podrirse por la cabeza.
Y, mientras en occidente suceden cosas semejantes, un mundo oriental avanza con valores reales sin prisa pero sin pausa. Los hombrecillos que dicen conducir a occidente tiemblan pero no se corrigen. Los maquiavelismos, que hasta ahora han empleado con relativo éxito, comienzan a fallarles y amenazan con llevarlos al abismo. Ni la riqueza, que tampoco salvó a Cartago, ni la fuerza, que de poco sirvió a Roma, serán suficientes para salvarlos: el mundo nuevo ya no va a temer sino a los valores del espíritu que son los únicos permanentes.
El mundo actual, aparentemente dividido en las dos tendencias ideológicas que encabezan ambos imperialismos, está tomando nuevas posiciones, porque hoy se lucha de la misma manera por la liberación tanto al Este como al Oeste de la Cortina de Hierro. Las ideologías han sido superadas y el dilema ha dejado de ser comunismo o capitalismo para pasar a ser liberación o neocolonialismo. Cuando los imperialismos capitalista y comunista se repartieron el mundo, nacía en el mundo el mismo germen de la liberación por la que hoy se lucha en todas partes. La lucha por la liberación es igual en Polonia, Hungría o Bulgaria que en la Argentina, Brasil o Francia, no interesa el signo bajo el cual se la realiza.
Como Mao encabeza el Asia, Nasser el África y De Gaulle a la vieja Europa y la lucha de Castro en Latinoamérica, millones de hombres de todas las latitudes luchan en la actualidad por su liberación y la de sus patrias. Este Tercer Mundo naciente, busca integrarse porque comprende ya que la liberación frente al imperialismo necesita convertirse en una acción de conjunto: éste, como ya hemos dicho, es el destino de los pueblos. Así lo enseña la Historia en el devenir incesante de los imperialismos que, a lo largo de todos los tiempos, azotaron a la humanidad. Hace ya veinte años el Justicialismo anunciaba una tercera posición que aparentemente caía en el vacío, pero han pasado los años que no han sino demostrar que estábamos en la verdad, aunque hayamos tenido que pagar el precio de los precursores.
Todo aparece más claro cuando consideramos que el progreso técnico ha empequeñecido la tierra, sino en el espacio, por lo menos en el tiempo: lo que pasa en el Polo Norte se sabe diez minutos después en el Polo Sur y hoy se almuerza en un hemisferio y se cena en otro sin que a nadie le cause la menor extrañeza. Este empequeñecimiento del planeta ha traído como consecuencia la necesidad de contraerlo todo en relación al tiempo y al espacio. Así la política interna ha sufrido también sus consecuencias, pasando a ser una cosa casi provinciana para ser reemplazada por la política internacional que juega dentro o fuera de los países en la forma más desaprensiva.
Este desarrollo intenso de la política internacional, dentro y fuera de los países, ha impuesto la necesidad de crear los instrumentos para manejarla y así han surgido las «Grandes Internacionales». El capitalismo y el comunismo soviético no son sino dos de ellas, aparentemente contrapuestas pero, en realidad de verdad, perfectamente unidas y coordinadas. Para comprobarlo, basta recordar 1938 cuando se aliaron para aniquilar a un «tercero en discordia» representado entonces por Alemania e Italia. No es menos elocuente lo que sucedió en la Conferencia de Yalta en la que ambos imperialismos se ponen de acuerdo y coordinan sus futuras actividades de dominio y explotación. Pero es que todo tiende a internacionalizarse alrededor de ello, lo que, en último análisis, es un triunfo del internacionalismo comunista. La masonería, el sionismo, las sociedades internacionales de todo tipo, no son sino consecuencia de esa internacionalización del mundo actual. Son las fuerzas ocultas de la revolución como son las fuerzas ocultas del dominio imperialista.
En la primera quincena del mes de septiembre de 1964 parece iniciarse una nueva etapa de la historia que estamos viviendo: El Gran Mao contesta a la URSS que la China Popular no ha de asistir a la reunión convocada en Moscú porque no comparte la idea de que el socialismo sirva para apoyar al imperialismo soviético que ya ha despojado de su territorio a numerosos países, entre ellos a China que sostiene su soberanía sobre la Mongolia Exterior. Tampoco considera que el socialismo, que ha sido creado para liberar a los pueblos y a los hombres, pueda servir para esclavizarlos. En otras palabras, que el socialismo que se consideraba antagónico con el nacionalismo por su posición internacionalista, ha pasado a ser una cosa casi similar y que, dentro de ese concepto, se puede ser nacionalista y socialista a la vez.
Con lo anterior, el «Tercer Mundo» aumenta y tiende a integrarse en un futuro no lejano. Frente a él jugarán la suerte definitiva algún día los imperialismos que van quedando casi aislados frente al odio generalizado de los pueblos aunque aún puedan contar con la acción de algunos gobiernos cipayos que sirven vergonzantemente sus intereses y dentro de ellos, sus fuerzas armadas, que no son sino una continuación de las fuerzas imperiales que, a manera de guardias pretorianas, actúan como verdaderas fuerzas de ocupación frente a la voluntad de lucha de los pueblos que incluso las costean.
La vieja Europa contempla absorta el panorama que ofrece el mundo que antes fue dirigido por ella. Sus miles de años de historia y de tradición contienen sus impulsos de creación porque presiente un desenlace que ella ha presenciado muchas veces. Obligada por el imperialismo Yanqui y por el soviético, liberó sus colonias en el África y en el Asia, pero no puede ver ahora con buenos ojos que ambos imperialismos inicien su neocolonialismo, como el de Vietnam o el Congo, en los mismos territorios de donde ellos debieron salir no hace mucho tiempo en nombre de la «libertad» y de la «democracia» putativa que otros invocan ahora para todo lo contrario. Toda parece coincidir en una presión para que se conforme una tercera fuerza tan distante de uno como de otro imperialismo. Todo parece ir coincidiendo en un odio generalizado contra los imperialismos y, «muchos perros hacen al final la muerte del ciervo».
La situación de la República Argentina encaja perfectamente dentro del cuadro que sintéticamente acabamos de describir: en lo internacional, es un satélite del imperialismo yanqui, desde 1955, sumisamente subordinado y obediente, encabezado por un gobierno cipayo carente de toda representatividad popular o nacional, que ha entregado sus fuentes de riqueza y su soberanía. Sus fuerzas armadas constituyen, como se ha manifestado en el Pentágono, una continuación de las fuerzas armadas yanquis en la tarea de oprimir al Pueblo sirviendo de guardia pretoriana al dominio imperialista, con el inconveniente que ha de pagarla el propio Pueblo que escarnecen.
Frente a todo ello el Pueblo mantiene una lucha perseverante en procura de su liberación y la de la Patria. El Justicialismo representa, también en este sentido, la única garantía y por eso ha debido enfrentar las persecuciones más monstruosas y despiadadas que van desde los fusilamientos sin juicio hasta el genocidio.
Los defensores de los «Derechos del hombre» en este «mundo libre» tan mentado han permanecido mudos ante semejante crímenes, porque han sido cometidos en su nombre y representación. Doce años de lucha incesante, en cambio, nos han depurado y engrandecido porque tenemos la razón, porque defendemos la causa de la Nación y de su Pueblo, contra un enemigo que sólo tiene la fuerza como medios y la infamia como divisa.
Pero las tiranías son transitorias, en cambio los pueblos son permanentes. Nosotros ya hemos triunfado. Nuestros enemigos pueden insultarnos y calumniarnos, pero no tendrán más remedio que hacer lo que nosotros decimos.
Todo el desarrollo de la historia política del mundo ha estado siempre influenciado por un fenómeno generacional, que ha gravitado decisivamente en todos sus acontecimientos. La juventud actual, frente a un mundo en decadencia, se ha refugiado en una explicable rebeldía. Así, mientras unos se colocan un «blusón noire» y salen a peregrinar por los caminos en la suerte de existencialismo empírico, otros se dedican a la “dolce vita» o se hacen «gamberros» que azotan las ciudades con sus desmanes, en tanto los idealistas, que en la juventud abundan, se enrolan en las guerrillas para luchar por la liberación o preparar insurrecciones con el mismo fin.
Muchos no dan importancia al hecho, pero es menester recordar que los pueblos que olvidan a su juventud suelen renunciar a su porvenir. La juventud actual, consciente de su grave responsabilidad ha de tomar a su hora el camino y el partido que corresponde a una realidad existencial porque las simulaciones que se les ofrece no pueden tener atractivo para ellos. Yo tengo una profunda fe en los valores reales de la juventud argentina preparada por el Justicialismo dentro de una verdad que, hace veinte años lanzamos al mundo para enfrentarla con los hombres que creen que lo único sublime de las virtudes está en su enunciado.
Esos muchachos son de los que piensan que, así como no nace el hombre que escape a su destino, no debiera nacer el que no tenga una causa noble por la cual luchar, justificando así su paso por la Tierra.
La nueva generación justicialista, que ha de reemplazarnos y superarnos, está en marcha y capacitándose en nuestras escuelas de formación política. Ellos han de encuadrar y conducir un día las legiones de un Justicialismo triunfante que imponga definitivamente en nuestra Patria las banderas de justicia social, independencia económica y soberanía nacional que, una generación de políticos caducos, malos y mentirosos, se animaron a arriarlas en un fatídico 16 de septiembre. Esa etapa ha de marcar en la Argentina la consolidación de las nuevas estructuras, que coincidirán en el mundo con el ocaso de los imperialismos de nuestro tiempo.
4.- Los deberes de la juventud
Nosotros, los viejos, mal o bien, hemos cumplido con el deber de nuestra hora, les queda a los jóvenes el deber de enfrentar el suyo. Tenemos fe en nuestros muchachos, porque la juventud tiene que ser justicialista, ya que las demás tendencias sólo le ofrecen la caducidad y la decadencia, de las que las juventudes son la antítesis y porque ellos, con una doctrina en marcha y una mística popular en pie, tienen en sus manos los factores indispensables para superarnos.
Nuestra generación sólo ha podido cumplir la etapa doctrinaria de la Revolución Justicialista. A la que nos siga le queda por cumplir las demás con la toma del poder y la etapa dogmática. Finalmente, quizá a la que a ellos suceda, le tocara realizar la institucional. Sólo así, firmemente empeñadas las tres generaciones, la patria tendrá su futuro asegurado. La tremenda lección que los argentinos han recibido en estos doce años de regresión y miserias, han de impulsar a la juventud de nuestros días a poner fin cuanto antes a la terrible amenaza que pesa sobre el porvenir de los argentinos. Si ellos no fueran capaces de corregir los abundantes males, obra de una generación de políticos caducos, de militares mercenarios al servició del imperialismo y de una oligarquía de cipayos y vendepatrias, sus hijos y sus nietos se lo demandarán en las páginas de una historia que ha de escribirse para ejemplo de las futuras generaciones.
Hace veinte años dejamos enterrado en la Plaza de Mayo de la Capital Federal, un mensaje dirigido a la juventud futura del Pueblo Argentino, que solamente la infamia desaprensiva de los gorilas pudo haber violado, destruyéndolo sin darlo conocer a sus destinatarios que un día tendrán derecho a reclamarlo, porque ni siquiera los nefastos fines que animaron a sus destructores, podrán explicar el atropello y menos aún justificarlo con la depredación de estos diez años de escarnio a que han sometido al Pueblo de la Patria.
Como nada noble puede esperarse de los hombres que han intentado la destrucción de la nacionalidad arriando las banderas de la justicia, la independencia y la soberanía, que el Pueblo había enarbolado, para entregarla atada de pies y manos a voracidad del imperialismo, hacemos llegar este mensaje que manos limpias destruyeron en 1955. En él, como en estas palabras, no existe otro designio que el de llegar con la verdad al sector juvenil frente a la amenaza artera que pesa sobre su destino.
La experiencia llega tarde y suele costar cara y de ello tiene un elocuente testimonio el Pueblo argentino. Nosotros hemos cumplido con nuestra misión y en la historia de la Argentina de estos veinte años, que corresponden a nuestra generación, ha quedado escrita una realidad. Cada uno puede comparar. Las consecuencias están a la vista. El estado actual de la República, su descomposición manifiesta, su peligroso estado de decadencia, la triste realidad de su economía, la declinación de su soberanía y el sometimiento a los poderes foráneos son factores tan reales como angustiosos.
He aquí el texto completo del mensaje DEL GENERAL PERÓN A LOS ARGENTINOS DEL AÑO 2.000
Jóvenes argentinos:
La juventud argentina del año 2000 querrá volver sus ojos hacía el pasado y exigir a la Historia una rendición de cuentas encaminada a enjuiciar el uso que los gobernantes de todos los tiempos han hecho del sagrado depósito que en sus manos fueron poniendo las generaciones precedentes y también si sus actos y sus doctrinas fueron suficientes para llevar el bienestar a sus pueblos y para conseguir la paz entre las naciones.
Por desgracia para nosotros, ese balance no nos ha sido nada favorable. Anticipémonos a él para que conste al menos nuestra buena fe y confesemos lealmente que ni los rectores de los pueblos ni las masas regidas, han sabido lograr el camino de la felicidad individual y colectiva. En el transcurso de los siglos, hemos progresado de manera gigantesca en el orden material y científico y si cada día se avanza en la limitación del dolor, es solamente en su aspecto físico, porque en el moral el camino recorrido ha sido pequeño.
El egoísmo ha regido muchas veces los actos de gobierno y no es el amor al prójimo, ni siquiera la comprensión o la tolerancia, lo que mueve las determinaciones humanas.
Esa acusación resulta aplicable tanto a los pueblos como a los individuos. Cierto de que en uno y en otros se dan ejemplos de altruismo, pero como hechos aislados de poca o ninguna influencia en la marcha de la humanidad. Es cierto que en ocasiones parece que se ha dado un gran impulso en favor de los nobles ideales y de las causas justas, pero la realidad nos llama a sí y nos hace ver que todo era una ilusión. Apenas terminada una guerra, ponemos nuestra esperanza en que ha de ser la última, porque las diferencias entre las naciones se han de resolver por las vías del derecho aplicado por los organismos internacionales. Pocos años bastan para demostrarnos con un conflicto bélico de mayores proporciones el tremendo error en que habíamos caído. Hasta el aspecto caballeresco de las batallas se ha perdido y hoy vemos con el corazón empedernido cómo al cabo de veinte siglos de civilización cristiana caen en la lucha niños, mujeres y ancianos.
Apenas un conflicto social ha sido resuelto, vemos asomar otro de más grandes proporciones, no siempre solucionado por las vías de la inteligencia y de la armonía, sino por la coacción estatal o de las propias partes contendientes más fuertes, no el de mejor derecho. Frente a esta lamentable realidad: ¿de qué han servido las doctrinas políticas, las teorías económicas y las lucubraciones sociales? Ni las democracias ni las tiranías, ni los empirismos antiguos ni los conceptos modernos han sido suficientes para aquietar las pasiones o para coordinar los anhelos. La libertad misma queda limitada a una hermosa palabra de muy escaso contenido, pues cada cual la entiende y la aplica en su propio beneficio. El capitalismo se vale de ella no para elevar la condición de los trabajadores procurando su bienestar sino para deprimirles y explotarles. Los poseedores de la riqueza no quieren compartirla con los desposeídos sino aceptarla y monopolizarla. E inversamente los falsos apóstoles del proletariado quieren la libertad más para usarla como un arma en la lucha de clases que para obtener lo que sus reivindicaciones tengan de justas.
No ha empezado a alborar el liberalismo económico cuando para impedir sus abusos tiene el Estado que iniciar una intervención cada día más intensa a fin de evitar el daño entre las partes y el daño a la colectividad. Pero tampoco su intervencionismo constituye remedio eficaz porque o es partidista o trata de anular las libertades individuales y con ellas a la propia persona humana.
El mundo ha fracasado. Mas este fracaso, ¿será tan absoluto que no deje un mínimo resquicio a la esperanza? Posiblemente podamos mantener el optimismo con la ilusión de que el avance de la humanidad hacia su bienestar es tan lento que no lo percibimos, pero de cada evolución queda una partícula aprovechable para el mejor desarrollo de la humanidad. El avance es invisible y está oculto por sus propios vicios a que antes he aludido, pero no por eso deja de existir.
Se haría más perceptible si cada uno de nosotros se despojase de algo propio en beneficio de sus semejantes, si tratase de dirimir las disputas con la razón y no con la violencia. Dentro de mis posibilidades así he procurado hacerlo y en este sentido he orientado mí labor de gobernante. Válgame por lo menos la intención y sea ella la que juzguen y valoren mis críticos del porvenir.
La humanidad debe comprender que hay que formar una juventud inspirada en otros sentimientos, que sea capaz de realizar lo que nosotros no hemos sido capaces. Esa es la verdad, es la amarga verdad que la humanidad ha vivido y es también la verdad más grande que en estos tiempos debemos sustentar sin egoísmos, porque éstos no han conducido más que a desastres.
En nuestra querida Argentina el panorama descrito se ha sentido sin ser cruento, pero en el orden general los hechos prueban que ha sido el acierto la resolución que ha precedido nuestra realidad. La independencia política que heredamos de nuestros mayores hasta nuestros días, no había sido efectivizada por la independencia económica que permitiera decir con verdad que constituíamos una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.
Por eso nosotros hemos luchado sin descanso para imponer la justicia social que suprimiera la miseria en medio de la abundancia; por eso hemos declarado y realizado la independencia económica que nos permitiera reconquistar lo perdido y crear una Argentina para los argentinos, y por eso nosotros vivimos velando porque la soberanía de la Patria sea inviolable e inviolada mientras haya un argentino que pueda oponer su pecho al avance de toda prepotencia extranjera, destinada a menguar el derecho que cada argentino tiene de decidir por si dentro de las fronteras de su tierra.
Contra un mundo que ha fracasado, dejamos una doctrina justa y un programa de acción para ser cumplido por nuestra juventud: esa será su responsabilidad ante la Historia.
Quiera Dios que ese juicio les sea favorable y que al leer este mensaje de un humilde argentino, que amó mucho a su Patria y trato de servirla honradamente, podáis, hermanos del 2000, lanzar vuestra mirada sobre la Gran Argentina que soñamos, por la cual vivimos, luchamos y sufrimos.
JUAN DOMINGO PERÓN
Presidente de la Nación Argentina
Este mensaje, que podría ser escrito hoy mismo sin que desentonara porque cuanto ha acontecido desde 1950 en que fue enterrado en la Plaza de Mayo, hasta ahora en que lo damos a conocer, los hechos han venido a confirmar la intolerancia, a agitar las pasiones y a reafirmar el fracaso de mundo mentiroso y decadente. Desgraciadamente, la Argentina del presente puede ser un ejemplo palpitante de cuanto habíamos tratado de evitar. A los jóvenes de nuestros días les queda, con la responsabilidad de corregirlo, la promesa gloria de lograrlo.
5. — Soluciones
La juventud argentina de nuestro tiempo, después de la dolorosa experiencia de estos doce años que, como una pesadilla han azotado al país, debe recapacitar sobre el cometido que el destino de la Patria les está fijando como un imperativo de su deber ineludible. Asisten a un mundo en decadencia que vive de la ficción y la simulación más descaradas, mientras otro mundo parece levantarse sobre la caducidad evidente un mundo que perece.
Cuando se habla del mundo libre se miente a sabiendas porque, tanto en Occidente como en Oriente la libertad es un mito en los pueblos sometidos al imperialismo yanqui como al imperialismo soviético. No puede haber un hombre libre en una nación esclava. La liberación que nace con una ‘tercera nación», tan distante de uno como de otro de los imperialismos lucha por la verdadera libertad de los pueblos y de los hombres y constituye el imperativo de la juventud del mundo que aspira a disfrutar de un futuro libre de acechanzas de la explotación y la esclavitud, que son los únicos frutos que han podido ofrecer hasta ahora los imperialismos de izquierda o de derecha.
Nuestro movimiento hace veinte años levantó esta bandera que ha sido combatida despiadadamente por los poderes ocultos y visibles de los imperialismos. Pero el tiempo no pasa en vano y hoy, despejadas ya definitivamente las brumas del convencionalismo, se presenta un panorama claro que permite a la juventud del mundo tomar el partido que le asegura un futuro mejor de libertad y dignidad que las generaciones pasadas no han podido disfrutar, presas de la violencia y la arbitrariedad a que han sido sometidas por las fuerzas de las grandes internacionales.
Nosotros, que encendimos la lucha contra esas fuerzas, hemos sufrido de la persecución implacable que la Historia parece reservar a los defensores de la libertad en todos los tiempos. Nada hemos tratado de hacer para nosotros porque hemos luchado y sufrido por alcanzar un porvenir para nuestros muchachos, pero hemos llegado al momento en que la juventud debe tomar esas banderas de futuro para llevarlas al triunfo definitivo. Poco deben esperar de nosotros porque la lucha es ahora su lucha. Ella representa el deber presente de una juventud que no debe claudicar si no quiere vivir de rodillas durante todo el futuro que puedan entrever.
Lo que se está jugando en estos momentos no es la suerte de Argentina o de su Pueblo sino la suerte del mundo y la de todos los pueblos. La lucha que se libra al Este y al Oeste es la famosa cortina nos muestra un panorama distinto al que se ha pretendido hacernos creer.
Liberarse es la palabra de orden en la lucha actual. Nosotros debemos liberarnos de las fuerzas de ocupación que hacen posible la explotación y dominación imperialista. Unirnos al mundo naciente que en cada uno de los países aspira a esa liberación, porque la Historia prueba que los grandes movimientos libertarios sólo pueden realizarse por la unión y la solidaridad de todos los pueblos que aspiran a ella. El devenir histórico de los pueblos ha sido la lucha siempre por liberarse de los imperialismos que sucesivamente han venido dominando a lo largo de todos los tiempos. El caso nuestro no es sino un caso más en la historia.
A la juventud argentina de nuestros días hemos legado los justicialistas las banderas de una epopeya que, iniciada hace veinte años, se aproxima a un final venturoso porque estamos en la verdad y sostenemos la razón que los pueblos tienen de disponer de su destino. Nada ni nadie podrá contra esa razón, por eso nuestros enemigos pueden calumniarnos, pero no les quedará otro camino que hacer lo que nosotros decimos. Ya hemos triunfado. A la juventud le queda la tarea de llevar a los hechos este triunfo mediante la lucha que sea menester empeñar. Ningún sacrificio es demasiado cuando se trata del destino común en el que nuestra responsabilidad está empeñada. Los jóvenes que no sienten esa responsabilidad o que se desentienden egoístas del deber de la hora que les toca vivir, no merecen ni merecerán nunca pertenecer a la generación de los liberadores, que deben tomar el mando en la historia de nuestros días.
En 1950, enterramos en la Plaza de Mayo de Buenos Aires el anterior mensaje para la juventud del año dos mil y que contiene estos mismos conceptos. La prisa con que avanza nuestro tiempo ha superado esa fecha y la juventud argentina está enfrentando ya a su propio destino. Está entre ellos el que ha de ser tocado por la Providencia para encabezar la lucha definitiva, porque el tiempo es implacable con la vida humana y porque la lucha heroica ha sido siempre quehacer de la juventud. Cada uno de nuestros muchachos lleva el «bastón de mariscal» en la mochila y el futuro les pertenece. La victoria no ha de ser fácil aunque les toca combatir contra un mundo vencido de hombres caducos. Quiera Dios que cada uno de nuestros muchachos sepa estar a la altura de la misión que él destino les ha confiado.
De cuanto venimos considerando, fluye como indudable que se está abocado a enfrentar la reforma con sólo dos alternativas: una a corto plazo, incruentamente, si se consigue que las partes, superando la situación creada, se avengan a buscar soluciones racionales; y otra, a largo plazo, si ese acuerdo no se realiza y es necesario esperar a que los hechos se impongan por sí.
Para la solución a corto plazo el Justicialismo ha evidenciado suficientemente su desinterés. Piensa que ante la triste situación que vive el país el problema no debe ser el Justicialismo sino la República Argentina. Por eso, no ponemos condiciones previas. En 1964, cuando preveía cuanto está sucediendo, intenté regresar al país con el designio de prestar un nuevo servicio sacrificando para ello cuanto fuera necesario sacrificar y, si las autoridades argentinas ayudadas por otras fuerzas que no trabajaban precisamente para nuestro país, me lo impidieron, yo no tengo la culpa. De mi conciencia respondo yo, ellos responderán de la suya.
Sin embargo, me parece que en este momento lo que debe interesarnos es la salvación de la Patria que marcha peligrosamente hacia el abismo. Pocos argentinos tienen la sensación real del peligro que los amenaza si no se detiene a tiempo esta marcha hacia el desastre. Para ello es menester que todos nos pongamos de acuerdo para neutralizar, con medidas efectivas, las consecuencias de estos doce años sin Gobierno y los efectos de los desatinos cometidos.
Para ponernos de acuerdo es previo pacificar a la población argentina en latente estado de lucha enconada, producida desde 1965 y provocada por la intemperancia, el revanchismo y el apasionamiento. Si no media esta pacificación previa, sería inútil intentar nada y, para que esta pacificación pueda llegar paulatinamente, será indispensable que quienes tengan el predicamento suficiente en los bandos en pugna, comiencen por desarmar el espíritu de agresión que vive en ellos, para interpretar con justeza y equidad las circunstancias que, aparte de la pasión, gravitan en la situación que promueve los enfrentamientos y las luchas en el mundo en que nos toca vivir.
En consecuencia, el justicialismo está con la solución nacional, que sólo se puede lograr si se llega a los acuerdos necesarios para pacificar el país, terminando con un estado de emergencia que hace imposible la vida en convivencia constructiva. No se trata de poner un gobierno u otro que es lo secundario, sino de resolver el grave problema creado por cuatro gobiernos de irresponsables, que no es lo mismo.
Las soluciones parten pues de un mismo punto: la pacificación, sin la cual no se podrá realizar ninguna de ellas. La pacificación tiene un origen que es a la vez su punto de partida: el desarme de la agresión, seguido de un diálogo realizado con la grandeza indispensable para que sea constructivo y calificado con un desprendimiento suficiente como para que las soluciones puedan buscar el bien común. Nada se podrá intentar por otro camino en forma que la Patria tenga algo que agradecernos.
Si la pasión y falta de grandeza de los hombres que la Providencia ha puesto en situación de decidir impidieran las soluciones anteriores, no quedaría otro remedio que preparar lucha y realizarla. En ese caso habría que esperar días de decisión y remedios heroicos en los que el Pueblo debería jugar el papel protagónico. Para ello solo se necesitará tiempo y preparación porque la ayuda interior y exterior no han sido nunca problema. El Pueblo Argentino se acerca cada días más al estado anímico necesario para las grandes empresas.
Normalmente los pueblos están formados por un diez ciento de idealistas y por un noventa por ciento de materialistas. El idealista reacciona por instinto. El materialista sólo; hace por desesperación. Para levantar a un pueblo han de cumplirse los requisitos indispensables. Los que hasta ahora se levantaron en acciones aisladas han pagado el precio de su valiente actitud negativa con el fusilamiento, la tortura y la cárcel. Los materialistas, aún estando de acuerdo con ellos, no iban en condiciones anímicas para seguirlos y defeccionaron. Es que en los hombres pasa un fenómeno similar al que se manifiesta en el perro y el gato. El perro es un idealista, con poco instinto de conservación y de reacciones instintivas. Si da un puntapié se echará encima del agresor y hay que matarlo para sacárselo. El gato, por el contrario, es un materialista con gran instinto de conservación, si se intenta golpearlo él huirá, si se lo encierra en una habitación y se lo castiga, intentará primero meterse debajo de los muebles o subirse por las paredes pero, cuando se persuada que nada de eso es posible, se pondrá en guardia y entonces resulta peligroso pegarle. Es la reacción desesperada del materialista que vive en él. En los pueblos siempre hay una gran cantidad de gatos y pocos perros, pero cuando la desesperación cunde en los pueblos, hay que esperar reacciones que van mucho más allá de cuanto nosotros mismos podemos imaginar. El pueblo argentino ha comenzado ya a dar muestras de su desesperación.
Pero, si nada de esto fuera posible, como la liberación anda ya suelta por el mundo, habría que esperar a que la acción general en el campo internacional hiciera posible la acción de conjunto y coordinada a que antes hemos aludido. Para preparar esa acción que puede ser en nuestro provecho como en beneficio de todos los pueblos que anhelan liberarse, es preciso que todos los líderes populares nos unamos y nos hagamos la firme resolución de luchar en conjunto con la más absoluta unidad de concepción en procura de la necesaria unidad de acción. Para ello, basta que cada uno prepare en su país las mejores condiciones mediante el adoctrinamiento adecuado de las masas y coordine su acción con los demás. Llegará un día que todos estaremos en marcha sobre los propios objetivos, dentro de otro general, que será un reaseguro para todos.
CAPÍTULO II
LA PENETRACIÓN IMPERIALISTA Y LA TRAGEDIA DEL DOLAR
1. — La Penetración Imperialista
Con el juego de dominio de Estados Unidos, nadie duda ya en estos tiempos que el imperialismo norteamericano, después de contribuir a la destrucción del Imperio Británico, ha tomado el mando del anglosajonismo. Desde la terminación de la Primera Guerra Mundial, ha venido recurriendo a un expansionismo permanente, manifestado más claramente después de la Segunda Guerra, por una ocupación militar como por una penetración económica. Sería largo historiar el desenvolvimiento de estas actividades en el mundo, pero para nuestro objeto, es suficiente con mencionar la situación actual, producto de tales acontecimientos.
En lo concerniente a la ocupación militar, al entrar el año 1968, Estados Unidos tiene esparcidos por el mundo más de un millón de soldados: 350.000 en Europa; 500.000 en Vietnam del Sur; 40.000 en América Central y Sur; 50.000 en Corea del Sur; 40.000 en el Japón. Fuera de esto, Washington ha firmado acuerdos bilaterales con 42 países y mantiene «Consejeros militares» en; ha establecido grandes bases, con sus guarniciones correspondientes en 20 naciones diferentes y sostiene una cifra muy elevada –se calcula en 3.000- de minibases esparcidas por todo el mundo de acuerdo con sus compromisos en la O.T.A.N y en la S.E.A.T.O.
La VI y VII flotas, con sus dotaciones humanas, constituyen sus puntales en el Mediterráneo y el Pacífico respectivamente. Muchas otras fuerzas, encubiertas con los nombres de «boinas verdes», »cascos azules, etc., se encuentran instaladas en Suez, Congo, Chipre, Bolivia, etcétera.
Colateralmente a la ocupación militar, dirigida por el Pentágono, bajo cuya conducción y mando están muchas fuerzas armadas latinoamericanas, verdaderas guardias pretorianas y fuerzas de ocupación, los capitales realizan su expansión económica y financiera, copando las fuentes de riqueza de los diversos países, con la ayuda de «gobernantes» proclives, previamente colocados allí por el propio imperialismo, algunas veces como »dictaduras militares democráticas» aunque tengan necesidad de asumir la suma del poder público. Y de poco han valido hasta ahora los reclamos de los patriotas y los mercaderes por la afinidad de sus naciones y sus intereses: la penetración sigue imperturbablemente su marcha.
Los pretextos para la entrega han sido muchos y muy variados: algunas veces se la cubre con el desarrollo, otras con la ayuda para el progreso, también con la privatización de las empresas estatales, a veces con el aporte de capitales o las inversiones extranjeras, etc. Pero, aunque los pretextos pueden ser muchos, nadie se engaña sobre la verdadera causa y si la abyección no está en el imperialismo que, al fin y al cabo cumple sus objetivos, recae infamantemente, en los que, teniendo la responsabilidad de los destinos nacionales, son capaces de traicionarlos. No digamos tampoco que esto es nuevo: se viene practicando hace ya más de veinte años, en todas partes con los mismos trucos, ante la pasividad culpable y consciente de los responsables y la ruina progresiva de las naciones que llegan a caer en las redes de la conquista y en las trapisondas delictivas de los que la hacen posible.
No es que, como algunos creen y otros sostienen, sea tan difícil escapar a la trampa tendida por la explotación imperialista, hacia la cual nos impulsa la necesidad o la pobreza. Cuando estas cosas suceden es que media invariablemente el deseo de lucro de los personeros de la entrega, comúnmente encubiertos y disimulados tras un título de «economistas». Ellos son los que reciben los beneficios porcentuales, en tanto los países son comprados con promesas tan abultadas como el pretendido valor del dólar que las paga comparado con el de las caquécticas monedas vernáculas. Cuando esto se produce, nada escapa ya a la trituradora de la explotación, porque los intereses creados comienzan también a hacer lo suyo a través de los intereses personales, las presiones foráneas, las conveniencias políticas o las necesidades sociales, de las que pocos se ocupan con sinceridad.
El gobernante que anhele oponerse a la infamia no necesita ser muy ducho, ni siquiera entendido, es suficiente con que sea honesto y con sentido común. Cuando el hombre de gobierno «entra en la combinación» no es que sea un ingenuo, sino más bien un sinvergüenza porque si las consecuencias son para el país, en cambio el mal nombre recae sobre la conciencia y el honor del que tiene que afrontar la responsabilidad.
Frente a estas formas de timo, en 1946, el Gobierno Justicialista entró con «pie de plomo», porque en el Consejo Nacional de Posguerra se habían estudiado profundamente y preparado las contramedidas apropiadas para neutralizarlas. Comenzamos por prescindir de los empréstitos, nacionalizamos todos los servicios públicos que estaban en manos de compañías extranjeras, los seguros y reaseguros, los depósitos bancarios, etc. La ley de Radicación de Capitales y Empresas foráneas con limitación de los servicios financieros y muchas otras medidas oportunas. Muchos de los sospechosos «economistas», amantes de la «plata dulce», pusieron el grito en el cielo porque reglamentamos el remanido cuento de los «aportes de capitales, para esperarlo todo del Pueblo y del trabajo de los argentinos. ¿Cómo explicarán ellos ahora que, precisamente, cuando se tomaron esas medidas, por primera vez en los ciento cincuenta años de nuestra existencia como Nación, la República pudiera poner a punto su economía? Porque en 1955, cuando cayó nuestro gobierno, por primera vez en nuestra historia, no teníamos deuda externa, poseíamos una reserva financiera de mil quinientos millones de dólares en oro y divisas, cerrábamos invariablemente nuestra balanza de pagos al exterior con superávit, teníamos una moneda fuerte (a razón de 16 pesos por dólar en el mercado negro), gozábamos de abundante crédito en el exterior y disfrutábamos de un alto nivel de vida, una economía de abundancia, plena ocupación, una industria en franco desarrollo y una producción en aumento para satisfacer la demanda permanentemente impulsada por el mayor consumo.
Tampoco creo que pudieran responder, cómo ha sido posible que en los diez años subsiguientes se pudiera pasar del mejor estado económico-financiero conocido en el país, al peor que haya conocido la historia económica de la República. Nosotros sí podemos responder: hicieron todo lo contrario que nosotros por simple oposición desaprensiva o por otras razones más pecaminosas y las consecuencias no se hicieron esperar: descapitalizaron al país y luego lo endeudaron. Sólo la dictadura de Aramburu, en dos años, se «tragó» la reserva financiera y contrajo una deuda externa de dos mil millones de dólares, que el gobierno siguiente la elevó al doble. Desquiciaron todos los servicios, paralizaron el trabajo y desmontaron la industria que estaba en marcha provocando la desocupación, arruinaron la economía popular, desanimaron al comercio, envilecieron la moneda y luego comenzó la entrega de las fuentes de riqueza al imperialismo. Ahora, que ya no va quedando nada por entregar, parece que se han dispuesto a poner bandera de remate al país.
Seguir comentando este aspecto de la errónea o crapulosa política económica, sería redundar en los que son ya lugares comunes de la entrega, tan conocida en los anales de casi cien años de colonialismo expoliatorio. No somos, como algunos nos califican, países subdesarrollados, somos países esquilmados desde fuera y destrozados desde los centros vernáculos de oligarquía, que sólo se interesan de ganar, sin importarles mucho ni poco hacerlo a expensas de una Patria que, aunque esté en todas las bocas, no está sino en contados corazones.
Fuera de la mala intención que repugna al espíritu, es preciso también conocer los trucos de que se valen las fuerzas del colonialismo imperialista para medrar intencionadamente con la desgracia ajena, como asimismo estudiar minuciosamente los capciosos y a menudo insidiosos sistemas que la explotación pone en ejecución con esos fines.
Cuando en 1946 me hice cargo del gobierno, la primera visita que recibí fue la del Presidente del Fondo Monetario Internacional que venía a invitarnos a que nos adhiriésemos al mismo. Prudentemente le respondí que necesitaba pensarlo y, de inmediato, destaqué dos jóvenes técnicos de confianza del equipo del Gobierno, para investigar a este «monstruo tan peligroso», nacido según tengo memoria en los sospechosos acuerdos de Bretton Woods. El resultado de ese informe fue claro y preciso: en síntesis se trataba de un nuevo engendro putativo del imperialismo. Yo, que tengo la ventaja de no ser economista, puedo explicarlo de manera que se entienda.
La política de las «áreas monetarias», después del abandono del patrón oro, ha sido fructífera en acontecimientos donde siempre el negocio ha estado de por medio. Mediante diversas maneras de deformar la realidad, se ha conformado ya una larga historia a través del «área esterlina» como del «área dólar» y, aunque el pretexto fuera dar respaldo indirecto a las monedas de los países pobres de reservas de oro, en realidad de verdad, todo ha sido una nueva forma de especular con la buena fe de los demás.
Hasta después de la Primera Guerra Mundial existió el «área esterlina» que cobijó a numerosas monedas merced al oro de Inglaterra, que la guerra fue llevando paulatinamente hacia Fort Nox, hasta el extremo que Gran Bretaña se vio en un grave problema para sostener su área monetaria. Lo intentó hacer fundando el Banco Central de Inglaterra y declarando a renglón seguido que, si antes el área esterlina estaba garantizada por el oro de Inglaterra, ahora lo estaba por el Imperio Ingles. Pero resulta que Estados Unidos en el ínterin había acumulado casi el 80 % del oro del mundo y dicta su famosa Ley Fiduciaria que establecía que quien presente un Dólar en el Banco de la Reserva Federal, recibiría su equivalente en oro.
