EVITA DIRIJE UN MENSAJE A LAS MUJERES ESPAÑOLAS

EVITA DIRIJE UN
MENSAJE A LAS MUJERES
ESPAÑOLAS

 

 

Evita pronuncia un discurso frente al pueblo español

Fotografía publicada por Mariano Bayona

 

 

Madrid, 15 de junio de 1947

 

Publicado por el diario La Vanguardia de Madrid el 17 de junio de 1947

 

“¡Mujeres de España!

Nuestro siglo no pasará a la Historia con el nombre de ‘siglo de las guerras mundiales’ ni acaso con el nombre del siglo de la desintegración atómica”, sino con este otro mucho más significativo de ‘siglo del feminismo victorioso’.

La revolución social a que asistimos en esta hora de veloz transición, alcanza no solo al obrero, quien reclama justamente se le considere dentro de la sociedad como persona humana informada por un alma trascendente y eterna, sino también a la mujer, la cual exige todos los derechos imprescindibles para el desarrollo de sus poderosas virtualidades.

Por eso, representante como soy de un país que es la esperanza, no solo por su riqueza nativa sino por haber inaugurado como ningún otro un nuevo orden de equidad social, de armonía cristiana y de libertad, no puedo guardarme en silencio el mensaje que, por mi intermedio, envía la mujer argentina a la mujer española sobre todo a la mujer que lucha como héroe, inadvertida del mundo, en la brega cotidiana de la vida.

La mujer argentina se afana, en primer lugar, por la estructuración del hogar cristiano con vínculo indisoluble. Porque si a la mujer no se le ha dado el señorío de la fuerza  física, se le ha dado el imperio del amor. Y sabemos las mujeres, sin necesidad de sutiles raciocinios, que sólo en el hogar  y en el matrimonio indisoluble puede el amor alcanzar toda su expansión. Sabemos las mujeres  que la decadencia del amor, sin duda alguna es una de las decadencias más grandes que ahora padece, es el resultado inmediato de la paganización de la familia y de la desarticulación del hogar.

La mayoría de los pensadores opuestos al cristianismo no trepidan en reconocer que el matrimonio y la familia, tales como lo reclama la adusta moral cristiana, constituyen el único ideal sociológico que pueda colmar las aspiraciones más profundas del amor, y que todas las civilizaciones marcadas por una franca decadencia se caracterizaron por una honda crisis familiar.

Cuando la corrupción de costumbres ha minado la vida de familia, entonces, junto con el amor, pierde la mujer la libertad. Porque ella sólo es libre en la esclavitud del amor, y sólo es esclava en la libertad del amor en el que desemboca el matrimonio no bien pierde sus dotes y prerrogativas de eternidad.

Porque la mujer argentina se ha empeñado en mantener a todo costo el hogar estructurado, y porque se ha empeñado además en conseguir que en él se respire un perfume de santuario, de suerte que el esposo y el hijo sientan a Dios como en un templo en pequeño, por eso sabe que no le arrebata ni un adarme de feminidad no sólo el trabajo en la fábrica, los estudios en las Universidades, el aprendizaje profesional; pero tampoco empaña su feminidad el participar de la recuperación nacional, colaborando con todos sus recursos a la implantación de un mundo más justo, más humano y más pacífico.

Menos tememos las argentinas a la mujer que pilota automóviles, yates y aviones, que a la emancipada de la familia o a la que toma el amor y el matrimonio como un «egoísmo de dos» sin entender que de la solidez y de la fecundidad del matrimonio depende el engrandecimiento de la patria.

La Iglesia, como nos ha enseñado siempre, ni ha prohibido ni ha disuadido a la mujer de que ejerza de médico o de diputado, o de embajadora, con tal que no abandone sus deberes esenciales de madre, de hija o de esposa. Y si la evolución de los tiempos la lleva a participar de la vida cívica y a intervenir en las contiendas electorales, es ella quien está encargada de conspirar al triunfo de un orden social y familiar en el que pueda compartir, al lado del hombre, los frutos de la paz y de la justicia.

Por eso, ¡MUJERES ESPAÑOLAS!, os digo a todas, a través del éter, lo que quisiera decir a cada una, de corazón a corazón, con esa efusión y medias palabras con que nos entendemos las mujeres: si no han faltado agitadoras que soliviantaran las clases sociales unas contra otras con soflamas incendiarias, ¿por qué han de faltar otras mujeres que de alma a alma se digan un mensaje de amor y de paz?

Faltaría a mi deber, el deber que me impone la Gran Cruz de ISABEL, si no secundara la misión de la gran Reina, quien, como ninguna mujer de España se afanó por dar unidad y libertad a esta tierra, batallando no sólo contra los invasores de su suelo, sino también contra los invasores de su Fe.

Por eso, mujeres de España, a cuyo lado he vivido los días más inocentes de mi vida, quiera hacer extensivo a vosotras cuanto no ha mucho a las Mujeres de América.

Trabajaremos por la paz, que libra a los pueblos de las amenazas y de las agresiones y nos permiten cerrar las heridas abiertas por las contiendas fratricidas. Trabajemos por afianzar la paz y por impedir que una nueva guerra vuelva a asolar la Humanidad con nuevos estragos y nuevos odios. Trabajemos por implantar en el mundo los derechos fundamentales debidos a los seres humanos y por desarmar los espíritus de los odios y prevenciones originados por la diversidad de las razas, de los idiomas y de las formas sociales de la vida. Se ha dicho que hemos venido a formar un eje Buenos Aires-Madrid. Mujeres españolas, no hemos venido a formar ejes, sino a tender arco iris de paz con todos los pueblos, como corresponde al espíritu de la mujer.

Trabajemos por la conquista de un mundo mejor, fundamentado en el amor y no en el odio; mundo en el que anhelemos todos construir y no destruir, y en el cual florezca como una bandera fulgurante de luz la libertad y la soberanía de los pueblos. Trabajemos por la implantación de un orden de justicia social cual lo requieren los principios proclamados por el General Perón, en el que todos pueden gozar de una retribución justa; en el que el obrero viva en condiciones dignas de trabajo y pueda preservar su salud, gozar de bienestar físico y espiritual, amparar a la familia, elevar su estándar de vida, económico y desarrollar libremente las actividades lícitas en bien de los intereses profesionales.

Unamos nuestros esfuerzos para que nadie padezca, para que nadie se vea envuelto por miserias enervantes. Unamos nuestros corazones para que los humanos, cualesquiera que sean su nacionalidad, su fortuna, su ideario, puedan vivir en armonía, y para que termine la división de réprobos y elegidos, satisfechos y desheredados, de suerte que el mundo se trueque en una gran familia bendecida por Dios, en la que no resuene otro canto que el canto del trabajo y de la paz.”

 

María Eva Duarte de Perón

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