Esta promesa que, aunque jamás se cumplió, tuvo la atracción natural suficiente como para forzar el nacimiento del área dólar. Es así como, desde ese momento, el dólar pasa a ser la moneda de cambio en el mundo occidental, en tanto la esterlina deja de serlo.
Desde entonces, así como antes todas las semanas, desde la Torre de Londres los ingleses anunciaban el valor oficial del oro, frente al Pueblo y de viva voz, Wall Street se encargó de reemplazarlos en silencio y desde sus oficinas de la Quinta Avenida, fijando el valor de la Onza Troy por el dólar Americano sobrevalorado, con un precio político que, no obedeciendo a la ley de la oferta y la demanda en el mercado áureo internacional, les permitiera cobrar un «royalty» en todas las operaciones en que interviniera esta moneda de cambio.
Poco después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, la pérdida de gran parte de la reserva oro de los Estados Unidos amenazaba gravemente a la existencia del «área dólar», gravedad que sigue aumentando con los gastos de posguerra, con que USA se coloca en situación parecida a la de Inglaterra después de la guerra anterior, si alguna nación conseguía la formación de esa reserva. En consecuencia, era preciso crear el instrumento necesario para consolidar el «área dólar». El Fondo Monetario Internacional fue la solución. En él participarían la mayoría de los países occidentales, comprometidos mediante una larga contribución al Fondo, desde donde se manejarían todas sus monedas, se fijaría no sólo la política monetaria, sino también los factores que directa o indirectamente estuvieran ligados a la economía de los asociados. La realidad después se encargó de ir mucho más allá, como podemos ver ahora, cuando llega la hora de los lamentos.
He ahí algunas de las razones (aparte de muchas otras) por las cuales el Gobierno Justicialista de la República Argentina no se adhirió al Fondo Monetario Internacional. Para nosotros, el valor de nuestra moneda lo fijábamos en el país, como también nosotros establecíamos los cambios de acuerdo con nuestras necesidades y conveniencias. Para el intercambio internacional recurrimos al trueque y así nuestra moneda real fueron nuestras mercaderías. Ante el falseo permanente de la realidad monetaria internacional y las maniobras de todo tipo a que se prestaba el insidioso sistema creado, no había más recurso hacerlo así o dejarse robar impunemente.
Ha pasado el tiempo y en casi todos los países adheridos al famoso Fondo Internacional se sufren consecuencias y se comienzan a escuchar lamentaciones. Este fondo, creado según decían para estabilizar y consolidar las monedas del Mundo Libre, no ha hecho sino envilecerlas en la mayor medida. Mientras tanto, los Estados Unidos se encargaban, a través de sus riquezas y capitales, de apropiarse de las fuentes de riqueza en todos los países donde los tontos o los cipayos le daban lugar, merced a su dólar ficticiamente valorizado con referencia a las envilecidas monedas de los demás.
2. — El desafío Americano
Durante largo tiempo todo esto ha venido sucediendo con la mayor desaprensión de algunos, frente a la ignorancia de otros y ante los intereses de los demás, porque nadie puede suponer que, cuando existen vendepatrias, han de hacerlo por amor al arte o para favorecer a su país vilmente vendido o entregado. En este asunto, nadie puede alegar ignorancia, porque hace más de treinta años se viene realizando un esclarecimiento total sobre semejantes maniobras, ya conocidas por todos y sufridas por la mayor parte de los pueblos de la tierra. Como es lógico, tenía que llegar el día en que la reacción se produjera y esta saludable reacción tomó fuerza decisiva en Francia, donde el general De Gaulle terminó con el juego de «tirarse la suerte entre gitanos». En Francia también se oyeron luego voces de esclarecimiento como la del director de «L’Express» Jean Jacques Servan-Schreiber, en su ya famoso libro «El Desafío Americano». En él se ponen las cosas a punto, no sólo para Francia sino también para toda Europa y que servirán para todos los países del globo azotados por los mismos males de la penetración imperialista.
«El Desafío Americano” anuncia el objetivo imperialista de los Estados Unidos: crear la tercera potencia industrial del mundo – después de USA y la URSS -que será dentro de quince años- la industria americana en Europa. La importancia de esta penetración no está sólo en su volumen que, en activo fijo, es de 14.000.000.000 de dólares en este momento, sino en el tipo de industrias que ha implantado en el Continente. Pero lo más sorprendente está en la financiación de estas aparentes inversiones yanquis. En efecto: el 55 % están financiadas con créditos obtenidos en los propios países europeos; el 35% por subvenciones acordadas por las autoridades de estos mismos países (se ve que aquí también se cuecen habas) y sólo el resto (10 %) procede de los Estados Unidos.
En cierto modo —dice Servan-Schreiber— les pagamos para que nos compren».
El anacronismo mayor sucede aquí, como en nuestros países latinoamericanos, en el hecho de que la desunión provocada por el propio imperialismo, resulta el peor enemigo. Como aquí todavía existe él mito de la inversión de capitales y radicación de industrias yanquis —indudablemente más adelantadas en el aspecto tecnológico— es inútil que un país aisladamente intente hacerles frente, porque como para USA es indiferente el lugar, si un gobierno les crea dificultades, negocia con otro y aun se permite jugar al uno contra el otro para alcanzar mejores condiciones. La General Motors quiso instalarse en Estrasburgo y como el general De Gaulle le puso problemas, se fueron a Alemania. La Ford había pensado en Thionville y como el gobierno no estaba de acuerdo, se fue a Bélgica. La Philips Petroleoum, que prefería Burdeos, se estableció en el Benelux; lo que es realmente incomprensible es que aún dentro de la Comunidad Económica Europea sucede lo mismo, pero los socialistas ingleses no han salido mejor que los neocapitalistas del Mercado Común, porque en pleno gobierno de Wilson, la Chrysler ha terminado por controlar Rootes, como en España se está quedando con la Barreiros la mejor fábrica de automóviles de este país.
Para comprender mejor las inversiones americanas fuera de su país, nada mejor que poner las cifras a la vista en 1965, las inversiones yanquis en Alemania ascendían a 2.000.000.000 de dólares. En ese momento el conjunto del capital de las sociedades cotizadas en bolsa en ese país era del orden de los 3.500.000.000 de dólares. Pero el factor de mayor interés es el hecho que las inversiones norteamericanas se hacen en la industria de vanguardia, ahogando así toda posibilidad que en ese campo pueda tener la industria nacional y creando un obstáculo mayor entre la técnica punta yanqui y la europea. Hubo un momento en que el Mercado Común, influenciado por la política de De Gaulle, intento cortar el avance al capital imperialista, pero la comprobación de los desplazamientos hacia Inglaterra, España y Escandinavia lo hizo desistir.
El fenómeno de la implantación americana en Europa no radica sólo en su capacidad financiera, sino de modo muy decisivo en una inteligencia y decisión superiores en el empleo de sus competencias. Así, mientras que las industrias alemana, francesa e italiana están tanteando indecisas en el espacio abierto por el Tratado de Roma, como dudando de exponerse a cara descubierta, las empresas yanquis, después de informarse exhaustivamente sobre las particularidades de la situación, maniobran y se lanzan con la mayor velocidad.
Otras de las extraordinarias enseñanzas que se desprenden del estudio realizado por Servan-Schreiber como del informe de la Organización Hudson, es la importancia total de la educación en el desarrollo de la sociedad moderna. Según ellos, este es el factor que ha elevado a los Estados Unidos por encima de sus concurrentes. Las cifras que se citan al efecto son bien elocuentes: sobre la base de la población comprendida entre los veinte y los veinticuatro años, seguían en 1966 estudios universitarios o técnicos superiores el 43% de los norteamericanos; el 24% de los rusos; el 23% de los canadienses; el 11% de los suecos; el 10% de los Belgas; el 8% de los alemanes, y según las estadísticas de 1966, en los países componentes del Mercado Común Europeo existían 101.000 diplomados superiores; los Estados Unidos, con una población similar, contaban con 450.000.
El formidable empeño por la enseñanza en general y la democratización de la enseñanza en particular, unido al esfuerzo en el sector de la importación de materia gris, ha puesto a los Estados Unidos en primera fila de la investigación; mientras en Francia el 56% de la población activa son obreros y sus hijos sólo llegan en un 12.6 a los estudios superiores, en Bélgica en 11.5%, en Holanda el 10% y en Alemania el 1.5%, los hijos de los obreros en los Estados Unidos lo hacen en una cifra cinco veces superior. En lo que se refiere a cerebros disponibles como a los millones de dólares invertidos, mientras USA subvenciona la investigación con un 4.6% de la renta bruta nacional, Europa se conforma con la mitad (2.5%). Estas diferencias en la investigación en un tiempo en que el trabajo de laboratorio salta casi simultáneamente al mercado, es fundamental. Basta sólo con imaginar que la fotografía tardó ciento doce años en comercializarse; el teléfono cincuenta y seis; la radio treinta y cinco; el radar quince; la televisión doce; la bomba atómica estuvo en condiciones de empleo en seis años; el transistor se comercializo a los cinco y los circuitos integrados que están revolucionando al mundo han tardado sólo tres años en aparecer en el mercado.
Es natural que este libro ha dado una voz de alarma en toda Europa y ha levantado una serie de comentarios, polémicas y discusiones, dentro de las cuales es interesante conocer lo que opinan los jefes de los sectores ideológicos franceses. Mitterrand por la izquierda y Giscard D´Estaing por la derecha. El diálogo fue apasionante y sus conclusiones marcan claramente la tendencia de estos dos hombres y sus grandes movimientos nacionales: para Giscard D´Estaing hay que dar a las empresas europeas una dimensión a escala americana para lo que será necesaria la autoridad de una Europa confederada. Mitterrand aprovecha la oportunidad para lanzarse sobre su caballito de batalla: la democratización de la enseñanza. Sólo una política tecnológica y una educación democrática permanente y a escala europea, comprendiendo a Inglaterra, puede permitirnos la respuesta al desafío americano, dice Mitterrand.
He aquí cómo se discuten en Europa los grandes problemas continentales y que puede ser una enseñanza para los latinoamericanos que, si bien no cuentan con el progreso ni la cultura europea, tienen en cambio para el futuro los mismos problemas y las mismas amenazas. Si se reflexiona un poco y se rememora en algo a nuestro Gobierno Justicialista a la luz de cuanto venimos mostrando, se podrá comprobar fácilmente la razón que teníamos en muchas de las cosas que hicimos. El Tratado de Complementación Económica Latinoamericana firmado en Chile, con la finalidad de una complementación de integración geopolítica de nuestro Continente, no difería en sus objetivos con lo que hoy se persigue en la Europa Continental. La enseñanza técnica de las Escuelas de Aprendizaje y Orientación Profesional, con los cursos de aplicación y la Universidad Obrera, creados ya en 1945, como el acceso libre y la enseñanza gratuita para todos los argentinos en las Universidades Nacionales, es la democratización de la enseñanza que recién hoy hace pensar a los europeos como en una necesidad impostergable porque tampoco aquí se ha realizado lo que nosotros hace más de veinticinco años pusimos en marcha en la República Argentina, aunque luego la depredación gorila haya hecho sentir también allí su furia de destrucción.
Pero, si en esto hemos resultado precursores, mucho más lo hemos sido en resistir la penetración imperialista, a tal punto que barrimos con ella en los nueve años que estuvimos en el Gobierno, merced a lo cual nos fue posible, por primera vez en la historia argentina, después de ciento cincuenta años de coloniaje, poner al día nuestra economía, y lanzar al país a la industrialización, después de haber alcanzado la justicia Social, la independencia económica y la soberanía nacional. Al contemplar hoy lo que ha ocurrido desde 1955 y lo que está ocurriendo en la actualidad, me dan ganas de llorar.
3. — La tragedia del Dólar
Hasta aquí he tratado de exponer el problema y sintetizar la situación reinante en el mundo de nuestros días en su lucha contra lo imperialismos dominantes porque, al mismo tiempo que Europa, aliada de USA contra el peligro de la infiltración ideológica marxista, no olvida de defenderse del expansionismo y la penetración económica del imperialismo yanqui. Veamos ahora a continuación la forma en que reacciona Europa contra este último peligro y las consecuencias que esa reacción ha tenido dentro del mismo imperialismo. Desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial, todos los países europeos dejaron hacer a los Estados Unidos que, con el pretexto de la reconstrucción, cumplían sus objetivos expansionistas. Pero
realizada esa reconstrucción, el Viejo Continente no olvido tomar las medidas necesarias para neutralizar los avances americanos: La Comunidad Económica Europea, su Mercado Común, el Pacto del Carbón y el Euratón, fueron las más importantes y definidas. Con ello se echaron las bases para una Europa unida por lo menos en lo esencial, que pusiera en marcha el objetivo de unos posibles Estados Unidos de Europa.
Con ello se habría creado una unidad que, en el futuro, podría enfrentar cualquier intento de dominación. Los demás países de Europa Continental, que se unieron a Inglaterra en la fenecida Asociación Europea de Libre Comercio no eran, por lo menos por ahora, esenciales para esa unidad y todo dependería en el porvenir del éxito que la Comunidad Económica Europea tuviera en el andar del tiempo.
La Francia de De Gaulle de acuerdo con Alemania se lanzó abiertamente a la lucha y los demás países de la Comunidad los siguieron. Las primeras acciones fueron solamente económicas hasta que De Gaulle, que ha tomado en serio la solución de este problema, desalojó a los norteamericanos de la OTAN del territorio francés: primer acto de verdadera hostilidad europea a la penetración imperialista. Desde entonces la lucha entre Estados Unidos y la Comunidad Europea no ha cesado. Es así que, encarado el problema en unos países más que en otros, toda Europa Continental viene reaccionando con ruido o sin él contra la penetración expansionista.
Las consecuencias inmediatas de esta lucha, no por pacífica menos efectiva, se las puede observar en este momento que hacen exclamar en Italia que «Johnson ha declarado guerra a Europa». La razón de tal afirmación reside en las medidas tomadas por el Presidente de los Estados Unidos que representan verdaderas represalias contra la actitud europea que venimos comentando. Tales medidas en plena ejecución son de los siguientes órdenes:
1. — Cierre del período expansionista del dólar en el mundo. Prohibición de nuevas inversiones en el extranjero. Cierre del turismo americano al exterior. Cortes en la «ayuda americana». Cierre total a la fuga de capitales. Nivelación de las balanzas de pago por recargo arancelario a las importaciones de los Estados Unidos y premio similar a las exportaciones americanas.
2.- Retiro de las fuerzas de ocupación.
3- Economía en los gastos de guerra. En resumen: defender al dólar, que ha amenazado con desintegrarse.
«No es un cambio básico de la política económica», asegura Washington, lo que hay que tomar como otras tantas declaraciones oficiales destinadas a «salvar la cara» y «cubrir apariencias». Ha habido un cambio. Se ha puesto fin, temporal o definitivamente, a un período expansionista del dólar en el mundo. Fue tanto lo que quiso abarcar, que fue mucho más allá de sus propias fuerzas, ahora se repliega para reponerse, antes que sea demasiado tarde. El empleo de capitales en el exterior había llevado la balanza de pagos americana a un déficit crónico que este año de 1967 alcanza a los 4.000.000.000 de dólares, algo que a la larga, el país no podía permitirse.
Pero tal déficit no le viene a los Estados Unidos de su comercio. La balanza de pagos comercial del país es positiva porque exporta mucho más de lo que importa, lo que provoca el desequilibrio son las inversiones de las firmas norteamericanas en el extranjero y los gastos militares. Johnson trata ahora de frenar las inversiones, de cortar parte de los gastos de guerra y fomentar las exportaciones. La cosa tiene también sus peligros porque los europeos no están decididos a soportar mayores cargas en un comercio deficitario con los Estados Unidos y, si lo que pretende Johnson es hacer que sus aliados le ayuden indirectamente a financiar la guerra del Vietnam es muy probable que se lleven un desengaño.
Sin embargo, el objetivo ulterior: la defensa del dólar; es correcto y todo el mundo está de acuerdo en que hay que impedir que esta moneda se desintegre. La incógnita que plantean las medidas mencionadas no es su necesidad, en esto hay acuerdo, sino es su eficacia: está por verse si el remedio no resulta peor que la enfermedad, desencadenando el pánico y acentuando la carrera hacia el oro. «Es muy dudoso que las diferencias anunciadas por Washington sean eficaces». Ha dicho ya el famoso economista francés Jacques Rueff.
Es que las compañías americanas se habían desmandado comprando compañías extranjeras apoyadas en un cambio demasiado favorable del dólar. El último golpe, por ejemplo, que ahora quién sabe si se realizará, lo planeaba la Gillette con la adquisición de la Braun alemana por 800.000.000 de marcos, cantidad considerable en aquel país, pero que al cambio oficial se queda en una cantidad de 200.000.000 millones de dólares, nada de extraordinario, para Wall Street, pero a larga, tales facilidades se habían vuelto contra la propia economía americana con la fuerza de un boomerang. Los europeos perdían la propiedad de una industria pero piden, por lo menos, oro en cambio, lo que estaba dejando a los Estados Unidos sin reservas.
De cualquier manera, este párate al expansionismo no puede ser sino favorable a los países del mundo ocupados militarmente o penetrados económicamente a pesar de que las restricciones de USA tienen el carácter de una acción de castigo contra unos aliados reacios a comprometerse en el Vietnam, todo depende ahora de la manera que esos aliados sean capaces de reaccionar. Para nosotros, los latinoamericanos es una amenaza mayor porque desentendido el imperialismo de otras partes, puede dedicarse más a nuestros países.
Sin embargo, lo que se ha producido en otras partes, puede ser para nosotros de una gran enseñanza, pero es preciso que nuestros pueblos sean capaces de comprender el problema y asimilar esa enseñanza. Es claro que, tratándose de gastos militares, los americanos del norte no tienen problemas en nuestros países, desde que las fuerzas de ocupación se constituyen por nuestras propias fuerzas armadas, que no gravitan sobre las partidas de su presupuesto sino sobre las nobles espaldas del pobre pueblo argentino, como tampoco deben temer déficit en su balanza de pagos en el intercambio, porque el «Gobierno» se cuida bien de acumular déficit, para resultar simpático a la metrópolis. Cuánto más nos valiera un estatuto como el de Puerto Rico, para neutralizar desequilibrios en la balanza de pagos o una fuerza de ocupación como la que vigila a Alemania, porque así, por lo menos, algo lo pagaría USA.
4. — La lucha contra el Neocolionalismo
Dentro de este cuadro que he pretendido presentar del mundo de nuestros días, Latinoamérica y dentro de ella la Argentina, juegan su papel: el imperialismo sabe que nuestros territorios representan las fuentes de las mayores reservas de alimentos y materias primas, que, en un mundo superpoblado y superindustrializado, serán las causas de muchas de las luchas futuras. Es natural entonces que su codiciosa mirada esté dirigida también hacia nosotros, lo que explica en cierta medida las causas por las cuales el imperialismo como sus agentes vernáculos siguen sosteniendo la necesidad de que nos reduzcamos a continuar siendo un país de pastores y de agricultores, aun cuando el mundo comienza ya a entrar en la etapa posindustrial como asimismo anhelan que, si algo ha de hacerse en lo industrial, sean ellos los que lo hagan y no nosotros. No obedece a otra cosa la verdadera destrucción que sobre nuestra naciente industria se viene realizando desde 1955 en forma preconcebida y obedeciendo a quién sabe qué diabólico mandato, del que no puede haber estado ausente el imperialismo, cómplice del gorilismo que viene azotando a la República Argentina desde hace ya más de doce largos años.
Esta verdadera depredación, que todos los argentinos vienen presenciando, se complementa con la penetración yanqui que en nuestro país realiza, en pequeño, lo mismo que ha venido haciendo en Europa. No hace mucho (el 25 de septiembre 1967) la Confederación de la Industria de la República Argentina, daba a conocer un comunicado de prensa en el que comenzaba diciendo: «La Confederación de la Industria de la República Argentina sigue con suma preocupación el hecho, reiterado en los últimos tiempos, del traspaso de la propiedad de empresas argentinas a capitales extranjeros». Hay en esto un gran fondo de ingenuidad por parte de la mencionada confederación: ¿Para qué creen que se ha llevado arbitrariamente el peso moneda nacional a una proporción de 350 pesos por dólar? ¿Acaso el Fondo Monetario Internacional no ha sido el que aconsejó e impuso la medida? Por otra parte, los industriales argentinos tienen dentro sus propios caballos de Troya. Es menester tener buena memoria porque si no, se llega a perder hasta el derecho a lamentarse.
Es preciso que nosotros comencemos a llamar las cosas por su nombre: no es un secreto que el imperialismo esta empeñado allí como en todas partes, en copar las fuentes de riqueza y los que sirven esos intereses, consciente o inconscientemente, son unos traidores a su Patria, ya actúen como fuerzas de ocupación desde las fuerzas armadas, como agentes o «quinta columna» desde el Gobierno que han usurpado, por supuesto, con el concurso del propio imperialismo. Seguir con eufemismos disimulatorios es una forma de engañarnos a nosotros mismos. En el mundo actual, no sólo en nuestro país sino en los cinco continentes, los bandos están claramente definidos: los que anhelan liberar a sus países y los que sirven la causa imperialista del neocolonialismo. Como hemos visto anteriormente, Europa en plena integración continental, sin que tampoco allí falten los «bueyes cornetas», realiza o trata de realizar su propia liberación. El Asia empeñada en lo mismo, libra su batalla tanto con Washington como con Moscú. África, por diversos procedimientos está en lo suyo. Latinoamérica comienza recién a despertar de la macabra pesadilla del entreguismo que viene azotándola desde, hace más de un siglo. Sin embargo, en los cinco Continentes, la lucha es tanto interna como internacional: los pueblos que intuyen ya su liberación se enfrentan con las fuerzas de ocupación y sus gobiernos entregados; los países comienzan a hacerlo contra los imperialismos dominantes. Esta es la verdadera guerra de nuestros tiempos.
Todo este proceso, que no obedece menos a la evolución social que a los anacronismos imperialistas, impone la necesidad impostergable de las reformas que, a la vez que impulsan a la satisfacción de las nuevas necesidades del mundo y del hombre de hoy, sean capaces de conformar un estado de defensa permanente contra la acción del neocolonialismo, que será la mejor manera de liberar a las naciones y salvar a los pueblos. Ese parece ser el camino elegido por lo que se ha dado en llamar el «Tercer Mundo» que no es sino la materialización «Tercera Posición» ya anunciada por los justicialistas hace veinte años. En ello están empeñadas más de las tres cuartas partes de la población mundial pero, desgraciadamente, aún sin buscar su propia integración, a causa de diferencias ideológicas, prejuicios históricos e intereses parciales. Sin embargo, no podemos quejarnos de cuanto se ha hecho y se sigue haciendo. Es lamentable, sin embargo, que los dirigentes de este «Tercer Mundo», a quienes el propio imperialismo les crea todos los días nuevos problemas locales o circunstanciales con la aviesa intención de disociarlos o desviarlos, no hayan podido todavía accionar directamente sobre los objetivos comunes, para lo cual sería preciso previamente la unidad material y espiritual que los sobrepusiera a todo prejuicio negativo a fin de alcanzar una integración histórica, para lanzarse luego decididamente a la conquista de los objetivos, dejando de ser yunque, para pasar a ser martillo. No es menos necesario desplegar una gran actividad para que, millones de predicadores, persuadan a los pueblos, sacándonos de la aparente indiferencia en que parecen estar viviendo como producto de sucesivas frustraciones. Es preciso que cada uno de los hombres del Pueblo sea un luchador en la medida de sus fuerzas y posibilidades contra la amenaza de un nuevo colonialismo imperialista, porque en los tiempos normales suelen ser las «élites» las que deciden pero, en los anormales como el que vivirnos, sólo deciden los pueblos.
Fuera de estas consideraciones de tipo operativo, es preciso que comencemos a pensar seriamente en el porvenir. Cuando se nos anticipa que toda la intención del imperialismo es reducirnos a un futuro país de pastores y agricultores, que nos ocupemos de aparcar al mundo comida y materia prima, tiene una lógica explicación: primero, porque ellos serán nuestros sectores de manufacturas yporque, mientras nos paguen nuestra materia prima el diez por ciento de su valor, nos hacen pagar por su manufactura el noventa por ciento más de lo que vale, sin contar que así seremos nosotros los que mantengamos su renta por cabeza a un nivel elevado en tanto nosotros nos quedamos sin trabajo para nuestros obreros.
Por, eso, cuando observo que hay argentinos que prefieren que sigamos siendo los proveedores del pan y de la carne para el mundo, no puedo menos que formarme un pésimo concepto de ellos. La necesidad de industrializar a nuestro país no depende de lo que cada uno sea partidario, sino de las necesidades inevitables de la situación actual. La industrialización, no está impuesta por razones de nuestro porvenir sino hasta del propio desarrollo demográfico. La República Argentina tiene una población que pasa ya los veintitrés millones de habitantes de los cuales seis millones saturan las necesidades de su mano de obra del campo, máxime cuando la máquina tiende cada día más a desalojar al hombre de las tareas agrícolas. Siendo así por lo menos más de quince millones que viven en los centros urbanos. Si no desarrollamos la industria para que ellos tengan trabajo, de qué van a vivir. Tampoco el campo puede prosperar si tiene a sus espaldas el peso de esos quince millones parásitos.
Pero, por si eso fuera poco, porque todavía hay tontos que tampoco se dan cuenta que esto obedece a una evolución que ha llevado paulatinamente a los pueblos de pastores a agricultores y, de agricultores a industriales, debemos pensar en el futuro cercano de un mundo que marcha hacia la etapa posindustrial y que todo este proceso tiene mucho que ver el bienestar indispensable de los pueblos, que ya no aguantan ni la injusticia ni la miseria.
El siguiente cuadro define el tipo de comunidad por su renta per cápita:
Clasificación de las Sociedades Económicas
Preindustrial (pastoril y agraria)
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De 50 a 200 dólares per cápita
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En proceso de industrialización
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De 200 a 600 dólares per cápita
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Industrial
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De 600 a 1.500 dólares per cápita
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Industrial avanzada (sociedad de consumo)
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De 1.500 a 4.000 dólares per cápita
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Posindustrial
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De 4.000 a 20.000 dólares per cápita
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En la actualidad, la renta per cápita es, en los Estados Unidos de 3.500 dólares; en Europa Occidental de unos 1.800 dólares y en la URSS de 1.000 dólares, con lo que se podrán comprender cifras citadas en el cuadro de Hermán Kahn. Estos sectores de la humanidad forman actualmente parte de un mismo mundo: el de la sociedad avanzada.
El «Hudson Institute» predice para dentro de treinta años, salvo mutaciones imprevistas, que Estados Unidos, Japón, Canadá y Escandinavia, formarán parte de las sociedades posindustriales; serán luego sociedades industriales avanzadas Europa Occidental, la URSS, Israel, Alemania Oriental, Polonia, Checoslovaquia, Australia y Nueva Zelandia; el resto se distribuye en las categorías inferiores. Y, según esta misma fuente, predice que las condiciones fundamentales de la sociedad posindustrial, serán las siguientes:
1) Una renta industrial cincuenta veces superior a la de la sociedad industrial;
2) La actividad económica habrá pasado del sector primario (agricultura) y secundario (producción industrial) al terciario y cuaternario de los servicios;
3) Las empresas privadas habrán dejado de ser la fuente principal de la reacción técnica y científica;
4) Las leyes del mercado jugarán un papel muy inferior a las del sector público y los fondos sociales;
5) El conjunto de la actividad industrial estará planificado por la cibernética;
6) El principal papel del progreso residirá en el sistema de educación y en la innovación tecnológica puesta a su servicio;
7) El factor tiempo y espacio no tendrá ninguna importancia en los problemas de comunicaciones;
8) Las diferencias en la sociedad posindustrial entre los ingresos altos y los bajos, serán muy inferiores a las de la sociedad que conocemos hoy.
En otras palabras, lo que venimos sosteniendo de siempre como necesidad de evolución, para realizar lo que hoy ya podemos ir encaminando con la intención de acompañar al tiempo, sin esperar a que éste tenga después que empujarnos. Por otra parte, sólo podremos vencer al imperialismo, en la medida que seamos capaces de luchar para colocarnos tecnológicamente a su altura. Sabemos cómo puede hacerse, todo depende de que seamos capaces de realizarlo.
He querido dar todo estos antecedentes informativos para que cada uno de los argentinos, como de los latinoamericanos, juzguen por sí y sobre todo, para que hagan su examen de conciencia, porque el fenómeno histórico que tenemos frente a nosotros, no es sólo un hecho material que interese aisladamente a la economía, sino también un asunto moral que hace al patriotismo y a la dignidad de todos nosotros y de nuestras patrias. En todos los tiempos han existido cipayos y vendepatrias, colonizadores y sometidos, metrópolis y colonias pero, los tiempos que vivimos son definitorios de nuestros destinos, porque si quedamos rezagados en la evolución o retrasados en el desarrollo que es consubstancial con el tiempo, no podremos pretender otro futuro que el que merecen los retardados.
Hace ya veinticinco años el Justicialismo dejó allí impresas muchas verdades, que el tiempo se ha encargado de evidenciar de la manera más elocuente con lo que nos está pasando; y, si la contrarrevolución de 1955, consiguió detener nuestra marcha, no ha logrado en cambio destruir ninguna de esas verdades. El Pueblo Argentino, a pesar de la arbitrariedad opuesta a la razón y de la violencia represiva, no ha defeccionado en el apoyo de sus convicciones, logradas en la propia experiencia que ha vivido y sufrido. Todos los que de alguna manera se sientan dirigentes, todos los que tengan una responsabilidad moral frente a la historia que ha de juzgarnos, los que amen a su Patria y se sientan capaces de luchar por ella, tienen un puesto de lucha en la decisión del destino que nos es común. Que cada uno quiera poner su corazón y aún su vida al servicio de esta causa es lo único que puede al salvarnos, porque nadie ha de realizarse en una Argentina que no se realice.
CAPÍTULO III
PLAN DE PENETRACIÓN IMPERIALISTA EN IBEROAMÉRICA
Frente a la experiencia vivida, sería ingenuo pensar que los Estados Unidos vayan a poner en peligro su economía y su moneda para ayudar al «Mundo Libre» y dispersar un millón y medio de hombres de sus tropas para «asegurar la democracia y la libertad». Si eso es así, debemos pensar que lo disimulan bien. En efecto, bastaría un ligero análisis de sus acciones para persuadirnos que su plan de expansión, penetración y ocupación, tiene un objetivo puramente imperialista, con muy distintas finalidades que las que se pretenden hacer aparecer con una publicidad y una propaganda a base de sofismas.
Hemos tratado, de una manera general, su expansión y penetración económica en el mundo porque, en cierto modo, es su acción generalizada y una de las maneras utilizadas como punto de partida para las demás acciones de un neocolonialismo y; si bien es cierto, que su acción de conjunto se ha dejado sentir en todo Occidente, no lo es menos que en Hispanoamérica es donde se tiene una mayor experiencia al respecto, porque se la ha sentido más cerca y realizada en una forma más directa y prepotente.
Por eso, no hemos querido dejar de anotar algunas circunstancias y cuestiones que hacen a su conducta y procedimiento producto de la experiencia recibida. USA sigue en nuestro Continente un plan perfectamente establecido desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial, con el objetivo de someter, de una u otra manera, a todos los países iberoamericanos, en forma de poder contar con ellos de modo incondicional, por la captación si es posible y si no por su copamiento liso y llano. El pretexto ha sido normalmente el comunismo. Y, así como en Europa, exagerando el peligro, pudo atar a casi todos los países al Pacto del Atlántico Norte en la OTAN; en el Atlántico Sud, buscó hacer lo mismo con nosotros. Agitando también el fantasma de la penetración comunista en el interior de los países, ha intentado siempre utilizar el mismo pretexto para poder intervenir en los asuntos internos de los países latinoamericanos.
Sólo así ha podido llegarse al estado actual de entrega y sumisión que, prácticamente, resulta todo un Continente que vive como una colonia yanqui, sumisa y obediente, con muy pocos gastos que puedan recordar que un día se trató de naciones libres, independientes y soberanas.
No hay exageración en nuestro juicio, porque existen elocuentes muestras de avasallamiento, que ponen en evidencia flagrante cuanto antes venimos afirmando. No hace mucho tiempo, la República Dominicana fue testigo de un desembarco y de una ocupación militar por los «marines» yanquis, sin que, mediara ni el más elemental sentido de protesta de los demás países de la Organización de Estados Americanos (OEA) ante la invasión y ocupación de un país asociado, unilateralmente realizadas por otro país americano, formalmente comprometido a no intervenir en los asuntos internos de otro país allí asociado. Pero no sólo se realizó un abuso semejante, sino que a la arbitrariedad inadmisible del imperialismo se sumó luego obsecuencia e indignidad de otros países. Ese es el estado lamentable en que se encuentra el Continente, como consecuencia de la existencia de «Gobiernos» carentes de los más elementales valores esenciales, para enfrentar la arbitrariedad y la violencia que se está empleando para dominar.
También trataremos de explicar aquí las causas por cuales pueden existir conductas tan deplorables y actitudes tan desdorosas por parte de los hombres de estado, que parecen haber renunciado a los más elementales atributos que la dignidad de sus cargos impone, para ceder en cambio a los bajos intereses y defecciones más indignas.
Se ha llegado a tales extremos, mediante un proceso paulatino que obedece a un plan ya en ejecución desde hace muchos años en procura de:
1- Copamiento de los gobiernos;
2- Copamiento de las Fuerzas Armadas;
3- Copamiento de la economía y los sectores económicos;
4- Copamiento de las Organizaciones Sindicales;
5- Copamiento de los sectores de opinión pública en la masa popular.
Este proceso ya en ejecución, ha provocado una serie interminable de hechos y circunstancias que sirven mejor para evidenciar la situación actual, con el desenvolvimiento de sus episodios, de una elocuencia superior en cuanto podríamos enjuiciar y que deseamos exponer a nuestros lectores, para que cada uno de ellos pueda juzgar por sí. Tan grande ha sido la impunidad que, en numerosas ocasiones, se ha prescindido de todo encubrimiento o disimulación, para obrar con la mayor desaprensión e impudicia.
1. — El copamiento de los gobiernos
a) Cuando se entregan:
En los casos de gobiernos dóciles, normalmente representantes de las oligarquías vernáculas, el imperialismo no tiene dificultades para su copamiento. Normalmente, es su servicio diplomático quien se encarga de hacerlo con la cooperación de todos los organismo internacionales orquestados desde hace mucho en la función imperialista, con agentes pagos y obedientes, extraídos de los propios horizontes oligárquicos o de personeros políticos y técnicos a su servicio. En estas condiciones, no cuesta mucho al imperialismo tomar posesión con intermediarios, estrechamente vigilados y controlados por su servicio de informaciones y las numerosas instituciones controladas por la CIA (bibliotecas, empresas, bancos, agregados de embajadas, etc.), que actúan en el país no sólo con esa misión sino prácticamente con la de dirigir todo el sistema.
Alcanzado el objetivo de apoderarse del poder y manejar se procede a la planificación correspondiente, no con los objetivos del país sino hacia los designios y finalidades fijadas por el imperialismo. A cambio de eso, USA asegura la estabilidad de su gobierno títere, mediante todo su apoyo político y toda su presión económica. Entre tanto la penetración continúa hasta copar los diferentes factores de poder, ayudada a veces por el propio gobierno y empleando todos los poderosos en manos del imperialismo, desde la acción publicitaria la intimidación o la violencia.
Cuando un país ha sido sometido por este medio, no tiene salvación posible, por lo menos a corto plazo. Los pueblos son en realidad «los que reciben las bofetadas» acumulan presión y comienzan a producirse explosiones esporádicas, materializadas por las guerrillas o luchas irregulares.
El caso de Sandino en Nicaragua, es un ejemplo que no tiene desperdicio. Como suele ocurrir en estos casos, este patriota se levanta en armas ante el intento de invasión de las fuerzas imperialistas. Después de larga lucha armada, triunfa su enemigo y libera a su Patria de tal amenaza. Todo el mérito de esta hazaña se debe principalmente a él y sus enemigos lo saben. Terminada la guerra se hace una comida en Managua a la cual concurre invitado especialmente Sandino. Termina la fiesta, festejando la paz alcanzada, Sandino abandona el local sin siquiera sospechar que haya podido ser traicionado, pero no tarda en ser detenido en la calle. Sus opresores lo entregan acto seguido, y de inmediato lo asesinan.
Este hecho, conocido por toda América, no es ni el primero ni el único: Pancho Villa, no tuvo mejor suerte y murió asesinado en circunstancias un tanto misteriosas. Hace poco el doctor Ernesto Guevara no tuvo suerte diferente, porque a pesar de todo el teatro que se hizo, nadie duda que la mano asesina, porque él sobrevivió herido al combate, no es difícil de individualizar entre los gringos que merodeaban alrededor de su cadáver mientras se hacía la macabra y miserable exhibición.
Es claro que, a cada uno de los héroes que se empeñaron en la defensa de su Patria, se les ha colgado el rótulo de moda: «comunista». Pero, es indudable que si el imperialismo es el culpable de semejante fechorías, realizadas con finalidad tan repugnante, no tiene sino la culpa de ello que se explica por sus incalificables designios, en cambio los nacionales de cada uno de los países que se prestan desde el Gobierno para que tales crímenes se cometan, cargan no sólo con la responsabilidad, sino también con el estigma más infamante para un ciudadano.
b) Cuando no se entregan:
Cuando el Gobierno se resiste a la entrega que le impone el imperialismo, la operación se realiza en dos tiempos: el primero para «tumbar» ese gobierno: el segundo para colocar uno nuevo, digitado e impuesto por el propio imperialismo en coalición con las fuerzas «cipayas» que invariablemente operan adentro. A menudo las Fuerzas Armadas que, desgraciadamente en nuestros países suelen convertirse en guardias pretorianas del imperialismo, acciona en estos casos mediante el soborno de los jefes, a favor de las ventajas materiales que suelen exigir a sus nuevos amos. Esa es una verdad irrefutable porque la experiencia es abrumadora en el sentido de afirmarlo. Es precisamente por eso que a continuación citaremos los casos más conocidos de esta clase de subversiones militares que, invariablemente terminan en dictaduras militares o civiles, al servicio irrestricto de los hermanitos del Norte.
La costumbre de «comprar los amigos» es la norma que a los imperialistas yanquis, que todavía no han asimilado aquello de que «Roma no paga traidores» con que, veinte siglos antes, otro imperialismo se lamentaba de la triste experiencia que arroja esta inmoralidad y que evidencia que los que proceden mal terminan por sucumbir víctimas de su propio mal procedimiento. Dicen que, cuando Napoleón Primero, en 1897, ingresa a París, después de vencer a los austriacos y conquistar Italia y el Piamonte, es recibido con grandes fiestas Versailles. El concurre a las mismas invariablemente acompañado por uno de los generales ayudantes, el que mantiene una apostura tan rígidamente militar que intriga a una francesita que un día se atreve a preguntarle:
-mi general, ¿cómo hace Ud. el amor?
El general sin perder su apostura y con gran seriedad le contesta:
-Señorita, yo no hago el amor, lo compro hecho.
Siempre he pensado que a los yanquis les pasa lo mismo que al general de Napoleón: ellos no hacen amistades las pretenden comprar hechas. Es claro que como el amor del general, comprado hecho, las amistades que los yanquis compran, tienen el signo fatal del deshonor.
De las conspiraciones para voltear gobiernos, preparadas y dirigidas por el imperialismo, tenemos ejemplos para todos los gustos: porque pocos han sido los países de la América Ibérica que no hayan pasado, una o varias veces, por ese trance.
EN BRASIL: El Presidente Getulio Vargas, depuesto dos veces por esta clase de conspiraciones armadas en el State Departament, porque nunca fue «santo de su devoción», como consecuencia de no haberse entregado y haber luchado siempre por la liberación de su Patria de las garras imperialistas. A Vargas le han seguido en la misma suerte y por las mis razones, los Presidentes Janio Quadros y Joao Goulart, hasta que, finalmente, el imperialismo encontró a su hombre: el «mariscal» Castello Branco que realmente parecía hecho medida para traicionar y que quedará en la historia del Continente como el modelo más perfecto de «cipayismo».
EN VENEZUELA: El Presidente Pérez Jiménez, fue victima de lo mismo: una conspiración militar, inspirada y ayudada por el imperialismo. Las causas: por no entregarse y haber cometido la «irreverencia» de aumentar los beneficios que correspondían a Venezuela en la explotación petrolífera de sus yacimientos. Es natural que sus sucesores fueron a la hechura del «mariscal» Castello Branco y desde entonces las relaciones con el imperialismo son excelentes, aunque Venezuela haya sido sacrificada moral y materialmente.
EN COLOMBIA: El general Gustavo Rojas Pinillas siguió la misma suerte ante la consabida conspiración, inspirada en el mismo origen y con idéntica finalidad.
En todos estos casos con la llegada de la férula imperialista ha llegado también la miseria popular y el desbarajuste integral de los países que son, en último análisis, los que pagan los platos rotos pero, es lo que menos interesa al imperialismo.
EN ARGENTINA: Como en los casos antes citados, el Gobierno Justicialista fue víctima de la misma conspiración internacional, orquestada por el imperialismo coaligado con la oligarquía argentina, utilizando el soborno en los sectores de las fuerzas armadas proclives a la seducción por el dinero o utilizando la difamación, la diatriba y la calumnia para los que obedecen y se influencian más con una insidiosa propaganda. Cualesquiera sean las circunstancias, las consecuencias son las mismas: ante un Gobierno que no se entrega al neocolonialismo, se le prepara el consabido «golpe de estado», utilizando todos los medios y recursos necesarios. El caso argentino es solo «un botón más para muestra».
Siguen a los anteriores, los casos de Perú, el Ecuador, Bolivia, Guatemala, República Dominicana, etc., que por razones de brevedad preferimos no comentar. En cada uno de ellos, en última síntesis, no se ha hecho sino confirmar la existencia del mencionado Plan: O entregar el país o tener que enfrentar el golpe de estado, para ser reemplazados por otro gobierno de tendencia colonialista.
Sin embargo, no todo termina siempre en eso: los asesinatos suelen estar a la orden del día. El fin del Presidente Villarroel en Bolivia, del General Trujillo, el del Coronel Castillo Armas, el de los patriotas dominicanos, el fusilamiento del General Valle en la Argentina, junto con numerosos jefes, oficiales y suboficiales, como el de muchos más, cargan sobre la conciencia de los ejecutores, pero no cargan menos sobre la de instigadores. El caso de los hermanos Diem en Vietnam del Sur, se ha repetido con frecuencia en la América hispánica. Esto parece ser ya una técnica del imperialismo. Yo tengo suficiente experiencia al respecto porque he sido objeto de varios atentados, tanto en Panamá como en Venezuela, donde desde la Embajada Argentina por orden del Embajador (General Toranzo Montero), a la usanza de los gangsters americanos, se colocó una bomba en mi automóvil, lo que ocasionó la declaración de «persona no grata» al Embajador y termino en la ruptura de relaciones, ante la tonta insistencia del gobierno gorila de Buenos Aires.
2. — El Copamiento de las Fuerzas Armadas
Normalmente esta operación se realiza con el pretexto de la Defensa Continental. Se procede primero al conveniente «ablandamiento», luego a la captación de los comandos, para terminar luego con un «lavado de cerebros», realizado mediante variados procedimientos.
El caso de la Argentina es un ejemplo elocuente: antes de 1955, el imperialismo empeñado en provocar el golpe de estado que depusiera al Gobierno Justicialista, no ahorró contribución alguna que, en muchos casos, se convirtió en abundante dinero destinado al soborno de los «Jefes revolucionarios» que, en cierta medida, transformaron la conspiración en una verdadera «industria de la revolución». En este proceso ya se comenzó a dominar a los «comprometidos» que, habiendo aceptado dinero, no quedaron ya en condiciones de desobedecer, como generalmente ocurre en estos casos. La Marina estaba descontada porque, obedeciendo a los ingleses, jamás perteneció a la Argentina, mantuvo como en la actualidad una posición opuesta al Ejército, por depender de otra inspiración y comando.
Esta fue la iniciación. Producida la «Revolución Libertadora» y ocupado el Gobierno, casi de inmediato, comenzaron las reuniones de presidentes, primero en Panamá, Costa Rica, etc., «para tratar asuntos de la Defensa Continental». Terminando este «trabajo» comenzaron ya las reuniones de los Comandantes en Jefe, los cursos de jefes y oficiales en los Estados Unidos, las visitas, las prebendas, los regalos, etc., que se aprovecharon para un verdadero «lavado de cerebro”.
Así se fue operando un cambio fundamental, más que nada, por la designación de los comandos proclives a la entrega que fueron desarrollando en el Ejército una concepción muy distinta sobre la misión de las fuerzas armadas. La intensificación de este trabajo terminó con una misión militar yanqui, (asesores militares), que se instaló en el segundo piso del Ministerio de la Guerra, desde donde ha de haber «asesorado» también a los gobiernos militares o a los que se convirtieron en «gobiernos paralelos» que han venido actuando en la Casa Rosada desde 1955.
También en el Vietnam del Sur, todo comenzó con los «asesores militares» que sin duda debieron tener participación en la rebelión de las fuerzas militares que depusieron y asesinaron a los hermanos Diem, para tomar luego el poder. Es así que los Estados Unidos, de incidente en incidente, han sido llevados a una guerra que les costará lágrimas de sangre.
La técnica empleada en la captación de las fuerzas armadas ha sido siempre la misma. Por ese medio U.S.A. ha conseguido, gratis, fuerzas de ocupación en los mismos países que ha deseado dominar. El caso argentino no difiere de lo ocurrido en el Vietnam del Sur, sino en los detalles de ejecución: revelaron a las fuerzas armadas, depusieron al Gobierno y asesinaron a sus gobernantes. Es que el imperialismo no perdona. A mí no me asesinaron, no porque les faltaran deseos o instrucciones, sino porque no pudieron.
Actualmente, en nuestro país, la dictadura militar parece cumplir bien la misión que le han asignado. Si se le ocurriera proceder bien, tendría que enfrentar el mismo destino de los que lo intentaron antes. Es la consecuencia de contraer compromisos fuera de la conciencia.
3. — El Copamiento de los Sectores Económicos
Ya al exponer los métodos de la Penetración Imperialista en el mundo hemos dado la suficiente explicación de sus procedimientos. Pero no estará de más referirnos particularmente a lo que sucede en América Latina a ese respecto. En nuestro continente se ha procedido de manera diferente de lo ocurrido en Europa. Mientras en este continente la penetración ha sido puramente económica en la mayor parte dé los países, en la América Hipana se ha tendido a un copamiento integral que, actualmente, está en ejecución. Ello no quiere decir que cuando en Europa han encontrado campo propicio, no se hayan empeñado en coparlo todo, como ha sucedido en varios países, en los cuales el Embajador U.S.A. es más bien una suerte de Virrey, como a menudo lo llama el Pueblo.
Los trucos utilizados para la penetración económica de América Latina, sobre los que ya hemos hablado extensamente en los capítulos anteriores, intentan cubrir una realidad irrefutable: el hambre, la miseria y el dolor de los pueblos explotados, tanto por el capitalismo y las oligarquías vernáculas como por el Imperialismo. El subdesarrollo, producto de uno como de otros de los explotadores, sólo podría suprimirse mediante la liberación. Pero esa liberación, a esta altura los acontecimientos, sólo puede alcanzarse, por lo que venimos viendo, mediante una lucha cruenta, lo que se infiere no sólo de la contumacia de las fuerzas del mal, sino también del avance de la conquista y colonización en que está empeñado el imperialismo. El caso de Cuba debe ser suficientemente elocuente para el futuro de los que aspiren a alcanzar la Revolución salvadora.
En el continente latinoamericano existe una protesta unánime contra los sistemas yanquis de explotación, disimulados por las «ayudas», la «inversión de capitales» y la «radicación de empresas»: ¿por qué, entonces, los Estados Unidos, si como dicen todos los días, proceden de buena fe, no se enojan un día y dejan a todos nuestros países librados a su propia suerte? Así ellos también podrían ocuparse mejor de los problemas que están comprometiendo su porvenir.
La penetración económica imperialista, forma parte de un plan que no admite divisibilidades: lo económico forma parte integral de la penetración general indispensable para la conveniente presión en el tiempo y en espacio. Lo comprueba el hecho de que allí donde no ha podido emplear el argumento económico, ha debido recurrir a la fuerza, insidiosamente utilizada, pero incapaz de cubrir las apariencias que le condenan.
Por eso, el arma de la presión económica, en los países proclives a la entrega, es la preferentemente empleada, máxime cuando desde los gobiernos se procede en complicidad con la penetración imperialista.
Sería largo extendernos en la explicación de los métodos de acción y formas de ejecución empleados en las distintas ocasiones y circunstancias que, por otra parte, hemos expuesto largamente en los capítulos correspondientes. Sin embargo, no estará de más aclarar que, en lo que respecta a Hispanoamérica, la coerción económica no es lo más peligroso, si se tienen en cuenta los demás copamientos que venimos mencionando y que colocan a nuestros países en la indefensión más absoluta. El copamiento económico que en nuestra América avanza pavorosamente, con la toma de las fuentes de riqueza de todo orden, contribuye de una manera determinante al dominio que se desea llegar a ejercer.
La integración económica sería sin duda una de las mejores defensas, pero persuadido de ello, el imperialismo impedirá por todos los medios su realización, ya sea impidiendo la constitución de la comunidad económica continental, como también realizándola a su servicio, como se ha intentado ya hace poco en Punta del Este. Todo lo anterior parece confirmar la necesidad de lanzarse cuanto antes a una lucha por la liberación, sin la cual no será posible ni poner a punto nuestras economías, ni realizar la integración continental para defendernos adecuadamente.
4. — Copamiento de las Organizaciones Sindicales
No ha pasado inadvertida para el imperialismo la existencia en nuestro país de una organización sindical, tan importante por su cohesión y organización, que ha pasado a ser un factor de poder en la comunidad argentina. Por eso no desean dejar a este sector, tan importante, sin intentar por lo menos coparlo como han venido haciendo con todas las demás fuerzas.
Este intento no es nuevo: desde 1947 han venido intentando la penetración por medio de sus propias organizaciones internas (C.I.O. y A.F.L.) o los engendros internacionales como la O.R.I.T. o el C.I.O.L.S. creados para enfrentar a la Federación Mundial de Trabajadores de Praga, de tendencia comunista. Hasta ahora habían tropezado con la impenetrabilidad de nuestras organizaciones, conducidas por dirigentes honestos y capacitados. Buscando vencer ese obstáculo, en los últimos tiempos han puesto en marcha distintos organismos como el Banco Interamericano de Fomento, Banco Interamericano de Desarrollo, Agregado Obrero Norteamericano a la Embajada yanqui de Buenos Aires, distintos organismos de O.E.A., creados precisamente con designios desconocidos pero sospechosos y otros expedientes diversos.
Por estos diversos medios y con métodos similares a los ya mencionados para el copamiento de las fuerzas armadas, se trata en la actualidad de conmover la organización sindical aprovechando a los dirigentes venales que mediante el consabido soborno puedan prestarse a la entrega de los trabajadores argentinos. Es indudable que, en el procedimiento que se sigue, existe un gran fondo de ingenuidad, producto de la ignorancia y del desconocimiento del medio en que pretenden actuar. Pueden algunos dirigentes sindicales ceder a la tentación, pero con ello, frente a una masa adoctrinada y politizada convenientemente, es probable que lo único que consigan sea la destrucción de esos dirigentes, con lo que le harán aún un bien a las organizaciones. Si hay algo en el país que el imperialismo no podrá copar jamás es su Pueblo, y dentro de él, a su Clase Trabajadora que tiene un claro concepto de la defensa de sus conveniencias.
Dentro de las aspiraciones imperialistas de copamiento de los sectores sindicales, con el apoyo directo del Gobierno han creado unos cursos de «Capacitación para Dirigentes» propiciados por la O.E.A. que tienen la misión de realizar un lavado de cerebros» similar al que han realizado con los jefes y oficiales de las Fuerzas Armadas. De la misma manera, frente al éxito obtenido con los cursos de militares en Estados Unidos y visitas de oficiales, han recurrido al mismo procedimiento con los dirigentes sindicales, lo que demuestra que está en marcha una «Operación Dirigentes Sindicales» en la que entran muchas acciones coordinadas con designios inconfesables. Pero lo que resulta inexplicable para los que conocemos el Movimiento Obrero Argentino, es que haya dirigentes que, con la concreción yanqui de la creación de su Escuela de Formación de Dirigentes, hayan hecho desaparecer las antiguas Escuelas Sindicales que cada uno de los gremios tenía, como asimismo la Confederación General del Trabajo. Pero esto no debe preocuparnos mayormente porque la masa observa y vigila. Al final, cada uno tendrá su merecido.
De la misma manera se ha formado en Buenos Aires un ambiente peligroso sobre las organizaciones importadas que, con distintos rótulos y diversos promotores, están atrayendo a dirigentes sindicales hacía otros fines que los específicos de su misión sindical. En ello se procura «agrandar» el predicamento de esos dirigentes en forma de poderlos utilizar más convenientemente aún en otras funciones más acordes con la necesidad de penetración imperialista. La constitución hace poco tiempo de la «Asamblea del Comité de Acción para la Integración Latinoamericana» es un intento más de cuanto venimos diciendo. Si bien, el título no dice mucho, en cambio los asistentes a la mencionada asamblea evidencian con toda claridad de qué se trata. Frente a la insidia que se emplea, utilizando encubrimientos y simulaciones de los matices más variados, se ha llegado a la necesidad de desconfiar, de descontar siempre. Así son los métodos del imperialismo.
Los dirigentes sanos, honestos y capaces, no pueden caer en semejantes trampas. Los venales que obran con «sobreentendimientos» no son nunca peligrosos, si la corrupción no se generaliza. Sin embargo, cuando como en el caso argentino, obra la circunstancia de la entrega del Gobierno y de las Fuerzas Armadas al imperialismo, es preciso que, sin pérdida de tiempo, todos los dirigentes sindicales se pongan a la defensa de sus organizaciones, impidiendo por todos los medios la provocación de los «dirigentes importantes» que todos los días sacan los pies del plato con diversos pretextos, persuadidos que en tales excrecencias está siempre oculta una venalidad inaceptable.
No creo que, ni la presión gubernamental, ni las tentaciones imperialistas puedan conmover la solidez del Movimiento Sindical Argentino. Todo lo más que puede ocurrir es que algunos dirigentes se destruyan si delinquen contra la lealtad que deben a sus compañeros, que han de juzgarlos y sancionarlos ahora o cuando puedan hacerlo. De lo que podemos estar seguros a esta altura de los acontecimientos, es que un movimiento organizado no puede apoyar a un Gobierno que en todos sus actos demuestra que trata de destruirlo, y menos aún si como en el caso presente, se tiene la persuasión de que esta entregando el país al imperialismo.
5. — Copamiento de los Sectores Populares
Este ha sido siempre un intento vano del imperialismo que, por antonomasia, resulta el anti-pueblo. Sin embargo no ceja en su empeño de lograrlo a través de los partidos políticos demo-liberales que, durante largo tiempo, o estuvieron engañados o se dejaron engañar. La llegada de la «hora de los pueblos» con el despertar de la evolución que conmueve al mundo ha quitado al imperialismo la posibilidad de aspirar siquiera al más insignificante resquicio por donde colarse.
Descartadas las fuerzas políticas de la oligarquía que representan una minoría insignificante y los grupos que acompañan a la dictadura militar que no son mayores, podemos afirmar que el resto de la ciudadanía, que representa el 90% de la población argentina, no sólo es enemiga del imperialismo sino que también conoce sus intenciones y procedimientos que provocan su adversión instintiva. Los sectores industriales, como comerciales y de la producción, están también enfrentados, con la dictadura militar en su mayoría, pero no lo están menos con el imperialismo, impulsados por una experiencia en cuero propio que no les deja duda al respecto.
6. — La Amenaza de la Fuerza
El imperialismo, engolosinado con lo que ha conseguido en el dominio de los gobiernos y de las fuerzas armadas, que le ha permitido usar a éstas como fuerzas de ocupación en sus propios países, ha querido ir más allá mediante la creación de una «Fuerza Interamericana de Paz» que, en realidad de verdad, pudiera servir para ser utilizada para obligar por la violencia, en nombre de la O.E.A., (vale decir del imperialismo) a los países del Continente que anhelaran liberarse. Tendrían así, además de las fuerzas de ocupación gratis, un contingente de tropas para acciones punitivas, barato y a la mano.
Dice el Doctor Don José María Velasco Ibarra («Propósitos del 16 de Febrero 1966): “La carta de la O.E.A. no prevé intervenciones de ninguna especie en la vida interna de los países americanos ni crea instituciones supranacionales. Esta Carta se propone tan sólo impedir la agresión bélica por parte de una nación americana o extracontinental contra otra nación americana; crea la cooperación activa contra la guerra internacional y en bien del desarrollo de los pueblos del Continente dentro del respeto absoluto a la autonomía de cada uno de ellos». Es precisamente por esto que el imperialismo viene, intentando la modificación de la Carta de la Organización de los Estados Americanos, y lo conseguirá si como hasta ahora cuenta con el apoyo de gobiernos cipayos, como el de la mentada «Revolución Argentina».
Sigue el Doctor Velasco Ibarra: «La creación de una Fuerza Interamericana de Paz no sería sino una constante amenaza, contra los legítimos movimientos internos de los países latinoamericanos con el pretexto de impedir el comunismo en América Latina. El Presidente Kennedy en un discurso desgraciado del 20 de abril de 1961 ante la Sociedad Americana de Editores de Diarios sentó la teoría del nuevo imperialismo interventor con el pretexto de impedir el establecimiento del comunismo en los países latinoamericanos. La creación de la Fuerza Interamericana de Paz sería una reforma radical en el espíritu que inspiró la Carta de la O.E.A.»
«La última intervención en la República Dominicana, prosigue Velasco Ibarra, fue un escándalo vergonzoso e inmoral. Se habla del Mundo Libre y cristiano, y con pretextos innobles, el Fuerte, desafiando todas las instituciones positivas invade a la nación pequeña y termina por imponer la inestabilidad de sus caprichos.»
Todo esto es de sobra sabido y sufrido. Pero el imperialismo sigue adelante, sin que nadie se anime a pararle los pies, mientras él, con la mayor desvergüenza insiste una y otra vez como si nadie sospechara de su artera y desdorosa intención. Es que, en tanto subsista la entrega, por la sumisión de los gobiernos que sufren nuestros países, nada constructivo en orden a la liberación podrá realizarse. Entre tanto, los pueblos siguen teniendo la palabra.
CAPÍTULO IV
LA INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA
El 11 de noviembre de 1953 siendo en ese entonces Presidente de la República, pronuncié un discurso en la Escuela Nacional de Guerra, que adoptó un carácter secreto. La discusión que rodeó dicho discurso estaba justificada por la importancia política y diplomática del mismo. Su texto completo fue editado por el Ministerio de Defensa Nacional en un folleto de 17 páginas en cuya tapa figura impresa la palabra «Reservado». Cada ejemplar editado fue numerado y registrado el nombre del destinatario. Un ejemplar del fascículo, probablemente merced a los buenos oficios de los servicios de información de Estados Unidos, logró ser conocido por algunos políticos opositores emigrados en Montevideo y difundido en esta capital bajo la forma mimeografiada, como «prueba» del «imperialismo argentino». Pero hasta hoy su texto era desconocido por el público. Lo damos a conocer por primera vez, a quince años de haberse pronunciado, por cuanto consideramos que mi situación actual, el fallecimiento del Gral. Ibáñez y del ex Presidente Vargas, permiten darlo a publicidad en calidad de documento histórico y como testimonio de un momento de la historia diplomática latinoamericana.
Señores:
He aceptado con gran placer esta ocasión para disertar sobre las ideas fundamentales que han inspirado una nueva política internacional en la República Argentina.
Es indudable que, por el cúmulo de tareas que yo tengo, podré presentar a ustedes una exposición académica sobre este tema, pero sí podré mantener una conversación en la que lo más fundamental y lo más decisivo de nuestras concepciones será expuesto con sencillez y con claridad.
Las organizaciones humanas, a lo largo de todos los tiempos, han ido, indudablemente, creando sucesivos agrupamientos y reagrupamientos. Desde la familia troglodita hasta nuestros tiempos eso ha marcado un sinnúmero de agrupaciones a través de las familias, las tribus, las ciudades, las naciones y los grupos de naciones, y hay quien se aventura ya a decir que para el año 2000 las agrupaciones menores serán los continentes.
Es indudable que la evolución histórica de la humanidad va afirmando este concepto cada día con mayores visos de realidad. Eso es todo cuanto podemos decir en lo que se refiere a la natural y fatal evolución de la humanidad. Si ese problema lo transportamos a nuestra América surge inmediatamente una apreciación impuesta por nuestras propias circunstancias y nuestra propia situación.
Es indudable que el mundo, superpoblado y superindustrializado, presenta para el futuro un panorama que la humanidad todavía no ha conocido por lo menos en una escala tan extraordinaria. Todos los problemas que hoy se ventilan en el mundo son, en su mayoría, producto de esta superpoblación y superindustrialización, sean problemas de carácter material o sean problemas de carácter espiritual. Es tal la influencia de la superproducción y es de tal magnitud la influencia de la técnica y de esa superproducción, que la humanidad, en todos sus problemas económicos, políticos y sociológicos, se encuentra profundamente influida por esas circunstancias.
Si ése es el futuro de la humanidad, es indudable que estos problemas irán progresando y produciendo nuevos y más difíciles problemas emergentes de las circunstancias enunciadas.
Resulta también indiscutible que la lucha fundamental en un mundo superpoblado es por una cosa siempre primordial para la humanidad: la comida. Ese es el peor y el más difícil problema a resolver.
El segundo problema que plantea la industrialización es la materia prima: valdría decir que en esté mundo que lucha por la comida y por la materia prima, el problema fundamental del futuro es un problema de base y fundamento económicos, y la lucha del futuro será cada vez más económica, en razón de una mayor superpoblación y de una mayor superindustrialización.
En consecuencia, analizando nuestros problemas, podríamos decir que el futuro del mundo, el futuro de los pueblos y el futuro de las naciones estará extraordinariamente influido por la magnitud de las reservas que posean: reservas de alimentos y reservas de materias primas.
Eso es una cosa tan evidente, tan natural y simple, que no necesitaríamos hacer uso ni de la estadística y menos aún de la dialéctica para convencer a nadie.
Y ahora, viendo el problema práctica y objetivamente, pensamos cuáles son las zonas del mundo donde todavía existen las mayores reservas de estos dos elementos fundamentales de la vida humana: el alimento y la materia prima.
Es indudable que nuestro continente, en especial Sudamérica, es la zona del mundo donde todavía, en razón de su falta de población y de su falta de explotación extractiva, está la mayor reserva de materia prima y alimentos del mundo. Esto nos indicaría que el porvenir es nuestro y que en la futura lucha nosotros marchamos con una extraordinaria ventaja a las demás zonas del mundo, que han agotado sus posibilidades de producción alimenticia y de provisión de materias primas o que son ineptas para la producción de estos dos elementos fundamentales de la vida.
Si esto, señores, crea realmente el problema de la lucha, es indudable que en esa lucha llevamos nosotros una ventaja inicial, y que en el aseguramiento de un futuro promisorio tenemos halagüeñas esperanzas de disfrutarlo en mayor medida que otros países del mundo. Pero precisamente en estas circunstancias radica nuestro mayor peligro, porque es indudable que la humanidad ha demostrado -a lo largo de la historia de todos los tiempos— que cuando se ha carecido de alimentos o de elementos indispensables para la vida, como serían las materias primas y otros, se ha dispuesto de ellos quitándolos por las buenas o por las malas, vale decir, con habilidosas combinaciones o mediante la fuerza, quiere decir, en buen romance, que nosotros estamos amenazados a que un día los países superpoblados y superindustrializados, que no disponen de alimentos ni de materia prima, pero que tienen un extraordinario poder, jueguen ese poder para despojarnos de los elementos de que nosotros disponemos en demasía con relación a nuestra población y a nuestras necesidades. Ahí está el problema planteado en sus bases fundamentales, pero también las más objetivas y realistas.
Si subsistiesen los pequeños y débiles países, en un futuro no lejano podríamos ser territorio de conquista como han sido miles y miles de territorios desde los fenicios hasta nuestros días. No sería una historia nueva la que se escribiría en estas latitudes; sería la historia que ha campeado en todos los tiempos, sobre todos los lugares de la tierra, de manera que ni siquiera llamaría mucho la atención.
Es esa circunstancia la que ha inducido a nuestro gobierno a encarar de frente la posibilidad de una unión real y efectiva de nuestros países, para encarar una vida en común y para planear, también, una defensa en común.
Si esas circunstancias no son suficientes, o ese hecho no es un factor que gravite decisivamente para nuestra unión, no creo que exista ninguna otra circunstancia importante para que la realicemos.
Si cuanto he dicho no fuese real, o no fuese cierto, la unión de esta zona del mundo no tendría razón de ser, como no fuera una cuestión más o menos abstracta o idealista.
Señores: es indudable que desde el primer momento nosotros pensamos en esto; analizamos las circunstancias y observamos que, desde 1810 hasta nuestros días, nunca han faltado distintos intentos para agrupar esta zona del Continente en una unión de distintos tipos.
Los primeros surgieron en Chile, ya en los días iniciales de las revoluciones emancipadoras de la Argentina, de Chile, del Perú. Todos ellos fracasaron por distintas circunstancias. Es indudable que, de realizarse aquello en ese tiempo, hubiese sido una cosa extraordinaria. Desgraciadamente, no todos entendieron el problema, y cuando Chile propuso eso aquí en Buenos Aires, en los primeros días de la Revolución de Mayo Mariano Moreno fue el que se opuso a toda unión con Chile. Es decir, que estaba en el gobierno mismo, y en la gente prominente del gobierno, la idea de hacer fracasar esa unión, fracasó por culpa de la Junta de Buenos Aires.
Hubo varios después que fracasaron también por diversas circunstancias. Pasó después el problema a ser propugnado desde Perú, y la acción de San Martín también fracasó. Después fue Bolívar quien se hizo cargo de la lucha por una unidad continental, y sabemos también cómo fracasó.
Se realizaron después el primero, el segundo y el tercer Congreso de México con la misma finalidad. Y debemos confesar que todo eso fracasó, mucho por culpa nuestra. Nosotros fuimos los que siempre más o menos nos mantuvimos un poco alejados, con un criterio un tanto aislacionista y egoísta.
Llegamos a nuestros tiempos.
Yo no querría pasar a la historia sin haber demostrado, por lo menos fehacientemente, que ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera para que esta unión pueda realizarse en el Continente.
Pienso yo que el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados; pienso también que es de gente inteligente no esperar que el año 2000 llegue a nosotros, sino hacer un poquito esfuerzo para llegar un poco antes del año 2000, y llegar un poco en mejores condiciones que aquella que nos podrá deparar el destino mientras nosotros seamos yunque que aguanta los golpes y no seamos alguna vez martillo; que también demos algún golpe por nuestra cuenta.
Es por esa razón que ya en 1946, al hacer las primeras apreciaciones de carácter estratégico y político internacional, comenzamos a pensar en ese grave problema de nuestro tiempo. Quizá en la política internacional que nos interesa, es el más grave y el más trascendente; más trascendente quizá que lo que pueda ocurrir en la guerra mundial, que lo que pueda ocurrir en Europa, o lo que pueda ocurrir en el Asia o en el Extremo Oriente; porque éste es un problema nuestro, y los otros son problemas del mundo en el cual vivimos, pero que suficientemente alejados de nosotros.
Creo también que en la solución de este grave y trascendente problema cuentan los pueblos más que los hombres y los gobiernos.
Es por eso que, cuando hicimos las primeras apreciaciones, analizamos si esto podría realizarse a través de las cancillerías actuantes como en el siglo XVIII, en una buena comida, con lucidos discursos, pero que terminan al terminar la comida inoperantes e intrascendentes, como han sido todas las acciones de las cancillerías de esta parte del mundo desde hace casi un siglo hasta nuestros días; o si habría que actuar más efectivamente, influyendo no a los gobiernos, que aquí se cambian como se cambian las camisas, sino influyendo a los pueblos que son los permanentes, porque los hombres pasan y los gobiernos se suceden, pero los pueblos quedan.
Hemos observado, por otra parte, que el éxito, quizá el único éxito extraordinario del comunismo, consiste en que ellos no trabajan con los gobiernos, sino con los pueblos, porque ellos están encaminados a una obra permanente y no a una obra circunstancial.
Y si en el orden internacional quiere realizarse algo trascendente, hay que darle carácter permanente, porque mientras sea circunstancial, en el orden de la política internacional no tendrá ninguna importancia. Por esa razón, y aprovechando las naturales inclinaciones de nuestra doctrina propia, comenzamos a trabajar sobre los pueblos, sin excitación, sin apresuramientos y, sobre todo, tratando de cuidar minuciosamente de desvirtuar toda posibilidad de que nos acusen de intervención en los asuntos internos de otros Estados.
En 1946, cuando yo me hice cargo del gobierno, la política internacional argentina no tenía ninguna definición.
No encontramos allí ningún plan de acción, como no existía tampoco en los ministerios militares ni siquiera una remota hipótesis sobre la cual los militares pudieran basar sus planes de operaciones. Tampoco en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en todo su archivo, había un solo plan activo sobre la política internacional que seguía la República Argentina, ni siquiera sobre la orientación, por lo menos, que regía sus decisiones o designios.
Vale decir que nosotros habíamos vivido, en política internacional, respondiendo a las medidas que tomaban los otros con referencia a nosotros, pero sin tener jamás una idea propia que nos pudiese conducir, por lo menos a lo largo de los tiempos, con una dirección uniforme y congruente. Nos dedicamos a tapar los agujeros que nos hacían las distintas medidas que tomasen los demás países. Nosotros no teníamos iniciativa. No es tan criticable el procedimiento, porque también suele ser una forma de proceder, quizá explicable, pues los pequeños países no pueden tener en el orden de la política internacional objetivos muy activos ni muy grandes; pero tienen que tener algún objetivo.
Yo no digo que nos vamos a poner nosotros a establecer objetivos extracontinentales para imponer nuestra voluntad a los rusos, a los ingleses o a los norteamericanos; no, porque eso sería torpe.
Vale decir que en esto, como se ha dicho y sostenido tantas veces, hay que tener la política de la fuerza, que se posee o la fuerza que se necesita para sustentar una política.
Nosotros no podemos tener lo segundo y, en consecuencia, tenemos que reducirnos a aceptar lo primero, pero dentro de esa situación podemos tener nuestras ideas y luchar por ellas para que las cancillerías, que juegan al estilo del siglo XVIII, no nos estén dominando con sus sueños fantásticos de hegemonías, de mando y de dirección.
Para ser país monitor —como sucede con todos los monitores— ha de ser necesario ponerse adelante para que los demás lo sigan. El problema es llegar cuanto antes a ganar la posición o la colocación y los demás van a seguir aunque no quieran. De manera que la hegemonía no se conquista. Por eso nuestra lucha no es, en el orden de la política internacional, por la hegemonía de nadie, como lo he dicho muchas veces, sino simplemente y llanamente la obtención de lo que conviene al país en primer término; en segundo término, lo que conviene a la gran región que encuadra el país y, en tercer término, el resto del mundo, que ya está más lejano y a menor alcance de nuestras previsiones y de nuestras concepciones.
Por eso, bien claramente entendido, como lo he hecho en toda circunstancia, para nosotros: primero la República Argentina, luego el Continente y después el mundo. En esa posición nos ha encontrado y nos encontrarán siempre, porque entendemos que la defensa propia está en nuestras manos; que la defensa diremos relativa, está en la zona continental que defendemos y en que vivimos, y que la absoluta es un sueño que todavía no ha alcanzado ningún hombre ni nación alguna de la tierra. Vivimos solamente en una seguridad relativa pensando, señores, en la idea fundamental de llegar a una unión en esta parte del Continente.
Habíamos pensado que la lucha del futuro será económica; la historia nos demuestra que ningún país se ha impuesto en ese campo, ni en ninguna lucha, si no tiene en sí una completa, diremos, unidad económica.
Los grandes imperios, las grandes naciones, han llegado desde los comienzos de la historia hasta nuestros días, a las grandes conquistas, a base de una unidad económica. Y yo analizo que si nosotros soñamos, con la grandeza —que tenemos obligación de soñar— para nuestro país, debemos analizar primordialmente ese factor en una etapa del mundo en que la economía pasará a primer plano en todas las luchas del futuro.
La República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo, no tiene tampoco unidad económica; Chile solo, tampoco tiene unidad económica; pero estos tres países unidos conforman quizá en el momento actual la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva. Estos son países reserva del mundo.
Los otros están quizá a no muchos años de la terminación de todos sus recursos energéticos y de materia prima; nosotros poseemos todas las reservas de las cuales todavía no hemos explotado nada.
Esa explotación que han hecho de nosotros, manteniéndonos para consumir lo elaborado por ellos, ahora en el futuro puede dárseles vuelta, porque en la humanidad y en el mundo hay una justicia que está por sobre todas las demás justicias, y que algún día llega. Y esa justicia se aproxima para nosotros; solamente debemos tener la prudencia y la sabiduría suficientes para prepararnos a que no nos birlen de nuevo la justicia, en el momento mismo en que estamos por percibirla y por disfrutarla.
Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina.
Es indudable que, realizada esta unión, caerán a su orbita los demás países, sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separados o juntos, sino en pequeñas unidades. Apreciado esto, señores, yo empecé a trabajar sobre los pueblos. Tampoco olvidé de trabajar a los gobiernos, y durante los siete años del primer gobierno, mientras trabajábamos activamente en los pueblos, preparando la opinión para bien recibir esta acción, conversé con los que iban a ser presidentes, por lo menos, en los dos países que más nos interesaban: Getulio Vargas y el General Ibáñez.
Getulio Vargas estuvo total y absolutamente de acuerdo en esta idea, y en realizarla tan pronto él estuviera en el gobierno. Ibáñez me hizo exactamente igual manifestación, y contrajo el compromiso de proceder lo mismo.
Yo no me hacía ilusiones porque ellos hubieron prometido esto, para dar el hecho por cumplido porque bien sabía que eran hombres que iban al gobierno y no iban a poder hacer lo quisieran, sino lo que pudieran. Sabía bien que un gran sector de esos pueblos se iba a oponer tenazmente a una realización de este tipo, por cuestiones de intereses personales y negocios, más que por ninguna otra causa. ¡Cómo no se van a oponer los ganaderos chilenos a que nosotros exportemos sin medida ganado argentino! ¡Y cómo no se van a oponer a que solucionemos todos los problemas fronterizos para la internación de ganado, los acopiadores chilenos, cuando una vaca o un novillo, a un metro de la frontera chilena hacia el lado argentino, vale diez mil pesos chilenos, y a un metro hacia Chile de la frontera argentina, vale veinte mil pesos chilenos! Ese que gana los diez mil pesos no va a estar de acuerdo nunca con una unidad de este tipo.
Cito este caso grosero para que los señores intuyan toda la gama inmensa de intereses de todo orden que se desgranan en cada una de las cosas que come el pobre «roto» chileno y que producen ellos.
Ese mismo fenómeno sucede con el Brasil.
Por esta razón nunca me hice demasiadas ilusiones sobre las posibilidades de ello; por eso seguimos trabajando por estas uniones, porque ellas deberán venir por los pueblos.
Nosotros tenemos muy triste experiencia de las uniones que han venido por los gobiernos; por lo menos, ninguna en ciento cincuenta años ha podido cristalizar en alguna realidad.
Probemos el otro camino que nunca se ha probado para ver si, desde abajo, podemos ir influyendo en forma determinante para que esas uniones se realicen.
Señores: sé también que el Brasil, por ejemplo, tropieza con una gran dificultad: en Itamaraty, que constituye una institución supergubernamental. Itamaraty ha soñado, desde la época de su Emperador hasta nuestros días, con una política que se ha prolongado a través de todos los hombres que han ocupado ese difícil cargo en el Brasil. Ella los había llevado a establecer un arco entre Chile y el Brasil; esa política debe ser vencida con el tiempo por un buen proceder de parte nuestra.
Debe desmontarse todo el sistema de Itamaraty y deben desaparecer esas excrecencias imperiales que constituyen, más que ninguna otra razón, los principales obstáculos para el Brasil entre a una, diremos, unión verdadera con la Argentina.
Nosotros con ellos no tenemos ningún problema, como no sea ese sueño de la hegemonía, en el que estamos prontos a decirles: son ustedes más grandes, más lindos y mejores que nosotros; no tenemos ningún inconveniente.
Nosotros renunciamos a todo eso, de manera que ese tampoco va a ser un inconveniente. Pero es indudable que nosotros creíamos superado en cierta manera ese problema.
Yo he de contarles a los señores un hecho que pondrá perfectamente en evidencia cómo procedemos nosotros y por qué tenemos la firme convicción de que al final vamos a ganar nosotros, porque procedemos bien. Porque los que proceden mal son los que sucumben víctimas de su propio mal procedimiento: por eso, no emplearemos en ningún caso ni los subterfugios, ni las insidias, ni las combinaciones raras, que emplean algunas cancillerías.
Cuando Vargas subió al gobierno me prometió a mí que nos reuniríamos en Buenos Aires o en Río y haríamos ese tratado que yo firmé con Ibáñez después; el mismo tratado.
Ese fue un propósito formal que nos habíamos trazado.
Más aún, dijimos: «Vamos a suprimir las fronteras, si es preciso”. Yo «agarraba» cualquier cosa, porque estaba dentro la orientación que yo seguía, y de lo que yo creía que era necesario y conveniente.
Yo sabía que acá yo lo realizaba, porque cuando yo le dijera a mi Pueblo que quería hacer eso, yo sabía que mi Pueblo querría lo que yo querría en el orden de la política internacional, porque ya aquí existe una conciencia político-internacional en el Pueblo y existe una organización. Además la gente sabe que, en fin, tantos errores no cometemos, de manera que tiene también un poco de fe en lo que hacemos.
Más tarde Vargas me dijo que era difícil que pudiéramos hacerlo tan pronto, porque él tenía una situación política un poco complicada en las Cámaras y que antes de dominarlas quería hacer una conciliación. Es difícil eso en política primero hay que dominar y después la conciliación viene sola. Son puntos de vista; son distintas maneras de pensar.
El siguió un camino distinto y nombró un gabinete de conciliación, vale decir, nombró un gabinete donde por lo menos las tres cuartas partes de los ministros eran enemigos políticos de él y que servirían a sus propios intereses y no a los del gobierno. Claro que él creyó que esto en seis meses le iba a dar la solución; pero cuando pasaron los seis meses el asunto estaba más complicado que antes. Naturalmente, no pudo venir acá; no pudo comprometerse frente a su Parlamento y frente a sus propios ministros a realizar una tarea que implicaba ponerse los pantalones y jugarse una carta decisiva frente a la internacional mundial, a su pueblo, a su Parlamento y a los intereses que había que vencer.
Naturalmente, yo esperé. En ese ínterin es elegido presidente el General Ibáñez; la situación de él no era mejor que la situación de Vargas, pero en cierta manera llegaba plebiscitado en todo lo que se puede ser plebiscitado en Chile, con elecciones muy sui géneris, porque allá se inscriben los que quieren, y los que no quieren no; es una cosa muy distinta la nuestra. Pero él llega al gobierno naturalmente. Tan pronto al gobierno, yo, conforme con lo que habíamos conversado, lo tanteé. Me dice: «De acuerdo; lo hacemos». ¡Muy bien! El General fue más decidido, porque los generales solemos ser más decididos que los políticos. Pero antes de hacerlo, como yo tenía un compromiso con Vargas, le escribí una carta que le hice llegar por intermedio de su propio embajador, a quien llamé y dije: «Vea, usted tendrá que ir a Río con esta carta y tendrá que explicarle todo esto a su Presidente. Hace dos años nosotros nos prometimos realizar este acto. Hace más de un año y pico que lo estoy esperando, y no puede venir. Yo le pido autorización a él para que me libre de ese compromiso de hacerlo primero con el Brasil y me permita hacerlo primero con Chile. Claro que le pido esto porque creo que estos tres países son los que deben realizar la unión».
El embajador va allá y vuelve y me dice, en nombre de su Presidente, que no solamente me autoriza a que vaya Chile liberándome del compromiso, sino que me da también su representación para que lo haga en nombre de él en Chile. Naturalmente ya sé ahora muchas cosas que antes no sabía; acepté sólo la autorización, pero no la representación.
Fui a Chile llegué allí y le dije al General Ibáñez: «Vengo aquí con todo listo y traigo la autorización del Presidente Vargas, porque yo estaba comprometido a hacer esto primero con él y con el Brasil», de manera que todo sale perfectamente bien y como lo hemos planeado, y quizá al hacerse esto facilite la acción de Vargas y se vaya arreglando así mejor el asunto».
Llegamos, hicimos allá con el Ministro de Relaciones Exteriores todas esas cosas de las cancillerías, discutimos un poco —poca cosa— y llegamos al acuerdo, no tan amplio; como nosotros queríamos, porque la gente tiene miedo en algunas cosas y, es claro salió un poco retaceado, pero salió. No fue tampoco un parto de los montes, pero costó bastante convencer, persuadir, etcétera.
Y al día siguiente llegan las noticias de Río de Janeiro donde el Ministro de Relaciones Exteriores del Brasil hacía unas declaraciones tremendas contra el Pacto de Santiago, “que estaba en contra de los pactos regionales, que ése era la destrucción de la unanimidad panamericana». Imagínense la cara que tendría yo al día siguiente cuando fui y me presenté al Presidente Ibáñez. Al darle los buenos días, me preguntó: «¿Qué me dice de los amigos brasileños?».
Naturalmente que la prensa carioca sobrepasó los límites a que había llegado el propio Ministro de Relaciones Exteriores, señor Neves de Fontoura. Claro, yo me callé; no tenía más remedio. Firmé el tratado y me vine aquí.
Cuando llegué me encontré con Gerardo Rocha, viejo periodista de gran talento, director de «O Mundo» en Río, muy amigo del Presidente Vargas, quien me dijo: «Me manda el Presidente Vargas para que le explique lo que ha pasado en el Brasil. Dice que la situación de él es muy difícil; que políticamente no puede dominar; que tiene sequías en el Norte, heladas en el Sur; y a los políticos los tiene levantados; que el comunismo está muy peligroso; que no ha podido hacer nada; en fin, que lo disculpe, que él no piensa así y que si el Ministro ha hecho eso, que él tampoco puede mandar al Ministro».
Yo me he explicado perfectamente bien todo esto; no lo justificaba, pero me lo explicaba por lo menos. Naturalmente, señores, que planteada la situación en estas circunstancias, de una manera tan plañidera y lamentable, no tuve más remedio que decirle que siguiera tranquilo, que yo no me meto en las cosas de él y que hiciera lo que pudiese, pero que siguiera trabajando por esto.
Bien, señores. Yo quería contarles esto, que probablemente no lo conoce nadie más que los ministros y yo; claro está que son todos documentos para la Historia, porque yo no quiero pasar a la Historia como un cretino que ha podido idealizar esta unión y no la ha realizado. Por lo menos quiero que la gente piense en el futuro que sí aquí ha habido cretinos, no he sido yo sólo; hay otros cretinos también como yo, y todos juntos iremos en el «baile del cretinismo».
Pero lo que yo no quería es dejar de afirmar, como lo haré públicamente en alguna circunstancia, que toda la política argentina en el orden internacional ha estado orientada hacia la necesidad de esa unión, para que, cuando llegue el momento que seamos juzgados por nuestros hombres —frente a los peligros que esta disociación producirá en el futuro—, por lo menos tengamos el justificativo de nuestra propia impotencia para realizarla.
Sin embargo, yo no soy pesimista; yo creo que nuestra orientación, nuestra perseverancia, va todos los días ganando terreno dentro de esta idea, y estoy casi convencido de que un día lo hemos de realizar todo bien y acabadamente, y que tenemos que trabajar incansablemente por realizarlo. Ya se acabaron las épocas del mundo en que los conflictos eran entre dos países. Ahora los conflictos se han agrandado de tal manera y han adquirido tal naturaleza que hay que prepararse para los «grandes conflictos» y no para los «pequeños conflictos».
Esta unión, señores, está en plena elaboración; es todo cuanto yo podría decirles a ustedes como definitivo.
Estamos trabajándola, y el éxito, señores, ha de producirse; por lo menos, nosotros hemos preparado el éxito, lo estamos realizando, y no tengan la menor duda de que el día que se produzca yo he de saber explotarlo con todas las conveniencias necesarias para nuestro país, por que, de acuerdo con el aforismo napoleónico, el que prepara un éxito y lo conquista, difícilmente no sabe sacarle las ventajas cuando lo ha obtenido.
En esto, señores, estoy absolutamente persuadido de que vamos por buen camino. La contestación del Brasil, buscando desviar su arco de Santiago a Lima, es solamente una contestación ofuscada y desesperada de una Cancillería que no interpreta el momento y que está persistiendo sobre una línea superada por el tiempo y por los acontecimientos; eso puede tener efectividad.
La lucha por las zonas amazónica y del Plata no tiene ningún valor ni ninguna importancia; son sueños un poco ecuatoriales y nada más. No puede haber en ese sentido ningún factor geopolítico ni de ninguna otra naturaleza que pueda enfrentar a estas dos zonas tan diversas en todos sus factores y en todas sus características.
Aquí hay un problema de unidad que está por sobre todos los demás problemas, y en estas circunstancias, quizá muy determinantes, de haber nosotros solucionado nuestros entredichos con Estados Unidos, tal vez esto favorezca en forma decisiva la posibilidad de una unión continental en esta zona del continente americano.
Señores: como ha respondido el Paraguay, aunque es un pequeño país; como irán respondiendo otros países del continente, despacito, sin presiones y sin violencias de ninguna naturaleza, así se va configurando ya una suerte de unión.
Las uniones deben realizarse por el procedimiento que es común: primeramente hay que conectar algo; después las demás conexiones se van formando con el tiempo y con los acontecimientos.
Chile, aun a pesar de la lucha que deben sostener allí, ya está unido con la Argentina.
El Paraguay se halla en igual situación. Hay otros países que ya están inclinados a realizar lo mismo. Si nosotros conseguimos ir adhiriendo lentamente a otros países, no va a tardar mucho en que el Brasil haga también lo mismo, y ése será el principio del triunfo de nuestra política.
La unión continental a base de Argentina, Brasil y Chile está mucho más próxima de lo que creen muchos argentinos, muchos chilenos y muchos brasileños; en el Brasil hay un sector enorme que trabaja por esto. Lo único que hay que vencer son intereses; pero cuando los intereses de los países entran a actuar, los de los hombres deben ser vencidos por aquéllos: ésa es nuestra mayor esperanza.
Hasta que esto se produzca, señores, no tenemos otro remedio que esperar y trabajar para que se realice: y ésa es nuestra acción y ésa es nuestra orientación.
Muchas gracias.»
CAPÍTULO V
EL MERCADO COMÚN LATINOAMERICANO Y LA ALIANZA PARA EL PROGRESO
Cuando se habla de la «Alianza para el Progreso», lo primero que uno ha de preguntarse es para quién será el progreso, porque en realidad de verdad, la ayuda hasta ahora ha sido aparentemente para nuestros países, en tanto el progreso ha sido sólo para los Estados Unidos de Norteamérica, como ha venido ocurriendo con lo de la «Buena Vecindad» en la que, mientras nosotros hemos debido ser los buenos, ellos han sido los vecinos.
En 1956, los 95 «países pobres», recibieron en concepto de esta seudoayuda para su desarrollo una suma aproximada de 6.000 millones de dólares en total. Pero naturalmente esta suma no ha sido un donativo, como se pretende hacer aparecer, sino un préstamo con sus correspondientes plazos, amortizaciones y leoninos intereses, aparte de estar sometidos a compras forzadas en el país prestamista. En realidad, la mayor parte de esta pretendida ayuda se destina a pagar amortizaciones e intereses vencidos de los empréstitos anteriores. La demostración más clara de lo anterior está en el hecho de que, en 1962, los citados 95 países tenían una deuda exterior de 25.000 millones de dólares, en tanto en 1966 —cuatro años después— su deuda se ha elevado a los 41.000 millones de la misma moneda. En otras palabras: U.S.A. ha hecho una conveniente y segura inversión de sus capitales sobrantes, mientras los «países pobres» están cada día mas hipotecados económicamente y más sometidos políticamente: he ahí la ayuda para el progreso.
Y no es cuestión que esto se me ocurra a mí: lo dicen oficialmente los propios norteamericanos en su «The American Political Science Review», de junio de 1962, pág 309: «La ayuda a otros países no puede considerarse justificada si se la considera como una medida aislada. La ayuda estará solamente justificada si pasa a formar parte de las medidas políticas del país suministrador, ligadas a la situación política en el país beneficiario y tendiente a ejercer determinada influencia en esta situación. En este sentido, la ayuda a otros países no se diferencia en nada de las medidas diplomáticas, militares o de propaganda. Todos estos medios son un arma política de la Nación».
Si analizamos detenidamente la existencia de organizaciones internacionales americanas, en las que se trate el llamado «panamericanismo», se podrá observar con claridad la tendencia norteamericana hacia la formación de un bloque continental en el que el imperialismo lleva la voz cantante para poner en ejecución las anteriores afirmaciones en lo político como la dominación en lo económico, mediante un sistema aparentemente dirigido a una confraternidad inexistente. A continuación mencionamos las distintas organizaciones con sus fines aparentes, para luego poder mencionar los designios reales.
1.-La Organización de los Estados Americanos (OEA)
Todos los esfuerzos de los Estados Unidos han estado dirigidos siempre a afirmar la doctrina de Monroe —América para los americanos— y las organizaciones que ha promovido sin solución de continuidad llevan en germen esa finalidad. Sin embargo, frente a la inclinación natural de Hispanoamérica, no ha tenido más remedio que proceder lentamente por etapas sucesivas. Veamos sintéticamente la cronología del desarrollo de tales actividades bajo la inspiración yanqui.
1889-1890: Reunión del «Congreso Panamericano (I Conferencia), reunida en Washington y a la que asisten todos los Estados Americanos, convocados por los Estados Unidos. Objeto: activar las relaciones amistosas entre los Estados a través de las relaciones comerciales. Se crean la «Unión Internacional de Repúblicas Americanas» y la «Oficina Comercial de las Repúblicas Americanas», ambas con sede en Washington, esta última fue el origen de la «Unión Panamericana» (1910).
1901-1902: II Conferencia, en México, con asistencia de todos los Estados Americanos. Se tratan asuntos comerciales.
1906: III Conferencia, en Río de Janeiro, con asistencia de la representación de 17 de los Estados Americanos. Se aprueban resoluciones sobre codificación de derecho internacional.
1910: IV Conferencia, en Buenos Aires, con asistencia de todos los Estados excepto Bolivia, se otorga carácter de organismo permanente a la «Unión de las Repúblicas Americanas», cuyo órgano ejecutivo es la «Unión Panamericana».
1923: V Conferencia, en Santiago de Chile, con asistencia de todos los Estados excepto México, Bolivia y Perú. Se aprueba el «Tratado Gondra», que crea una «Comisión Investigadora» para conflictos bélicos entre los Estados Americanos.
1928: VI Conferencia, en La Habana, con asistencia de todos los Estados, se aprueban soluciones sobre Derecho Internacional Público y Privado. Se promueve un debate de carácter político provocado por la intromisión norteamericana en ciertos países iberoamericanos. La cuestión de «no intervención» fue aplazada por presión norteamericana a la siguiente conferencia.
1933: VII Conferencia, en Montevideo, con asistencia de todos los Estados menos Costa Rica. Se aprueba la cláusula de «No Intervención'» con ciertas reservas impuestas por los Estados Unidos. Ante la grave situación Europea se convoca a una Conferencia Extraordinaria (Diciembre de 1936). Se aprueba la aceptación sin reservas de la «Doctrina de no intervención». Se acuerda establecer un frente común para el mantenimiento de la paz en Continente.
1938: VIII Conferencia, en Lima, concurren todos los Estados y se acuerda ratificar el principio de solidaridad americana y la «Doctrina de no intervención». Se conviene la consulta para la acción común en caso de amenaza común. Entre 1939 y 1942 se realizan tres Reuniones de Cancilleres, la «Conferencia Interamericana» sobre problemas de la guerra y de la paz (México, 1945) y la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Seguridad y la Paz Continental (Río de Janeiro, 1947).
1948: IX Conferencia, en Bogotá, con asistencia de todos los Estados. Se crea el sistema regional actual en el que se estructuran los distintos países de la O.E.A. como un bloque de naciones independientes dentro de las Naciones Unidas. Se aprueba la «Carta de Organización de los Estados Americanos» y el «Pacto de Bogotá» sobre solución pacífica de los conflictos.
1954: X Conferencia, en Caracas, con asistencia de todos los Estados excepto Costa Rica. Se firma la «Declaración de Caracas» en la que reafirman los principios de «Carta de la O.E.A.». Se aprueba una propuesta de Foster Dulles de condena al comunismo, se estudian los problemas económicos de posguerra y se firman acuerdos sobre asilo territorial y diplomático.
1959: Funcionando desde la «Declaración de Caracas» (1954) en conferencias regulares de la O.E.A., el organismo correspondiente toma las decisiones. Así en 1959 se aprueba el acta de creación del Banco Interamericano de Desarrollo.
1960: Se imponen sanciones económicas a la República Dominicana, se firma el Acta de Bogotá sobre ayuda multilateral, se establece el «Comité de Coordinación de las Actividades de la O.E.A.».
1961: Se crea en Punta del Este la «Alianza para el Progreso».
1962: Se expulsa a Cuba de la O.E.A. 1964: Se reintegra Bolivia a la O.E.A.
1965: Se aprueba la creación de un Comando Interamericano.
1966: Estados Unidos presenta un proyecto de reforma de la O.E.A. que incluirá una Asamblea General anual y tres consejos.
1967: En Buenos Aires, Conferencia de Cancilleres, en la que se propone la reforma de la «Carta de la O.E.A.» prevista en la Conferencia de 1965 en Río de Janeiro. Del 12 al 14 de abril se reúnen en Punta del Este los Jefes de Estado que convienen la realización de un programa que haga posible «La Integración Económica de las Américas» con el voto en contra del Ecuador, asunto que trataremos en el acápite siguiente de este capítulo.
OTRAS ORGANIZACIONES AMERICANAS COLATERALES DE LA O.E.A.
«Organización de los Estados Centroamericanos» (ODECA), fundada en virtud de la «Carta de San Salvador», como consecuencia de los acuerdos adoptados por los Ministros de Relaciones Exteriores de Guatemala, Nicaragua y Costa Rica el 14 de octubre de 1951. Organismo compuesto de un «Consejo Supremo» integrado por los Presidentes de los cinco Estados; un «Consejo de Defensa», formado por los Ministros del ramo; un «Consejo Legislativo», tres diputados por cada país, para unificar leyes centroamericanas; un «Consejo Económico», que regula el Mercado Común Centro Americano; la «Carta de Justicia Centroamericana», un Consejo Cultural y Educativo y la «Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores que se celebra cada dos años si no se la convoca extraordinariamente a solicitud de tres los miembros.
«Alianza para el Progreso». Sede Washington, creada en Punta del Este el 17 de agosto de 1961 a propuesta del Presidente Kennedy, fue suscripta por todos los Estados Americanos, excepto Cuba. Sus fines son establecer un programa de cooperación y ayuda para resolver los problemas económicos y sociales de los países latinoamericanos; elevar la renta individual en todos ellos durante los diez años de duración del programa y perfeccionar y reforzar las instituciones democráticas.
«Asociación Latinoamericana de Libre Comercio», fundada en Montevideo, el 18 de febrero de 1960, con una vigencia de doce años para la «zona de libre comercio‖. Sus fines son: Establecer una Zona de Libre Comercio mediante la restricción gradual (8 % anual) de los derechos de importación de un 75 % de los artículos objeto de su comercio, hasta la desaparición de los aranceles en el plazo previsto de 12 años. Con ello se piensa llegar al Mercado Común Latinoamericano.
«Asociación Económica Centroamericana» (AECA). Creada en febrero de 1960 por El Salvador, Guatemala y Honduras. Se extiende luego a Nicaragua. Tratado por veinte años. Fines: crear un Mercado Común Centroamericano mediante la reducción progresiva de tarifas.
«Tratado General de Integración Económica Centroamericana», firmado el 13 de diciembre de 1960 en Managua. Es la consecuencia lógica de la existencia del Mercado común antes mencionado.
«Banco Interamericano de Desarrollo» (BID), fundado el 8 de abril de 1959.
«Banco Centroamericano de Fomento» (BCAF), fundado el 13 de diciembre de 1960.
«Comisión Económica de las N. U. para América Latina» (CEPAL), fundada en marzo de 1948 en Santiago de Chile.
«Consejo Interamericano Económico y Social» (C.I.E.S.), establecido en la Conferencia de Bogotá (1949) constituye uno de los organismos permanentes de la O.E.A. Se reúne en Washington.
«Consejo Interamericano de Jurisconsultos» (CU), fundado en 1939, sede Río de Janeiro. Fines: servir de cuerpo consultivo en asuntos jurídicos y promover el desarrollo de la codificación del derecho internacional público.
«Oficina Interamericana de Defensa», (OID), con sede en Washington y dependiente de la O.E.A., tiene a su cargo el estudio de las medidas de coordinación de la defensa continental.
«Tratado de Río de Janeiro, firmado el 2 de setiembre de 1947, por los miembros de la O.E.A. Fines: asegurar la defensa del hemisferio occidental.
«Asociación Interamericana de Educación» (AIDE), creada en 1962 con carácter independiente de los gobiernos. Fines: fomentar el conocimiento mutuo de los problemas culturales y educativos. «Mercado Común Latinoamericano», creado en la última reunión de Presidentes en Punta del Este y que trataré en el capítulo, inmediatamente a continuación.
Todo este proceso organizativo que lleva setenta y ocho años de desarrollo y que comienza con el «Congreso Panamericano», para alcanzar en 1910 la «Unión Panamericana», no ha servido sino «para arrimar el ascua a la sardina» del imperialismo durante todo ese tiempo. Como se podrá observar, comenzamos por un inocente propósito «de activar las relaciones amistosas entre los Estados, a través de las relaciones comerciales», pero pasando por la formación de un bloque nacionales dentro de la U.N. en la IX Conferencia, llegamos a la aplicación de sanciones a algunos países y a la expulsión de otros, como a la formación de un «Comando Interamericano» y el intento de la formación de un mercado común, prácticamente manejado por los Estados Unidos.
Todos estos instrumentos internacionales que prácticamente nos ligan al imperialismo nos complican determinantemente en problemas en los que nuestros países nada tienen que ver y que emergen de la actitud y conducta que sigue el país monitor. Y, si consideramos que, aparte de ello, la intervención solapada de los Estados Unidos de Norteamérica en los asuntos internos de nuestros países es la principal causa de la perturbación crónica que sufren, se podrá formar una opinión clara, de la finalidad oculta de tantos organismos y conferencias.
El caso de la República Argentina es una elocuente demostración de las anteriores afirmaciones: como el Gobierno Justicialista no le hizo el juego al de los Estados Unidos y al contrario se opuso a sus intentos de penetración y dominio, ese país se convirtió en el centro de conspiración y su gobierno y distintas autoridades en colaboradores directos de los que atentaron permanentemente contra el Gobierno legal y constitucional de la República Argentina. Todas, o casi todas, las organizaciones que hemos mencionado, como participantes del sistema interamericano, fueron a su vez elementos obedientes a las insinuaciones y opresiones en contra de nuestro país.
LA existencia de «Gobiernos latinoamericanos», dócilmente obedientes a los mandatos imperialistas, han ido disminuyendo y la consecuencia ha sido su reemplazo por dictaduras militares que responden al «Pentágono» o al State Department como consecuencia de que han sido promovidos desde allí y tienen el correspondiente «O.K.» del imperialismo. Esos militares, que tan ignominiosamente se han sometido, han transformado a las fuerzas armadas en tropas de ocupación de sus propias patrias y convertido al país en un triste satélite del imperialismo, además de estar entregando sus fuentes de riqueza a la expansión y penetración del mismo. Esa es una verdad que ya no se discute en nuestros países. Frente a conductas semejantes, podemos observar de parte del imperialismo, más que una perseverancia, una verdadera contumacia tendiente a una dominación efectiva de nuestro continente, impidiendo toda relación extracontinental que presuponga un factor coadyuvante a la liberación de nuestros países. El caso reciente de Cuba, desde su punto de vista, ha de haber sido una comprobación de cuanto vienen sosteniendo. Esta ha sido también una explicación clara y elocuente, de por qué el imperialismo ha sido un enemigo permanente del hispanoamericanismo por un acercamiento real y efectivo de nuestros países con la Madre Patria, que comenzó hace un siglo y medio, mediante la «Leyenda Negra» creada y desarrollada por el anglosajonismo, para cortar todo posible acuerdo que pudiera oponerse a sus designios colonialistas.
En eso han sido congruentes. La formulación de la ya famosa «Doctrina de Monroe» en 1823, el 2 de diciembre, con motivo de sus acuerdos con Rusia, declara: «En las discusiones a que han dado lugar esos intereses y en los arreglos que podrán darle término, se ha juzgado propia la ocasión de afirmar como principio, en el que están envueltos los derechos e intereses de los Estados Unidos, que los continentes americanos, por la libre e independiente condición que han asumido y conservado, no pueden considerarse sujetos a futura colonización por ninguna potencia europea… Corresponde a nuestra franqueza y a las relaciones amistosas que existen entre aquellas potencias, declarar que consideramos peligrosa para nuestra paz y seguridad toda tentativa de ellas para extender su sistema a una porción cualquiera de este hemisferio». Pero es interesante que 142 años después, la Cámara de Representantes, fija la «Doctrina Johnson» que completa la declaración de Monroe: «Cualquier dominación subversiva o la amenaza de la misma, viola los principios de la Doctrina de Monroe y la seguridad colectiva, según se define en las actas y resoluciones hasta ahora aprobadas por las repúblicas americanas y en cualquiera de estas situaciones, cualquiera de las partes contratantes del Tratado Interamericano de Ayuda Recíproca puede, en el ejercicio de la defensa propia o colectiva, que pudiera llegar al uso de la fuerza armada, y de acuerdo con las declaraciones y principios antes citados, tomar medidas para sofocar o combatir la intervención, la dominación, el control y la colonización en cualquier forma, por las fuerzas subversivas conocidas como comunismo y sus agentes en el hemisferio occidental.»
Como puede verse, esta última declaración, que ha sido débilmente protestada por algún país que más que nada quiso »salvar la cara», ha dejado en pie la posibilidad de la intervención yanqui, incluso por medio de la fuerza armada, sin necesidad de consulta previa con los propios países damnificados. Si se pretendiera algo más monstruoso, en orden al respeto de la soberanía de los países, no creo que pudiera encontrarse. Todo ello ha sido posible mediante sucesivos acuerdos insidiosamente aprobados en las conferencias de los representantes del imperialismo con los agentes cipayos que le sirven en los distintos países. Por eso, cuando existe una Organización de los Estados Americanos (O.E.A.), en la que tales aberraciones pueden producirse, no se puede sino pensar en la necesidad de provocar por el medio que sea, los remedios heroicos que corresponden.
Hace poco tiempo, se ha editado en Montevideo —ediciones Tauro— Misiones 1290, un libro extraordinario del escritor Don Pablo Franco, «La Influencia de los Estados Unidos en América Latina»’, donde se pueden encontrar conceptos justos sobre este tema que actualmente inquieta a todos Centro y Sur Americanos. Son los escritores jóvenes que honran las letras argentinas no sólo por lo que dicen, sino también por lo que sienten. El que se interese por este tema no encontrará nada mejor.
2. — Evolución e Integración
Hace más de veinte años, el Justicialismo ponía en marcha en la Argentina tres acciones que eran, en realidad, parte del contenido ideológico y doctrinario que le daba forma; la evolución hacia nuevas estructuras, la integración geopolítica y la integración histórica.
Sobre la evolución, los argentinos tienen fehacientes comprobaciones, no sólo por el bien que entonces acarrearon a la comunidad, sino también por el desastre que provocaron en el país los que se animaron a destruir nuestro orden. Pero, por sí ello fuera poco, una rápida observación de lo que está pasando en el mundo actual nos presentará a los justicialistas como precursores de lo que está siendo un socialismo nacional cristiano que terminará con las viejas estructuras políticas, económicas y sociales en todos los continentes. La Iglesia, generalmente tan conservadora, en sucesivas encíclicas ha tratado de ponerse al día en esta evolución que nosotros, los justicialistas, concebimos y ejecutamos hace ya más de veinte años.
En lo referente a la integración geopolítica, que en el mundo moderno ha pasado a ser una palabra de orden en el despertar de los continentes, también hemos sido precursores, porque la primera comunidad económica que lleva a la formación del Mercado Común Europeo, con miras a los Estados Unidos de Europa, comienza en 1958 con el Tratado de Roma, en tanto nosotros ya en 1949 realizábamos en Chile las primeras gestiones hacia un tratado de complementación económica con miras a una comunidad económica latinoamericana, con los mismos objetivos. A este tratado se adhirieron la mayor parte de los países, hasta que el imperialismo, que no desea nuestra integración, utilizando a los «cipayos» de adentro y a sus satélites de afuera, trató de dejarlo sin efecto y anular su resurgimiento con la creación de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) que, ni permite la unificación, ni puede asegurar el libre comercio que, en un mundo organizado en mercados comunes, es algo que no tiene razón de ser.
En la integración histórica, también fuimos precursores: en 1946 lanzábamos desde Buenos Aires nuestra «Tercera Posición», que cayó aparentemente en el vacío. Pero, han pasado veinte años y hoy, las dos terceras partes del mundo pujan por colocarse en ella, y ha surgido el «Tercer Mundo» que agita ya a los cinco continentes. Ello es lógico, por tratarse de una guerra de liberación; sin embargo, y a pesar de la presión imperialista, al Este o al Oeste de la famosa cortina se sigue luchando activamente por una integración indispensable, no para liberarse, sino para consolidar esa liberación. El ejemplo lo tenemos en la Argentina que durante los diez años de Gobierno Justicialista fue libre y soberana, pero la coalición de la sinarquía internacional con los «cipayos» vernáculos aplastaron, lo que demuestra que un país se puede liberar aisladamente, pero esa liberación no se podrá consolidar a menos que nos integremos en ese »Tercer Mundo».
Los justicialistas hemos pagado, tanto en la evolución como en las integraciones geopolítica e histórica, el precio que siempre pagan los precursores, pero nuestra ideología y nuestra doctrina están en pie, cada día con mayor vigencia, mientras surge una «Revolución Argentina» que cabestrea mansamente al imperialismo que se está combatiendo en todas partes como se lo ha hecho por todos los pueblos y a lo largo de todos los tiempos, desde los fenicios hasta nuestros días.
Si algo doctrinario se busca mencionar en el peronismo todo nace en estas tres grandes líneas inspiradoras de cuanto hemos tratado de hacer en el campo efectivo de las reformas integrales, que hoy no obedecen a las premisas trasnochadas de algunos ideólogos pasados de moda, sino a las realidades que la vida moderna nos presenta todos los días como imperativos insoslayables.
Como la experiencia es la parte más efectiva de la sabiduría, antes de entrar a tratar el tema del Mercado Común Latinoamericano he querido mencionar nuestra experiencia al respecto que, para que sea más elocuente, he tratado de presentarla ligada a los fenómenos que le son colaterales. Nada más lejos de nuestra intención que hacer propaganda barata a nuestro sistema ni a nuestra ideología que, creados para la Argentina, obedecen a sus necesidades y a las condiciones originales de su vida y desenvolvimiento.
En 1950, cuando el Justicialismo estaba en auge en Argentina, fuimos invitados por algunos simpatizantes de diversos países latinoamericanos para realizar una «Internacional Justicialista» con la idea de extender nuestra ideología hacia otros países del Continente.
Nuestra respuesta fue negativa porque consideramos entonces inapropiado que una doctrina nacionalista se transformara en ideario internacional.
Seguimos pensando lo mismo, pero ofrecemos a los hermanos de América del Sur nuestra experiencia, nuestras ideas por si, de alguna manera pudieran serles útiles en sus casos y situaciones peculiares.
3. — La Idea de una Comunidad Hispano-americana
La idea de una Comunidad Hispanoamericana nace con la independencia de nuestros países. Primero desde Chile y Perú, luego por inspiración de Bolívar, llegan los primeros intentos que siempre fracasan por diversas circunstancias. La oposición, preciso es confesarlo, está preponderantemente en Buenos Aires, que mantenía por diversas razones un criterio un tanto aislacionista. No fueron más afortunados los tres congresos realizados en México con la misma intención, como tampoco el tratado de unión firmado por Colombia y Perú, abierto a la firma de los demás países del Continente, que afirmaba: «Todos los Estados de la antigua Hispanoamérica, unidos, fuertes y poderosos apoyando juntos la causa de la independencia».
No podemos afirmar que existieron entonces interferencias concretas extracontinentales, pero la afirmación de Bolívar es realmente sugestiva:«Parece como si la propia Providencia hubiese destinado a los Estados Unidos para, en nombre de la propia libertad, cubrir América con las lacras de la Miseria’. Mucho más explícito resulta el libro de Z. Romanova, «La Expansión Económica de Estados Unidos en América Latina», que refiriéndose al mismo tema expresa: «Al analizar la expansión económica de los EE. UU. en América Latina hay que detenerse especialmente en el examen del Mercado Común en América Latina. El imperialismo yanqui no sólo ha deformado la estructura económica de los países latinoamericanos, sino que ha aislado a estos países. El principio de «dividir para reinar» ha sido uno de los predilectos en el arsenal de recursos colonialistas del imperialismo yanqui. Es el que mejor ha ayudado a los monopolios estadounidenses para apoderarse de las riquezas naturales de las naciones latinoamericanas y a supeditarlas a su economía».
Los hechos parecen confirmar en parte estas afirmaciones: Ya en 1820 se intenta constituir una «alianza comercial general» auspiciada por los Estados Unidos en la que lleva la voz cantante el Secretario de Estado, Henry Clay, con la afirmación: «Podemos crear un sistema del cual seremos centro y en el cual toda la América del Sud actuará con nosotros. Con respecto al comercio seremos los más beneficiados: este país se convertirá en el depósito del comercio del mundo”. (Rodney Arizmendi, «Para un prontuario del dólar). Otros numerosos intentos de crear «alianzas comerciales» se suceden en los años siguientes, que confirman la intención de los Estados Unidos de satisfacer el anhelo Latinoamericano de integración a base de una unidad comercial dependiente del Gran País del Norte. Así, en 1861 se trata de agrupar a países del Caribe, en 1889 se lo trata de hacer por la «Unión Arancelaria Continental» en la primera Conferencia Panamericana de ese año, en la cual está patente la intención de desplazar a Europa para que los Estados Unidos sean el único proveedor de Latinoamérica. Los esfuerzos del entonces Secretario de Estado de la Unión, James Blain, fracasaron ante la firme decisión de los Estados Latinoamericanos.
Así entramos en el siglo xx, bajo el signo de la famosa «Doctrina Monroe» se intenta permanentemente, siempre con los mismos resultados, la integración americana, en la que Latinoamérica sería el caballo y USA el jinete. Ello es precisamente lo que ha impedido la realización de toda integración continental. La existencia de la «Organización de los Estados Americanos» ha sido una permanente campaña por los viejos designios, si bien con resultados bastante limitados en lo que a integración se refiere, porque todos los países de la América Trigueña han tratado de evitar de una manera u otra la absorción del Norte.
Durante la Primera y Segunda Guerra mundiales se acentuaron los intentos de uniones económicas. Así, en 1939 se constituye el Consejo Interamericano Económico y Financiero y terminada la Segunda Guerra Mundial, en 1948, en la primera sesión de la Comisión Económica de la ONU para América Latina, se tratan los problemas comerciales de Latinoamérica y en la CEPAL, en 1949, se trata la creación de un sistema de clearing interamericano, a lo que se opuso EE. UU. En estas circunstancias el Gobierno Argentino promueve la integración Latinoamericana mediante el Tratado de Complementación Económica firmado en Santiago de Chile, entre este país y la Argentina, pero que quedó abierto a la adhesión de los demás países con la finalidad de intentar una comunidad económica sudamericana. A este tratado se adhirieron sucesivamente Bolivia, Paraguay, Ecuador, Colombia y Venezuela. Se estaba en los trabajos de extender la firma a los demás países, dentro de los cuales, ya sea por influencia ajena o por suspicacias propias, existían dificultades notorias. En ese Tratado de Complementación Económica se perseguía inicialmente interesar a los países hermanos del continente en una acción económica común de mutua defensa, como punto de partida para una integración ulterior de mayores alcances, con los siguientes objetivos:
—Crear, gracias a un mercado ampliado, sin fronteras, las condiciones más favorables para la utilización del progreso técnico y la expansión económica;
—Para evitar divisiones que pudieran ser utilizadas para explotarnos aisladamente;
—Para mejorar el nivel de vida de nuestros doscientos millones de habitantes;
—Para dar a Latinoamérica, frente al dinamismo de los «grandes» y el despertar de los continentes, el puesto que debe corresponderle en los asuntos mundiales;
—Para crear las bases de los futuros Estados Unidos de Sudamérica.
La impresión que personalmente tuve cuando observamos que el asunto no progresaba, es que alguien de afuera «nos había metido un palo en la rueda», porque la oposición venía especialmente de algunos países considerados entonces en poder de «Gobiernos Cipayos». Sin embargo, para esa misma época, el problema del Mercado Común de los países latinoamericanos cobra inusitada preocupación a través de la cual se llega a la primera intentona de la Sesión de la CEPAL 1956. Es allí donde se designaron dos comisiones de expertos para elaborar un tratado del Mercado Común y estudiar un convenio multilateral de pagos. Este intento, que resultó un verdadero «Parto de los Montes», dio por resultado la creación de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC).
De esa manera, bajo la dependencia virtual de los Estados Unidos, con sus agentes pagos que hacen como «economistas», comenzaría a funcionar este engendro de integración que suprimiría las tarifas aduaneras en el comercio recíproco, reanimaría el comercio interamericano y el robustecimiento industrial. Da la casualidad, que casi simultáneamente en Europa, frente a la creación de la Comunidad Económica Europea, que había de conducir al Mercado Común Europeo de los seis (Francia, Alemania, Holanda, Italia, Bélgica y Luxemburgo), nacía también, propiciada por Inglaterra, la Asociación Europea de Libre Comercio, «de los siete», cuya finalidad estaba claramente dirigida a destruir la anterior, aunque pasando el tiempo y ante el fracaso total de la segunda, hemos visto deambular al Primer Ministro Inglés por las cancillerías de los seis, pidiendo ser admitida en el Mercado Común, como también ha ocurrido a los demás miembros de la Asociación Europea de Libre Comercio.
A la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio le está pasando lo mismo que a su similar europea y ante la amenaza a «curarse en salud» por iniciativa de los Estados Unidos en Punta del Este, creando el Mercado Común Latinoamericano. Si esto no es en realidad una maniobra que intenta reeditar los pensamientos abrigados desde 1820, que hemos mencionado, parecería serlo. La Conferencia de Punta del Este, según lo trascendido, ha puesto el tono en la necesidad de organizar una comunidad económica que pudiera ser el camino hacia una integración geopolítica que, en el mundo moderno, ha pasado a ser una necesidad, que ha de realizarse en las comunidades continentales en procura de una integración política. Como siempre, Europa nos ha dado el ejemplo organizando a través del Tratado de Roma de 1958 la Comunidad Económica Europea que dio origen al Mercado Común Europeo, mediante el cual se está consolidando una unidad geopolítica que llevará indefectiblemente a los Estados Unidos de Europa.
4. — Mercado Común latinoamericano
Según todo parece indicarlo, la Reunión de Jefes de Estado Americanos en Punta del Este ha sido auspiciado por la «Alianza para el Progreso», qué se ha encargado de toda la publicidad antes, durante y después de la Conferencia, lo que sí no justifica, por lo menos explica la presencia del Presidente de los Estados Unidos en una reunión que sólo podía concernir a los países Latinoamericanos. En este concepto y según rige el texto de las declaraciones, este proyecto de Mercado Común es auspiciado por todos los presidentes de América (no de Latinoamérica) y supervisado por la Organización de los Estados Americanos (OEA) y, en consecuencia, en síntesis contiene:
Declaración de los Presidentes de América
Los presidentes de los Estados Americanos y el Primer Ministro de Trinidad y Tobago reunidos en Punta del Este;
Resueltos a dar una expresión dinámica y concreta a los ideales de la unidad latinoamericana y de la solidaridad de todos pueblos americanos, que inspiraron a los creadores de nuestras patrias;
Decididos a convertir este propósito en una realidad de nuestra, propia generación, de conformidad con las aspiraciones económicas, sociales y culturales de nuestros pueblos;
Inspirados en los principios fundamentales del sistema interamericano, especialmente los contenidos en la carta de Punta del Este, en el acta económico-social de Río de Janeiro y en el Protocolo de Buenos Aires de reforma a la Carta de Organización de los Estados Americanos;
Conscientes de que la consecución de los objetivos nacionales y regionales del desarrollo se funda esencialmente en el esfuerzo propio;
Convencidos, sin embargo, de que para alcanzar tales fines se requiere la colaboración decidida de todas nuestras naciones, el aporte complementario de la ayuda mutua y la ampliación de la cooperación externa;
Empeñados en dar un vigoroso impulso a la Alianza para el Progreso y acentuar su carácter multilateral con el fin de promover el desarrollo armónico de la región a un ritmo más acelerado que el registrado hasta el presente;
Reunidos en el propósito de robustecer las instituciones democráticas, de elevar el nivel de vida de nuestros pueblo y asegurar su progresiva participación en el proceso de desarrollo, creando para esos efectos las condiciones adecuadas, tanto en el plano político, económico y social como en el sindical;
Dispuestos a mantener una armonía de confraternidad americana en la cual la igualdad racial debe ser efectiva:
Proclaman:
La América Latina creará un Mercado Común.
Construiremos las bases materiales de la integración económica latinoamericana mediante proyectos multinacionales.
Aunaremos nuestros esfuerzos para acrecentar, substancialmente, los ingresos provenientes del comercio exterior de América Latina.
Modernizaremos las condiciones de vida de nuestra población rural, elevaremos la productividad agropecuaria en general y aumentaremos la producción de alimentos, tanto para beneficio de América Latina como del resto del mundo.
Impulsaremos decididamente la educación en función de desarrollo.
Pondremos la ciencia y la tecnología al servicio de nuestros pueblos.
Incrementaremos los programas de mejoramiento de la salud de los pueblos americanos.
América Latina eliminará gastos militares innecesarios. Todo esto va precedido por una Declaración del Presidente de los Estados Unidos que, por su parte, declara su firme apoyo a esa prometedora iniciativa latinoamericana.
De acuerdo con ello, los Presidentes latinoamericanos acuerdan crear en forma progresiva a partir de 1970 el Mercado Común Latinoamericano que deberá estar sustancialmente en funcionamiento en un plazo no mayor de quince años. El Mercado Común Latinoamericano se basará en el perfeccionamiento de los dos sistemas de integración existentes: la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) y el Mercado Común Centroamericano (MCCA).
Todo este proceso responderá también a lo ya preestablecido en las «Medidas Comunes a los Países Miembros de la Organización de los Estados Americanos (OEA)», para lo que la «Alianza para el Progreso» otorgará las «ayudas» de acuerdo con lo dispuesto en la «Carta de Punta del Este».
5. — La Simulación y la Realidad
En otras palabras, un nuevo sofá cama en el que se dormirá mal y se sentará peor. Si la verdadera intención de los Estados Unidos es la manifestada por su Presidente, que «declara su firme apoyo a esa prometedora iniciativa latinoamericana», ¿por qué no comienza ya con el apoyo definitivo y efectivo, prescindiendo meterse en un asunto que no le concierne? O se hace el Mercado Común Americano, en cuyo caso los Estados Unidos con todo derecho pueden intervenir, después de ponerse en las mismas condiciones de sus asociados, o de lo contrario deja tranquilos a los países latinoamericanos para que, por sí, formen una comunidad económica que dé nacimiento, después de resolver los numerosos problemas emergentes de esa integración, a un mercado común latinoamericano, desligado de compromisos que nada tienen que ver en la integración que se persigue.
Una de las circunstancias más curiosas que se han sentado en esta «Reunión» a la que concurriría, según se dijo Estados Unidos para ofrecer su ayuda, fue el hecho de que muy pocos días antes del viaje del Presidente Johnson a Punta Este, el Senado de la Unión le cerraba toda posibilidad de dar u ofrecer una ayuda económica a los países latinoamericanos. Pocos han sido los que no han sospechado que esta negativa estaba precisamente en la propia voluntad del señor Johnson.
Una comunidad económica Latinoamericana que tienda a la formación de un mercado común, tropezará con graves problemas que ha de resolver para poner de acuerdo a los diversos países, sin lesionar a ninguno de sus intereses y favorecer a todos económicamente, como ha sucedido en el mejor ejemplo que tenemos: el Mercado Común Europeo. Por eso es previa a toda idea de formación de un mercado común, la constitución de una comunidad económica que estudie y resuelva todas las situaciones antagónicas que se opongan al bien general, porque, de otra manera, nada permanente puede obtenerse en este orden de ideas. La comunidad económica es el medio, el mercado común es su consecuencia.
Si la intención de los jefes de Estados Americanos ha sido sólo la formación de un mercado común, con lo que se ha hecho, sólo demuestran el poco alcance que se ha tenido al plantearlo, por que los tiempos que corren van mucho más lejos que una simple combinación mercantil que, por las formas empleadas, será en la mayor parte de los casos, intrascendente e inoperante. Cuando obedeciendo a los imperativos de la evolución de la humanidad despiertan los continentes vemos a Europa, Asia, África, unirse firmemente, nosotros los latinoamericanos, no podemos contemplar sin dolor el espectáculo de Punta del Este, donde dieciocho presidentes hispanoamericanos se reúnen de la mano del de los Estados Unidos para establecer una Asociación ambigua y limitada, sin otro alcance que obtener una ayuda que les obligará a someterse. Por eso, este «Mercado Común» Latinoamericano», nace con su cordón umbilical que lo somete a la Organización de los Estados Americanos, a sus diversas y sospechosas convenciones a la ayuda para el progreso y por ende a los Estados Unidos de Norteamérica. Todas estas esperanzas de ayuda parece convertirles en mendicantes incapaces de labrar su propio destino, sin la independencia ni la soberanía, que son los atributos de la verdadera grandeza de los pueblos que, como los hombres, son grandes por su dignidad y no por su riqueza.
La Comunidad Latinoamericana y su Mercado Común sólo podrán alcanzar el destino que les concierne si son capaces de constituir una integración real, que no sólo piense en el futuro, sino que también anhele realizarlo. Para ello será preciso que comience a hacer su propia historia como lo soñaron nuestros libertadores y no como pretenden hacerlo nuestros mercaderes. El materialismo cartaginés que se infiere de todo lo actuado en Punta del Este, descubre elocuentemente el sello de mediocridad inocultable. Si una Comunidad Latinoamericana aspira a realizar su destino histórico no puede terminar en una integración económica, es preciso que, además, piense en el mundo que la circunda para evitar divisiones que los demás pueden utilizar para explotar a sus pueblos; elevando el nivel de vida de sus doscientos millones de habitantes, para dar a Latinoamérica, frente al dinamismo de los «grandes» y al despertar de los continentes, el puesto que le corresponde en los asuntos mundiales y para ir pensando ya en su integración política futura, si no quieren sucumbir a la prepotencia de los poderosos.
El año dos mil nos encontrará unidos o dominados, la mayor lucha de este mundo superpoblado y superindustrializado será por la comida y la materia prima. El mejor destino futuro estará en manos de los que tengan la mayor reserva de ambas. Pero la historia prueba que, cuando los «grandes» han necesitado ambas cosas, las han tomado de donde existían, por las buenas o por las malas. Nosotros, los latinoamericanos, disponemos de las mayores reservas porque nuestros países están todavía vírgenes en la explotación, pero también por eso el futuro se nos presenta más amenazador. Si no nos unimos para constituir una comunidad que nos ponga a cubierto de semejante amenaza, el futuro ha de hacernos pagar caro tal desaprensión, porque los pueblos que no quieren luchar por su libertad, merecen la esclavitud.
Pero lo más original, si no fuera lo más sospechoso, es la apetencia que los jefes de estado sienten por la ayuda económica de los Estados Unidos que solo consiste en las dos únicas formas hasta ahora conocidas, fuera de lo que se trata de materiales y armamentos militares. En efecto, las dos formas son: los empréstitos y la radicación de empresas yanquis. La ayuda técnica no es gratuita, sino que los países que la solicitan deben pagarla a través de los técnicos y, generalmente, a precio muy elevado.
Cuando en 1946 asumí el Gobierno de mi país, me apresuré a declarar en la Plaza de Mayo ante una muchedumbre cercana al millón de argentinos, que «me cortaría una mano, antes que firmar un empréstito». Lo dije para cerrar toda puerta abierta a la tentación y lo cumplí al pie de la letra: durante mis dos períodos de Gobierno no firmé un solo empréstito. Los argentinos trabajando me ofrecieron el mejor empréstito, el que se hace con el propio esfuerzo de un pueblo que tiene dignidad y las demás cosas que hay que tener. Recibí un país que tenía una deuda externa de tres mil quinientos millones de dólares y entregué el Gobierno habiendo saldado totalmente esa deuda y contando con una fuerte reserva financiera, después de haber, incorporado al patrimonio nacional bienes por una ingente suma, representados por los servicios públicos, la creación de una marina mercante de más de un millón doscientas mil toneladas, una flota aérea nacional, más de cien mil obras públicas, un pueblo con el más alto nivel de vida de toda su historia, una economía popular de abundancia, en cambio de la economía de miseria que había recibido nueve años antes. Los Estados Unidos no sólo no nos ayudaron sino que nos sabotearon sin solución de continuidad e hicieron todo lo posible por impedir nuestro progreso. ¡Cómo podrá explicarse que en los únicos diez años que la Argentina prescindió de toda ayuda americana, fue la única vez que consiguió poner a punto su economía, a pesar de la guerra que éstos le hicieron!
Cómo podría ahora creerles que van a ayudar a los países latinoamericanos con sus empréstitos y su radicación de industrias, cuyos trucos conozco al dedillo y que fue la causa de que, durante mi Gobierno, evitáramos ambas cosas. En efecto, nuestros países no son «subdesarrollados» como se llama ahora a las naciones sindicadas como incivilizadas, sino que como consecuencia de confiar en esas «ayudas» hemos sido descapitalizados primero y endeudados luego, porque los americanos del Norte hicieron primero los países pobres y luego inventaron la ayuda para el progreso, que no es tal ayuda, sino una especulación más para seguir sumiéndonos en la pobreza, como muy bien lo había ya afirmado Bolívar hace un siglo y medio.
En cada empréstito que se hace en los Estados Unidos al firmarlo ya se va perdiendo la mitad. Ello resulta especialmente de la sobrevaloración que el dólar tiene como consecuencia de que, a pesar de ser una moneda con respaldo áureo, fija el valor del oro por el dólar fiduciario y no el valor de éste por el oro que representa; es decir, tiene un precio político. Bastará que cualquiera pregunte en el Banco de la Reserva Federal el valor de la onza troy y le dirán treinta y cinco dólares, pero si intenta comprar una tendrá que recurrir al mercado negro y se encontrará con que allí, donde el precio obedece a la ley de la oferta y la demanda, la onza troy cuesta de cuarenta y dos a cuarenta y cinco dólares. Es que el área dólar es un servicio de respaldo áureo, que este país, que dispone de oro, da a la moneda de los países que carecen de este metal; pero este respaldo no es gratis, aunque el «royalty» correspondiente se cobre de la manera ingeniosa que antes decimos.
En consecuencia, cuando se hace un empréstito, ya al firmarlo se va perdiendo un 25 % por esta sobrevaloración del signo monetario yanqui. Como el empréstito ha de hacerse efectivo mediante un crédito para ser utilizado en los Estados Unidos, no es posible hacer licitación internacional y será preciso comprar a precios de catálogo, que generalmente son el 15 % más altos que los de licitación internacional; hay que agregar un 15 % más de pérdidas. Si les sumamos el transporte que ha de hacerse por lo menos la mitad en barcos norteamericanos y el seguro en puerto de embarque, se tendrá, en números redondos, otro 10 % de disminución, con lo que el poder adquisitivo del empréstito se ve reducido a solo el cuenta por ciento de lo que el Pueblo tiene que pagar luego con sus intereses correspondientes. Es así cómo los amantes de la «plata dulce» llegan a endeudar a sus países en beneficio de una verdadera usura internacional.
Si esta causa de endeudamiento es inaceptable, no lo es menos la forma en que nuestros países son descapitalizados mediante el cuento de la radicación de industrias o establecimientos comerciales. Hay casos realmente inauditos. Los ejemplos lo aclaran todo, solía decir Napoleón. En la República Argentina, el caso del Frigorífico Smithfield es aleccionador; esta empresa se instala en Avellaneda en 1895, trae al país un millón de libras (que al cambio de ese tiempo representaba 11.250.000 pesos moneda nacional) en bienes capital. Luego obtiene hasta cien millones de pesos en prestamos sucesivos del Banco Nación Argentina pero cuando gira sus beneficios anualmente lo hace mediante servicios financieros por una suma que representa el 10 % de su capital total 111.000.000 de pesos, con lo que el primer año repatría capital importado y sigue luego descapitalizando al país a razón de más de 11.000.000 por año.
Casi todas las empresas extranjeras que se radican en nuestros países proceden de forma similar, cuando no recurren a muchas otras maniobras aún más perjudiciales y mediante las cuales se llega a descapitalizaciones incalculables.
Si consideramos que el mal de nuestros países radica, expresamente en su descapitalización y su endeudamiento, del que jamás se logra salir, podremos apreciar las ventajas que pueden acarrearnos las ayudas prometidas que, además, obligan a menudo a someternos a exigencias sociales y políticas que, por intermedio del famoso Fondo Monetario Internacional, llegan por el conducto económico, que en manera alguna puede justificar una entrega ignominiosa o una subordinación que raya en la infamia.
Si en una comunidad latinoamericana, con su consecuencia, un Mercado Común Latinoamericano no sirve para eliminar las causas de los latrocinios que venimos señalando, o para impedir el endeudamiento y la descapitalización que son nuestros males permanentes, ¿de qué puede valer? Si, como en el caso de lo propuesto en Punta del Este, se auspician estas «ayudas», se llega al colmo de la impudicia. No es éste el camino que de buena fe puede ofrecer el presidente de los Estados Unidos como verdadera ayuda a Latinoamérica. Antes habría que pensar en nivelar las balanzas de pagos con precios justos a sus materias primas y una exportación sin el agio y la especulación a que se somete a estos países en la adquisición de productos manufacturados, como asimismo haciendo que las empresas yanquis que se radican en Latinoamérica lo hicieran como un medio de ayudar al desarrollo de nuestros países y no como una forma de descapitalizarnos permanentemente, cuando no de penetrarnos y explotarnos. Cuando se afirma que la «ayuda» ha de ser por la «actividad privada» ya podemos saber de qué se trata.
Durante mi Gobierno, aparte de haber suprimido todo empréstito, se dictó una Ley que establecía que los servicios financieros en divisas, que debían recibir anualmente los capitales extranjeros radicados en el país, no podrían ser superiores al 8 % del capital importado y que pasado los cinco años, podían repatriar además su capital a razón del 20 % por año, los primeros que pusieron el grito en el cielo fueron precisamente éstos que ahora pretenden ayudarnos.
Cuando después de nueve años de gobierno justicialista, la Argentina había alcanzado el estado económico más floreciente de toda su historia, sin deuda externa, por primera vez en sus ciento cincuenta años de existencia, con una industria en franco desarrollo, una economía popular con alto poder adquisitivo y un estado financiero equilibrado con una reserva financiera apreciable, como asimismo con un alto nivel de vida y una inflación detenida, los Estados Unidos se convirtieron en el centro de conspiración contra nuestro Gobierno, porque este país no sólo no nos ayudó, sino que cuando nos ayudamos nosotros, no dejó nada por hacer para hundirnos.
Comenzó por declararnos una «dictadura» a pesar de haber sido elegidos por una mayoría abrumadora, en las elecciones más libres y sanas que conoce la historia política argentina. En cambio, luego caímos como consecuencia de una conspiración, en la que no estuvo ausente el gobierno de USA, que apoyó y ayudó a los engendros gubernativos de Aramburu, que sólo en dos años dejó una deuda externa de 2.000 millones de dólares, y de Frondizi, que en otros dos años llevó esa deuda al doble.
Por eso, cuando me hablan a mí de la ayuda para el progreso y rememoro lo que nos ha ocurrido en estos últimos veinte años, no puedo menos que dar rienda suelta a mi justa indignación. Ahora, el Presidente de los Estados Unidos, haciendo las veces de «Padre Eterno», pretende en Punta del Este que creamos en su palabra paternal, cuando la más dura experiencia nos aconseja precisamente lo contrario.
Pensar que bajo semejantes auspicios se pueda alcanzar una integración a la cual tengamos algo que agradecerle como pedirle peras al olmo. Un Mercado Común Latinoamericano, signado por una aberración semejante, no puede llegar a nada que no sea la entrega y la sumisión, pagadas con esperanzas al vil precio de la necesidad provocada que, en último análisis, se cargarán sobre las nobles espaldas de los pueblos traducidas en hambre, miseria y dolor.
CAPÍTULO VI
EL PROBLEMA POLÍTICO ARGENTINO
1. — El Problema Político Argentino
El problema político argentino, como el de cada uno de los países de nuestro continente, ha dejado de ser intrínseco porque nada de lo que hoy se desarrolla en el mundo se produce en compartimientos estancos. La vida de relación ha aumentado en razón directa al perfeccionamiento de los medios técnicos de las comunicaciones y de los transportes: lo que sucede hoy en el Polo Norte se sabe diez minutos después en el Polo Sud; hoy se almuerza en un hemisferio y se cena en otro sin que a nadie le cause la menor extrañeza. Es como si la Tierra se hubiera empequeñecido.
Este empequeñecimiento inverosímil del planeta ha traído en lo político consecuencias también inverosímiles: a nadie le extraña hoy que los Estados Unidos o Rusia estén empeñados en la solución de un problema interno de Laos o del Vietnam, países que están a más de veinte mil kilómetros de Washington o de Moscú. La política puramente interna ha pasado a ser una cosa casi de provincias; hoy todo es política internacional, que juega dentro o fuera de los países, influenciando la vida de las naciones y de los pueblos en forma decisiva.
Es claro que tal estado de cosas, producto de la lucha entre los grandes imperialismos existentes, ha traído la necesidad de crear los instrumentos necesarios para su manejo. Así han surgido las «grandes internacionales» que actúan abierta o disimuladamente en todas partes. Estas internacionales, aparentemente en pugna, se unen cuando aparece un «tercero en discordia» como sucedió en la Segunda Guerra Mundial en la que todas las internacionales se aliaron para aniquilar la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, para terminar finalmente en Yalta repartiéndose el dominio del mundo como un modo viviente de asegurar un poco de paz ya indispensable. Otros ejemplos, muy aleccionadores, podríamos citar los argentinos en el orden de la política interna, de los cuales hemos recibido una muy amplia experiencia. Estas formas de la acción política ya no son un secreto para nadie. Por eso, los pueblos han comenzado a sentir necesidad de escapar a la férula de las internacionales que, en último análisis, son las grandes centrales de dominación y explotación de los pueblos y de los hombres, ya sea en provecho de otros hombres o del Estado porque, para la explotación, la ideología no cuenta. ¿Por qué entonces ha de contar la ideología en el sentimiento de liberación de los pueblos de los hombres? El problema es liberarse y dentro de esa aspiración se encuentran numerosos países de Europa y América en el Oeste, como asimismo China, Yugoslavia, Albania, Hungría, Polonia, etc., en el Este.
La formación del Tercer Mundo, impulsado por la unión tácita o explícita de los que luchan por la liberación al Este o al Oeste de la cortina, ya ocasiona, como en 1938, el acercamiento de los imperialismos impulsados por sus grandes internacionales. Así parece comenzar una nueva etapa de la historia contemporánea.
Cuando contemplamos el problema argentino a la luz de estos hechos, todo parece verse con mayor claridad: un Pueblo que lucha por su liberación contra las fuerzas reaccionarias interiores apoyadas por los imperialismos foráneos. El proceso iniciado en 1955 nos ha llevado a la ruina económica, al supresión de la justicia social y al sometimiento de la soberanía nacional, porque esta clase de sometimientos resulta siempre lo más caro que existe pero, a pesar de todo, no ha podido apagar la llama de la liberación que arde en el corazón de los hombres que no han comprometido su libertad.
Todas las medidas tomadas para la solución política del problema argentino, han sido solo arbitrios destinados a satisfacer intereses de círculo o de banderías, en tanto se han olvidado olímpicamente los problemas de fondo que estos doce años de desatinos han provocado, hasta comprometer la misma suerte del país. Así, para dar continuidad a ese estado de cosas, no para corregirlo, se debió hacer triunfar a la minoría, para lo cual no se titubeó en proscribir a la opinión pública nacional y establecer un gobierno de forma que, no representando al Pueblo Argentino, constituye un verdadero anacronismo.
Estos procedimientos, que todos han masticado pero ninguno ha tragado, tienen que gravitar negativamente en todo acto de gobierno que implique la acción colectiva que, por bien intencionado que sea, no ha de contar con el apoyo decisivo y enérgico de los encargados de realizarlo. La pacificación del país, cuya paz ha sido alterada profundamente por los violentos procedimientos de arbitrariedad, represión y persecución que se vienen sucediendo sin solución de continuidad desde 1955, no ha de alcanzarse con el empleo de estudiadas formas de amabilidad o ingeniosos sistemas de engaño, sino por una efectiva y veraz acción que, con medidas de fondo, vaya desarmando los odios y prevenciones que la injusticia y la arbitrariedad han montado.
Lo que está faltando en el país es paz, confianza y trabajo. Sin paz no será posible una convivencia y sin ella no habrá confianza, por eso la solución política justa es previa a cualquier otra solución. El Pueblo ha aprendido ya que sin su participación activa en el Gobierno no encontrará solución a ninguno de sus problemas, pero también conoce que en la Argentina de hoy nada se puede solucionar sin el concurso orgánico del Pueblo. La clase productora sabe que las fuerzas o los «factores de presión» que han actuado desde 1955 los llevaron a una economía de miseria y que no podrán salir de ella si los métodos y los hombres no cambian. Las soluciones Políticas, económicas y sociales no pueden llegar sino por el camino de la paz y la confianza, pero ambas no pueden llegar precedidas por la injusticia y el terror. Esto debemos comprenderlo, en especial los dirigentes, porque un político puede carecer de todo menos de imaginación y sensibilidad.
Se habla de una «crisis argentina» porque su economía está en bancarrota, pero no se habla de una crisis mayor presentada por una falta total de política y honestidad que habiendo sido el comienzo, amenaza, con ser también un final trágico de nuestros males. La crisis moral de los argentinos es el peor azote de la situación actual, con el agravante que ha sido provocada desde el poder; que se empeña con una contumacia incomprensible de mantenerla, y de ser previa a toda otra solución.
Dentro de ese estado de cosas la clase trabajadora organizada ha sido el refugio de los valores morales de la comunidad argentina y ella tiene la grave responsabilidad de mantenerlos aun cuando a su alrededor todo se descomponga. Consciente del deber de esta hora, no puede ceder ni a la fuerza ni a la insidia. Deberá enfrentar al sacrificio pero a ella le corresponderá siempre la gloria de haber luchado por mantener las virtudes de un Pueblo, que no ha cedido a la descomposición de sus pretendidos dirigentes.
Al contemplar el problema argentino en su complicada faz política, inmediatamente salta a la vista la influencia de las grandes internacionales sobre todas las decisiones gubernamentales. También, es ya un secreto a voces, que nada decide en el ámbito militar sin consultar al Pentágono con el que se mantienen las más estrechas conexiones y los mayores entendimientos públicos y notorios, completando así el cuadro de la más absoluta subordinación.
El Justicialismo, hace casi veinte años, fijó como posición ideológica una «Tercera Posición», convencido de que el camino del imperialismo capitalista conducía, por efecto, al imperialismo soviético. Después de veinte años parece que dos terceras partes del mundo lo entienden así, lo que ha dado lugar al enunciado de un «Tercer Mundo» cuya posición es la misma que esbozó el Justicialismo ya en 1945.
En ese sentido, la actual posición de la República Argentina en su situación mundial, la coloca como satélite del imperialismo capitalista, demoliberal y burgués, obedeciendo órdenes y disposiciones de uno de los dos bandos que, en aparente pugna, se reparten el mundo actual desde la Coferencia de Yalta. La conexión militar directa con el Pentágono (nueva concepción de lo que debe ser la relación, entre los estados) completa el cuadro de la subordinación. Según se afirma, por este medio, se pretendería enfrentar los avances del comunismo en nombre de la defensa continental.
Sin embargo, es precisamente esta posición la que mejor prepara el «caldo de cultivo» necesario al desarrollo comunista: los abusos del capitalismo son la causa, el comunismo es sólo su efecto. Son precisamente los abusos del demoliberalismo burgués lo que a través de un siglo de explotación han conducido a la rebelión de las masas contra un sistema. Esta rebelión se ha llamado comunismo, pero el imperialismo comunista con métodos similares a los del imperialismo burgués ha terminado por mostrar su verdadera esencia.
El mundo de nuestros días parece haber comprendido la verdad y se está decidiendo a enfrentar a las grandes internacionales que hasta ahora han servido a los intereses de un mundo que termina. La rebelión de los pueblos del Este y del Oeste se realiza por su liberación. No interesa el signo interno con que se la realiza porque las ideologías insidiosas y caducas han sido superadas por un sentimiento nuevo de verdadera y efectiva liberación nacional.
Precisamente, cuando el mundo nuevo se sitúa, la República Argentina, que fue precursora del «Tercer Mundo», toma parte como satélite de un sistema en extinción y se ubica precisamente en la peligrosa situación de caer en lo que anhela evitar. Todo ello por falta de grandeza de los hombres a quienes importa más servir sus mezquinos intereses que los de su Patria.
Así como es difícil armar una nacionalidad, es fácil desarmarla cuando no median los factores que la engrandecen y cohesionan. Estos doce años de distorsión de los verdaderos poderes del Estado han tenido la virtud de destruir una comunidad que se encaminaba a la unidad nacional por los caminos de la justicia social, la independencia económica y la soberanía nacional. Se puede perdonar cuanto se ha destruido en el orden material pero, como argentinos, no podemos perdonar el intento de destruir el alma nacional.
Así como entendemos que la mayor crisis está representada por la carencia de patriotismo en las pretendidas clases dirigentes y en los llamados factores de poder, entendemos también que sólo el sacrificio podrá ser el remedio. Sólo el sacrificio ha sido en todos los tiempos la demostración más elocuente de las virtudes. De todas las destrucciones que se han operado en el país, la peor de todas ha sido la «destrucción del argentino». Desde el más encumbrado de los ciudadanos hasta el más modesto que asalta bancos o personas, está mostrando esa destrucción.
En la vida de los hombres, como en la vida de los pueblos, éstos son los valores permanentes que permiten construir los demás. Se ha descapitalizado el país porque se lo ha saqueado de adentro y de afuera; un solo camino queda para capitalizarlo: cerrar las puertas de la descapitalización y trabajar para capitalizarlo nuevamente, porque el capital no es trabajo acumulado. El Pueblo que ahora gasta su esfuerzo en una lucha estéril debe volver al trabajo, pero para que ello suceda ha de existir quien se lo pida y sea obedecido. Ni los militares, ni el «Gobierno» están en esa situación.
Entre tanto la situación se deteriora cada día más. De la crisis de desequilibrio se está pasando imperceptiblemente a la destrucción de las fuentes de riqueza. De la crisis moral que ha caracterizado a esta situación se llega también imperceptiblemente a la carencia de patriotismo en la que cada uno piensa en sí mismo o en sus intereses personales o de círculo sin percatarse que en una comunidad que no se realiza, nadie podrá realizarse. En los momentos actuales, ya no podrá pensarse en defender sólo lo propio ni en desgastarse y desgastar al país en una lucha sin grandeza, porque lo que está en juego es el patriotismo moral y material de todos los argentinos. Si no se piensa en ello, no podrá pensarse en soluciones en que el país tenga algo que agradecernos. Muchos son los que sostienen que el Gobierno está bien intencionado pero, desgraciadamente, dicen que el camino que conduce al infierno empedrado de buenas intenciones. La terapéutica que esta empleando es a base de aspirina cuando todo está indicando que a grandes males sólo pueden curarlos grandes remedios. El tratamiento a base de las recetas de la farmacia del pueblo vale en los tiempos en que ya estamos desconfiando de los efectos de la penicilina.
Estamos llegando a un momento en que son indispensables las soluciones generales en las que intervengan todos los argentinos si en realidad de verdad pretendernos salvar al país del desastre que se aproxima. Nuestro temor reside más en la conducta de nuestros enemigos que en la propia conducta, porque los hechos demuestran con elocuencia una incomprensión y una pasión que los enceguece precisamente cuando más necesitan ver. Si la persistencia de semejante ceguera los impulsa negativamente no tengo la menor duda que sucumbirán, porque aun cuando fueran extraordinarios videntes —que no lo son— la solución del problema argentino es un hueso duro de roer.
El problema de la economía popular, maltrecho por los abusos y desatinos que se han venido cometiendo, se ha transformado en causa y efecto del mal estado social-político existente, así como la crisis de consumo ha sido causa y efecto de la caída de la economía nacional, porque los cuatro factores económicos (producción, transformación, distribución, y consumo) deben mantener un equilibrio indispensable. Cuando congelaron los salarios y liberaron los precios, provocando una inflación desenfrenada, quitaron sistemáticamente el poder adquisitivo a la masa popular y con ello comenzaron a crear el desequilibrio que había de ser fatal a unos y a otros. Mataron la gallina de los huevos de oro, porque al arruinar la economía popular se arruinaron todos los que de una manera directa o indirecta dependían de ella, creando además una perturbación social que había de trabajar en contra de todas las soluciones que no fuera restituir el poder adquisitivo injustamente suprimido.
¿Qué le pasaría a los Estados Unidos —con todo su poder económico— si de golpe se le quitara a su Pueblo el alto poder adquisitivo que es quien impulsa incesantemente a su comercio, a su industria y a su producción? Peor aún nos ha pasado a nosotros, que no somos un país exportador y, en consecuencia, estamos obligados a producir el milagro en casa. Sin embargo hay que considerar que los Estados Unidos, siéndolo, ha confiado siempre más en el mercado interno que en el internacional; la prueba de ello es que su exportación no pasa normalmente del cinco por ciento de su producción.
Es que el «factor riqueza» de un país depende tanto de su producción, transformación y distribución, como de su consumo, porque del equilibrio de estos cuatro factores depende realmente el equilibrio de toda la economía. Lo demás es sólo trabajo. Cuando le pregunté al Canciller Ludwig Erhartl de Alemania sobre las causas del llamado «milagro Alemán», me contestó riendo: «Todo no ha sido sino trabajo». Alemania Occidental es en la actualidad el país de mayor standard de vida y todos los días se promueven nuevos ensayos para aumentar el consumo y la exportación. Su pueblo es el más altamente remunerado y los obreros tienen un alto consumo que a ningún economista alemán le ocurriría disminuirlo. Así pueden mantener una economía de abundancia como la que nosotros teníamos antes de 1955, cuando tuvieron la desastrosa idea de castigar al peronismo popular con una economía de miseria, sin darse cuenta que esa miseria un día llegaría hasta ellos mismos.
Sólo cuando estos graves problemas estén resueltos se podrá pensar en soluciones integrales que, en el orden económico, son de una simplicidad al alcance de todos. Si el Pueblo está en paz y trabaja con empeño y retribución justa, no puede existir problema económico en la Argentina, donde la riqueza está brotando sola de la tierra.
2. — La Evolución
Es indudable que el mundo de nuestros días está viviendo un intenso período de evolución que va transformando el concepto de la vida moderna. No comprender esto y no propender a ello en lo político, en lo social, en lo económico, en lo cultural, etc., es colocarse nadando en contra de la corriente. En lo político, las nuevas formas llevan hacia un socialismo nacional con el apoyo de los grandes movimientos nacionales como los que se pueden ya observar en toda Europa, Asia, Medio Oriente, África, etc. La reacción, que aún resiste a la evolución indetenible, está echando mano al neocapitalismo, como una forma transaccional para no ceder, pero ese remedio les resultará a la larga peor que la enfermedad.
En lo económico, casi todo el mundo civilizado ha emprendido ya el camino francamente comunitario. El individualismo liberal capitalista es un lujo que ya no se puede dar un mundo superpoblado y, en lo social, todo se encamina hacia comunidades más acordes con las necesidades de los pueblos y los hombres de hoy. Oponerse a todo esto es luchar contra un progreso que, con oposición o sin ella, ha de triunfar insoslayablemente.
Pero, si todo lo anterior es ineludible, lo racional será realizar la evolución en su medida y armoniosamente, porque nada se realiza en la vida de los pueblos en compartimientos estancos, ni al servicio de las parcialidades interesadas. Este mismo concepto que sirve en lo interno, para el futuro servirá en lo internacional y el año 2000 será de los continentes integrados, porque el progreso de los transportes y comunicaciones habrá empequeñecido la tierra en el tiempo sino en el espacio, por que la evolución ha tendido siempre a nuevas y mayores integraciones territoriales y humanas y porque la defensa, como en todos los órdenes de la vida, impone nuevas uniones solitarias, cada vez en una mayor medida.
Si, en lo político y en lo social, las estructuras modernas obligarán a cambios en un ritmo acelerado sin precedentes, en lo económico los cambios y el ritmo evolucionista serán aún mucho mayores.
La maldición del subdesarrollo latinoamericano que alza a todos nuestros países, está influenciado por una falta de visión de futuro y una falsa mentalidad con respecto a la Nación: somos subdesarrollados mental y espiritualmente, por eso una reacción suicida ha venido gravitando sobre nosotros con tanta negatividad como haya sido la influencia imperialista que trabaja para ella y no para nosotros.
En nuestro caso particular cuando, se nos quiere reducir a la condición de un pueblo de pastores y de agricultores en medio de un mundo que ya ha entrado en la etapa posindustrial, es una enormidad que no puede caber en ninguna cabeza.
Si se analizara el proceso de la depredación del último decenio a la luz de los planes quinquenales del Justicialismo, surgen con toda claridad y elocuencia las razones que venimos enunciando sin otro objeto que el de servir al país, porque creemos firmemente que mientras sigamos por la senda que se ha impuesto al país, no haremos nada que los argentinos tengan que agradecernos en el futuro.
Cuando la evolución se impone, el juego de acciones y reacciones está decidido de antemano: es necesario entonces que la comprensión se produzca para evitar males mayores.
3. — La Política
Un lugar común de la ignorancia suele ser el ataque atolondrado a la política, como si de ella dependiera que lo hombres sean malos y mentirosos. Los simples suelen ser partidarios de la «eliminación de la política» porque hay malos políticos, como podrían ser partidarios de la erradicación de la medicina porque hubiera algunos malos médicos. Sin embargo cuando los tontos se ven forzados a mandar no titubean en echar mano a la política: es que ellos son enemigos de la política de los demás.
Los que saben «tomar el rábano por las hojas» y somos partidarios de erradicar la política, suelen intentar hacerlo por decreto, sin percatarse que es muy difícil «matar a nadie por decreto» cuando las causas siguen generando sus efectos porque poca importancia tiene la existencia legal cuando está sometida a la existencia real. Para que desaparezcan las entidades demoliberales, es preciso que antes desaparezca el demoliberalismo. En el mundo de nuestros días, al desaparecer paulatinamente el sistema capitalista, vienen desapareciendo también los partidos demoliberales, que son su consecuencia.
Resulta lo más anacrónico cuando se atenta contra estas formaciones políticas mientras por otro lado se trata de afirmaciones por todos los medios el sistema que los justifica. La intención de dejar a los pueblos sin ninguna representación no es nuevo ni es original porque todas las dictaduras lo intentan, pero la Historia demuestra elocuentemente que, cuando ello se produce, las consecuencias suelen ser funestas para las mismas dictaduras que lo promueven.
Muchos se esfuerzan por aprender la política, yo me conformaría con comprenderla. Los que despotrican contra ella me dan pena, como me entristecen todos los que despotrican contra las demás ciencias: hay en ello un resentimiento que la impotencia pone a menudo en el espíritu de la incapacidad. Decía el Mariscal de Sajonia que una mula le había acompañado en sus campañas y que, a pesar de ello, la pobre no sabía nada de estrategia, pero lo peor es que a algunos de sus generales que también lo acompañaron les había ocurrido lo mismo que a la mula. Con la política suele ocurrir lo mismo: muchos la han hecho durante toda su vida sin comprenderla, otros en cambio, sin hacerla la han comprendido, pero lo peor de todo resulta la opinión de los que ni la han hecho ni la han comprendido, porque ésos se declaran sus enemigos.
4. — Transvasamiento Generacional
Las instituciones como el pescado suelen comenzar a podrirse por la cabeza. Las instituciones políticas como las sindicales se articulan fundamentalmente en tres escalones diferentes que, respondiendo al principio orgánico que establece la necesidad de una concepción centralizada y una ejecución descentralizada,pueden realizar las diferentes funciones inherentes a su finalidad específica: la conducción, el encuadramiento y la masa.
Generalmente, es en los dos primeros donde la descomposición puede cundir y, preferencialmente, en el escalón de la conducción, que es el más expuesto a su deterioro por el uso. Es allí donde los dirigentes ponen a prueba sus defectos y sus virtudes, porque las circunstancias de su accionar los destacan más objetivamente. Los que carecen de grandeza y desprendimiento, poco tardan en aferrarse a los intereses personales o de círculo que termina por hacerlos enemigos del conjunto los que no tienen sensibilidad ni imaginación se pierden en vericuetos del quehacer directivo, y los deshonestos, que hacen de su misión directiva el objeto de sus negocios personales, comienzan a enterrar en el desprestigio. Todos ellos mueren en el camino porque siempre la masa posee sus autodefensas. Solamente llegan al final los que poseen las verdaderas virtudes que es lo único que califica positivamente a un dirigente político o sindical.
No quiere esto decir que los que proceden mal y sucumben víctimas de su propio mal procedimiento, no sean útiles a su manera al quehacer funcional de las instituciones. Ellos crean las autodefensas indispensables, porque en los organismos institucionales sucede lo que en los fisiológicos: si el hombre no poseyera sus autodefensas es probable que hubiera desaparecido ya del mundo hace miles de años porque ni los médicos ni las medicinas son los que lo defienden en lo realmente decisivo. Esas autodefensas en el organismo fisiológico producidas por los propios agentes patógenos que generan anticuerpos. Lo mismo ha de pasar en lo orgánico-funcional: es precisa la existencia de tránsfugas y aun traidores, que son los microbios de lo institucional, para que la masa desarrolle sus autodefensas orgánicas y con los propios anticuerpos generados por aquéllos.
El síntoma más grosero de la descomposición es la disociación. Mediante ella, las organizaciones pierden primero la unión y solidaridad necesaria para su cohesión, lo que las lleva paulatinamente a enfrentamientos parciales creados y mantenidos por intereses de círculo que, generalmente, son absolutamente contrarios a la misión de conjunto, porque suelen terminar en un divisionismo suicida que caracteriza a la destrucción final de las organizaciones. Frente a un enemigo que no carezca de habilidad es el más grave peligro y cuando es preciso que las autodefensas existentes en la masa se pongan en marcha drásticamente, antes que la infección se transforme en septicemia por la contaminación de la masa.
El único remedio consiste en la eliminación, por el medio que sea, de los que produzcan el mal, en este caso los dirigentes de conducción que carecen de la grandeza, el desprendimiento o la honestidad indispensables, para lo cual es preciso echar mano enseguida al cambio generacional necesario. La juventud suele ser el mejor instrumento de regeneración y la que tiene el inalienable derecho de hacerlo, porque en último análisis será ella la que ha de sufrir las consecuencias. Pero es preciso también que la juventud comprenda que en el cargo de dirigente nadie le va a regalar nada: ese derecho se gana. Si los que carecen de virtudes se eliminan por sus defectos, que han de reemplazarlos sólo pueden hacerlo si las poseen en grado de poder corregir los males que aquéllos han producido.
Las grandes crisis son indicadoras de la necesidad de los grandes cambios: cuando se notan los efectos de la descomposición es indispensable que todos se empeñen en aplicar las medidas necesarias para neutralizarlos, pero no con aspirinas sino empleando a fondo las formas quirúrgicas, para eliminar definitivamente a los dirigentes que las produzcan. Sólo una acción decidida de todos los componentes de la organización puede tener la suficiente eficacia para lograrlo y ello llega cuando todos se persuaden de la necesidad de librarse de los enemigos de adentro que son mucho más peligrosos que los enemigos de afuera. Es natural que estos dos enemigos han de luchar unidos subrepticiamente, lo que impone en primer termino la propia unidad y solidaridad.
La masa, con el remanente de dirigentes de la conducción, que hayan mantenido la pureza de sus virtudes a través de la prueba que la conducción representa, conjuntamente con los dirigentes de encuadramiento que no hayan cedido a la acción destructora de los que se han podrido, son los responsables que los cambios se realicen convenientemente. Generalmente a esta altura es cuando todos se han puesto ya en evidencia y la organización, especialmente la masa,sabe claramente quién es quién. Proceder al cambio no es una opción, sino una obligación que todos tienen sí realmente se interesan porque la organización sobreviva. Desentenderse egoístamente del deber de la hora es perder toda posibilidad de futuro y entonces es cuando se justifica la afirmación de que: «La masa tiene los dirigentes que se merece.»
5. — Los empréstitos
Hace tiempo un ministro de Economía de la República Argentina recorría Europa empeñado en una colecta: el resultado fue magro. Consiguió sólo unos pocos millones dólares en créditos con que seguir aumentando la ya elefantiásica deuda externa de nuestro país.
¿Será que todavía hay gente que cree que una persona o un país pueden hacerse ricos pidiendo prestado o siendo objeto de la explotación ajena? Los únicos empréstitos que pueden ser de utilidad son aquellos que hagamos trabajando en la Patria con entusiasmo y solidaridad, como con sacrificio si es preciso. Con motivo de esta clase de colectas, el famoso economista y sociólogo suizo Jaccar ha dicho que lo esencial es la aplicación en el trabajo, la instrucción y el sentido solidaridad, porque «el fracaso de las inversiones en la parte de los países subdesarrollados nos aclara el papel, ciertamente necesario pero no decisivo, del capital».
El trabajo y la aplicación en él es sin duda, para los hombres y para los pueblos, la base de todo progreso. Si en un país como la República Argentina, donde está todo por hacerse, hay un millón de desocupados parasitando sobre las espaldas del resto que trabaja, ¿qué puede pensarse de su Gobierno? En los tiempos que vivimos gobernar es más que nada crear trabajo. ¿Cómo entonces podrá concebirse que desde 1946 a 1955 la República Argentina necesitó un millón de inmigrantes y ahora sus hijos han comenzado a emigrar en la misma proporción como consecuencia lamentable de la sucesión de gobiernos tecnócratas?
En 1947 se creaba en el país, con fines de instrucción, otro de los factores esenciales citados por Jaccar, las escuelas de orientación profesional y aprendizaje, como los cursos de aplicación y la universidad obrera, que comenzaron a producir toda clase de técnicos industriales (que hoy están emigrando en su casi totalidad) que luego se perfeccionaron en Europa por cuenta de la industria o del Estado. Del mismo modo las universidades argentinas, con el acceso libre y gratuito, produjeron una legión de diplomados provenientes del Pueblo.
Hoy, tanto Servan-Schreiber como el informe Hudson; destacan la importancia decisiva de esta orientación en el desafío de la educación moderna y para ambos este es el factor que en realidad ha elevado a EE.UU. por encima de todos sus concurrentes.
En cuanto a la solidaridad de que nos habla Jaccar, tan indispensable para el trabajo útil de las comunidades, el estado actual en la Argentina demuestra un retroceso lamentable en el último decenio: he oído decir a numerosos dirigentes sindicales que, si en nuestro país se corrigieran los males que la azotan, los obreros se comprometerían a trabajar dos horas diarias gratis; pero mientras se trabaje para el imperialismo, o sus monopolios, nadie está dispuesto al menor sacrificio y tienen razón.
Si el esfuerzo o el sacrificio de los trabajadores ha de caer para su utilización en manos de funcionarios al servicio del monopolio foráneo, nunca podrá alcanzarse en el país la solidaridad indispensable para que el rendimiento pueda sacarnos de la encrucijada en que nos encontramos, porque todo no se puede resolver pensando en que tenemos un país inmensamente rico, sino que es preciso querer y saber utilizar esa riqueza.
6. — Gobernar es Crear Trabajo
Cuando observo que, en la Argentina donde está todo por hacerse, hay alrededor de un millón de desocupados que indudablemente gravitan sobre las espaldas de los que producen, no puedo menos que pensar de sus gobernantes. En el mundo moderno ya no se justifican semejantes aberraciones.
En 1945, cuando el Justicialismo llegó al Gobierno, existía en el país una situación similar: elevada deuda externa, descapitalizadores envíos financieros anuales en divisas, balanza de pagos al exterior deficitaria y ausencia de toda reserva financiera efectiva.
Sobre ello más de medio millón de desocupados. Frente a ese panorama, nos empeñamos en repatriar la deuda, bajar a la décima parte los servicios financieros en divisas, nivelar la balanza de pagos por el control de importación y crear una reserva financiera. Simultáneamente fue posible poner en marcha el «PRIMER PLAN QUINQUENAL» con el que no sólo se alcanzó plena ocupación y termino con los parásitos, sino que requirió ese millón de inmigrantes para satisfacer la demanda de mano de obra. Ello permitió en poco tiempo pasar de una economía de miseria a una economía de abundancia como asimismo a un aumento considerable de la producción que posibilitó un aumento proporcional del consumo que, a su vez, tonificó el comercio, como a la industria y la producción. Así el ciclo económico fue el factor determinante de una economía popular con alto poder adquisitivo y, en consecuencia, un consumo relativo a ese poder adquisitivo y a la producción en franco progreso. El tiempo hizo lo demás.
En 1955 llegó la depredación que comenzó a destruir dejó sin efecto el «SEGUNDO PLAN QUINQUENAL” en plena ejecución y comenzó a desmontar la industria. La ocupación no se hizo esperar y comenzó a cundir y en poco tiempo la economía popular caía ante los embates del agio y la especulación facilitados como consecuencia de la supresión de los controles de precios, la desocupación y la congelación de salarios, con lo que cayó verticalmente el consumo, al que le siguió una marcada atonía del comercio progresiva y fatal. Se pasó así de una economía de abundancia a una economía de miseria. Es que en economías especialmente como la nuestra es preciso mantener un perfecto equilibrio en el ciclo económico de la producción, la transformación, la distribución y el consumo, porque cualquiera de estos cuatro factores que caiga arrastra indefectiblemente a los demás, desde que están encadenados.
Luego, es claro, vinieron a agravar el problema «los planes de austeridad» verdaderos remedios peores que la enfermedad (penicilina en grandes dosis a un amenazado de anemia), porque pronuncian aún más el desequilibrio, que gravitando desde el Gobierno se hace mayor y permanente. Menos mal que generalmente la población no se adapta a esa austeridad impuesta por los que siguen gastando a manos llenas dinero de los demás. Yo les preguntaría a estos «economistas de la austeridad»: ¿qué sucedería en U.S.A. con su economía poderosa si por un plan de austeridad su consumo disminuyera en dos o tres años un treinta por ciento como sucedió en la Argentina Gorila?
Sobre esta clase de austeridades veamos lo que ocurre en el país: comparados los diez primeros meses de 1967 con los correspondientes de 1966 son toda una revelación sobre la tendencia que se sigue:
Ingresos en 1967 comparados con los de 1966, en millones de $ más 208.280 —86,2 %. Gastos en 1967 comparados con los de 1966, en millones de $ más 170.351 —44,2 %.
Déficit en 1967 comparados con los de 1966, en millones de $ menos 41.284 —29,4 %.
Pero resulta que esta disminución aparente del déficit obedece al crecimiento elefantiásico de las recaudaciones fiscales (más 86,7 %) de 1966 a 1967 y no como hubiera sido de desear por una disminución de los gastos burocráticos que crecieron en 1967 en el 44,2 % sobre los de 1966.
Ahora se anuncia ya el consabido plan de austeridad para 1968, recurso de los que quieren hacer pagar a los demás las consecuencias de su propia incapacidad, porque esa «austeridad» lógicamente no es para el Gobierno sino para el Pueblo Argentino. Todo depende ahora de que la industria y la producción agraria arruinada por el receso y los impuestos aguante este «sogazo» y en pensar que harán cuando no haya de dónde sacar más dinero con impuestos discrecionales e inconstitucionales.
7. — ¡Y Dicen que son Argentinos!
La explosión demográfica de nuestros tiempos, producida por un gigantesco aumento de las poblaciones, ha venido a influenciar decisivamente todos los factores socio-económicos de las comunidades modernas. El economista J. M. Keynes asegura que los grandes acontecimientos históricos se deben menudo a cambios en el crecimiento de la población». Sea ello así o no, de todas las revoluciones modernas ninguna alcanza las proporciones y la significación que tiene en el momento actual, con sus enormes presiones sobre el futuro, el crecimiento de la población.
A lo largo de todos los tiempos, la historia demuestra también que la evolución ha llevado paulatinamente al mundo hacia integraciones cada vez mayores en el orden territorial como en el humano. Desde el hombre aislado de la caverna pasando por la familia, la tribu, las ciudades, los estados medievales y las nacionalidades, fueron diversas formas de integración y hoy ya se habla de las formaciones continentales.
Tanto la explosión demográfica como la integración territorial y humana —en realidad un mismo problema—impone cada día mayores y más perfectas formas orgánicas en lo económico, en lo social y en lo político, sin las cuales los desequilibrios estructurales y coyunturales no tardan en empeñarse en una segura destrucción, lo que hace exclamar al historiador belga Henri Pirenne que «la demografía es quizá la más importante de las ciencias sociales» a lo que debemos agregar la organización que no lo es menos.
El imperativo moderno de la «COMUNIDAD ORGANIZADA» es el punto de partida de toda idea de formación y consolidación de las nacionalidades y lo será cada día en mayor escala en el mundo del futuro. Los más graves problemas que se presentan actualmente, emanan de la inorganicidad, especialmente funcional, en que se encuentran muchos países llamados genéricamente subdesarrollados y la Argentina actual es un ejemplo de ello.
La «Revolución Libertadora» al usurpar el Gobierno en 1955 encuentra a la comunidad argentina organizada: en económico, con una organización financiera que impedía descapitalización y su endeudamiento, que han sido nuestros males tradicionales; con una estructura económica interna equilibrada y en pleno desarrollo y una organización social incomparablemente perfecta, encuadrando una masa popular que jamás se había visto en la República; una organización política en plena evolución hacia las formas modernas y acordes con las necesidades de los pueblos y los hombres de hoy.
Tan pronto ocuparon el Gobierno se entretuvieron en destruir la organización financiera, anulando la ley de organización bancaria, la ley nacional de cambios y el Instituto de Promoción del Intercambio (I.A.P.I.). Con ello hicieron posible la descapitalización a través del sistema bancario, la sustracción de divisas por la exportación y el endeudamiento con el exterior. De la misma manera desquiciaron la estructura económica interna: comenzando con la supresión del control de precios de los artículos de primera necesidad que provocó una inflación desenfrenada mediante la cual fundieron la economía popular, matando así «la gallina de los huevos de oro», por que a renglón seguido entró en una marcada atonía el comercio, lo que paralizó también la industria y su desarrollo e hizo inútil todos los estímulos de la producción por la caída vertical del consumo. Desde ese momento, lo que se ha llamado «una crisis estructural» inadecuadamente porque se ha tratado de una crisis por falta de estructuras y no crearon nada para remplazarlas, provocando primero un desequilibrio pavoroso y luego una anarquía generalizada que llevó al país a su lamentable estado de hoy.
En lo social, con el pretexto de destruir al Peronismo, atacaron despiadadamente a las organizaciones sindicales hasta conducirlas a la anarquía, empleando el terror, la persecución, y la «integración» y, finalmente, por medio de los intentos de disociación de las organizaciones obreras que las llevó al borde de la anarquía. Con la llegada de la «Revolución Argentina» culminó la destrucción, pudriendo por distintos métodos a grandes sectores de dirigentes obreros, para conducir finalmente al caos orgánico-funcional a un movimiento sindical que pudo considerarse en su tiempo como un modelo en su género.
En lo político, no fue menos nefasta la acción cumplida por los sucesivos gobiernos que terminaron por dejar al país, con su mayoría proscripta, dividido en doscientos cincuenta partiditos con representación proporcional: la mejor forma de anarquizar políticamente a un país. Ello fue lo que impulsó a las fuerzas armadas, con el pretexto de la anarquía política producida, a tomar el gobierno en sus manos, usurpando insidiosamente un poder que nadie podía otorgarle. La supresión de los partidos políticos por la dictadura militar, despreciando lo orgánico, vino a terminar finalmente con lo único organizado en ese campo: un gran movimiento nacional en el que formaba el setenta por ciento del Pueblo Argentino con una oposición reaccionaria que no alcanzaba al treinta por ciento restante.
La situación financiera y económica argentina es el mejor y más elocuente ejemplo dentro de lo que se puede explicar con números: Los gorilas recibieron en 1955 un país sin deuda externa, con una reserva financiera de más de mil millones de dólares, con servicios financieros anuales en divisas que no pasaban de los cien millones de dólares, con una balanza de pagos al exterior favorable y extraordinario crédito exterior, con un peso que en el mercado libre se cotizaba a razón de 16,50 por dólar, con una emisión total de treinta y ocho mil millones de pesos totalmente consolidada en títulos del Estado y un presupuesto nacionalque nunca pasó de los veinte mil millones de pesos anuales y que, invariablemente durante los nueve años de gobierno justicialista cerró con superávit.
Han pasado doce años y la situación actual puede calcularse así: una deuda externa de más de seis mil millones dólares, sin reserva financiera, conservicios financieros anuales en divisas que están llegando a los mil millones de dólares con una balanza de pagos al exterior DESFAVORABLE, un peso que ni se cotiza ya en ninguna parte, con una valorización de trescientos cincuenta pesos por dólar, una emisión total que ya ha pasado los 650 mil millones de pesos, unadeuda interna —especialmente flotante ocasionada más que nada por los déficit de presupuesto— representada por un pasivo amortizable de tantos cientos de miles de millones de pesos que es hasta imposible de calcularla, en tanto lospresupuestos nacionales han llegado a cifras siderales que ya, en el cálculo de recursos, aceptan déficit de más de cincuenta mil millones de pesos.
Todo esto es consecuencia y obedece a una falta total de organización. Para colmo de nuestros males, la llegada de la dictadura militar, en nombre de la «Revolución Argentina”, no ha hecho sino desorganizar si algo quedaba organizado. Ahora parece que quieren resolverlo todo mediante colectas y declarándose satélites del imperialismo, en espera que este les resuelva la papeleta. ¡Y dicen que son argentinos!
8. — La Intolerancia y la Violencia
Uno de los factores que más negativamente han gravitado en las relaciones humanas en toda la primera mitad del siglo XX ha sido la intemperancia. Tal vez, considerado en su conjunto, tanto las dos guerras mundiales, como los cientos de revoluciones violentas que se han desarrollado en los diversos países, han tenido, además de las causas reales, como razón coadyuvante la falta de comprensión de los hombres mismos que tuvieron la responsabilidad de decidir.
Parece, sin embargo, que la segunda mitad de este siglo, por lo menos en los países civilizados, se inicia bajo nuevos auspicios, desde que los hombres parecen haber comenzado a comprender las ventajas de reemplazar a la fuerza y a la intemperancia por la razón y la tolerancia. Tanto en la Alemania Occidental como en Italia se ha llegado al diálogo entre los dos grandes movimientos preponderantes: cristianos y marxistas. Del diálogo se ha pasado a la cooperación en provecho de los respectivos Estados y se Gobierna en entendimiento, si no perfecto, por lo menos comprensivo. Es que en estos países civilizados ha desaparecido ya la aspereza del reaccionarismo del sector liberal y la intolerancia del sectarismo socialista: todo sea en beneficio de los pueblos y en provecho de los países. Otro tanto ha sucedido en las nórdicas monarquías socialistas o en los Países Bajos o en Francia o en la Inglaterra de nuestros días. Ya a nadie se le ocurren los enfrentamientos violentos y cada sector respeta al otro, sacrificando lo que sea menester sacrificar a fin de no perjudicar a la comunidad y a la Patria. A los movimientos políticos modernos tampoco se les ocurre meterse en los asuntos internos de los otros movimientos y todo está basado en un mutuo respeto de convivencia.
Hace muchos años que se podría haber llegado a resultados positivos como los mencionados si cada una de las tendencias hubiera sido capaz de sacrificar un poco de sus exigencias totales para hacer posible una armonía en provecho de la comunidad. El único continente donde los resabios de la intemperancia están haciendo imposible toda convivencia es América, en la que la influencia del imperialismo intolerante hace del enfrentamiento una forma de guerra permanente. Todo parece cuestión de civilización, de comprensión y de tolerancia hacía las ideas de los demás.
Si se cumplieran las bases de la democracia y fueran los pueblos los que decidieran, lo más probable sería que tales enfrentamientos ideológicos, doctrinarios o políticos, pudieran decidirse por la preponderancia de la opinión, no de la fuerza, la arbitrariedad o la violencia que ha sido el método permanente de las minorías reaccionarias. Es que el imperialismo capitalista prepotente, ha impuesto en los países americanos, a través de sus representantes a sueldo, una forma «sui generis» de la «democracia» que ha de hacerse como ellos quieren y como ellos desean y necesitan para seguir explotando su preponderancia sobre los países iberoamericanos a costa de una lucha interna que los mantenga en un permanente subdesarrollo adecuado a sus fines. Una diabólica combinación, realizada en nombre de la «libertad» ha convertido a las fuerzas armadas en guardias pretorianas de todo lo contrario a la democracia y la libertad, en favor de ese imperialismo, para hacer de ellas, cuando el caso llega, fuerzas de ocupación en sus propios países y al servicio de los intereses imperialistas, mediante las cuales, con el «cuento del comunismo», se puede tiranizar a los pueblos y destruir a los países.
El marxismo, tan imperialista como el anterior, ha venido sin embargo utilizando el orden interno de los países, su lucha es ideológica y su penetración pacífica, lo que le ha dado una fuerza con la que, no contaría si el imperialismo antagónico no utilizara tan repugnantes sistemas. El comunismo trabaja a los pueblos, el capitalismo a los gobiernos, sin percatarse que a la larga, los únicos permanentes son los pueblos en tanto todo lo demás es transitorio. Nada puede haber más inapropiado para combatir las ideas que la violencia de la fuerza que no hace sino favorecerlas; a las doctrinas sólo se las puede vencer con otra doctrina mejor: hágase lo que los pueblos quieren y no será preciso el empleo de la fuerza o la violencia que sólo pueden conducir a la destrucción de valores por la lucha. A lo largo de todos los tiempos la fuerza ha sido mala consejera porque los hombres cuando la poseen son propensos a renunciar a la habilidad y a abandonar a la razón.
Los únicos que tienen derecho al empleo de la violencia son los pueblos cuando peligran sus derechos esenciales, en cuyo caso no deben titubear en lanzarse a la lucha con la mayor violencia. Si un Pueblo no es capaz de oponerse a la fuerza de la arbitrariedad con el poder de la razón, merece la esclavitud. Cuando un Pueblo se decide a la lucha por su liberación es invencible y ha de empeñarse en ella con verdadera pasión, siguiendo la táctica del agua, que siempre pasa, persuadido y seguro de triunfar mientras cuente con la firme voluntad de vencer.
9. — Los Frutos de la Corrupción
Suelen decir los españoles: «Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces». Cuando los simuladores de la política argentina mencionan cínicamente a la democracia, no puedo menos que recordar la acertada afirmación hispánica. Los sucesivos «gobiernos» que fueron secuela de la «revolución libertadora» la invocan permanentemente más allá de cuanto fuera preciso para que pudiera ser verdad. Es que cada uno de ellos, agente activo de un estado de corrupción integral a la que no ha escapado ni la política, ni lo económico, ni lo sindical, trata escudarse en una falsedad porque no encuentra una sola verdad para apoyarse, y sí bien poco han podido hacer contra la masa popular que no ha cedido a la corrupción y se ha mantenido pura, en cambio el horizonte directivo ha sido pasto de la infamia en sus diversas formas impulsados por una acción que usó como armas para la descomposición las peores pasiones de algunos dirigentes. Si el Movimiento Peronista se mantiene puro en sus bases es porque está formado por el Pueblo, aunque algunos pocos dirigentes se pudrieran al influjo del dinero, de las prebendas, de los apetitos electorales y de las desmedidas ambiciones.
Estos escarnecedores de la democracia, en lo político, comienzan por proscribir a la mayoría mediante las trampas de sus «estatutos» y, cuando ello no les es suficiente, recurren a las más burdas maniobras que configuran verdaderas atrocidades jurídicas y constitucionales, para burlar a la voluntad popular. Nada de cuanto pueda constituir el arsenal perverso e insidioso de los fraudes políticos ha quedado inactivo en este período de la «democracia gorila», hasta que hemos llegado al momento en que se habla desembozadamente de la trampa que hay que hacer para evitar que la mayoría llegue a imponer su voluntad. Es que se ha llegado ya al colmo de lo impúdico y al límite de lo concebible en materia de corrupción.
En lo económico, la corrupción no tiene límites, todo lo ilícito ha pasado como en la política a ser lícito y los delitos han pasado a ser amparados y tolerados por los agentes del Gobierno y de la Ley. Qué podría yo decirles a los argentinos que ellos no conozcan mejor que yo sobre el límite a que llegado la corrupción en el orden económico.
En lo sindical, hasta ahora parecía que los dirigentes obreros eran la excepción que confirmaba la regla, pero se ha producido un hecho insólito que viene a dar un mentís rotundo a semejante optimismo: la intención de constituir la «Nueva C.G.T.», de inspiración gubernamental, que demuestra elocuentemente que algunos dirigentes se han prestado para ello mediante no sabemos qué recursos de la corrupción imperante, lo que viene a confirmar la afirmación napoleónica de que «todos los hombres tienen precio, sólo es cuestión de encontrárselo».
Sólo así podría concebirse que una «trenza» de renegados hubiera destruido una C.G.T. Peronista para reemplazarla por otra antiperonista y que lo haga en nombre de una unidad que terminará por dispersar la voluntad y la intención de los trabajadores que quedarán impotentes e inermes ante los abusos más inicuos.
Es claro que todo ha de disimularse dentro de la misma escuela de hipocresía que esta funesta «trenza» ha venido cultivando con la malsana intención de engañar y entregar sometida a la masa trabajadora argentina, consiguiendo así los agentes de la corrupción, mediante estos «Caballos de Troya» lo que nuestros enemigos no habían podido lograr en diez años, ni por la violencia, la insidia, la intimidación o la provocación. Parece como si el destino se hubiera vuelto contra los trabajadores explotados y escarnecidos, cuyas organizaciones unificadas y fortalecidas por el Justicialismo deban ahora ser destruidas por estos Judas que representaron siempre el azote más tremendo para los trabajadores del mundo, porque cuando una clase trabajadora está formada por esclavos, se debe indefectiblemente a la acción perniciosa de dirigentes que, como éstos, se prestan a la entrega mas ignominiosa de sus compañeros.
Es que así, mediante la simulación insidiosa de una «unidad» perniciosa de tránsfugas, amarillos, se intenta destruir el Estatuto de la Confederación General del Trabajo, aprobado por el Congreso Nacional, reemplazando la voluntad expresa de los trabajadores por el acuerdo de un grupo siniestro de dirigentes que anularán el mandato del Comité Confederal, para que pasen a ser árbitros de la C.G.T. los mismos que violaron los estatutos, se mantuvieron alejados de la lucha de los trabajadores, muchos de ellos aliados al gobierno que ha demostrado, además de su insensibilidad social, ser un enemigo de la clase trabajadora.
La Central Obrera dejaría así de ser un factor de poder para convertirse en un inoperante grupo de presión complaciente y sometido a la estructura de la C.A.T.T. reñida con nuestros intereses nacionales y populares, como, asimismo, el 75 % de los trabajadores organizados serían sometidos a los designios e intereses de una minoría de dirigentes embarcados en la traición, que por un plato de lentejas estarían dispuestos a entregar a sus compañeros, atados de pies y manos, a los peores enemigos.
Yo tengo fe en la masa peronista de los trabajadores argentinos y presiento que las organizaciones sindicales, suficientemente maduras como para poner remedio a semejantes aberraciones, han de reaccionar como corresponde ante esta peligrosa acechanza contra su destino. O el Movimiento Sindical termina con estos dirigentes o estos dirigentes sindicales terminan con el Movimiento Sindical.
10. — «Las Ideologías y la Liberación»
En 1938 el mundo asistía entre absorto y confuso al enfrentamiento enconado del capitalismo con el comunismo, mientras mantenían una tercera posición ideológica el fascismo y el nacionalsocialismo. El mundo, así estructurado, vivía un problema que parecía insuperable. Sin embargo, el ataque alemán a Polonia rompió el equilibrio inestable en que se vivía. La incógnita pareció ser: ¿quiénes lucharán contra quiénes? Todo hacía pensar que las ideologías serían decisivas en la conformación de los bandos en pugna, pero después de un corto período de «distracción», el imperialismo capitalista, representado por Inglaterra primero y por los yanquis luego, llegaban al más completo acuerdo y comenzaba una «luna de miel en la que los rusos, que habían sido malditos y su régimen oprobioso, pasaban a ser camaradas y su gobierno la democracia más perfecta, claro está, después de la de U.S.A.
Siete años tardaron los imperialismos en liquidar al »tercero en discordia»». Terminado el problema, previa bomba atómica, los «felices aliados» se reunían en Yalta, dividían al mundo en dos sectores, separados entre sí por una cortina de acero, para que cada uno de los imperialismos pudiera dominar sin interferencias ni peligros de conflictos jurisdiccionales. En todo este largo período, las ideologías que los separaban parecían haber desaparecido ante el buen entendimiento y pesar del encubrimiento disimulado por la existencia de la «guerra fría» encaminada a mantener el equilibrio.
Pero la dinámica mundial, que no obedece sólo a designios de poderosos como algunos creen, ha vuelto a formar su propia articulación que, como antes, está formada por los tres bandos tradicionales, sólo que la tercera posición es ahora mucho mayor y los imperialismos nos han dejado la experiencia de 1938 cuando las ideologías fueron superadas. Es así que todo parece reducirse a dos grandes bandos: de un lado los imperialismos que desean seguir dominando y los países que anhelan liberarse del otro. Este es el real panorama del mundo de 1967 a 1968. Como en 1938, las ideologías van siendo superadas por las necesidades de la lucha misma; por eso la causa de liberación supera hoy también a las ideologías y, como en 1938, el imperialismo soviético está cada día más cerca del imperialismo yanqui y los países en lucha por su liberación buscan afanosamente su integración en el «tercer mundo» sin acordarse ni hacer cuestión de ideologías.
Si para los yanquis y soviéticos no fue un pecado unirse en 1938 por sobre sus ideologías encontradas, ¿por qué ha de serlo ahora para los países y los pueblos que luchan por liberarse?
Hace un tiempo se reunió en Nueva York, bajo la dirección de los Estados Unidos, la Organización de los Estados Americanos (O.E.A.). En esta reunión de ministros de Relaciones Exteriores han rivalizado los gobiernos cipayos en unas obsecuencia repugnante y hasta ha habido quien ha llegado al desatino de proponer la invasión a Cuba. Menos mal que los Estados Unidos no han perdido del todo su sentido común y que aún quedan algunos países y algunos hombres con el necesario sentido del decoro como para sentir vergüenza de semejante servilismo.
Es que tanto al Este como al Oeste de la cortina, se evidencian ya sentimientos y acciones que conformarán los bandos del porvenir inmediato: de un lado, los imperialismos y sus satélites, del otro, los que luchan por liberarse. En el Futuro, como en el pasado, las necesidades de la lucha superan las ideologías. La propaganda interesada ya no podrá asustar mucho con el cuco del comunismo porque la realidad es bien distinta: no se trata ya de ideologías y son compañeros de lucha todos los que anhelan liberarse y son enemigos todos los que de una manera abierta o insidiosa están al servicio del neocolonialismo imperialista, ya sea bajo la hoz y el martillo como las barras y las estrellas.
No les durará mucho a los gobiernos usurpadores que pretenden afirmar su existencia bajo protección foránea. Los gobiernos militares impuestos y manejados por el Pentágono correrán la misma suerte así en el Vietnam como en Latinoamérica, porque nada estable se puede fundar en la ignominia. Es donde ello sucede que los pueblos tienen la palabra, desde que son ellos los dueños de su destino: porque los pueblos que no son capaces de luchar por su liberación, merecen la esclavitud, de la misma manera que los países que no son capaces de alcanzar su independencia y soberanía merecen el coloniaje.
Nada intrínseco hay pues en el actual problema argentino, porque es el problema del mundo. Los pueblos han comenzado a luchar por liberarse y por eso convulsiona el mundo en los cinco continentes del planeta sin que puedan escapar a ello ni los mismos imperialismos. El Justicialismo en la Argentina, intentó evitar la lucha cruenta reemplazándola por una evolución pacífica como sé procedió en toda Europa, pero la reacción impulsada desde afuera, careció de la grandeza suficiente para comprenderlo. Desde entonces, nos hemos ido acercando cada día más peligrosamente a una guerra civil que es la forma cruenta de imponer la evolución. La historia nos dice también el precio que hay que pagar para transitar ese camino, basta con mirar lo que les costó a los que la recorrieron. Es que “el que no tiene buena cabeza para prever, ha de tener buenas espaldas para aguantar”.
Decía Agustín Alvarez, uno de nuestros pocos conocidos filósofos, refiriéndose a ciertas reformas institucionales de los tiempos de nuestra anarquía: «Quién lo metió al general Lavalle a reformador institucional, asunto que no era del arma de caballería». Esta irónica referencia quería significar la importancia de los ideólogos (estudiosos de las ideas) no sólo en la concepción de lo que ha de realizarse sino también las formas de ejecución que han de emplearse para lograrlo. Por eso, no concibo una revolución sin una ideología que le dé sustento filosófico. La ideología, origen de todas las transformaciones humanas, es imprescindible cuando, por lo menos, se intenta saber lo que se quiere. Dentro de ello, en el mundo actual, en el orden político filosófico, existen sólo dos ideologías: la cristiana y la marxista, salvo que alguno se decida por crear una tercera propia y original. Pero, por lo menos hasta hoy, todos los transformadores que han pretendido escapar del demoliberalismo para entrar en las transformaciones impuestas por las modernas necesidades del hombre de hoy, han caído en una de ellas. Dentro de esas filosofías básicas existen sí diferentes formas de ejecución que escalonan a otras tantas doctrinas.
El Justicialismo fijó su ideología en el Primer Congreso de Filosofía de Mendoza, que acaba de editarse nuevamente con el título de «Una Comunidad Organizada» y que da el fundamento filosófico a la «Doctrina Peronista», que, a su vez, fija las formas de ejecución de esa ideología. Completa todo lo anterior el libro «Conducción Política» en el que se trata ya la teoría y la técnica de la conducción política destinadas a los dirigentes que han de actuar en la conducción y en el encuadramiento. En otras palabras, disponemos de las bases indispensables para una organización funcional que nos permite crear y reformar con cierto grado de congruencia racional.
En este orden de ideas nada puede improvisarse y menos aún en las perentorias circunstancias por las que atraviesa la República después de más de diez años de desatinos de permanente continuidad. Los propósitos enunciados en forma general no tienen otro valor que el de una esperanza lejanamente avizorada. En esto, «mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar» como reza en el apotegma peronista porque las necesidades no se satisfacen con propósitos sino con realidades y los males no se corrigen con discursos sino con medidas oportunas que persiguen fines oportunos y resolutorios.
Pero, para alcanzar esos fines, será preciso primero concebir centralizadamente para luego realizar descentralizadamente. Para ambas cosas se necesita planificar íntegramente la concepción y luego, asegurar la armonía en la ejecución, lo que impone una coordinación indispensable. Ese armónico desenvolvimiento en el Gobierno sólo se alcanza si es posible asegurar tres grados de coordinación:
1º Coordinación de primer grado, por la existencia de doctrina común que permita a todos ver de una misma manera, base para poder apreciar de un mismo modo; base para resolver de manera semejante y ejecutar armónicamente en el conjunto.
2º La coordinación dentro de los grupos de ejecución de actividades afines.
3º Coordinación de conjunto entre los diversos grupos de ejecución.
De cuanto se infiere la absoluta necesidad de disponer de una doctrina, constituir los grupos de ejecución adoctrinados y mantener un control centralizado de la ejecución general. Sin ello es difícil crear y aún más difícil reformar racionalmente. Por otra parte, el Gobierno impone dos preocupaciones fundamentales: la acción político-administrativa y el gobierno humano. Lo primero se cumple fácilmente cuando se dispone de un equipo técnico adoctrinado y un director político-administrativo experimentado. El «Gobierno Humano» es la conducción, sin la cual no se puede realizar lo anterior desde hoy hemos aceptado que en la República Argentina nadie podrá gobernar sin el concurso del Pueblo. En la tarea política administrativa la doctrina y los hombres lo hacen todo. En la conducción «el hombre es todo, los hombres no son nada».
Así las cosas, el que comprenda profundamente el problema se dará cuenta que no hay que perder el tiempo en prometer, que no se puede hacer nada sin una ideología que como la «Estrella Polar» indique el rumbo y sin una doctrina que, como «un hilo de Ariadna», conduce a los objetivos congruentes de la ejecución y sin una organización funcional que permita realizar descentralizadamente lo que la conducción conciba centralizadamente.
Los hechos que culminaron en la primera quincena de septiembre de 1966 parecen ser un indicio de que comienza una nueva historia contemporánea en el devenir socialista de nuestro tiempo. La decidida actitud del Gran Mao ha dividido con claridad el socialismo nacional del socialismo internacional que ha dado lugar al imperialismo soviético y de la misma manera que acusa al imperialismo yanqui enjuicia a su aliado moscovita en la Conferencia de Yalta, porque de común acuerdo se dividieron allí el mundo en dos para su dominio y explotación, después de despojar de su territorio a varios países. Sus palabras son tan claras como su verdad incontrovertible.
Para nosotros, los de la tercera posición, es una línea de absoluta coincidencia, que nos muestra que el problema actual del mundo no es una cuestión de ideologías, como se ha pretendido hacernos creer sino una causa de liberación del colonialismo imperialista moderno, que intenta afirmarse en el mundo de nuestros días. El dilema ya no es comunismo o capitalismo, sino Rusia o Estados Unidos, porque bajo distintas ideologías la lucha común es contra el dominio colonial con nuevas formas, pero con idénticas finalidades.
La negativa de Mao de hacer causa común con el despojo y el colonialismo en nombre del socialismo internacional, echa las nuevas bases del «Tercer Mundo» en el que pueden congeniar perfectamente las distintas democracias socialistas que, indudablemente, serán las formas impuestas por la evolución para las futuras instituciones universales. El mundo naciente tendrá características originales, en el que se establecerá un nuevo orden que permita vivir sin las simulaciones y engaños que ya han hecho insoportable la etapa que estamos viviendo.
Esta nueva orientación nos hace pensar en lo que se viene repitiendo hace tiempo: que el nacionalismo no tiene porqué estar reñido con el socialismo. Que ambos, en el fondo, lejos de ser antagónicos, pueden unirse con un objetivo común de liberación de los pueblos y de los hombres. En esta encrucijada histórica se evidencia una vez más que no puede haber un pueblo, ni un hombre libre en una nación esclava. Tanto el nacionalismo como el socialismo han venido luchando por lo mismo, pero la existencia de un sentido y un sentimiento imperialista han desvirtuado en los hechos las ansias que inicialmente impulsaron la lucha socialista.
Nuevos tiempos comienzan. Grandes sectores del socialismo mundial parecen inclinados a recorrerlos. Los nacionalismos de liberación que hoy se agitan en todas partes, calificados por la evolución acelerada hacia nuevas formas humanas más compatibles con la vida del hombre de hoy, coinciden con aquellos en lo fundamental. Es posible que no pase mucho tiempo sin que ambas formas se compenetren y comprendan para bien de una finalidad en la que se encuentran empeñados todos los hombres realmente libres, que prefieren morir antes de aceptar el dominio de los imperialismos de nuestro mundo actual.
CAPÍTULO VII
LOS DEBERES DE LA JUVENTUD
1. — La Evolución en el Mundo
El tono universalista de la vida moderna obliga a estudiar los problemas políticos con un amplio concepto, que permite interpretarlos íntegramente y en toda la intensidad de la vida de relación qué cada día adquiere una preponderancia mayor; si la juventud argentina de nuestros días quiere abarcar el problema de su destino, es preciso que lo sepa encuadrar con amplitud de criterio en el problema del mundo primero, luego en el de su continente y finalmente en el de su país. Por eso hemos creído oportuno considerar las actuales circunstancias que conforman una situación general, dentro de la cual deben jugar todas las situaciones particulares que puedan interesar en la contemplación de los problemas regionales o nacionales.
La juventud del mundo evidencia en estos momentos un justo estado de rebelión. Las causas hay que buscarlas en las actuales condiciones de vida y en la incertidumbre que caracteriza su futuro. Como corresponde a un mundo en decadencia, que vive de la simulación y donde lo único sublime de las virtudes parece ser su enunciado, esa rebelión es en muchos casos negativa, como lo evidencian los sectores juveniles víctimas de dolorosas desviaciones de todo orden.
Una juventud con espíritu de rebelión positivo luchará por un destino porque ella tiene el inalienable derecho de intervenir activamente en la solución de los problemas que el mundo actual plantea, ya que ella ha de ser, en último análisis la que ha de gozar o sufrir las consecuencias del acontecer actual. Es indudable que al comenzar ese quehacer comentará los errores propios de la inexperiencia, pero nadie aprende a caminar sin darse algunos golpes. Bastará contemplar la actual situación del mundo y dentro de él la de nuestro país, que los viejos les dejamos, como consecuencia de nuestros errores, persuadirse de que no lo podrán hacer peor que nosotros. Por eso todo este problema adquiere un justo carácter general, que depende en primer lugar de una decisión esencial: o se impone la evolución con las nuevas ideas que la juventud anhela imponer o seguiremos en las luchas negativas contra una recesión que, antes de morir, pretende someternos.
El mundo actual, obedeciendo a sus características originales, está sometido a un proceso de nuevas articulaciones geopolíticas que necesariamente influyen en el desarrollo de la vida presente como en su desenvolvimiento futuro.
La actualidad europea, en lo que se refiere a este aspecto de su evolución, presenta un cuadro claro: los nórdicos, tan civilizados, constituyen monarquías socialistas, lo mismo que Inglaterra, Alemania e Italia se afirman en una yuxtaposición creciente de la democracia cristiana y el socialismo marxista con el que comparten el Gobierno y Francia (inventora de los partidos políticos) se articula en dos grandes movimientos, el nacionalista liberal del degaullismo y el marxista de Mitterrand.
Pero la influencia de esta evolución no se para en Europa: el Medio Oriente generaliza un sistema socialista en todos sus estados, lo mismo que parece ir ocurriendo en las repúblicas negras de África. En el Asia, en plena lucha de decisiones mezclan unas y otras formas. Pero lo que sí podemos asegurar es que la evolución, hasta ahora detenida, se ha lanzado en todo este sector del mundo que hasta ahora ha escapado al dominio colonial del imperialismo capitalista o al dominio ideológico del comunismo. Detrás de la Cortina no hay sino marxismo.
América, fuertemente influenciada también por la evolución, presenta un aspecto diferente: todo parece decidirse en luchas parciales por descomposición de los sistemas institucionales y los cambios estructurales consiguientes. Esta lucha empeñada entre los evolucionistas y los reaccionarios ha sido y es influenciada gravemente por la acción del imperialismo soviético. Esta palestra ideológica, propicia a los ensayos y a la aventura política, nos muestra cuál es el grado de atraso evolutivo en que nos encontramos los iberoamericanos frente a un mundo que cambia todos los días sin provocar mayores acontecimientos catastróficos.
Este somero cuadro de la situación que nos muestra el aspecto objetivo de la evolución, debe inferirnos también las distintas causas que lo provocan. Ya hemos afirmado que la historia de los pueblos, desde los fenicios hasta nuestros días, ha sido su lucha contra los imperialismos, pero el destino de éstos ha sido siempre el mismo sucumbir. Es que su existencia obedece a un determinismo histórico que les señala una parábola de su fatalismo: como el hombre, nacen, se desarrollan, dominan, envejecen y mueren.
El mundo actual, influenciado por las «grandes internacionales» creadas por los imperialismos, está enfrentando a una sinarquía internacional que ha venido manejándolo. Como ha sucedido siempre, cuando los pueblos comienzan a recobrar su libertad, grandes movimientos sociales despiertan con todo el poder e intensidad que las circunstancias les ofrecen. Esa es la causa del presente aceleradamente evolutivo que en unas partes lleva a la evolución incruenta y en otras a las luchas enconadas de la revolución. En todo esto es preciso entrever intuitivamente un futuro que debe ser lo que interese a la juventud de nuestros días.
Paralelamente a la evolución político-social, se desarrollan distintas acciones destinadas a favorecer la consolidación indispensable. Es indudable que el mundo se encuentra hoy en un proceso de integraciones continentales o regionales. Ya no se concibe nada con criterio aislacionista porque la evolución lleva indefectiblemente a agrupaciones mayores como consecuencia de la contracción de la tierra que las comunicaciones y transportes han producido en el tiempo. Por otra parte, el hombre ha seguido en la evolución de la humanidad siempre un criterio de integración: lo que parece dominar hasta ahora es la idea de la integración económica, aunque la finalidad es la integración política. Un ejemplo de ello lo tenemos en la Comunidad Económica Europea que ha establecido como objetivo final: los E.U. en Europa.
Esta feliz realización europea, que tan brillantes resultados ha dado, ha servido de inspiración y orientación a todos los demás Mercados Comunes que se han organizado con diversa fortuna en América, Medio Oriente, África, etc. Sólo la América del Sur, presionada por el imperialismo, permanece en estado primitivo.
Frente a este panorama surge la pregunta: ¿es que la integración es un asunto tan difícil de realizar? Naturalmente que sí, teniendo en cuenta que contra los que se quieren unir están los que tienen intereses económicos y políticos para impedir esa unión. Los imperialismos están en contra y harán todo lo posible para que esas uniones no se realicen porque, evidentemente, son integraciones que van contra sus designios e intereses. Bastaría para convencerse leer lo que dicen los acuerdos de la Comunidad Europea al respecto: «Al poner en común sus recursos y al adoptar una política económica común, los países de la Comunidad crean, con sus 177 millones de habitantes, una nueva potencia económica comparable a las grandes potencias mundiales: Estados Unidos y la U.R.S.S. Uniéndose los seis países, hacen más que sumar su potencia económica, realmente multiplican su potencial porque se desencadena un proceso dinámico que transforma la Europa de ayer y el papel de los europeos en el mundo». Quien lea esto comprenderá que contra la política de los imperialismos de «dividir para reinar» se antepone la de «unirse para no ser dominados”.
Dentro del cuadro que venimos enunciando, se puede establecer que, además del concepto económico, en estas integraciones, ha de gravitar el geopolítico y aun el histórico. Lo primero está caracterizado por los mercados comunes, lo segundo por la lucha por la liberación. La existencia del Tercer Mundo enfrentado a los actuales imperialismos constituye el intento de liberación que gravita hacia una integración histórica que ha de ser simultánea a la integración geopolítica. Durante los años del Gobierno Justicialista la República Argentina fue libre y soberana. Nadie metió en ella sus narices sin que llevara su merecido. Pero al cabo de esos diez años, la sinarquía internacional coligada con el cipayismo vernáculo al servicio del colonialismo, nos aplastaron. Ello es lo que parece probar que la liberación no puede ser un hecho insular ni aislado; es preciso pensar entonces que el proceso de liberación ha de ser precedido por una integración del Tercer Mundo que, por una acción conjunta, represente una garantía para la liberación permanente que necesitamos. Europa ha seguido un proceso inverso: ha alcanzado primero la integración económica para llegar por ese camino a la integración geopolítica, con lo que consideran que alcanzarán también su liberación. Pero las condiciones de Europa son muy diferentes a las Sudamericanas, sometidos como estamos al colonialismo imperialista, subdesarrollados, descapitalizados, endeudados, infiltrados de cipayismo y, en consecuencia, sin el poder ni la importancia que la economía da a los países del Viejo Mundo y sin el espacio que les da un margen de seguridad indispensable para el futuro.
Todos estos factores que venimos compulsando y muchos otros que en favor de la brevedad no podemos considerar, conforman una situación general, dentro de la cual es preciso considerar nuestra situación particular que, queramos o no, está en gran medida subordinada, porque en los tiempos que corren, la vida de relación es tan intensa y determinante que hace que la evolución producida hoy en las antípodas, nos influencié mañana a nosotros. Por eso también hemos querido llegar a nuestros muchachos con este exordio previo a la consideración del problema argentino que deseamos tratar a continuación.
Partimos entonces de la base que en el mundo actual se está produciendo una de sus más profundas transformaciones, que marca el comienzo de una nueva etapa en la evolución de la humanidad. Es así que lo político, lo económico y lo social han de transformar sus estructuras hacia nuevas formas impulsados por lo cultural, lo científico y lo filosófico. El problema de la juventud, que encarna el futuro, está precisamente en la interpretación justa de esa transformación, que le permita transitar por la historia con la clarividencia que estos momentos exigen a su acción, porque ninguno de los problemas con que tropezará en el porvenir inmediato podrán solucionarse sin la base existencial indispensable. La humanidad del presente necesita hombres que piensen, aprecien y resuelvan con acierto para ejecutar eficazmente. No interesan tanto los que sepan seguir en el proceso cuantitativo a los líderes monitores, como que los líderes los sepan conducir acertadamente. Ese es el problema fundamental de la juventud.
2. — El Proceso Argentino
Dentro del complejo mundo que acabamos de mencionar, nuestro país encuadra su situación particular dentro de una evolución propia, influenciada por sus características originales, pero no escapa en manera alguna a lo que es común en la evolución general. Por eso, las improvisaciones llenas de incongruencia que venimos presenciando desde hace doce años han conducido a una situación incomprensible en que se debate el país en medio de la frustración política, el desastre económico y el desbarajuste social. Es que no se trata de resolver un problema intrínsecamente argentino sino de interpretar y solucionar un problema del mundo en que vivimos. Los que han creído que todo se puede arreglar con el procedimiento de «tapar agujeros» con materiales de circunstancias han terminado en el más absoluto fracaso, porque lo que hay que resolver es algo más profundo que la transformación trascendente de algunas estructuras de superficie.
Hace dieciocho años el Gobierno Justicialista puso en ejecución en la América nuestra, la idea de la integración, cuando aún en Europa ni siquiera se pensaba en ello y hace más de veinte años lanzó al mundo la idea de una «Tercera Posición” concordante con lo que es hoy el «Tercer Mundo». Esa Tercera Posición cayó aparentemente en el vacío, pero han pasado veinte años y hoy las dos terceras partes del mundo pujan por colocarse en ella como también realiza lo pertinente para alcanzar la integración continental. Hace el mismo tiempo inició la revolución justicialista destinada a transformar la fisonomía colonial del país para realizar la justicia social, la independencia económica y mantener la soberanía nacional. Tropezamos entonces con la contumacia reaccionaria del cipayismo vernáculo y los intereses de las metrópolis contra los cuales luchamos con éxito durante diez años. Pero precursores al fin, debimos pagar el precio correspondiente, pero ello no implica que no hayamos tenido razón. La experiencia de estos doce años de gorilismo ha sido suficiente para demostrar que nos pueden calumniar e insultar, pero que no tendrán más remedio que hacer lo que nosotros dijimos. Es que el fatalismo evolutivo nos obliga a transformarnos o sucumbir. El Justicialismo no era, sino la transformación indispensable, dentro de las formas incruentas, hacia un socialismo nacional y humanista en contraposición a la contumacia reaccionaria o la influencia del socialismo internacional dogmático comunista, que para el caso estaban unidos entre sí y aferrados con el cordón umbilical de la sinarquía internacional.
Existen sólo dos caminos para realizar las transformaciones de que venimos hablando: la incruenta y la cruenta. Nosotros elegimos la primera que realizamos por una evolución acelerada destinada a cambiar lo anacrónico y respetar lo que fuera respetable. El camino cruento tal vez hubiera sido más efectivo y por cambio hubiéramos alcanzado tal vez el objetivo, pero esta solución suele ser demasiado cara como para apetecerla. La Revolución Francesa costó la mitad de la población de París, la mexicana se llevó a un millón y medio de sus hijos, mientras en España la Guerra Civil costaba un millón de víctimas, o la rusa veinte millones o la china otro tanto.
Mientras el justicialismo renunció a las formas violentas, el gorilismo en sus distintas formas y reencarnaciones, ha ido siguiendo el camino de las reacciones cruentas y acercándose cada día más a la guerra civil, hasta plantear la actual disyuntiva en la que el reaccionarismo descartado de la existencia actual, debe presenciar un futuro en que el dilema será: Justicialismo o Comunismo. El sectarismo socialista y la contumacia reaccionaria han sido los que han creado las violentas fricciones que terminaron en procesos cruentos pero definitivos. Actualmente parece que, suavizados ambos, es posible, en beneficio de los países, combinar las formas que permitan convivir y cooperar. Lo estamos viendo en casi toda Europa, Medio Oriente, África, etc. Pero esos parecen ser países más civilizados que nosotros o más libres de la influencia del imperialismo corruptor e intransigente.
Transcurridos veinticinco años del comienzo de la Revolución Justicialista y trece de la caída de su Gobierno legal constitucional, estamos de nuevo en el punto de partida: la «Revolución Argentina». Sus hombres interpretan como nosotros la necesidad de transformar convenientemente a la comunidad argentina, modificando y cambiando las actuales estructuras institucionales, pero carecen de toda ideología y, en consecuencia, de una doctrina nacional determinada. Es decir, intentan cambiarlo todo, pero no pueden decir para qué ni cómo. Nadie pone ya en duda la necesidad de acomodarse a la evolución que impone el mundo y realizar los cambios indispensables que permitan una transformación de fondo, pero pareciera que carecen de objetivos concretos o que se trata de una simulación más de las que venimos presenciando desde hace tanto tiempo para evitar la destrucción de un sistema perimido por el tiempo y superado por la evolución. Se declaran furiosamente anticomunistas, persiguen al justicialismo, disuelven los partidos demoliberales, dicen que respetan las organizaciones obreras pero intervienen y persiguen a las que defienden sus intereses profesionales, atropellan a la Universidad, piden la cooperación de todos, pero se la posibilitan sólo al sector reaccionario o gorila; anhelan, según afirman, la pacificación del país mientras provocan nuevas fuentes de discordia interna, pero en lo único que se muestran efectivos es en la defensa del sistema liberal capitalista.
Suprimir los partidos políticos como forma de ataque al demoliberalismo y mantener sus sistemas económicos, es atar los caballos detrás del carro, porque para desmontar un sistema no es suficiente con atacar las formas de su existencia aparente sino que es preciso llegar profundamente al fondo de lo que es su razón de ser. Una «Revolución Argentina» que sólo quiere cambiar las estructuras superficiales dejando subsistentes las profundas está indiscutiblemente destinada al fracaso. Los partidos demoliberales son la consecuencia de la economía capitalista a la que vienen protegiendo desde hace un siglo y medio. El ejemplo lo tenemos en los países más evolucionados, donde han dejado actuar a esas organizaciones políticas, cuando se fueron modificando profundamente los sistemas económicos, hasta constituir economías nacionales que absorben casi la mitad de la economía, dejando la otra mitad para la economía privada y estableciendo sistemas de protección para la economía popular.
Cuando el sistema capitalista desaparece, lo hacen también los partidos políticos que son su consecuencia. Precisamente el proceso inverso que se intenta con la «Revolución Argentina» que constituye un raro caso en el que se pretende suprimir el efecto, dejando subsistente la causa que lo produce.
Cuando el Pueblo Argentino apoya al Justicialismo no lo hace por la linda cara de los que lo propugnamos, sino porque coincide con nuestra ideología y su forma de ejecución, a la par que se opone a los procedimientos que desde 1955 se vienen evidenciando como funestos para la Nación y el Pueblo. Pretender que la «Revolución Argentina» se realice hacía los objetivos que todos rechazan, precisamente con los hombres y los sistemas que ocasionaron el desastre, es algo realmente inconcebible y las consecuencias de semejante aberración no pueden ser otras que las que ya comenzamos a percibir.
3. — El Golpe Militar de 1966
En la situación de observación en que se ha colocado el Movimiento Justicialista después del golpe de estado del 28 de junio de 1966, nos ha sido dado comprobar fehacientemente la Posición del Gobierno Militar, como la calidad de sus hombres y los procedimientos puestos en ejecución y todo parece confirmar que se trata simplemente de una continuidad gorila, que ha venido azotando al país desde hace ya doce años, causante del desastre político, social y económico, que ha sumido a la República en la más trágica situación de que haya memoria. Y, por si alguna duda quedaba, la política económica fijada, ha venido a demostrar elocuentemente que se ha constituido un gobierno supraconstitucional, como una manera de impedir el progreso de la evolución que el país viene reclamando hace más de veinte años. Así, dentro de las formas de paternalismo simbólico, sigue actuando una camarilla nacional encaminada hacia la consecución de los mismos fines y designios que caracterizaron a la acción gorila.
Es indudable que el instinto popular ha descubierto la maniobra, y el desprestigio del Gobierno Militar como el de sus hombres, ha comenzado aceleradamente. Por eso también lo qué inicialmente pudo ser una esperanza se ha transformado en una desilusión que ha ido aumentando simultáneamente con el deterioro gubernamental. Este desgaste paulatino e indetenible se ha visto acrecentado con los distintos problemas provocados en el orden social, ya sea con el atropello a la Universidad, a los portuarios, los ferroviarios o los azucareros.
El anuncio de la política económica que se seguirá, indicada en sucesivos discursos tan ambiguos, no ha sido un impacto mejor, porque conminar al país a vivir con los excedentes de exportación es fijar de antemano la necesidad de someter a la miseria, para resolver una situación preconcebidamente provocada por los mismos que ahora pretenden hacerle pagar al Pueblo las consecuencias de sus propios desatinos. Por manso que sea un Pueblo que ha asistido a una depredación continuada del país en manos de sus enemigos, como ha sucedido en estos doce años de pesadilla, no puede sino reaccionar violentamente ante el anuncio de que ahora será nuevamente él quien ha de pagar con sacrificios y dolores los desaguisados cometidos por los que usurparon el poder del Pueblo y lo mantuvieron mediante el fraude o la violencia. Pero los primeros síntomas de tan imprudentes anuncios no se han hecho esperar: una incontenible inflación de precios ha llevado el costo de vida a las nubes, la caída del signo monetario que la acentúa violentamente y la aparición de las reacciones sindicales, en defensa de elementales derechos del Pueblo, ponen en peligro la paz social.
El cambio de ministro, como recurso contra el desprestigio generalizado del Gobierno, no puede ser eficaz, porque la calidad de los hombres y sus conocidas tendencias, no dan lugar a engaño posible. Este «recauchutaje» gubernativo, como remedio, ha resultado peor que la enfermedad y no ha resuelto ni siquiera la inquietud que existe en el propio Ejército, que se siente enfrentado con el Pueblo, porque a nadie le escapa que, pese a las afirmaciones sofísticas del Gobierno, el verdadero responsable será el Ejército que deberá cargar con las culpas de los hechos y de los problemas que el Gobierno Militar pueda provocar con su respaldo. La Institución ha firmado un cheque en blanco y ahora, o toma las medidas necesarias para impedir que se siga por este camino, o será ulteriormente responsable de cuanto pueda ocurrir en el futuro.
Es que los hombres de la «Revolución Argentina» no han llegado a percibir que las tareas de gobierno están siempre orientadas hacia dos finalidades esenciales: la grandeza de la Nación y la felicidad de su Pueblo. Algunos gobernantes encandilados por la grandeza sacrifican la felicidad popular e, inversamente, otros atraídos por la felicidad pueden sacrificar la grandeza. Lo justo es trabajar racionalmente por alcanzar la prosperidad, sin que para ello sea preciso sacrificar el mínimo de felicidad a que los pueblos tienen derecho porque, siempre es preferible una pequeña nación de seres felices a una gran nación de hombres desgraciados. Sí, como en el caso actual de la Argentina, los seudogobernantes que precedieron al Gobierno Militar, hipotecaron el futuro del país, no es justo ni es honesto que ahora se cargue sobre las espaldas del Pueblo el total de las consecuencias de tal hipoteca. El Gobierno tiene en sus manos mil arbitrios, a él le corresponde resolver el problema en forma conveniente, que no puede ser la de transferir ni la responsabilidad ni las consecuencias al pobre pueblo que no ha hecho otra cosa que aguantar violencias, fraudes, latrocinios y concupiscencias, con los que no ha tenido nada que ver. Al Gobierno se le pueden tolerar muchas cosas, menos la injusticia.
Afirmar que la situación económica ha de resolverse haciendo economías es desconocer supinamente el problema argentino. Los países, como los hombres, no se hacen ricos con lo que pueden ahorrar sino con lo que son capaces de producir y ganar. Los malos tiempos económicos, en una economía organizada, se pueden superar con trabajo y buenos negocios. El Pueblo no ha de quejarse porque se le imponga una dura labor para producir, siempre que se haga lo necesario para que el fruto de ese esfuerzo sea distribuido entre los que trabajan. Los buenos negocios nacionales completarán el panorama porque, el país, como cualquier otra empresa económica, se enriquece con buenos negocios y, con malos negocios, se funde. La reacción sindical que comienza a aflorar en el ambiente gremial, pese a las amenazas de represión, tiene su explicación racional en el hecho de que la orientación gubernamental está dirigida hacia la injusticia social que el Pueblo Argentino no tolera. Si todo un programa de Gobierno se encamina a ahorrar sobre la miseria popular, para que los ricos puedan ser más ricos a expensas del sacrificio ingenuo de los pobres, es natural que tal sistema no ha de ser recibido con aclamaciones. La solidaridad nacional sólo puede ser compartida por todos los argentinos cuando también se compartan los sacrificios, los esfuerzos y los beneficios. Esa ha sido la principal razón por la cual han cambiado los sistemas en el mundo actual.
Estos defensores de la economía libre están navegando el proceloso mar de la inconsciencia: la economía libre y el libre comercio son sólo afirmaciones para el consumo de los tontos y de los ignorantes. La economía nunca ha sido libre: o la controla el Estado en beneficio del Pueblo o lo hacen los grandes consorcios en perjuicio de éste. Es cuando poder decir al respecto: hablar de libre comercio en una economía mundial dominada por los mercados comunes es predicar en el desierto. Pero, cuando un Gobierno que se dice revolucionario habla en defensa de semejantes cosas, es para echarse a reír. Es que en situaciones como la que le toca vivir a la Argentina la tecnocracia suele ser funesta cuando se aferra a sus preconceptos aprendidos, olvidando que la economía es una sucesión de casos concretos que han de solucionarse a base criterio objetivo y no por la aplicación de recetas, a que tan apegados suelen ser algunos técnicos. La economía liberal ha cerrado su ciclo y seguir defendiendo y practicando sus postulados es someterse a unas reglas de juego que ya no existen.
Aunque la situación actual es peor que la que recibimos en 1946, estamos persuadidos que, así como solucionamos aquella resolveríamos ésta, sin imponer a nadie el menor sacrificio. Lograríamos como entonces, pasar de una economía de miseria a una economía de abundancia, daríamos el más alto poder adquisitivo a la economía popular, al tiempo que aseguraríamos la justicia social, alcanzaríamos la independencia económica e impondríamos la soberanía nacional hoy pérdida. Si entonces aseguramos la felicidad del Pueblo, ¿no sabemos por qué no lo habríamos de hacer ahora de la misma manera? Impulsaríamos como entonces lentamente una evolución destinada a ponernos al día en las formas políticas y sociales que nos están ahora avergonzando ante el mundo civilizado.
Pero, desgraciadamente, los hombres a quienes el destino o la casualidad han puesto en situación de decidir, no se interesan por la verdadera solución de los problemas, porque ellos están en otra cosa, que poco tiene que ver con la grandeza de la patria ni con la felicidad de los hombres del Pueblo. Es así como el problema que se plantea vuelve a lo mismo: la lucha de una minoría contumaz que quiere mantener sus privilegios, contra la mayoría popular que anhela los cambios indispensables a sus más apremiantes necesidades. En otras palabras, lo que viene sucediendo desde 1955 y que ha ocasionado el estado actual de cosas. Cuando la «Revolución Argentina» promete los cambios, cuenta con la simpatía de esa mayoría, pero al comprobarse la superchería, la esperanza se transforma en desilusión. Nadie puede en consecuencia asombrarse si ahora todos están en contra de la dictadura militar que los ha defraudado. Y, si el Gobierno Militar, intenta imponer violentamente la determinación anunciada, tropezará con la resistencia inorgánica primero y organizada luego de todo el Pueblo Argentino, y entonces estará perdido.
El Movimiento Peronista no puede ser un elemento pasivo ante las comprobaciones que se vienen haciendo. No, puede aceptar el ataque unilateral a las organizaciones sindicales y a los intereses populares porque no es justo ni conveniente a los intereses de la Nación, tal cual los entendemos los justicialistas. Por esa y por muchas otras razones, el Movimiento Peronista está y estará siempre de parte de los obreros azucareros de Tucumán, de los portuarios y de los ferroviarios, como del Pueblo Argentino en todas sus manifestaciones que presupongan la defensa de sus ideales e intereses. Nuestra razón de ser ha sido siempre esa posición inconmovible al lado del Pueblo y nunca como ahora ha sido tan impositiva. Nosotros no estamos en contra de nadie en particular, estamos simplemente con el Pueblo y si alguno de sus sectores ha sido atacado por la justicia, nosotros hemos sido atacados.
No somos partidarios de una revolución cruenta ni violenta como no compartimos la idea de una reforma «por cambio” sino “por evolución», porque no se pueden romper las instituciones sin provocar desequilibrios negativos y porque el común de las reformas incruentas es lo racional cuando se trata de países civilizados. Durante diez años hemos demostrado desde el Gobierno que todo se puede reformar si se tiene el tino de hacerlo racionalmente y sin violencia. La comprensión y la persuasión son medios más adecuados para la evolución constructiva que la violencia o la fuerza. Sin embargo, como no todos piensan igual, deberemos imponernos la necesidad de estar preparados para todo. No creemos que cuanto está aconteciendo en la Argentina sea definitivo porque esperamos que el buen juicio llegue a privar en la comunidad y que los errores tengan su corrección oportuna porque lo contrario sería demasiado peligroso para el futuro del país, y por eso, nuestra posición de conjunto tampoco es definitiva. Pensamos que el Ejército ni debe ni puede estar enfrentado con el Pueblo que es la fuente de su formación y de su mantenimiento, compartimos la idea de muchos que piensan que de la actual encrucijada solo se puede salir por la unión del Pueblo y del Ejército. No creemos, en cambio, que el atropello a la Constitución Nacional y a las leyes de Nación pueda conducir a otro resultado que el caos y consideramos que en una comunidad organizada nadie puede ser superior a la comunidad misma, porque de la única manera que se puede alcanzar la libertad es siendo esclavo de la ley, de la ley auténtica, no de la «prefabricada».
4. — El Movimiento Peronista
Tratados los anteriores aspectos del problema argentino, nos toca ahora considerar dentro de ellos, los que conciernen al propio Movimiento Peronista. No podemos negar que la descomposición general del país nos ha alcanzado también a nosotros, especialmente en el horizonte directivo. La existencia de algunos peronistas que se han dedicado a defender sus apetitos o intereses personales o a servir los de sus círculos o «trenzas», han provocado un cierto grado de disociación perjudicial a los fines de conjunto del Peronismo. El Comando Superior Peronista, que siempre ha seguido una conducta acorde con las necesidades de la conducción general, se ha visto perturbado por numerosas causas.
Es indudable que tales defectos, especialmente imputables a los dirigentes, solo se podrán corregir mediante una verdadera revolución dentro del Peronismo y esa revolución deberá estar en manos de la juventud del Movimiento. Por eso, el Comando Superior ha venido propugnando desde hace tiempo la necesidad de un transvasamiento generacional que puede ofrecernos una mejor unidad y solidaridad que presuponga para el futuro una unidad de acción de que carecemos en la actualidad. Pero, desgraciadamente, hemos tropezado con una juventud peronista dividida en pequeños sectores, dominados por caudillitos, con sus valores que no discutimos, pero que resultan negativos para la unidad que necesitamos.
Al hablar de juventud, el Comando Superior no hace cuestión de edades porque hay viejos de veinte como jóvenes de cincuenta, sino de pensamiento y calidad de adoctrinamiento que sean una garantía segura para la conducción y el encuadramiento que el Peronismo necesita para prolongarse en el tiempo y superarse en la acción política. Un gran sector de dirigentes peronistas, que actualmente se encuentran en la acción, son excelentes, adoctrinados y capaces: ellos serán los más interesados en recibir el aporte juvenil, juntando así el entusiasmo, la energía y la decisión de los jóvenes con la prudencia, el saber y la experiencia de los viejos.
El cambio generacional en el horizonte directivo ha de ser paulatino y progresivo e impuesto por las circunstancias porque, en política, no se regala nada. Cada joven con aspiraciones ha de ganarse el derecho de ser dirigente y nadie lo podrá hacer en lugar suyo en forma que tenga nada que agradecerle. La aptitud y los valores del conductor han de mostrarse en la acción y es, precisamente, esa acción la que ha de calificarlo y encumbrarlo, si lo merece. Si cada joven lleva su «bastón de mariscal» en la mochila puede intentar empuñarlo para conducir, pero ha de tener en cuenta que, de todos los que lo empuñan, solo un pequeño porcentaje llega a hacerlo con honor o con capacidad efectiva. Por eso, el respeto de los muchachos por los viejos dirigentes, que han llegado al fin de su camino con ese honor y con esa capacidad, los mostrara en su verdadero valor y en la prudencia que necesitan para triunfar.
No se trata pues de «tirar todos los días un viejo por la ventana» para ocupar su puesto, sino de entrar a colaborar humildemente para aprender y para evidenciar, probando, si se tiene la capacidad que se presupone. Ninguno que no conozca perfectamente las directrices de nuestra ideología, como las prescripciones de nuestra doctrina, estará en condiciones de aspirar a la conducción o el encuadramiento de nuestras fuerzas. Sólo se puede ser revolucionario si se tienen presente en todo momento los objetivos que se persiguen y se posen los valores morales y la mística necesarios para luchar por ellos sin descanso y sin desfallecimientos. En los tres libros, publicados por el Jefe del Movimiento, los jóvenes peronistas encontrarán tales principios; la ideología en el libro «UNA COMUNIDAD ORGANIZADA», las formas de ejecutar esa ideología, en el libro de «LA DOCTRINA PERONISTA» y los conocimientos de la teoría y la técnica de la conducción, en el libro de «CONDUCCIÓN POLÍTICA». Las Escuelas de formación política en el país podrán ampliar todo lo referente a tales asuntos.
Capacitado el dirigente juvenil, podrá pensar en la responsabilidad que también a nosotros concierne en la solución de los graves problemas creados por la insensatez de los que les han precedido. Una juventud libre de prejuicios y banderías, que fuera capaz de obrar con grandeza y desprendimiento es la que podrá defender con éxito esa responsabilidad. Por eso el Comando Superior piensa que el problema de la hora no es solo atinente a la juventud peronista, sino a toda la juventud argentina que, unida y solidaria, podría encarar soluciones para las cuales han demostrado ser ineficaces sus predecesores. Si la responsabilidad pesa sobre las espaldas de la Juventud Argentina, ésta tiene el derecho de hacerse con la autoridad para defenderla. Todo depende de que demuestre que está a la altura de la misión que debe cumplir.
Espero que los argentinos se hayan ya persuadido de que, sin una previa pacificación del país, nadie podrá encarar las soluciones que la Nación reclama angustiosamente. Es que, sin el concurso orgánico del Pueblo, ninguno podrá gobernar en la Argentina y, ese concurso, no ha de alcanzarse sin un clima de paz que posibilite el esfuerzo y la colaboración de todos. Los actuales intentos han equivocado el camino: en vez de pacificar han irritado más con una provocación desaprensiva. El primer deber de la juventud es intentar la pacificación en los sectores a que ellos pertenecen con el entendimiento sincero y franco que conduzca a una unidad y solidaridad efectivas, libre de tendencias y banderías. Los jóvenes que se sientan libres de las pasiones que envenenaron a las generaciones pasadas, están en condiciones de alcanzar entendimientos exentos de las reservas mentales y las malas intenciones; a ellos, pues, les corresponde la tarea de intentarlo.
5. — La Revolución Justicialista
Van a cumplirse ya veinticinco años de la fecha en que un grupo de coroneles con verdaderas inquietudes patrióticas interpretó cabalmente la situación de un mundo de posguerra que quedaba literalmente en manos de los dos grandes imperialismos: el yanqui y el soviético. Así lo hacía comprender el Acuerdo de Yalta en el que Roosevelt, Stalin y Churchill, dividían al mundo en dos zonas de influencia, separadas por una Cortina de Acero. La finalidad no podía ser otra que la de ejercer un dominio y realizar la explotación de tales zonas sin posibles interferencias ni conflictos jurisdiccionales. Esos imperialismos, influenciados por las «Grandes Internacionales» habían sido los verdaderos vencedores en la Segunda Guerra Mundial. Todos los demás habían perdido.
Esto hacía comprender que se iniciaría en el mundo futuro una lucha por la liberación, tanto al Este como al Oeste de la mencionada cortina. Las ideologías encontradas habían perdido su importancia desde que los capitalistas y los comunistas se habían coaligado para aplastar al «tercero en discordia», representado por Italia y Alemania. Desaparecía así toda posibilidad momentánea de un socialismo nacional y no quedaba, en consecuencia, como tendencias ideológicas, sino el capitalismo y el comunismo.
La fuerza que había aplastado al socialismo nacional creciente en la Europa de preguerra, no había podido sin embargo impedir que otros socialismos nacionales surgieran en el mundo, impuestos por una evolución indetenible y es así que, dentro del esquema de entonces, surge una «tercera posición» tan distante de uno como de otro imperialismo. La vieja Europa con sus miles de años de tradición y de cultura, estaba una vez más llamada a dar la pauta, que no se hizo esperar: comenzando una revolución acelerada que sin violencias inútiles la llevó a una reforma total que hoy podemos contemplar en las monarquías con gobiernos socialistas o en los estados republícanos donde se ha conseguido una simbiosis constructiva entre las democracias cristianas y el marxismo, de la misma manera que la aparición del Estado Español de tendencia nacional sindicalista. El resto del mundo siguió este ejemplo y Asia y África, como Medio Oriente, están hoy constituidos por Repúblicas Socialistas Nacionales.
En nuestro país, ese grupo de jóvenes coroneles, ya en 1943, adelantándose previsoramente a cuanto había de ocurrir en los veinte años subsiguientes, concibió la Revolución Justicialista, destinada a cumplir los mismos fines: encarar una reforma incruenta que, sin violencias inútiles, transformara la comunidad argentina, abiertamente liberal, capitalista y burguesa por imposición de sus metrópolis, en un socialismo nacional cristiano más a tono con las formas qué el mundo comenzaba a vivir. Ese es el punto de partida del Movimiento Justicialista.
El golpe de estado del 4 de junio de 1943 hizo surgir un gobierno provisional con la misión implícita de encarar la mencionada reforma. En ese empeño, se creó la Secretaria de Trabajo y Previsión que comenzó por dar contenido social a la naciente revolución, como un anticipo provechoso de la misión que se había fijado. La creación del Consejo Nacional de Posguerra, que fue el paso siguiente, puso a disposición un órgano técnico indispensable para la concepción y planificación de la reforma ulterior, que contemplara íntegra y congruentemente los diversos aspectos de esa reforma.
Ese Consejo Nacional de Posguerra tenía dos misiones específicas: 1) Realizar los estudios pertinentes para impedir que se nos hiciera pagar la Segunda Guerra Mundial, como se nos había hecho pagar la primera, y 2) Realizar los estudios y la planificación correspondientes con los fines de la Revolución Justicialista prevista.
En previsión y contra todo posible sectarismo, antes del golpe de estado del 4 de junio, se había procedido a un cambio de ideas, con fines de llegar a un acuerdo, con los principales hombres políticos que en ese momento actuaban en el conservadurismo, en el radicalismo y en el socialismo, a quienes se les explicó ampliamente la finalidad de la toma del poder y grandes sectores de esas fracciones políticas, en perfecto acuerdo con la idea de la necesidad de una reforma apoyaron al Justicialismo. En esas condiciones fue posible el cumplimiento de la misión del Consejo Nacional de Posguerra con el concurso de todos ellos. Es así que, en cumplimiento de su misión, comenzó por constituir un «cuerpo de concepción» de la Revolución en el que participó un numeroso grupo de ciudadanos donde alternaban hombres de empresa, comerciantes, políticos, técnicos, etc., extraídos cuidadosamente de las más diversas procedencias.
Este cuerpo de concepción trabajo casi tres años sin descanso en la concepción y planificación correspondiente, al cabo de los cuales, no sin dificultades elaboró un plan de acción, resultado de numerosos y profundos estudios de conjunto, como asimismo llevó a cabo un adoctrinamiento conveniente que, unificando criterios, permitiera desarrollar una tarea constructiva, eliminando a los que no estaban de acuerdo con los fines propuestos y reforzando el cuerpo con nuevos valores que, durante el trabajo, iban apareciendo.
Es así que se llega a 1945 con un plan, si no perfecto, por lo menos completo sobre la Revolución concebida, pero, entendiendo que la obra de arte no está en la concepción sino en la ejecución de un plan, fue preciso formar numerosos equipos de ejecución que con hombres jóvenes, honestos, capaces y adoctrinados tomaran en sus manos todo lo planeado en los diversos aspectos de la reforma. En esto se llega hasta el 7 de octubre de 1945, en que surgen los primeros desacuerdos en las fuerzas militares que sostenían el poder gubernamental y que condujeron a la grave crisis que culminó el 17 de octubre de 1945 con el triunfo de la tendencia popular que sostenía la necesidad de un llamado a elecciones que devolviera al país la soberanía que el pueblo había perdido el 4 de junio de 1943. La fracción que así pensaba sostenía que, preparada la Revolución desde la Secretaría de Trabajo y Previsión y planificada minuciosamente en el Consejo Nacional de Posguerra, era preciso tomar legítimamente el Gobierno, como una manera de realizar y consolidar a la vez toda reforma, procediendo dentro de la Constitución Nacional y la ley, por la vía institucional; porque ni las dictaduras ni los gobiernos provisionales, desde que prescinden de las instituciones fundamentales, están en condiciones de consolidar reforma alguna. El 17 de octubre al anochecer y después de una semana muy agitada, se resolvió así: el llamado a elecciones fue la consecuencia inmediata, con lo que en 1946, el Movimiento Justicialista arribaba al Gobierno después de una elección, considerada por sus adversarios, como la más pura que se haya realizado en la República. Es decir que un Gobierno legal y constitucional recibía el mandato popular de realizar las reformas sin forzar inútilmente las formas legales y constitucionales, utilizando la vía institucional, como ha sido tradición en nuestra Patria desde la organización nacional.
El país estaba preparado para recibir paulatinamente una ideología socialista nacional cristiana. Uno de los equívocos mayores de nuestros tiempos ha sido conjuntar los términos democracia y liberalismo. Ha existido sin duda una democracia liberal pero también han existido muchas otras democracias. encargan de provocar una situación financiero-económica que no deja al Gobierno otra opción que la de caer en sus manos.
El nombramiento de Adalberto Krieger Vasena es toda una comprobación para los que tienen buena memoria. El no ha sido elegido si no impuesto por el Fondo Monetario Internacional u otro de los conductos que llevan la voz cantante del monopolismo extranjero. Este personaje no podía ser elegido por un argentino que no fuera ciego o sordo: hace pocos años Krieger Vasena fue Ministro de Economía de Aramburu, recibió en 1955 un país sin deuda externa, con una reserva financiera de más de mil millones de dólares y un peso que valía en razón de dieciséis pesos por dólar; estuvo sólo dos años en el Ministerio y cuando cayó Aramburu, el país había contraído una deuda de dos mil millones de dólares, se había comido los mil millones de dólares de la reserva financiera y el peso que lo recibió a dieciséis por dólar, lo dejó a ochenta y uno.
Frente a esta rápida síntesis con que he querido sólo esbozar el problema argentino dentro de la situación mundial que, en un mundo de intensa relación como el actual tiene que ser decisiva debemos pensar si puede haber un argentino que se interese por el destino de su Patria, que no se sienta tocado por tanto infortunio, provocado por la insensatez, la pasión, los intereses mezquinos y, por sobre todo, la falta de verdadero patriotismo. La juventud argentina de nuestros días, si ha de estar a la altura de su misión y responsabilidad, debe despertar ante una realidad tan agobiadora. Ella tiene el inalienable derecho de luchar por su destino, ya que ellos serán los que han de gozar o sufrir las consecuencias del quehacer actual. Si desentendiéndose egoístas del deber de la hora, dejan a los demás hacer lo que ellos deben realizar, habrán perdido para siempre hasta el derecho de lamentarse. Los viejos dirigentes que no se sientan con fuerzas para empeñarse en una lucha decisiva, tienen la obligación de resignar su cargo en los que puedan desempeñarlo. El transvasamiento generacional, que ponga la lucha en nuevas manos, es un hecho natural del devenir histórico, impuesto por las propias circunstancias de nuestra situación y sólo los incapaces o los malintencionados pueden resistirlo. Si nuestra juventud lleva a la lucha el impulso de su entusiasmo idealista, en tanto los viejos arriman su sabiduría y su prudencia, el cambio generacional se podrá cumplir racionalmente y con ventajas. Si no sucede así, el tiempo se encargará de realizarlo pero habremos perdido lamentablemente la ocasión de sernos mutuamente útiles en beneficio de la causa que nos es común.
El país ha retrocedido veinte años y todo parece encaminarse hacia un desastre imprevisible, pero ello no es lo más desesperante sino que estamos en presencia de un desaliento nacional de cuyo pesimismo nada podemos esperar: todos anuncian el fracaso de la actual dictadura militar pero pocos son los que toman empeño para ponerle remedio. Es casi, con escasas diferencias, lo que ocurría en 1945: el principio de un derrumbe previsto por todos y preconizado por muchos. Falta ahora una juventud decidida y valiente que quiera tomar el destino en sus manos para levantar las nuevas banderas, porque como he dicho muchas veces, los pueblos que no se deciden a luchar por su liberación merecen la esclavitud, porque los únicos remedios contra la desgracia del pueblo están en sus propias manos y porque la fuerza bruta sólo puede ser vencida por la acción de un pueblo decidido a todos los sacrificios. Cuando la justicia ha perdido su fuerza es preciso que la fuerza sea justa y la única fuerza justa es la que emerge del pueblo.
Poco intrínseco hay en el problema argentino actual, porque es el problema del mundo. Los pueblos han comenzado a luchar por liberarse y por eso se convulsiona en sus cinco continentes sin que puedan escapar a ellos ni los mismos imperialismos. Como ya he dicho, el Justicialismo en la Argentina intentó evitar toda lucha cruenta, remplazándola por una evolución pacífica, como se ha procedido en toda Europa, pero la reacción, impulsada desde afuera, careció de la grandeza indispensable para comprenderlo.
Los gobiernos usurpadores de las dictaduras que pretenden afirmar su existencia con la protección foránea no pueden durar. Los gobiernos militares impuestos y manejados por el Pentágono y el Fondo Monetario internacional, correrán la misma suerte en el Vietnam como en Latinoamérica, porque nada estable se puede fundar en la ignominia. Es, precisamente, donde ello sucede que los pueblos tienen la palabra desde que son ellos los únicos dueños de su destino. Por eso la actual generación argentina tiene una de las más graves responsabilidades que se hayan presentado a lo largo de toda nuestra historia, porque se juega la suerte de la República. Hoy, como en la Esparta de Licurgo, no puede haber delito más infamante para un ciudadano que no estar en uno de los bandos, como no sea el de estar en los dos.
Los tiempos de los partidos demoliberales han pasado. Estos ya son tiempos de los grandes movimientos nacionales, que se pueden observar en casi toda la extensión de la tierra y especialmente en los países más evolucionados. En Europa ya no se encuentra uno de ellos ni en los museos, porque han perdido su fuerza en una lucha que durante ciento cincuenta años les impuso la defensa del sistema liberal capitalista. Hoy los pueblos anhelan soluciones que el capitalismo y el demoliberalismo ya no les pueden ofrecer. Es preciso entonces que todos los argentinos nos persuadamos de la necesidad de agruparnos y unirnos solidariamente para formar un gran movimiento nacional en el que, sin banderías ni divisionismos negativos, pueda luchar contra el actual estado de cosas y restituir al pueblo su soberanía perdida desde 1955. Ese será el único camino que pueda devolvernos la tranquilidad nacional indispensable para que, un pueblo de paz, pueda elaborar lentamente la grandeza nacional que también hemos perdido.
Para lograr tan grandes objetivos, será preciso que echemos mano de toda la grandeza espiritual de que seamos capaces, olvidando agravios y renunciando a todo lo que no sea el interés de la Nación por la Nación misma. Si deseamos ponernos a la altura evolutiva que los tiempos imponen, tendremos mucho que hacer, como para ocuparnos de cuestiones subalternas. Es posible que ya los argentinos se hayan dado cuenta de la necesidad de imponer las nuevas normas de vida que los tiempos imponen. Ahora es preciso que se pongan a la tarea de realizarlo.
La Iglesia Católica, normalmente tan conservadora, nos está dando la pauta con la «Mater et Magistra» y la «Populorum Progressio», dos sabias y prudentes encíclicas que han venido a dar la razón a los veinticinco años de lucha del Justicialismo. Nuestra ideología, fijada en «Una Comunidad Organizada», como sus formas de ejecución establecidas en la «Doctrina Peronista», resultan ahora encuadradas perfectamente en el espíritu y en la letra de tales encíclicas, por eso, nuestro apoyó irrestricto a ella es parte de nuestra propia prédica.
El Justicialismo se fundó sobre tres grandes premisas:
1. — La necesidad de impulsar una reforma que el mundo de nuestros días, con su evolución indetenible, estaba señalando como un imperativo insoslayable.
2. — La necesidad de una integración geopolítica latinoamericana. Para crear, gracias a un mercado ampliado, sin fronteras interiores, las condiciones más favorables para nuestro desarrollo;
Para mejorar el nivel de vida de nuestros 200 millones de habitantes; para dar a la América Latina, frente al dinamismo de los «grandes» y al integracionismo continental, el puesto que le corresponde en los asuntos mundiales; para crear las bases de los futuros Estados Unidos Latinoamericanos.
3. — La conveniencia de realizar una integración histórica que permitiera consolidar la liberación por la que hoy luchan casi todos los pueblos sometidos.
En cuanto a la evolución:
Frente a un mundo superpoblado las soluciones han sido siempre dos: la supresión biológica y el reordenamiento social. De la primera se encargan las guerras, el hambre y sus consecuencias, es preciso que de lo segundo se encarguen los hombres. Cuando el Medioevo resultó ya inaplicable como sistema, con sus maestranzas y sus corporaciones, apareció el capitalismo con sus empresas y sociedades. Durante ciento cincuenta años el liberalismo capitalista tuvo campo libre para sus actividades, entronizando una burguesía altamente capacitada que, en esos ciento cincuenta años, hizo progresar al mundo más que en los cinco siglos precedentes, pero fue creado para un mundo de mil quinientos millones de habitantes que hoy han pasado a ser casi tres mil quinientos y para una Europa de pastores y de agricultores que hoy se ha transformado en una usina. Es lógico entonces que lo que sirvió antes resulte ahora inadecuado para un mundo totalmente diferente.
El Justicialismo no es sino un socialismo nacional cristiano. Los que se oponen a ello trabajan consciente o inconscientemente por el comunismo. La Europa actual es el anticipo histórico para nosotros.
La integración geopolítica es parte de ese mismo esquema social en el despertar de los continentes que caracteriza la actual etapa de la evolución político-económica del mundo.
La integración histórica, es también un imperativo de los tiempos que vivimos, dominados por los dos grandes imperialismos. Pero como dijimos, si la historia de los pueblos, desde los fenicios hasta nuestros días, ha sido su lucha contra el imperialismo, el destino de éste ha sido siempre el mismo: sucumbir. Este determinismo histórico ha sido permanente a lo largo de todos los tiempos. No tiene ahora por qué ser distinto. La lucha por la liberación que se desarrolla actualmente tanto al Este como al Oeste es parte de ese mismo fenómeno y la razón de ser de un «Tercer Mundo» que busca su integración. La experiencia argentina ha sido valiosa en este sentido: porque nuestro país durante los diez años de Gobierno Justicialista, fue libre y soberano, nadie metió sus narices en él sin que llevara su merecido, pero la sinarquía internacional coaligada con la cipayería nacional terminó por minar su poder. De ello se infiere que un país puede liberarse por sí dentro de sus fronteras, pero, lo que no puede hacer, es consolidar esa liberación aisladamente. De ahí la necesidad de una integración histórica.
Pero lo curioso de lo que ha pasado en el país, es que una inmensa mayoría del pueblo comparte estas ideas, ya sea en el Justicialismo como en la mayoría de las demás fuerzas políticas orgánicas y, sin embargo, se han opuesto muchas de ellas a la evolución, sin duda porque otros intereses políticos de menor cuantía han gravitado más que el interés común y de la Nación. Muchas de estas afirmaciones han sido comunes a las fuerzas políticas tradicionales y en ese concepto, en 1943, al formarse el Movimiento Justicialista, los dirigentes políticos fueron consultados y se pidió su colaboración, prescindiendo de todo sectarismo. Muchos se incorporaron decididamente: fueron los que pensaban más en el país que en ellos mismos; otros se opusieron, eran los que pensaban más en ellos que en la Patria.
La actual coyuntura nacional no deja ya opción para semejantes pensamientos: hoy es preciso tomar partido decidido en uno de los bandos.
De un lado los que defienden la Justicia Social, la Independencia Económica y la Soberanía Popular y Nacional, y del otro los que creen más conveniente que el país sea un satélite de uno de los dos imperialismos dominantes. De un lado los que creen que debemos ser nosotros los que manejemos nuestra economía, del otro, los que piensan que somos incapaces para eso y anhelan que sea manejada por el Fondo Monetario Internacional o los grandes consorcios del monopolismo internacional. De un lado los que pensamos que el Gobierno de los argentinos debe ser elegido por su pueblo y del otro los que creen que eso ha de ser decidido por el Pentágono o el State Department.
Lo lamentable es que, esta «Revolución Argentina», que ha comprometido el honor de los Generales, Jefes y Oficiales de las Fuerzas Armadas, como asimismo el de esas instituciones que, violando sus deberes y perjurando de sus juramentos, se han apoderado del gobierno, utilizando las fuerzas de la República, confiadas a ellos para misiones tan diferentes, estén precisamente colocados contra su pueblo porque se encuentran inexplicablemente en el segundo bando de los anteriormente mencionados. San Martín ha dicho que «un crimen semejante no se puede borrar ni aún con la muerte».
Un pueblo que asista impasible a semejante situación sólo se puede explicar porque haya perdido sus valores esenciales, y yo tengo fe en el Pueblo Argentino y espero confiado que ha de reaccionar e imponer las decisiones que corresponden. Para ello es que considero indispensable la unión de todos los argentinos, cualquiera sea su posición política, para ponerse en defensa de todo lo que hemos ido perdiendo material y moralmente en el consenso del mundo que hoy nos juzga como a una republiqueta de último orden; rica, pero incapaz de gobernarse por sí e impotente para labrar su propio destino, a la altura de las repúblicas africanas a las que se considera que no están preparadas para ser libres y soberanas.
Nosotros apreciamos que, la experiencia de estos doce años de irregularidad gubernamental ha sido grande y valiosísima para todo el Pueblo Argentino.Percibimos claramente que la opinión pública comienza a ser cada día más favorable a una evolución aconsejada por esa misma experiencia. Sabemos que el Justicialismo tiene cada día más partidarios, tal vez no porque nosotros hayamos sido demasiado buenos, sino porque los que nos han sucedido han sido tan malos, que al final venimos resultando óptimos. Consideramos que es imprescindible poner remedio a la ya intolerable situación reinante y qué para ello debemos conjuntar los esfuerzos en una acción decidida. Por eso somos partidarios de una unión de buena fe de todos los argentinos, para conformar un gran movimiento nacional con que enfrentar a la dictadura militar en la forma en que sea preciso y a fin de devolver cuanto antes al Pueblo Argentino la soberanía que ha perdido.
El conflicto entre la fuerza y la opinión, provocado con la usurpación del poder por las fuerzas armadas, sólo puede solucionarse si se desarrolla una acción capaz de desmontar esa fuerza, para luego imponer la opinión. Es una operación en dos tiempos: el primero de oposición activa y el segundo de reconstrucción nacional. Si en esta tarea nos empeñamos todos con decisión y energía la dictadura no podrá durar y entonces habrá llegado el momento propicio para que, todos, con la mayor grandeza y desprendimiento, iniciemos solidariamente la labor de reconstruir el país en los aspectos en que la destrucción sistemática haya actuado en los años de depredación, como asimismo realizar las reformas indispensable a fin de contar con las estructuras más convenientes para nuestro futuro y el de nuestros sucesores.
La misma dictadura, a la que no creo malintencionada sino equivocada e incapaz, dominada por círculos de presión, puede resignar su actual contumacia, o caerá por la disociación de sus propios componentes. Para esos casos es también preciso estar preparados, a fin de que no se reproduzcan los anteriores enfrentamientos suicidas, que no pueden conducir sino al dominio espurio de las fuerzas y tendencias que actualmente dominan. Hoy nadie puede gobernar sin el apoyo del Pueblo, ni en la Argentina ni en ninguna otra parte, porque el Gobierno en los tiempos modernos se desarrolla en dos aspectos: una faja corresponde al gobierno político administrativo, que se puede realizar con un buen equipo encabezado por un funcionario capacitado y con experiencia, pero ello necesita el apoyo y la colaboración popular, que sólo se consigue mediante una conducción que sea capaz de poner las voluntades y el esfuerzo de los argentinos en apoyo de sus realizaciones.
Espero que el buen juicio de los argentinos se imponga sobre los errores y los intereses que tanto han perjudicado al país. Que su juventud, interesada en su propio destino, encare la empresa, que la Providencia ha puesto en sus manos, con decisión y energía, si no quieren después tener que enfrentarse a una lucha cruenta y quizá al más negro destino.
CONCLUSIONES
1. — En el complejo mundo en que hoy nos toca vivir, nada se desarrolla en compartimientos estancos. El progresó de las comunicaciones y transportes ha empequeñecido en tal medida la tierra, sino en el espacio en el tiempo que la vida de relación es tan intensa, que nada escapa a la influencia de los fenómenos que se producen, en todos los órdenes, en toda la extensión del planeta.
2. — Por eso, no se puede ya analizar los problemas intrínsecamente nacionales, sino sometidos a la evolución general del mundo y a las influencias de todo tipo que esa evolución infiere, de acuerdo con las condiciones de tiempo y lugar, a las conexiones existentes y a la influencia de los poderosos que intentan dominar.
3. — A todo lo anterior, es preciso agregar que el desarrollo tecnológico y la explosión demográfica, desenvuelven un proceso nuevo, o por lo menos ampliado, y acelerado de lo que la sido hasta ahora la influencia evolutiva en los países y en sus pueblos.
4. — Es indudable que el mundo se encuentra en plena evolución hacia nuevas formas en lo económico, en lo social, en lo político, en lo cultural, etc., para caracterizar una nueva etapa en la evolución de la humanidad, destinada a satisfacer mejor las necesidades del mundo y del hombre de hoy.
5. — El progreso de la ciencia y de la técnica por un lado, que brindan más posibilidades y la explosión demográfica por otro, que crea mayores necesidades y nuevos problemas, nos impulsan constantemente hacia nuevas formas de vida y sistemas sociales más acordes con esas necesidades y problemas.
6. — Dentro de lo anterior, las diferencias entre el desarrollo y el subdesarrollo, han dividido prácticamente al mundo; en dos sectores: uno que lucha por dominar y otro que trata de defenderse contra la explotación y el dominio de los fuertes. De lo que resultan las actuales agrupaciones que obedecen al imperialismo yanqui, al imperio soviético y los que intentan conformar un «Tercer Mundo» tan distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes.
7. — De ello también resultan las actuales ideologías: los que siguen pensando que la solución está en insistir en el sistema capitalista, los que piensan que la solución ha de ser el socialismo internacional dogmático y los que creen que la verdadera solución depende de un socialismo nacional. Frente a la caducidad insoslayable del capitalismo demoliberal, se puede predecir que el mundo será en el futuro socialista: los hombres dirán en cuál de sus acepciones.
8.— Es indudable que, dentro de este panorama, la lucha se desencadena en todas partes, tanto donde hace explosión como donde acumula presión para el futuro, en los países que pretenden liberarse de los poderes imperialistas o en los pueblos que intentan hacerlo contra las oligarquías aprovechadas como contra las burguesías de la explotación. En el problema mundial en su conjunto, las ideologías han sido superadas por la lucha, por la liberación.
9. — La Argentina actual encaja perfectamente en este esquema: es un satélite del imperialismo yanqui y su Gobierno está al servicio de la oligarquía y de la burguesía. Su Pueblo, lógicamente, está tan en contra del imperialismo como de la oligarquía y la burguesía, pero especialmente opuesto al Gobierno que los sirven y a las fuerzas de ocupación que lo hacen posible.
10. — A esta oposición individual, corresponden en conjunto, aunque no organizadamente, casi todas las fuerzas políticas, pero su conducta y actitud no llegan a nada concreto contra la dictadura militar que azota al país, o porque están cansadas de la larga lucha, o porque no hay cargos a la vista o porque temen a la represión violenta de la dictadura, de lo que se infiere que la falla está especialmente en el horizonte directivo.
11. — Los últimos veinte años de historia, vienen probando elocuentemente con los hechos, la razón que ha asistido al Justicialismo en sus premisas esenciales: la necesidad de una evolución, la conveniencia de una integración geopolítica continental y la oportunidad de una integración histórica en el «Tercer Mundo».
12. — Es indudable que el imperialismo yanqui se opone solapadamente a la integración Latinoamericana, porque su política ha sido siempre la de «separar para reinar» y porque a los Estados Unidos no le interesa una América Hispana fuerte, ni rica dentro del neocolonialismo a que está sometida en la actualidad.
13. — De la misma manera se opone casi abiertamente a su desarrollo, especialmente industrial, primero porque es su proveedora y luego porque una América Latina industrializada dejaría atrás su subdesarrollo, dejando de ser prácticamente una colonia yanqui, con lo que la metrópoli perdería sus actuales negocios y el sometimiento que, políticamente, es indispensable en la actual situación americana.
14. — La actual intervención norteamericana, con el «cuento de la cooperación», en la integración latinoamericana, es una forma de sabotearla inteligentemente. Históricamente, la intención yanqui ha sido siempre la misma desde 1820 en que intenta el manejo económico por la constitución de la «Alianza Comercial General» y todas las organizaciones posteriores, promovidas por los Estados Unidos hasta nuestros días, han tenido la misma finalidad.
15. — La «Alianza para el Progreso» como todos los sistemas «de ayuda» puestos en ejecución, no son tales ayudas: es la simple colocación de capitales sobrantes con intereses leoninos sin riesgos para el prestamista. Cuando se dice la ayuda será por los capitales privados, ya sabemos de lo que se trata. La inversión de capitales, como la radicación de industrias y empresas comerciales norteamericanas en la América Ibérica, no son sino formas de descapitalizar y endeudar a nuestros países.
16. — La integración continental de la América Latina es indispensable: el año 2000 nos encontrará unidos o dominados, pero esa integración ha de ser obra de nuestros países, sin intervenciones extrañas de ninguna clase, para crear, gracias a un mercado ampliado, sin fronteras, las condiciones más favorables para la utilización del progreso técnico y la expansión económica; para evitar divisiones que puedan ser explotadas; para mejorar el nivel de vida de nuestros 200 millones de habitantes; para dar a Latinoamérica, frente al dinamismo de los «grandes» y el despertar de los continentes, el puesto que debe corresponderle en los asuntos mundiales y para crear las bases para los futuros Estados Unidos de Latinoamérica.
17. — Sólo mediante esta Comunidad Económica Latinoamericana se puede dar origen a un Mercado Común Latinoamericano y solamente ello puede asegurar, junto con nuestro propio esfuerzo y nuestro trabajo, superar la crisis económica y el subdesarrollo que agobia a nuestros países. Nadie se hace rico pidiendo prestado ni siendo objeto de la explotación ajena.
18. — La penetración imperialista americana en el mundo ha sido denunciada con claridad y certitud desde Europa y especialmente desde Francia, como asimismo los métodos que han venido empleando los Estados Unidos en su penetración. Para los hispanoamericanos no es una novedad: nosotros lo hemos venido sufriendo desde hace un siglo, de una u otra manera, al punto de poder afirmar con realidad, que lo que le puede pasar a un país, es que U.S.A. lo ayude…
19. — Un ejemplo de ello lo da la Argentina Justicialista, que en sus nueve años de gobierno, prescindió de toda «ayuda” americana, no aceptando ni empréstitos, ni inversiones, ni radicaciones, etc. Pues bien, en esos nueve años fue la primera vez, en toda la historia de la República Argentina, que consiguió poner a punto su economía: repatriando el total de su deuda pública, constituyendo una reserva financiera, reduciendo al mínimo los servicios financieros anuales al exterior, logrando una balanza comercial favorable y constituyendo una economía de abundancia sobre la economía de miseria que recibiera nueve años antes.
20. — El desarrollo industrial lanzado decididamente adelante por el Justicialismo fue detenido y luego destruido por los gobiernos «gorilas» obedeciendo a un mandato imperialista, haciendo retroceder veinte años el desarrollo argentino y transformando en subdesarrollado a un país que marchaba decididamente hacia su grandeza, descapitalizándolo de nuevo, y endeudándolo en pocos años en una proporción jamás alcanzada antes, volviéndolo a una economía de miseria, acumulando un desempleo monstruoso con una economía popular de miseria, etcétera.
21. — Para nuestros países es preciso persuadirnos de la necesidad de evolucionar para realizar desde ahora lo que pueda irnos encaminando, sin esperar a que el tiempo luego nos lleve a empujones. Por otra parte, sólo podremos neutralizar la acción imperialista, en la medida que seamos capaces de luchar para colocarnos cultural y tecnológicamente a su altura. Sabemos cómo puede hacerse. Todo depende de que seamos capaces de realizarlo.
22. — Nuestro país, dentro del complejo mundo que hemos mencionado, encuadra su situación particular dentro de una evolución propia, influenciada por sus características originales, pero no escapa en manera alguna a lo que es común en la evolución general. Pero, desgraciadamente, los hombres a quienes el destino o la casualidad han puesto en situación de decidir, están en otra cosa que poco tiene que ver con la grandeza de la Patria y la felicidad de su pueblo.
23. — Dentro del drama que vive la Argentina actual, con ser importante la destrucción de su economía, ha sido mucho más desastrosa la «destrucción del argentino» que el gorilismo ha logrado y que se evidencia en el desánimo, incertidumbre, la apatía y el desinterés ciudadano que se nota en todas las manifestaciones anímicas de los hombres del pueblo Argentino.
24. — Un Pueblo que asista impasible a semejante situación sólo se puede explicar porque haya perdido sus valores esenciales, pero yo tengo fe en el Pueblo Argentino y espero confiado en su reacción. Para ello es indispensable la unión de todos los argentinos, cualquiera sea su posición política para poder ponerse en defensa de todo lo que hemos ido perdiendo moral y materialmente en este ya largo período depredación nacional.
25. — Apreciamos que la experiencia de estos doce años de irregularidad gubernamental ha sido grande y valiosa para todo el Pueblo Argentino.Percibimos claramente que la opinión pública comienza a ser cada día más favorable a la evolución aconsejada por esa experiencia. Sabemos que el Justicialismo es cada día más compartido por la ciudadanía, tal vez no porque nosotros hayamos sido demasiado buenos, sino porque nuestros sucesores, hayan sido tan malos que, en último análisis, hemos venido, resultando óptimos. Consideramos que es imprescindible poner remedio a la intolerable situación reinante y que para ello debemos conjuntar los esfuerzos en una acción decisiva. Por eso somos partidarios de una unión de buena fe de todos los argentinos, para conformar un gran movimiento nacional con qué enfrentar a la dictadura militar en la forma que sea preciso, a fin de devolver cuanto antes al Pueblo Argentino la soberanía de que ha sido despojado.
26. — Pero, para lograr tan altos objetivos, es preciso la masa este encuadrada por dirigentes capaces y que la conducción sea la garantía del éxito que buscamos y que no ha de alcanzarse con conductores que hayan perdido sus condiciones, porque nada podrá conseguirse con la utilización de cerebros marchitos ni corazones intimidados.
27. — Ello obliga a realizar cuanto antes una renovación de valores que sólo puede llegar por un transvasamiento generacional que ponga a la juventud en situación de decidir, a lo que tiene un inalienable derecho, ya que ha de ser ella la que ha de gozar o sufrir las consecuencias del quehacer actual. En el concepto político, la juventud, no es cuestión de edades sino de mentalidades. Los espíritus juveniles han de pensar también que, en política no se regala nada, el derecho a encuadrar como a conducir, se gana en la tarea de todos los días. Cada uno lleva «el bastón de mariscal en la mochila», ahora es cuestión que sepa hacer uso apropiado de él, en todas las ocasiones.
28. — El actual conflicto planteado entre la fuerza y la opinión, provocado por la usurpación del poder, sólo puede solucionarse si se desarrolla una acción capaz de desmontar la fuerza para luego imponer la opinión. Es una operación en dos tiempos: el primero de oposición activa y combativa y el segundo, de reconstrucción nacional. Si en esta tarea nos empeñamos todos con decisión y energía, la dictadura no podrá durar y entonces habrá llegado el momento propicio para que todos, con la mayor grandeza y desprendimiento iniciemos solidariamente la tarea de reconstruir el país en los aspectos en que la destrucción sistemática haya actuado en los años de depredación.
29. — La misma dictadura, a la que no creo malintencionada sino equivocada e incapaz, dominada por círculos de presión, puede resignar su actual contumacia, o caerá por la disociación de sus propios componentes. Para ese caso también es preciso estar preparados, a fin de que no se reproduzcan los anteriores enfrentamientos suicidas que no pueden conducir sino al dominio espurio de la fuerza y tendencias que actualmente dominan.
30. — Finalmente, es preciso pensar que el éxito no es obra de la casualidad o la suerte, como muchos piensan: el éxito se concibe, se planea, se prepara, se realiza y se explota. Es, en síntesis, una obra del arte de conducir que obedece a una teoría y a una técnica pero que, más que nada, depende del «óleo sagrado de Samuel», que el conductor haya recibido al nacer…
ÍNDICE
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Prólogo………………………………………………………………………………………….
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1
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Introducción…………………………………………………………………………………..
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3
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Capítulo I
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El concepto Justicialista………………………………………………………………….
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6
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1. Las nuevas estructuras………………………………………………………………
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6
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2. El problema estructural en la Argentina……………………………………….
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11
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3. Decadencia imperialista……………………………………………………………..
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18
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4. Los deberes de la juventud…………………………………………………………
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21
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Mensaje a los Argentinos del año 2000……..…………………………………
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22
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5. Soluciones………………………………………………………………………………..
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25
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Capítulo II
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28
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La penetración imperialista y la tragedia del dólar…………………………..
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28
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1. La penetración imperialista………………………………………………………..
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32
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2. El desafío americano………………………………………………………………….
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35
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3. La tragedia del dólar………………………………………………………………….
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38
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4. La lucha contra el neocolonialismo…………………………………………….
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38
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Capítulo III
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Plan de penetración imperialista en Iberoamérica……………………………
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42
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1. El copamiento de los gobiernos…………………………………………………
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44
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2. El copamiento de las Fuerzas Armadas……………………………………….
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47
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3. El copamiento de los sectores económicos…………………………………..
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48
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4. Copamiento de las organizaciones sindicales……………………………….
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49
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5. Copamiento de los sectores populares………………………………………..
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51
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6. La amenaza de la fuerza…………………………………………………………….
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51
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Capítulo IV
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La integración latinoamericana………………………………………..…………….
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52
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Capítulo V
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El Mercado Común Latinoamericano y la Alianza para el Progreso………
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62
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1. La Organización de Estados Americanos (OEA)……………………………..
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63
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Otras organizaciones americanas colaterales de la OEA…………………….
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65
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2. Evolución e integración…………………………………………………..…..………
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68
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3. La idea de una comunidad hispanoamericana………………………………..
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70
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4. Mercado Común Latinoamericano…………………………………………………
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73
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Declaración de los presidentes de América…..……………….………………….
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73
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5. La simulación y la realidad……………………………………………………….
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74
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Capítulo VI
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El problema político argentino…………………………………………………………
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79
|
1. El problema político argentino……………………………………………………..
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79
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2. La evolución……………………………………………………………………………….
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84
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3. La política…………………………………………………………………………………..
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85
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4. El transvasamiento generacional…………………………………………………
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86
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5. Los empréstitos………………………………………………………………………….
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88
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6. Gobernar es crear trabajo…………………………………………………………..
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89
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7. ¡Y dicen que son argentinos!………………………………………………………..
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90
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8. La intolerancia y la violencia……………………………………………………….
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92
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9. Los frutos de la corrupción………………………………………………………….
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94
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10. “Las ideologías y la liberación”………………………………………………….
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96
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Capítulo VII
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Los deberes de la juventud……………………………………………………………..
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100
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1. La evolución en el mundo…………………………………………………………….
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100
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2. El proceso argentino……………………………………………………………………
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103
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3. El golpe militar de 1966……………………………………………………………….
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106
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4. El Movimiento Peronista………………………………………………………………
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110
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5. La Revolución Justicialista…………………………………………………………..
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112
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Conclusiones…………………………………………………………………………………
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119
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